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“Año del Dialogo y Reconciliación Nacional”

Universidad Nacional de San Agustín

Facultad de ciencias histórico sociales

ESCUELA:

Antropología

AÑO:

Segundo – 4to Semestre

CURSO:

Antropología Peruana

TEMA:

La interculturalidad Promueve el Bienestar y Vigencia de los


Pueblos Indígenas, así como el Desarrollo del País en General

Estudiantes:
 Quenaya Ligue Brenda Diana
 Mamani Zuñiga Rosmel José
 Mamani Sánchez Diego Armando
 Ortiz Gaspar Josué Mateo
 Huamani Villafuerte Brush
Docente:
Lic. Jorge Zegarra López

2018
La interculturalidad Promueve el Bienestar y Vigencia de los
Pueblos Indígenas, así como el Desarrollo del País en General
"Un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse." Hablar
de interculturalidad es, sacar a la luz muchos de los conflictos que existen en nuestras sociedades, es
aceptar que hay diferentes culturas y que no todas tienen el mismo reconocimiento y poder, este
reconocimiento de la diversidad obliga a cuestionar las desigualdades y todo tipo de consecuencias
que ellas traen como pobreza, discriminación, racismo, xenofobia, etc. Encontramos aquí otra
poderosa razón para el fomento de la interculturalidad, contribuir a cuestionar las situaciones
estructurales y las condiciones que permiten que haya dominación de unas culturas sobre otras, de
determinados colectivos humanos sobre otros, etiquetados como diferentes e inferiores. Si bien,
nuestro país alberga una sociedad con gran diversidad cultural, donde conviven culturas diferentes
con sus respectivas lenguas, tradiciones, cosmovisiones y costumbres. No obstante, a lo largo de
nuestra historia republicana, estas diversas poblaciones culturales y lingüísticas han sido subvaloradas
debido a la forma en que ha estado organizada nuestra sociedad, que ha reproducido formas
jerárquicas, discriminatorias y excluyentes de relaciones. Sin embargo, aunque esta diversidad
cultural es celebrada y promovida, el reconocimiento de la identidad de estos pueblos como indígenas
es un tema complejo, debido al estatuto que adquieren como sujetos de derechos colectivos,
amparados por las normas nacionales e internacionales. Y si bien, lo indígena es una identidad móvil,
compleja y en constante re-definición, es esta misma, quien es la cara más expresiva no solo de la
pobreza sino de otras situaciones que adolecen su existencia. La interculturalidad promueve el
bienestar y vigencia de los pueblos indígenas, así como el desarrollo y la construcción de una
identidad del país en general.

El Perú es uno de los países con mayor biodiversidad en el planeta, poseemos además de esta, una
considerable diversidad cultural y lingüística. En la amazonia coexisten alrededor de 65 grupos
étnicos pertenecientes a doce familias lingüísticas, conviven también ramificaciones de la familia del
aimara con diversas variedades del quechua y un castellano hablado por la mayoría de la población
con sus propias variedades regionales. Así mismo, tenemos una sociedad ordenada jerárquicamente,
situación que se comienza a perfilar durante la colonia, periodo en el que se organizó un sistema
dentro del cual la cultura occidental fue la dominante, es decir aquella valorada y quien daba las
pautas de los saberes legítimos, controlaba las instituciones y se considerada superior a otras culturas.
Pero, nuestra historia ha supuesto también un conjunto de saberes respecto al manejo de la diversidad,
de la naturaleza y también de los grupos sociales, haciendo posible la convivencia entre quienes eran
diferentes. Sin embargo en las últimas décadas del siglo pasado hemos vivido una situación de
violencia política que deja una huella imborrable para todos los peruanos. Conjuntamente con la
puesta en escena de las brechas socioeconómicas, ya que el proceso de violencia puso de manifiesto
la gravedad de las desigualdades de índole étnico-cultural que aún prevalecen en el país.

La igualdad o desigualdad entre los seres humanos no tiene nada que ver con la biología sino con
preceptos éticos, algo que una sociedad puede otorgar o quitar a sus miembros, como indicaba
Dobzhansky. La diversidad observable es un producto genético, un conjunto de diferencias genéticas
y ambientales mientras que la desigualdad es un producto cultural, una construcción social.

Pero, ¿a qué nos referimos cuando decimos interculturalidad? “El termino interculturalidad alude al
encuentro entre culturas. Ahora bien, la cultura es el conjunto de todas las formas de vida y
expresiones de una sociedad determinada” (Ossio M., Juan y otros; 1986). En esta perspectiva cada
uno de nosotros hacemos cultura y somos portadores de cultura. Cabe mencionar que las culturas no
son estáticas en el tiempo, sino cambiantes. Cada grupo cultural es como un ser vivo que con el tiempo
se va transformando por crecimiento y adaptación. Así aquello que se considera lo propio de una
cultura es en realidad fruto de una constante transformación cuyos orígenes han sido de diversos
encuentros culturales y la manera de conservar las culturas es contribuir a la afirmación del yo
colectivo “el grupo” afirmando su tendencia al cambio y a la reinvención constante de sus formas de
expresión.

La interculturalidad parte también del reconocimiento de la diversidad y del respeto a las diferencias,
pero es un proceso que busca establecer el diálogo e intercambio equitativo en una sociedad plural,
es en este sentido, más que un concepto, una propuesta, es un desafío que supone una actitud que
parte de la base de aceptar la condición nata de igualdad y respeto de todos los seres humanos a pesar
de las diferencias, por el solo hecho de serlo (Norma Fuller).

Así mismo, la interculturalidad debe ser entendida como un proceso permanente de relación,
comunicación y aprendizaje entre personas, grupos, conocimientos, valores y tradiciones distintas,
orientada a generar, construir y propiciar un respeto mutuo, y a un desarrollo pleno de las capacidades
de los individuos, por encima de sus diferencias culturales y sociales, en un intento por romper con
la historia hegemónica de una cultura dominante (Walsh).

El proceso que les ha tocado vivir a las que hoy conocemos como comunidades campesinas e
indígenas ha sido largo, tenso y complejo, y se ha caracterizado por una historia de resistencia, cambio
y adaptación en busca de mayor acceso a derechos y ciudadanía. El nombre mismo, indígena, fue
otorgado por la administración colonial española junto con una legislación especial. Así mismo, el
término “indígena” o “indio” es considerado peyorativo, y no sólo por el uso que se le daba para
aludir a un grupo que ancestralmente había sido olvidado, maltratado y explotado, sino porque
continúan siendo repetidos aquellos discursos que datan de la época colonial, en que se señalaba que
los indios eran la peor escoria, sucios, haraganes, profanos, etc. Como señala Juan M. Ossio, la
connotación peyorativa detrás de los términos indio e indígena “reposa en una discriminación cultural
y racial heredera del período colonial. Expresiones tales como salvajes, indio bruto, ignorante, ocioso,
han sido y continúan siendo bastante populares entre las élites urbanas” (Ossio, 1990: 164). Sin
embargo, hubo gobiernos pasados que intentaron reivindicación al indio explotado. Por ejemplo,
Augusto B. Leguía quien establece el 24 de junio de 1930, “Día del Indio”. Por su parte, el gobierno
militar de Juan Velasco Alvarado promulga la Ley de Reforma Agraria, que a su vez establece que el
24 de junio ya no sea el día del indio si no del “campesino” y se reconoce el quechua como idioma
oficial.

Por otra parte también contamos con pueblos “no conquistados” los de la selva, quienes conservaron
su nombre, su lengua, sus costumbres. Y hoy tenemos en el Perú decenas de familias lingüísticas,
asháninka, awajún, shipibo-konibo, etc. El peor momento de la historia para estos pueblos fue el siglo
xix, cuando se formaron los Estados nacionales. Estos pueblos terminaron circunscritos al territorio
nacional de un Estado al que eran extraños. En el Perú, la selva se mantuvo como una frontera, en la
que entraba, de vez en cuando, algunos hacendados que producían café y misioneros que iban a
“civilizar salvajes”. Muchos indígenas de la Amazonía no tuvieron contacto con el Estado peruano
hasta los años cuarenta del siglo xx. Luego del periodo del caucho, otro momento de relación
conflictiva para estos pueblos fue el de los colonos, que se fueron introduciendo y apropiando de
tierras que concebían como un territorio vacío. Más tarde, el gobierno de Velasco, respecto a estas
poblaciones, hizo algo similar a lo que realizó el presidente Leguía en los años 20 para los indígenas
de la sierra, es decir, abrió un padrón de registro de comunidades nativas. Se empezó, entonces, un
recorrido para lograr reconocimiento. Como ocurrió con la Reforma Agraria, donde las comunidades
indígenas se convierten legalmente en comunidades campesinas.

Sin embargo, las comunidades campesinas e indígenas aún son objeto de desigualdad. Ante ello, surge
entonces la necesidad de cuestionar la “colonialidad del saber”. Esto último, es el resultado de un
proceso que consiste, primero, en relegar el conocimiento producido por los grupos colonizados o
dominados de la formación intelectual y, segundo, en imponerles otra forma de interpretar, entender
y hacer el mundo. En este sentido, resulta particularmente interesante entender el rol de la educación,
considerada más como un medio para poder “infiltrar” la sociedad dominante y aprender a conocer
sus dispositivos que como una instancia de aculturación.
En esta misma línea, ¿cuál es el rol del Ministerio de Cultura? Sin duda, es fomentar la afirmación de
la identidad nacional y promuever el desarrollo cultural a través del diálogo intercultural y el
reconocimiento de la diversidad cultural entre los peruanos. En particular el Viceministerio de
Interculturalidad es la autoridad en materia de interculturalidad, inclusión, pluralidad étnica y cultural
de la nación y discriminación étnico-racial.

Por tanto, para garantizar derechos y afirmar ciudadanía intercultural se requiere que el Estado
incorpore al momento de diseñar sus políticas y de gestionarlas, enfoques que hagan de estos derechos
una realidad, para que sean efectivos y exigibles. Este es un camino complejo pues se trata de
modernizar la gestión pública, de cambiar hábitos de administración, cambiar culturas laborales,
incorporar nuevas herramientas y también exige compromiso con nuevos paradigmas de
pensamiento. No es tarea fácil, menos en un país y un Estado que ha desarrollado insuficientemente
su servicio público y sostiene cierta inercia centralista. Sin embargo, todos debemos ser las voces a
las que nunca se les ha hecho caso, para comenzar a pensar en una sociedad intercultural y equitativa.

Así mismo, la diversidad cultural en los andes y la amazonia parece ser mantenida y reforzada
conscientemente como una manera de reafirmar la identidad del grupo por diferenciación de otro y
ello es bueno. La actividad misma de construir la identidad enfatiza así, en la diferencia, es sin
embargo común a todos y es un rasgo cultural que los une fuertemente, como los une también la
búsqueda de creación de rituales que afirmen la unidad de conjunto, preservado y marcando las
diferencias.

Por tanto es necesario entender, que la diversidad cultural no es un problema. Es más bien, como
decía Jorge Basadre, una posibilidad. El problema no está en la diversidad misma sino en la manera
de percibirla. Es decir: el problema es considerarla un problema. Es frecuente la comparación con
países europeos, asiáticos o incluso latinoamericanos como Chile o Argentina por ejemplo, para
mantener esa afirmación. Curiosamente la referencia a los Estados Unidos debería abrirnos a otra
percepción, pues este es un país de inmigrantes de orígenes tan diversos que fue capaz de convertirse
en el país más poderoso del planeta.

El luchar contra estos prejuicios no es fácil porque los hemos interiorizado profundamente y porque
son compartidos por todos. En especial son patrones internalizados también por quienes se encuentran
desfavorecidos por el estereotipo y se lamentan por no poseer los rasgos físicos y culturales que les
darían prestigio en la sociedad. Es así, que desarrollan una actitud ambigua: por un lado, frustración
y hasta desprecio por los propios rasgos, con la ambición de acceder por lo menos parcialmente al
modelo de mayor prestigio y por otro lado, odio oculto y reprimido hacia ese modelo que se sabe
inalcanzable.

Por su parte, en nuestro país tampoco la escuela ayuda al diálogo intercultural cuando presenta las
culturas andinas y amazónicas como reliquias de pasado, que en el mejor de los casos pueden traer
divisas como objetos de museo, sin poner en duda la supremacía del castellano y de la llamada cultura
occidental. La educación bilingüe intercultural ha sido marginada y en todo caso se la considera más
como una estrategia de integración para quienes no hablan castellano que como un espacio de diálogo
entre integrantes de ámbitos culturales diferentes. La interculturalidad como proceso recíproco en el
que aprendamos unos de otros, es un concepto prácticamente desconocido en educación.

Todos los niños y niñas del país tienen derecho a conocer la diversidad cultural y lingüística del país,
a valorarla positivamente y a formarse como ciudadanos que respeten las diferencias y no se sientan
discriminados. En tanto, la educación intercultural para todos y todas debe darse de manera
contextualizada, reflexiva y crítica. Buscando que cada individuo construya una identidad desde la
afirmación de lo propio y en relación con lo culturalmente distinto, así como el fomento de una
convivencia basada en la comunicación, el respeto y el establecimiento de relaciones de
complementariedad. “La educación intercultural para todos y todas promueve una ciudadanía que
apuesta por un modelo democrático de sociedad, por lograr objetivos comunes de desarrollo como
país y, además, enfrenta las prácticas de discriminación, sexismo y racismo” (Burga Cabrera).

Reconocer la diversidad cultural y el encuentro de estas cultura, es decir, la interculturalidad, es


importante para que se gobierne y conviva de manera inclusiva y respetuosa, porque así las políticas
y programas que se fomenten atenderán a esta realidad y promoverán la valoración a las diferentes
identidades que conforman nuestro país. Por ejemplo, las lenguas aborígenes de nuestra amazonia,
en la actualidad está en peligro de desaparecer y esto se debe a que no se ha actuado a tiempo para
establecer una política educativa y cultural que respete y valore estas lenguas y a las comunidades
que aún lo hablan. Es decir, no se ha considerado este elemento distintivo de nuestra diversidad
cultural. Hay que entender, que si lo perdemos, perdemos parte de nosotros mismos, aunque no
hablemos esa lengua, porque es parte de la identidad peruana. Y como sabemos la cultura peruana,
se ha construido gracias a los aportes de las culturas de pueblos andinos-quechuas, aimaras,
amazónicos, inmigrantes europeos, africanos y asiáticos a través del tiempo. Pero esto, no se
transformado en la aceptación de la realidad por la mayoría de los peruanos. Así, la valoración de las
otras culturas aporta al ciudadano valores como la tolerancia, la cooperación y el aprecio sincero
hacia los demás. “Hay que lograr que esas diferencias nos enriquezcan y nos fortalezcan en vez de
dividirnos” como señala Irina Bokova. Por tanto, si no apreciamos el valor de los otros, perdemos
una oportunidad de conocer todo el bagaje cultural que poseen los diversos grupos étnicos o minorías
y por lo tanto desperdiciamos el potencial creativo que esas culturas poseen. Por eso, el respeto a las
culturas nos predispone al diálogo, al aprecio y encuentro con aquellos que consideramos diferentes.
La interculturalidad aporta una multiplicidad de miradas y soluciones a los problemas y en este
sentido también se constituye en una herramienta para el desarrollo.

CONCLUSIÓN

Lo que podemos concluir de acuerdo a la interculturalidad que es un fenómeno que


resulta de la diversidad de culturas, y con ello. Desarrollar un profundo respeto y ánimo
de aceptación del otro, de vincularse, de formar empatía mutua y vernos como iguales. De
ser conscientes de nuestras diferencias, pero que no consigan distanciarnos si no que
estas mismas se integren en este gran crisol multicultural que es el Perú.

Una gran parte por el cual las personas y con ella la sociedad no termina de aceptar como
igual, como parte funcional de la sociedad , a los comunidades campesinas e indígenas, es
el pensamiento colonialista que trata lo distinto como inferior, como retraso del
desarrollo, y en peor contexto como algo que no tiene dignidad. Y por lo consiguiente
puede ser dejado de lado o despojado de su condición de humano. Este tipo de pensar no
permite que haya una integración porque sólo concibe una sola cultura predominante.

Se puede concluir que las comunidades campesinas e indígenas vista de la perspectiva de


la cultura dominante son la última rueda del coche. La voz que es incomoda de escuchar.
Pues la contribución para el PBI nacional, es risible. En todo caso todo lo que se requiere
de ellos son sus tierras, y los minerales que se encuentran en ellas.

Podemos ver que la identidad que forman las distintas culturas en el Perú está de
acuerdo a la diferencia que tienen con la otra, eso consiste la riqueza de la diversidad
cultural, en contemplar las diferencias en unidad.

Para terminar el concepto de interculturalidad es muy difícil de alcanzar. Y aunque seamos


diferentes, eso debería ayudar a ser más comprensivos con los demás pero los prejuicios
nos separan y limitan no concepción de personas sociables y multiculturales.

BIBLIOGRAFIA

BIBLIOGRAFIA
 https://journals.openedition.org/polis/10323
 https://centroderecursos.cultura.pe/sites/default/files/rb/pdf/Derechosdelospueblosin
digenasenelPeruMaterialesdecapacitacion2.pdf
 https://www.servindi.org/actualidad/67357

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