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Hasta finales de los años 40, una gran cantidad de empresas comenzaron a
emitir sus propias tarjetas de crédito, pero que solo tenían validez en sus
establecimientos, como un método para atraer clientes y facilitar las compras a
través del crédito. En 1924, por ejemplo, la General Petroleum Corporation
emite su primer tarjeta de crédito para la compra de gasolina, y en 1929, la
American Telephone & Telegraph emite la tarjeta Bell.
El éxito fue tal, que en 1965 el Bank of America llegó a acuerdos con grupos
de bancos de fuera de California para que emitieran Bank Americard,
desistiendo estos a sus propios sistemas. Sin embargo, otro grupo de bancos de
todo el país se unieron para formar Master Charge, que luego pasaría a
llamarse MasterCard, y para finales de la década, más de 1.400 bancos
ofrecían una u otra tarjeta en Estados Unidos, y también había dado el salto a
Europa.
El cheque es uno de los documentos que han evolucionado con gran rapidez,
como consecuencia de su combinación con cuentas bancarias disponibles a la
vista. En una palabra, el cheque no tendría la importancia que tiene si los
Bancos y otras entidades de crédito no hubieran empleado esta forma de orden
de pago para que sus clientes dispusieran de fondos depositados o crédito
concedido. Su utilización, en la misma forma que en la actual o con muy
escasas diferencias, se inicia en Inglaterra hacia 1780. Sin embargo, la primera
regulación como cheque se encuentra en la Ley de 14 de junio de 1865 en
Francia.
Uno de esos temas lo constituye el de las motivaciones reales que tuvieron las
autoridades del Banco Central del período 1996-2000 para promover el
endeudamiento en dólares de la banca. Realmente no fue para “allanarle el
camino a los bancos, a fin de que éstos se endeudaran en el exterior con miras
a que las empresas tuvieran acceso a dinero más barato”, sobre la base de
aplicar una política monetaria restrictiva, que apuntara a mantener elevados
niveles en las tasas de interés locales, para beneficiar la acumulación de
reservas. La motivación real responde, básicamente, a aspectos asociados a la
reforma financiera, promovida desde inicios de la década de los 90, es decir,
mucho antes del período de gobierno al que se hace alusión (1996-2000).
Visión del enfoque de regulación financiera prevaleciente
De ahí que volvemos a diferir con el amigo Martínez Moya, quien ahora
plantea que “era que la banca no estaba preparada para ello”, ¿pero cómo es
posible que ahora formule este nuevo argumento?, cuando previamente, ya
desde el 1992 y 1993 las autoridades habían establecido las normas
prudenciales y las normas bancarias de evaluación de activos,
precedentemente indicadas, a los fines de fortalecer patrimonialmente la
banca, y preparar la zapata de esta necesaria diversificación de sus
operaciones, sobre la base de un nuevo sistema de aprovisionamiento para
cobertura de riesgos, en consonancia con las recomendaciones del omité de
Basilea I.
Al respecto vale recordar que en una gran fase de dicho período el ritmo de
crecimiento del crédito privado de la economía se aceleró significativamente y
rondaba, como todos recordarán, por un 27% en promedio, aún con la
existencia de aquellas “altas” tasas de interés que fueron tan criticadas, que
como bien señala el Dr. Dauhajre oscilaban en promedio entre 23% y 28%,
por lo que fue necesario restringir la política monetaria a los fines de contener
los niveles de inflación y mantener la estabilidad relativa del tipo de cambio.
Esta doble motivación constituye una evidencia más de la adecuada
coordinación entre la política fiscal y monetaria con la que se trabajó en el
gobierno del Dr. Leonel Fernández del 1996-2000, en el que se preservó,
como siempre, la estabilidad macroeconómica.
A pesar de que ante este escenario esa era la orientación correcta de la política
monetaria, ésta fue “satanizada” por la oposición bajo la denominada “represa
financiera”, cuando los valores en circulación o certificados del Banco
Central apenas representaban en el período 1996-2000 un 1.4% del PIB en
promedio, y en el 2003, por las razones conocidas, llegaron a representar un
9.4% del PIB.
Parecería entonces que no recuerda los requisitos exigibles por la banca del
exterior para ser sujeto de crédito, como lo son los avales bancarios, los
depósitos previos entre otros requerimientos que limitaban aún más ese tipo de
financiamientos, a los cuales no todas las empresas privadas locales podían
tener acceso. ¿Pero de qué estamos hablando amigos?, ¿es de la proporción
irrisoria que indicamos anteriormente de apenas un 1 ó 3% que representan los
ingresos en divisas por concepto de endeudamiento privado de corto y largo
plazos en el exterior con respecto al total de flujo de divisas, que en promedio
recibía el país en el período 1996-2000? También esa representatividad era
insignificante como para ser el detonante de la crisis, por favor no sigamos
como “Leoncio, que cuando lo enfrentaban por un lado decía, huyamos hacia
la derecha...”
Sobre el particular, nos permitimos hacer una pequeña acotación, pues en base
a los términos de referencia para la contratación de las referidas inspecciones
asistidas, los objetivos de éstas estaban orientados a verificar si la doble
contabilidad que se detectó primeramente en el caso de Baninter, se había
convertido en una práctica generalizada en el resto de las entidades del
sistema, por lo que dichos trabajos no tenían previsto asumir juicios, ni
ofrecieron opinión sobre ese particular.
Tratemos de ser justos, no todos los “técnicos del BC” tenían al unísono una
misma posición, ante una decisión tan delicada, se ponderaron varias opciones
en largas jornadas de trabajo; recordemos que los que vivimos la experiencia
de Bancomercio advertimos la necesidad de que si se utilizaba la modalidad
de pago a los depositantes con efectivo, debía neutralizarse concomitante o
preferiblemente de manera previa, el monto de las facilidades otorgadas para
esos fines, tal y como se estuvo haciendo hasta mediados de marzo del 2003,
lo cual puede verificarse entre el monto de facilidades de liquidez concedidas
hasta ese momento y el nivel de certificados del BC colocados a esa misma
fecha, para no generar problemas macroeconómicos.
Reflexiones finales
Ahora deseo referirme a los comentarios vertidos en la sección El País del
diario “7 Días” del pasado 24 de octubre, por el Lic. José Lois Malkun, ex
Gobernador del Banco Central, a quien le tocó la gran responsabilidad en el
2003 de enfrentar el colapso de esos 3 bancos por sus prácticas fraudulentas, y
a quien respeto y agradezco por su alta distinción y excelente trato a mi
persona durante su estadía en dicha institución. Pero sobre todo, a quien
siempre he reconocido como un ser humano honesto, serio y responsable, al
igual que nos lo ha manifestado en varias oportunidades el Lic. Héctor Valdez
y otros gobernadores y funcionarios, pues en momentos críticos para el país,
supo actuar con valentía y gallardía en una de las tomas de decisiones más
trascendentales para el sistema financiero y la economía dominicana.
En ese tenor, tiene sentido el Sr. Malkun en sus comentarios, cuando asegura
que nadie es dueño de la verdad absoluta, pero no obstante entiendo que a
todos nos asiste el derecho de defender el trabajo institucional que con tanto
esfuerzo y sacrificios hemos venido realizando como servidores públicos, en
apego a las mejores prácticas de profesionalidad y ética, y más aún cuando
tenemos disponibles las evidencias documentales para sustentarlo. De ahí que,
ante la absurda acusación pública que recientemente formulara el Sr. Martínez
Moya, en el sentido de que la causa de la crisis bancaria de 2003 fue el
deliberado endeudamiento en dólares propiciado por las autoridades del
1996-2000, me sentí y me siento en la obligación de dar la cara,
responsablemente, como ex Directora del departamento Financiero del Banco
Central de ese período, para refutar con argumentos sólidos esa gran falacia
que ya tuvimos la oportunidad de desmontar, y que nos llevó a tener que
profundizar sobre las verdaderas causas y consecuencias posteriores.
Asimismo, aunque algunos quieran minimizar nuestro trabajo, supuestamente
por no haber detectado a tiempo esos fraudes bancarios, sobre todo, los
mismos que han indicado que la banca no estaba preparada para ofrecer
servicios en dólares, nos permitimos señalar que no nos sentimos aludidos por
eso, en razón de que es del conocimiento público, que no es competencia del
Banco Central el detectar fraudes bancarios, ya que el rol que le confiere la ley
en el ámbito financiero, es el de ente regulador, es decir el que propone a la
Junta Monetaria las regulaciones y normativas que han de regir al sector
financiero dominicano.
No obstante cabe indicar, que la complejidad de esos fraudes fue tal, que ni la
Superintendencia de Bancos, ni los auditores externos, ni las calificadoras de
riesgo, ni los organismos internacionales, pudieron detectarlos a tiempo, sólo
cuando se intervinieron los bancos colapsados y se tomó el control de los
mismos fue que se verificó su existencia. Por ello, podemos hablar con
propiedad en el ámbito de nuestra competencia, la cual se circunscribió a la
responsabilidad de los aspectos normativos.
Para concluir, reitero que vale la pena hacer precisiones de manera oportuna y
“desmontar mitos” que juegan a hacerse eco en el sentir de la población, no
solo porque con ello cubrimos una responsabilidad como dominicanos de
contribuir a afinar equilibradamente la historia, sino para que de cara al futuro,
podamos eliminar fantasmas que pretenden distorsionar, con fines políticos, el
clima de inversión de nuestro país, generando expectativas perturbadoras
entre los agentes económicos y la ciudadanía en general.