Vous êtes sur la page 1sur 16

Origen y desarrollo de las tarjetas de crédito

El origen de las tarjetas de crédito se remonta a principios del siglo XX,


cuando en 1914 la empresa Western Union crea una tarjeta para sus clientes
más selectos, que no sólo les permitía acceder a un trato preferente, sino a una
línea de crédito sin cargos.

Hasta finales de los años 40, una gran cantidad de empresas comenzaron a
emitir sus propias tarjetas de crédito, pero que solo tenían validez en sus
establecimientos, como un método para atraer clientes y facilitar las compras a
través del crédito. En 1924, por ejemplo, la General Petroleum Corporation
emite su primer tarjeta de crédito para la compra de gasolina, y en 1929, la
American Telephone & Telegraph emite la tarjeta Bell.

Tras el éxito de la Diners’ Club, las entidades financieras de todo el país


empezaron a emitir tarjetas de crédito que se podían utilizar en múltiples
establecimientos. El primero fue el Franklin National Bank de Long Island, en
Nueva York, en 1951, aunque el año clave para la eclosión de las tarjetas de
crédito fue 1958, año en el que se lanzaron la tarjeta American Express, de la
compañía de servicios financieros homónima, que ya emitía giros y cheques
de viaje, y Bank AmeriCard, la tarjeta de crédito del Bank of América, el
banco más importante del estado de California.

El éxito fue tal, que en 1965 el Bank of America llegó a acuerdos con grupos
de bancos de fuera de California para que emitieran Bank Americard,
desistiendo estos a sus propios sistemas. Sin embargo, otro grupo de bancos de
todo el país se unieron para formar Master Charge, que luego pasaría a
llamarse MasterCard, y para finales de la década, más de 1.400 bancos
ofrecían una u otra tarjeta en Estados Unidos, y también había dado el salto a
Europa.

Origen y desarrollo el cheque, cuando surgió, quien lo uso por primera


vez

El cheque es uno de los documentos que han evolucionado con gran rapidez,
como consecuencia de su combinación con cuentas bancarias disponibles a la
vista. En una palabra, el cheque no tendría la importancia que tiene si los
Bancos y otras entidades de crédito no hubieran empleado esta forma de orden
de pago para que sus clientes dispusieran de fondos depositados o crédito
concedido. Su utilización, en la misma forma que en la actual o con muy
escasas diferencias, se inicia en Inglaterra hacia 1780. Sin embargo, la primera
regulación como cheque se encuentra en la Ley de 14 de junio de 1865 en
Francia.

Posteriormente otros países regularon esta materia (Bélgica, 1873; Suiza,


1881; Inglaterra, 1882, etc.).

Es sustentada la teoría de que el impulso del cheque proviene de la expansión


bancaria que tiene lugar en el siglo XIX, por todos aquellos Bancos que no
acceden al privilegio de emitir billetes o cuando éste se convierte en
monopolio de un solo Banco. Los hechos parecen avalar tal teoría, pero, aun
sin este estímulo, se hubiera extendido el uso del cheque por las evidentes
ventajas que tiene para el pago de muchas transacciones. Si no se ha
expandido más su uso es porque la regulación del cheque, muy dispar de un
país a otro, no ha encontrado en ninguno una fórmula equitativa para asegurar
en grado suficiente la calidad del título, pese a la Ley Uniforme.

Es en Estados Unidos donde ha tenido un uso más espectacular, y en las


décadas 60 y 70 el volumen de cheques ha crecido a razón del 7 por ciento
anual, si bien este crecimiento hubiera sido todavía mayor de no haber surgido
otros instrumentos de pago, como consecuencia especialmente de los
desarrollos tecnológicos, y así, por ejemplo, la tarjeta alcanzaba en dicho país
en 1989 un volúmen equivalente al 18 por ciento de los cheques.

La masificación del uso de cheques despertó bien temprano la necesidad de


utilizar medios mecánicos y más tarde electrónicos para el tratamiento
bancario de estas operaciones. Son numerosos los sistemas desarrollados para
simplificar y acelerar los procesos sobre estos documentos.

En 1897, el legislador de los Estados Unidos de Norteamérica, adoptó el


estatuto de los Ingleses, utilizando por primera vez el título de
INSTRUMENTOS NEGOCIABLES e introduciendo algunas reformas, entre
ellas la locución "a la orden", como distintivo especial para calificar de
negociable un instrumento, en lo cual se separaba del sistema Inglés que
presumía la negociabilidad.

La quiebra de Baninter 2003 causas y consecuencias

Definitivamente, valen la pena las aclaraciones. Cuando recibimos las


reacciones de los distintos sectores a raíz de la publicación de nuestro artículo
sobre la crisis bancaria de 2003 del 12 de octubre pasado, percibimos que
fueron reconocidos los argumentos que esbozamos como causantes de la
crisis, en cuya línea se inscriben incluso los comentarios del propio Dr. Andy
Dauhajre de su artículo “De regreso al 2003”, publicado el pasado 18 de
octubre en El Caribe, en el que admite que la causa de dicha crisis no fue el
endeudamiento en dólares de la banca, si no la gran cantidad de operaciones
que sustentaron los fraudes bancarios de las entidades colapsadas.

A diferencia de la reacción del Sr. Arturo Martínez Moya que, con


comentarios un tanto imprecisos en otras publicaciones, queda como el único
que sigue encasillado en una tesis totalmente desmontada con evidencias
documentales, el Dr. Dauhajre plantea con argumentos técnicos de mayor
profundidad algunas aseveraciones que van alineando los tópicos del debate,
contribuyendo así al esclarecimiento de la verdad que, aunque no nos
consideramos dueños de ella, tratamos con estos esfuerzos de acercarnos a
ésta. No obstante, todavía quedan algunos detalles relevantes que sería
interesante aclarar, a los fines de seguir eliminando “mitos mal
fundamentados” que podrían distorsionar las posiciones y expectativas de los
agentes económicos y el público en general.

Uno de esos temas lo constituye el de las motivaciones reales que tuvieron las
autoridades del Banco Central del período 1996-2000 para promover el
endeudamiento en dólares de la banca. Realmente no fue para “allanarle el
camino a los bancos, a fin de que éstos se endeudaran en el exterior con miras
a que las empresas tuvieran acceso a dinero más barato”, sobre la base de
aplicar una política monetaria restrictiva, que apuntara a mantener elevados
niveles en las tasas de interés locales, para beneficiar la acumulación de
reservas. La motivación real responde, básicamente, a aspectos asociados a la
reforma financiera, promovida desde inicios de la década de los 90, es decir,
mucho antes del período de gobierno al que se hace alusión (1996-2000).
Visión del enfoque de regulación financiera prevaleciente

Recordemos que en el inicio de esa década de los 90, luego de haberse


agotado el modelo tradicional de banca especializada, se propició en el marco
de dicha reforma, la ampliación y diversificación de operaciones bajo un
esquema más eficiente, en términos de lograr sinergias y economías de escala,
propugnando la figura de la banca múltiple o universal. Nuestra banca tenía
que dar ese salto, a tono con los estándares internacionales y a los nuevos
productos que ya demandaba el mercado local, de lo contrario, se quedaba
rezagada, aislada. Por ello reiteramos que las autoridades del 1996-2000
fueron cautas al promover este esquema concomitantemente con los controles
y límites prudenciales correspondientes que, en detalles y con resoluciones de
Junta Monetaria presentamos en nuestro artículo anterior, y que en síntesis,
para que no se olvide, resumimos a continuación:

 -Establecimiento de un límite de un 30% del capital y reservas de los


bancos múltiples, a los endeudamientos en moneda extranjera (segunda
resolución del 7 de octubre de 1999)
 -Exigencia de que las inversiones y préstamos en dólares deban estar
previamente calificados en categorías A o B, es decir deudores de muy
bajo riesgo. (Resolución anterior)
 -Tope prudencial transitorio a la cartera de préstamos en dicha moneda
por un plazo de 60 días, para desacelerar el ritmo de crecimiento del
crédito en dólares, medida extendida por 60 días más (primera del 21
junio 2000 y segunda del 12 de octubre de 2000)
 -Establecimiento de las normativas sobre riesgos de mercado, es decir,
de liquidez, tasas de interés y cambiario. (Cuarta resolución del 9 de
enero de 2001)
 -Exigencia de que las captaciones en dólares del público y los
financiamientos del exterior no podían ser canalizados a los sectores no
generadores de divisas por montos que excedan el 40% de la cartera en
moneda extranjera. (Cuarta resolución del 20 de agosto de 2002)
Nos permitimos detallar estas medidas prudenciales, esperando que con esta
reiteración de una evidencia documental histórica tan clara, disponible en la
secretaría de la Junta Monetaria, el Sr. Martínez Moya no cometa nueva vez
el error de afirmar que “los endeudamientos en dólares se promovieron en el
1996-2000, sin tomar las medidas precautorias de lugar y que había una
desregulación total” pues, muy por el contrario, en adición a las innovadoras
normativas establecidas al amparo de Basilea I, hubo todo un “set de
regulación prudencial en moneda extranjera”, que por su acertado diseño,
sigue prácticamente vigente, aún después de la crisis, y a más de 10 años de su
establecimiento, lo que demuestra, pues, que eran las medidas de corte
prudencial correctas para las operaciones en dólares.

De ahí que volvemos a diferir con el amigo Martínez Moya, quien ahora
plantea que “era que la banca no estaba preparada para ello”, ¿pero cómo es
posible que ahora formule este nuevo argumento?, cuando previamente, ya
desde el 1992 y 1993 las autoridades habían establecido las normas
prudenciales y las normas bancarias de evaluación de activos,
precedentemente indicadas, a los fines de fortalecer patrimonialmente la
banca, y preparar la zapata de esta necesaria diversificación de sus
operaciones, sobre la base de un nuevo sistema de aprovisionamiento para
cobertura de riesgos, en consonancia con las recomendaciones del omité de
Basilea I.

Por tanto, no fue una improvisación, ni una precipitación, la reforma


financiera fue un proceso arduo, que conllevó años de estudios previos para
readecuar las tendencias internacionales al caso dominicano, lo cual se hizo
con asesoría del Banco Mundial, del FMI y el BID, y el propio sistema
financiero, ávido por tener una mayor competitividad para sobrevivir, clamaba
por esas transformaciones desde finales de la época de los 80. Recordemos
que el llamado “Código Monetario y Financiero” conllevó más de 10 años de
discusión.

Adicionalmente, cabe recordar que las autoridades monetarias de ese


momento encabezadas por el Lic. Héctor Valdez Albizu, actual Gobernador
del Banco Central, con miras a profundizar en el conocimiento de la solvencia
real del sector financiero, y de asegurarse de que esas normativas estuvieran
siendo adecuadamente implementadas por las entidades, contrataron los
servicios de los connotados expertos internacionales Aristóbulo de Juan y
Julio Arranz, para que mediante inspecciones in situ, hicieran un diagnóstico
de la situación real de la banca.

Estos estudios arrojaron luz, evidenciando por un lado las fortalezas de


algunas entidades y las debilidades de otras, básicamente por la baja calidad
de sus carteras de préstamos con relación a los estándares internacionales, a
pesar de que disponían de una gradualidad para la constitución de las
provisiones correspondientes desde diciembre del 1992, previo al aludido
período 1996-2000.

De ahí que, de inmediato, las autoridades del citado período 1996-2000


adoptaron los correctivos de lugar, y coordinaron la elaboración de un nuevo
borrador de normas bancarias, cuyo conocimiento por parte de la Junta
Monetaria fue pospuesto a sugerencia de las más altas instancias de la propia
banca, bajo el argumento de que nos encontrábamos en un período de
transición derivado del cambio de gobierno en agosto del 2000, por lo que el
momento no era el más oportuno. No obstante, dando continuidad
institucional a las referidas enmiendas, la Junta Monetaria, apenas 4 meses
después aprobó, en enero de 2001, el nuevo texto de dichas normativas para
seguir robusteciendo el sistema financiero nacional, las cuales también
tuvieron que ser aprobadas con gradualidad, ante los reiterados reclamos de la
propia banca.

Otra fehaciente muestra de que la banca fue previamente preparada para


ofrecer estos nuevos productos financieros lo constituye el hecho de que el
resto de la banca, la que no colapsó, la que ofreció esos servicios con más
prudencia y se ajustó a los límites, no se vio afectada, superó la situación y
hoy puede exhibir una mayor competitividad, capitalización y solvencia que
hace 10 años atrás. Y es que amigos, si no sembramos para el futuro, nunca
podremos cosechar; ¡lo importante es sembrar bien!
En otras palabras, estos argumentos revelan no sólo el verdadero sentido que
primó en las autoridades para promover con prudencia estos nuevos productos
financieros, sino también la PREPARACION PREVIA QUE SE
IMPLEMENT” PARA QUE LA BANCA INCURSIONARA EN EL
OFRECIMIENTO DE ÉSTOS, por lo que de modo alguno se podría endilgar
a dichas autoridades del 1996-2000 el querer embarcar a la banca en un
endeudamiento en dólares sin previsiones, con el objetivo perverso de
acumular reservas sobre la base de una política restrictiva que generase, a
propósito, un diferencial de tasas de interés proclive a auspiciar dicho
endeudamiento en dólares, sobre todo cuando éste, como hemos dicho, apenas
representaba un 10.1% del pasivo total.

Visión del enfoque monetario prevaleciente

También por el lado de la aplicación de la política monetaria de ese período


podemos evidenciar que las conclusiones de nuestros colegas, en ese sentido,
no han estado bien fundamentadas del todo. Si bien el Dr. Dauhajre reconoce
de manera puntual que, ante la posición del Gobierno del 1996-2000 de no
ajustar los precios de los combustibles, el Banco Central, bajo la gobernación
del Lic. Valdez, actuó de inmediato efectuando el ajuste por el lado de la
política monetaria, es preciso agregar otros elementos adicionales de mayor
peso que también inducían a la aplicación de una política restrictiva.

Al respecto vale recordar que en una gran fase de dicho período el ritmo de
crecimiento del crédito privado de la economía se aceleró significativamente y
rondaba, como todos recordarán, por un 27% en promedio, aún con la
existencia de aquellas “altas” tasas de interés que fueron tan criticadas, que
como bien señala el Dr. Dauhajre oscilaban en promedio entre 23% y 28%,
por lo que fue necesario restringir la política monetaria a los fines de contener
los niveles de inflación y mantener la estabilidad relativa del tipo de cambio.
Esta doble motivación constituye una evidencia más de la adecuada
coordinación entre la política fiscal y monetaria con la que se trabajó en el
gobierno del Dr. Leonel Fernández del 1996-2000, en el que se preservó,
como siempre, la estabilidad macroeconómica.
A pesar de que ante este escenario esa era la orientación correcta de la política
monetaria, ésta fue “satanizada” por la oposición bajo la denominada “represa
financiera”, cuando los valores en circulación o certificados del Banco
Central apenas representaban en el período 1996-2000 un 1.4% del PIB en
promedio, y en el 2003, por las razones conocidas, llegaron a representar un
9.4% del PIB.

Asimismo, si se analizan dichos valores en circulación como porcentaje del


medio circulante y de la emisión monetaria en promedio, éstos arrojan un 14%
y 17% respectivamente, porcentajes muy inferiores a los que existían a
principios de la década de los ‘90. Si se les excluyen los certificados de la
banca comercial que realmente correspondían a un “encaje legal remunerado”
transitorio, esos porcentajes se reducirían a un 10.6% y 12.9%
respectivamente, todos los cuales distan años luz de los registrados en 2003 y
años posteriores, cuando por el “pecado original” del inadecuado manejo
monetario de la crisis bancaria de 2003, dichos valores en circulación
sobrepasaron tanto la emisión monetaria como el medio circulante en más de
un 130%.

He ahí la causa primaria de la generación del déficit cuasifiscal que registró el


Banco Central luego de esa crisis; he ahí un mejor ejemplo de “verdadera
represa financiera”, por las razones expuestas, que si bien se ha reducido, en
términos de los gastos financieros que se pagan por los referidos certificados,
de un 4% del PIB en 2004 a un 1.3% del PIB en 2009, gracias a la exitosa
implementación del Plan de Solución Integral, aplicado desde agosto del 2004
por las actuales autoridades lideradas por el Lic. Valdez, todavía se amerita de
un período gradual para su total eliminación, vía la aplicación de la Ley de
Recapitalización del Banco Central, por las grandes magnitudes de aquella
“hemorragia financiera” de 2003, que lamentablemente representó para el país
un pérdida global equivalente a un 20% del PIB.

De igual modo, en cuanto al diferencial entre las tasas de interés local y


externa, precisa indicar que si bien es cierto que existía, y aún se mantiene de
manera secular por una serie de razones estructurales, las tasas de los
certificados del Banco Central que en aquel período 1996-2000 inducían a la
restricción del crédito, oscilaron entre un 14 y 16%, muy inferiores aún a las
que rigieron en los períodos 1982-1986 y principios de los ‘90 , pues llegaron
a situarse entre un 38% y 36%, distando aún más de las que prevalecieron en
el 2003 y 2004 del 60%. Por tanto, amigos, no es cierto que hubo en 1996-
2000 una política monetaria deliberada para propiciar un alto diferencial de las
referidas tasas de interés, con el propósito dirigido de acumular reservas.

Recordemos también que, impulsado por ese comportamiento del crédito, la


economía crecía en promedio anual a un 7-8% en el citado período,
favorecido por ese ambiente de estabilidad macroeconómica,
independientemente de que la afluencia de recursos en dólares originada por
los referidos endeudamientos en dólares, contribuyera a engrosar los niveles
de ingresos de divisas que en aquella época entraban al país. Sin embargo, en
esa tesitura vale recordar, que esos ingresos en dólares por endeudamiento en
dólares de la banca, junto con la deuda privada de corto y largo plazo, apenas
representaba alrededor de un 1-3% del total del flujo de divisas percibido por
el país, pues el verdadero peso de dicho flujo en el citado período, y aún en la
actualidad, se concentraba en los ingresos por concepto de turismo, zonas
francas, remesas e inversión extranjera, los cuales oscilaban en conjunto entre
un 96-98% del total recibido.

Por tanto, desde el punto de vista monetario, cambiario y de flujos de la


balanza de pagos, tampoco es cierto que las autoridades del 1996-2000
indujeron un “endeudamiento barato en dólares de la banca” y auspiciaron un
diferencial de tasas de interés, con el fin exclusivo de acumular reservas, a
costa de debilitar al sector financiero. Si el modelo o estrategia implementada
funcionó en dicho período, hasta el grado de pensar que dichas autoridades “se
la estaban comiendo”, recordemos también que fue un trabajo de equipo, con
participación de asesores locales contratados por el Poder Ejecutivo, que
también tenían su cuota de participación, aunque no se trata de un asunto de
ego; es que simplemente primó la necesidad de tomar decisiones responsables
para mantener la estabilidad macroeconómica.

Demostrado con distintos enfoques, que no fue el endeudamiento en dólares


de la banca el que provocó la crisis bancaria de 2003, ahora en un nuevo
artículo de fecha 1 de noviembre del presente año, el Sr. Martínez Moya
plantea que el problema fue la alta deuda privada en el exterior, al parecer,
incluyendo ahora, a las empresas privadas en adición a la banca.

Parecería entonces que no recuerda los requisitos exigibles por la banca del
exterior para ser sujeto de crédito, como lo son los avales bancarios, los
depósitos previos entre otros requerimientos que limitaban aún más ese tipo de
financiamientos, a los cuales no todas las empresas privadas locales podían
tener acceso. ¿Pero de qué estamos hablando amigos?, ¿es de la proporción
irrisoria que indicamos anteriormente de apenas un 1 ó 3% que representan los
ingresos en divisas por concepto de endeudamiento privado de corto y largo
plazos en el exterior con respecto al total de flujo de divisas, que en promedio
recibía el país en el período 1996-2000? También esa representatividad era
insignificante como para ser el detonante de la crisis, por favor no sigamos
como “Leoncio, que cuando lo enfrentaban por un lado decía, huyamos hacia
la derecha...”

Sobre el proceso de “pesificación” de 2003

Otro elemento que también se amerita traer a colación es el comentario que


indica que si las empresas no hubiesen estado tan endeudadas en dólares en el
2003, el proceso de pesificación que se produjo a raíz de la referida crisis
bancaria no hubiera sido un elemento que atizara la devaluación, y ésta
hubiese sido menor. Pero Dios mío, tratemos de ser coherentes, si ya se ha
reconocido que el endeudamiento en dólares no fue la causante de la Crisis
Bancaria, reconozcamos también que ese proceso de pesificación del público
se produce por una falta de CONFIANZA, ante la volatilidad del tipo de
cambio, que se produce por una expansión monetaria monumental, cuya sobre
liquidez en pesos inducía a su vez, a una “dolarización” de ahorros y fuga de
capitales, de una gran masa de recursos, no necesariamente asociada al nivel
del endeudamiento en dólares de la banca; en otras palabras, era la “clásica
corrida de tantos pesos detrás de dólares” para cobertura de riesgos.

Y es que como ya vimos, ese endeudamiento en moneda extranjera constituyó


tan solo un 10.1% del pasivo total de ésta, lo cual demuestra que realmente no
tiene un peso preponderante como para provocar una situación económica de
las magnitudes que vivió el país en el 2003. Pero más aún, el endeudamiento
en dólares de los 3 bancos fallidos, el que “supuestamente hizo mayor presión
para la pesificación”, apenas representaba un 3% del pasivo total de la banca
múltiple, y si se incluyera la proporción fuera de libros que las entidades
colapsadas tenían como exceso a su nivel permitido de endeudamiento en el
exterior, argumento alegado por el Sr. Martínez Moya, el referido porcentaje
apenas sube un 7%, lo cual por su baja cuantía y poca significación con
respecto a las otras grandes violaciones de magnitudes monumentales que
explicamos en nuestro primer artículo, sigue evidenciando que el
endeudamiento en dólares de la banca, aún con la proporción que excedió el
límite establecido, no fue el detonante de la crisis bancaria, ni mucho menos el
catalizador de la crisis económica que se generó después, tal y como lo ha
admitido el propio Dr. Dauhajre.

De tener asidero ese tipo de comentarios sobre las razones de la pesificación,


entonces ¿podríamos decir que si los bancos colapsados no hubieran prestado
el dinero del público y lo hubieran “guardado debajo del colchón”, entonces la
crisis bancaria hubiera sido de menor impacto? De ninguna manera, no es el
hecho de dejar de hacer algún tipo de operación, y negarse a crecer, pues toda
acción implica riesgos, se trata de que las que se hagan, se ajusten al marco
regulatorio, minimizando riesgos.

Sobre el pago a los depositantes

Otro aspecto que también resulta interesante esclarecer es el relativo al pago a


los depositantes de las entidades colapsadas utilizado por las autoridades en
2003, pues aunque ya el Dr. Dauhajre de manera muy puntual admite que lo
criticable fue la “modalidad” de pago, con lo cual coincide con la posición
expresada en ese sentido por el Lic. Héctor Valdez en aquella oportunidad, sin
embargo justifica dicha acción sobre la base de argumentar que se trataba de
un caso de altísimo riesgo sistémico, apoyándose en que esa teoría fue
corroborada en los resultados de las inspecciones asistidas realizadas por
equipos contratados por el FMI-BM-BID.

Sobre el particular, nos permitimos hacer una pequeña acotación, pues en base
a los términos de referencia para la contratación de las referidas inspecciones
asistidas, los objetivos de éstas estaban orientados a verificar si la doble
contabilidad que se detectó primeramente en el caso de Baninter, se había
convertido en una práctica generalizada en el resto de las entidades del
sistema, por lo que dichos trabajos no tenían previsto asumir juicios, ni
ofrecieron opinión sobre ese particular.

En ese mismo orden de ponderar la citada acción, en el artículo anterior


hicimos una comparación que diferencia el manejo de la crisis bancaria de
nuestro país, con el que se le confirió a la crisis financiera de EEUU, más sin
embargo, también fue distorsionada su interpretación, cuando el Sr. Maríinez
Moya hace precisiones que no formulamos, pues no juzgamos ni las causas ni
las consecuencias de la crisis de EEUU, sólo nos limitamos a comparar las
MODALIDADES DE PAGO o FORMA EN QUE SE INYECT” LIQUIDEZ
a las economías, como una manera de desmontar el nuevo “mito” de que en el
2003 se actuó correctamente con el pago directo y en efectivo a los
depositantes, porque EEUU también hizo lo mismo, y precisamente
demostramos, sin enjuiciarlos, que fueron manejos incomparables por sus
respectivas naturalezas. Por tanto, yerra nueva vez el Sr. Martínez Moya, al
afirmar imputaciones y juicios de valor que no externamos en nuestro primer
artículo.

Ante estos contundentes comentarios, en los que se evidencia como antes


indiqué, que el Sr. Martínez Moya cabalga solitario con su tesis del
endeudamiento en dólares como causante de la crisis bancaria, quedan sin
consistencia alguna sus argumentos cuando posteriormente, en el marco del
análisis de la deuda total del Estado, también debatida en la prensa nacional,
osa en plantear que dicha deuda subió a un 43.8% en 2003 y 2004, como
consecuencia del referido endeudamiento en dólares de la banca.
Esto así, en vista de que quedó claramente demostrado que en síntesis, fueron
los fraudes bancarios los causantes de dicha crisis bancaria, y que si bien la
deuda interna del gobierno considera la emisión de los bonos para la
recapitalización del Banco Central, como consecuencia del conocido pecado
original del 2003, la estrategia diseñada por el actual gobierno para gerenciar
esta problemática, atenúa las presiones al mismo, ya que éste sólo tiene que
presupuestar anualmente el pago de los intereses de dichos bonos, no así el
capital, en razón de que éste será íntegramente cubierto con el superávit que
al término de los 10 años previstos para documentar esa deuda, le transferirá al
Estado el Banco Central, todo lo cual contribuye a sustentar la posición del
actual gobierno, en el sentido de que su deuda total es manejable y sostenible.

Sobre la decisión final caso Baninter

Como último tópico, me permito abordar el relativo a las diferentes posiciones


de los “asesores” contratados y “técnicos” del Banco Central (BC), previo al
momento de la toma de decisión del manejo del caso Baninter, pues no me
perdonaría callar ante lo planteado sobre el particular por el amigo Dauhajre.
Ciertamente reitero mis comentarios en torno a sus recomendaciones en esa
oportunidad, en el sentido de no pagar a los depositantes en efectivo, si no
mediante certificados del BC a mayores plazos y menores tasas de interés, lo
cual compartimos en su momento como una alternativa preferible, pero no
por ello ahora resultaría que los “técnicos del BC” fueron los que propusieron
la modalidad de salvamento en efectivo de inmediato y con certificados de
corto plazo, para ahora transferir ese dardo, desequilibradamente, sobre los
que reciben instrucciones.

Tratemos de ser justos, no todos los “técnicos del BC” tenían al unísono una
misma posición, ante una decisión tan delicada, se ponderaron varias opciones
en largas jornadas de trabajo; recordemos que los que vivimos la experiencia
de Bancomercio advertimos la necesidad de que si se utilizaba la modalidad
de pago a los depositantes con efectivo, debía neutralizarse concomitante o
preferiblemente de manera previa, el monto de las facilidades otorgadas para
esos fines, tal y como se estuvo haciendo hasta mediados de marzo del 2003,
lo cual puede verificarse entre el monto de facilidades de liquidez concedidas
hasta ese momento y el nivel de certificados del BC colocados a esa misma
fecha, para no generar problemas macroeconómicos.

Aparentemente el Dr. Dauhajre pudiera estar confundiendo la secuencia de los


eventos, al afirmar que “los técnicos del BC” sustentaban su supuesta
propuesta de pagar en efectivo y con títulos de corto plazo, “bajo el argumento
de que la banca necesitaba liquidez, y que esa era una vía efectiva para
proveerla”. Realmente las disposiciones adoptadas demuestran, que esto no
fue exactamente así.

Posterior al hecho de haber usado la modalidad de pago seleccionada, si bien


“los técnicos del BC” se concentraron en tratar de neutralizar la expansión
monetaria generada, esa desmonetización no pudo lograrse en la magnitud
requerida por un problema magnitudes y/o de confianza, lo cual evidenció la
necesidad de adoptar otras medidas, por lo que los “asesores” propusieron un
aumento del encaje legal de la banca.

En vista de que algunas instituciones tenían deficiencias de encaje, “los


técnicos del BC” se pronunciaron en contra de esta segunda medida,
planteando, en ese otro contexto, es decir unos meses después de haberse
tomado la decisión de pagar a Baninter con la modalidad seleccionada, la
necesidad de que la banca dispusiera de adecuados niveles de liquidez, por lo
que el argumento de esa “falta de liquidez” no fue el que primó en “los
técnicos del BC”, en ocasión de su recomendación previa a la decisión
adoptada para el pago de depositantes de Baninter, si no que se circunscribió a
otro contexto posterior.

No se trata de buscar culpables, no somos jueces, ni dueños de la verdad, y ya


los tribunales del país se pronunciaron, pero seamos humildes cuando
acertemos, tratemos de comprender a los que tenían sobre sus hombros la
decisión final, pero no tiremos “lodo” de manera indiscriminada sobre los
demás, como diría nuestro gran amigo Ricardo Rojas León.

Reflexiones finales
Ahora deseo referirme a los comentarios vertidos en la sección El País del
diario “7 Días” del pasado 24 de octubre, por el Lic. José Lois Malkun, ex
Gobernador del Banco Central, a quien le tocó la gran responsabilidad en el
2003 de enfrentar el colapso de esos 3 bancos por sus prácticas fraudulentas, y
a quien respeto y agradezco por su alta distinción y excelente trato a mi
persona durante su estadía en dicha institución. Pero sobre todo, a quien
siempre he reconocido como un ser humano honesto, serio y responsable, al
igual que nos lo ha manifestado en varias oportunidades el Lic. Héctor Valdez
y otros gobernadores y funcionarios, pues en momentos críticos para el país,
supo actuar con valentía y gallardía en una de las tomas de decisiones más
trascendentales para el sistema financiero y la economía dominicana.

Indudablemente, esta acción constituyó un gesto responsable, asumido con las


mejores intenciones por el bien de los depositantes y del sistema, pero
lamentablemente generó un costo a la población por ciertas imprecisiones de
índole monetario, pues a pesar de los esfuerzos realizados para neutralizar la
liquidez concedida, no se completó a tiempo esa necesaria desmonetización,
tal vez por las grandes magnitudes envueltas y/o las presiones y desconfianza
existentes en aquel momento tan coyuntural para la economía dominicana. Por
ello, viene a mi memoria en este instante, el dicho popular que reza, “una cosa
es torear el toro y otra verlo torear”.

En ese tenor, tiene sentido el Sr. Malkun en sus comentarios, cuando asegura
que nadie es dueño de la verdad absoluta, pero no obstante entiendo que a
todos nos asiste el derecho de defender el trabajo institucional que con tanto
esfuerzo y sacrificios hemos venido realizando como servidores públicos, en
apego a las mejores prácticas de profesionalidad y ética, y más aún cuando
tenemos disponibles las evidencias documentales para sustentarlo. De ahí que,
ante la absurda acusación pública que recientemente formulara el Sr. Martínez
Moya, en el sentido de que la causa de la crisis bancaria de 2003 fue el
deliberado endeudamiento en dólares propiciado por las autoridades del
1996-2000, me sentí y me siento en la obligación de dar la cara,
responsablemente, como ex Directora del departamento Financiero del Banco
Central de ese período, para refutar con argumentos sólidos esa gran falacia
que ya tuvimos la oportunidad de desmontar, y que nos llevó a tener que
profundizar sobre las verdaderas causas y consecuencias posteriores.
Asimismo, aunque algunos quieran minimizar nuestro trabajo, supuestamente
por no haber detectado a tiempo esos fraudes bancarios, sobre todo, los
mismos que han indicado que la banca no estaba preparada para ofrecer
servicios en dólares, nos permitimos señalar que no nos sentimos aludidos por
eso, en razón de que es del conocimiento público, que no es competencia del
Banco Central el detectar fraudes bancarios, ya que el rol que le confiere la ley
en el ámbito financiero, es el de ente regulador, es decir el que propone a la
Junta Monetaria las regulaciones y normativas que han de regir al sector
financiero dominicano.

Y justamente sobre esa concepción legal, es que hemos actuado y presentado


las medidas de controles y límites prudenciales que estableció oportunamente
(1996-2002) el Banco Central, mediante resoluciones de Junta Monetaria para
cautelar los riesgos de esas operaciones en moneda extranjera. Ese tipo de
fraudes bancarios por operaciones ocultas y otras violaciones, sólo pueden
detectarse mediante supervisión “in situ” o inspecciones de campo en las
propias instituciones y/o a través de auditorías de sistemas, cuya ejecución no
forma parte de las funciones del Banco Central, sino del órgano supervisor, es
decir la Superintendencia de Bancos.

No obstante cabe indicar, que la complejidad de esos fraudes fue tal, que ni la
Superintendencia de Bancos, ni los auditores externos, ni las calificadoras de
riesgo, ni los organismos internacionales, pudieron detectarlos a tiempo, sólo
cuando se intervinieron los bancos colapsados y se tomó el control de los
mismos fue que se verificó su existencia. Por ello, podemos hablar con
propiedad en el ámbito de nuestra competencia, la cual se circunscribió a la
responsabilidad de los aspectos normativos.

Para concluir, reitero que vale la pena hacer precisiones de manera oportuna y
“desmontar mitos” que juegan a hacerse eco en el sentir de la población, no
solo porque con ello cubrimos una responsabilidad como dominicanos de
contribuir a afinar equilibradamente la historia, sino para que de cara al futuro,
podamos eliminar fantasmas que pretenden distorsionar, con fines políticos, el
clima de inversión de nuestro país, generando expectativas perturbadoras
entre los agentes económicos y la ciudadanía en general.

Vous aimerez peut-être aussi