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Dormir 8 horas seguidas podría ser una práctica antinatural

y nociva
Por: pijamasurf - 02/23/2012

¿Es natural dormir 8 horas en un solo periodo o es esta una práctica reciente que contraviene lo
que durante siglos realizó la humanidad para descansar? Algunos de los trastornos cada vez
más abundantes como el estrés o el alcoholismo podrían deberse a esta contradicción.

Los hábitos pueden llegar a ser una tiranía que si bien no siempre se obedece, están ahí como
un recordatorio de lo que debemos hacer y que si no hacemos quizá una parte de nosotros se
siente culpable por dicha omisión.

En este sentido, cumplir con 8 horas de sueño como un periodo ideal de descanso y
recuperación ha sido hasta ahora uno de los lineamientos cotidianos más repetidos desde
edades tempranas.

Sin embargo, asegura Stephanie Hegarty en su colaboración para la BBC que cada día surge
más evidencia científica e histórica que podría echar abajo esta creencia e incluso concluir en
que 8 horas de sueño son antinaturales.

Hegarty traza un amplio recorrido por diversas disciplinas que han experimentado o investigado
sobre estos procesos, muchos de ellos realmente sorprendentes como el del historiador Roger
Ekirch, quien luego de 16 años de hurgar en las prácticas noctámbulas de varias sociedades,
encontró que la humanidad acostumbraba durmió durante siglos de una manera sumamente
especial y al parecer hoy olvidad: dos horas después del atardecer, después una o dos horas de
vigilia y después otro lapso de sueño.

En ese periodo intermedio las actividades realizadas iban de solo levantarse, orinar, defecar o
fumar, hasta visitar a los vecinos. También se leía, escribía o rezaba, se platicaba con el
compañero de cama y, en situaciones afortunadas, se podía entablar una relación sexual (un
manual de medicina francés del siglo XVI recomendaba este intermedio como el mejor momento
para concebir).

Con el tiempo esta manera de dormir se perdería, al parecer definitivamente para inicios del
siglo XX a causa, entre otras circunstancias, de las mejoras en el alumbrado público y
doméstico y, curiosamente, el aumento de cafeterías que permanecían en servicio durante toda
la noche, todo lo cual contribuyó a que el tiempo dedicado al descanso disminuyera. Además,
desde una perspectiva simbólica, la asociación de la noche con la maldad (en varios sentidos),
persistente hasta el siglo XVII, poco a poco se contrarrestaría justo con la percepción contraria:
la noche se volvió el tiempo de la gente respetable.

El problema es que esta variación en las horas dedicadas al descanso no fue gratuita, pues
podría ser la fuente de trastornos del sueño nacidos de la contradicción entre naturaleza y
cultura.

Para el psicólogo Gregg Jacobs, es perfectamente natural que despertemos en medio de la


noche y, en contraste, hacer del periodo de sueño un solo e indivisible bloque iría incluso en
contra de cómo evolucionaron nuestros ritmos de descanso.

Esta perspectiva también puede sostenerse desde la neurociencia. Según Russell Foster,
profesor de neurociencia circadiana en Oxford, el pánico que muchas personas sienten por ver
interrumpido su sueño es injustificado, pues se trata de un patrón regresivo que nada tiene de
anormal. De ahí que Foster también acuse a la tradición médica que sostenidamente ha
relegado este forma “bimodal” del sueño como uno de los factores principales que podrían
explicar varias enfermedades que aquejan actualmente a las personas.

Cuando se dormía, se despertaba y después se volvía a dormir, la gente se obligaba a entrar en


etapas sucesivas de descanso y relajación, con los cual habrían desarrollado la capacidad de
regular el estrés naturalmente. Sin embargo, como dice Jacobs, “hoy dedicamos menos tiempo
a esas cosas”, y abunda: “No es una coincidencia que, en la vida moderna, el número de
personas que padecen ansiedad, estrés, depresión, alcoholismo y abuso de drogas haya
aumentado”.

Así, estos testimonios de personas que han estudiado con cierta profundidad el asunto tal vez
nos hagan pensar un poco qué tanto de los hábitos que creemos incuestionables —muchos de
ellos escandalosamente recientes— lo son de verdad.

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