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1
Adela
Me gusta el color negro porque logra hacerme pasar desapercibida
entre la gente, y más en un ambiente como este. Sin embargo, hoy no parece
ser mi día de suerte. Ese gordo bigotudo de la última mesa llena de imbéciles
está sacándome fuera de mis casillas con una rapidez que rompe récords.
Tengo que cerrar los ojos y suspirar una, dos, hasta tres malditas veces para
no reventar una botella de cerveza en su cabeza con forma de piñata.
Bufo mientras cargo la bandeja con los platos de hamburguesas que
debo llevarles.
Éste es mi tercer trabajo en dos semanas, realmente estoy haciendo
un esfuerzo por mantenerme a raya. Tranquila, no dejes que el interruptor se
mueva, mantené la estática donde tiene que estar. Muy, muy en el fondo.
Termino, pero antes de avanzar hasta el rincón del bar, voy a la
cocina y me tomo un vaso lleno de agua. Estoy sudando, y mi olor a comida
frita me hace querer vomitar, pero lo aguanto. Lo hago porque no tengo más
opciones. Tomo la bandeja firmemente y camino con la espalda recta, mi
rostro convertido en granito. He aprendido a no sonreír demasiado porque
los hombres interpretan de muy mala manera las sonrisas amables por estos
lados.
Me detengo frente a los tres miserables y dejo cada plato frente a
ellos, sin siquiera mirarlos. El cabeza de piñata a punto de reventar me
palmea la cadera y habla con su odiosa voz.
—Cambia esa cara si no querés que me queje con el jefe…—ronronea,
un poco borracho ya—. Se supone que las meseras deben ser hospitalarias.
Clavo mis ojos turquesas en los suyos, no me muevo, ni siquiera mis
labios tiemblan cuando pronuncio las palabras.
—Saca esas apestosas manos de mí—si las miradas asesinaran…
Él entrecierra los ojos y parece que va a replicar, pero sólo se enfrasca
en su hamburguesa grasienta que parece volverse mucho más interesante que
mi huesudo culo.
Litio Elisa D’ Silvestre
golpeo con fuerza tantas veces que la señora termina por irse, asustada de
recibir una paliza de mi parte.
Pierdo el control, destrozo el teléfono público mientras la gente pasa.
Entonces la sirena de la policía se oye en las calles a lo lejos y dejo lo que
estoy haciendo, corro a esconderme y salir de la vista de la gente. Un callejón
parece la mejor opción, tengo suerte de que ya no llueva tan torrencialmente.
Me hago un ovillo contra la mohosa pared y me salgo del mundo por
un rato. Entierro mi rostro en el hueco vacío entre mis brazos y rodillas
dobladas.
No entiendo qué le he hecho a ese tipo para que me abandone de esta
forma. Todo empezó cuando mamá y papá murieron en un accidente, yo era
muy niña. Él no dudó en enviarme a vivir con la abuela, aunque no tuve
demasiado tiempo con ella porque murió unos años después y a los doce volví
a vivir con él, en la casona. Sí, fui una adolescente problemática para un
hombre que me lleva más de quince años. Pero, mierda, no creo que
mereciera todo lo que vino cuando cumplí los catorce.
Él es mi única familia, y me ha dado la espalda.
Tomo aire para darme envión y me pongo de pie para salir del
agujero, ha oscurecido ya. Me siento en la parada de un colectivo sólo para
descansar. Mi piel erizada por el frío y mis temblores castañeando mis
dientes. Un tipo trajeado se sienta en la punta opuesta del banco y se
enciende un cigarro, mi boca se seca deseando uno.
— ¿Po-podrías—mierda, ¿qué estoy haciendo?—¿Podrías convidarme
uno?
Mi orgullo ha caído en picada drásticamente. Él asiente, me enciende
uno y me lo pasa.
—Muchas gracias—sueno sincera a más no poder.
— ¿Nada a cambio?—pregunta.
Y con la pitada al cigarro me llegan las arcadas de disgusto. Seguro
me veo así de desesperada. Lo miro, sus ojos castaños brillan, es bastante
mayor, quizás unos cuarenta, aunque no desagradable.
— ¿Por un cigarro?—chasqueo, lo miro de arriba abajo.
Se encoje de hombros y me da una sonrisa torcida, seductora. Seguro
el hombre es casado, adicto a los encuentros fortuitos. Busco sus manos y,
efectivamente, ahí está el anillo.
Litio Elisa D’ Silvestre
2
Santiago
—Lo llaman “La Máquina” porque es como un maldito robot—aclara
Max, rodeando a la Serpiente—. Sin corazón, cero emociones, nada de
clemencia… Por lo tanto, llorar y rogarle no servirá de nada.
Se ríe salvajemente y me mira antes de salir del garaje. ¿Es necesario
que siempre se le ocurra hacer ese tipo de presentaciones cuando me
dispongo a torturar?
Dejé de ser el novato mucho antes que cualquier otro porque se
dieron cuenta de que era demasiado valioso para dejarme hacer sólo recados
de mierda. Me pudrí de ser el mequetrefe de los mandados estúpidos, yo era
bueno en esto. Suerte que lo notaron a tiempo.
Me agacho para estar a la altura de la sucia Serpiente, arrodillada en
el suelo con las manos atadas. Mis ojos le dan miedo, no se esfuerza en
ocultarlo. Hay algo que se activa en mí cuando siento a las personas temerme,
algo grandioso. Algo que llena mis venas de adrenalina.
Flexiono mis dedos con ganas de empezar.
Me inclino para tomar sus ataduras, el marica se echa hacia atrás
siseando de terror. No me esfuerzo para no sonreír y mostrarle los dientes.
Lo desato, entonces el miedo se transforma en duda.
—No te esperances… Nosotros no perdonamos a las ratas que se
infiltran para derrocarnos… Y yo… nunca…dejo…ir…a… las ratas. Al
menos, no con todas sus partes…
Me alzo y camino por el lugar, completamente cerrado, él no tiene
ninguna posibilidad de escapar. Estiro mi cuello a cada costado, haciéndolo
resonar, me cruzo de brazos, despreocupado.
—De pie—ordeno, haciendo señas con los dedos.
Lo hace, y parece a punto de mearse. ¿Por qué alguien tan cobarde
como él aceptó infiltrarse en el club enemigo lleno de amenazas? Sabía que si
llegaba a ser descubierto, no habría nada que lo salvara de la muerte.
—Vamos a hacer esto…—doy un aplauso—. Si logras golpearme al
menos dos veces, no morirás esta noche…
Litio Elisa D’ Silvestre
Fui frágil pero nunca tanto como para romperme, sino para
fortalecerme. Por eso me gusta la oscuridad, porque define lo que soy ahora
mismo, y entierra la luz que alguna vez significó mi ser.
La negrura me alimenta.
Permanecer en tinieblas es mi mejor remedio…
Litio Elisa D’ Silvestre
3
Adela
No sé a quién estoy pidiéndole perdón ahora mismo. Tal vez a esa
pequeñita parte dentro de mí que tenía la esperanza de seguir manteniéndose
pura y limpia. El resto de mi ser ya lo sabía, no hay nada inocente en mí.
Nada para salvar. Y en un momento de debilidad, porque tu vida se fue al
carajo tan espectacularmente, no hay tiempo para lamentarse por las
decisiones desesperadas.
Sí, me fui a un hotel con el tipo rico. Tuve sexo por dinero.
Cierro los ojos porque todavía punza ese dolor que no sé de donde
viene. Un sentimiento repleto de remordimientos y odio hacia mí misma.
Me acomodo en la butaca del avión y me ato el cinturón. Estoy
volviendo a casa. Y lo estoy haciendo gracias a la nueva mancha que tiene mi
alma. De hecho, tuve una comida potente y una caliente ducha después de no
sé cuántos meses gracias a ella. Logré comprarme un abrigo, no muy grueso
pero que al menos me protege un poco más que mi simple camiseta negra de
mangas largas. Y pude, al fin, subirme a un maldito avión para volver a
recuperar el lugar que me pertenece.
Álvaro no podrá negarse, no mirándome directo a los ojos.
Ese pensamiento me hace retroceder unos años, revivir ese horrible
día. Me meto en el pasado, teniendo catorce años, otra vez.
Tomo la pila de platos que tiene pensado llevar al aparador, los arranco de
sus manos sin ningún motivo y los lanzo contra la pared. Clarita grita y sale
corriendo llamando a mi hermano. Ciega, me dirijo a los demás utensilios que están
en la mesada, uno a uno se estrellan contra el suelo. Mis manos tiemblan cuando los
agarro y los destrozo. Álvaro aparece frente a mí, pero me quedo fija en Clarita que
se mantiene escondida tras él. Levanto las palmas abiertas delante de mí.
—Está bien—sonrío, mis ojos nublados—. Está bien… lo entiendo, Clari…
lo entiendo…
Ella se estremece, quiero acercarme y abrazarla pero Álvaro me envuelve con
sus brazos y me lleva a la sala de estar, se encierra conmigo dentro.
—No estás bien…—murmura, sus ojos brillando—. No estás bien, Adela…
Camino de un lado a otro, abrazándome a mí misma, mis ojos parecen
buscar algo con manía en la habitación, no paran. Realmente no sé qué. Siseo cuando
él me toma del brazo, y me obliga a mirarle a los ojos.
—Estoy bien—me rio.
Es una única carcajada que le da la bienvenida a las demás, secas, roncas y
completamente fuera de lugar. Álvaro me observa con los ojos entrecerrados,
apretando la mandíbula.
— ¡No es gracioso, Adela!—me zamarrea, intentando detener mi risa—.
Rompiste los platos favoritos de mamá…
No puedo parar, de hecho sólo quiero reírme, saltar, correr. Nada de
quedarme quieta escuchando las estupideces de mi hermano. Me suelto y corro hasta
mi habitación para cambiarme el pijama y salir al patio. Me visto tan rápido como
puedo y me voy por la puerta balcón de la planta baja que lleva a la piscina, en el
jardín trasero.
Es allí donde vuelve a encontrarme él, enfrascada en mi entorno ausente en
mi mente pero también en el lugar. Perdida. Me obliga a levantarme sobre mis pies y
me pide que lo acompañe a hacer unos mandados. Lo sigo, porque estoy de ánimo
para un paseo y no me lo ha pedido de mala manera.
En el camino, me enfrasco viendo pasar los árboles por la ventanilla del
coche caro. No caigo en la cuenta de en dónde se estaciona y me pide apearme. Lo
hago, metiendo las manos en mis bolsillos con tranquilidad, entrecerrando los ojos por
el débil sol que se cuela entre las nubes, el viento quitando los risos oscuros y largos de
mi rostro.
Litio Elisa D’ Silvestre
4
Santiago
De día pocas veces salgo del apartamento que comparto con Max.
Generalmente descanso y recupero mis horas de sueño por las noches en vela
o me meto en el bar a pasar el tiempo con el resto de los Leones. Y cuando el
presidente no está, me encargo en su oficina de las cuentas y el papeleo
legal… o ilegal. Y junto con Max somos los dos que nos llevamos mejor con
las matemáticas.
Hoy sería uno de mis días libres si no hubiese prometido pasar la
tarde jugando a la niñera. No es que me moleste, sólo que… es raro.
En mi época de chico normal mi vida era fácil y productiva en muchos
sentidos. Había terminado la escuela con uno de los más altos promedios, y se
podía ver un futuro brillante en la universidad. Y tenía una novia. Una dulce,
hermosa y perfecta novia. Lucía Fuentes fue, sin dudas, mi primer amor. Nos
conocíamos desde siempre porque nuestros padres eran socios de toda la vida.
Comenzamos a salir de muy chicos, ella apenas llegaba a los catorce y
yo ya tenía los dieciséis, pero todo era color de rosa entre nosotros y ya
existían planes a largo plazo para nuestra relación. Hasta que descubrí el
secreto sucio de nuestros padres y todo se desmoronó.
Lucía no era verdaderamente la hija de Fuentes, sino la principal
parte de un experimento macabro que él había estado llevando a cabo durante
años. Con mi padre como cómplice directo.
La chica no viviría más allá de sus dieciocho años, ellos lo decidieron
así.
Mi amor era demasiado grande para frenarlo como quiso hacer mi
padre tantas veces, me resistí. Quise salvarla de ese cruel destino, pero me
enviaron lejos para impedirme arruinar el proyecto.
Terminé en el peor lugar que alguien podría imaginar. Me
mantuvieron encerrado por más de dos malditos años, intentando
doblegarme a través de torturas y situaciones inhumanas. Campo de creación,
así lo llamaban. Allí creaban a los peores asesinos que pueden poblar la tierra.
No hay dudas de que hicieron bien el trabajo conmigo.
Litio Elisa D’ Silvestre
5
Adela
Me tomo mi tiempo para recorrer la ciudad que me vio crecer,
rehuyendo la mirada de las personas que conocen mi historia. Nadie pasa
desapercibido el encierro de alguien en el loquero, y mucho menos si es la hija
de una de las familias más ricas de la zona.
Seguro toman nota de mi estado deplorable, la ropa negra y sucia, que
me queda demasiado grande, mi palidez, mi mirada perdida, el pelo cubriendo
mi cara. El abrigo nuevo me ayuda, pero no tanto. Mi vaquero está tan
desgastado que en cualquier momento va a rasgarse por todos lados, y ni
hablar de mis zapatillas.
Nunca fui una chica que pasa desapercibida, tanto por mi
comportamiento escandaloso o por mi apariencia. Tengo los ojos turquesas,
claros como espejos y el pelo oscuro con risos estirados y brillantes. Antes de
la adolescencia escuché varias veces que podría llegar a tener un futuro
grandioso como modelo. No les escupí en la cara porque intentaba
mantenerme a raya.
Ahora mismo, nada en mí está cerca de ser una modelo de pasarelas.
Mi cuerpo perdió toda curva existente antes, mi palidez más que atractiva
parece enfermiza y las ojeras violetas bajos los ojos les quitan todo el encanto.
Pero me sostengo a mí misma, mi apariencia nunca me importó. Y
ahora tengo cosas mucho más importantes en mi cabeza.
Vuelvo porque voy a exigir respuestas, también recuperar el lugar que
me pertenece y hacer uso de mi dinero. Para estar mejor. Álvaro no va a
ganar esta vez, claro que no. He estado todos estos años reprimida por él,
bajo su ala de desprotección. Ya soy una adulta, tengo los mismos derechos
que él.
Llego al barrio de alta seguridad y camino las calles ocupada en llegar
lo más rápido posible a la casona. Cuando la veo me embebo con la imagen,
tan hermosa y elegante como la recuerdo. Hasta me dan ganas de llorar, hace
más de dos años que no estoy cerca.
Cuando al fin pude irme de la institución mental, Álvaro me envió a
terminar la escuela en un internado, fui sin rechistar completamente
Litio Elisa D’ Silvestre
***
Francesca golpea mi puerta muy despacio dos horas después,
avisándome que mi hermano ya está en la casa y se ha encerrado en su
despacho. Intento ponerme presentable, peinando mi pelo y lavando los
restos de sueño de mi cara. No es por él, es sólo que no quiero verme mal
delante suyo y mostrar algún signo de debilidad.
Salgo para sonreírle a mi cuñada y darle las gracias, me lleva debajo
de nuevo y vamos más allá de la sala de estar, hasta una solitaria puerta de
madera tallada en el rincón. Después, discretamente ella me deja y golpeo. No
espero la orden de entrada, sólo paso y me planto delante del escritorio.
Álvaro se ve muy bien en sus treinta y cinco años, apenas un salpicado
de canas en sus sienes y unas arruguitas alrededor de sus ojos. Siempre fue un
hombre atractivo y elegante, las mujeres nunca lo pasaban desapercibido.
Al cabo de un momento leyendo unos papeles él alza sus ojos iguales a
los míos y me ve. Su reacción me hace saltar sobre mis pies. Se levanta de
golpe, sorprendido pero enseguida furioso, se apresura para ponerle la traba a
la puerta, dejándome encerrada con él. Procuro que eso no afecte mis nervios.
— ¿Qué haces acá?—escupe.
Ignorando su pobre bienvenida me siento en el sofá de visitante.
— ¿Qué hago acá? Esta es mi maldita casa también, hermano—hablo,
llena de veneno—. Y te dejé bien claro que me presentaría si me seguías
ignorando.
Aprieta la mandíbula con rabia.
—No te quiero acá, Adela—me apuñala.
Trago y aprieto mis dientes haciéndolos chasquear.
— ¿Por qué? Este es mi lugar, también.
Se agacha para estar a mi nivel y susurra.
Litio Elisa D’ Silvestre
6
Santiago
Me despierto a la tardecita y me ducho para ir un rato al bar. Aunque
sé que será una pérdida de noche. No es ni cerca de las nueve y Max ya está
borracho, el maldito infeliz.
Odio los excesos, las adicciones. El alcohol me pone de un humor de
mil carajos. Ni hablar de otras sustancias. Y lo primero que hago en el día es
venir a encontrarme con la mitad de estos idiotas puestos hasta el último
gramo de sus miserables culos. Sus hígados no aguantaran mucho si siguen
haciendo esto noche tras noche.
Me siento de mala gana en una de las mesas y los observo
tambalearse alrededor de una mesa de billar. Pedazos de mierdas.
León se acerca sonriente, como siempre. ¿Ese tipo quiere verse duro o
inofensivo? Que se decida, porque esa barba trenzada y esos cueros parecen
un ridículo disfraz de Halloween si los acompaña con esa expresión de
angelito en sus ojos azules. De igual modo, él me cae bien.
Viene a acompañarme, y agradezco que no esté tomado como los
demás.
—Acertaste…—es lo primero que dice.
Lo miro y alzo las cejas sin entender a qué se refiere.
—Las Serpientes mataron al infiltrado, no les servía de nada el
pobre… Lo destrozaste…
—En pedacitos—agrego.
Flexiono mis dedos, la verdad, es que necesito que me traigan otra
lacra para descargarme. Me hace falta ver salir sangre y destrozar huesos, a
pesar de que no me gusten las adicciones, esa sed de derramamiento es la mía.
Sin duda.
—Me hubiese gustado ver las caras de las malditas cuando abrieron la
bolsa de supermercado que él desgraciado llevaba en regazo como regalo—
suelta una carcajada estallando en todo el lugar, sobrepasando la música.
En la bolsa estaban todas las partes del rompecabezas que desarmé.
— ¿Necesitas otro, Máquina?—él lee mi expresión.
—Como la mierda que sí…—ronroneo casi inaudible.
Litio Elisa D’ Silvestre
contra la pared. Se cruza de brazos, lleva un top tan minúsculo que no sería
raro que se congele en su lugar como una estatua de hielo. Mientras tiembla,
espera. Sin sacar mi escrutinio de su cara llevo mis manos al botón del
vaquero y lo desabrocho, bajando después el cierre.
Veo el brillo en sus ojos cuando me ve hacerlo, se encuentra dispuesta
a todo, sea lo que sea que le pida.
—Arrodíllate y chúpalo—ordeno.
Y ella hace exactamente eso.
No se asusta cuando ve el apadravya cruzando a través del glande, de
hecho va primero hacia él, alargando la lengua. Permanezco impasible
mientras lo hace, no necesito decirle de qué manera quiero que avance, ella
parece saberlo bien. Tampoco sube los ojos a los míos, en ningún momento.
Se mantiene abajo, compenetrada en lo que está haciendo. Supongo que ha
tenido unas charlas con el grupo de las otras minas. No soy exigente pero
tampoco fácil. No me gusta que me miren y profundicen en mis pupilas. No
me involucro más allá.
Me interna más adentro hasta que me siento enterrado en su
garganta, el piercing le rosa la campanilla y se atraganta, aunque eso no la
afecta en nada. Sigue, nunca se detiene, se ve muy ansiosa por hacerme llegar
a la cima.
Por un momento se siente desconcertada, porque de mi parte no se
oye nada, ni siquiera una respiración acelerada. Eso la vuelve insegura y
quiere verme, entierro mis dedos en su pelo y la fuerzo a no levantar el
rostro. Lo entiende, y reanuda. Estoy excitado, y me gusta lo que hace, sin
embargo, siempre me veo incapacitado para demostrarlo del todo.
Cierro los ojos con la oleada de electricidad que viene después, dejo
salir un único gruñido y no la dejo retirarse. Ella va a tragárselo, y después
limpiarlo todo con la lengua.
Cuando terminamos, la mujer sólo se pone de pie y me echa un último
vistazo con expresión rara en los ojos antes de irse de nuevo adentro.
Agradezco que no hablara, todas parecen querer entablar conversación
después de la acción.
Pongo los pantalones de nuevo en su lugar y los aseguro. Después
camino sin prisa hasta mi Harley en el patio delantero y dejo atrás el bar por
un rato.
Es hora del paseo.
Litio Elisa D’ Silvestre
7
Adela
No me toma ni dos segundos salir por la puerta del despacho y
escurrirme fuera de la casa, dejando atrás las rejas blancas. Realmente no
quiero derrumbarme, necesito mantenerme en mis cabales. Corro desesperada
lo más lejos posible de ese lugar lleno de víboras.
Mi hermano me tendió una cruel trampa, hizo que me prostituyera
con su amigo, para conseguir dinero. Un dinero que iba dirigido a mí y que de
todas formas era mío.
Oh, Dios. Siento muchas ganas de vomitar.
La noche me rodea, siendo testigo de mi próximo ataque. Trago,
trago y trago porque no voy a dejar que las lágrimas salgan. Nunca me
permito llorar porque una vez que se comienza, no se puede parar. He pasado
a través de muchas cosas y no he soltado ni una sola gota. Ni una.
Mi hermano me abandonó por meses interminables en un loquero,
dejó que me amarraran a una cama y me rodearan de desconocidos. No dejó
que nadie me visitara y ni siquiera él mismo lo hizo. Después no dejó que
volviera a casa, sólo saqué un pie de una cárcel para entrar inmediatamente
en otra, una vez más sola y con gente ajena a mí que sabía sobre mi
enfermedad y me trató como si fuera una leprosa. La universidad fue un poco
mejor, pero sólo por un año hasta que todo empezó a desmoronarse. Álvaro
dejó de enviar dinero un poco menos cada vez, y de pronto ya no alcanzó para
nada.
Yo no soy una derrochadora, no me interesan las cosas caras. Sólo
alquilaba un apartamento mono ambiente en una zona, más o menos, segura.
Me vestía con baratas imitaciones de marcas, y comía alimentos que entraran
en mi presupuesto, nada de darme lujos, como por ejemplo pedir asqueroso
sushi. Lavaba mi ropa todas las semanas en un lavadero con descuentos para
estudiantes, a unas cuadras de casa. Nunca hice una vida de niña rica, nunca.
Y no me importaba hacerla, sólo me bastaba con que me alcanzara.
Y sé que podría haberme quejado para que la mensualidad fuera más
abultada, porque mi hermano tenía el dinero para enviarme.
Litio Elisa D’ Silvestre
Me acerco al borde, soy atacada por una ola de frío que me golpea en
la cara y el pecho, tiemblo. Otra vez estoy en la intemperie si ningún abrigo,
sólo una camiseta. Me abrazo a mí misma, intento buscar la respuesta a mis
problemas.
“Lanzarte del puente sería una buena solución”. Aprieto los dientes, tengo
que parar esos pensamientos destructivos. No debo dejar que me convenzan
de lo erróneo. Ya pasé por esto antes, y pude contra ellos. Es una batalla
constante, entre elegir la peor opción ante cualquier sufrimiento.
—Necesito la medicación…—murmuro al agua negra corriendo
abajo—. Y tiene que ser ya…
Paso las piernas por las barandas y me balanceo, un resbalón sería el
fin. Pero no es mi intención hacerlo, nada es más lejos de la realidad. Siempre
me gustó sentirme en peligro, notar cómo el pulso se me altera y la presión
retuerce mis nervios. Saber que con sólo una falla todo se iría a la mierda.
Otro soplo de aire helado hace bailar mi pelo en la noche, brilla a
través de las luces que rodean el puente. Sigo balanceándome adelante y
atrás, aspirando, agarrotando mi garganta. Suelto una nube de aliento frente
a mi cara. Y sin querer, casi sin darme cuenta, una lágrima cae por el rabillo
de mi ojo derecho. Me quedo muy quieta, enojada con ella. Pero entonces
vienen más, sin parar, y con estas se me escapa un cortante sollozo.
—No…—trago e intento mantenerlo dentro—. No… no.
Pero el cuerpo no me responde, porque él sabe muy bien cuándo ya no
se puede retener nada más dentro. Simplemente explota cuando no hay más
lugar. Siempre hay una gota que rebalsa el vaso.
Las lágrimas me molestan, mojan mi cara y junto con el viento me
hacen sentir como si mis mejillas se estuvieran escarchando. Tampoco me
dejan ver abajo, a la negrura helada. Intento limpiarme, quitando una mano
de la baranda, y es en ese momento que me resbalo y el aire abandona de un
golpe seco mis pulmones. No grito, todo pasa tan rápido que me sorprende,
ahora sólo estoy sujeta con una sola mano y se está aflojando, quedándose sin
fuerzas.
“Quizás la voz pesimista tenía razón, es posible que cayendo todo se
termine.” Me muerdo el labio manteniendo el ímpetu para seguir aferrada.
“Suéltate, Adela. Todo será mucho mejor si lo haces”, voy a negarle en voz
alta, gritarle que se calle y me deje en paz, pero una mano ajena aparece ante
Litio Elisa D’ Silvestre
Santiago
Acabé dejando mi moto a un lado del camino y avancé a pie directo al
puente. La mayoría de las veces terminaba por estas zonas, sobre todo porque
estaba alejada de la ciudad y uno no se encontraba gente dando vueltas por la
noche. Pero hoy fue la excepción.
No hice más que subir la elevada loma del camino de piedra que la vi,
balanceándose adelante y atrás al otro lado de la baranda. Mi primera
reacción fue quedarme muy quieto, apenas respirando, tratando de entender
qué era lo que ella tenía en mente.
Podía ver desde allí la manera en la que su pelo oscuro con ondas
suaves danzaba con el viento, las luces del puente lo hacían brillar. La escuché
sollozar y no me perdí el momento en el que su pie se resbaló de la gruesa
baranda y ella desapareció de mi vista.
Mi segunda y peor reacción vino después, cuando la imagen de la
sombría chica se esfumó y pude pensar con claridad otra vez. Avancé
enfurecido hacia ella, que todavía se aferraba para no caer.
No podía detener mi ira, las ganas irrefrenables de lastimarla porque
estaba menospreciando su propia vida. Ningún problema es lo
Litio Elisa D’ Silvestre
8
Adela
Abro los ojos y siento como si mi cuerpo hubiese muerto, me duele
cada centímetro de músculo y hueso. Me siento como puedo en el asfalto e
intento ponerme de pie con mucho esfuerzo. Me tambaleo un momento hasta
que la estabilidad llega. Me abrazo a mí misma temblando y me encuentro
con que llevo puesto algo mucho más grueso que mi fina camiseta, me miro a
mí misma sin poder creerlo.
¿De verdad intentó estrangularme y después me cubrió con su
abrigo? ¿Quién haría algo así? Un loco, evidentemente. ¿Qué debo hacer?
¿Darle las gracias?
Trago y gimo con dolor, mi garganta estrujada y maltratada apenas
responde. Duele demasiado, incluso respirar se hace difícil. Agitándome,
tensa como una vara, decido volver a la casona a buscar algunas de mis cosas.
En el camino me acurruco más en el gigante buzo y no puedo evitar
olerlo, voy rodeada con el aroma del demente y me pateo mentalmente por
creer que es adictivo. Como una mezcla de bosque, colonia suave y frío. Le
pega al extraño totalmente.
A medida que avanzo voy pensando en todo lo que pasó en el puente,
la manera en la que él cayó sobre mí y aferro mi fino cuello entre sus dos
manos. Los ojos brillantes con determinación que me hicieron pensar que me
mataría, realmente. ¿Qué fue lo que le hizo parar? O, ¿verdaderamente tenía
en mente matarme? Frunzo el ceño, descolocada.
Creo que quiso mostrarme un punto. Intentó hacerme entender que
yo no quería morir hoy, no esta noche. Luché contra él, me aterró la idea de
que me quitara la vida.
Yo… no quise suicidarme, claro que no.
“Deja de engañarte, niña. Lo quisiste, muy en el fondo deseaste soltarte de la
baranda y terminar con todo”. Me estremezco, y se me llena de humedad la
vista. No quiero reconocerlo, no, pero he tocado fondo una vez más. He
vuelto a ser débil y he deseado, sólo por un par de segundos que si me moría
todo mejoraría. Todo. Sin embargo, eso significaría perder todas mis batallas.
Litio Elisa D’ Silvestre
Con mi enfermedad mental, con mi hermano, con mi vida. Todas esas guerras
tienen que ser libradas, y sólo yo soy la responsable de hacerlo.
Así que, ¿tengo que agradecerle a ese extraño por detenerme y
hacerme entender que la muerte no es una solución?
“Mierda, te quejas de su locura, y vos estás peor que él. ¿Acaso no te viste el
cuello?” En realidad no lo vi, pero noto el dolor y sé que cuando lo haga
quedaré horrorizada, seguramente por las resaltantes marcas moradas que
quedaron. De todos modos, igual siento como si le debiera algo.
Rodeo las rejas de la casona hasta encontrar la entrada, sabiendo que,
de nuevo, tendré que tocar el timbre. Eso me hace sentir tan agotada que me
dan ganas de tirarme al suelo, hacerme un ovillo y dormir por años.
Aprieto el botón y enseguida Francesca me deleita con su suave voz,
temblorosamente le pido entrar, sólo para tomar mis cosas, aclaro.
Voy a darle el gusto a mi hermano, una vez más, no por él sino por su
familia. Si hay algo en lo que lleva razón es en que yo no puedo convivir con
ellos, al menos no mientras siga sin mi medicación.
La puerta de la casa se abre de golpe y distingo, bajo las luces
elegantes de la calzada, cómo mi hermano se acerca hecho una furia hacia
donde estoy. Le grita a Francesca que se quede dentro de la casa y la amenaza
diciendo que, si se asoma sólo un poco, lo pagará caro. La forma en la que le
habla me pone los pelos de punta, y me hace entender lo abusivo que debe de
ser con ella. Ojalá pudiera ayudarle de alguna forma, obligarla a salir de allí.
Nadie más que yo entiende la situación como realmente es.
No me alejo ni un mínimo paso de él, ni siquiera cuando abre las rejas
y arremete contra mí, empujándome lejos. Gimo dolorida y toso intentando
hablar.
—Sólo vengo a buscar mis cosas, voy a irme, lo juro—carraspeo,
apenas puedo pronunciarlas con tono decidido.
Me mira con el rostro desencajado de rabia.
—Vas a desaparecer Adela, ya te dije que no te quiero cerca de esta
casa…
Tomo un respiro y mi pecho truena horriblemente. Asiento. Pero algo
punza en mi cabeza y, sin filtro alguno, sale por mi boca como lava
derramándose hacia él.
—No me querés cerca porque estoy loca, eso lo tengo claro… Lo
entiendo… Pero… ¿qué pasa con vos? Está claro que sos peor amenaza que
Litio Elisa D’ Silvestre
9
Santiago
No vuelvo al bar por el resto de la noche, sólo me interno en el
apartamento, me quito la ropa en mi habitación y me dirijo al baño a limpiar
los rasguños. Sólo son marcas superficiales, pero no hay dudas de que
prevalecerán por algunos días. Al igual que la imagen de la chica
balanceándose contra el viento. Si no se hubiese resbalado, habría sido una
escena que me sentaría a mirar por horas sin cansarme.
Me aclaro la garganta y sofoco todo lo que tenga que ver con esta
noche.
Mientras me lavo la cara escucho el portazo, siguiéndole después la
torpeza de mi compañero, chocando con los muebles. Impaciente, abro la
puerta del baño de un tirón y camino directo hacia Max, que ahora está
apoyado contra la pared, miserablemente.
Es un tipo atormentado, de esos que han hecho cosas malas y después
no pueden vivir con la culpa que eso les ocasiona. No puedes estar en una
hermandad como esta y ser débil. De todos modos, algo me dice que antes de
llegar a los Leones su vida fue una mierda, y que nada de lo que ha hecho
estos últimos años le ha hundido. Es algo que viene de un pasado muy lejano,
quizás su adolescencia.
Por algo dejó ir a Lucrecia, la hermana de Giovanni. La conoció con
quince años, enferma de leucemia. Algo en esa época hizo clic en su ser y
todavía no puede escapar de eso. Ha estado perdiendo el camino desde
entonces, siempre fue un hombre descuidado, pero estos últimos cinco años
han sido los peores, según me han dicho.
Observo una de las pruebas, la larga cicatriz que cruza su mejilla
izquierda, la obtuvo hace tres años luchando sin armas contra una de las
Serpientes. Hay un odio desenfrenado en Max contra el otro clan, que lo
vuelve inestable.
El tipo abre los ojos desgastados y muertos por el alcohol y me mira.
Se limpia como puede el sudor con la manga de su abrigo andrajoso. Me
acerco, poniendo los ojos en blanco y lo sostengo del brazo para llevarlo a su
cuarto. Dejo que caiga boca abajo en el colchón y gima con descompostura.
Litio Elisa D’ Silvestre
***
A pesar de que creí que no me dormiría por la noche, lo hago y ese no
puede ser un error más grande.
Abro los ojos y todo está oscuro, no puedo ver nada de lo que me rodea, el eco
de mi respiración me indica que estoy en un lugar pequeño y vacío. La frialdad del
suelo se cuela entre mis ropas. Siento mi cabeza bombear sin parar, a punto de
explotar.
Papá me hizo esto. Me drogó para que no pudiera salvar a Lucía, para que
ninguno pudiera escapar. Y váyase a saber qué le harán mientras me encuentro acá
encerrado sin poder ayudarla.
Me siento en el suelo y me arrastro hasta encontrar una pared, me restriego el
rostro.
—Dejaron órdenes… éste es intocable—dice una voz con tono español e
inmediatamente se abre una puerta.
Entrecierro los ojos, encandilado por la luz y me cubro, antes de tratar de
verles la cara a los dos hombres que están entrando.
—Me importa una mierda… si fue ingresado, será tratado igual que los
demás…—responde el otro.
No puedo distinguir con claridad, sólo se ve que son gigantes. Una luz se
enciende al fin y me encuentro a los pies de ellos. Ambos me fulminan con la mirada.
—De pie, niño bonito—me ordena el calvo.
De a poco, tambaleante lo hago y me doy cuenta de que sólo les llego a la
altura de los hombros, sin contar mi cuerpo largo y desgarbado. El tipo que me habló
Litio Elisa D’ Silvestre
Fui llamado muchas veces niño bonito hasta que ellos mismos
enterraron eso, y dieron lugar al monstruo. Hasta que yo mismo empecé a
odiar quien era antes y amar lo que soy ahora.
Dos años enteros ahí dentro se llevaron todo lo que la gente que me
rodeaba de chico consideraba bueno de mí.
Perdonar fue una de esas cosas que ya no sé lo que significan.
Me quedo deambulando y mirando por la ventana hasta que el sol
asoma las narices al amanecer, es ahí donde vuelvo a la cama y cierro los ojos
para dormir en paz.
***
Cerca de las seis de la tarde me aseo y termino entrando en el bar,
como todos los días. Ni bien pasar la puerta, veo que algo ha cambiado, los
hermanos cuchichean entre ellos y no parecen estar tomando tanto alcohol.
León está sentado en la barra con la espalda y los brazos abiertos apoyados
en ella, como el puto amo del lugar. Tiene una sonrisa de lado y parece
contento.
No hace más que verme que posa sus ojos en los rasguños de mi
mejilla, su expresión se vuelve aún más divertida que antes.
— ¿Anoche encontraste una gatita para jugar? ¿Eh, Máquina?
Sabía que alguno iba a reaccionar de esta forma, sólo respondo
encogiéndome de hombros y apoyándome en la barra.
— ¿Por qué todos estos apestosos de mierda no están en pedo ya?—le
pregunto a cambio.
Su sonrisa se completa y me envía un primer plano de su cara de
póker.
—Adivina—parece un niño pequeño queriendo jugar al “veo, veo”.
Hago una mueca de impaciencia y recorro el lugar con mis ojos, a ver
qué es lo que atrae tanto misterio. Los Leones se amontonan en una mesa de
billar, como todos los días y ninguno de ellos está tomando nada. Max se ve
en un rincón, bastante malhumorado, mira hacia la barra con expresión de
deseos de asesinato.
—Bueno… ¿vas a decirme o no? No veo nada raro, sólo que no hay
alcohol en sus manos…
—Ajá.
Litio Elisa D’ Silvestre
Adela
Encontrar esta hermandad es como un maldito milagro para mí.
Fue sólo poner un pie dentro que me sentí como en casa, sin importar
el ejército de hombres oscuros amontonados ahí dentro. El primero que se me
acercó al ver mi cara nueva fue León. Confieso que el tipo con su grandeza y
vestimenta me hizo dar un paso atrás, pero cuando sonrió todo el miedo se
escapó por la ventana. Sus ojos contaban una historia diferente y no tan ruda.
Estiró el brazo para darme la mano y acepté el saludo.
— ¿Qué trae por acá a una chica tan sola a esta hora tan tardía?
Eran las dos de la mañana, estaba muerta de frío y hambre, y
desesperada para que me aceptaran aquí porque no me quedaba otra opción.
—Soy Adela… me pregunto si están necesitando empleada…
Él entrecierra los ojos, mirándome de arriba abajo. Después mira
cómo cada uno de los hombres entra y sale de detrás de la barra, rompen
botellas y derraman más alcohol del que ingieren.
Litio Elisa D’ Silvestre
10
Adela
Llevo sólo una hora trabajando y los Leones están que rasguñan las
paredes. Lo primero que hice al llegar fue limpiar el desorden que quedó de la
noche anterior. Algunos me pidieron algo de tomar, y me negué a servir, y
cuando intentaron pasar detrás de la barra casi se arma una guerra, por
suerte estos hombres respetan a las mujeres y no se pusieron muy violentos
conmigo. No es que yo les tenga miedo, es sólo que son demasiados y ni
siquiera en mis peores ataques de violencia podría derribarlos.
Tengo el control y León les ha comunicado las nuevas reglas.
Unos pocos se ven resentidos conmigo, pero tendrán que
acostumbrarse. Prefiero mantener a raya unos pocos tipos sobrios
malhumorados que toda una manada de borrachos.
Todo está limpio sobre las seis de la tarde y entro en la pequeña
cocina del fondo para dejar los últimos vasos sucios que recogí por el lugar
junto con el montón, para poder lavarlos todos en una tanda.
Uno de los chicos entra por la puerta trasera y me sonríe. Él se ve
amable y, además, está fuertísimo. Tiene esos ojos de perro siberiano que
matan a quien sea. Como un lobo. Y cuando mira fijamente puede hacer a
cualquiera temblar. Lleva el cabello corto en los laterales y la nuca, y suaves
mechones rubios oscuros caen sobre su frente. Si no le hubiese prometido a
León que mantendría mis manos en mis bolsillos no podría negarme a buscar
una probadita. El Perro, así le llaman, se ofrece a ayudarme y no me niego,
prefiero terminar a tiempo y tener los vasos listos para las nueve.
Salgo en busca de unos trapos limpios que vi antes en los estantes
bajos de la barra y me encuentro con uno de los hermanos rebuscando en la
heladera recién abastecida. Aprieto los dientes y voy derechito a él, hecha una
furia. Me detengo justo detrás de su espalda ancha y me cruzo de brazos,
pareciendo lo más ruda posible. Van a respetarme, y lo harán más rápido que
tarde.
— ¿Qué mierda estás haciendo detrás de mi barra?—le suelto.
El tipo se da la vuelta con un agua mineral en la mano y me
desconcierta un poco, subo la vista muy despacio y me topo con un cuello
Litio Elisa D’ Silvestre
sentado justo a mi lado y ha sido de gran ayuda esta noche. Parece que tengo
un pequeño ejército cuidando mis espaldas, eso me hace sentir muy animada.
Voy dejando cada una de las botellas sobre la barra mientras preparo
el trago, concentrada en no pasarme con ninguna sustancia. Justo cuando lo
termino y lo revuelvo, veo a Max estirar la mano para robarse una de las
botellas. El impulso es demasiado fuerte como para pensar en lo que voy a
hacer, sólo tomo el cuchillo en el estante de abajo y de un solo movimiento
limpio lo clavo entre sus dedos y la botella de vodca. No quita la mano como
reflejo, sólo la deja apoyada y sus ojos vacíos buscan los míos. A mi lado León
y El Perro detienen el aliento. Sí, sé que fue peligroso y podría haberle hecho
daño pero de alguna forma tiene que parar.
—Max…—pronuncio su nombre por primera vez, a él no parece
gustarle—. Lo que necesitas ahora es ir a dormir, despejar tu cabeza…
No está borracho y, por lo visto, hacía demasiado tiempo que sus
compañeros no le veían así de fresco.
—No perjudicaré el ambiente si es eso lo que temes—carraspea, se
frota los ojos como si le dolieran—. Sólo dame una botella y me iré, no crearé
disturbios, nunca lo hice, no empezaré ahora.
No desvío mi mirada de la suya.
—No es por perjudicar el lugar… no dejaré que te arruines, no bajo
mi control…
— ¿Quién carajo te crees que sos? ¿Dios? ¿Bajo mi control? ¿Qué
mierda es eso?—da un paso lejos y camina enfurecido hacia la puerta—. ¿A
quién carajo metiste en el bar, León?—le grita al jefe, luego desaparece de la
vista de todos.
León me guiña un ojo, conforme con mi conducta. Todo vuelve a la
normalidad anterior y nadie intenta ponerme a prueba otra vez, tratando de
hacerse con otra botella.
Mientras el tiempo avanza sigo buscando a través de los leones la
mirada fija de la Máquina, siempre encontrándolo sobre mí. Como una
estatua en el mismo lugar, con la misma posición y expresión inescrutable en
su rostro. ¿Cómo es capaz de mantenerse así de quieto por tanto tiempo?
En una oportunidad de tantas, enlazamos nuestras contemplaciones y
pruebo con ser simpática, enviándole una leve sonrisa, sólo para terminar
desconcertada cuando responde frunciendo más el entrecejo y apretando la
mandíbula.
Litio Elisa D’ Silvestre
11
Santiago
Esa chica está malditamente loca. Loca de remate.
Intenté estrangularla hace apenas dos noches y reacciona viniendo a
este lugar, colándose en mi vida diaria como si fuéramos amigos o algo por el
estilo. Está loca y yo lo estoy más por pensar que es valiente, decidida y dura
como la mierda.
Niego con la cabeza en la soledad de mi habitación. ¿Qué es lo que la
hizo venir? Seguro que no mi forma de estrangular y dejarla inconsciente.
Realmente cree que le hice un favor esa noche en el puente, que la agredí para
ayudarla. Tal vez lo hice, pero al principio, cuando la vi desaparecer de las
barandas lo único que quería era matarla. Porque no estaba valorando su
vida, y odio cuando las personas se rinden. Sin embargo, algo en su forma de
defenderse y devolverme el golpe me hizo parar. No creo que haya querido
ayudarla, ella está equivocada.
Quise matarla, lo deseé, y sus ojos espejados nublados por la
interrupción de oxígeno me detuvieron. Y la forma en la que rogó con ellos
para que la dejara ir. Supuse que, después de todo, ella quería vivir. Si hubiera
sabido que se colaría de esa forma en mi vida la habría terminado.
Si hubiese sabido que crearía en mí una especie de obsesión, habría
acabado lo que empecé para después tirar su cuerpo al rio. Sin embargo no lo
hice y ella está aquí, pero no hay nada que me haga quererla cerca. Nada.
Espero sentado en la cama hasta que amanece, mi cerebro lleno de
Adela y mi cabeza gacha, sopesando las posibilidades. Justo antes de meterme
en la cama concuerdo en que me mantendré alejado, cueste lo que cueste.
Pero mi promesa a mí mismo dura muy poco, porque a la tarde
siguiente ella está en su nuevo lugar, detrás de la barra limpiando y
controlando todo con los ojos, y mi atracción hacia ella crece y funciona como
un imán. Nuestras miradas se entrelazan enseguida, como si intuyera mi
presencia y me buscara para verme sólo a mí.
La mayoría de la gente no logra mantenerme mucho rato la mirada,
porque sostener los ojos en los míos los pone nerviosos como la mierda. Me
había acostumbrado a eso, y ahora tengo que mentalizarme de que sí existe
Litio Elisa D’ Silvestre
para lamerse el labio superior. Siento como si me atragantara por eso, pero lo
disimulo bien.
—Tenés problemas…—susurra.
Se separa un poco e intenta arrastrar sus codos lejos, sin embargo mi
mano sale disparada y aprieto su fina muñeca entre mi índice y pulgar, el
resto de las yemas de mis dedos apoyados en el pulso de sus venas azules.
—Tenés problemas…—repito.
Porque considero que ella tiene los suyos, sino no habría querido
saltar del puente. ¿Cuál de los dos más demente?
Asiente, y me da una media sonrisa diabólica.
—Quizás tengamos que solucionarlos juntos.
Se suelta en mi momento de desconcierto y mientras se levanta me
sopla un beso, después vuelve con tranquilidad a su zona de trabajo y yo me
mantengo estable en mi silla.
Esa noche rompo mi récord y la contemplo por mucho más tiempo
que la anterior, ella lo nota y se ve encantada por eso.
Adela
Las noches se convierten en un tira y afloja entre la Máquina y yo. Y
eso no puede erizarme más. Mi trabajo no sería ni de cerca tan entretenido si
el hombre no se sentara en la mesa del rincón sólo para aspirarme con sus
ojos. Todavía no he descubierto mucho sobre él, sólo lo poco que algunos de
los chicos me cuentan. Que es casi nada.
Dos semanas pasan y estoy empezando a sentirme mejor, tanto física
como mentalmente. He ganado peso y no ha habido ni siquiera un solo
principio de ataque. No he caído en depresión, ni he estado eufórica por
mucho tiempo, aunque no puedo negar que la adrenalina se me dispara
cuando estoy cerca él. Sin embargo sé que debo conseguir mis medicaciones,
urgente. León parece notar que me hace falta dinero, aunque trato de que
nadie se dé cuenta de ello, él me da un pequeño adelanto y sin saberlo me
brinda la ayuda que necesito.
Lo primero que hago al día siguiente es un viaje de veinte minutos a
la ciudad y caer en mi proveedora del pasado. La mujer me reconoce y me
mira fijamente de reojo, algo nerviosa y sorprendida al entrar. No pierdo
Litio Elisa D’ Silvestre
tiempo y le muestro las recetas que, por suerte, no he perdido en todos estos
años. Retiro las cajas y salgo para volver subir a la SUV que uno de los
Leones conduce. Él me mira entrecerrando los ojos con sospecha, me alivia
que evite preguntar. Supongo que no todo el mundo conoce mi pasado
tormentoso y eso me gustaría que quede enterrado el mayor tiempo posible.
Después de las compras estoy encantada de volver al recinto y
prepararme para una nueva jornada en el bar. Así que entro en el mono
ambiente y meto los medicamentos en el cajón de la mesa de noche junto a la
cama, después me tomo una ducha.
Al salir me seco el pelo, lo ato en la nuca en forma de una larga y
ondulada cola de caballo oscura y me maquillo sólo un poco. Sí, también me
di el lujo de comprar maquillaje, sólo lo esencial, porque hace demasiado
tiempo que me privo de ello. Me encantaba pintarme los labios de rojo y
estirar mis pestañas con rímel. Lo hago, y me satisface saber que esta vez no
habrá nadie que me atosigue con críticas y me grite que parezco una puta que
ensucia el apellido de la familia.
Me coloco un par de vaqueros que ahora estoy empezando a rellenar
muy bien y una camiseta negra algo escotada, ya que las marcas de mi cuello
desaparecieron por completo. Concuerdo frente al espejo que me veo bastante
bien y que ya la palidez de mi rostro no se ve enfermiza, sino atractiva. Opino
que mis ojos jamás brillaron así en mi vida. Tan limpios, saludables y
decididos.
Esa noche mientras sirvo algunos tragos y limpio las marcas de agua
de la superficie de la barra, me concentro sólo en el chico del rincón. El que,
seguramente sin querer, acapara toda mi atención hora tras hora. Me intriga,
me atrae y me vuelve loca de muchas maneras. Mucho más de lo que soy
naturalmente.
De nuevo no puedo resistirme a acercarme e intentar entablar una
conversación, por más sola que él me deje hacerlo. No habla, pero me gusta
dirigirme a él, porque sé que me escucha y remuevo sus reflexiones un poco.
Le gusto. Lo noto porque sus pupilas se agrandan y se comen todo el azul
medianoche de sus irises cuando estamos cerca el uno del otro.
— ¿Jamás vas a decirme tu verdadero nombre?—es lo primero que
digo.
En vez de sentarme en la silla frente a él, me quedo de pie con mis
nalgas apoyadas levemente en la mesa. Él tiene que levantar la vista para
Litio Elisa D’ Silvestre
Santiago
La chica está jugando con fuego.
Realmente no tiene ni idea del peligro que conlleva hacerlo cuando el
contrincante es un hombre al que llaman “La Máquina” por su frialdad y
barbarie a la hora de matar. Ella lo vivió, sintió mis grandes y heladas manos
intentar arrancarle el alma del cuerpo. Y sabe muy bien que disfruté hacerlo.
Sin embargo aquí está, intentando sacarme del círculo de control, sin saber de
lo que soy capaz de hacer cuando me salgo de la carretera.
Adela es una joven descontrolada, con sólo verla a los ojos uno se da
cuenta de que ha vivido muchas cosas a lo largo de su corta edad, y eso la
hace distinta. Su valentía de pararse frente a mí e insinuarse de forma tan
espectacular demuestra su fortaleza, su insensibilidad al miedo. Y su
incapacidad de distinguir el peligro cuando anda cerca.
No quiero lastimarla, no obstante, todo mi ser lo desea tanto que las
venas me pican y el pecho me estalla de adrenalina.
Adela quiere un revolcón sobre esa misma barra, yo ansío arrastrarla
por el mismísimo infierno hasta que no le quede ni un ápice de fuerza para
sostenerse. Hasta que yo haya drenado todo lo que tiene para darme, y la deje
por completo vacía. Quiero eso, como nunca antes quise nada más.
Y al mismo tiempo sé que no está bien, que durante el proceso lo
disfrutaré y que al final no podría verla tan muerta en vida a causa de mí.
Entonces tendría que matarla, antes de que intente volver al borde del puente
y saltar.
Litio Elisa D’ Silvestre
12
Adela
Santiago
— ¡Explotaron las malditas SUV!—grita El Perro, indignado.
Salgo de la cocina dejando encerrada ahí dentro a Adela y me
encuentro con que la mitad de los Leones están afuera, viendo los dos
vehículos convertidos en bolas de fuego. Una S con pintura verde neón recién
pintada en el asfalto de entrada al recinto. La insignia de las Serpientes.
Hijas de puta.
Litio Elisa D’ Silvestre
Está boca abajo, así que lo pateo para darlo vuelta y verlo. Tiene el
mango roto de la copa de cristal en el costado de su garganta, Adela le cortó
la yugular insertándolo.
Carajo, esta chica está llena de sorpresas.
Dos de los chicos vienen y se llevan el muerto, yo me decido volver
adentro del bar mientras el mini ejército se pone en guardia, rodeando el
recinto, ya con sus armas preparadas por si viene otro ataque.
Adela está en una silla, rodeada, mientras la revisan con atención,
León la observa preocupado y El Perro se sonríe a sí mismo. Como orgulloso.
Sí, la maldita chica se enfrentó sola a dos malditos asesinos violadores que se
la habrían llevado sin dudar y habrían hecho lo inimaginable con su cuerpo.
Trago saliva y me siento en la mesa, junto a ella. La observo fijamente
sin perderme la circunferencia de pestañas que rodean sus redondos ojos
espejados. Está frenética pero no de la manera normal en una chica que acaba
de asesinar a una persona, sino que está orgullosa de sí misma por vencer a
dos gorilas. Por salvarse.
Deja de hablar con León y clava los ojos en los míos, entonces todo su
semblante cambia y se vuelve furia pura y caliente. Se pone de pie y me da
una cachetada que retumba en todo el lugar. Los Leones llaman al silencio,
horrorizados y sorprendidos, miran de uno al otro con nerviosismo.
— ¡Maldito bastardo!—aúlla desquiciada—. ¡Me dejaste encerrada ahí
adentro!—frunce los labios con rabia.
Los demás tragan saliva e intentan alejarla de mí, creyendo que se
viene la verdadera tormenta. Me cruzo de brazos, me apoyo contra el
respaldo de la silla demostrando pereza y despreocupación. Todos detienen el
aliento. Yo, en cambio, sonrío.
Sonrío.
Por primera vez en años, muestro mis dientes y no de manera
siniestra, sino con verdadera diversión.
Litio Elisa D’ Silvestre
13
Adela
Los siguientes dos días “La Máquina” se reporta desaparecido. No hay
rastros de él por ningún maldito lado, y el no tenerlo en el rincón habitual,
comiendo mi ser con la mirada, me pone los pelos de punta. Ni hablar del
grupito de putas que remolinean de acá para allá tratando de llamar la
atención de los hombres. Son cinco, y al llegar y encontrarse con que otra
mujer estaba encargada de la barra se vieron resentidas. Supongo que quieren
acaparar toda la atención sólo para ellas, y les molesta mi familiaridad con el
clan.
Desde que maté a esa serpiente en el patio trasero cualquier tipo de
rencor y duda sobre mi presencia aquí se esfumó, todos me respetan. Incluso
Max, que ya no se ve molesto porque sólo le sirva dos veces por noche.
Fue terrorífico escuchar cómo la puerta de la cocina que da al patio
trasero era pateada, los dos tipos gigantes con chalecos horrorosos se
precipitaron hacia adentro y lo primero que hice fue lanzarle al primero los
pedacitos de vidrios que había estado juntando antes con rabia, porque La
Máquina me había encerrado sola. La serpiente se echó hacia atrás como si la
hubiese quemado con aceite hirviendo, sus ojos se inundaron de sangre y cayó
al suelo, ciego y en pánico.
El compañero pudo luchar un poco más, me tomó por la cola de
cabello y tironeó de mí hacia afuera, quería llevarme lejos del recinto. Sin
embargo me activé y me di cuenta, entre la niebla de miedo que espesaba mi
mente, que llevaba el mango de la copa rota en la mano, tan apretado y que
debía defenderme. Me costó zafarme del agarre de acero del tipo, y cuando al
fin lo hice, caí de espaldas en el césped con él encima de mi cuerpo, intentando
reducirme. Fue cuando sonrió, mostrándome esos apestosos dientes sucios y
hediondos, que todo en mí hizo click. Como un interruptor. No esperé más y
clavé el mango con todas mis fuerzas en su cuello. La sangre saltó y manchó
mi rostro y mis ropas, sin embargo no me importó, sólo salí de debajo de él y
corrí hacia adentro de nuevo. Allí fue, en la puerta, que me choqué con La
Máquina y mi corazón sintió alivio.
Litio Elisa D’ Silvestre
Aunque un rato después, todo lo que me invadió fue bronca hacia él,
por dejarme encerrada allí como si yo fuera una débil chica que tiene que ser
protegida de cada maldita cosa que pase afuera. Me alcé sobre mis pies y le di
una cachetada con mi palma abierta que dejó a todo el clan enmudecido. La
piel de mi mano picó como el infierno y me sentí satisfecha porque su mejilla
debía de estar igual.
Todo el mundo se quedó esperando su reacción, y yo misma supe que
él podía llegar a hacer cualquier locura estando enojado. Sin embargo, pasó
algo que nos dejó a todos sorprendidos: él sonrió.
Me sonrió. Y fue muy raro verlo así, porque nunca lo había hecho antes
y su rostro se vio, si puede ser, más salvaje que nunca. Después sólo se
levantó de su silla y caminó con letargo hacia la puerta de entrada,
desapareció de nuestras vistas.
Yo no lo he visto desde entonces.
—Sírveme una de tequila—se presenta ante mí una de las putas.
Su top es tan ajustado que sus tetas parecen estar a un solo tirón de
salirse por arriba del escote.
—Lo siento—para nada sueno amable—. No se sirve nada hasta las
nueve.
Ella me clava una mirada de párpados entornados y ceño fruncido.
Arruga la nariz con enojo. Sería más bonita sin tanto maquillaje y ropa
menos ajustada. Lleva el cabello rubio corto y despeinado, sus ojos son
negros y grandes, muy atractivos cuando mira fijamente. Aunque ahora
mismo no se ve linda fulminándome con ellos.
—Puta—sisea con los dientes apretados y se da media vuelta para
alejarse y volver con sus amigas.
Me sonrío por eso, la verdad, lo que ella piense de mí me tiene sin
cuidado. En realidad, no me importa lo más mínimo lo que el mundo tenga
para decirme.
Dos horas pasan antes de que se abra la barra y son las nueve en
punto cuando el grupito de gatas en celo se acerca a pedir sus bebidas, incluso
los Leones les dejan pedir primero. Mi sangre comienza a hervir, porque odio
que sean tan exquisitas para pedir una puta bebida. Que “no le eches demasiado
limón”, “ojo con la cantidad de licor”, “quiero que a mi bebida le pongas Cola light”
o “esto está fuertísimo, quiero otro”.
Pedazos de mierda.
Litio Elisa D’ Silvestre
Les dejo los tragos perfectamente hechos a sus medidas y ellas, en vez
de marcharse, se quedan a un costado y comienzan a hablar de los Leones
que—Dios me ayude—se comieron en cada una de sus visitas. Se encargan de
nombrarlos uno por uno, a ver si yo reacciono con los nombres. Ellas,
obviamente, piensan que yo estoy aquí porque me acosté con alguno o
algunos de ellos.
Como es evidente, no me interesa nada de los malditos penes que ellas
hayan chupado en este clan. Por mí, pueden pudrirse de sífilis o sida. Sin
embargo no pienso igual cuando las oigo nombrar a Máquina. El bastardo
hijo de puta tuvo el nefasto gusto de montar a este grupo de perras baratas.
Mi sangre comienza a bullir, como a fuego lento, y sólo me centro en bajar
los niveles de violencia. Cierro los ojos y suspiro llamando a la tranquilidad.
Él no es mío, no es de nadie, tiene derecho a acostarse con quien sea.
No es mío.
No-es-mío.
De todos modos, ¿cómo carajo puedo hacer para sacarme estos celos
de encima? Son fuertes y vienen a mí en fuertes oleadas. Quiero destripar a
las putas. Una por una.
—Hace un tiempo se la chupé… y lleva un piercing… ¡Oh, Dios! Fue
tan perfecto…—trago, e intento ignorar a la rubia cabello de erizo.
Parece que no es la única que pudo pasar su lengua por su enorme y
perfecto pene con piercing incluido. El maldito robot tuvo el paquete
completo de putas para disfrutar. La verdad, no sé por qué esto me descoloca
tanto y me pone tan rabiosa. No sé por qué, ni tengo derecho a sentirme de
este modo.
—Es frío, no quiso mirarme a los ojos ni una sola vez, sólo me obligó
a mantener la cabeza abajo… igual, eso no le quita lo excitante…
La rubia no para de hablar y quiero romper esta botella de vodka en
su hueca cabeza. Maldita desgraciada, se ha dado cuenta de que me afecta lo
que dice. Se da la vuelta y me enfrenta cara a cara.
— ¿Y vos? ¿No te montaste a la Máquina? ¿No se la pudiste chupar
todavía?—sus ojos oscuros brillan con saña, me mira de arriba abajo
estudiando mi atuendo sencillo de color negro—. Um. Él no es tan
exigente… podría ignorar la poca gracia que tenés y llamarte algún día de
estos… él sólo vendrá y te dirá una única palabra que…
Litio Elisa D’ Silvestre
Santiago
He estado divirtiéndome con la Serpiente ciega estas dos últimas
noches, sólo abandonaba el garaje de tortura para ir a dormir, al amanecer. Y
despertaba en la tarde para retomar mi trabajo. Necesitaba esto, derramar
sangre entre mis dedos. Ver partes del rompecabezas separarse. Huesos
quebrarse. Y lo hice, bebí de esa satisfacción salvaje que llena mi cuerpo de
energía y adrenalina.
Litio Elisa D’ Silvestre
14
Santiago
No soy la clase de hombre que se fija en los detalles y alaba a las
mujeres que se arreglan. Por eso me sorprendo a mí mismo al fijarme en los
labios rojos de Adela cada vez que me la cruzo, que se ven como un enorme
cartel de neón que pide: “bésame”. Malditamente mal. Y yo nunca beso.
Nunca.
La última vez que besé los labios de una chica tenía diecisiete.
Besé a Lucía hace cinco años en un momento de desesperación por
recuperarla, pero no cuenta como un beso, sino como una súplica. Creía que si
ella volvía a mí, mi alma también lo haría. Estaba confundido, no sabía si
deseaba volver a ser normal o seguir caminando en las tinieblas. No tardé
mucho en descubrir que mi nuevo yo era mucho mejor que el anterior.
He tenido relaciones sexuales desde que salí de esa cárcel en aquel
país tan lejano y he besado cada punto de cada cuerpo femenino que disfruté,
sin embargo, no he vuelto a besar otra boca. Y ahora aparece ésta chica con
todo ese descontrol acechándola vaya donde vaya; esos ojos del color del cielo
en los días de verano que se espejan cuando se llenan de deseo o furia; esa
boca llena que pinta de rojo todas las noches y ese temperamento de los mil
demonios… Quiero besarla.
Por primera vez en años ansío besarla. Besarla hasta que pierda el
sentido. Besarla hasta que le duelan los labios. Hasta que se dañen y sangren.
He vuelto al punto de partida, a la mesa del rincón, a mis noches de
inmovilidad absoluta y mi escrutinio incansable. Y puedo ver cómo mi
presencia la enciende de maneras distintas. La conexión de nuestras miradas
no necesita de palabras, y eso es lo que más parece gustarme.
Se suponía que debía quedarme en mi molde, en mi lado de la línea.
Pero necesito algo que hacer en las noches, y ya no hay cabezas para
arrancar. Y la sed de ella no se detiene.
Me pregunto hasta cuándo resistiré.
El lugar está tranquilo hoy porque León se llevó a más de la mitad de
los chicos a un negocio que se tenía pendiente. Generalmente yo estoy entre
los elegidos, porque le gusta tenerme a su lado, mi reputación incomoda a los
Litio Elisa D’ Silvestre
clientes e impide problemas de cualquier tipo. Pero esta vez me pidió que me
quedara, junto con El Perro, para cuidar el recinto. No tenemos que
descuidarnos ya que las Serpientes parecen estar planeando alguna
emboscada o cosa rara. Ellos no van a rendirse, quieren esta zona para ellos
porque es más accesible para ciertas actividades fuera de la ley.
Desde mi posición en la mesa del rincón veo a Adela sonreír mientras
habla con El Perro detrás de la barra, no hay nadie pidiendo, hoy se ve que
tiene bastante tiempo de sobra. Su zona de trabajo siempre está limpia y
ordenada y su responsabilidad es una de las cosas que más le gustan a León.
Su temperamento y valentía entre ellas, también.
En un momento él asiente a algo que dice y ella le palmea el hombro
amistosamente antes de salir y caminar hacia la puerta delantera para salir de
la estancia. Me quedo un rato sentado, El Perro se me acerca y se sienta
frente a mí, hablamos sobre el mensaje que León nos envió a los dos, diciendo
que el negocio va bien y tienen pensado volver antes de tiempo. Después uno
de los chicos lo llama para que le sirva alguna copa y yo salgo de mi lugar
para ir afuera. A buscarla.
De verdad, ya parezco un maldito perro faldero y maricón.
La encuentro metida en su abrigo negro, cruzada de brazos y con la
espalda apoyada en la pared, está ensimismada en algo dentro de su cabeza
con la vista al frente. No me doy cuenta de que está fumando hasta que la
tengo lo suficientemente cerca para distinguir el cigarro entre sus dedos.
Levanta los ojos y estudia mi acercamiento con los párpados
entornados de manera despreocupada. Parece ser el único ser humano que no
se pone en alerta al tenerme cerca. Y eso que intenté matarla una vez.
— ¿Me extrañabas ya?—pregunta soltando un poco de humo entre
nosotros.
Clavo mis ojos en los suyos sin abrir mi boca, sabe que no hablaré si
no tengo nada interesante que decir y menos responderé a algo como eso.
—Me enferma que seas un hombre de pocas palabras…—suspira,
exasperada.
Doy un paso más cerca y me decido a hablar.
—No podés estar acá afuera sola después de lo que pasó la otra
noche…—le aviso, por si no se había enterado—. Y eso… es lo que
verdaderamente te enferma…—señalo el humeante cigarrillo.
Litio Elisa D’ Silvestre
mismísimo instante en el que apenas los rosa que me alejo de un tirón hacia
atrás, como si me hubiese quemado.
Adela se queda algo sorprendida, clavada en el suelo, sus manos
colgando a sus lados. Aprieta los dientes y me fulmina con la mirada. Da un
paso en dirección a la puerta.
—Como quieras…—suspira, y me estremece escuchar el tono de la
resignación—. Algún día no vas a poder escapar…
Me da la espalda y sigue su camino, mentón en alto y espalda recta.
Sin darme otra ojeada entra y me despide con un portazo.
Sí, supongo que resquebrajé una pequeñita parte de su orgullo esta
noche.
Adela
Elegí encapricharme con el hombre equivocado.
Lo que acaba de hacerme ahí afuera no tiene nombre. Maldito
desgraciado. Es la clase de tipo que le muestra la bolsa entera de caramelos a
un niño y luego lo guarda todo para él. Estoy cansada de jugar al tira y afloja,
¿qué se cree? Cada vez que damos un paso hacia delante a la par, él termina
dando uno para atrás, acobardándose.
Es un maldito cobarde.
No sé por qué la gente le tiene miedo, es sólo un bicho raro. Un tipo
que perdió su alma y vaga por ahí sin emociones. No tiene nada para darme,
es hora de terminar con esta demente obsesión.
El resto de la noche persisto tan tranquila que El Perro me pregunta
varias veces si me encuentro bien. Es muy inusual en mí que ni siquiera me
niegue a entregar más de tres bebidas a los chicos, sólo las sirvo sin chistar.
“Reconócelo, Adela… él acaba de lastimarte”. Niego para mí misma, esa
maldita voz no puede volver a aparecer. Necesito positividad, es lo único
saludable para mi vida. Él no me lastimó, no soy la clase de chica a la que
lastiman.
“Tenés orgullo, niña. Claro que cualquiera puede lastimarte”
Muérete. Muérete de una maldita vez, hija de puta. Se suponía que la
negatividad se había ido para siempre. Carajo. Ahora aparece. Ahora que
Litio Elisa D’ Silvestre
15
Santiago
León y el batallón no han vuelto todavía, así que no me queda otra
opción que internarme en el bar y vigilar el ambiente. Además hay cuentas
que resolver, ya que hace más de dos días que el jefe no está, no querrá llegar
y ver el desorden de papeles justo encima de su escritorio. Su humor se
oscurecería y León no es un tipo que se pueda aguantar por mucho tiempo en
ese estado.
No hago más que abrir la puerta que veo al grupo de perras con sus
atuendos ajustados, amontonadas en un rincón mirando de reojo a una
enfurecida Adela, atendiendo a Los Leones. Después de que la ruda chica las
echara como perros pulgosos se atreven a volver, seguro alguna de ellas
quiere salir herida de aquí esta noche. Al menos la rubia de pelo corto no está
entre ellas, esa seguro entendió bien el mensaje.
Las esquivo como puedo y camino con despreocupación directo a las
escaleras que llevan a las oficinas de arriba. No puedo evitar que una de ellas
me alcance, más exactamente la morena que siempre está pendiente de mí y
se cuelgue de mi cuello tratando de llamar mi atención. Se frota con la
intención de encenderme y no funciona en absoluto. ¿Cómo mierda va a
funcionar si no me gusta que malditamente me toquen sin mi
consentimiento? Encierro sus muñecas con mis dedos y la separo de mí,
arrugando el entrecejo y la nariz. La derribo con la mirada, y ella se aleja un
poco dolida, entendiendo perfectamente el mensaje. Es hora de que sepa que
no obtendrá nada más de mí.
Subo las escaleras sin siquiera volver la vista al bar, ni a la barra. Sólo
haré lo que tengo que hacer y después dejaré al Perro a cargo. Hoy guardaré
mi momento para dar mi paseo.
Adela
No me he vuelto a acercar a La Máquina desde anoche, no lo he visto,
ni buscado con los ojos. Ni he sentido su presencia. Quizás ya se ha dado
Litio Elisa D’ Silvestre
cuenta de que me he dejado de joder con él, por eso esta noche no se
encuentra en su lugar habitual.
Y estoy tranquila, no me ha vuelto a atacar ese pánico que me provoca
el creer que estoy a punto de hundirme. Después de pisar la pastilla anoche,
sólo me desvestí, desmaquillé y caí aniquilada en la cama. Normal. Y me
aferro con todo lo que tengo a la normalidad, porque sin ella no soy nada.
Soy una chica descontrolada por naturaleza, nunca sé cómo enfrentar
mis intensos deseos y pensamientos, sólo concuerdo en que el control no me
agrada. Por eso evito mi medicación porque ella hace que el control caiga
sobre mi cuello como el filo de una guillotina. Y necesito el descontrol,
porque es mi verdadera esencia.
Mi personalidad.
Por el rabillo del ojo veo abrirse la puerta y mi sangre comienza a
correr rápido en mis venas cuando distingo el grupo de putas meterse y
recorrer el terreno con ojos hambrientos. Supongo que sí quieren morir a
causa de mis propias manos. El hecho de que la rubia con pelo de erizo no
esté entre ellas no me calma ni un poquito, las quiero fuera. ¡Y ya!
Comienzo a respirar con descontrol y a pisar el suelo con energía al
caminar, mientras atiendo a los chicos. Ellas sacan lo peor de mí. No puedo
ocultar mi odio. Por suerte se quedan alejadas, viéndome de reojo con cautela.
No me puedo resistir y les muestro el dedo medio, ellas se ven ofendidas al
instante. Eso me llena un poquito de satisfacción.
La puerta vuelve a abrirse y me tenso, olvidándome de las putas,
completamente perdida en el aura que desprende La Máquina y su forma de
mezclarse entre la gente que lo hace tan especial. Los ojos al frente, seguridad
plena en sí mismo, pasos pausados y letárgicos. Por Dios, él me pone a mil y
ni siquiera me ha echado un solo vistazo.
In Bloom de Nirvana comienza a sonar a todo volumen y el ritmo le
pega totalmente. Mis bragas se hacen agua. Y yo que quiero dejar de
obsesionarme con él. Ni siquiera me puedo dominar cuando lo veo.
Me sorprende que en vez de sentarse en su mesa, siga de largo,
esquivando a las putas, directo a algún lugar distinto en el bar. No puedo
quitar mi vista de él y su avance, entonces una de las morenas lo persigue
como perra en celo y se le cuelga del cuello. Le sonríe admirada, hipnotizada
por su áspera y oscura belleza. No consigo ver su cara, ya que se ha quedado
de espaldas a mí, así que no sé qué expresión le da a la chica, tampoco si es
Litio Elisa D’ Silvestre
sentir la punta del dedo entrar. Imita sus propios movimientos de cadera,
cada vez que su erección entra en mi conducto, el pulgar se interna más allá
también. El tercer orgasmo es tan eléctrico y devastador que me deja fuera de
combate, aspira todas mis voluntades. Termino casi inconsciente sobre la
tabla de madera.
Entonces él se saca a sí mismo de mi interior y prosigue
masturbándose, hasta llegar a la cumbre. Su explosión de semen sale en un
interminable disparo, derramándose en mis nalgas y espalda, dejándome
pegajosa y satisfecha. Sus gruñidos animales suenan como música en mis
oídos.
Dios, fue épico. Sabía que lo sería.
Él se retira, despacio acomoda sus ropas mientras me entre duermo
sobre el escritorio con mi culo al aire y mi abertura goteando. Lo siento
caminar y rebuscar entre los estantes y después se para a mi lado para
limpiarme con servilletas descartables. Acomoda mi ropa lo mejor que puede
y me ayuda a erguirme sobre mis temblorosos pies.
En el instante en que al fin lo miro a la cara creo que podría tener otro
pequeño orgasmo si no estuviera tan vacía. Arregla mi cabello esquivando
mis ojos.
—Máquina…—me las arreglo para decir.
—Santiago—él me interrumpe.
Le sonrío, encantada con saber, de una vez por todas, su nombre. Me
tropiezo torpemente contra él y entierro mi rostro en el hueco de su cuello,
oliendo su esencia. Sexo, masculinidad e irresistible intensidad.
Sonrío contra su piel como si estuviera drogada. Puede que ya no me
queden reservas para volver abajo y trabajar el resto de la noche.
Litio Elisa D’ Silvestre
16
Adela
Santiago me da su abrigo para que pueda salir y volver a casa para
cambiarme. Él me acompaña, silencioso, parece que no hay nada que decir
después de ese momento de tanta intensidad que compartimos. Y yo me
concentro en colocar un pie delante del otro con estabilidad, como si
estuviese borracha, incapaz de avanzar con claridad. Mi cerebro sigue
electrizado con flashbacks de la situación anterior. Y mi cuerpo está lleno de
secuelas. Estoy adolorida, erizada, agitada, adormecida. Todo al mismo
tiempo. Quiero entrar en la ducha, pero a la vez no. Esto no es como la última
vez que tuve sexo, no me siento sucia.
Me siento completa.
Como piezas perdidas del rompecabezas al fin unidas, sellando cada
rincón vacío. No exaltarme, ni formar una película en mi cabeza. Lo que
tenga que ser, será.
Nos detenemos en mi puerta, él mete sus manos en los bolsillos de sus
vaqueros y no hace ningún movimiento para entrar. No digo nada, sólo abro
y me interno más allá en busca de ropa limpia, dejo la puerta entornada como
una sutil invitación, aunque no la acepta. No hago más que meterme en el
baño que me horrorizo con mi imagen en el espejo. El rímel se ha corrido por
todos lados, dejándome enormes manchas de mapache, distingo leves
arañazos en mi cuello y brazos, y la mordedura en mi garganta es apenas una
mancha rojiza. Uso desmaquillante para limpiarme la cara y aseo mi cuerpo lo
mejor que puedo sin tardar demasiado.
La noche es joven y me queda trabajo por hacer.
Cuando salgo él sigue de pie junto a la puerta y me escolta de nuevo al
bar. Parece muy encerrado en su cabeza, quizás dándole vueltas a todo lo que
acaba de pasar. Me freno de preguntarle o decirle alguna cosa, entiendo que
esté tan callado. Al fin y al cabo, me encuentro taciturna también. Por
primera vez en mucho tiempo no estoy segura de qué decir.
Nos damos cuenta, al entrar, que el gran grupo ha vuelto de la
expedición y distingo a León de pie tras la barra, observando los alrededores
con ojos cansados. En el mismísimo instante en que nos ve, sus ojos brillan y
Litio Elisa D’ Silvestre
Santiago
Mientras acompaño a Adela a arreglarse trato de convencerme a mí
mismo de que lo que acaba de pasar es sólo una alucinación. Que no he
cometido el terrible error de someterla a mí en las oficinas. Pero con sólo
echarle un vistazo a su miserable estado mi corazón late al confirmarlo, y mi
pene semi erecto no ayuda a mi desesperada negación.
Litio Elisa D’ Silvestre
Yo no soy así, no doblo a una chica sobre una mesa y la monto de esa
forma tan desenfrenada. He perdido todo mi oscuro control cuando la he
visto furiosa con toda esa ropa rasgada, y que me llevara el diablo si no podía
hacerla mía en ese instante.
Es su temperamento, la forma en la que sus ojos brillan con ansias de
pelea, la línea fina de sus labios apretados cuando algo no le agrada. Y quiso
darme órdenes, quiso doblegarme también, que me parta un rayo en mil
pedazos si le permito hacerlo.
Quizás fue un error, quizás no. Sólo estoy seguro de que jamás me he
sentido tan bien en las profundidades de una mujer. Nunca me habían
gustado tanto los lloriqueos, la forma de arquearse y rogar sin palabras de
una mujer. Hasta hoy. Hasta que profundicé en ella y mi cerebro dejó de
conectar debidamente.
Estoy tan metido dentro de mis pensamientos que ni siquiera me doy
cuenta de lo lleno que se encuentra el bar por la esperada vuelta del batallón.
Sólo me percato del alejamiento de Adela, de vuelta a su trabajo y lo tensa
que se ve su espalda al caminar.
Me siento en el mismo lugar de siempre, tratando de olvidar cómo se
veían sus blancas nalgas siendo golpeadas por mis avances. La noche se va
alargando hasta que todo empieza a vaciarse, cerca de las cinco de la mañana.
León viene a sentarse conmigo y por su expresión seria me doy cuenta de que
tiene algo que decirme.
—No quiero que lastimes a la chica, Máquina—es lo primero que me
larga, sin rodeos.
No demuestro ninguna reacción a sus palabras, sólo lo observo con mi
rostro en blanco. Como siempre. Pero, por dentro, arden nuevos deseos de
levantarme junto a él y arrancarle la cabeza.
—Ella no es como las otras…
Inclino ni cabeza a un costado y lo observo, muy, muy fijamente.
Tanto que logro ponerlo nervioso, porque sabe que estoy pensando
muchísimos procedimientos para hacerle daño.
— ¿Has visto sus ojos? Ella es fuerte, pero no se sabe bien hasta qué
punto… siento como si hubiese algo en su cabeza que no está en su lugar
correcto la mayor parte del tiempo…
Litio Elisa D’ Silvestre
Seguramente para probar ese mismo punto, justo antes del amanecer,
me cuelo de la forma más fácil en el departamento de Adela sólo para verla
dormida profundamente. Su cabello húmedo me indica que se ha duchado
antes de entrar bajo las sábanas, el olor a coco y vainilla llena la diminuta
habitación y me digo a mí mismo que esa esencia tan dulce no pega en
absoluto con ella.
Al mismo tiempo que dejo caer mi observación en ella, como un
halcón, comienzo a sacarme la ropa. Y al quedar al completo desnudo, con la
montaña de ropa abandonada en el suelo, la descubro. Me encuentro con unas
mini braguitas blancas y una musculosa de tiras finas, rosa. Sí, mierda, parece
otra chica, lejos de la sombría aura que reparte por ahí.
Y me excita de todas las malditas formas posibles.
Suspira en sueños cuando comienzo a subir su camiseta hasta dejar
sus pechos al aire, de inmediato sus pezones rosados se arrugan y dejan a mi
pene a punto de estallar. Ella despierta cuando paso por su cabeza la prenda y
Litio Elisa D’ Silvestre
voy directo a sus bragas, sus ojos me miran, al principio, asustados después
confundidos al reconocerme.
— ¿Cómo…
No le doy tiempo a preguntar nada, sólo entierro mi boca en los labios
externos de su rincón, el que he querido chupar desde temprano, al verlo todo
resbaladizo por mí. Se tensa, sólo aflojándose cuando transito mi lengua de
abajo hacia arriba. Comienza a inquietarse, sus piernas tiemblan y los dedos
de sus pies se arrugan sobre las sábanas. Juego, me tomo todo mi jodido
tiempo para hinchar su clítoris hasta que no da para más. Después la penetro
con mi lengua y su entrada se aprieta y comienza a latir.
En sólo una noche he descubierto que esta chica se viene en tiempo
récord. Me pone desquiciado que jadee, se retuerza y se le escapen
retumbantes chillidos cuando lo hace, sus firmes senos bailan mientras la
atraviesa el clímax.
No me interesa esperar a que se recupere, me voy sobre sus pezones y
los muerdo uno a uno con todo lo que tengo, me deleito al oir cómo retiene el
aire por el dolor. Levanta una mano y entierra firmemente sus uñas en mi
cuero cabelludo para devolver el efecto. Adela nunca se quedaría atrás.
Inserto tres dedos medios en ella y grita sin esperarlo, no le doy tregua, creo
un ritmo y lo intensifico con rapidez, sintiendo sus resbalosos jugos entre mis
dedos. Presiono con vigor, las venas de mi antebrazo tatuado tensándose,
sobresaliendo.
—Santiago…—grita en el segundo round de sacudidas.
Entonces mi columna vertebral se tensa de un tirón y mis ojos se
espesan, peligrosos. Algo en su manera de pronunciar mi nombre me pone a
jadear como un loco. La sangre en mis venas se pone violenta y aprieto mis
muelas con fuerza. La ruedo sobre su estómago bruscamente, haciéndola
resollar con asombro, algo en mi interior ruge con la idea de hacerle daño.
Pero freno mis impulsos y me entierro desde detrás tan duro como mi cuerpo
me lo permite. Aúlla y eleva sus caderas del colchón para darme acceso a
enterrarme más profundo, pero no hay nada más que quede por entrar, estoy
enteramente enfundado.
Apoyo el torso sobre su espalda, aplastándola.
—Silencio—siseo en su oído.
Quiero desafiarla a hacerlo, porque sé que va a perder. Sé que la haré
gritar tanto que tendrá que pagar. Bombeo con fuerza dentro y fuera, no hago
Litio Elisa D’ Silvestre
pausas o detengo los avances, sólo golpeo con todo el ímpetu del que soy
capaz. Aún más violento que en las oficinas, la llevo a retener el aliento y
empieza a sollozar. Resbalo la palma de mi mano por la película de sudor en a
lo largo de su espalda. No aguanta más mi clase de invasión, y entierra el
rostro en la almohada para acallar sus gritos. Sin embargo, eso sólo me
estimula más.
La oprimo más en la espumosa superficie con mi palma en su nuca, no
la quito ni siquiera cuando hace ademán de querer separarse. Me sorprende
que no entre en pánico por la falta de aire, sin embargo, eso me hace querer
llevarla al límite. Hundo más su cabeza, sus manos buscan la mía y se sujetan
a mi muñeca, me rasguñan para que la suelte. Insisto.
Entonces, sin aviso alguno, se corre de nuevo, las paredes de su
vagina me estrujan y succionan con tanta vehemencia que me llevan por el
mismo camino. Dejo de sofocarla para sostenerme por encima de ella, la
escucho encontrar su primera intensa respiración al borde de convulsionar a
causa del orgasmo y su desesperación por conseguir aire. Y tengo que salir de
ella antes de perder el control y llenarla con mis semillas, termino
vaciándome contra su culo y espalda, como la primera vez.
A continuación vienen los minutos donde todo vuelve a ser pacífico.
Su hermoso y pálido cuerpo apenas se mueve y me apresuro a quitar el
montón de cabello oscuro que esconde su rostro, para asegurarme de que se
encuentra bien. Al instante en que mis ojos encuentran los suyos ella me
envía una lenta y cansada sonrisa. Un arco perfecto de labios llenos.
No me queda otra opción que convencerme de que esta chica es
malditamente perfecta.
Litio Elisa D’ Silvestre
17
Adela
Entre Santiago y yo se ha forjado una extraña relación. Nada normal.
Sólo nos mantenemos en nuestros lugares, estamos pendientes el uno del
otro, aunque no vamos más allá emocionalmente. Apenas hablamos, sólo
colisionamos nuestros cuerpos en la oscuridad escondidos de todo y todos.
Pocas veces compartimos charlas, él nunca me habla cuando nos cruzamos en
el camino del otro en mis noches de trabajo. Su rutina de descansar en la
misma mesa del rincón no ha parado, de hecho, se ha intensificado más. Y
cuando sabe que tendré algún momento de tranquilidad, lo acapara entero,
encerrándome en el cuarto donde guardamos los artículos de limpieza o en el
baño, o las mismísimas oficinas de arriba.
Generalmente, León hace ojos ciegos en cuando a esto que está
pasando entre uno de sus chicos y yo. Ignora las veces que nos ha visto
escaparnos para tener sexo desenfrenado en alguna parte. Es como si no
pudiésemos esperar a que mi noche termine e ir juntos a la cama. Santiago
sólo entró un par de veces a mi casa, tomó todo de mí y fue de la misma forma
en la que apareció , como si nunca hubiese estado allí.
Disfruto todo lo que él está dispuesto a darme, pero estaría mintiendo
si dijera que no quiero más que esto. Quiero que deje de penetrarme desde
atrás, que termine de esquivar mis ojos, y que al fin me permita besarlo en la
boca como una pareja teniendo sexo normalmente. Anhelo eso de él, aunque
lo escondo bien. No demuestro ningunas de las cosas que deseo y faltan entre
nosotros. Ha cedido mucho de él, según lo que he estado escuchando de los
chicos o las putas que vienen de vez en cuando, Santiago nunca da más de una
noche a una chica. Y hemos estado haciéndolo desde la semana pasada. Cada
maldita noche. A causa de ello comienzo mis jornadas dolorida, marcada y
exhausta.
Y no me importa nada más que pasar a través del día para al fin llegar
a la noche nuevamente sólo para verlo, abrir mis piernas y dejarlo entrar.
Cada vez que gimo su nombre mientras me hace llegar a los múltiples
orgasmos se pone algo violento, cambia su forma de actuar e intenta
provocarme alguna clase de dolor físico. Lo bueno de todo eso es que aquello
Litio Elisa D’ Silvestre
mezclado con el placer me lleva al límite del éxtasis y amo la forma en la que
combustiono gracias al combinado. Si quiere asustarme y alejarme, no le está
funcionando. Y, si realmente lo hace porque le gusta, es bienvenido para mí.
Estamos a mitad de semana, y por eso me encuentro viajando a la
ciudad para hacer los pedidos de bebidas que están escaseando, antes lo hacía
El Perro, pero ya que me estoy encargando de la barra, prefiero hacerlo yo a
mi estilo. Llevo la lista prolija y me dedico espléndidamente a esto.
Realmente hacía falta control en ese bar.
Mi actual conductor designado es uno de los novatos, él rodea la
manzana al volante de la SUV y se estaciona perfectamente frente a la
proveedora de la ciudad que venimos habitualmente.
Es una hermosa zona, rodeada de comercios, con la escuela principal
al final de la calle y una placita de juegos para niños concurrida y alegre.
Entro en las oficinas y recito el pedido a la recepcionista, mientras espero a
que lo remarque en la computadora, recorro el lugar con ojos distraídos,
perdida dentro de mi apabullante cabeza. En el mismo momento en que el
papel del detallado comienza a imprimirse veo a una mujer de largo cabello
del color del chocolate entrar en la placita con un bebé en brazos, ellos se
dirigen a una de las hamacas y comienzan a balancearse felizmente en una de
ellas. Sonrío y apenas hago caso a la chica cuando me tiende la factura.
—Acá tenés para controlar cuando lleguen las cajas—me asegura.
Tomo la hoja impresa y asiento.
—Muchas gracias—saludo y salgo corriendo fuera.
No dudo en cruzar la calle, directo a la placita para saludar a
Francesca y ver a mi sobrino de nuevo. Ella le está cantando una canción
infantil y Abel está sonriendo mientras me acerco. Me paro frente a ellos y
cuando la mujer alza la vista, deja de cantar y se tensa entera. Completamente
seria. Eso me hace dudar y doy un pequeño paso hacia atrás, sintiéndome de
sobra en la escena.
—Adela—dice, sorprendida.
Enseguida se levanta y viene a abrazarme, aunque mira para todos
lados completamente paranoica. Intento sonreír y hacer de cuenta que su rara
forma de actuar no me afecta. Tomo la manito del niño y la beso con cuidado.
— ¿Cómo estás, Francesca?—la miro a los ojos, demostrando enorme
sinceridad en mis pretensiones.
Litio Elisa D’ Silvestre
Una vez que llego al recinto mi mente vuelve a estar un poco mejor,
menos alterada por el encuentro con Francesca. Además no se me da más
tiempo para pensar, porque una chica, distinta a cualquier puta que frecuenta
el lugar, entra por la puerta como si fuera su casa. Sonriendo como una
maldita modelo de pasarela. Me quedo tensa tras la barra cuando va directo a
León y se cuelga de su cuello con indiscutible cariño, él le sonríe emocionado
con verla y la envuelve paternalmente. Se quedan abrazados por mucho
tiempo.
Su cabello es hermoso. Me deja hipnotizada. Largo, muy largo, fino y
lacio, lo tiene controlado con una larga trenza espiga que le pasa por el
hombro y cae hasta la altura del vientre. Es tan rubio que se parece más a un
color blanco, cerca de ser alvino. Me quedo con la boca abierta mirándola,
como cada uno de los Leones anclados en sus lugares.
Sigo pasando el trapo húmedo sobre la superficie de la barra sin dejar
de echarle el ojo. Mis venas se alborotan un poco cuando ella corre hasta
Santiago y se le cuelga como un koala de los hombros, envolviéndolo con sus
piernas en la cintura. Él no sonríe, sólo la sostiene y la aprieta contra él,
aunque se ve tenso y contrariado, puedo ver que tiene estimación por esa
hermosa chica.
“Mierda…no ahora.” Me susurro a mí misma. No ahora que es mío,
que lo tengo exclusivamente para mí. No quiero perderlo. No podría soportar
que se enganche a ella.
La chica apoya de nuevo los pies en el suelo y comienza a hablar con
él, sin parar. No distingo lo que dice, es muy rápido y parece estar
emocionada. Mientras lo hace, acaricia el frente de la camisa de él como si
estuviera arrugada. Quiero romper algo, la docena de copas descansando en
los aparadores parece una buena opción ante mis ojos. Sin embargo freno mis
Litio Elisa D’ Silvestre
Sin decir una palabra ni pedir permiso me ayuda a llevar más botellas,
al armario. Sin siquiera darnos cuenta terminamos convirtiéndonos en
aliadas.
Aunque no olvido que ella es muy cercana a La Máquina.
Santiago
Me alegra que Lucrecia esté de vuelta, se ve bien. Sana, brillante y
con muchas ganas de disfrutar la vida. Ella no ha parado de hablar desde que
llegó, va y viene por todo el bar. Un rato brindando ayuda a una Adela
sombría que evita mis ojos o tomando unos tragos con León y El Perro o
trayéndose la copa a mi mesa para charlar conmigo aunque yo apenas hable.
Está eléctrica y feliz de estar con nosotros nuevamente, y lo mejor de todo,
sin una pizca de cáncer en ella. Es libre, después de años luchando, desde hace
cinco años lo es y puede hacer con su vida lo que se le venga en gana.
La noche avanza y enseguida noto cuándo ha tenido suficiente con el
alcohol, así que le quito la copa de las manos. Está desenfrenada porque nada
de esto lo pudo hacer en la adolescencia. Me mira con ojos brillosos y me
sonríe completamente perdida en la nube que el licor formó en su cerebro.
—Entendí el mensaje, hermanito—me llama así en broma.
Siempre tuve el presentimiento de que ella no era de mi misma
sangre, algo había en su ser que me impedía creerlo del todo. Y estuve en lo
cierto, la basura de mi padre no podía engendrar algo tan puro, delicado y
dulce como Lucrecia. Sin embargo otro monstruo lo hizo, no está muy lejos
de la calaña de mi propio padre.
Con Lucas me pasó lo contrario, lo sentí como hermano en la primera
mirada, un vínculo invisible que sólo se sentía, ya que a la vista no éramos en
absoluto parecidos. Él tuvo la suerte de parecerse más a su madre, yo no. Soy
un clon andante de mi padre, cada vez que me miro al espejo lo veo
observándome con crítica. Jamás podré quitármelo de encima.
Otra única cosa que Lucas y yo tenemos en común es que, a la hora
de matar, no dudamos. Sin embargo, Lucas nunca estuvo bien con ser esa
clase de hombre, siempre buscó la redención para poder después
desprenderse. Y la encontró en Lucía. Yo, en cambio, estoy perfectamente
bien con lo que soy y mi forma de ser. Es algo que no cambiaré jamás.
Litio Elisa D’ Silvestre
Por eso no puedo dejar que nadie se apegue tanto a mí. No soy la clase
de hombre hecho para cosas simples, ni blandas. Me transformé en esto, y no
quiero imponerle a nadie la clase de sed que me invade día tras día. Nunca
seré comprendido, a los ojos de las personas soy sólo un loco. Un psicópata.
Nada por lo que valga la pena arriesgarse.
Y estoy en paz con eso. Es parte de muchas de las cosas que me
gustan de mí mismo. Sin cadenas.
Por todo eso estoy seguro de que lo que tengo con Adela no durará,
porque ella querrá más y cuando sepa de las cosas que soy capaz de hacer
saldrá corriendo. No obstante, aunque sepa que tengo que dejarla de una vez
por todas, ella sigue siendo mi maldito anzuelo, y yo soy como un pez
mordiendo, siempre cayendo en la misma trampa una y otra vez. Porque caer
se siente tan bien, que no importa qué tan catastrófico sea el final.
Lucre se levanta, tambaleándose y me pongo de pie para ayudarla, no
quiero que se caiga redondita al suelo y se haga algún daño.
—No voy a romperme, hermanito—me sonríe como una chica
drogada.
Se tambalea de nuevo y se ríe, para después poner una sonrisa
soñadora y apoyarse contra mí. Descansa su mejilla en mi pecho, y la dejo
porque no me gusta ser brusco con ella y, además, Lucas acaba de llegar para
buscarla. Veo el coche estacionándose en las afuera del recinto. León también
lo ve y viene con el abrigo de la chica semidormida, la ayuda a meterse en él y
después me deja para acompañarla afuera.
—Me siento tan bien—me murmura riendo mientras adelantamos.
Lucas se da cuenta del estado de su hermana y enseguida se baja del
coche para venir a socorrerla. Él, más que nadie, la trata como si fuera de
cristal delicado. Apenas nos miramos, él sólo toma a Lucre y la acuesta en el
asiento trasero del coche. Después, cuando se asegura de que está bien, viene
a tenderme la mano.
— ¿Cómo estás, Máquina?—le divierte el sobrenombre que los
Leones me pusieron, lo veo en sus ojos grises brillantes.
Me encojo de hombros, susurrando una pequeña respuesta.
—Bien…—me meto las manos en los bolsillos—. ¿Cómo están Lucía
y el bebé?
Enseguida se pinta una media sonrisa en su cara cuando los nombro.
El hombre está jodidamente enamorado de su familia.
Litio Elisa D’ Silvestre
18
Adela
Le echo llave a la puerta del bar y camino a casa sintiendo un vacío.
Acurrucada en mi abrigo, con la cabeza confundida y distraída. Después de
hacerme la difícil con Santiago esta noche, negándonos el contacto al que nos
habíamos acostumbrado tanto, él sólo se fue, como si no le importara una
mierda si me tenía o no. Y eso fue como un baldazo de agua helada en mi
cara. ¿Qué esperaba de su parte? Bueno, que… que me preguntara por qué
decía que no. Que le preocupara mi negativa. Eso sería una buena señal de
que se estaba encariñando conmigo de la misma manera que yo.
Pero no.
Las Máquinas no tienen sentimientos.
Entro en el ambiente oscuro que significa mi amado hogar y enciendo
las luces, suspirando. Otra vez, mis ojos caen en el cajón de la mesita de
noche, donde sé que están mis pastillas. Es una lucha interna. No sé cuántas
veces al día mis ojos van hacia allí, y una voz en mi cabeza grita que las
comience de una vez. Pero siempre hay algo que me lo impide, que me echa
para atrás, que me asegura que me encuentro fantástica y que no las necesito.
Me siento en la cama, mis ojos en la nada, mis hombros caídos. Desde
que La Máquina apareció en mi vida no he tenido la necesidad de medicarme.
Es como si su presencia fuera el mismísimo Litio. Como si su cercanía acabara
con la locura punzante en mi cabeza, logrando que el interruptor se trabe y
no se mueva. Me da miedo el hecho de preguntarme cuándo mi verdadera
esencia activará el aterrador click, porque hacerlo es como tentarla a revivir.
Me pongo de pie, dándome cuenta de que sigo con el abrigo puesto,
me miro a mí misma y, en vez de sacármelo y colgarlo, permanezco quieta,
sopesando las posibilidades. Sabiendo que si me quedo hoy en esta cama, sola,
enterrada en el silencio, sin una pequeña dosis de tacto rudo y desesperación
animal, no podré dormir y éste vació crecerá.
Quizás todo terminaría siendo un desencadenante.
¿Acaso la verdadera Adela se quedaría aquí sin luchar, sabiendo que
pueden existir oportunidades de obtener lo que quiere allá a fuera? Tal vez,
Litio Elisa D’ Silvestre
hay algo que pueda conseguir en todo esto. Quizás si demuestro de una vez
qué es lo que de verdad ansío lo obtenga sin más idas y vueltas.
Me permito tener fe, estiro mi espalda y alzo mi mentón con desafío.
Salgo de mi casa, volviendo a cerrar y camino con seguridad, pasando a
través de todos los departamentos con luces apagadas. Llego a la puerta
correcta y golpeo sin vacilar.
Si Santiago puede tener todo de mí sin siquiera pedirlo y encima
exigirme más, entonces también tendrá que ceder. Si yo lo hago, él lo hará.
Porque es el verdadero egoísta en esta historia, no yo.
Max abre la puerta y me deja anonadada al verlo arreglado por
primera vez. Se ha afeitado, sus ojos están limpios y ya parece un ser humano
normal y no un pobre cascarón destrozado. Me da una media sonrisa que
hace que la cicatriz en su mejilla se hunda en un pozo, me deja entrar. Me
quedo mirándolo fijamente, entonces caigo en la cuenta de que él ni pisó el
bar esta noche.
— ¿Qué has estado haciendo hoy, Max?—le pregunto, sin que me
preocupe lo entrometida que estoy siendo.
Mete las manos en los bolsillos y se encoge de hombros. Por primera
vez desde que lo conozco se cruza por mi cabeza lo atractivo que es, incluso
con esa terrible cicatriz que traza su mejilla izquierda.
—Sólo… encendí la tele y me cociné un omelette…—se rasca la sien,
despeinándose un poco—. Me quedé solo, intentando pensar… supongo.
Tartamudea y esquiva mi mirada, eso me dice que se siente
presionado con mi pregunta. Le sonrío, sintiéndome un poco orgullosa de él.
De que no hubiese ido al bar a emborracharse y ser malhumorado con todos.
—Mmm—carraspeo, ahora avergonzándome un poco—. Vengo a… a
ver a…
Asiente un poco divertido con mi dificultad de decir las cosas claras.
Él señala el pasillo con paciencia, sonriéndome por primera vez. Me hace
especular que tiene la sonrisa más bonita y aniñada que he visto en mi vida.
—La puerta de la izquierda—me indica.
Le doy una mirada cautelosa y le agradezco, sonrosándome, antes de
adentrarme más allá y, justo antes de que golpee, él se aclara la garganta para
decirme algo.
—Él… nunca duerme antes del amanecer… así que seguro está
despierto.
Litio Elisa D’ Silvestre
Asiento y trato de no analizar tanto lo raro que eso suena. ¿Por qué no
duerme antes del amanecer? No espero más, me decido a evitar golpear, sólo
entro sin avisar y adapto mis ojos a la habitación en tinieblas. Me encuentro
con la luz de la luna derramándose sobre el torso desnudo de Santiago, sus
antebrazos descansando debajo de su cuello. Enseguida sus ojos buscan mi
silueta y trago al distinguir su infaltable intensidad.
Sin dejar de vigilarlo, me quito el saco y lo dejo apoyado en el
respaldo de la silla que hay en el rincón. No permito que esta primera vez en
su habitación me intimide ni que su inmovilidad me vuelva insegura. Sigo con
cada una de mis prendas hasta quedar completamente desnuda, de pie al final
de la cama. Mi boca se seca al tiempo que me recorre entera, tomando nota de
mis apenas abultados pechos pálidos y mi entrepierna depilada.
Entierro mis rodillas en el colchón y gateo hasta quedar encima de él,
a horcajadas. Bajo mi cabeza, comienzo a besar su vientre, ascendiendo
lentamente a sus pectorales, sus pezones, su clavícula, sus hombros, su cuello.
Encierro entre mis dientes, levemente, la piel de su mandíbula.
—Se suponía que necesitabas un respiro… —sisea, cuando paso mi
lengua por su cuello hasta su oreja.
—Mentí—respondo.
Sus manos se elevan y acarician mis nalgas, las amasa, luego clava sus
dedos en ellas dejándome marcas. Mi respiración se altera. Toma un
momento para acomodarse, apoyando su espalda en el respaldo, mirando mi
rostro con una pisca de interés. Estoy segura de que sabe por qué mentí.
Busco sus ojos, bebo de ellos con los míos.
—Estabas celosa…—lo dice como una acusación.
Interna sus dedos en mis escondites, rosa mi entrada trasera, y
después se dirige hasta mis labios vaginales, curioseando. Me atraganto.
—Sí…—mi respuesta sale como un suspiro cansado.
Aleja su toque, traza una ruta desde mi espalda baja hasta mis
hombros.
—No hay motivo—carraspea entre la molestia y la excitación.
Niego, con los ojos cerrados, respirando por mi boca cuando se inclina
y muerde mis pezones, luego calma el dolor lamiéndolos con una lentitud
tortuosa. El sonido que hace con la boca en mi piel electriza mis
terminaciones nerviosas, erizándolas.
—Lo hay…—no me desvío de la lenta conversación.
Litio Elisa D’ Silvestre
Santiago
Abro los ojos escuchando una violenta bocanada saliendo por mi boca.
Lo primero que siento es el sudor cubriéndome, como una manta que intenta
protegerme de los recuerdos. Pestañeo en la oscuridad, de nuevo sé que me
dormí antes de que la luz cubriera mi cuarto. Doy un par de suspiros para
controlar mi respiración y los latidos de mi corazón, y en ese momento me
percato de un cuerpo cálido moviéndose debajo de mí. Me doy cuenta de que
me quedé dormido sobre Adela, con mi rostro metido en el hueco entre su
cuello y hombro.
Busco su rostro y me encuentro con que está despierta, sus enormes
ojos espejados atentos en mi expresión.
Litio Elisa D’ Silvestre
19
Adela
A la mañana siguiente me salgo de las mantas de Santiago sin que
éste se entere en absoluto. Está profundamente dormido y algo en su
semblante pacífico hace crecer un gigantesco y latente nudo en mi pecho. Lo
observo mientras me visto. Se encuentra boca abajo, su cuerpo cruzado en la
mitad de la cama, los brazos abiertos. Dormir durante el día es su momento
de paz interior. Es como un niño pequeño que le teme a la oscuridad, cerrar
los ojos en la noche no es, ni de cerca, una opción.
No pierdo los detalles del tatuaje que cubre su espalda completa. La
calavera me mira, me sonríe y se siente como si estuviera deseando quitarme
la vida. Todo lo que puedo ver en ese diseño es a la muerte. Cara a cara.
Me duele de una forma extraña entender qué tan oscuro es este
hombre. Sin embargo, lo quiero así, no lo cambiaría.
Me meto en mi abrigo, y aunque me cueste irme, lo hago. Necesito
una ducha caliente, un potente desayuno y quiero mentalizarme para llamar a
Francesca, si es posible quiero obligarla a que salga de la casa y venga a
quedarse conmigo. Creo que ese sería un buen comienzo, después veríamos el
tema de la denuncia, porque esa es una opción que no se debería dejar de lado.
Entro en mi apartamento y comienzo a quitarme la ropa con cuidado,
mientras tomo una ducha analizo los moretones que Santiago dejó en mi
antebrazo anoche, los roso con los dedos intentando no apretar tanto la piel
porque todavía me duele.
Después me seco y trato de ignorar las ojeras que resaltan en mi cara
por la falta de sueño, tengo que correr a limpiar el bar, anoche me salteé esa
parte. Y sé que si no lo hago nadie saltará a mí yugular por no cumplir con
mi trabajo, pero soy exigente conmigo misma. Quiero merecerme cada
centavo que gano.
Me pongo mi ropa negra y sin siquiera peinarme empiezo a hacerme
un café, rebusco en las alacenas encontrando un paquetes de tostadas
empezado y estoy mordiendo una cuando por el rabillo del ojo veo a alguien
acercarse a mis espaldas, no alcanzo a darme la vuelta con rapidez y siento un
fuerte tirón de cabello mojado sin tiempo a reaccionar. Jadeo.
Litio Elisa D’ Silvestre
aunque me esforzara al cien por cien. Me froto los ojos y me doy la vuelta
para volver, no llego muy lejos porque me choco contra León, que me
estabiliza para que no me caiga de culo en suelo. Él me agarra del antebrazo y
sin darme cuenta siseo de dolor, retirándolo de un tirón. Sus ojos azul claro
se ponen peligrosos, y ni siquiera me pide permiso antes de tomar mi mano
entre las suyas y subir la manga de mi camiseta.
Primero detiene el aliento, luego una enorme tristeza se refleja en su
expresión, se lamenta suspirando. Entonces echa una filosa maldición al aire,
tan repentina que me sobresalta, y sale de la cocina como un guerrero
vikingo, volando a través de las mesas, sillas y Leones. Lo persigo y grito
horrorizada cuando veo hacia dónde se dirige.
Santiago se levanta de su silla cuando lo ve venir, su expresión
inescrutable, pero parece que sabe lo que le espera. León arremete contra él y
de un único y poderoso puñetazo lo derriba al suelo. Mis manos tiemblan
mientras me apresuro hacia ellos y me meto en medio, mientras Santiago se
levanta del suelo con sus ojos brillantes de sed de sangre. Escupe una bola de
sangre. Pongo mis palmas abiertas en cada uno de sus pechos inflados con
violencia.
León lo señala con el dedo índice, su rostro rojo de ira.
—Estás malditamente fuera de este club, ¡ahora!—vocifera.
Comienzo a negar mientras tiemblo, mi cuerpo empezando a sudar.
—No… no fue él…—digo rogando con mis ojos al enorme tipo de
barba trenzada—. No fue él, León… No fue él…
Estoy mintiendo, pero, ¿qué puedo hacer? Santiago no me hizo daño a
propósito, sólo se aferró a mí en medio de una fuerte pesadilla. Algo en mis
ojos húmedos detiene la ensañada rabia de León, él me mira, lee mi miserable
mueca de dolor.
—Fue mi hermano, ¿está bien?—le digo—. Él… me agredió esta
mañana…
Suspira al cielo, intentando tranquilizarse.
— ¿Quién carajo es tu hermano y por qué no nos dijiste nada sobre
él?—me pregunta, perdiendo la paciencia.
Trago y busco mantenerme cerca del calor de Santiago, que aparenta
ya no estar tan enojado como hace unos segundos atrás. Puedo percibirlo
mirándome con intensidad.
—Álvaro Echavarría… es mi hermano—murmuro.
Litio Elisa D’ Silvestre
Santiago
Estuve toda la maldita noche imaginando lo peor, viendo lo muerta en
vida que Adela se veía. Y cada vez que me acerqué a preguntar si se sentía
bien me esquivó. Sus ojos opacos y su piel cenicienta me ponían violento de
todas las formas imaginables. Quise zamarrearla hasta que me mirara directo
a la cara y me dijera qué carajo le pasaba.
Todos los chicos veían el cambio.
Creí que me mantenía lejos por el daño que le hice anoche, el moratón
que dejé en su brazo. De todas maneras, asumí que ella habría salido
corriendo entonces y no ahora, un día entero después. Además sus ojos se
veían raros como si hubiese tomado alguna cosa relajante, o… drogas. Pero si
ella fuera adicta yo ya lo habría notado, todos lo habríamos hecho.
Cuando León salió de la cocina como un rayo, directo en mi dirección
con intenciones de cometer asesinato, lo supe: algo estaba mal y yo tenía
mucho que ver con ello. Recibí el puñetazo en toda mi mandíbula y me
derribó al suelo, el interior de mi boca se rasgó y sentí el gusto instantáneo
Litio Elisa D’ Silvestre
20
Adela
El otro lado de mi cama está vacío, lo sé incluso antes de despertar
por completo. Y me hace sentir fría, quiero que todavía esté conmigo,
ocupando casi toda la cama, que caliente las sábanas y me cubra con su
calidez.
Estoy dependiendo mucho de él.
Con ese último pensamiento abro los ojos y me encuentro con el sol
en lo alto, colándose por la ventana. Me obliga a entornar mis párpados
porque empuja un pinchazo en mis sienes. Una vez que me acostumbro a la
claridad me siento sobre el colchón, tratando de no ver el hueco que el cuerpo
de Santiago dejó en forma de rastro a mi lado.
—Buen día—una voz cantarina y refrescante me sobresalta.
Alzo la vista para encontrar a Lucre, de pie al final de la cama con una
mano en la cintura y otra sosteniendo en el aire una taza humeante.
— ¿Qué… qué—trago para despejar mi garganta—. ¿Qué estás
haciendo acá?
No sueno malhumorada, sólo extrañada por su inesperada presencia
en mi casa.
—Mi hermanito me llamó—me sonríe, y sin pedir permiso se sienta
en la cama a mi lado.
Sus enormes ojos azules me observan fijamente.
— ¿Quién es tu hermano?—le pregunto confundida.
Mete la taza caliente entre mis manos riendo. Huelo y arrugo la nariz.
—Chocolate…—me avisa—. Es como una broma… por un tiempo,
Santiago y yo creímos que éramos hermanos, pero después descubrí que mi
padre era otro tipo y blah, blah, blah… No somos nada pero sigue siendo como
de mi familia…
Le doy un sorbo al chocolate, sabiendo que mis celos de la otra noche
eran incoherentes. “Estúpida”, suspiro en mi cabeza. Miro hacia otro lado, me
imagino mis mejillas rojas de vergüenza por haber sido tan estúpida.
—Es curioso, porque cuando lo conocí no me cayó para nada bien, de
hecho, me daba un poco de miedo y desconfianza… la cosa empezó a andar
Litio Elisa D’ Silvestre
mejor con el tiempo, y parecieron mejorar todavía más cuando supimos que
no éramos de la misma sangre…
No digo nada, la escucho, tratando de no perderme nada porque habla
demasiado rápido y las expresiones de su cara cambian como las de un
portarretrato digital. Si bajas la mirada sólo un segundo te perderías un
montón de caras dulces. No creo que nadie quisiera perderse nada de
Lucrecia.
— ¿Dónde está él?—me animo a preguntarle.
—Tenía trabajo… por eso me llamó—sonríe.
Bien. Parece que me designaron una niñera. Me remuevo incómoda
cuando ella sale de la cama y se interna en la cocina para dejar la taza vacía
que le entregué. ¿Qué se supone que haga con ella?
Lucrecia vuelve y da un aplauso de entusiasmo.
—Estaba pensando… ya que estás mejor y la resaca ya se fue—abro
la boca para decirle que no estaba borracha, pero me detengo, da igual lo que
piense—que podemos ir de compras.
Me da una deslumbrante sonrisa.
— ¿Compras?—alzo las cejas, sorprendida.
Asiente haciendo balancear la interminable trenza espiga que cuelga
de su hombro.
—Mmm… yo… yo no soy del tipo de chica que va…
Resopla y sacude su mano en el aire para que no siga.
— ¡Oh… vamos! Será divertido, lo prometo—insiste.
Arrugo la nariz, disgustada.
—No tengo dinero para eso…—y es la pura verdad.
Pone cara de póker, y se lanza entera sobre la cama, haciendo rebotar
los resortes. Apoya el mentón en sus manos, sus codos en colchón. Me mira
con ojos brillantes.
—Eso no es un problema… soy millonaria.
Me rio, pensando que es broma, pero enseguida me freno cuando veo
que ella no me sigue el juego. Sólo me observa, su rostro sonrojado,
completamente en blanco.
—Oh…—suelto, no sé qué decir.
Ahora es el turno de Lucrecia comenzar a descostillarse de la risa por
mi sentimiento de bochorno.
Litio Elisa D’ Silvestre
Santiago
Me recosté junto a Adela pero no dormí hasta que el sol comenzó a
asomarse. La miré dormir por un largo rato, reteniendo en mis pupilas su piel
pálida y sus pestañas mojadas. Y la forma en la que se enroscaba en sí misma,
en una apretada posición fetal. A medida que el tiempo pasaba ella iba
aflojando sus nervios metida en el sueño, poco a poco, inconscientemente
buscando mi calor, cada vez más cerca de mi lado de la cama.
Me puso algo inquieto que ella se aferrara tanto a mí después de la
crisis. Me aterró la forma en la que me miró antes de caer dormida, como si
yo fuera su mundo entero.
Cuando al fin pude dormirme, sólo descansé un par de horas, porque
alguien golpeó la puerta despacio, buscándome. Abrí para encontrarme a
Max, sus ojos frescos, su imagen pulcra. Me habló por debajo de su abrigo.
Litio Elisa D’ Silvestre
débil en este juego. Tengo que reconocer que el calvo se las aguanta bien,
pero eso es porque no sabe lo que se le viene encima.
Conmigo hablan o hablan, sino pasarán días bajo tortura.
Nadie muere sin abrir la puta boca.
Adela
Arribamos el recinto un largo rato después de llenarnos el estómago
con el mejor almuerzo que he tenido el privilegio de masticar en mi vida.
Todo gracias a Lucrecia, que insistió en llevarme a comer a un lugar
fantástico. La verdad es que no pude resistirme, a esa hora, la ciudad estaba
atestada de olor a comida caliente que salía de los restaurantes, y mi
estómago pedía a gritos algo potente y delicioso. Acepté, y esa vez fue porque
realmente quería tener ese pequeño lujo.
Sin embargo, a lo que sí me negué fue a aceptar regalos de ella, y
descubrí, en sólo una hora, lo difícil que se volvía para alguien negarle algo a
ese ángel rubio que rogaba y ponía enormes pucheros en sus labios. Ella era
insistente, y no me quedó otra que volver a casa con un par de bolsas de ropa
cara colgadas de mi brazo.
Primero fue un vaquero azul claro, desgastado a la altura de los
muslos y las nalgas, no puedo negar que mi boca se abrió al verlo en la
vidriera. Lucrecia insistió en entrar para probármelo, le di el gusto sabiendo
que me negaría rotundamente a dejar que lo compre para mí. Fue cuando salí
del vestidor que su cara se iluminó y logró que me sonrojara.
—Es perfecto para vos…—suspiró—. Apuesto a que nadie sabe que
tenés un infierno de culo redondo y perfecto…
La miré completamente descolocada por su observación.
Sí, lo acepto, mis vaqueros me quedaban demasiado sueltos, pero no
para tanto. Además, sí que hay alguien que sabe la clase de culo que tengo.
No lo dije en voz alta, claro, Me metí de nuevo detrás de la cortina y sonreí
por eso. Al salir Lucre estaba de pie con una bolsa vacía en las manos, la abrió
y me miró, desafiante.
—Mételo.
Fruncí el ceño y, en vez de hacerle caso, doblé la prenda nueva e
intenté dejársela a la chica de la tienda. Ella se negó.
Litio Elisa D’ Silvestre
21
Adela
Esta noche el bar está algo vacío y el ambiente se siente raro. Estrené
mi ropa nueva con la idea de que Santiago estaría en el lugar de siempre para
apreciarla, pero no ha aparecido y, cada vez que pregunto por él, León y El
Perro cambian el tema, intentando ser disimulados.
Son un desastre mintiendo. Al igual que mi humor cuando se dispara
y deja de permanecer sosegado. Cerca de las tres de la madrugada estoy que
exploto de furia y esquivo a los chicos, completamente encrespada porque me
han estado engañando. León parece sentirse culpable, pero eso no me ayuda
en nada. Necesito saber dónde está Santiago y qué pasa con él. Es como si me
estuvieran protegiendo de algo en específico.
Y a esyo, se le agrega otra cosa que me tiene fuera de las casillas:
Max. Ha vuelto a beber, de hecho, llegó borracho al bar, se sentó en una mesa
y miró al vacío por dos horas seguidas. He querido acercarme a él, hablarle,
pero no me responde nada de lo que le digo y se ve como un maldito zombie.
Su pelo despeinado, su barba sin afeitar, sus ojos tan hermosos estropeados
por el alcohol.
Estoy en la cocina pensando en ello justo en el momento en que León
viene a rellenar un vaso con uno de los whiskies más caros que se encuentran
escondidos de los demás hermanos. Le clavo la mirada y me atrevo a
preguntar:
—Es alcohólico, ¿verdad?—sueno enferma.
Él me observa un rato y asiente, sus ojos cambian y se ven
entristecidos.
—Muchas veces intentamos curarlo, ¿sabes?… Desintoxicarlo y todo
eso…pero—niega, con derrota—. Por momentos es como si no fuera un
adicto… sin embargo, otras veces, parece como si no pudiera parar de
beber… suponemos que le duele algo por dentro e intenta anestesiarlo con
desesperación…
Al contrario de mi hermano, que cuando está borracho se pone más
violento de lo que es en estado fresco, Max sólo se enmudece, se aletarga y te
Litio Elisa D’ Silvestre
Se acerca tanto a la cara del pobre hombre que éste intenta hacerse un
ovillo para protegerse de él. Puedo ver toda la sangre que ya ha perdido, su
rostro está irreconocible por alguna paliza, supongo. Sus dedos cuelgan del
apoya brazos, inertes, completamente desencajados. La calva del tipo apenas
se puede ver bajo tanta sangre, y se ve como si hubiesen escrito cosas con
navaja en ella. Un escalofrío me recorre entera y sofoco un quejido, algo en
mí grita para que corra lejos, sin embargo, el resto sólo me obliga a quedarme
allí como una estatua, a no perderme nada de esto.
—Los Leones no perdonamos… el que comete errores los paga con su
sangre… y has cometido uno muy grave al meterte con nosotros…—sigue
diciendo, con el tono de voz completamente estable y poderoso.
Santiago se para frente a él, su espalda derecha, movimientos gráciles
y ojos brillantes con anticipación. Eleva el brazo que tiene la cuchilla y apoya
suavemente la punta del filo en la piel arrugada de su frente. El pobre hombre
tiembla, sus hombros suben y bajan con la respiración desesperada por el
miedo, cierra los ojos hinchados y amoratados, esperando lo peor. La media
sonrisa que su verdugo le brinda es diabólica y parece ser la señal para que su
mano empiece a descender, la cuchilla dejando un camino carmesí por entre
las cejas, encima de la nariz, la mitad de sus labios y su mentón, donde se
detiene.
Me muerdo el labio inferior haciendo una mueca, eso realmente tiene
que doler. Pero supongo que el calvo está en shock, ya que apenas ha gritado.
— ¿Qué tal si le enviamos un regalo a tu jefe?—pregunta, como si
fuera la mejor idea que se le ha ocurrido en mucho tiempo.
Busca los ojos del Perro con entusiasmo, éste se ríe y asiente,
encantado.
— ¿Qué será, Perro?— le cede la elección—. Decide… tenés el
privilegio.
El Perro se lleva el índice al mentón y finge estar pensando por unos
segundos. Después sus ojos brillan, también, deseando lo peor para el calvo.
—Supongo que al ser un espía… y bastante inepto, por cierto…
podría ser un ojo—cuando sonríe, muestra los dientes.
El calvo se sobresalta y comienza a rogar, llorando, pidiendo
clemencia. Santiago se aleja, y busca algo en un cajón que descansa en una
alacena, dentro resuenan como un montón de herramientas chocando.
Litio Elisa D’ Silvestre
22
Santiago
El hijo de puta era un espía enviado por Echavarría para vigilar la
vida que Adela lleva con nosotros. Juro que cuando soltó cada palabra quise
destriparlo lentamente a él y al maldito gobernador nariz parada por las
cosas que le hizo a su hermana. Porque no tengo dudas de que el tipo hizo
que ella creyera tener una enfermedad. Él tiene la culpa de que Adela esté tan
rota por dentro. Él tiene la culpa de que ella piense que está loca. Él va a
pagar. Voy a hacerlo pagar, me importa una mierda su personaje político o
qué tan rico sea. Voy a cortar su garganta, porque alguien que le hace eso a
su propia sangre no es una buena persona.
Es mierda y, como toda mierda, tiene que estar bajo tierra.
Salgo del garaje furioso, después de cortarle la garganta al maldito
espía y salpicarme gustosamente con su sangre. El Perro se encargó de meter
los ojos del tipo en una bolsa, para después enviarlos en un sobre a la casa de
Echavarría. La nota que escribió es corta, advierte que si no deja en paz a
Adela, él será el siguiente en la lista.
Doy pasos firmes por el claro que me lleva al bar, mis manos están
manchadas de sangre seca, y mi rostro se salpicó cuando corté su garganta.
No me lavé todavía, quiero ir directo a la ducha. Me cruzo a León a medio
camino e ignoro su expresión de disgusto al mirar mi estado, soy un maldito
carnicero y que me parta un rayo si no lo disfruto.
—Adela tenía dolor de cabeza, hace un buen rato se fue a casa—me
avisa.
Doy una cabezada en agradecimiento por la información. Es mejor, no
sería nada bueno que me viera en este estado. Todavía siento bullir la
adrenalina en mis venas, no me vino el bajón aún. Supongo que me durará
hasta que me duche y afloje los músculos, no sé cuántas horas he aguantado
sin dormir. Me llevó demasiado tiempo hacer mover la lengua del calvo.
Avanzo letárgicamente hasta el apartamento y no me sorprende para
nada encontrar la puerta sin traba de llave, enseguida me hago a la idea de un
Max tirado, borracho nuevamente, como casi todas las malditas noches.
Litio Elisa D’ Silvestre
los dientes y me chupa el inferior con tanta fuerza que me hace gruñir y
enterrar más mis dedos en la tela empapada que cubre sus labios externos.
Jadea dentro de mi boca y sigue chupando hasta que me muerde y me
desequilibra totalmente. Entierro mi mano libre en su pelo, empujando su
nuca, devorando su boca con violencia, produciéndonos dolor. Y eso es lo que
la lleva a empujar más mi toque entre sus piernas, excitada y en el límite.
Desvío mi boca a su cuello y le clavo los dientes, como si realmente
quisiera triturarla y comerla. Me desprendo de su agarre y la levanto del
suelo, incrustando mis dedos en sus caderas, dejando que envuelva sus
piernas a mí alrededor. Me doy la vuelta y la aplasto contra la pared sin dejar
de quemarle la piel del cuello y clavícula con la lengua. La muerdo sobre el
hueso y se sobresalta, deleitándome con un chillido ronco que hace calentar
mis venas y circular mi sangre demasiado rápido.
Se las arregla para colar las manos entre nosotros y desprender mis
pantalones, la ayudo cuando está hecho dejándolos caer alrededor de mis pies,
enseguida le siguen mi bóxer. Me quito las zapatillas y pateo todo lejos de mí.
No pierdo tiempo en intentar bajar su ropa interior, sólo la rasgo en el lugar
correcto, y de un solo envión estoy entero dentro de ella. Su nuca suena
contra el yeso blanco y aprieta los párpados, su boca se abre gimoteando con
incoherencia.
Me gusta esto, hacerla perder el control, que me permita tomarla de
la forma que quiero. Su pelo ya despeinado se pega en sus mejillas húmedas,
yo sólo sigo asestándola con todo mi arrojo. Olvidando qué tan sucio estoy,
cuánta sangre he derramado hoy con estas mismas manos que ahora tocan su
piel y la sostienen mientras la penetro.
—Oh… sí…—murmura, se queda sin aire detrás de cada expresión—.
Más… más duro… con todo… por Diossss—su garganta se tensa cuando estira
el cuello hacia atrás con éxtasis.
Disfruto de verla completamente excedida con cada avance de mis
caderas, y yo apenas me doy cuenta de que la estoy mirando a la cara, por más
que ella no lo note. Algo en sus ojos cerrados y sus labios entreabiertos,
silbando a mi ritmo, me hace sentir tenso y muy cerca del final.
Adela se cuelga de mi cuello, sus uñas sepultándose en él, porque le
gusta hacerme sentir dolor y sabe que me vuela la cabeza espectacularmente.
Lo hace porque me entiende, me acepta como soy. Acaba de verme cubierto
Litio Elisa D’ Silvestre
de la sangre de otra persona y me está dejando entrar entre sus piernas sin
dudarlo siquiera. Ella es perfecta.
Ella es mía.
Lo fue desde esa noche en el puente, cuando quise matarla.
Empujo más profundo y la hago saltar, otra vez su cabeza se golpea
contra la pared y ni parece notarlo. O será que le gusta el contraste del dolor
con el placer. Siento sus muros encogerse avisándome que está al borde del
precipicio, a punto se saltar. No dejo de penetrarla profundamente hasta que
grita y convulsiona, derramándose contra la pared, dejando que yo sostenga
todo su peso.
La beso en el punto exacto debajo de su oreja, lamo y después meto el
lóbulo en mi boca para chuparlo, dejándome en la lengua el sabor de su
perfume y sudor. Me alejo de la habitación todavía con su cuerpo en brazos,
mi pene bien enterrado en sus cavidades, voy directo al baño. Nos interno a
ambos en la ducha y dejo salir el agua caliente, cae toda sobre nosotros
empapándonos. Tengo que salir de ella para poder terminar de desvestirme.
Con el agua mojándola de pies a cabeza se ve incluso más deseable,
ella sólo toma el jabón y me cubre con espuma, limpia la suciedad y sangre de
mi cuerpo. El agua teñida de rojo se arremolina en el desagüe, justo a
nuestros pies. Adela lava mi piel suavemente, con alabanza, delicadeza. Y
cuando termina, la dejo besarme hasta que perdemos el sentido de todo lo que
nos rodea. Encierra en sus manos mi rostro, y mete su lengua en la
profundidad caliente de mi boca. Se despega para bajar a mi cuello, siguiendo
una ruta aleatoria descendente, por mis pezones, mis abdominales. Entonces
termina de rodillas y enfunda mi pene casi por completo en su caliente y
sedosa boca.
Cierro los ojos con un respiro brusco, apoyo una palma en la pared de
azulejos y la otra termina enredada en su cabello empapado, formando un
puño posesivo. Comienza a lamerme y enterrarme sucesivamente limitando
su garganta, hasta que se ahoga y empieza desde cero otra vez. La escucho
jadear, gemir devolviendo mis gruñidos debajo del sonido del agua golpeando
el piso resbaloso. El baño se convierte en un agujero tapado de vapor,
escondiéndonos del exterior. Permitiéndonos ser lo que queremos ser.
Adela sigue chupando mi pene como si fuera la mejor cosa en la vida
para ella. Lo succiona tan duramente que estoy seguro de que le duele, pero
también sé que recibe satisfacción doble al ver todos mis músculos tensos y
Litio Elisa D’ Silvestre
mis movimientos contraídos. Al sentir que estoy por explotar aprieto más mi
puño en su pelo, la obligo a mantenerse allí, conmigo enterrado en su
garganta. Adela se deja, sumisa aunque no tanto, acaricia mi culo y arrastra
sus uñas en él.
Entonces levanta sus ojos espejados a los míos, unimos nuestras
contemplaciones embriagadas. Y me vengo. Estallo en su húmeda y tibia
cavidad, llenando su garganta. Escucho sus gimoteos de gozo al probarme al
mismo tiempo que mis gruñidos avivan ecos interminables entre la niebla de
espeso vapor.
Adela se para, un par de minutos después, y entierra su cara en mi
cuello lamiéndolo suavemente, yo enjabono cada centímetro de piel una vez
que acabo de recuperarme. Sentirla soldada a mí me ablanda tanto que me
sorprende.
Esta chica jamás dejará de tenerme atrapado.
Adela
No creo del todo que yo no esté loca. Hay algo torcido en mí. No
puedo explicar mi actitud y la forma de actuar en cuanto a Santiago.
Fui testigo de cómo sus manos tomaban iniciativa al torturar a un
hombre de la peor manera que existe. Sin embargo, en vez de horrorizarme,
correr lejos e intentar quitarlo de mi vida, sólo me metí en casa y me miré en
el espejo. Advertí mis dilatadas pupilas y mis mejillas sonrojadas. Escuché la
respiración acelerada, mis pulmones intentando no colapsar. Y noté, increíble
y sorprendentemente, qué tan mojada estaba mi ropa interior.
Supe que estaba excitada. Excitada por verlo despedazar a otra persona.
Por la manera de mover las manos al hacerlo, por la elegancia con la que
controlaba su cuerpo antes de la puntada final. Por el brillo sádico en sus ojos
de medianoche.
Luché contra ello un momento, me senté en la tapa del inodoro
escondí mi rostro avergonzado entre mis manos y lloré en silencio. No supe
bien por qué. Quizás sólo estaba asustada por mis reacciones, asumí que algo
en mí estaba muy mal. Me dije a mí misma que debía irme lejos, escapar. Que
no podía amar tanto a alguien así.
Litio Elisa D’ Silvestre
23
Adela
Si creía que mi confesión de amor hacia Santiago cambiaría algo en
nuestro estilo de relación, estaba equivocada. Me convencí mí misma que
estaba bien con cualquier cosa que pasara de allí en adelante, fuera un
drástico alejamiento de su parte o un acercamiento más intenso. Nada de eso
pasó, todo siguió igual que antes. Y no está del todo mal. Si él hubiese
intentando alejarse me habría sentido terrible, porque por más fuerte que yo
aparente ser, por dentro deseo con todo el corazón que me corresponda. Sin
embargo, estoy bien en la actualidad. Me encuentro tranquila.
No puedo negar que quiero todo de él y que iré intentando tomarlo a
medida que el tiempo avance. Tarde o temprano él no podrá escapar. No
pienso rendirme.
Esta semana de nuevo tomo un corto viaje a la ciudad para asentar un
nuevo pedido de mercancía. Parece que no, pero día a día los Leones consumen
muchísimo alcohol. Lo mejor de esto es que hoy Santiago es mi conductor
designado, y me sorprende cuando me sigue al despertarme, en su cama por
la mañana, con apenas cuatro horas de sueño. Le insistí que se quedara
descansando un poco más y él aseguró que debía hacer un par de recados en
la ciudad también. No sé por qué, pero me encantó que decidiera
acompañarme.
Él es un hombre perteneciente a la noche. Nunca lo he visto
deambular antes de las seis de la tarde, siempre permanece alejado. O
recuperando horas de sueño o quedándose solo en algún lugar fuera del
alcance de la compañía. Es raro, y lo amo con todas esas rarezas que lo hacen
único.
Los dos caminamos semi dormidos hasta el estacionamiento donde
están las SUV pero me sorprendo cuando va directo a su motocicleta. Él se
sube el cuello del abrigo para protegerse el cuello y después se voltea para
hacer lo mismo con el mío.
— ¿Vamos a ir en eso?—pregunto.
Se encoje de hombros y enseguida me coloca un casco negro brillante,
apenas dándome tiempo a reaccionar.
Litio Elisa D’ Silvestre
Santiago pone los ojos en blanco un mini segundo y camina hacia él,
ambos se dan la mano. El otro hombre le envía una media sonrisa, sus ojos
gris oscuro brillando con cierta apreciación. Desvío mi atención de ellos para
descubrir los ojos verdes de muñeca mirándome muy fijamente, quizás
intentando deducir qué estoy haciendo con Santiago. Lucre viene a sacar mi
cabeza del agua, porque entiende que toda esa atención mal disimulada
empieza ahogarme.
—Ella es la nueva encargada del bar de los Leones—la chica de ojos
grandes alza las cejas sorprendida—. Y tiene un affaire secreto con
Santiago—agrega en susurros confidenciales.
Le doy un pequeño puñetazo en el hombro y enseguida siento que me
ruborizo un poco.
—Ella es mi cuñada, Lucía—la presenta.
Asiento y al mirar a Lucía me doy cuenta de que me está viendo como
si yo fuera el famoso Santo Grial. O como la respuesta a todas las preguntas y
oraciones. Me incomoda un poco, pero lo dejo pasar. Me fijo en los hombres.
—Es rubio—escucho decir a Santiago.
El hombre suelta un bufido de broma.
—Claro que es rubio… sabíamos que sería un Giovanni de pies a
cabeza…—el orgullo en su voz nos obliga a todos a sonreír.
Lucre me arrastra más cerca.
—Claro… pero podría haber sido un Godoy…—todos la miran en
silencio por un largo momento de tensión, ella se encoje de hombros y
sigue—. O podría haber tenido todos los genes de mamá Lucía…
Santiago se sienta en el sillón, despatarrándose en él con
despreocupación, me hace una seña leve para que me una, lo hago sin dudar,
quedándome bastante pegada a él.
— ¿Y ella quién es?—pregunta el tipo rubio.
Me estiro para darle la mano.
—Adela, mucho gusto—sueno como un robot.
¿Qué se supone que debo hacer con ellos? No soy muy sociable que
digamos.
—Lucas…
Él entrecierra los ojos entre Santiago y yo pero no dice nada y me
siento aliviada por eso. Ya que no sé qué es lo que somos él y yo. Supongo
que Lucre le puso el nombre correcto, sólo tenemos una aventura. Aunque
Litio Elisa D’ Silvestre
estamos muy cerca el uno del otro, ninguno de los dos hace ademán de
abrazarnos ni nada por el estilo, sólo estamos allí. Lucre se sienta en otro
sillón más allá y Lucía se instala junto al que, supongo, es su marido y éste la
envuelve con su brazo libre, la mirada que comparten me dice que el amor
que comparten es único e inquebrantable.
— ¿Y cuándo vas a sentar cabeza y formar una familia, Santiago?—
pregunta Lucía.
Enseguida entiendo que es una extraña pregunta dirigida al chico
incorrecto. Él se tensa a mi lado y la mira de una forma rara. Con cariño y, a
la misma vez, como si quisiera arrancarle la cabeza.
—Ya dije que no soy la clase de hombre que forma una familia… no
quiero normalidad…
Y por algún motivo que no entiendo, me gusta su respuesta.
Nos quedamos allí un rato no demasiado largo, será porque Santiago
se ve como si quisiera salir corriendo cada vez que le presto de mi atención.
Cuando salimos Lucía y Lucre nos insisten en que volvamos algún domingo
de éstos para almorzar, Santiago asiente sombrío y yo no digo nada. No me
corresponde hacerlo.
Nos subimos en la moto, ahora es él quién se ve de mal humor y yo
sólo estoy contrariada. Parece que visitar a su familia lo deja electrizado y
sintiéndose raro. La imagen del bebé en brazos de su padre nos golpeó a los
dos, que no estamos acostumbrados a ninguna cosa tierna. Pero me gustó de
cierto modo, y por un solo segundo cruza mi cabeza la secuencia de Santiago
con un bebé moreno en brazos. Enseguida la borro, porque es impactante.
Después de ver todo lo que es capaz de hacer con sus manos, es irreal
imaginarlo cuidando una criatura tan frágil y dependiente.
Nos volvemos a mezclar con el centro alborotado de la ciudad y me
lleva a través de él como un rato, por un momento creo que nos perseguirá la
policía por romper las reglas de la velocidad, sin embargo nadie parece
reparar en nosotros. Pronto frenamos otra vez, sólo para que, de nuevo, me
lleve con él dentro del lugar. En esta ocasión es un laboratorio. Miro todo
con ojos enormes al entrar, pegada a él y abrazada a su brazo intuyendo que
nuestra presencia aquí tiene todo que ver conmigo.
—Traje a analizar las pastillas—me avisa, al notarme tan nerviosa.
Levanto mi vista a sus ojos y me encuentro con que me está mirando
de una manera extraña, como… como si se preocupara por mí,
Litio Elisa D’ Silvestre
24
Santiago
“Te amo”.
Por demasiado tiempo esas dos únicas palabras estuvieron
carcomiéndome por dentro. Contrariándome. Descolocándome tal como hizo
esa cachetada que dio vuelta mi cabeza acompañando las palabras. Yo no
busco amor, no quiero que me amen. Sólo necesito ser yo mismo, que nadie
intente cambiarme y hacerme un mejor hombre. No deseo ser una persona
normal. No quiero pronosticar un futuro brillante con alguien a mi lado.
O, al menos, no buscaba nada de esto en el pasado.
Entonces Adela apareció y rompió todos los moldes que yo creía que
el amor tenía. Ella parece amarme tal como soy. No es una frágil mujer que
necesita que le esconda mis peores facetas, ni que sea un hombre blando a su
lado. Adela sólo me ama y me acepta. Me vio cometer la atrocidad más
grande que puede un ser humano llevar a cabo y aun así, después, me dijo que
me amaba. Primero intenté convencerme de que estaba loca por creer
realmente que sentía eso por mí. Después sólo contemplé las posibilidades.
Quise correr, alejarla de mi vida. Y sé que todavía me queda tiempo
para hacerlo. Pero hay algo que me deja de pie en el mismo lugar. La
contemplo y me doy cuenta de que sin ella perdería muchas cosas. No soy un
cobarde, no soy la clase de hombre que se escapa para no hacerle frente a lo
que otra persona siente. Sin embargo, todavía no sé qué hacer con esto.
Sólo seguí en el mismo lugar que antes, me permití disfrutar de su
compañía, de su calor en las noches, de su entrega total. Pero sé que no sólo
debo tomar y no entregar. El verdadero problema en todo este asunto es que
no sé qué más puedo darle de mí. Mi alma se la llevo el diablo hace demasiado
tiempo, mi corazón apenas subsiste en mi pecho. Lo único que tengo es mi
cuerpo, mi forma de actuar con él.
Por el momento ella parece conformarse con ello. Y no soy tan iluso
como para creer que no querrá más de mí de ahora en adelante. Una mujer
que ama lo quiere todo. Supongo que sabré qué quiere de mí pronto. Está
claro que no puedo darle la clase de vida que Lucas le da a Lucía. Ese no es un
ideal que yo quiero seguir.
Litio Elisa D’ Silvestre
quería verla bien. Y eso era una parte de lo que definía sentir cariño por
alguien.
Todavía no sé en qué escalón estoy parado, sólo entiendo que siento
algo, que quizás voy encaminado a amarla en un futuro. Ciertamente, no
recuerdo lo que se siente caer por alguien, esto es nuevo para mí. De algo
estoy seguro, y es que no quiero mantenerla lejos. Tampoco lastimarla.
Esta noche el bar está atestado, la mayoría de los Leones está
disfrutando la noche antes de la próxima expedición de negocios, parece que
quieren atiborrarse de alcohol como si fueran sus últimos días de vida. Adela
está ocupada en mantenerlos a raya, y a la misma vez, enfurecida por el grupo
de visitantes con minifaldas. Me divierte que el sólo hecho de que ese grupo
de chicas entre en el bar desencajen sus casillas y la vuelvan loca. Creo que ya
mencioné que la Adela llena de ira es más excitante que cualquier otra cosa
para mí.
Yo sólo me mantengo apoyado perezosamente en mi silla, viéndola ir
y venir echando humo por las orejas. Una de las morenas, la que nunca parece
rendirse conmigo, se me acerca e intenta coquetear. La pobre no entiende
que: una: no sé coquetear; y dos: no me interesa aprender nada que tenga que
ver con eso. La ignoro hasta que se cansa y se marcha, no sin antes inclinarse
y mostrarme la mercancía que trae bajo el escote. A continuación, levanto los
ojos hacia la barra y veo que Adela me está fulminando con la mirada,
mientras pone violentamente una cerveza frente a uno de los chicos. Desvío
los ojos como si su repentino ataque no tuviese nada que ver conmigo. Es que
no va a culparme por mirar algo que ponen justo en frente de mi cara, ¿o sí?
Una ráfaga viene como respuesta a eso, Adela llega hasta mi mesa y
me doy cuenta de que alguien ha tomado su lugar por un rato. Ella sólo me
estudia, muy seria y de brazos cruzados, para después pasar una pierna
encima de mí y sentarse en mi regazo, a horcajadas. Así que, ahora, no sólo
está sentada sobre una erección, sino que está dejándoles ver al resto su culo
apretado en esos nuevos vaqueros que Lucre le regaló, y también un retaso
bastante amplio de espalda desnuda, ya que su ajustada camisa negra se le ha
subido al inclinarse y pegar sus redondos pechos contra el mío.
Y lo único en lo que puedo reparar son sus gruesos labios pintados de
rojo y un par de ojos espejados, rodeados de largas pestañas arqueadas. Me
da una media sonrisa y me rodea el cuello con sus brazos.
Litio Elisa D’ Silvestre
botón excitado. Adela cierra los ojos con fuerza sin dejar de acariciar mi pene
con fuerza.
Le doy la vuelta un momento después, y ella apoya las palmas en la
pared azulejada. Con la respiración acelerada formando ecos, pego mi
erección contra sus nalgas al mismo tiempo que desabrocho el botón de sus
vaqueros, se restriega y gime sin poder esperar más. Queriéndome dentro con
urgencia. Bajo la apretada tela por sus muslos, mostrando su delicioso culo
pálido, con mis manos lo amaso y separo sus redondas y firmes nalgas. El aire
silba por entre mis dientes. Transito mis dedos medios más allá, y los
introduzco en su humedad, la acaricio hasta que sé que se encuentra muy
cerca de culminar. Y enseguida me separo un poco para dirigir mi pene hasta
su entrada, sin embargo espero un rato, jugando con su necesidad, hasta que
empieza a arquearse y lloriquear con frustración. Me digo a mí mismo que no
hay nada que pueda ser más excitante que la vista de sus nalgas
restregándose contra mí, buscando que la penetre con fuerza.
Cuando al fin lo hago, de una sola vez hasta la empuñadura, ella
detiene su aliento y se sostiene de la pared, sus piernas entreabiertas
amenazando con ceder. Comienzo a bombear dentro de su vagina con
energía, y la hago gritar sin que pueda retenerse a sí misma. Engancho otra
vez su cola entre mis dedos y tiro para que su espalda se suelde a mi pecho,
chupo y muerdo toda la piel que queda a mi alcance. Su hombro desnudo
termina rojo con las marcas de mis incisivos y colmillos, y sus paredes
aprietan y laten alrededor de mi pene cada vez que le causo alguna clase de
dolor.
La rodeo con un brazo sin parar de entrar y salir de su interior,
logrando que se quede sin aire con cada avance. Escurro una mano entre sus
piernas y masajeo su clítoris. Es cuando lo encierro entre las yemas de mi
pulgar e índice y lo aprieto que se viene aullando y retorciéndose entre mis
brazos. Se desploma, estremeciéndose, su frente golpeando en la pared,
mientras sigo en busca de mi liberación. Gimotea y la sostengo para que no
caiga al suelo, antes de explotar entre sus muros palpitantes. Los dos nos
apoyamos sin fuerza e intentamos tranquilizar nuestros jadeos.
Me salgo de ella al término de la tormenta y arreglo sus prendas
después de darla vuelta de frente otra vez. Adela me acaricia los hombros,
adormecida y sonriente cuando le abrocho el pantalón.
—Estoy pegajosa—susurra, divertida, su voz débil y ronca.
Litio Elisa D’ Silvestre
Subo mis manos por los costados de su estrecha cintura hasta sus
pechos, los acaricio despacio para acomodar luego su sostén y descender su
blusa arrugada en su lugar.
—Todos saben lo que acabamos de hacer—ahora se le da por
ruborizarse.
Pongo los ojos en blanco, aunque su actitud recatada me divierte un
poco. ¿Ella pierde el control y al minuto siguiente se siente avergonzada?
—Supongo que ya marqué mi territorio, también—comento al
arreglarme la ropa.
La miro muy fijamente y ella hace lo mismo. Se ve saciada, tranquila y
feliz. Antes de que me salga del cubículo aplasta su boca en la mía, como si le
costara dejarme marchar, y nos enredamos en otro interminable y ruidoso
beso. Se queja un poco cuando la dejo sola.
Me encuentro, al salir, con una de las chicas del grupo que se está
maquillando frente al espejo, sus enormes ojos y la parálisis de su cuerpo
delatan que ha escuchado lo suficiente e imaginado lo que resta. Mentalmente
me encojo de hombros y me sonrío al figurarme la cara de pocos amigos que
pondrá Adela al asomarse y descubrir a la entrometida. Ella debería pedir
ayuda al cielo para sobrevivir al ciclón de furia al que se enfrentará.
Me acomodo la ropa interior con reciente deseo renacido, me
desanimo al saber que todavía es temprano y faltan unas cuantas horas para
tener de nuevo a Adela y su temperamento para mí y hacer lo que quiera con
ellos, hasta el amanecer.
Adela
Santiago me empuja contra la puerta de su apartamento y entro
riendo y tropezando, con él a mi espalda. Creo que me pasé un poco con el
alcohol esta noche. Después de nuestro rapidito en el baño me costó horrores
mantener el rubor fuera de mis mejillas. Los Leones estaban frenéticos, y los
más bebidos cantaban canciones locas sobre nosotros dos. Era yo la única que
parecía afectada por eso, Santiago sólo se mantenía en su lugar en compañía
de León. Lo único bueno de eso es que ellos ya arreglaron sus diferencias,
después de tantas veces que el jefe pidió perdón por haberlo acusado
erróneamente.
Litio Elisa D’ Silvestre
25
Santiago
Es bastante temprano, por lo tanto no me duermo cuando Adela lo
hace. Sólo me quedo pensando, mi mirada fija en las siluetas que la luz de la
luna tiñe en el techo. Apenas pestañeo, paralizado. En el fondo lo sé. Soy
como ese niño pequeño que se esconde debajo de las sábanas en la noche,
cuando la madre apaga las luces, y tarda demasiado en dormirse creyendo que
el monstruo saldrá de su armario o de debajo de la cama. Sigo siendo un
llorón, porque me aterra cerrar los ojos en medio de la noche.
Cerrar los ojos en la oscuridad significa perder el control y recordar.
El calor de Adela me hace sentir soñoliento y mis estañas aletean
forzándose a mantenerse abiertas y en alerta. La chica frota su pierna encima
de la mía, su mano descansa en mi pecho, percibo su pezón apretado rozar
contra mi costado y su respiración lenta revestir la piel de mi cuello. Se siente
demasiado bien tenerla soldada a mí todas las malditas noches, si pudiera
dormirme sería aún más perfecto. Sin embargo sólo bloqueo el sueño que me
ataca con su calidez y me obligo a permanecer despierto hasta que el sol
comienza a asomarse. La piel suave y blanca de ella contrasta con la mía, más
morena y cubierta de tinta negra.
No sé por cuánto tiempo me conservo en la misma postura, mis ojos
duelen porque quieren dormir, mi cuerpo estático necesita descanso. “Un rato
más”, me digo, “sólo un rato más y el sol saldrá”.
Soy oscuridad, no debería sentirme aterrado de cerrar los ojos en ella.
La respiración de Adela cambia y eso indica que acaba de despertarse.
Puedo sentirla mirándome con los ojos entrecerrados, tratando de leer mi
semblante sombrío. No le hago caso, el yeso encima de nuestras cabezas se
vuelve más interesante.
— ¿A qué le temes?—susurra, suena ronca y adormecida.
Claro que no respondo, es como si ella le hablara a la pared. No me
muevo, apenas respiro, y no hablo. Me acaricia el ángulo de la mandíbula con
la punta de la nariz, sus ojos intentando penetrar en los míos esquivos.
— ¿Son las pesadillas?—arrastra la mano desde mi pectoral hasta el
cuello.
Litio Elisa D’ Silvestre
Los siguientes días ella se ocupa de contarme sobre su vida, desde que
fue encerrada y abandonada por el miserable de su hermano, hasta su llegada
a este lugar. Las mentiras sobre su supuesta enfermedad, los juegos
psicológicos que jugó con ella y su desinterés al enviarla a la universidad y
dejarla en la calle.
No puedo expresar con palabras la clase de resentimiento y odio que
ha estado cocinándose en mi interior. Y cada vez crece más y más. Como una
bola de fuego punzando para salir a la superficie. Y, aseguro, nadie quiere
conocer la ira de La Máquina. No es por lucirme, ni nada por el estilo, pero
tengo una reputación y la hago valer.
Quiero ver rodar la cabeza de Álvaro Echavarría.
Y es un deseo difícil de ignorar.
No por mucho tiempo.
Adela
Litio Elisa D’ Silvestre
Nunca creí que una persona podría llegar a ser tan cerrada, hasta que
tuvo que cruzarse en mi vida. No sé qué hacer con Santiago, quiero que se
abra conmigo, pero es hermético y duro como la piedra. Me aterra verlo en
las noches tan ausente, mirando el techo, esperando que el día llegue. Se ha
vuelto una necesidad saber lo que corre por su cabeza y a qué le teme en
realidad. ¿Qué lo hizo de este modo?
Estoy empezando a resignarme con que él vaya a contarme cualquier
cosa. Y no quiero entrometerme, pero necesito respuestas a mis preguntas.
Así que no pierdo el tiempo cuando Lucre aparece en el recinto el fin de
semana. Ella se mete en mi área por la tarde y sin decir nada se pone a
trabajar conmigo, ayudándome a acomodar todo para el comienzo de la
noche. Hablamos de temas sin sentido por un rato y en mi cabeza no paran de
rondar ciertas cuestiones.
Ella es muy perceptiva y se percata de mi lucha interna.
—Ya…—pone los ojos en blanco como broma—. ¿Qué es lo que
querés saber?
Trago y aunque ella espera sonriendo a que hable, sé que su rostro
cambiará con lo que quiero preguntarle.
—Es… Santiago… Yo…—no sé cómo empezar—. ¿Por qué él es así?
Tan… tan…—cierro los ojos, no sé qué palabra puedo usar.
Ella se acerca a mí y como si estuviera a punto de contar un secreto.
— ¿Por qué es tan raro? ¿Solitario? ¿Cerrado? ¿Inestable?—prueba.
—No lo considero inestable…—murmuro, y limpio obsesivamente la
mesada con un trapo húmedo.
Lucre bufa.
—Créeme, lo es… Hay algo de inestabilidad en su cabeza, quizás no
mucha, pero sí… la forma en la que a veces sus ojos brillan… Parece que
piensa distintas formas de asesinarnos a todos cuando estamos cerca de él,
pero algo se lo impide… no me malentiendas… bajo mi punto de vista, siento
que es como una bomba que no avisará antes de explotar…
Un escalofrío transita mi columna, doy un suspiro entristecido.
—Lo amo—le suelto.
La chica se me acerca más y me aprieta el hombro con cariño. Parece
entender la clase de amor que yo siento por él.
—Puedo verlo…—dice, muy seria—. Sólo puedo decirte lo poco que
sé… él estuvo encerrado en el extranjero, su padre lo envió allí a la fuerza
Litio Elisa D’ Silvestre
cruzo a uno de los novatos y le aviso que llegaré algo tarde para que alguien
me sustituya unos minutos. Necesito un momento a solas para
tranquilizarme. Nunca sobrellevé de buen modo las discusiones, y me doy
cuenta de que cuando pasa con alguien que aprecio mucho me golpea de la
peor manera. No sé qué me pasa. No sé si quiero llorar, patalear en el suelo
como una caprichosa niña pequeña, romper cosas, o hacerme un ovillo
pequeño en un rincón y no salir jamás.
Realmente la cagué esta vez, lo hice enojar de la peor manera posible.
Me conmueve horriblemente recordar el brillo peligroso en sus ojos
medianoche. Entiendo que todo lo que tiene que ver con su pasado es turbio y
ahondar en ello es como entrar en arenas movedizas. ¿Qué puedo hacer?
Santiago es distinto a cualquier hombre que yo haya conocido. De
hecho, estoy segura de que es único en el mundo. Una parte de mí quiere
pedirle perdón por entrometerse, pero el resto está convencido de que no hice
nada malo. Sólo quise saber algunas cosas sobre él, por más pequeñas que
fueran. Necesito saber, quiero conocerlo. No es la clase de hombre que prefiere
una comida o tiene un gusto de helado preferido. Por lo tanto, realmente no
sé cómo conseguir alguna parte de él. No sé nada de su vida, sólo que
despedaza personas. Es un asesino.
Y ni siquiera me importa. ¿Qué dice eso de mí?
Me interno en mi pequeño departamento, observo todo con ojos
enormes, mis manos temblando. Me paseo frenética, tratando de buscar una
respuesta. ¿Habrá terminado todo entre nosotros ya? Por el resentimiento
que Santiago llevaba en la mirada, yo diría que sí. Seguramente no quiere
volver a verme. No querrá estar cerca de una entrometida buscona. Quizás ya
he terminado mi cuota de su atención esta noche.
“Sos mía” me murmuró anoche. Esas palabras golpearon dulcemente
en mi pecho, llenándome de esperanzas. Pero, cualquiera puede decirlas en un
arrebato de pasión en la noche, en la oscuridad. Tal vez sólo fueron un reflejo
del momento.
Aprieto con fuerza mis párpados y entierro mis uñas en mi cuero
cabelludo, la frustración que siento ahora mismo es abrumante. Sólo soy
capaz de oír mis aceleradas respiraciones. Giro en mi lugar tratando de
reordenar mis pensamientos. Me siento en el borde.
Justo en el filo.
Litio Elisa D’ Silvestre
Santiago
Jamás estuve más furioso en mi vida, a punto de perder el control y
ser capaz de incendiar el lugar. Adela tiene el poder de hacer bullir mi sangre
con enojo o deseo, siempre lo logra.
¿Por qué importa siempre el pasado?
No hay pasos atrás que valgan para mí, está enterrado, es como un
pozo ciego oscuro y sin fondo. No hay nada bajo la superficie. Adela debería
entenderlo de una puta vez. Las personas siempre intentan escarbar porque
se creen con el derecho. Bueno, ni siquiera porque le haya dado lugar para
acercarse a mí, tiene privilegios conmigo. No en este asunto. ¿No puede
permanecer conmigo y a la vez olvidarse de las preguntas? El hoy es lo que
soy, el ayer no sirve. No cambia nada saberlo o no.
Cuando entro desde la cocina al bar Lucre se encuentra en una de las
mesas viéndose nerviosa. Sus ojos culpables me observan desde lejos y puedo
entender que se sienta de ese modo, sin embargo ahora mismo no me interesa
que nadie venga a pedirme disculpas. Me voy a mi mesa habitual, ya ocupada
por El Perro que observa todo con ojos sospechosos.
— ¿No sentís el aire más pesado esta noche?—frunce el ceño,
preocupado.
Si fuera más expresivo, me reiría de él y sus arranques algo locos.
Sólo me encojo de hombros y lo dejo pasar, me siento en mi lado.
—No es broma…—supongo que sabe que por dentro me estoy
burlando de él—. Tengo una horrible sensación.
Alzo una ceja, mi rostro el blanco. Rebusco con la mirada y todo
alrededor se ve normal.
— ¿Dónde está Max?—pregunta.
—En su casa emborrachándose como siempre—le respondo,
secamente.
Él niega con la cabeza baja, lamentándose.
Litio Elisa D’ Silvestre
26
Adela
Permanezco inmóvil en la cama de Santiago, desnuda, mientras él se
encarga de mis heridas. Tengo cortes en mi pecho, abdomen y muslos,
también algunos en la espalda. Son, la mayoría, superficiales. No siento dolor,
y mi mente parece no responder a ningún reflejo. Todavía me siento como
dentro de una nebulosa confusa. Pasaron tantas cosas en tan poco tiempo que
ni respiro tuve para digerirlas. Nadie lo tuvo. De hecho, justo ahora el clan es
un caos absoluto.
León interrogó a todos los hermanos uno por uno, con ayuda de El
Perro, hasta han llegado a torturar para que dijeran la verdad. Eran tres. Tres
Leones fueron comprados por mi hermano para espiarme y darle acceso a mí
cuando quisiera. Tres tipos que esperan a que la Máquina se desocupe
conmigo para tener su merecido por traicionar al jefe.
La clave de todo esto es que es mi culpa. Yo no le dije a nadie que mi
hermano ya me había acosado una vez en mi propio apartamento, y cuando
Santiago me comunicó que el calvo que torturó aquella noche frente a mis
ojos era un espía, no le di importancia. Me aseguré a mí misma que Álvaro
sólo quería mantenerme vigilada, porque para él el control lo era todo. Esos
fueron mis principales errores.
Yo no quería que nadie se entrometiera en mi vida y mucho menos
que León me proporcionara custodia de sol a sol. No podría haberlo aceptado,
sólo cerré mi boca y obvié ese detalle cada vez que hablaba de mi vida con
Santiago. En cuando a la marca en mi brazo que tanto había alarmado a León,
no le di valor alguno, después de todo era mentira. Armé una historia tonta
para cubrir a Santiago. Por eso nadie estaba verdaderamente alerta por mí, y
yo misma, mucho menos.
Álvaro siempre fue abusivo conmigo, pero nunca imaginé que querría
hacerme verdadero daño. Creí que se la tomaba su hermana pequeña por
celos o quizás sólo porque el alcohol lo ponía violento. Ahora opino diferente,
él es peligroso para mí. Él tiene un serio resentimiento. No sé por qué
Manuel quería llevarme con él, pero no quiero saberlo. Sólo deseo olvidarlo.
Litio Elisa D’ Silvestre
herida profunda con sus dedos, vio la cantidad de sangre que salía de ella y su
respiración se volvió trabajosa.
Levanté mi mano cuando su mirada afectada ascendió a la mía, él lo
vio en mis ojos antes de que pasara. Distinguí el miedo y me sentí
extrañamente poderosa. Enterré mi arma profundamente en su vientre, un
soplo de aire se escapó bruscamente de su boca, su cabeza cayó sin fuerzas
contra el piso. Lo desenterré, y volví a sepultar.
No conté las veces que lo apuñalé.
Después, con mis manos cubiertas se sangre, tanto propia como suya,
me puse de pie y observé su final. No sentí nada debajo de la superficie, sólo
insensibilidad. Como si estuviera viendo una simple película y no acabara,
ciertamente, de asesinar a alguien.
Caminé fuera del apartamento con mi cuerpo rígido y la mirada
ausente. Y al escuchar voces viniendo unos metros más atrás, comencé a
correr, sabiendo que vendrían por mí si no me adentraba en zona segura lo
antes posible. Pesadas botas me siguieron hasta que traspasé la entrada del
complejo, y aunque me sentí a salvo, sabiendo que ya no podían venir en mi
busca, seguí, seguí y seguí. Abruptamente empujé la puerta del bar y me
quedé de pie delante de todos, sin reconocer ninguna cara. Mi mente ya
perdida por el shock emocional.
— ¿Estás bien?—Santiago me susurra, mientras desinfecta las
distintas zonas de mi piel seccionada.
Asiento débilmente y muevo mis dedos dentro de la gasa que cubre
mis manos. Son las que en peor estado se encuentran, porque sostuve muy
apretadamente mi armadura mientras la encajaba una y otra vez en la carne
de Manuel.
Apenas nos hablamos, Santiago sólo me cuida y se preocupa, yo
únicamente le dejo hacer. Fue lamentable nuestra discusión anterior a que
todo esto pasara, quiero pedirle perdón, pero temo que, si vuelvo a entrar en
el tema, se encrespe de nuevo y se marche. Ahora mismo quiero que se quede
cerca.
Cuando pasa a las heridas en mi vientre, se arrodilla junto a mí en la
cama, comienza a limpiar la sangre seca y revisa si hay restos de vidrios en mi
piel. Me mantengo muy quieta absorbiendo su toque liviano y suave. Puedo
percibir su penetrante mirada azul medianoche en mi rostro, rebuscando en
mi semblante.
Litio Elisa D’ Silvestre
Santiago
Cuando Adela al fin se duerme, salgo de la habitación y me lavo las
manos, ya pensando en el trabajo que me toca. Siento mucha rabia porque
atentaron contra ella, y por nuestra culpa. Siempre nos jactamos de ser un
clan sólido, ahora todo se ha ido a la mierda. Nos estamos rompiendo, si
alguien de los nuestros es tan fácil de comprar con dinero, ¿en quién se puede
confiar?
Paso el pasillo y entro en el comedor para encontrar a un Max
demacrado sentado en una de las sillas. Se ha duchado y afeitado, pero no hay
forma de ignorar sus ojos inyectados en sangre y el desorden de botellas
vacías por el suelo. Lo miro de reojo, quiero patearlo y romper cada uno de
sus miserables huesos.
Un par de golpes suenan desde la puerta y abro sabiendo que es El
Perro, y se quedará a cuidar a la chica que duerme en mi cuarto.
—Está en mi habitación, dormida—le aviso, él sólo asiente.
Doy un paso para irme y la voz amortiguada de Max me frena.
—Yo puedo cuidarla.
Me doy la vuelta para enfrentarlo, fulminándolo con la mirada.
Después miro al suelo y encuentro junto a mi pie una botella de vodka vacía.
Con demasiada energía me agacho para alcanzarla y lanzársela a la cabeza
con todas mis fuerzas. Max reacciona a tiempo, esquivándola y cayendo al
suelo con el impulso. El Perro suelta un chiflido y me observa con los ojos
muy abiertos.
— ¿A quién vas a cuidar, pedazo de mierda?—le pregunto al tipo
que se está levantando—. No podés ni cuidarte a vos mismo, lo único que
haces es emborracharte y arrastrarte como una inútil y asquerosa babosa.
Estás pidiendo a gritos que te rompa el cuello, y sabes bien que no lo hago
porque León te valora mucho…
Max sólo me observa como si estuviera relatando un informe del
tiempo. Lo señalo con un dedo, apretando mi mandíbula.
—Es hora de preguntarte si realmente mereces estar aquí y tener el
cariño de un tipo como él… Es hora de que mires alrededor y veas la basura
en la que te has convertido.
Litio Elisa D’ Silvestre
finalizado, al igual que yo. Sin embargo, ninguno quiere separarse de ninguna
manera. Hice las paces con ella porque de algún enfermizo modo la necesito.
No sé cuánto tiempo pasa hasta que ella toma una resonante y
sufrida bocanada de aire y se despierta de un salto. Me tenso a su lado y
agudizo mis sentidos, atento a las gotas de sudor que corren por su frente y
cómo sus ojos no brillan de tan empañados que están. Parece aliviarse cuando
logra verme entre la bruma que ocasionó su mente. Me apoyo en un codo y
limpio su rostro sonrosado, quito las hebras de cabello adherido en sus
mejillas.
—Está bien—susurro, un nudo en mi garganta—. Fue sólo una
pesadilla.
Vuelve a recostarse junto a mí, esconde su cara en mi cuello y yo le
acaricio el cuero cabelludo suavemente con las yemas de mis dedos. Su
respiración se va calmando de a poco.
—Son normales el primer tiempo—le explico.
Yo pasé por esto cuando escapé del extranjero, aun paso por ello.
Pero tengo fe en que ella lo superará, las circunstancias fueron distintas a las
mías.
—Vendrán a buscarme…—gimotea—. Iré a la cárcel…
La abrazo y nos balanceo a ambos.
—Prometo que no dejaré que te lleven—le digo en el oído.
Mis palabras parecen tranquilizarla más. Se aferra a mí tan fuerte
que me causa dolor. No me importa, es bienvenido para mí.
— ¿Tus pesadillas son sobre las primeras personas que mataste?—
pregunta, inocentemente.
Miro el techo, su respiración en mi cuello se siente bien. Ella
también tiene el poder de amansarme sólo con su cercanía.
—Sí.
— ¿Qué te hicieron?— suspira.
Pestañeo, mi mente se espesa como siempre hace cada vez que me
fuerzo sin querer hacia los recuerdos. He bloqueado muchos, pero no por ello
significa que no entienda lo que me hicieron.
—Me torturaron…—trago.
Ella se despega para mirarme, ésta vez no esquivo sus ojos, he
terminado con ello. Lo prometí, debo hacer el esfuerzo.
— ¿Qué más?—se anima a indagar—. Sé que hay más…
Litio Elisa D’ Silvestre
Puedo saber que tiene una pequeña sonrisa en sus labios acompañada
por sus párpados caídos con cansancio.
—Uhm-mm—se las arregla para balbucear.
—Estoy limpio…
La siento asentir confiadamente.
—Pero… yo… yo no uso ningún anticonceptivo…—dice, y ahora sí
suena un poco preocupada y alerta…
Arrastro mi lengua hasta su oído, apreso su lóbulo entre los dientes.
No hay nada por lo cual preocuparse, absolutamente nada.
—No te ves preocupado…
Niego, mi respiración empezando a ponerse pesada.
—No… no voy a dejarte embarazada, Adela… Yo no puedo tener
hijos…
Levanto la cabeza y le echo un serio vistazo, su boca forma una O
perfecta de asombro.
— ¿No?—susurra.
—No.
Frunce el ceño un momento, pensando, se enfoca en uno de los
tatuajes que tengo en el cuello.
— ¿Por qué?—alza de nuevo los ojos a los míos.
—Vasectomía… hace años…—estudio su rostro, en busca de algún
lamento o algo por el estilo.
Sólo veo extrañeza.
—No querés tener hijos…
Niego.
—No… no quiero ese tipo de vida…
— ¿Y si te arrepentís?
Chasqueo la lengua en negativa.
—No lo haré…
Se encoje de hombros y me da una sonrisa débil, agotada.
—Bien…—parece que va a cerrar los párpados y dormir, entonces
vuelve a mirarme—. ¿Y por qué terminabas fuera a veces?
Le dedico una media sonrisa, como mejor me salga.
—Porque me encanta ensuciarte…
Sus pupilas brillan con lujuria y bajo mi cabeza para amortiguar su
risa con un último beso en los labios.
Litio Elisa D’ Silvestre
27
Adela
Despertar al lado de Santiago esta mañana se sintió irreal, más cálido
que las veces anteriores. Anoche tuvimos nuestro mejor momento, la
reconciliación luego de la horrible discusión no podría haber sido más épica.
Se abrió un poco conmigo, dijo algunas cosas sobre su pasado, de a poco lo
siento más cercano a mí. Me cuidó, me acarició de formas muy diferentes, más
cariñosamente. Supongo que a él tampoco le cayó bien nuestra pelea.
Durante la mañana traté de enfocar mi mente en ello, no en el
terrorífico pensamiento de que la policía vendría a buscarme por asesinato.
Necesito un respiro cada vez que vuelvo al recuerdo una y otra vez. León se
me acercó en la tarde y me avisó que ya estaban pasando la noticia de la
desaparición de Manuel en la televisión. Hasta en los informes nacionales.
Eso no me ayudó, durante el resto del día devoré la piel de mis dedos con
ansiedad y miedo. No podía sacudirme la inquietud.
Ahora mismo estoy en mi lugar detrás de la barra, no hice caso de las
quejas de los chicos que quieren que descanse unos días. No puedo quedarme
encerrada en una habitación carcomiéndome los sesos, necesito gastar
energías y mantener mi cabeza ocupada.
Me parece raro que Álvaro todavía no haya abierto la boca, creí que
sería el primero en delatarme a mí, o al club. ¿Qué lo retrasa? Algo está
tramando, vendrá a buscarme con un batallón de policías, nadie podrá
salvarme.
—Deja de pensar…—me ordena Santiago desde la puerta de la cocina.
Le echo una mirada apesadumbrada y él camina hasta posarse pegado
a mi espalda, mientras lavo algunas copas. Me tranquiliza un poco su cercanía
y la manera en la que me rodea con un brazo y posa su mano abierta en mi
bajo vientre. Enseguida me permanezco congelada disfrutando el momento.
—Antes de ir a la cárcel, me mato…—su semblante se oscurece
instantáneamente, sigo hablando, sin dar más vueltas—. No me importa lo
que pienses sobre eso… que lo veas como un acto de cobardía… no viviré
para estar encerrada de nuevo…
Litio Elisa D’ Silvestre
Puedo ver que levanta su mirada hacia mí, uno de sus párpados casi
cerrado por completo a causa de la hinchazón, gime en repuesta y los cierra.
La cubro con el edredón con manos inestables.
—A-a—la escucho intentar hablar—. Abel—se nota que le duele algo
cuando intenta hablar.
Salgo de la habitación para ver al niño al final del pasillo y me
encuentro a Santiago velando por él, justo de pie junto a la cuna. Abel está
sentado dentro, adormilado, pequeñas gotas mojando sus regordetas mejillas.
A pesar de eso se ve contento, juega con un peluche que seguro Santiago le
dio. Suelto el aire con alivio por el niño, y trato de sonreírle a mi chico en
agradecimiento. Sólo soy capaz de enviarle una mueca de sufrimiento antes
de darme la vuelta y volver con Francesca. Le aseguro que su niño está
perfectamente y con eso ella parece dejarse ir, perdiendo la conciencia.
Me permito mirar el desastroso montón de mierda en la que León y
Max convirtieron a Álvaro, y sé, no tengo ninguna duda, de que el infierno
recién comienza para él. Puedo verlo en los ojos de cada uno de los hombres
que me acompañó a salvar a esta chica, ellos quieren venganza. Quieren
justicia por ella.
Álvaro Echavarría morirá pronto, y no de manera fácil y rápida.
Tendrá la peor muerte imaginable.
Envuelvo a Abel con una manta, mientras León toma en brazos a una
flácida Francesca, bajamos las escaleras y cuido de que el bebé no pueda ver a
su mamá. Un rato antes entramos los coches por el camino de piedra en el
primero subieron a Álvaro y el segundo iremos nosotros.
El jefe recuesta con cuidado a la mujer en el asiento trasero y yo me
siento en el de copiloto. Tengo suerte de que el niño no se asuste con los
desconocidos, no podríamos manejar esto tan cuidadosamente si él llorara y
extrañara a su madre.
Max y Santiago se van rápido, dejarán a mi hermano en el galpón y
no hace falta explicar para qué fin. Mientras León avanza al volante echa
largas y penetrantes miradas a Francesca, sus ojos azules afligidos por ella.
Él es un tipo grande, y tiene el corazón acorde a su tamaño, en él cabe todo el
mundo. Me acogió a mí de la nada, confió, me dio un trabajo, un hogar y una
familia. No tengo dudas de que ayudará a esa pobre mujer destrozada y le
abrirá las puertas de su hogar.
Litio Elisa D’ Silvestre
vivir a alguien como él… me diste el poder en este asunto cuando me pediste
ayuda… él va a morir…
Asiento, sorbo por la nariz.
—Lo sé—aseguro.
Una parte de mí se alegra por eso, por todo lo que me hizo y le hizo a
su esposa. Por sus mentiras, maltratos, abusos, desprecios. Pero otra, la más
débil, llora por dentro porque Álvaro es la única persona que tuve como
familia durante toda mi vida. Él es mi hermano. Me duele que sea de este
modo, que esté tan enfermo y se muestre tan desalmado. Duele que la única
persona que queda de mi misma sangre tenga que ser un borracho violador.
No tengo reparos en afirmar que merece morir brutalmente.
Llegamos al recinto y León baja el cuerpo de Francesca del coche, él
no me dirige hacia el complejo de departamentos sino que se desvía y me
indica a través de un claro que rodea una pequeña cabaña. Me sorprende al
verla, tan escondida de todos, perfecta y cálida. Nos paramos frente a la
puerta y él me pide que tome la llave que cuelga en una cadena alrededor de
su cuello, lo hago y enseguida abro.
— ¿Nadie vive acá?—pregunto, observo todo con admiración.
Niega y se mete por un pasillo, hasta las habitaciones, pasa en una y
deja a Francesca sobre la cama de dos plazas. Su cuerpo está todavía cubierto
en el edredón, pero se le ha corrido un poco, dejando ver las marcas de dedos
en los muslos pálidos. Él, sin siquiera dudarlo, se ocupa de volver a esconder
su piel manchada. Hay algo en su forma de mirarla, como si todo en ella
gritara para llamarle la atención. Repasa su rostro dormido con lentitud, y
por un momento creo que va a acariciarla y quitar uno de los mechones de
color chocolate que descansan en su rostro. Francesca es hermosa, aún debajo
de todas esas heridas se puede apreciar.
Se aleja de nosotros para volver a la salita de estar, saca un celular del
bolsillo de sus pantalones y marca un número. No me quedo para saber a
quién llama, corro a la otra habitación vacía para dejar al bebé dormido en la
cama, colocando almohadas en sus costados por las dudas que corra peligro
de caer. Me quito el abrigo y vuelvo junto a la mujer.
Hay que sacarle el ya inservible vestido y limpiar sus heridas. Me
pongo manos a la obra enseguida, consigo todo lo que necesito en el botiquín
de primeros auxilios, la atiendo como mejor puedo y después quito su ropa.
Trato de no horrorizarme por la sensible carne de su entrepierna también
Litio Elisa D’ Silvestre
28
Adela
Limpio con una gasa húmeda la ensangrentada cara de mi hermano
para despejar sus hinchadas y partidas facciones. No lo hago por amabilidad,
él no merece ningún trato suave, sólo quiero que sea capaz de verme claro
cuando comience a hablarle. Hay muchas cosas que quiero preguntarle, llegó
la hora de que me explique de una vez por qué me trató tan miserablemente
durante toda mi vida.
Aproveché que Francesca estaba siendo atendida por la doctora y
Lucía, sabiéndola a salvo, corrí hasta el galpón donde encontré a Max y
Santiago jugando con Álvaro, que se encontraba ya sentado en su respectiva
silla de tortura. Ellos frenaron cuando irrumpí y me dirigí al desastroso
hombre casi inconsciente. Sin una palabra, Max se marchó, intuyendo que
necesitaba intimidad, Santiago quiso seguirlo pero le aseguré que no
importaba si quería quedarse. Y lo hizo, se quedó. Se sentó en una silla de
madera vieja en un rincón y me observó encarar a mi hermano.
Puse en evidencia su semblante golpeado, sus ojos apenas abiertos por
una rendija de sus párpados hinchados, su nariz destrozada, su piel morada y
rasgada. Me miró un momento, intentando pestañar y me dio una sonrisa. Si
no estuviera tan destrozado se habría visto la arrogancia y repulsión en ella.
Me separé unos pasos y lo miré directo a los ojos, cruzando los brazos
en mi pecho.
— ¿Por qué me mentiste, Álvaro?—le suelto, intentando que mi voz
no tiemble—. ¿Por qué me hiciste creer que estaba enferma?
Él se queda inmóvil por largo rato, me envía una mirada débil detrás
de los bultos de sus párpados, el iris espejado apenas se distingue.
— ¿Por qué me encerraste por meses? ¿Por qué dejaste que me ataran
a una cama y me dejaran sola?
Tose y por la comisura de sus labios caen gotas de sangre y saliva, a
causa de los cortes que tiene en el interior de las mejillas. Toma un par de
respiros y clava de nuevo sus ojos en los míos.
Litio Elisa D’ Silvestre
Santiago
Tengo que frenar a Max, que se ve muy necesitado por arrancarle los
huevos al tipo inconsciente en la silla. Aunque yo también lo quiera, León
dejó claro que no empezáramos sin él. Tomo un balde lleno de agua y se lo
derramo encima de la cabeza para que despierte. De una bocanada abre los
ojos, desorientado.
Después de todas las cosas que ahora sé sobre él quiero dedicarle la
peor de las muertes. La merece por todo lo que les hizo pasar a su hermana
pequeña y su joven esposa. Alguien así no tiene nada que hacer en este
mundo, sólo es una fuente de sufrimientos. Deseo que me dejen a solas con él,
encender música bien alta y que, aun así, no se puedan tapar los
desgarradores gritos que sé que soy capaz de sacarle.
León entra por el portón y con ojos peligrosos nos reúne a Max y a
mí en su entorno, un par de metros más allá de Echavarría.
—Encontraron el coche que lanzamos al agua… hay más revuelo
ahora… ya empezaron las especulaciones…
Litio Elisa D’ Silvestre
Adela
No permito que las duras palabras de Álvaro me afecten, no las dejo
entrar, sólo las ahogo en mi cabeza y hago caso omiso de ellas.
Por primera vez en mi vida.
Ahora me doy cuenta de que le permití lastimarme siempre. Acepté
que me convirtiera en la chica débil que nunca quise ser. Le di ese terrible
poder sobre mí todos estos años. Cada vez que él me decía que estaba loca, ahí
estaba yo haciéndole eco en mi mente, creyéndome esas afirmaciones. Ya no
más, Álvaro ya no puede hacerme más daño. Ni a mí, ni a Francesca. Ni a
nadie.
Dejo el galpón para que los chicos hagan lo que quieran con él, no voy
a encogerme de dolor por alguien que no me considera más nada que un
molesto estorbo. Podría estar un poco triste por perder a la única familia que
me queda. Pero, realmente, en el presente sé que Álvaro nunca fue mi familia.
No, indudablemente no.
El clan es mi familia, Santiago es mi hogar.
Litio Elisa D’ Silvestre
Tras largos años creyendo que me merecía tal soledad, que era lo
mejor que podía tener, he encontrado a alguien que amo con todo lo que
tengo, y estoy segura de que él también lo hace. Es sólo cuestión de tiempo
que Santiago lo vea, y se dé cuenta de sus propios sentimientos hacia mí.
Podrá negarlo mil veces, yo lo creeré otras miles más.
Con eso en mente, entro en la cabaña y me encuentro a León
sosteniendo a Abel, recién despierto, todavía adormecido. Me freno en seco al
verlos, tan… tan bien juntos. El niño tiene el puñito sujeto en la barba
trenzada del gigante, y lo mira con sus ojitos risueños. El hombre lo
mantiene abrazado, a salvo, sentado sobre su pierna y lo observa con un brillo
especial en la mirada, como encerrado en algún pensamiento intenso y
profundo en su mente.
Me muevo más cerca y rompo el hechizo, León se sobresalta y cuando
me ve, sonríe a medias.
—Hola—susurro, me siento a su lado en el sofá.
Abel tira de su barba y los dos nos reímos.
—Hola…
Parece no tener nada para decir, sólo se queda atento al hermoso bebé,
como si no pudiese dejar de verlo. Al contrario de mí, que necesito decirle
muchas cosas.
—Gracias—le murmuro—. Gracias… y ni siquiera al decir la palabra
se siente suficiente, León… No sé cómo pagarte esto, no tengo idea de cómo
devolverte todo lo que has hecho por mí este tiempo… pero eso queda
opacado al lado de lo que hiciste hoy con tus chicos, arriesgaste mucho al
escuchar mis súplicas y aceptar ir en busca de Francesca… ¿alguna vez alguien
te ha dicho que sos un tipo de oro?—trago, y no puedo evitar que mis ojos se
espesen un poco.
Niega a mi pregunta. Lo veo retener la mirada en Abel, como si le
avergonzara levantar los ojos hacia mí y aceptar mi agradecimiento. Distingo
su nuez de Adam subir y bajar con nerviosismo.
—No hay nada que agradecerme, chica…—al fin me busca—. Yo
agradezco tener este sexto sentido con las personas que de verdad valen la
pena… fue verte una sola vez para saber que eras una gran mujer…—se
queda callado un largo rato entonces se apresura a agregar con pesadez en la
voz—. Supongo que me he equivocado en algunas ocasiones… después de
todo, éste último tiempo, muchos hermanos me han traicionado y jugado con
Litio Elisa D’ Silvestre
Cierro mis ojos con lamento, dejo mi dolor y furia muy enterrados,
porque estoy segura de que la asustaría con mis arrebatos.
— ¿Por qué te casaste con él, Francesca?—le pregunto, sé, al segundo
siguiente que suena como un reproche.
Me maldigo, mordiéndome la lengua por ser tan insensible.
—Porque lo quería…—se atraganta con desilusión, pero se repone y
prosigue—. Mi padre le tenía mucho cariño y me lo presentó una noche en
una fiesta… llegué a estimarlo bastante en las primeras citas…
»Largos meses viví un noviazgo de ensueño… no lo amaba, pero…
papá estaba muy enfermo y decidí aceptar la propuesta de matrimonio para
hacerlo feliz antes de morir… No tardé demasiado en ver la realidad en la que
me había metido… no tuve mucho tiempo para procesarlo tampoco, me quedé
embarazada en un abrir y cerrar de ojos… no había escapatoria…
Sus labios magullados empiezan a temblar y la primera lágrima cae,
seguida de muchas más, una tras otra empapan las sábanas que la cubren.
—Y… ahora… ahora e-estoy embarazada…—gime, y se tapa el
rostro con desesperación—. Estoy embarazada… otra vez.
Tomo una bocanada de aire y ya no puedo retener más nada dentro,
exploto justo a su lado, ambas lloramos y me deja abrazarla suavemente.
— ¿Qué voy a hacer, Adela?—pronuncia entre cada ola de llanto—.
¿Qué voy a hacer con otro bebé?
La sostengo como puedo, sin permitirme derrumbarme del todo,
porque sé que me necesita tan fuerte y decidida como soy capaz de ser.
—No quiero otro bebé suyo… no quiero…—tartamudea—, y eso me
hace sentir una terrible persona… los bebés no tienen la culpa… soy una
mala mujer por no desearlo…
—Claro que no… nada de eso es cierto, Francesca… Te ayudaremos,
podrás contar con todo mi apoyo y el de los Leones… vamos a salir adelante
juntas… Seremos fuertes…
Niega
—No soy fuerte… nunca lo fui…
—Lo serás…—me limpio las mejillas con la manga de mi camiseta—.
Te lo prometo…
La abrazo por un interminable rato y mientras lo hago deseo más y
más la muerte de mi hermano mayor. Me imagino que los chicos están
Litio Elisa D’ Silvestre
29
Santiago
Me agota tener que reprimirme, necesito ver a Echavarría retorcerse
de dolor, pero sólo jugamos con su cabeza. Max se entretiene disparando
puñales a su alrededor, haciéndole creer que clavará alguno de ellos en él,
sólo rosando y logrando cortes superficiales en su piel. No niego que el tipo
apenas lo aguanta, puedo ver el pánico inundando sus ojos cada vez que ve a
Max levantar el brazo para lanzar. O cuando me acerco a profundizar su
miedo, amagando continuamente que voy a cortarle los huevos y dejarlo
desangrar.
Estoy de acuerdo con el plan del jefe, tenerlo para divertirnos,
quebrarlo cuantas veces queramos y después obligarlo a suicidarse, no sin
antes dejar una pulcra carta de perdón, confesiones y despedidas. Es una
buena idea, y con ello desviaríamos cualquier sospecha sobre Adela o el clan.
Me voy medio temprano, dejando al tipo colgado de la pared a merced
de los demás. Quiero romper huesos y arrancar piel, pero no puedo, así que
mejor sólo me marcho y tomo mi tiempo en cosas que sí están a mi alcance.
Llego, a través del claro, a la cabaña escondida. Mis pasos tranquilos,
mis manos enfundadas en mis bolsillos. Cuando entro por la puerta veo a El
Perro sentado en los sillones, vigilando al niño que duerme a su lado entre los
almohadones, abrigado con una cobija. Nos saludamos con un asentimiento y
enseguida me dirijo por el pasillo, escuchando el agua de la ducha correr en
una de las habitaciones del fondo. Ya inevitablemente interesado, me interno
en ella, algo en mi interior nuevamente despierto, y me voy quitando la ropa
a medida que avanzo la distancia hasta el baño.
Abro la puerta vidriada de la ducha y abrazo enseguida el cuerpo
desnudo, mojado y caliente de Adela. Ella se da la vuelta y se aprieta contra
mí en necesidad de cercanía, me muestra una triste y débil sonrisa. Descubro,
al detener la mirada en la suya, que ha estado llorando. No pregunto, sé que
todo esto la ha sobrepasado y de alguna forma tiene que descomprimir la
tensión de su mente y su cuerpo.
Comienzo a besarla, bajando desde el cuello, pasando por ambos
pechos hasta hacerla suspirar, temblar. No paro de descender, hasta
Litio Elisa D’ Silvestre
quedarme de rodillas ante ella, fijo en sus espejados ojos turquesas apenas
cubiertos por sus párpados caídos con excitación. Su alterada respiración
formando ecos en las húmedas paredes del baño. Reparo en sus mejillas
rosadas, el pelo empapado pegado a ellas y sus redondos pechos pequeños
bailando con cada bocanada. Allí levanto una de sus piernas, doblándola sobre
mi hombro y me dispongo a obligarla a olvidar todo lo anterior, sacar lo
doloroso de su interior y liberarla.
Un único acercamiento de mi lengua a su centro mojado y ella expulsa
un jadeo y se apoya en los azulejos, perdiendo fuerzas para sostenerse. Subo
mis manos por sus muslos hasta los montículos de sus nalgas, la aprieto para
que mi boca abierta abarque mucho más de su rincón. Cierra los ojos,
curvándose, tomando desesperados puños en mi pelo. La pruebo, solamente
con el objetivo de hacerla sentir mejor, menos afectada. Queriendo devolver a
la vieja Adela a la superficie, esa chica rebelde, temeraria y fuerte que sé que
es.
La que apretó un lazo en mi cuello y me convirtió en su jodida
mascota para siempre.
La devoro hasta sentir sus pulsaciones encerrando mi lengua y oír los
ahogados y agudos gemidos sobre el sonido de la lluvia golpeando el suelo
sobre el que estamos. Me alzo sobre mis pies cuando explota y encierro en mi
boca sus gritos, comiendo su éxtasis, convirtiéndolo en propio. Se aferra a mi
cuello mientras sus piernas permanecen inestables por unos interminables
segundos. La rodeo con mis brazos y la mantengo conmigo, nos terminamos
de lavar enfrascados en el silencio y después nos secamos. No la dejo tocarme,
esto sólo se trata de ella.
Una vez en la habitación, Adela se viste para ir a la sala, en busca del
niño, y acostarse con él en la ancha cama. Lo acomoda con cuidado debajo de
las mantas, justo en el medio, y le sigue, pegándose a su diminuto cuerpito,
protectoramente. La observo, despatarrado en un pequeño sofá pegado a la
pared frente a la cama, mientras se va durmiendo gradualmente justo después
de darme las buenas noches.
Apoyo la cabeza hacia atrás, para mirar el techo, sintiendo mis
músculos contraídos, mi interior inquieto. Amargas sensaciones punzando en
mí, sé que hay algo mal conmigo hoy. Algo que se ha desencajado, liberando
indeseadas vibraciones. Es por eso que no consigo retenerme por mucho
tiempo y termino durmiéndome bastante temprano para mi bien.
Litio Elisa D’ Silvestre
que el encierro en el extranjero me dejó. Tal vez tengo que reconsiderar esa
opinión de mí mismo.
De nuevo en mi cuarto, me congelo y trago con cierto nerviosismo
cruzando mis terminaciones al encontrar a Adela allí esperándome.
—Me estás evitando—afirma de brazos cruzados, clavando su
poderosa mirada espejada en la mía.
Me dirijo con fingida despreocupación hasta mi placar y comienzo a
sacar la ropa que voy a ponerme. Me visto mientras me observa cerca de caer
en la impaciencia. Esquivo su rostro preocupado y desilusionado.
—Dijiste que te abrirías un poco hacia mí—reprocha con voz ronca.
—Lo hice—retruco.
Me siento en el borde de la cama y me coloco una camiseta negra de
mangas largas, estoy dándole la espalda.
—Te estás alejando de mí—murmura.
Aprieto los dientes con tanta energía que se me acalambra la
mandíbula.
—No te estaba presionando…—se para frente a mí—. Y te estás
alejando igual…
Me pongo de pie, alzándome más allá de su estatura, exigiéndola a
levantar su atención hacia arriba. Procuro llegar a la puerta, pero no puedo
con ella interponiéndose.
— ¿A dónde vas?—me pregunta, está entrando en pánico.
Avanzo otro paso y ella choca contra mi pecho.
—Sabía que me harías esto… que te llevarías todo de mí y no
entregarías nada… que me dejarías vacía y te irías sin haber perdido ni una
sola pieza…
Sus palabras están surtiendo un efecto en mí que estoy seguro no
busca. Me da un empujón potente, sus palmas golpeando mi pecho.
—Háblame—pide.
Vuelve a arremeter contra mí, cada vez con más potencia y rabia. Y
devuelvo el movimiento, arrastrándola hasta la pared más cercana, pegando
secamente su espalda en ella. Sus dientes resuenan con el impacto.
— ¿Qué más querés de mí?—levanto mi voz unos cuantos decibeles.
Traga saliva y forma puños en mi camiseta, sin saber qué hacer con
esta situación.
—Todo…—pestañea para evitar las lágrimas.
Litio Elisa D’ Silvestre
30
Adela
Formo un miserable ovillo con mi cuerpo, acurrucada contra la pared
permitiéndome caer al suelo con derrota. Cierro los ojos sin poder parar de
soltar gruesas lágrimas. Debería haberme imaginado mejor los motivos que
lo mantenían hermético y temiéndole a la noche, impidiéndole cerrar los ojos.
En aquel lugar lo rompieron en pedazos, grabaron a fuego su alma y lo
marcaron para siempre. Una pequeña parte de mí considera darse por
vencida, resignarse al hecho de que jamás llegaré a él como realmente quiero.
Pero yo no soy así, pocas cosas en mi vida me han llevado por el camino de la
duda y el abandono. Esta vez necesito luchar por él y por mí.
No soy nada sin Santiago y él es sólo un saco frío y vacío sin mí.
Me atrevo a confirmar, sin ninguna clase de duda, que lo he
transformado, sólo me falta algo más de esfuerzo y consistencia. No voy a
permitir que me aparte, que retroceda lejos de lo que somos. Estoy
convencida de que me necesita y me quiere. Y si cree que la nueva
información que me ha dado cambiará mi forma de verlo está muy
equivocado. Lo amo incluso más que antes, quiero ayudarle a sanar y a
convivir en paz con su pasado. Entiendo que tiene miedo de ello y se
avergüenza de lo que le hicieron, usaré todo lo que tenga al alcance de mi
mano para terminar con esos sentimientos.
Me largo del apartamento, volviendo a la cabaña a retomar el cuidado
de Abel, que ha quedado con Max. Cuidamos al niño entre todos, respetando
el deseo de Francesca de conservarlo alejado de ella para que no vea su rostro
herido. La mujer parece verse mejor a medida que pasa el tiempo, aunque
sigue sin integrarse y no quiere tener a nadie cerca. Sus traumas serán duros
de sanar.
Después de acostar a mi sobrino en la cama grande, me aseo para
después unirme a él. Tardo en dormirme, reviviendo la discusión y las
terribles confesiones de Santiago. Derramo muchas lágrimas más por él,
enterrando mi rostro en las almohadas para que no se me escape ningún
ruidoso llanto. Lloro por lo nuestro y rezo para conseguir mi objetivo de
Litio Elisa D’ Silvestre
31
Adela
Para mi asombro Santiago no levanta la velocidad de la motocicleta,
sólo lleva un ritmo tranquilo que nos detiene directamente en el lugar donde
todo comenzó entre nosotros.
El puente.
Aquella noche flota en mi cabeza instantáneamente cuando me apeo,
me enfoco en la vista preciosa con la que nos deleita durante el día. Hoy ha
asomado el sol un poco, eso hace que el viento que castiga contra mis mejillas
no sea tan frío. Al contrario de la última vez que estuve de pie en el borde, no
estoy helada, ni tambaleante, ni sola. Para bien o para mal, aquel comienzo
violento significó mucho para mí. No importan las circunstancias, aquí conocí
a este magnífico y cerrado hombre. Sus manos en mi cuello marcaron un
camino en mi vida, como sea de loco que suene eso mismo.
Por el rabillo del ojo lo noto acercarse a las barandas conmigo, a mi
lado pero sin tocarme. Evita voltear su rostro hacia el mío, sólo se enfrasca en
el paisaje. Intento calentar mis manos dentro de mis bolsillos y a la vez
darme valor para comenzar a hablarle, ya que parece que necesita un
empujón.
— ¿Intentaste hacerme sentir culpable todo este mes por
presionarte?—la Adela vibrante sale a flote, y no puedo detenerla, quiere
desahogarse sin importar si es o no el momento indicado para hacerlo—. ¿Te
fuiste para castigarme?
No responde y eso me hace enojar mucho más.
— ¿Sabes? No iba a ser la pobre chica estúpida que se queda sentada
en un rincón lloriqueando porque está perdiendo al amor de su vida… No soy
esa clase de persona… tuve que sacar mis garras, Santiago… al menos
luché… si ya no querés verme de nuevo, lo acepto… pero estoy orgullosa de
haberte enfrentado…
Doy un suspiro frustrado y alborotado al aire. Me siento eufórica,
porque éste es el momento de sacarme de encima esa pesada sensación de mi
pecho junto con las palabras que esperé tener la oportunidad de decirle todo
este tiempo de ausencia.
Litio Elisa D’ Silvestre
Santiago
Tener a Adela otra vez encajada en mis brazos me hace sentir
extraño. O, mejor dicho, completo de una forma extraña. Mi caja torácica
punza como si estuviese a punto de reventar, no cabe ningún sentimiento más
dentro. Nunca me sentí así, ni en aquellos momentos en los que fui el chico
dorado con la vida entera planeada y la novia más hermosa. Ahora es distinto,
esta parte de mi vida es más intensa y no se compara con nada anterior. Así
como mi personalidad y mis formas de vida han cambiado, también lo han
hecho mis emociones. Mis planes a futuro son lo opuesto a los que idealicé
años atrás, pasando por la adolescencia.
La gente podría decir que he madurado torcidamente, que cambié para
mal. Yo respondería que están todos equivocados. Me gusta lo que soy, me
atrae mi vida actual y amo profundamente a la chica perfecta, que promete
estar a mi lado siempre.
Litio Elisa D’ Silvestre
32
Adela
—Creí que no podía amarte más—le susurro, temblorosa—. Estaba
equivocada, ahora te amo incluso mucho, muchísimo más que ayer…
Veo los ojos de Santiago espesarse y volverse más oscuros con mis
palabras. Tengo la garganta irritada por las lágrimas que su historia me hizo
soltar. Mis mejillas semi secas gracias al viento, mis pestañas humedecidas
encerrando mis ojos acuosos. Sorbo por la nariz y me aferro más a su ropa,
mientras me mantiene rodeada con sus poderosos brazos.
—Y yo creí que jamás volvería a sentir nada por ninguna mujer…—
replica—. Estaba equivocado, es evidente.
Sonrío y me alzo en las puntas de mis pies para besarlo con todo lo
que tengo. Apreso su rostro más moreno entre mis manos pálidas y tomo sus
labios con ardor y, a la vez, dulzura. Me devuelve la atención forzando su
lengua a convertir el momento en otra cosa además de romántico. Caliente.
Me abro con gusto para dejarle el paso libre y me prueba como si fuera la
primera vez.
Traga mis suspiros y después me muerde en la comisura, dejándome
sin aliento. Mezclando de nuevo esa clase de placer y dolor.
— ¿Santiago?—jadeo.
— ¿Mmm?—ronronea contra la piel de mi cuello.
—Llévame a casa—murmuro, encerrando en mis palabras el
monumental deseo que me abriga.
Se aleja para mirarme a los ojos, ambos ansiando lo mismo. Entonces
entrelaza los dedos de nuestras manos y tira de mí hasta la motocicleta.
Estuvimos separados por un mes entero, es momento de recuperar el tiempo
perdido.
tenerlo sobre mí, caliente y sudoroso, con sus jadeos bruscos y gruñidos de
éxtasis.
No se demora en enterrarse en mis profundidades de una sola vez, sus
dedos apretando la carne de mis caderas, marcándola para siempre. Parece
que los juegos previos no están en la carta de menú esta tarde, él quiere
tenerme tan rápido como sea posible. Cierro los ojos y suspiro al sentir su
grosor, el metal frío de su piercing rozando los puntos correctos. Me arqueo,
despegando el centro de mi espalda del colchón, buscando hacerlo llegar más
adentro.
Levanta mi culo con sus manos y así encajamos perfectamente, grito
cuando los bombeos rítmicos e intensos de sus caderas me sacuden. No me
puedo mover mucho, la posición hace que sólo la parte superior de mi espalda
y mi cabeza estén apoyadas, pero me contorsiono en cada arremetida, arrugo
las sábanas en mis manos y me concentro en el choque de nuestros centros.
Justo cuando mis paredes se aferran a su pene con fuerza, llamando
desesperadamente al creciente orgasmo, él se quita a sí mismo de mi interior
dejando sólo un nudo de frustración llenándome. Estoy quejándome en el
segundo que baja y muerde mis labios con urgencia, acallándome. Reemplaza
sus dedos, sepultándolos con ímpetu en mí, clavándolos con saña, retomando
un ritmo devastador que me tiene de nuevo loca, cerca del tramo final.
Hasta que una vez más, me quita la oportunidad de vaciarme y se
aleja.
Le pellizco el brazo con resentimiento nublado y él me devuelve la
agresión volteándome sobre mi estómago como si fuera una muñeca de trapo.
Apresa el lateral de mi cabeza, fijando mi mejilla contra la superficie
impidiéndome moverme. A continuación, lo percibo en mi espalda, quita el mi
cabello de su camino y marca una ruta descendiente por todo el arco hasta el
nacimiento de mis nalgas, me elevo para conseguir más de sus labios y lengua
en mi piel, y recibo un mordisco que me hace saltar y gemir.
Se acomoda a horcajadas y vuelve a empalarme hasta su empuñadura,
deslizándose en control, tomándome entera. El aire abandona mis pulmones
antes de adaptarse a una nueva danza, esta vez incluso más castigadora y
firme. Siento su mano esconderse en mi pelo, que está por todos lados, incluso
apenas me deja ver mi entorno, tira de él, al principio levemente para después
dejar ardiendo mi cuero cabelludo. Aquello hace que el principio del final
Litio Elisa D’ Silvestre
broma. ¿Cuánto tiempo hace que llegué a este clan? No lo suficiente, de eso estoy
segura, en ningún lado aceptan alguien tan rápido y fácil.
—Es tuyo, Adela—me sacude el jefe.
—Emm—suelto, no sé qué decir—. Pero… pero…
El Perro chasquea la lengua con impaciencia, entonces tironea de mí
quitándome el abrigo y encaja la prenda a la fuerza, pasándola por mis brazos
tan rápido que ni siquiera tengo tiempo de luchar contra él.
—No hay peros…—me dice muy, muy seriamente.
Mi boca se abre, mi mandíbula colgando cerca de desprenderse de mi
cráneo.
—Adela, todos valoramos tu presencia en este lugar…—comienza
León, el resto asiente—. Decidimos tomarte como un miembro nuevo, porque
sos importante para nosotros, desde que llegaste toda ha mejorado mucho en
este bar… Nos has demostrado lealtad incluso desde el principio, sabemos
que nos consideras tu hogar, y yo te considero una Leona…
Trago y fijo mis ojos en el cuello de la chaqueta de él porque si miro
alrededor, o incluso a su rostro, empezaré a llorar como un bebé. No quiero
hacerlo delante de todos.
—Fuiste una Leona toda tu vida… nunca dejaste de luchar, sin
importar lo que tuvieras a favor o en contra… Sos fuerte, valiente… ruda
como la mierda—risas retumban ante eso—. Y merecías más que nadie el
chaleco con nuestro nombre… ¡Bienvenida, oficialmente, a la Furia, querida!
Mis ojos están tan abiertos y anonadados que apenas puedo pestañear,
sorbo con la nariz con fuerza, tratando de enviar el llanto por el mismo
camino por el que llegó hasta punzar en mi garganta. Traidor. Mi enfoque se
nubla, inevitablemente. Unos cálidos y fuertes brazos me encierran desde
detrás y los reconozco a la perfección. Me doy la vuelta para ver el rostro
oscuro de Santiago, sus ojos enganchan los míos y me deja saber que se siente
muy orgulloso de mí.
Mis labios se arrugan, tiemblan.
—L-lo sabías—gimo, no suena como la acusación que tenía en mente
soltarle.
Asiente, una de las comisuras de sus labios toma una curva hacia
arriba. Al segundo siguiente levanta una mano en dirección a mi rostro y con
el pulgar me seca una lágrima que ni siquiera noté que se escapaba. Ese gesto
suave y reverencial termina conmigo, me derriba con fuerza y con un único
Litio Elisa D’ Silvestre
32
Santiago
Arrastro a Adela fuera del bar, ella se ríe y se tambalea un poco
cuando el frío aire de madrugada le resopla en la cara. Creo que esto de
recibir un chaleco y convertirse en una miembro oficial del clan le ha
golpeado duro, en el buen significado. Se ha tomado el tiempo de festejar
junto con los hermanos y Lucre, ha disfrutado como nunca esta noche. Es la
primera vez que la veo soltarse tanto y perder el control de esa forma,
completamente fuera de su papel de bartender. Se vio segura y a gusto
rodeada de lo que ella ya considera su familia.
La vigilé de lejos y la dejé unirse a la fiesta, me sentí muy bien al
verla, porque fui testigo de su extrema felicidad. Y sé, como todos los que
estaban allí, que ella lo merece.
De vez en cuando se acercaba a mí, en el rincón, y, sólo con
movimientos y sin hablar, me pedía que la rodeara con mis brazos. Descansó
la mejilla en mi pecho con confianza y cariño, como si no pudiera estar
demasiado tiempo a metros de distancia y necesitara compartir más conmigo.
—No estoy tan borracha—aseguró, ya llegando al apartamento.
Asiento, por dentro riéndome de su mirada espejada un poco turbia
por el alcohol.
—Eso quisieras—suelta, y dobla las comisuras de sus labios hacia
arriba—, para así aprovecharte de mí.
Alzo las cejas con consideración a su anuncio, su rostro se va
apagando acompañado de un brillo nuevo en sus irises. No más diversión,
sólo tensión sexual.
—Eso no es necesario—replico con una voz ya sobrecargada—, puedo
aprovecharme de tu cuerpo de cualquier manera… en cualquier momento—lo
último sale demasiado espeso, más parecido a un ronroneo.
Bufa. Pero inmediatamente después se muerde el labio inferior y sus
párpados caen con sensual expectación. No tiene que hacer nada más para que
me apresure a abrir la puerta. La dejo pasar primero, sin necesidad de
sostenerla, porque milagrosamente camina erguida y mucho más segura. Y
rápida. Me doy la vuelta para ponerle la traba a la entrada y a continuación
Litio Elisa D’ Silvestre
sus labios. Adela alza su mirada hacia la mía y acepta gustosa, tuerce la
cabeza hacia mi dirección y abre la boca con invitación. Con su mano forma
un puño a mí alrededor y me lleva más cerca, cierro los ojos unos segundos,
perdiendo el hilo de las cosas al sentir el calor acuoso de su interior tomarme
y absorberme sin reparos.
Me atraganto y la dejo hacer, quito el pelo que recubre su mejilla
sonrosada y empujo mis caderas un poco más, le provoco un suspiro. No deja
de tomarme apretarme en su palma cerrada. Me estiro levemente sobre ella,
buscando a ciegas su entrepierna, la acaricio para después clavar mis dedos en
lo más recóndito de su cuerpo. Sus paredes se estiran y se ciñen, hambrientas,
a la misma vez que su garganta se agita a causa de un gruñido de éxtasis,
enviando las vibraciones a la zona más sensible de mi pene.
Obligo a mis dedos a ir más allá, al mismo tiempo que invado con mis
caderas, forzando a Adela a abrirse más y tomarme hasta que se atraganta.
Respira agitada y ruidosamente cuando descomprimo el inicio de su
garganta, cierra los ojos para calmarse, antes de volver a llevarme dentro,
esta vez siendo guiado por su misma mano. La dejo crear el ritmo, mientras
yo le devuelvo otro, mi pulgar amasando su clítoris con movimientos
circulares y rápidos.
Es al comienzo de sus gemidos que me retiro, le prohíbo cualquier
contacto después, dejándola abandonada y temblorosa en la mesa. Me siento
en una de las sillas, despatarrado perezosamente, observándola con fijeza. Me
enciendo a más no poder al ver que me fulmina con la mirada y empieza a
tocarse ella misma para llegar. Y se lo permito, disfrutando la vista y
masturbándome con ella. Nos medimos, batallando, ella no se pierde mi puño
subiendo y bajando mientras recorre el largo de mi masculinidad suavemente.
No siento prisa, nunca soy ansioso como Adela, que cuando se siente cerca el
orgasmo, hace lo que sea para llegar a él. Lo que sea.
Percibo mi vista espesarse en el instante en que su espalda de arquea,
se frota con más arrebato entre las piernas y explota en mil pedazos justo en
mis ojos, deleitándome con la escena. Se pellizca un seno firmemente
mientras acaba, sus piernas se sacuden con fuerza y sus agudos chillidos
llenan mis oídos, creando ecos que me vuelven loco.
Sé el segundo correcto en el que todo se vuelve pacifico para su
percepción, y allí es donde vuelvo a entrar en escena. Justo cuando se alza
sobre el borde, queriendo bajar los pies al suelo. Despeinada, sonrosada,
Litio Elisa D’ Silvestre
Ella llega a la cima al mismo tiempo, sepultando sus filosas y dañinas uñas en
mis nalgas en un impulso firme. Sigo bombeando un par de veces más hasta
vaciarme del todo, las convulsiones del pequeño cuerpo debajo de mí van
cesando y, al minuto siguiente, la calma nos encuentra y acorrala.
El silencio llena la estancia, la luz de la luna nos ilumina y hacen que
los ojos saciados de Adela brillen como plata fundida para mí.
—Estaba usted hambriento, Máquina—cuchichea, con diversión en la
voz.
—No tenés ni idea—retruco.
Me levanto y la elevo conmigo, la sostengo mientras sus piernas se
recuperan del asalto y tironeo de ella hasta la habitación.
—No tenés ni idea—repito, mi tono más bajo.
Si tiene pensando dormir, que se prepare, porque no cerrará los ojos
en todo lo que queda de oscuridad.
Adela
En los días siguientes nos envolvemos en una rutina tranquila y
bienvenida para ambos. Mis noches en el bar son iguales que siempre, pero
esto de ser un miembro oficial lo hace incluso mejor. Y Santiago sigue
tomando su lugar en la última mesa del rincón, me encanta cuando hace eso.
Cuando no puede quitar sus ojos de mí.
Tenemos dos semanas para acomodarnos en la convivencia, hasta que
León decide llevárselo para unos negocios fuera. No me gustó esa decisión,
pero entendí que ya era hora de incluirlo, ya que es muy necesario en los
viajes y los tratos comerciales. No nos quedó otra opción que despedirnos,
para después quedarme sola con el resto de los Leones que no viajaron.
Lo extrañé muchísimo, se podría decir que desarrollé una fuerte
dependencia por él. Y no me aguanté las noches en las que me tocó dormir
sola, con el otro lado de la cama vacío y frío.
Por suerte Francesca me trajo a Abel para que pueda verlo y estar un
ratito con él, mientras ella viajaba a la ciudad por nuevos estudios médicos. Se
ve mucho mejor, aunque la palidez y la forma en la que esquiva
deliberadamente a los hermanos, me hacen creer que los fantasmas serán
difíciles de matar. No quiere tener cerca a ningún hombre.
Litio Elisa D’ Silvestre
Santiago
Me sorprende lo rápido que me he adaptado a tener cerca todo el
tiempo a Adela, parece que hemos estado haciendo toda la vida esto de la
convivencia. Ella me entiende, intuye cada uno de mis momentos. Sabe
cuándo necesito estar a solas, o cuándo no debe tirar de mí ni presionarme.
Pero claro, es por todo eso que me enamoré de ella en un principio, porque es
mi alma gemela. No hay nadie más que vea tan dentro de mí.
Años atrás, si alguien me hubiese asegurado que yo terminaría así con
alguien, lo habría tomado como una broma de mal gusto. Tal vez hasta le
habría arrancado las tripas. Pero ahora, no puedo creer que mi vida haya dado
este semejante giro en tan poco tiempo. Agradezco haber encontrado a Adela
aquella noche en el puente, mentiría si dijera lo contrario.
También agradezco que se haya tomado el tiempo de escarbarme por
dentro, de conseguirse un hueco. No me imagino a ninguna otra persona
siendo merecedora de saber por entero mi pasado, con el más íntimo detalle.
Aunque la hice sufrir en el proceso, sé que eso ha quedado en segundo plano.
Me encargaré de que jamás recuerde los horribles momentos que le hice
pasar.
Nuestra primera separación después de mudarnos juntos fue de las
peores, no quería irme del recinto pero sabemos bien que en esto consiste
nuestro trabajo. No tuve mucho tiempo para pensar durante la expedición,
pero justo en el momento en el que pisé de nuevo nuestro hogar sentí esa
chispa, ese entusiasmo. Durante el viaje de vuelta, acelerando mi motocicleta,
pensé en que era la primera vez que alguien aguardaba por mí en casa. Me
sentí raro ante eso y de una manera sensacional.
Al verla de pie allí, esperando en la puerta, rebuscando entre el
montón de tipos precipitándose hacia el bar, no me frené de sonreír. No me
frené de sostenerla cuando corrió y saltó contra mí, supe en ese momento que
la distancia nos había vuelto locos. Quizás a Adela mucho más que a mí, que
me repitió un millón de veces que me había extrañado como loca.
Esa misma noche entre la bruma, el sudor y la locura, gimió mi
nombre y me pidió que no la dejara nunca más, justo antes de caer por la
borda y explotar en pedazos dentro de mis brazos. Por supuesto, ambos
sabíamos que no podía prometer eso, eventualmente tendríamos que pasar
Litio Elisa D’ Silvestre
períodos el uno sin el otro. Sin embargo, los superaremos sin problemas
cuando lleguen.
Nuestra vida no es convencional, de hecho somos unos chiflados
descontrolados con cualquier cosa que tenga que ver con la convivencia en
pareja. Adela apenas sabe cocinar, yo no ayudo mucho, nos arreglamos como
podemos copiando recetas fáciles de internet, o pedimos comida hecha y la
refrigeramos. En cuanto a limpieza somos ambos organizados y no nos gusta
el caos. Nuestros horarios sí son desordenados, generalmente nos salteamos
los desayunos porque nos dormimos de madrugada.
Vivir con ella es como estar continuamente en una montaña rusa, con
sus altos y bajos, nunca caemos en el aburrimiento. Nunca nos cansamos el
uno del otro, pero tampoco nos asfixiamos. Nadie amarra a nadie.
He estado trabajando mucho en intentar dormirme antes del
amanecer y vencer los miedos que eso conlleva. La mayoría de las veces, es
terrorífico para mí, porque despierto envuelto en las peores pesadillas, esas
que revelan los recuerdos que tanto deseo ahogar. Adela siempre está a mi
lado cuando pasa, y se queda despierta conmigo hasta que el sol empieza a
asomar. Supongo que con el tiempo llegará la superación, confío en ello y ella
también.
— ¿Qué les hiciste?—preguntó una de esas noches, mientras
esperábamos el amanecer envueltos en calma.
Su mejilla estaba descansando en mi pecho y las yemas de sus dedos
mantenían mis latidos a raya.
— ¿A quién?—pregunté, aunque tenía una leve sospecha de a qué se
refería.
—A los hombres que te lastimaron—susurró, tensa.
Creía que iba a esquivar el tema y cerrarme abruptamente para no
responderle. Puede que pensara que me hacía daño al querer hablar, pero
después de contarle mi pasado, ya no hubo barreras entre nosotros. Ni las
habrá.
—A eso lo recuerdo bien—murmuré duramente.
Como dije, no tenía claros recuerdos de los abusos, siempre había
podido cerrar mi mente, protegiéndome de lo exterior en cada episodio. Había
tenido ese poder a la hora de pasar por las peores situaciones. Sin embargo, sé
muy bien todo lo que hice al llegar la hora de vengarme.
Litio Elisa D’ Silvestre
arremetió contra mi cuerpo y yo, a duras penas pude esquivarlo, jadeando por el dolor
en mi costado. Me tragué el grito y luché. Se precipitó de nuevo como una tromba y
volví a salir de su camino. Nuevamente puse mis manos a funcionar, golpeé su rostro,
y él se rio, fui a por su nariz y me derribó haciendo sangrar el interior de mi boca.
Por alguna enferma razón de permitió levantarme y ese fue su peor error, esperé por
él y saltó, me escurrí hacia un costado y enterré mi codo en su nuca, su cuerpo enorme
cayó inconsciente a mis pies…
»Al principio no lo podía creer, bajé mis ojos y los froté para poder ver que
realmente había podido contra él… Mis agitadas bocanadas eran lo único que se
escuchaba en el hueco, crearon un eco que me envolvió y me llenó de poder… la
adrenalina me hizo dejar en segundo plano las punzadas en mis costillas y me
enfrasqué sólo en el tipo desmayado, el que tanto daño me había hecho a lo largo de
los años… No lo pensé, fui directo a sus botas y les quité ambos cordones, eran de un
buen material, bastante fuerte. Hice lo mismo con el muerto, porque sabía que iba a
necesitar más. Le até las manos en la espalda al calvo, tan apretado como pude, le
quité los pantalones y sujeté la tela alrededor de su boca. Entonces, mientras
comenzaba a despertar, rodeé el comienzo de sus testículos con uno de los cordones
que me sobraban, hice un nudo simple y justo cuando alzó la cabeza para mirarme, le
sonreí y tiré de cada extremo con toda la fuerza que pude tomar de mí mismo…
»Realmente no sé por cuánto tiempo estuve estrangulando sus huevos con el
cordón, sólo sé que terminé cortándoselos, separándolos de su cuerpo… La sangre
manchó mis manos, mis brazos, mi rostro… el calvo quedó inconsciente y me lancé
sobre él para también quebrarle el cuello…
»Allí, esperé a que vinieran los demás… primero apareció uno, lo golpeé en
el centro del pecho, en el punto exacto donde logré parar su corazón… En total, eran
cinco… pero dejé uno con vida, bajo amenaza… Éste, al entrar y ver la masacre que
hice con todos sus compañeros, no dudó en temerme. Ese miedo me hizo fuerte, me
gustó… Le amenacé con cosas inimaginables que sólo mi mente consideraba y le
obligué a que me ayudara a salir de allí. El cagón lloriqueó y prometió hacerlo, yo, ya
para ese entonces, ya era el robot insensible de la actualidad… Hice que me cubriera,
y que no enviara el informe oficial de que me había escapado, yo no quería que mi
padre se enterara de que andaba suelto y que podría volver al país… El terror le
llevó a obedecerme. Me encargué de llamarle una y otra vez cada semana para
mantenerlo petrificado… Y después de tener venganza con mi padre, volví a España
Litio Elisa D’ Silvestre
Epílogo
Dos meses después…
Próximamente…