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LAURO OLMO
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ACTO PRIMERO
Al alzarse el telón se ve, al fondo, la fachada de una taberna y parte del interior de ésta.
Encima, un piso y un coriedor popular con puertas a derecha e izquierda. Esta da a una escalera
que baja y termina en otra puerta situada en el extremo izquierdo de la taberna. Todo es de trazo
irregular y, por las partes convenientes, se ve un tejadillo de tejas que sobresale en un alero
gracioso y ambientador. Delante de la taberna se ven dos o tres mesas con alguna banqueta o
taburete alrededor. Adosados a la pared, se ven también dos o tres banquitos de madera, todo con
un aire muy popular, aunque algo adulterado por retoques que pretenden acentuar su tipismo. A
izquierda y deiecha, dos callejones con un pibote de piedra en medio cada uno, cercan el escenario
dándole aspecto casi de plazuela, de íntimo rincón. En conjunto, todo resulta muy humanizado,
con mucho tiempo encima.
Sentada ante una de las mesas está Luisa. Carlos, de pie, le está enseñando a depurar la
pronunciación del idioma inglés.
CARLOS.— ¡Vamos!
CARLOS.— No, no es asi; colocas mal los labios. Ponlos en forma de o, de cerito
Así: (Junta sus labios.) «Uan». Venga, hazlo. (Ella coloca los labios, como él.) Así, asi es.
Ahora pronuncia.
CARLOS.— (Dándole una palmada en la frente.) ¡Uan! ¡Qué dura te han parido, hija!
CARLOS.— (Conenfado.) ¡Nooo! Fíjate: boca tan pequeñita que no puedas decir
tres, sino que tengas que decir: (Juntando sus labios.) Uno, uno, uno.
LUISA.— (Con leve guasa.) ¡Pero si puedo decir tres! Verás: «tri».
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CARLOS.— (Cortándola.) ¡No!
LUISA.— (Levantándose enfadada y caminando hacia el lateral.) ¡Ya está bien, Carlos!
Adiós. (El, sin dar importancia a lo que ocurre, coge el vaso y bebe. Ella, parada en el lateral,
repite:) He dicho adiós. (El se sienta dándole la espalda. Ella insiste.) ¿No me has oído? Y va
la tercera: ¡adiós! (Vuelve a su lado y, abrazándole por atrás, melosa le susurra:) Tres veces te
he dicho adiós: (Juntando los labios.) «Uan», «du», «tri».
CARLOS.— (Levantándose con júbilo.) ¡Así es! Dentro de poco pronunciarás como
una lady, y la plaza será para ti. (Llamando.) ¡Basilio! (Yendo hacia la puerta de la taberna.)
Dos dobles y una de boquerones.
CARLOS.— (Volviendo al lado de ella y gritando hacia atrás.) ¡Qué sea de aceitunas!
(Se sientan.) Chica, te ha salido bordao.
CARLOS.— (Besándola, impide que siga.) Seguro que la plaza es para ti. Con dos
meses por delante, tenemos suficiente pa que depures la pronunciación.
CARLOS.— Naturalmente que nada. Estamos aquí. ¡Aspira! (Aspira con deleite.)
¡Aire nuestro!
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CARLOS.— Si no te aclaras...
CARLOS.— De poco te ha servido Londres. (Da unas palmadas al mismo tiempo que
llama.) ¡Basi! (A ella.) Sigues con los mismos temores y tan desconfiada como antes. Creí
que te habías endurecido. (Alzando la voz.) ¿Vienen esos dobles o no?
LUISA.— He hecho de todo allí, menos una cosa: traicionar mis convicciones.
Sabes que aquélla, como todas las grandes ciudades, suele ser cruel, despiadada a veces.
Yo la admiro, pero no le guardo afecto. Me cuento entre sus víctimas.
CARLOS.— Su... (Juntando los labios.) «Uan», «du», «tri». (Jovial.) ¡Su idioma,
chata!
BASILIO.— Ya va pesaos. ¡Vaya unos modales! En París debíais haber caído. ¿Es
que no sabéis lo que quiere decir «sil-vu-plé»? (Risas.) A ver si aprendéis a tratar a los
camareros como a ciudadanos. ¡Ah, París! ¡París! Un pedido, un viaje. Y se acabó el
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servicio. Y el «bote» regla-mentoa. Y no como aquí: ¡camarero, esto!, ¡camarero, lo otro!,
¡camarero...! ¡Y ski «sil-vu-plé! Así que ya lo sabéis: si ahora queréis «délo», ¡no hay
«délo»! (Yéndose ya hecho el servicio. ) ¡«Arrevuar»!
CARLOS.— ¿Basi en París? Este al salir del vientre de su madre, cayó aquí con
el «stop» puesto.
CARLOS.— ¿Y te extraña éso? Los clientes, hoy, no sólo son indígenas. ¡Más de
un tintorro le habrán pedido haciendo gárgaras con la erre! (Imitando.) «Garcon, s'il
vous plait? Un «tintoggo»!
CARLOS.— Casi un mes me tiré yo. Hice «ramassage», y en las madrugadas arr
¡me el hombro en «Les Halles». Acababa derrengao, pero fue una buena experiencia.
CARLOS.— ¡Qué ciudad para ir con dinero! Bueno, y sin él, pero con los
músculos duros. ¿Sabes lo que le sobra? Unos cuantos franceses.
CARLOS.— ¿Dos? A París le sobran sexos. En realidad, hasta con todos los
franceses dentro es apasionante. Hice buenos amigos. (Como recordando.) Jean, Francoise,
Gerard... Jean es ferroviario. ¡Qué tío! En todos los fregaos sociales suele meterse. De
mediana estatura, delgao; puro nervio. Y sabe invitar como un español. Siempre al
mismo vino: tinto de Argelia. ¡Vino bravo!, le decía yo: ¡fuerte como un Valdepeñas!
¿Valde peñas, Charles? ¿Qué clase de vino es ése? Le llaman, «mon ami Jean» «el vino
varón de España».
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CARLOS.— ¿Qué quieres decir?
CARLOS.— ¿Te gustaría? Sería un gusto malsano, ¿no crees? Tuve una amiga en
Francia. Ivatte: una buena chica. Pero ni ella ni yo perseguíamos otra cosa que pasarlo
bien. La que me hizo daño fue la inglesa. Descubrí tarde que era una anormal. En fin,
los pocos años y el despiste de mis padres, que no dieron una al educarme. ¿Y tú?
CARLOS.— Te has trincao todas las aceitunas, ¿quieres más? (Llamando.) «Garcón
Basilié, s'il vous plait!
LUISA.— Me gustan.
CARLOS.— Son.
LUISA.— Puede.
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CARLOS.— (La besa, y ante el «casto» beso de ella, reacciona exclamando un poco
guasón:) ¿De verdad has estado en Londres?
CARLOS— ¿Dónde?
BASILIO.— Espiando tras las ventanas, seguro. Menudos son los chavales. ¿Te
apuesto a que tiro una piedra a aquella ventana y se asoma un chaval ciscándose en mi
padre?
Entran por el lateral derecha Bertucho y Chelo. Esta es una morenita feúcha, de escasa
estatura. Bertucho, con un método de francés en una de sus manos, le viene «tomando la
lección».
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BERTUCHO.— (Corrigiéndola.) Tres, tres bien.
BASILIO.— (Yendo hacia ellos y refriéndose a la escasa estatura de Chelo) Eso te viene
de cuna. (Cogiendo a Bertucho por una oreja.) Pero éste se pasa de largo. (Echándole hacia la
taberna.) ¡Anda pa dentro!
BASILIO.— Una palabra de más, niña, y le corto las manos a éste. (Señalando a
Bertucho.) ¡Y a ver quién te rasca luego!
CHELO.— Usté que se lo busca. (A Carlos.) No ve más que rendijas por todas
partes, y tras las rendijas...
BASILIO.— ¿Qué?
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CARLOS.— (Riendo.) ¿Qué quieres tomar, Chelito?
BASILIO.— (Mordido, como para si.) ¡No te chinga el feto éste! (A Chelo.) Lo que
tú tienes que hacer es aprender de ésta (Señala a Luisa.) que parla el inglés como un
lord. (A Luisa.) Pero has tenido que sudarlo, ¿no?
CHELO.— ¡Será macabro el tío! ¿Me sirve el doble o no? (Basilio no se mueve.
Carlos, advierte a Chelo en tono confdencial.)
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CARLOS.— (Pellizcándola.) ¡Mucho sabes tú, Chelillo!
CHELO.— ¡Qué remedio! Pequeña una, feúcha una: ¡no espabiles y verás!
CHELO.— Regular nada más. La verdad es que no soy muy inteligente. Lista sí.
O avispadilla, como dice Bertucho.
CARLOS.— Pues por lo bien hechas, parece que cuenta con buenos especialistas.
CARLOS.— Si no te explicas...
CHELO.— Porque Francia está ahí al lao, y si hay que salir corriendo: ¡un salto y
aquí, de regreso!
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LUISA.— ¡Eh, eh!
Le abraza. Entra Basilio con la bandeja y el doble pedido. También unas cuantas
aceitunas negras. Al ver a Chelo abrazada a Carlos, repite su ritornelo.
CHELO.— Que no salen tan rápidos. Hay que esperar unos mesecitos. (Señalando
las aceitunas.) ¡No! ¡Aceitunas negras! ¡Gredos! ¡La capra hispánica! (A Basilio.) Garcon:
De Sevilla, «s'il vous plait». No negras. No: (Imitando a una cabra.) ¡Meeee!
LUISA.— ¡Chelo!
LUISA.— ¡Basi!
CHELO.— (Furiosísima, lanzándose sobre Basi.) ¿Enana yo? ¡Me cago en su padre!
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BASILIO.— (A Carlos.) ¡Suéltame y la piso!
CHELO.— (A Carlos, llevando tras sí a Luisa, que la sujeta.) ¡Anda, dale suelta!
Basilio, llevado a la fuerza por Carlos hacia el interior de la taberna, entra en ésta
exclamando:
CHELO.— Siento lo de mis orejas. Con uno o dos idiomas, es más fácil
independizarse de todo esto.
LUISA.— Te costará más que a otras, pero lo conseguirás. Además eres muy
joven.
CHELO.— Eso es lo que me preocupa. Aunque, a decir verdad, soy muy vieja. No
veo más que gorilas a mi lao, y ¡fíjate si hace siglos de eso! En fin, penitas a la mar.
LUISA.— ¿Por qué no te vas? Creo que en París, en Saint Germain de Pres, hay
restoranes populares que...
CHELO.— No hay peros, Luisa. (Pasando a un tono alegre.) Bueno, démonos a las
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aceitunas. ¡Meeee! ¿Quieres una?
LUISA.— ¿ Y lo es?
CHELO.— Posiblemente. Pero ya sabes la edad que tiene. A esa edad el mundo
no es del todo sucio.
CHELO.— ¡Ponte triste y verás! Oye, nunca me has contao: ¿Qué tal los ingleses?
¿Se te han dao bien?, y eso de los florales, ¿es verdad?
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LUISA.— ¿Los florales?
CHELO.— Sí, jóvenes desnudos, cubiertos de flores y mucha hierba inglesa a sus
pies pa jugar a...
CHELO.— ¿Sabes qué te digo? Si una de mis orejas fuera un cido me largaba a
Inglaterra, a aprender a decir aunque solo fuera «güis pitmguis» con francés sólo, hoy
no vas a ningún lado. (Como anunciando.) ¡Se ofrece secretaria sabiendo francés y algo de
inglés! ¿Suena bien, eh? O inglés sólo, que tiene más salida. (En tono confdencial.) Oye:
¿estuviste en alguna floral de ésas?
CHELO.— Bueno, bueno, ¡aclarao! Debe ser bonito. Claro que a lo mejor a mí...
No, no digo que no me dejasen entrar por los pocos años, sino por (Señalándose.) lo poco
que una es. Sin embargo, mira tú: lo que se dice picantilla sí lo soy. ¡Me imagino una de
cosas...!
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LUISA.— (Refriéndose al libro que Chelo lleva en la carpeta.) Dicen que es uno de
los mejores métodos de francés.
LUISA.— Ya lo sabía.
CHELO.— Con sólo unas flores: ¡las de azahar! (Entona la marcha nupcial. )
CHELO.— ¿Libre? (Tragicómica parodiando.) ¡No tengo escapatoria! Por favor: ¡un
cirujano de estética! Y alguna hormonilla, ¡alguna hormonilla para crecer!
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LUISA.— ¡Anda ya!
CHELO.— ¡Si yo tuviera dos piernas como éstas...! ¡Que dos! ¡Una!
CHELO.— ¡Esos tíos son unos huesos! (Parodiando.) ¡De trabajos particulares, na-
da! Aunque no sería la primera vez que alguna se quedara pa realizar...
CHELO.— ¿Mal? ¿Sabes cuántos habitantes tiene ahora esta ciudad? Tres
millones. Bueno, ¡pues más de uno es oficina-nato! Te pareceré mal pensada, pero cada
vez que hay una a la que la suben el sueldo sin saber por qué, yo investigo. Mira, hay
varios casbs: casos de seducción, de amor caliente.
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CHELO.— Casos de sueldo bajo.
CHELO.— ¡Y pelanduscas!
CHELO.— (Disimulando alegría.) ¿Verdá que a unos ojos corno los míos les va bien
una manila de verde?
CHELO.— Oye, tú: de miope, nada. Donde pongo el ojo, allí hay un chico. Y ese
sí, por lo regular miope, pues él a mí no me ve.
CARLOS.— Como algún día Luisa deje de pronunciar bien el inglés, ¡me fugaré
contigo, my love!
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CHELO.— ¡Pero si no tiene idea de inglés! Es norteamericana: de Torrejón.
Arriba, saliendo por la puerta derecha del corredor, sale a éste Berlucho hecho una furia.
BERTUCHO.— (Todavía dentro.) ¡Déjame tranquilo de una vez! ¡Pues vaya una
mañana! (Aparece.) ¡Olvídame!, ¿quieres? (En el mismo estado de ánimo, sale al corredor Ma-
ruja.)
MARUJA.— Por mí, ¡anda y muérete ya! ¿Dónde crees tú que has nacido?
MARUJA.— Anda, déjate el pelo, cómprate una guitarra y puerta. (Yendo hacia la
puerta de la izquierda, que da a la escalera.) Lo que es yo, ¡idiomas le iba a dar a éste!
(Mutis.)
MARUJA.— Eso es lo que quiere: ¡hablar en inglés pa que ni yo, que lo he parido,
sepa lo que trama!
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que me callo. (Gritando) ¿Y las madres, qué?
MARUJA.— (Haciendo mutis por el lateral izquierda.) ¡La próxima vez alumbro
un gato!
CARLOS.— ¿A quiénes?
BERTUCHO.— ¿A quiénes va a ser? A las mujeres de este país. ¡Todas son unas
gritonas! Y no creas que te agradecen el que les des motivos pa que desfoguen!
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palabra.) «Viviendo», y aquí es de cajón. Creo que cuando nací, mi madre pegó unos
gritos de concurso. «Grita usted como nadie», debieron decirle. Y una de dos: o la vida
no es un gentlemen pa ella, o ella es una puñetera vanidosa: ¡porque sigue concursando!
BERTUCHO.— ¿Qué?
BASILIO.— ¿Pero todavía aquí? ¡Maldita sea...! ¿Es que te imaginas que robo el
dinero?
CHELO.— (Pícara.) ¡El otro es mi méchenlo, garcon! ¡No te digo! ¿Qué cree usted,
que me regalan el tiempo que me dedico a chamullar «le langue de la France?»
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BASILIO.— Encima, desagradecida.
BASILIO.— ¡Y con qué plante lo espeta la divieso ésta! ¡Te has mirao al espejo,
adefesio?
CHELO.— ¡Sí!
BASILIO.— ¡Tu padre! (Refriéndose a su sobrino.) ¿Pero qué habrá visto el ma-
meluco éste en esos cien gramos de chicha mal pesa? ¡Un día le echo insecticida en el
doble a ver si la diña!
LUISA.— ¿Sabe qué pienso, Basi? Que es usted demasiao castizo pa poner ahí (Le
señala la fachada de la taberna.) english spoken.
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BASILIO.— Muchacho, contigo no va nada. El pelo largo es el que me subleva.
¿Quién dijo eso de «a pelo largo, ideas cortas»?
BASILIO.— Tú eres muy joven todavía. Ya irás aprendiendo que el vino hay que
aguarlo.
Se corta y mira hacia el lateral izquierdo, por donde se acerca Maruja en plena bronca.
Con Maruja viene un desconocido, qua viste con alarde y trae en sus manos la llave de un coche.
Tiene un algo de chulo que traiciona su empeño en hacerse pasar por un «gentleman». Le llaman
«el Mister».
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MISTER.— Qué se equivoca, señora...
MARUJA.— ¿Señora? ¿Me trataría así en plena calle si creyese que yo soy una
señora?
MARUJA.— (Enfrentada con el Míster.) ¡Míreme la cara! ¡Y cuente las arrugas, las
patas de gallo y las canas!
MARUJA.— ...le dejaría que me tentase un poco: iba a notar lo joven que aún
soy...
BASILIO.— (Al Mister.) Eso es lo que estamos esperando: que nos lo aclare
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CARLOS.— ¿Qué le pasa, Maruja?
BASILIO.— (Perdiéndose los dos dentro de la taberna.) ¿Te vas a callar ya?
MISTER.— Eso quisiera yo saber. Ha sido todo tan repentino, tan extraño.
Confieso que al verla pensé... ¿Pero qué le pasa a esta mujer? Se me acercó sonriendo. Yo
acababa de bajar del (Muestra la llave.) «Jaguar» y, a dos pasos, se me quedó parada,
como abstraída De repente se dio media vuelta y... Bueno, yo la seguí. No puede
negarse que como mujer no está mal
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MISTER.— No sabía que fuera casada. Además, su modo de mirar...
CARLOS.— No, no es por ahí. Eso nos iba a dejar demasiad tranquilos. Hay que
mirar a nuestro alrededor. Donde estamos todos, amigo.
CARLOS.— A dejar las cosas en su sitio. Usted qué es: ¿un hombre o un macho?
CARLOS.— ¿Qué?
MISTER.— ¡Suelte!
CARLOS.— (Soltándolo.) Suelto. (Con serena frmeza.) Pero, ¡ni una sola palabra
más! (Pausa.)
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CARLOS.— ¿El qué?
LUISA.— Claro. Al poco tiempo de estar allí, dejé de verla. ¿Qué fue de ella?
MISTER.— (Serio, hondo; como dolido.) Sé lo que insinúa y también temo lo mismo,
pero... Si tuviera la certeza, recorrería medio mundo en su busca. ¡Pobre muchacha!
Pronto hará un año que desapareció.
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LUISA.— Estará en Francia, seguro.
MISTER.— (Risueño.) ¿No será lo que los gallegos llaman «a carreriña un can»?
CARLOS.— ¿Has oído que inflexiones de voz? A éste le pegas una patada en la
boca del estómago y arroja por ella todos los tacos del diccionario.
CARLOS.— ¿Prejuicios?
LUISA.— Puede... No es fácil tirar unos cuantos siglos por la borda; pero... No, no
es eso. Juzgando por mí misma... (Repentina.) Oye: tú, ¿cómo me ves? ¿Como mujer de
cama o...?
CARLOS.— (Divertido.) No mujer «de» cama, sino «con» cama. ¡Mujer con todas
las consecuencias! Asi te veo.
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CARLOS.— Bueno, si, pero una monstruosidad muy apañadita, ¿no crees?
CARLOS.— Una pregunta me está bailoteando aquí. (Se señala la frente.) ¿Cómo
ha conseguido ese tipo el «Jaguar»? ¿Cómo lo mantiene?
CARLOS.— Claro que no. Mis «chapuzas» no dan pa tanto. (Llama de nuevo.)
¡Basi!, ¿qué se debe?
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CARLOS.— Si no mandas otra cosa.
LUISA.— Estoy aquí muy a gusto; ¿tú, no? (El hace ademán de ir a protestar. Ella,
tapándole la boca, insiste.) ¿Tú no?
CARLOS.— Bueno, está bien; pero... Venga, coloca los labios y vuelve a
pronunciar. Esa plaza tiene que ser para ti. Coloca los labios, anda. En forma de o, de
cerito.
CARLOS.— ¿Ah, sí? Vamos a verlo. (Le da un azote y luego, fngiendo que se ha hecho
daño en la mano, exclama.) Oye, ¿haces gimnasia? (Dándole otro azote.) ¡Está durito eso!
Ha entrado en escena Basilio a punto de ver el azote. Ahora avanza hacia ellos
exclamando «muy en serio».
BASILIO: (A Carlos.) ¡Eh, tú! ¿No te da vergüenza alzarle la mano al sexo débil?
(Haciendo que se saca el cinto.) ¡Toma el cinto! (Ríen ellos.)
BASILIO.— (A Carlos.) Nunca le pongas las manos encima a una mujer. Lo que
las manos hagan...
LUISA.— ¿Qué?
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BASILIO.— (A Luisa.) Lo dividís en caricias suaves o fuertes. (A Carlos.) Total:
que te esclavizan.
BASILIO.— (A Carlos.) Saca, sácate el cinto. Y si no, dale con esa banqueta.
LUISA.— ¿Y si se rompe?
CARLOS.— ¿A solas?
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BASILIO.— Siempre a solas y sin olvidar la consigna.
BASILIO.— ¡Pues no sé qué decirte!... Pero no, no puede ser. Este es un tipo de
buenas maneras y farda como un míster.
BASILIO.— ¿Cómo?
CARLOS.— ¿Qué?
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chelines, marco y medio... ¡Un «Jaguar», que tío! (En tono .normal.) Cinco duros,
muchacho.
Por el lateral contrario al que ha dado salida al Míster, se acercan risas juveniles. A éstas
se suma la música de una armónica que, con vivo ritmo, interpreta un bailable de moda. Al fn
entran en escena semi-bailando dos chicas jóvenes (Marisa y Cecilia) y el muchacho de la
armónica (Marcial). Maristi trae debajo del brazo una carpeta y un libro.
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BASILIO.— (Siguiendo el ritmo con Ceci.) ¡Y yo que creí que no se me daban estos
vaivenes!
CARLOS.— (A Marcial.) ¡Ya está bien, tú! ¡Corta! No sé cómo os dejais liar por
ésta.
MARISA.— (Dando ella sola algún paso más de baile.) No seas ogro, primo; o se lo
diré a tu tía.
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MARISA.— (Romántico-burlona.) ¡Oh, el tango!
CARLOS.— (Seco.) ¡He dicho que se acabó el baile! (Empujando a Marisa hacia el
mutis.) ¡Hala, a clase!
MARISA.— (A Carlos.) No creas que todos los días llego tarde. (A Ceci y Marcial.)
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¿Verdad que no?
MARISA.— (Suplicante.) Tengo dieciocho años, primito. Luisa, ¡échame una mano
y explícaselo tú!
MARISA.— Que no todo consiste en hablar bien o mal el inglés. (Da unos pasos
hacia el mutis.)
LUISA.— Anda, vamonos. (A Basi, que está limpiando la mesa.) Hasta luego, Basi.
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Basilio sigue recogiendo la mesa. El Mister avanza hacia él exclamando en inglés.
MISTER.— ¿Estudiantes?
MISTER.— ¿Barniz? ¡Oh, yes! (El Míster se echa a reír y, dándole una palmada en la
espalda a Basilio, exclama con tono castizo, perú no exagerado.) ¡Buen golpe, macho! (A
continuación, anie la extraneza que le ha causado a Basilio la exclamación, vuelve a su tono
habitual.) ¿Se dice así todavia?
MISTER.— A cada ciudad lo suyo, amigo. En las ciudades grandes la niebla tiene
su interés.
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MISTER.— Esa es una pregunta de tío listo. Cosa que no me extraña. ¿Sabe por
qué aqui somos más listos que los ingleses, por ejemplo? Porque en este país hay que
actuar sin niebla, a pleno sol. Y hay que ingeniárselas para sacarle el ¡ugo a esa frase tan
nuestra de: «hacer la vista gorda». ¡Buena divisa para la fiesta! ¿Eh, amigo?
MISTER.— Seis llevo fuera de aquí. Y aunque me he dado una vueltecita más de
una vez, ha sido por Orense, Lugo, Jaén...
MISTER.— También Portugal. A Madrid, en esos seis años, es la primera vez que
vengo. Bueno, dos veces de paso, pero sin parada.
BASILIO.— Eso se ve
MISTER.— Y escocés. Dos cosas hay que servir siempre frías: el whisky y los
pensamientos. Sobre todo en países calientes como óste. (Alzando la voz, pues Basi está a
punto de entrar en la taberna para servir lo que le han pedido.) ¡Ah! Y en vaso alto, amigo. Los
del tintorro no le van al whisky.
BASILIO.—Descuide.
Mientras el Mister saca un pitillo rubio y comienza a fumárselo, se oye, un puco alejado,
pero nítidamente, un disco de, lecciones en inglés, que puede alternar con oíros en francés y en
alemán. Poco a poco las voces vienen acercándose hasta casi invadir la escena. Con el regreso de
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Basilio desaparecen las voces.
BASILIO (Que en una bandeja trae lo pedido.) Un sobrino mío, Bertucho, va a esa
academia. Francés, inglés: (Sirviendo.) cosa de porvenir, ¿eh?
BASILIO.— Yo hubiera sido un buen «metre» de hotel, ¿se dice así? Pero... en fin,
no me quejo. Al fin y al cabo, esto será modesto, pero es mío. Pienso ampliarlo. Cuando
vuelva usted por aquí, ahí verá el cartelito. «On parle francais», «english spoken».
Entonces le atenderá mi sobrino, ya verá.
MISTER.— (Bebe, y nada más probar el whisky deja el vaso, exclamando.) Este whisky
no ha oído la gaita en su vida.
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BASILIO.— Yo le juro que...
MISTER.— Bueno. No tiene importancia. (Bebe un poco.) La que salía antes con la
carpetilla y el libro, ¿cómo se llama?
BASILIO.— ¿Quién? Ah, sí; Marisa. De todas formas, no es mal whisky. ¿Le he
puesto bastante hielo?
MISTER.— ¿Marisa?
MISTER.— ¿Trabaja?
MISTER.— No son sus narices las que he nombrao. Tiene usted que presentarme
a su sabrino.
BASILIO.— Bueno, casi todos. Recuerde, Míster: aquí sol, niebla no.
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MISTER.— ¡Otro whisky a que no!
MISTER.— ¡Oh, yes! La famosa intuición ibérica. (Dándole una palmada defnitiva.)
¡Mucho, macho! Anda, ¡cóbrate los dos whiskies y el que no te has tomao! (Echa un
billete de mil sobre la mesa.)
MISTER.— ¿De qué estarnos hechos? ¿Tú, yo y todos tos que nos rodean? De
deseos, amigo. Si ignoras esto, echa el cierre. Pues, bien; darle satisfacción a algunos de
esos deseos, no es más que una cuestión de precio. ¿Tú has nacido aquí?
BASILIO.— Basilio.
MISTER.— Pues hay una, amigo Basilio, que podemos considerar la madre de las
demás. ¿Te la imaginas? ¡Medita, comerciante! ¡La gran madre! Y alrededor de ella unos
miles de pudientes y unos millones de necesitaos. Y entre ellos, ¿quiénes? ¡Tú y yo! ¡Los
intermediarios! ¿Qué piensas?
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MISTER.— Ahora te falla la intuición. Si tu sobrino Bertucho no espabila te veo
como hasta ahora: sirviendo whisky «escocés» a malos catadores. ¿Sigo hablando en
chino?
MISTER.— Un gato. La liebre corre demasiado pa ti. Anda, sírveme otro whisky.
Y con etiqueta indígena. Así nos entenderemos mejor. (Basilio recoge el vaso dejando el
plato de aceitunas y va por el nuevo pedido. Antes de entrar en la taberna, el Míster le dice): Y tú
sírvete otro.
A lo lejos vuelven a oírse los discos de idiomas. El Mister se levanta y se acerca al lateral
por el que llegan las voces. Y durante un instante mira en dirección de éstas. Luego se mira el
reloj y, silbando un aire de moda, regresa a su sitio, coincidiendo con la reAparición de Basilio,
que, en la bandeja, trae dos whiskys. El Míster los coge y ofrece uno a Basilio.
MISTER.— ¡Brindemos, amigo! (Basilio deja la bandeja sobre la mesa y coge el vaso
que le ofrecen. El Míster alza el suyo y exclama): ¡Por los intermediarios!
MISTER.— «On parle francáis», «english spoken». ¿Dónde decías que vas a
colocar el cartelito?
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BASILIO.— Usted es un amigo.
MISTER.— Serán fructíferos, ya lo verás. Oye, ¿a qué hora acaban ahí (Señala
hacia el lugar en que, imaginariamente, está situada la academia de idiomas.) las clases?
MISTER.— No me gusta.
MISTER.— Tipos como ese, suelen vivir poco y mal. La conciencia, amigo, como
el vino...
MISTER.— (Dándole una nueva palmada.) ¡Diana, macho! Eso es saber apuntar.
¿Sabes lo que a ti te falta? ¡Aire! Tú serlas un buen intermediario, pero te falta aire. ¿Con
quién vive el prime de... ¿Marisa, me has dicho que se llama?
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MISTER.— A mí, de los modos de pensar, sólo me interesa un dato: Los que están
arriba son los que se acuestan con las mejores chávalas.
MISTER.— ¡Qué más quisiera yo! Basilio: segundo dogma para el comercio. Los
que están arriba —sean azules, blancos o verdes— son los que...
BASILIO.— De acuerdo.
MISTER.— (Cogiendo los dos vasos y dándole uno a Basilio.) Toma y alza. (Alzan los
vasos.) Por Basilio y... Bueno: —y yo. ¡Basilio y yo: ¡Ese, Ele! (Beben.) Pero, delante de la
gente, a mantenernos con cierto sentido de las distancias, ¿entendido?
A lo lejos empiezan a oírse voces y risas juveniles. El Míster, acercándose al lateral por
donde se supone que esta la academia de idiomas, mira a lo lejos. Al instante regresa a su sitio,
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exclamando:
MISTER.— Ya salen las chávalas. ¿Quién son los que vienen con ellas?
MISTER.— A él.
MARCIAL.— Inglis, eso es. Y no: «ingles» (Se refere a la entrepierna.) como dice
ésta. (Señala a Chelo.)
BERTUCHO.— (Mueca, por la mirada de Chelo al Misler.) A las siete, ¿si te parece
bien?
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BASILIO.— (Al Míster.) Este es mi sobrino.
CHELO.— Si tuviera que pagar éste (Señala a Bertucho.) no pasábannos del palillo.
CHELO.— (A Marisa.) ¿Te lo han pedida alguna vez de un modo tan fino? (Al
Mister.) ¿Usted es español o inglés?
MISTER.— Anfibio
MISTER.— ( Riendo.) Tiene mucho ingenio. Pero, vamos, siéntense. Y pidan, por
favor... ¿Qué van a tomar?
MISTER.— (Cortando.) Lo que quieran. La invitación es a caño libre. ¿Se dice así,
«yi nou»?
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CHELO.— Asi se dice, Mister. Pero, por abundante, puede ser una invitación
peligrosa. ¿Conoce eso del caño al coro, del coro al...?
CHELO.— Chelo.
MISTER.— (Riendo.) Eso tiene gracia, Chelo. ¿Me permite llamarla por su nom-
bre?
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BASILIO.— (Furioso.) ¡Las manos en el cuello! (Levantándolo.) ¡Levántate y échame
una mano!
MISTER.— Por favor. Basilio; son mis invitados. Sea amable y sírvanos usted. (A
Bertucho.) ¿Puedo aconsejarte un whisky?
TODOS.— ¡Meeeeeeeee!
Basilio le pega un empujón a Chelo, que, entre risas, cae encima de sus compañeros,
TELÓN
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ACTO SEGUNDO
Sentado en uno de los bancos y ante un doble de tinto, está Carlos. Sobre una mesa esta
sentado Bertucho. Los pies los apoya sobre una banqueta, colocado todo él en postura de ir a
empezar a rasguear la guitarra que sostiene en sus manos. El pelo largo y la indumentaria, tratan
de encuadrarlo entre los jóvenes mconformistas de hoy.
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de Chelo? Ha vuelto a hacer una de las suyas. No comprendo a Chelo. ¿Por qué no se
larga? (Se levanta, deja la guitarra sobre la mesa y se mete en la taberna, exclamando.)
Vuelvo a estar seco. Si te apetece el whisky, el momento es de artesanía.
a la humana concurrencia
morirá de soledad.
y no gana eternidad
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Una uva no hace vino,
o, si preferís, al vino.
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y andar a mucho peligro.
BERTUCHO.— No. Como madre murió hace tiempo. Desde que empezó a darse
al anís o a lo que se tercie. El caso es quemarse las entrañas. (Pausa.)
CARLOS.— Sigue.
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Fuera se oye la voz de Basilio, que se acerca, exclamando.
BERTUCHO.— No, pero ése no falla. ¡Vaya un cariño que nos ha cogido!
BASILIO.— (A Carlos.) Te veo muy callao. ¿Le has ido a éste tocar la guitarra?
Dentro de poco ya verás: ¡Basi-Club! ¡Atracciones! (Dándole la guitarra a su sobrino.)
Venga, ¡a ensayar! (A Carlos, por Bertucho.) Mucha voz no tiene, ¡pero sentimiento...!
BASILIO.— ¡Pues aquí te va la rúbrica! (Basilio intenta darle una patada en el trasero,
pero Bertucho realiza el mutis a tiempo, desapareciendo dentro de la taberna.) (A Carlos, por
Bertucho.) ¡Demasiao aprisa está espabilando éste!
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CARLOS.— ¿El respeto a quién?
CARLOS.— No te entiendo.
BASILIO.— Hazme caso, tú sabes que te aprecio. A este barrio le sobran voces, y
ésas son las que cuentan cosas raras de ti y de tus...
BASILIO.— ¿Más?
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El Mister que ha entrado hace un instante avanza hacia ellos exclamando melifluo.
MISTER.— ¿Con todos? Por favor, señores; en eso la cantidad es justa, precisa. Es
una de las pocas cosas en que el reparto es equitativo. No hay más alteraciones que las
que señalan los manuales de medicina: orquitis, etc. Por favor, Basilio, abróchese la ca-
misa. ¡No soporto la visión de esas cicatrices! (A Carlos.) Son una estupidez. Y por lo
regular, una estupidez cometida en la edad más fabulosa para vivir. (A Carlos.) ¿Me
permite? (Sentándose, a Basilio.) Un whisky. ¿Han leído la prensa? Peligrosa situación
económica. ¿Qué les parece, amigos?
MISTER.— (Le ofrece un cigarrillo rubio a Carlos.) ¿Un rubio? ¿Tampoco? Me juzga
mal, amigo. Ya no se puede decir de mí que sea un recién llegao. Creo que, en el tiempo
que llevo aquí, sólo os he dao muestras de afecto y amistad. ¿Me permites el tuteo? Al
fin y al cabo somos paisanos y tú me caes muy bien. (Pausa.) Te valoras poco, muchacho.
Es lástima que te desgastes en esas traducciones que apenas te dan para vivir. Si tú
quisieras... No, no me mires de ese modo. También yo he nacido aquí; pero me niego a
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figurar en la lista de las víctimas. Si eres inteligente, y desde luego lo eres... (Gesto de
Carlos.) ¡Escúchame!; hay que enseñarles a todos éstos a luchar contra la miseria. ¡A
luchar como sea! Hay algo en lo que estamos que ya no se volverá a repetir. Y ese algo es
que «vivimos». Y hay que conseguir, a costa de lo que sea, que nos estampen el epitafio
en el preciso momento en que demos el «ale-jop» final. Esa será nuestra gran hazaña.
Echa una mirada a tu alrededor y dime si toda esta gente no anda ya con el epitafio
puesto. En definitiva: ¡Hay que ser cadáver a su debido tiempo! Y no antes, como es aquí
costumbre. (A Basilio, que reaparece con el whisky pedido.) Tercer dogma para el comercio,
Basilio: El que se mueve entre cadáveres no esta obligado a respetar ningún principio.
(A Carlos.) Aunque, aparentemente, los respete todos. (A Basilio, cogiendo el vasno de
whisky.) ¿Con mucho hielo, verdad?
Carlos cuge el vaso de whisky y arroja su contenido contra la cara del Mis-ter. bstt se
lama contra Carlos, perú Basilio, rápido, las separa exclamando:
BASILIO.— ¡Quietos! (El Mister saca un pañuelo y, al mismo tiempo que se limpia con
aparente serenidad la cara, le dice, suave de voz, a Carlos.) ¡Qué pena! El whisky era escocés
y la tela inglesa. Un derroche, un lamentable derroche para este barrio. (Dejando el
tuteo.) ¿No lo cree usted así?
MISTER.— (Limpiándose el traje.) Usted no tiene idea de los precios, joven (Carlos,
dejando un billete sobre la mesa, hace mutis. Entonces el Mister, ya con Carlos fuera de escena,
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exclama dando rienda suelta a su contenida rabia.) ¡Ese hijo de...! ¡Por mis muertos que le
coloco las tres letras a las primeras de cambio!
MISTER.— (Con desprecio.) ¡Desgraciao! Estos tipejos son los que con su
(Sarcástico.) «honestidad» hacen crecer la panda de ilusos. ¡Maldita sea su madre! ¿Pero
es que se puede ser honesto aquí abajo? No hay más que dos formas de serlo: o pegarte
un tiro o jugártela de verdad y que te lo peguen. Pero más importante es mantener el es -
queleto en pie, ¡pero mantenerlo bien relleno! (A Basilio.) Apunta también ésto.
(Limpiándose.) ¡Lástima de traje! ¡Imagínate que yo fuera otro «honesto» y no tuviera más
que el traje de los domingos...!
MARISA.— (Al Mister.) ¿Estás aquí? Creí que... (Se corta al ver el traje empapado.)
Pero, ¡qué barbaridad!, ¡cómo te has puesto! Basilio, por favor, traiga un sifón.
MISTER.— (Sigue brusco, autoritariu.) Bueno, de lo dicho, ¿qué pasa? ¿Te decides o
no? Te advierto que las esperas no me van. Tú verás. Si prefieres pudrirte aquí, me lo
dices y a otra cosa.
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Aparece Basilio con el sifón. El Mister le hace señas para que se raya. Basilio, con un aire
de complicidad, hace mutis. Todo esto ha pasado inadvertido para Marisa.
MARISA.— Me entusiasmaría.
MISTER.— Una o dos noches juntos en París. ¡Las que tú quieras, mon amour!
Hay un pequeño jardín en medio del Sena, ¡el Vert Galant!, que es el único sitio en
Francia donde está prohibido besarse. ¡Lo profanaremos! Luego te vendaré los ojos, y así
no te pondrás coloradilla al entrar conmigo en sitios que nunca has podido imaginar.
MISTER.— Tómalo como si el cura estuviese delante. (Como dando el «si» ma-
trimonial.) ¡Yes, pater! ( Besándola.) ¿Es que hay posibilidad de darle el «no» a esta griega?
MISTER.— ¡My love! ¡Eso es como viajar en el Metro pintao de blanco. Cruzarás
conmigo Francia en uno de los grandes expresos. Luego te echaré a mi espalda y, ¡zas!,
al agua. Atravesaremos muy juntos el Canal de la Mancha, hasta Dover. Una vez allí,
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conquistaré Inglaterra para ti solita. (Se besan.) Del equipaje no te preocupes. Tú, con lo
puesto. Y Londres pondrá todo lo demás. ¿Te has quedado muda, muy love?
MISTER.— (Brusco otra vez.) Una cosa está clara: que yo no aguanto más esta
situación. Y menos a esa Chelo. ¡Me da náuseas tener que seguir fingiendo con ese rena-
cuajo!
MISTER.— ¡No seas cínica! (Llamando.) Basilio, ¿qué pasa con el sifón?
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rueda y caballo. Hoy nadie se va. Londres, París, Berlín, Madrid, son barrios de la
misma ciudad. Métete esto en la sesera o nunca darás con los detalles necesarios para
animar esto. (Señala alrededor, dejando de frotarse con el pañuelo.) Bueno, de momento vale.
El resto lo hará la planchadora.
BASILIO.— O Chelo.
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MARUJA.— (Un poco bebida.) ¿Dónde has estao? (Pausa.) ¿Dónde has estao, di?
MARUJA.— ¿En paz? (Ríe de un modo mordido.) ¿No te remuerde esa palabra?
BASILIO.— ¡Borracha!
MARUJA.— ¡Borracha, sí! ¿Pero quién es el canalla que deja la espita abierta?
MARUJA.— ¡Qué imbécil! ¡Qué pobre imbécil tu hermano! ¿Por qué él murió en
la prisión y tú estás aquí? (Sarcástica.) ¡«Basi-Club»! ¡«English spoken»! Volviste sin un
rasguño. No fue la tortura la que te obligó al soplo.
BASILIO.— (Violento.) ¿Soplón yo? (Tapándole la boca.) ¡Repite eso y soy capaz
de...! (Retira la mano, que le acaba de morder Maruja, conteniendo a duras penas el dolor.)
¡Maldita puerca!
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MARUJA.— (Como poniéndolo en duda.) ¿Os parió la misma madre? Ella,
seguramente, también te habría elegido a ti. Viéndoos a los dos, quedaba claro: tú
vivirías. Vivirás mas tiempo.
MARUJA.— Estás hecho de esa bazofia que dura más. ¿Es necesario que te diga
cuál? Hay hembras que saben olfatear qué clase de machos garantizan más noches de
cama.
Hace mutis pronunciando, entre mordidos sollozos, esta última frase. Basilio, solo en
escena, permanece un instante agarrando y mirándose la mano dolorida. Se halla dando la
espalda al lateral derecho, según el espectador. Se oyen unos acordes musicales adecuados a la
situación que empieza y, al mismo tiempo, se efectúa un cambio de luz. Por el lateral mencionado
hace su «aparición» el Hermano. Se queda a unos pasos de Basilio, que permanece de espaldas.
Todo es como una escena que se reproduce «realmente» en la imaginación de Basilio.
Al encontrarse enfrentado con el Hermano hace como que empuña una pistola.
HERMANO.— (Como cobrando vida.) ¿Qué vas a hacer, Basilio? ¡Aparta esa
pistola!
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cuenta? Aquí ya no hay na que hacer. ¡Nos han copao!
BASILIO.— ¡No te muevas! Hemos hecho lo que hemos podido. Seguir aquí es un
suicidio. ¡Esto se acabó, hermano!
BASILIO.— ¡No sigas! (Sarcástico.) Puede que desde allá arriba nos esté
escuchando nuestra madre. No la entristezcas. ¡Me largo de tu lao, hermanito!
(Retrocediendo.) La vida está ahí, a la vuelta de la esquina. ¡Salud, héroe! Te llevaré flores:
¡geranios populares!
Con nuevos acordes musicales el Hermano desaparece por el mismo lateral que entró.
Basilio vuelve a quedarse en la postura de mirarse y agarrarse la mordida mano, el dolor del
mordisco es el que le ha traído a la imaginación la anterior escena. Vuelve la luz normal. Durante
unos instantes la guitarra, siempre honda, sigue matizando el ambiente, tiertucho se asoma
acriba. A Basilio, por lo de la mano.
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BASILIO.— (Cortándola.) Sí, son de dientes, pero de tenedor. (Sarcástico.) Soñaba
que estábamos en diciembre trinchando el pavo.
LUISA.— (Refriéndose a la herida.) De verdad, Basi. Debe usté ir a que le vean eso.
BASILIO.— (Por Bertucho.) Salvo los ladridos de ése, hace años que por aquí no
ladra un perro. (Pasando un momento al interior de la taberna.) Cambiemos de copla.
¿Buscas a Carlos?
BASILIO.— (Dentro.) Aquí estaba, pero... (Saliendo.) Oye, ¡vaya una inquina que le
ha cogido al Míster!
BASILIO.— Ya sabes lo que suele decirse: que aquí nunca pasa nada. ¡Pero en
cuanto rascas un poco...!
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BASILIO.— Amánsalo, muchacha. Para los toros de casta, hoy hay muchos
enemigos: la morfina, el afeitao... Llévalo, ¡llévalo al barbero! ¿No ternes que un día
vengan a buscarlo?
BASILIO.— Pero tú, ¿qué crees? ¿Que vas a llevarte esa plaza brujuleando una
alemanita por medio?
BASILIO.— Contra la alemanita, nada. Pero entre tú y ella vuestro posible jefe, ¿a
quién elegirá? Hoy viste mucho dictar cartas a una secretaria en Marbella, por ejemplo,
A pleno sol.
BASILIO.— Yo diría pálida. En serio: ¡si yo fuera el jefe ese...! Las compatriotas te-
néis la familia al lao, y eso, aparte de otras cosas, supone mucho incienso metido en el
caletre. Vamos, que el que os hayan parido aquí os resta muchas posibilidades.
BASILIO.— Puede que ella no; pero, ¿y el jefe? Por estos barrios se han cultivao
muchas hambres.
LUISA.— (Muy dura, con cierto tinte de desprecio en la voz.) Si usted me gustara, ¡a
lo mejor me acostaba con usted!
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Durante un instante, se miran enfrentados. Al fn, pasando a un tono levemente irónico,
Basilio dice:
BASILIO.— Si hace años me llegan a escupir eso, yo... Pero hoy, ya ves. A veces
me pregunto qué es lo que ha pasao aquí. (Extrañamente.) Te lo juro: tanto a mi hermano
como a mi, nuestra madre nos parió limpios. (Reaccionando, pasando a un tono jocoso.)
¿Sabes que me diría el Mister si me pilla en este momento de renuncio? ¡Con mucho
hielo, Basilio! ¡Con mucho hielo!
BERTUCHO.— (Exclama hacia la taberna:) ¡Madre! ¡Ven rápido! ¡El tío se troncha!
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BASILIO.— ¡Cría cuervos...! (A Luisa.) ¿Sabes lo que es éste? ¿Cómo se llaman
esos cacharros que los lanzas a distancia y vuelven hacia ti? (Maruja se asoma a la ventana
del corredor.)
BERTUCHO.— (Como enfrentándose con él.) ¡Es que si fuera usted mi padre...
(Maruja suelta una carcajada. Bertucho, mordiente, exclama:) ¡Otra que tal ríe!
BASILIO.— (Agarrándole, exclama con violencia:) ¡Pues vas a comer de lo que gane
tu madre!
MARUJA.— Sí, hijo: ¡cóbrale tú por mí! Ahora eso se paga caro.
En esta situación se hace un oscuro. Vuelve la luz al escenario. Alegres, ríen en escena
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Marisa, Cecilia, Marcial y el Mister, que, en plan cariñoso, está sentado al lado de Chelo. Lleva
otro de sus buenos trajes de tela inglesa. Todos están sentados en bancos y banquetas y ante
mesas con distintas bebidas. La taberna está un poco más adornada. Arriba, en la galería, está
Maruja ensimismada. Feliz, Chelo está diciendo:
CHELO.— Una vez vinieron por el barrio una visitadoras; ¿sabéis quiénes
son las visitadoras?
CHELO.— (Con arrumaco cariñoso.) ¡Oh, no, muy love! ¡Tú nunca serás un «gili»!
Entra Basilio con una botella de ginebra, una Coca-Cola y un vaso de hielo con limón. Al
ver la escena amorosa Chelo-Míster, exclama como siempre:
BASILIO.— ¡Que hay niños! (Risas. Basilio pregunta:) ¿Quién ha pedido el barba-
libre?
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MARCIAL.— Yo. (Refriéndose a la botella de ginebra.) Pero a ver si cambia usté el
vidrio. Es la misma botella del año pasao.
MARCIAL.— Si las moscas supieran leer, yo ponía ahí uve doble ce.
BASILIO.— (Haciendo mutis.) Pero las pasa lo que a ti: que no saben. (Risas.)
MARCIAL.— Tú dirás.
CECILIA.— ¡Estupendo!
MISTER.— ¡Sois únicos! ¡Vuestra alegría disipará la niebla londinense! (Se quita la
corbata, la chaqueta y, en mangas de camisa, sale al centro del escenario exclamando:) ¡A ver,
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Marcial! ¡Notas al aire! ¡Algo movidito! (A ellas.) Vamos, nenas, ¿quién de vosotras
quiere bailar con el «gipi»?
CHELO.— (Echándole la zancadilla.) ¡Para, tú! (El Míster elude a Chelo, que llega a su
lado, y baila con Marisa.)
MISTER.— (A Marisa.) ¡Mucho por las girls! ¡Music! ¡Music! ¡Buen show! ¡Very!
¡Very!
Vuelve a oírse la armónica. El Mister baila con Chelo. De pronto, Maruja rompe a reír
dentro. Basilio exclama:
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CHELO.— ¡De barracón de feria, la pobre!
MISTER.— (Sujetando a Basilio.) Quieto, déjeme a mí. Usted no sabe tratar a las...
damas.
CHELO.— (Yendo detrás del Mister, que se mete en la taberna.) ¿Se te ha perdido algo
ahí dentro?
CHELO.— (Por Maruja.) ¡Esa...! (Se oyen unas bofetadas y uno o dos sollozos
ahogados.) ¡Esa...!
MISTER.— (Cortando, tajante.) ¡Chelo! (Suave de voz.) Marcial, toca algo lento,
¿quieres?
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MARCIAL.— Ahí te va, Mister.
Empieza a oírse una pieza lenta que sale de la armónica de Marcial. El Mister baila con
Chelo, totalmente entregada ésta. Bailan también los demás. Se apodera del escenario una extraña
calma. De pronto el Míster exclama hacia Basilio, que está a punto de entrar en la taberna:
MARISA.— (Enfrentándose.) ¡Eso mismo digo! (Le pega una bofetada Chelo a
Marisa.)
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¡Marisa! (Pausa. Saca un cigarrillo y lo enciende. A continuación, cínico, cuenta:) Una vez mi
madre —en paz descanse, si es que ella deja descansar a aguien allí donde esté—, me
dijo: Hijo mío, nosotras tenemos una gran ventaja sobre vosotros, y es que nos casamos
con hombres. La verdad es que no tenía muy buena opinión del sexo débil.
MISTER.— ¿Por ti, Chelito? Estoy hablando del sexo débil. Y tú, a juzgar por las
tortas que pegas... (Risas.)
CHELO.— ¡Déjame!
MISTER.— ¡Basilio! ¡Mis muchachos están secos! ¿Viene o no viene esa bebida?
MISTER.— (Yendo con Chelo a sentarse y empujando a Marcial y a Marisa hacia los
bancos.) ¡Pues a beber se ha dicho! (A Cecilia, que parece quedarse rezagada.) ¡Hala, Cecilia!
(Tratando de cogerle la bandeja a Basilio.) Traiga, traiga acá.
BASILIO.— (No dejándose quitar la bandeja.) Ni hablar: ¡los señores son los señores!
(Deja la bandeja sobre la mesa.)
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hacerle un regalo.
CARLOS.— (Al Mister.) O dicho de otra forma: de noche todos los gatos son par-
dos.
Carlos, como no viendo la tendida mano, se sienta con Luisa en el sitio que les han hecho.
El Mister, sin darle importancia al desplante, les ofrece:
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MISTER.— ¿Queréis un whisky de mi botella? (A Bertucho.) Tú también estás
invitado, siéntate.
BERTUCHO.— (Con cierta sorna.) ¡Siempre tan generoso! (Se mete en la taberna.)
MISTER.— (Llamando a Chelo para que se siente.) ¡Chelito! (A Basi, que ve entrar en
la taberna a Bertucho y se queda como indeciso.) ¡Muévase, Basilio! (A Carlos y Luisa.) Tenéis
sed, ¿verdad, muchachos? ¿Qué vais a tomar?
MISTER.— Bueno, bueno, muchachos. Más sabe el loco en su casa que el...
Aunque, la verdad; aquí, de cuerdos...
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(Bebiendo.) ¡Bebamos! ¡Olvidemos penas, amigos! (A Chelo.) Va por ti: My dear, little,
tadpole... (Cruzando el brazo con el de ella sin soltar los vasos.) Así, encadenados pa los res-
tos. (Beben.)
MISTER.— (A Carlos.) ¿Qué dice la prensa hoy? ¡Aparte de lo del Vietnam, claro!
¡No comprendo cómo todo un pueblo pede estar empeñado en que lo machaquen! La
verdad es que nunca la miseria ha sido lucida. (Cogiendo el periódico.) ¿Me permites? No
sé si a vosotros os pasa lo que a mt: la prensa me resulta monótona. {Pasando hojas del
periódico.) Guerras, incendios, violaciones, subdesarrollo. ¡Qué terquedad en ocultar el
lado bueno de la vida!
VOZ BASILIO.— ¿A qué vas arriba? ¡Tu madre está durmiendo! ¡Déjala en paz!
¿Me has oído? ¡Baja!
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MISTER.— (Cortando como apenado:) Te lo ruego, no sigas. Eso trae a mi memoria...
Picadilly Circus, in a foggy decernber 1966. ¿Te acuerdas, Luisa? (A Chelo.) ¡Mi primer
amor! (Abrazando a Chelo y mirando a Marisa.) Gracias, Chelo, por ayudarme con tu
cariño a alejar de mí tan triste recuerdo.
MISTER.— (Con sorna también.) No, no es por eso. Es que como las lágrimas son
saladas, las chupo, y me sirven de tapa para el whisky. Hacer eso delante de los demás
está feo.
Basilio, que acaba de servir a Carlos y a Luisa lo pedido, se echa a reír exclamando:
MISTER.— ¿Cuál?
CARLOS.— Que las lágrimas que chupa a solas sean las suyas.
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MISTER.— (Irónico.) ¡Pon sangre y llámame Drácula! (Risas.)
CECILIA.— ¡Marcial!
MISTER.— ¡Farol, Basilio! Ese dinero todavía no lo has visto tú... perdón: Todavía
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no lo visto usted junto. Además, valorar una de mis noches en ochocientas pesetas es de
subdesarrollao.
BASILIO.— (Con ironía) ¿No irá usted a decir que jugamos con garbanzos?
MISTER.— ¿Y con qué otra cosa sejuega aquí? Fíjese en Luisa: acaba de perder
una partida decisiva por estar mal planteada, muy mal planteada. (A Carlos.) No eres
buen consejero, muchacho. La primera pregunta que uno debe hacerse es: ¿en qué
mundo vivo? ¿Quiénes son los que me rodean? ¿Puedo con ellos o pueden ellos
conmigo? En definitiva: ¿Me suicido o... (Pasando a un tono jovial.) ¡Vamos, vamos!
¡Alegrar esas caras! Y a beber: ¡la espita sigue abierta! Luisa, ¿no prefieres un
Frambuich? (A Carlos.) No es por molestarte, muchacho. Pero ellas siempre aspiran a
más. Y tú no atraviesas un buen momento. Basilio, vas a traer...
LUISA.— Antes ha dicho usted que «la miseria no tiene la mente lúcida».
LUISA.— (Dura.) ¿Y quiénes son aquí los miserables? ¿Nosotros? ¿El que ha
concedido la plaza de secretaria a mi amiga Heidi? ¿Usted? ¿O todos?
MISTER.— No entiendo.
CARLOS.— (Duro, poniéndose de pie y en inglés también.) The beggars are fed un of
bloody sons of bifches! (Pausa tensa.)
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LUISA.— ¿Puedo ponerle un ejemplo?
Basilio se dispone a hacer mutis de nuevo, pero tropieza con Beríucho que, saliendo de la
taberna, extrañamente serio y tenso, aparta con dureza a su tío, que se queda espectante. Chelo se
levanta y va hacia Bertucho.
CHELO.— ¡Bertucho!
CARLOS.— (Yendo hacia Bertucho.) ¿Qué te pasa? (Bertucho mira a Carlos.) ¡Habla!
¿Qué ha ocurrido? (Luisa se levanta.)
Ruedan por el suelo en una lucha violenta. Bertucho queda debajo del Míster, que le
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golpea brutalmente. Carlos se lanza sobre ellos logrando separarlos y enzarzándose él con el
Míster. Luisa acude al lado de Bertucho que, debido a los golpes recibidos, permanece en el suelo.
Marcial y Cecilia, asustados, hacen mutis. Marisa desaparece corriendo por un lateral. Chelo,
ayudando al Míster, golpea a Carlos histéricamente dándole puñetazos por la espalda. Basilio ha
acudido también al lado de Bertucho y, ayudado por Luisa, termina metiendo a su sobrino, que va
como «sonao», en la taberna. De dentro de la taberna viene la desgarrada voz de Maruja, ex-
clamando:
Aumenta la violencia de la lucha. Al fn, por el lateral que salió, entra de nuevo Marisa en
compañía de un guardia de la circulación que, al ver lo que pasa, se mete entre los contendientes
logrando separarles. Y al mismo tiempo que inquiere:
Marisa, con cierto dolor, señala a Carlos acusándole. El Guardia, obedeciendo una señal
del Viandante, se lleva a Carlos, que mira sorprendido a Marisa. De la taberna sale ahora Luisa
que, al ver que se llevan a Carlos, corre detras de él, preguntando desesperada:
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Detrás hace mutis el Viandante exclamando, como explicación al Míster:
Marisa, anonadada, solloza levemente. Chelo ayuda al Míster. Basilio sale de la taberna y,
solícito, le pregunta al Míster:
Haciendo mutis el Míster y Marisa. Chelo, con una total sensación de abandono, se
sienta, lenta, muda, en una de las banquetas. En su cara hay estupor, patetismo. Basilio se acerca
a ella.
Vuelven a oírse los acordes musicales adecuados y cambia la luz. Con Chelo en absoluto
mutismo, vuelve a «aparecer» el Hermano. Avanza hasta quedar enfrentado con Basilio y, en
medio de los dos, Chelo. Encima de la mesa está el pequeño ma gn e tojón de Luisa. Al «aparecer»
el Hermano, Basilio exclama, reviviendo en su imaginación otra escena del pasado:
BASILIO.— No; te juro que yo...! ¡Créeme, hermano! ¡Yo no... te lo juro!
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HERMANO.— No, no es este el momento de exigirte cuentas. Y nada importaría
si el daño me lo hubieras hecho sólo a mí. Pero hay más víctimas.
HERMANO.— Mírame a la cara. Han pasao muchos años. ¿Quieres que describa
palmo a palmo la celda?
HERMANO— ¿Qué has hecho con Maruja? ¿Qué habéis hecho con ella? Hoy, de
madrugada, vendrán aquí.
HERMANO.— (Firme.) Aquí sí. A tres de ellos les conoces; pero, tranquilízate, só-
lo sospechan. Y quiero que te rehabilites, hermano. ¡Quiero que te rehabilites! ¿Hacia
qué futuro llevas a Maruja? ¿De qué futuro te estás naciendo cómplice? ¿Es que no te
das cuenta? (Señalando hacia la taberna.) ¡Basi-Club!
Con la exclamación del hermano, la taberna, en una visión futura, se ilumina de rojo,
como si un inmenso farolillo rojo la incendiara. Una juerga flamenca viene acercándose hasta
ganar total intensidad. Arriba se oyen las carcajadas de Maruja. También se oyen voces de
nativos mezcladas con voces de extranjeros, todo pareciendo brotar de un tablao flamenco. Al fn
desaparece esta visión del futuro, y, el Hermano, elevando el tono en la segunda exclamación,
repite exigente:
BASILIO.— ¡Calla!
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El Hermano enmudece. Entonces Basilio, como en una aceptación del futuro indicado,
señala, extrañamente enérgico, el magnetofón que está al lado de Chelo. Esta oprime una de las
teclas y comienza a oírse una lección de inglés que, en el caso de Chelo, supone una posible salida.
La lección va ganando en intensidad. Al fn, se unen a ella otras voces, otras lecciones en
distintos idiomas. Con Chelo en absoluto mutismo.
TELÓN FINAL
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