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Vol. 5, No. 2
(Ofrecemos esta Declaración como aporte al diálogo sobre la liturgia en nuestros tiempos)
N osotros, seguidores del Señor Jesucristo, llamados bautistas, procedentes de varios países, reunidos
en Niterói, Río de Janeiro, República del Brasil, del 15 al 18 de marzo del año 2000, somos
auspiciados por la Unión Bautista Latinoamericana (UBLA), con el apoyo de la Alianza Bautista
Mundial (ABM), vinimos a presentar la siguiente declaración, portadora de nuestras convicciones sobre la
naturaleza e importancia de la adoración, de las realidades que percibimos de acuerdo con lo que hacemos
como pueblo bautista de América Latina.
Nuestras convicciones:
Estamos conscientes de la situación que viven algunas de nuestras iglesias y las convicciones para las cuales
una adoración también ha sido forma de debate, razón de conflictos y causas de lamentables divisiones.
Como bautistas latinoamericanos, herederos de una rica tradición litúrgica, estamos por enfrentar
cambios en una nueva época, caracterizados entre otros, por diferentes formas de religiosidad y
expresiones nuevas de espiritualidad y de culto. En este nuevo contexto cultural y religioso nos
preguntamos con sinceridad delante del Señor: ¿Qué significa «adorarlo en espíritu y en verdad»? Por
otro lado nos preocupa la decadencia moral, la pérdida de valores y la crisis social y política de nuestro
continente. En vista de la creciente pobreza de nuestros pueblos y de las terribles situaciones de
injusticia, violencia y marginalización, debemos preguntarnos también qué relación existe entre la
adoración a Dios y una preocupación social; entre adorar al Creador y servir a sus criaturas hechas a su
imagen y semejanza; entre adoración y compromiso integral como lo es su reino de paz y justicia.
Hay gran diversidad de expresiones de nuestra fe común y de adoración en nuestras iglesias como pudimos
verificar en los modelos de los cultos ofrecidos en el Congreso. Esa diversidad de deriva de los dones,
talentos, temperamentos, personalidad y culturas. Además, una diversidad de formas no debe
comprometer la unidad de nuestra fe.
Una transformación, con mucha frecuencia, del culto en espectáculo y exhibición de belleza musical o de
talento retórico, como objetivo principal.
Por un lado la «clericalización» del culto, con sus principales funciones siendo ejercidas por «ministros», o
por otros con excesivas informalidades, improvisación, falta de armonía y desarticulación entre las
partes del culto.
Una hipertrofia de los llamados «momentos de alabanza» en los cultos en detrimento de la ministración de
la Palabra que orienta, alimenta, santifica, que conduce a una fe y una vida de compromiso con Dios.
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Una centralización del culto en la persona humana, que parece una diversión, cambiando el énfasis de la
ética por la estética, de ser santo para ser feliz y realizado como persona.
Una mentalidad competitiva o de conflicto en cuanto a unas formas o modelos de culto de adoración con
perjuicio para la unidad de la Iglesia de Señor Jesucristo.
Un tratamiento inadecuado de las ordenanzas del bautismo y de la Cena del Señor, como apéndice del culto
y no como parte esencial de él, portadores de esas grandes verdades de la fe cristiana.
Una ausencia del mensaje de Cristo crucificado, en el púlpito, que no enseña al cristiano, que no disciplina y
que no ofrece vida cristiana.
Una mentalidad consumista presente en nuestras iglesias, en detrimento de los valores inestimables de
nuestra fe.
Que haya de parte de nuestros líderes, pastores y personas involucradas en el ministerio de la música una
búsqueda constante de la verdadera adoración cristiana.
Que haya un reconocimiento del culto a Dios como una experiencia vital de todo el pueblo de Dios que
tiene que enfrentar a un mundo en el que tiene que cumplir su misión reconciliadora. Ningún otro
propósito debe tener el culto.
Que haya equilibro entre todos los elementos constitutivos del culto cristiano, proclamando la Palabra de
Dios como privilegio esencial.
Que el culto en nuestras iglesias se realice centrado en Dios, en su gloria y no en ningún ser humano.
Tenemos que buscar la excelencia del culto y la integridad de nuestras vidas.