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Nicolás L. Serrano
Debemos entender que todos los deseos que Pablo y todo cristiano entendido y
maduro tienen recién serán plenamente satisfechos en la resurrección. Es muy
importante que tengamos esto muy en claro ya que, en el día de hoy, a causa
de la ignorancia general del pueblo evangélico muchos piensan que la
expectativa más grande del creyente debe ser entrar al cielo más que entrar en
la etapa de la resurrección; de hecho, algunos no saben nada acerca de lo que
el evangelio nos enseña acerca de la resurrección. Lo que llamamos el “cielo” y
los “cielos y tierra nuevos” son dos cosas distintas. Cuando un cristiano muere,
parte para estar con Cristo en el cielo; y como Pablo mismo lo dice en
2Corintios 5:8, “preferimos más bien estar ausentes del cuerpo y habitar con el
Señor”. Pablo escribe la carta a los filipenses, nos dice, “teniendo el deseo de
partir y estar con Cristo, pues eso es mucho mejor” (1:23). Tenemos el enorme
consuelo de saber que, al morir, nos iremos directamente a la presencia de
Cristo para estar con Él en el cielo. Sin embargo, debemos darnos cuenta de
que el cielo es un lugar de espera, no el final de nuestro viaje. En el libro de
Apocalipsis, por ejemplo, podemos notar que los santos que están ahora
mismo en el cielo sufren un alto grado de indignación por el pecado del mundo
y que, de hecho, le suplican al Señor que acabe con la maldad y lleve esta triste
etapa de la historia a su final, dando descanso a su iglesia y condenando al
diablo y a los pecadores. Juan nos cuenta que vio esto mismo en visión: “vi
debajo del altar las almas de los que habían sido muertos a causa de la palabra
de Dios y del testimonio que habían mantenido; y clamaban a gran voz,
diciendo: ¿Hasta cuándo, oh Señor santo y verdadero, esperarás para juzgar y
vengar nuestra sangre de los que moran en la tierra? Y se les dio a cada uno
una vestidura blanca; y se les dijo que descansaran un poco más de tiempo,
hasta que se completara también el número de sus consiervos y de sus
hermanos que habrían de ser muertos como ellos lo habían sido” (Apoc.
6:9-11).
Nosotros anhelamos el cielo, ese lugar en donde Cristo reina en los corazones
de todos y en el que no puede entrar nada corrompido. Sin embargo, Pedro
dice que “según su promesa, nosotros esperamos nuevos cielos y nueva tierra
en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3:13), no el cielo principalmente. Lo
que los apóstoles más esperaban era entrar en esa etapa que llamaron “el día
de la restauración de todas las cosas” (Hechos 3:21). Esto es lo que ellos
creían, esperaban y predicaban: “arrepentíos y convertíos, para que vuestros
pecados sean borrados, a fin de que tiempos de refrigerio vengan de la
presencia del Señor, y Él envíe a Jesús, el Cristo designado de antemano para
vosotros, a quien el cielo debe recibir hasta el día de la restauración de todas
las cosas, acerca de lo cual Dios habló por boca de sus santos profetas desde
tiempos antiguos” (Hechos 3:19-21).
Recién entonces seremos consolados al saber y experimentar que Cristo al fin
reina y que la maldición ha sido removida para siempre de la tierra. En ese día,
como lo dice el viejo himno,
Un cuerpo humillante
“Debido a que la palabra “gloria” se usa con tanta frecuencia en las Escrituras
como una referencia el resplandor brillante que rodea la presencia del mismo
Dios, este término sugiere que también habrá una especie de brillo o
resplandor alrededor de nuestros cuerpos que será una evidencia externa
apropiada de la posición de exaltación y dominio sobre toda la creación que
Dios nos ha dado. Esto también se sugiere en Mateo 13:43 , donde Jesús dice:
“los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre”. De manera
similar, leemos en la visión de Daniel: “Los entendidos brillarán como el
resplandor del firmamento, y los que guiaron a muchos a la justicia, como las
estrellas, por siempre jamás” ( Daniel 12:3 ).”
Cuando se nos den nuestros cuerpos definitivos, disfrutaremos por los siglos
de los siglos de los placeres de la gloria con todos nuestros sentidos.
Tendremos cuerpos capaces soportar niveles de placer y felicidad que ahora
nos consumirían de manera fatal si intentáramos experimentarlos. Nuestros
cuerpos actuales, en comparación con los que Cristo no dará, son como granos
de arena en comparación con las estrellas del cielo, o como chozas de paja al
lado de un palacio de cristal y marfil. Aunque nuestro comienzo fue humilde y
nuestra caída vergonzosa, nuestro futuro es glorioso hasta el colmo. Seremos
auténticos reyes y sacerdotes por siempre, con sangre real fluyendo por
nuestras venas. ¡Esto es lo que Cristo logró para nosotros y lo que promete a
todos los que lleguen al final del viaje!
El día en que estas cosas sucedan es llamado, como lo señalé antes, “el día de
la restauración de todas las cosas” (Hechos 3:21). El propósito eterno de Dios
“de reunir todas las cosas en Cristo, tanto las que están en los cielos, como las
que están en la tierra” (Efesios 1:10) se consumará en aquel día. Juan tuvo una
visión de algunas de la cosas que nos sucederán en ese tan esperado día; esto
es lo que nos cuenta: “vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer
cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la
nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia
ataviada para su esposo. Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: He
aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y El habitará entre ellos y
ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. El enjugará toda
lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni
dolor, porque las primeras cosas han pasado. Y el que está sentado en el trono
dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y añadió: Escribe, porque estas
palabras son fieles y verdaderas” (Apoc. 21:1-5). Acá se nos describe la
plenitud de los planes de Dios para nosotros. En el día de nuestra resurrección
y de la restauración del mundo, Cristo ejercerá su autoridad, poder y victoria
sobre todos sus enemigos, consolará todas nuestras penas y nos pondrá para
siempre en una situación de extrema bienaventuranza lejos de cualquier
peligro, en un mundo perpetuamente liberado de la maldición.
El mal existe en esta tierra por causa del mal que existe dentro de nosotros.
Las calamidades que ocurren en esta tierra no son otra cosa que cuadros de
nuestra maldad interior. Los incontables males que este mundo sufre forman
un tétrico y espantoso coro que grita: “¡El hombre se ha enemistado con Dios y
hay juicio!” Los males de este mundo son, incluso, advertencias de lo que Dios
hará con los hombres si no se arrepienten. Las calamidades son la dramática,
terrible, severa, justa y misericordiosa voz de Dios llamándonos al
arrepentimiento. Nosotros caímos y este mundo cayó con nosotros.
Sin embargo, acá está la buena noticia. Así como nosotros somos los
responsables de la corrupción de este mundo, también iremos delante en su
glorificación. Consideren lo que en Romanos 8:20-21 Pablo nos dice al
respecto: “Porque la creación fue sometida a vanidad, no de su propia
voluntad, sino por causa de aquel que la sometió, en la esperanza de que la
creación misma será también liberada de la esclavitud de la corrupción a la
libertad de la gloria de los hijos de Dios.” ¿Observaron el orden de los
acontecimientos? Pablo nos dice que “la creación misma será también liberada
de la esclavitud de la corrupción a la libertad de la gloria de los hijos de Dios”.
El texto no dice que Dios glorificará esta tierra y que, para que nosotros
podamos vivir en ella, nosotros también seremos glorificados. ¡El texto dice
justo lo contrario! Nos dice que la creación será liberada de la esclavitud de la
corrupción a la que fue sometida para amoldarse a la libertad gloriosa de los
hijos de Dios, nosotros. O, para decirlo en otras palabras, este mundo será
glorificado porque nosotros seremos glorificados. El mundo será glorificado a
fin de que pueda ser una morada adecuada para Cristo y para nosotros.
Aplicaciones concisas
Si quieren ser dignos del Señor, deben vivir de una manera coherente con la
verdad de la resurrección. La promesa de que resucitaremos en gloria debe
llevarnos a elegir un estilo de vida que busca por sobre todas las cosas
recompensas en el siglo venidero, no comodidades terrenales. De otra manera,
Pablo nunca habría dicho: “Si hemos esperado en Cristo para esta vida
solamente, somos, de todos los hombres, los más dignos de lástima” (1
Corintios 15:19). La razón por la que Pablo dijo que los cristianos somos los
más dignos de lástima si no hay resurrección, se debe a que los cristianos
renunciamos a muchas de las cosas que más amamos en esta vida para vivir un
estilo de vida misional; además de que, a causa de nuestra identificación con
Cristo y de nuestra predicación de su Señorío, somos perseguidos y sufrimos
muchas cosas. Si el cristianismo ofreciera una vida fácil y cómoda, Pablo
nunca habría dicho que los cristianos seríamos los más dignos de lástima si no
estuviéramos esperando otra vida.
Saber que un día resucitaría en gloria le dio a Pablo el poder necesario para
despojarse de muchas de las cosas que las personas sienten que necesitan en
esta vida. ¿Y vos? ¿Tomás decisiones pensando más en el mundo venidero que
en este mundo? ¿Asumís riesgos que, si no fuera por la resurrección, serían
absurdos?
Ustedes, lo que no tienen a Cristo, deben saber que no tendrán parte en los
cielos y tierra nuevos. Todo lo que sabrán de dicha feliz historia es lo que están
escuchando ahora. Si no se arrepienten, ustedes perecerán junto con esta
tierra: “los cielos y la tierra actuales están reservados por su palabra para el
fuego, guardados para el día del juicio y de la destrucción de los impíos”
(2Pedro 3:7).
Jesús dice que ustedes resucitarán, pero que resucitarán para morir por
siempre. En Juan 5:28-29 Jesús dice que “todos los que están en los sepulcros
oirán su voz, y saldrán: los que hicieron lo bueno, a resurrección de vida, y los
que practicaron lo malo, a resurrección de juicio”. Resucitarán, para recibir en
su alma y en su cuerpo la sentencia de condenación. Y así como a los cristianos
se les dará un cuerpo especial e inmortal adecuado para disfrutar de niveles de
gloria y felicidad muchos mayores que los que existen en esta vida, a ustedes
se les dará también un cuerpo adaptado para sufrir dolores y tormentos
mucho mayores que los que existen en esta vida. ¡Quedan hoy solemnemente
advertidos!
Dios no los perdonará a menos que vengan a Él por medio de Cristo. Ustedes
están vestidos con trapos sucios de maldad. Vengan hoy a lavarse en la sangre
del Resucitado. Cristo venció al pecado, al diablo y a la muerte, por eso
resucitó; y tiene ahora autoridad para perdonar todo tipo de pecados. El Buen
Señor de la gloria no ha rechazado jamás a ningún pecador que se haya
acercado a Él realmente arrepentido de su rebelión. Vengan hoy a Aquel que
dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá”
(Juan 11:25).
“Bienaventurados los que lavan sus vestiduras para tener derecho al árbol de
la vida y para entrar por las puertas a la ciudad”(Apoc. 22:14).