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Dalí

Salvador
(textos sobre sus pinturas)
El aguafuerte de la tapa está hecho
por la artista plástica Ura Eba, a la cual
se lo agradezco muchísimo.

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Esta pequeña novela tiene su lógica. Surgió de
los cuadros de Dalí. He tomado los cuadros de éste y
he escrito algo con el mismo título que el del cuadro.
Luego, no sé, un cuento, quizás dos, alguna historia
se formará, quizás una novela...
No espero que las palabras sufran ese
mecanismo tan propio de ellas, que traen imágenes o
el entendimiento en imágenes; ni siquiera llamo a
entender. El objetivo, bien distinto, es aplicar una
técnica muy difundida hoy en teatro, y para mí
potencialmente aceptable en la escritura: la
improvisación. Son las palabras mismas las que
traerán las historias, ellas, las que creen su
continuidad.
Me considero un mal escritor de lo descriptivo,
de la introducción, desarrollo, nudo y desenlace.
Pero hay formas de saber la escritura en uno. En mí
golpea la improvisación, el duelo y el acertijo del
enigma. Nunca sé qué escribo, nunca a dónde
conduce, pero tengo siempre la misma fe en que la
escritura dibujará algo lógico y preciso, coherente
hasta en su incoherencia, que siempre está presente.

Escribí un libro de cuentos una vez, que no


sabía de qué eran los cuentos, ni que lo iba a
escribir. Y es que siempre es así. Uno nunca sabe lo
que escribe, nunca sabe el hacia dónde, pues éste
siempre se modifica y es modificable... los cuentos
que más exactos se encierran sobre sí mismos, y al
releerlos vuelven a vivir en nuestras manos, siempre
distintos, esos son los que me importan... los que
casi nunca logro escribir y que siempre me parece
que sí.
Dese, lector, la posibilidad de vivir esta
concatenación de lo que despierten las palabras, y
entonces leeremos juntos.

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Gracias, el autor,
que hoy es Nicolás Cerruti.

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PRIMERA PARTE

Cuentos sobre las pinturas de Dalí

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Sucesión de cuadros.

 Fantasías Diurnas.
 El hombre invisible.
 La metamorfosis de Narciso.
 El espectro del Sex Appeal.
 Gala and the Angelus of Millet inmediately
precending the Arrival of the conic anamorphoses.
 The Anthropormorphic Cabinet.
 The great paranoiac.
 Nature morte vivante (Still Life-Fast Moving).
 “The Poetry of America” or “The cosmic athletes”.

La sucesión es como estos cuadros han


impactado y dejado de impactar. Principalmente son
éstos, aunque muchos son los que se entrometieron
en su influencia.

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Ahora la historia de la novela es
sencilla. Un ser entra en el desierto y
camina por él. Lo que ve a su instante son
los cuadros de Dalí. Este ser convive con
todo eso, no le es extraño ni cotidiano, le
es... y es mucho más, pues nunca sabe
cómo. Es, por lo mismo que son los
cuadros de Dalí, que son y uno nunca
sabe cómo.

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Fantasías Diurnas.

Sencillo. Sencillo. Sencillo. En un extremo, sencillo.


Aló alanctanbat alansaptapcattalapta... sencillo.
La roca diurna confluye en el mar de la noche. El
cielo es el oleaje que retrae, que no retrae nada. Y un
hueco.
- ¡Claro! ¿Cómo comenzar esto sin un hueco?
Un hueco casi imperceptible, allí, al costado de
todo, de los enigmas y los placeres de los enigmas.
 ¡Me niego a nombrar la llave como una
aproximación al conocimiento!
Es correcto, es lo correcto... entonces el enigma, la
furia del enigma y un secreto.
Allí, al costado de todo esto, un simple hueco.
 ¿Hueco y qué?
Hueco porque sigue más allá del aquí del costado.
Disculpad lector, siempre, al escribir, se
necesitan párrafos de desintoxicación... párrafos de lo
más real.
 No empezaré por la llave. Empezaré por la
sombra de un punto.

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Todo comenzó como volcándose allí. Alguien le
dijo a algún otro que mirase ese punto allí, “al costado de
todo”, dije.
 ¿Cómo puedes pensar que esté al costado? Ese
punto está ahí porque es parte del todo.
 No merece mi contemplación siquiera, pero sí mi
fascinación. No logro ver más allá de allí... te juro que sé
que hay algo por algún lado de por allá, pero ese punto me
tiene tan absorbido que no puedo desembarazarme de él.
 Escucha. Te lo describiré. Estás en un desierto.
 Ajá.
 Un inmenso inmenso desierto.
 Ajá, ajá.
 Llegué hasta aquí para seguir llegándome hasta
más allá de aquí, hasta allá y acullá.
 Ajá, ajá, ajá.
 Te encuentro aquí como contemplando un punto
fijo.
 Sí, eso hago.
 Y tú me dices que no puedes abstraerte de él, y
que hace añares te quedas inmóvil observándolo.
 Sí...
 ¿Sólo observándolo?
 Sí, sí...
 ¿Y cómo es que te detienes aún luego de verlo
exclusivamente, si ya debes poseer un recuerdo tan fiel
que diré, y me atrevo, nunca jamás tendrás que verlo de
nuevo?
 Te equivocas, y te diré el por qué. Desde que
llegué aquí ese hueco me ha capturado. Tardé en percibir
aquel punto tras el hueco, y mucho más su sombra. Pero
una vez que centré mi vista en él, recordé algo que hoy no
recuerdo. Es más, ese punto me disparó un montón de

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recuerdos que vinieron a volcarse en él y que nunca
recuperaré. Recuerdos a recuerdos iban surgiendo de mí
hasta llegarse al punto, y me iban abandonando
dejándome casi sin memoria. Hoy estoy aquí contigo, eres
el primero en llegar, y me haces dar cuenta de lo que soy
yo. Hace tiempo que pensaba que yo era ese punto. Ese
punto con sombra que se ve a lo lejos. Hace tiempo que lo
miro y me detengo aquí. ¿Cuándo? No lo sé, lo olvidé.
Pero ese punto sigue allí fijo, tengo la sensación de que si
dejo de verlo pierdo todo lo que soy. Soy para mirar ese
punto, y si no lo hago temo desvanecerme.
 Irónico problema.
 Pero tú puedes ayudarme.
 Dime, y lo haré en el acto.
 Tú puedes sacarme de un dilema.
 ¿Sí...?
 Sí... lo único que te pido es que llegues hasta allí
y me digas qué es ese punto.
 ¿Qué es?
 Sí... yo no logro verlo.
 ¿Y por qué no te acercas tú?
 He pensado... he pensado que quizás ese punto
ya lo conozco.
 Ya lo creo, debes haberlo visto mucho como para
conocerlo.
 No, desde el primer día ya lo conozco.
 Explícate.
 He pensado que quizás no fuera un simple
punto... que ese simple punto me fuera muy conocido, que
es lo que más conozco, que me es familiar. He pensado
que nunca ese punto estuvo allí sin que viniese yo, y que
inclusive ha nacido el mismo día en que yo vine al mundo.
Ese punto, he pensado, ese punto creo que soy yo. Soy yo
el que miro desde lejos este otro punto que soy yo. Allí
debo estar yo mirándome hacia aquí. Y me he paralizado

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por mi visión. Deseo que tú llegues hasta allí y me digas si
soy o no soy yo. Necesito saber si ese punto soy yo.
 Lo haré... pero el trayecto es largo y duro... y me
costará tiempo volver hasta aquí.
 No importa, te esperaré. Allí te estaré esperando
para que me confirmes algo que yo ya sé, algo que no
estoy seguro... por favor, ve hasta allí y dímelo, te estaré
esperando.
 ...
 Antes de que te vayas te haré una pregunta.
Déjame hacerte una pregunta pero no me respondas. ¿Hay
acaso algo más terrible que encontrarse con uno a la
distancia?

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El Hombre Invisible.

Aquí no hay puertas pero las hay, están en todos


lados, a cada paso... incluso es muy posible que uno se
estampe la cara contra una de ellas sin darse cuenta, sin
darse cuenta.
En el mundo hay una puerta, en el paso hay un
mundo y cada paso es un mundo y son diez mil puertas al
andar, son las diezmil del paso al andar en el eco entre las
puertas.
Ahora, ahora ahora que camina, el desierto queda
acá atrás y por delante nada; el desierto queda como
escalonándole los pasos por acá atrás y siempre por atrás
lo recorrido que por delante nada.
Al llegar al hueco de la inmensa roca vio a su
costado una línea como una cancha de bochas que se

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perpetuaba hacia el horizonte, como otro horizonte que
subía perpendicular. Había lejos, lejos, bien lejos, unos ojos
azules que parecían unas rocas. Los vio sonreír juntoauna
estatua y la sombra de una nube. ¿Qué habrá allá a lo lejos,
lejos, bien lejos, que no ve y que el paisaje gusta en
formarse ante sus ojos?
No puede olvidar la impresión de ser mirado por
sus mismos ojos, por eso cree que aquellos azules son las
rocas que la naturaleza espejea en su mirar natural.
 No tengo por qué estar aquí, dijo una voz por
detrás. Y al darse vuelta nadie había que la correspondiera.
 No tengo por qué de gris, de sombra de una
nube.

Siempre que relame esa lengua, esos labios, y


empuja desde atrás los dientes con la lengua, salen
lágrimas de sangre (con algún aroma putrefacto) por entre
los dientes empujados por la lengua que sale de la boca
chorreando (¡saliva!, ¿qué creían?), y explican por qué tiene
ese olor. Odia saber (la lengua) que algo en ella tiene ese
olor, que algo se está pudriendo y solo sale como la
explicación de un simple tic.
Tic, tic, tic... los tiemposdelasagujas de los
tiemposquelasmarcan. ¿Por qué agujas para el tiempo?
¿Por qué esférico su andar? ¿Desde hace cuánto cuentan
los segundos? ¿Desde qué siglo? ¿Desde hace cuánto
cuentan más de la cuenta?

Son siempre los mismos los que dicen las estupideces, y


siempre iguales los que las dicen geniales.

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Entonces...
los pasos se cerraron tras la puerta,
aunque había algo que aún caminaba en ellos y venía con
mucha más firmeza, desde hace mucho más tiempo. Un
sonido a quejido que el eco supo contener. Nunca más
ellos llorarían ante él, jamás saldría el grito de ese lugar.
El encerrado ahora sería él, una y otra vez
recordando. Siguiéndose los pasos. El grito se había
trasladado de aquí a allá, de ellos a él... ¿quién sabe?
Quizás no perteneciera a ellos, ni a él, sino que sólo
hubiera encontrado la forma de perpetuarse.

Mirar un ojo es como una mirada vacía.


Dijo la boca, ella sola, ella solita.
Por eso dicen, los que dicen, que los ojos son el
reflejo del alma.
El alma soy yo, dijo la voz reflejada en el ojo.
Tenemos entonces almasverdes, almasazules,
almascolormiel, almasconmanchitas y almasconcataratas.
La catarata en un ojo vacío es un alma salada que no se
contuvo y salió a inundar con su mirar.

Un óvulo fabrica a una mujer que fabrica cerca de


400 óvulos. Esto no tiene lógica.

Son siempre los mismos los que dicen las estupideces


siempre iguales, que las dicen geniales.

Y los...

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que quizás ven mundos en las puertas invisibles
(de mundos), son los que quizás ven las cosas que todavía
existen. Existen en su mirar y ese es el lugar de la
existencia. Los ojosno... el almano, el mirarsí.

Los ojos no están hechos para mirar, sino para


perfeccionar eso que nunca existió.

Y la puerta es un mundo que se abre cuando se


cierran los pasos. Y los pasos se cierran solos en sus ecos.
El eco a su vez es tan fácil como un grito que nunca saldrá
de entre los mundos de las puertas. Por eso gritar es igual
a desarmar el mundo de puertas que se han quedado sin
bisagras. Desarmar los mundos encerrados. Es armar un
inasible increíble que nunca existió en las puertas, en los
mundos, ni en el tránsito de los pasos.
El grito es un instante que no posee instante, está
formado en algún lado, desde siempre y para siempre...
solo se sirve de las bocas cuando está cansado de su
existencia perpetua. El grito es la prueba más simple de lo
tanto que nos seguimos equivocando sobre la existencia.

La roca azul, allá a lo lejos, la nube con su sombra...


y el azul, lejos, lejos, bien lejos, allá en donde chocan los
cruzados horizontes. Allá un óvulo (no tiene lógica) que
genera otros 400; la posibilidad de otros 400 en un mundo,
en una puerta, un paso, que abre la posibilidad de los
cuatrocientosmundos, cuatrocientos de los pasos, de las
puertas, y un grito, que es la prueba más simple de lo
tanto que nos seguimos equivocando sobre la existencia.
Una posibilidad que sale como grito.

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La Metamorfosis de Narciso.

Hablar sólo como una bestia come su comida.


Hablar sobre el agua que los labios sonríen al decir.
Aunque todo sea desolación y las nubes lo expliquen. Es
increíble cuando él va y se detiene en ese mismo momento
de su desnudez. Increíble el ademán de sus ojos al irse, el
sumergido de sus ojos hacia el adentro del dirse. Se hunde
como de lo afuera y se ahoga dentrodelodentro... dentro
entre ese afuera y ese adentro que es donde ya no está. Un
hueco dije, en la propia cabeza. Allí, pobre, es donde se
esconde.
Los bestias igual siguen ligando sus dientes a la
carne cruda, como si verdaderamente lo crudo fuera parte
de su propio cuerpo (ya que es así) y lo hubiera escupido
sin querer, ahora tratando de recuperarlo continuamente.
No es simplemente que sea así, es el realísimo
entrelazado de olvido. Disfrutar los tajos que caen entre los
dedos, que entre los dedos se abren... los dedos que se
aferran a sí mismos como propio de su cuerpo, ahora
tratando de recuperarse continuamente.

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Los lagos dulcean un cuerpo, una pantorrilla, un
codo, un brazoabrazo, una figura dentrofuera de lo
reflejado.
Y la montaña dijo a la vida que Dios era único... y
distante. Y el hombre se quejó de lo estúpido que era,
entonces se obligó a subirse allí.
Aunque nadie podría pensar que al final del
camino se encontrara una muchedumbre desnuda, o una
casa lejana (que es lo mismo); una acogedorahogareña
frialdad de testículos achicharrados en su hogar.
Y es increíble cuando él va y se detiene en ese
mismo momento de su desnudez. Y los bestias siguen
ligando, disfrutando los tajos que caen entre los dedos.
Increíble la danza de su cuerpo que camina sobre sí
mismo, en su mismo camino, en el reflejo de un lago,
pisándose sus pasos, mirándose desde dentrofuera de sí
mismo... y sin ahogarse pues se sostiene por lo mismo que
no lo haría.
Es un ajedrez... tranquilo... un ajedrez distinto, con
una sola pieza (e infinitos de los movimientos infinitos).
Una pieza única, una torre desnuda sobre una base sin
llave. Es esbelto lo que forma y sencillo al mirar. Es la
divina base sin llave, y el divino por arriba de ésta. Es casi
un movimiento entre casilleros, y un movimiento continuo
y destrozado desde siempre.
Pero lo gracioso es verlo tan solo sin que sepa que
su desnudez es para nadie.
Pero hay agujeros que no se llenan con el solo
mirar. Hay de los que siempre serán agujeros.
Nosotros tendremos que descubrirnos nuevamente,
y nuevamente aceptar que existen de esos agujeros.
Hablaremos siempre de esos temas y los temas y los
temas... pero qué, lo crudo siempre será la parte del cuerpo
sin alma.

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¿Y la esperanza donde encaja aquí? La esperanza
surge como si no surgiera de otra manera. Es casi la
condición del agujero. Es casi la condición. Al final no hay
mucho de qué hablar, es tocar los temas para rodear lo
propio. Juguemos entonces dentrofuera de lo propio. Esos
ojos que me devuelven las hojas, esos que descubren aquí.
Los bestias igual siguen ligando sus dientes a la
carne cruda, como si verdaderamente lo crudo fuera parte
del propio cuerpo. Y, claro, allí se encuentran los agujeros,
los de las esperanzas. Aquí, al final del camino, en la
montaña, como si fuera un hogar vacío, sin ser, sin ser
realizado, y que espera como los que esperan dentro de los
testículos achicharrados de alguien que hoy sabe subirse a
una base sin llave y le muestra su desnudez, de la que aún
goza, a nadie.
Aquí una posibilidad nació como un grito, y murió
en su nacer. Desde aquí el tema vuelve y vuelve como un
inacababledesierto. El tema es propio, la esperanza es
propia, y sólo rodeamos el agujero de lo que nació y se
incluyó en su mundo infinito. Allí donde nunca
llegaremos.

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22
El Espectro del Sex Appeal.

Comencemos de nuevo atando los cabos; lo que


digo, a lo que voy, es que de verdad todo es
innecesariamente perfecto. Si creían que se iban a deshacer de
mí tan fácilmente...
Comencemos a hablar de mi madre. “La”
representante del sexo anhelado, anudado, anulado. ¿Por
qué pensar que no podría ser así como tantas veces lo
imaginé?
Una vez que el sexo corre tan arrasador por las
hendiduras es imposible detenerse. Si uno piensa en ese
breve instante donde todos nos resultan desconocidos, y
un breve después, un beso incluso breve, incluye al otro a
nuestra vida con nuestro pasado y como nuestro el
nosotros. Si pensamos en ello por qué no hacerlo
diariamente. Mirar al otro entonces antes de la fusión y
pensar en qué cambiaré luego... a qué volverá ella... y por
dónde.
Solo sirve para detenernos a danzar los ojos como si el
juego fuera una reja, y se mirara por su cerradura.
Miles de veces vestido por esas manos, esas que
supieron bañarme, peinarme, y hasta reventar mis
imperfecciones manchando los vidrios de los anteojos
como la simulación de una eyaculación por cada uno de
mis poros.
Un granito, otro granito y otro granito que no incluía el
placer del tiempo, sí el de la sal y la arena y el desierto. Uno a
uno que desde siempre era el primero y desde siempre era y
nuevamente era. Entonces crecía.
Cuando aún no sabíamos lo que hacíamos, pero lo
hacíamos con gusto. Cuando aún no sabíamos lo que
hacíamos, y lo disfrutábamos. Cuando aún no sabíamos lo
que hacíamos, y lo hacíamos.
Entonces amanecía por algún lado y nos encontrábamos
abrazados. Y nos encontrábamos como sin buscarnos, como es
cuando uno se encuentra.
En la montaña entonces se desvanecía su rostro y
reaparecía un poco más arriba. Un rostro sin ojos, una
máscara de piedra. Esa montaña nos decía, era ella la que
nos decía y la incluía. Mientras, los huesos se iban
exponiendo entre la piel, las formas se iban corrompiendo
casi innecesariamente, las manos eran eliminadas y
sostenidas con un velo angustiante.
El infante sonreía mientras tironeaban dél. ¿Por qué
cuelgas? Y llamaba al velo por su nombre. Poco era lo que
tenía que desvanecerse entre tiernas caricias y tirones...
poco, casi era un espectro; un no-nacido y creado.

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Por las colillas, las marcas de los encendidos, uno podría
decir que el abuelo había llegado hasta su cama y la había
quemado a la pobre. Por ellas que le iban surgiendo como
moretones desde dentro, las de los encendidos, aunque el abuelo
ya no estuviera.
El infante tuvo el primer encuentro cuando lo
obligaron a despedirse
 ¿Despedirme?
de aquella que no
se sabía a dónde iba.
 Cerrá la puerta que entra frío.
 Está cerrada.
 Andá y no seas malo.
 Pero... ya está cerrada abuela.
 Andá, querés, que entra frío.
Y los huesos y la montaña le decían al infante que
no hiciera caso, que le hiciera, que deliraba.
 Andá querés...
Pero quién le diría que el espectro obstaculizaba el paso.
 Allí, ¿vez?
Obligándolo a falsear la realidad, a descubrir esa
realidad, a saberse de repente en esta otra realidad.
 Sí, abuela, veo.
El infante se levantó de la silla, ubicada al costado
de la cabecera de la cama, y simuló ir hacia la puerta que
solo veía la abuela. Los padres sonrieron al obediente
infante. Fue allí que entre uno y otro no soportó la tensión.
De un lado la tensión de la muerte, del otro, la de ver lo
muerto... fue allí. Él ya había empezado a percibir el frío,
uno que venía como de la noche de un desierto. Allí vio
por primera vez a su abuelo, y por primera vez la puerta
abierta tras él. Si creían que se iban a deshacer de mí tan
fácilmente...

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Y el infante a más nadie quería mostrar esa puerta
tan visible, temía que ellos también se transportaran hasta
allí, como la abuela le había mostrado de llegar a ella.
La infancia entonces estaba tan llena de obediencias
como de puertas.
Podríamos decir más, a cada obediencia este infante
contestaba con una nueva puerta, y no una única, pues era tan
sencillo abrir, tan sencillo sencillo, que como solas (que siempre
lo habían sido) se mostraban.
Y entiéndase que él no encontraba ningún orgullo
en eso. Era más bien un tornillo que continuaba la fricción
de la obediencia a la puerta.
¿Y al fin de cuentas, qué es una puerta? Una de las
infinitas formas que tenemos de descubrir agujeros; una de las
infinitas que tenemos de taparlos.
Si creían que se iban a deshacer de mí tan
fácilmente... si creían... ¿por qué no seguirlo creyendo? Ja,
ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja,
ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja,
ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, aj.

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Gala and the Angelus of Millet Immediately precending the
Arrival of the Conic Anamorphoses.

Lolomatola era un hombre semidespierto, caminaba


con andar arrogante y decidido, como lo hacen todos los
sonámbulos... pero bueno, Lolomatola era también un
semisonámbulo. Intentaba definirse en el mundo de acá o
de allá, aunque no era su tarea, pues no había un mundo,
sino demasiados, aunque de fin irse era distinto de al fin
irse porque no concluía en irse a ningún lado, pero a cada
lugar había un adecuado fin. Entonces Lolomatola definiba
a allá, definiba acá, participando de los mundos en los
mundos. Cada paso una puerta que se abre, cada puerta
un mundo. Y en cada interior como que se sabía podrido o
que por lo menos algo se iba a pudrir allí, como los
leprosos debían pensar cuando salían de alguna habitación
y habían dejado parte de su cuerpo atrás. Y en cada
inmiscuirse en sí mismo como que se sabía en estado de
descomposición. Que la esencia que él era se descomponía

27
en mundos e imágenes, que se iba quedando seco de tanto
andar; que incluso había llegado al desierto lleno de
puertas que se disponía recorrer y no entendía, como
realizar una tarea desde antes acabada. Y cada vez tenía
más sueño, y cada vez menos lograba recuperarse.
Aunque no le interesaba recuperarse si continuamente uno
está migrando. Así como las células del cuerpo se mueren
y luego se reemplazan, o sea, vuelven a la vida, y es
posible que se nos muera la nariz y luego se recupere la
misma nariz pero distinta; o un ojo, un ojo acostumbrado a
mirar miles de cosas, que se nos muera, y venga a ser
reemplazado por otro exactamente igual pero que nunca
vio lo que vio el otro. Así se nos muere todo el cuerpo en
partes infinitamente combinadas e invisibles, y vuelven a
la vida. Y quizás en una sonrisa se nos haya muerto un
pequeño mundo de células en el corazón, y la sonrisa
entonces salga imperceptiblemente torcida. O cuando
estemos listos a besar los labios de Dolmila sintamos que la
saliva corre y barre un pedazo microscópico de paladar
muerto; o quizás nos demos cuenta que en nuestra saliva
viaja ese pedazo de paladar pero de Dolmila. ¿Qué no
haremos para soportar todo ese mundo, si incluso desde
que nacimos estuvimos muriéndonos?
Y claro, si morirse es esa parte de nosotros que
necesita un cambio, que incluso es una necesidad biológica
morirse y descomponerse; que cambiar es la manera de
pasar de ser a no-ser. Y esa no es la cuestión, y por suerte
no es esa la cuestión, sino que la cuestión está siempre en
otro lado, que quizás sea entre ser y no-ser. Porque ser o
no-ser nos lleva al viejo debate de la clasificación de
individuos. Y desde siempre la clasificación de los
individuos termina siendo rellenada de nada, ya que es de
salto en salto que sufrimos un descenso en el concepto y

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éste se nos achica por un lado, por el otro se nos agranda,
y llega así a ser lo mismo de siempre, siempre distinto y
con distinto nombre. Como es Lolomatola, un
semisonámbulo; distancias entre lo inexistente y lo
existente. Pensamos en el viejo y en el joven en su misma
habitación, mirando justamente en direcciones contrarias.
Lolomatola era parcialmente el viejo, y el joven
parcialmente. Pero en verdad Lolomatola era el muchacho
intermedio que no extraviaba su mirada, pero se detenía
en el paraíso del instante.
Dolmila, que lo mira sonriente, goza con su carácter
introvertido, y sabe que lo poco que puede hacer
Lolomatola con sigo mismo es lo mismo, y necesariamente
menos, que ella haría por él.
Lolomatola, pobre, es uno de los tantos que intenta
resolver la cuadratura de la esfera, y por eso tiene clavados
dibujitos en toda la habitación, suspendidos por simples
alfileres, que no prohiben el viaje a través de la correntada
de la ventana, como mensajes recordatorios del problema
que aún no ha resuelto. Y los dibujos se revuelven en el
suelo y saltan como entre ataques epilépticos.
Lolomatola es simplemente un hombre sin rostro
que no busca la significación de su cara, que sabe que lo
que los otros ven de su cara es bien distinto de lo que él
siente. Que el espejo es una irrealidad tan completa que
atenta continuamente contra el traspaso. Lolomatola ve
entonces al espejo como una ventana. El cuarto continúa
por allí, por allí sigue su rumbo, y, detenidamente, sabe
que mirar un cuadro es igual a mirar un espejo.
Entonces hay un paso, una puerta que se abre, un
mundo. Y él se sigue preguntando por qué es tan sencillo
estarse así, casi seco, igualito a la transparencia de uno
mismo.

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30
The Anthropomorphic Cabinet.

Entonces sólo queda arrodillarse ante nada. Irse


recostando simplemente (retozando en la sombra, como
sorprenderse de la comicidad que se encuentra cuando
nuestro cuerpo sólo coincide con su sombra una vez está
aplastada, oculta debajodeldentro del cuerpo); tratando de
que el piso se abra por algún lado y nos trague (si no es
que ya nos ha tragado, justo en el preciso momento del
debajodeldentro). Dejar esta farsa de los cajones vacíos
(porque si están llenos de sombras entonces no están
vacíos) y sacar por ellos nuestras tripas como telas al sol.
Pero lo gracioso se estropea al serlo una vez
dentro. Dejan de existir todas esas categorías del esperable
desamparo, dejan de dejarse mutuamente las categorías,
de sucederse de nada, de irse aislando y estrechando; se
acaban las sonrisas apocalípticas, las que hacen al antes del
fin de las sonrisas (donde en la misma sonrisa se halla ya
lo apocalíptico, donde toda sonrisa encierra como su
posibilidad la autodestrucción della, donde la sonrisa un
poco es una autodestrucción tan necesaria); se acaban los
llantos de ira, la vista del ido, y todo viene a volcarse como
en un embudo de razón (de Razón como el “desde
siempre”, el fundamento de los tontolones).
Una nueva puerta que se abre y deja entrever la
riqueza de una mañana (en el cajón, dentro de su sombra),
el espacio de una calle (en el cajón, dentro de su sombra),
la ternura de una dama de espaldas que nos abandona con
su negro vestido (en el cajón, dentro de su sombra). Y ya
somos grandes, apartamos la realidad con la mano, como
si con ese gesto apartáramos algo, como si la posibilidad
de levantar siquiera el brazo se hubiera dado desde
siempre y ese movimiento no fuera tan inocente como
nuestras intenciones de olvidarnos de ese hueco, y esa
puerta, y esa señora, que nos deja cuando atraviesa la calle.
Y pobre de mí y de todos los que se me pongan
alrededor si no saben que estoy lleno de cerraduras. Pobres
de los que así me vean, que es diametralmente opuesto a la
realidad del cajón (porque si la cerradura sirve para espiar
dentro, o abrir, nunca se abre el cajón, sino, la cerradura
misma, y la cerradura no nos anoticia del cajón, no, es más
bien la sonrisa del mismo; la posibilidad de
autodestruirse).
Uno se esfuerza en dar la imagen de uno que
imagina que imaginan los otros. Y siempre nos
equivocamos, por la sencilla razón de que uno no es uno
cuando se imagina.

32
The great Paranoiac.

El esbozo es rápido y sencillo a la vez, porque él ha


salido por esa puerta solo una vez, y lo que ha hecho al
salir es lo mismo que hiciera en cualquier puerta, y lo ha
hecho, que resulta lo mismo. Porque solo la sua mirada ha
salido. La vista como un ido se ha ido, y en ese mirar
encerró la posibilidad de abrir una puerta.
Hablan quete hablan las canciones infantiles,
encadenadas a las palabras que vuelven como armoniosamente a
martirizarlo. Donde no conocemos los personajes ni los poderes
de la imaginación, pero igual vivimos en las fantasías que nos
dictan los adultos. Y poco a poco algo cae como un sentido que
no es sentido de nada más que caer... porque es así cuando se

33
entienden las canciones infantiles, cuando tienen la posibilidad
de resbalarse, de caer... y es cuando las disfrutamos.

Entonces los coros venían pajarito que cantas en la


laguna, no despiertes al niño... que está en la cuna para
sintetizar ese pedazo de quien que todavía no generaba su
propia identidad.
En un sueño que de los sonidos hacía tormentas y
él un caballero con casco dorado.
En un sueño que de los sonidos hacía tormentas y
él un gran capitán con sombrero de penacho.
En un sueño, donde todo él formaba la cara
payasesca de seres que venían a sintetizarse en un ser.
Piopio pio... cocorococó... tengo mucho frío... ven, te abrigoyo...
los seres que se acumulan en su ser que lo dejarían de ser
si no le prestaran abrigo al marinero, al caballero, al como
medusa de seres. Una cabeza de los brazos parallá, paracá
los brazos al viento de los que vuelan como pelos; el pelo
de ese ser que se murió el gallo pinto no pinta en su forma
de ser pelo, ser el compañero de los que gorra son oreja,
los que piernas son bocas, rán... ratatamplam, hija del Rey,
me das tu corazón con tu rán... ratatamplam... me das tu
corazón que no es ser sin dedos, porque lo es, no es sin
boina y gafas, porque lo es, y los zapatos rán... ratatamplam.
Es así un barco que se pasea aquí está mi monigote
por las anchuras de una frente. Le dejo el monigote y ojalá
que a usted le guste En tormentas desérticas; tormentas de
las que no hay en los desiertos, que no se apartan con la
simple mano de la que ya estamos grandes. Mazamorra
ahora, que quita la modorra, que sí, que no, que ya me la quitó.
Todos como subsumidos en esa tormenta ¡pastelitos
calientes! ¡para viejitas sin dientes! el aliento, el grito del
hueco, del ojo de la tormenta; donde se forma todo un

34
conjunto de inexplicables y se revuelven. Y del piso que se
sostienen es como del extremo de la mano que trata de
apartar la realidad, o sea, entre la realidad que es ahora el
piso, y la mano, hay una distancia pequeña, como del
colchón a la alfombra, considerable, pero infinita dentro
del sueño en que caemos. Caemos al sueño, en el sueño,
un breve inmenso instante que no descansa la cabeza de
abrir posibilidades de caída para seguir cayendo a la
alfombra. Cayendo de medusa la cabeza llena de seres de
medusa llena.
El oso y el osito al bosque juntos van, el oso va delante,
el osito va detrás. La mano, la realidad. El osito le dice papá,
papá, papá... La realidad que se levanta. El oso le contesta,
papá, papá, papá. La mano que se levanta. El osito muy
cansado no quiere caminar, el oso está enojado, le pega chas,
chas, chas. La mano que se separa una vez más acercándose
a la realidad, chas, chas, chas.

35
Nature Morte Vivante (Still Life-Fast Moving)

Y hay en el horizonte agua, porque no existe el


horizonte donde no haya algo acuoso... el horizonte mismo
es una imposible línea del oleaje. Y él, ¡ese acuoso sin
sentido!, ¿no visteis que es del mismo color que el agua?
Ya desde antiguo se oía el Caos que fecundó al Océano y
éste al Cielo. El horizonte es entonces una naturaleza
muerta en su ir y venir imperceptible. ¿Qué hay de lo
muerto, de lo electrónico? Mirando ese repollo-meteorito
pensaría uno que no existe la naturaleza muerta. O que
somos nosotros los muertos en la naturaleza, y los ciclos,
las pausas, y demás constantes, son propios de los
muertos. El Caos sí es vida, lo que vino a continuación es
muerte. Sí, uno nace hacia la muerte. Sí, todos tenemos la
posibilidad de morirnos desde que nacemos, o antes
inclusive. De eso podemos como no dudar. Por eso los
cuadros son formas de contemplar la vida, de contemplar
la muerte. Eso estático es la muerte que surgió de la vida.

37
Lo creado es siempre lo vivo que muere, por eso los
cuadros son formas de la vida de la muerte. En realidad
todos estamos muertos al nacer, todos como que nos
ahorramos las ganas. El motor inmóvil, Dios, que es lo más
muerto, es vida para nosotros. Dios hecho a imagen y
semejanza nuestra. Por eso lo hicimos estático. Somos
estáticos. El movimiento es propio de la muerte. Todo lo
que sea moverse es morir. La naturaleza, si es que vive,
olvida esos ciclos que nosotros vemos de nada, y muere.
Todo lo cubrimos con la muerte. Al hombre lo enterramos,
cuando sería lo más común verlo descomponerse, verlo
como sigue siendo, verlo como es y es y es y e
Porque lo cubrimos y luego lo recordamos, lo
cubrimos a su vez de recuerdos, y nunca es ese que es. A
la mesa la cubrimos luego de tallarla con un mantel. Al
cuerpo lo cubrimos luego del amor con los vestidos. A las
comidas las cubrimos con condimentos para que gusten.
Cuando estamos avergonzados el rostro nos cubrimos. Al
ladrón lo cubrimos cuando lo vemos. Al verdugo lo
cubrimos aunque ni importe, si el que lo ve va a morir. Al
niño lo cubrimos en la cama. Todo cubrimos y lo cubrimos
con tierra, con una sábana, una capucha o sal. Hasta
cuando nos ahogamos nos cubrimos con algo, con agua,
por eso morimos, por eso nos cubrimos con palabras.

38
“The Poetry of America”or “The Cosmic Athletes”

Hay una puerta, en donde habita el tiempo, una


puerta contiene-continente.
Pasaré por esa puerta donde todo acabe.

39
40
41
42
SEGUNDA PARTE

Cuentos con títulos de mi enciclopedia

43
LA MORAL BURGUESA

LA BIBLIOTECA DE CHARLES TOWNELEY EN


PARK STREET

Basado en el cuadro de Johann Zoffany

Estaba la caricia bivalva como si supiera estar de


entorno detenida. Fraccionada en una risa y en un delgado
pie, en un ademán que caía... y el tiempo envuelto en su
capa respiraba el polvo encapsulado y lo trasponía de
busto a busto.
La esperanza era entonces un viejo libro abierto, ya
amarillo, que su tema nos transportó al debate, pero nunca
salió de entre estas cuatro paredes. Nosotros mismos no
salimos nunca de entre estas cuatro paredes, para poder
sentir la piel de las rosas al marchitar, como pensamos que
lo iba ha hacer lo discutido.
El coloquio continuó con vida como una flor
atrapada bajo una copa de cristal; como aquello inesperado
de la vida constante.
Usted y Ramiro volaron por mí en rededor tejiendo
una red que nos anudó desde aquel día.
Se acuerda de la gente que se avecinaba a la puerta
para vernos, porque claro, nosotros dejamos la puerta
siempre abierta para que el que se quisiera ir lo hiciera
cuando su voluntad así lo reclamara. Pero nadie hubo que
abandonase el cuarto.
Se acuerda cuando venía Eugenia, nuestra feliz
sierva, y nos atendía tan armoniosamente, trayéndonos el
desayuno y todas las comidas correspondientes. Cuando
gentilmente retiraba nuestros desperdicios que íbamos
acumulando en aquel viejo jarrón... ella fue la última en
abandonarnos, pero también la última en entendernos. Día
a día nos íbamos acomodando entre las figuras*, como si
en verdad ellas fueran las dueñas de la habitación, y en
verdad lo eran; nosotros llegamos a sentirnos felices sólo
en ese lugar donde ellas siempre habían vivido.
Usted y Antonio coincidieron en decir que las
estatuas eran un arte que expresaba los gestos muertos...
que los libros también poseían esa fina característica de ser
lenguaje muerto... pero también se sorprendieron al
saberse del otro lado, al vivir el mismo encierro, que lo
nuestro también estaba muerto desde el mismo momento
en que estaba hecho. Y era un decir, o sea, era en este decir
que se iba muriendo. Pero, ¡para qué tratar a las cosas
como muertas!**, como muertos. Recuerdo que usted me
recomendó ese juego tan simple de mirar más allá de las
hojas, más allá del polvo de las estatuas que nos rodeaban,
más allá de la simple alfombra. Y todo lo que había en esa

* en la alfombra nos recostábamos y las imágenes de las estatuas danzaban en lo


alto de la biblioteca, permitiéndose llegar hasta el sueño; llegar inclusive allí
donde nada sabíamos de si era nuestro; si nuestra la magia; si nuestra la detención
de un gesto que forma la multiplicidad, y como en su vacío nadábamos sin saber
que la quietud encierra infinidad de movimientos posibles y encontrados. Si ese
lugar que nunca había sido nuestro, y que ahora lo era, ¿por qué lo era?, ¿por qué
ahora? Y justamente eso no se nos ocurría porque el lugar no existía; no se nos
ocurría porque vivíamos allí, y eso era lo más natural; el lugar de las estatuas
**¿Por qué no, por qué no? Si siempre había sido así. Aceptarnos en ese refugio

46
habitación era infinitamente inalcanzable. Nos
demorábamos como niños en una chocolatería, y si hasta
salir era largar nuestros buenos lagrimones... pero nunca lo
haríamos de allí. ¿Para qué salir? Aquí se estaba tan
cómodo. ¡Cómo que no! Era bellísimo saber que nunca uno
terminaba de saber, de conocerse con los objetos de allí, y
que nunca lo haría. La luz que nos entraba por el techo era
celestial. A Ramiro le encantaba acostarse en el piso
cuando se avecinaban las tormentas, y los rayos le
surcaban el rostro como si fueran deliciosas cicatrices de
plata. O cuando usted se sentaba en ese pequeño cojín,
temprano por la mañana, como si fuese la primera vez que
lo hacía. Y yo lo iba viendo acomodar sus nalgas despacio
entre las arrugas... y las arrugas eran siempre nuevas, o
aunque fueran las mismas de siempre, ellas inclusive eran
siempre nuevas, esa era la idea.
Olvídese, me decía, olvídese y crezca. Y nos
reíamos a la par pues esto mismo lo escuchábamos todo el
día desde la puerta cuando venía el médico a visitarnos. Se
acuerda que al principio entraba en la habitación por
simple curiosidad, y luego se sentía tan cómodo entre
nosotros que temía no poderse ir. Pero nosotros
percatándonos de esto le demostrábamos que estaba
permitida la huida. Y cómo nos reíamos. El médico ya
había empezado a discutir desde la puerta, se traía una
banqueta y justo en el umbral se clavaba, como si la
habitación estuviese hechizada. Y muchos eran los que lo
creían. Hasta las autoridades que vinieron y no pudieron
llevarnos pues estábamos en mi hogar y sin generar
disturbio alguno. Pobres, ellos no nos entendían. Y aunque
lo hicieran nada podían hacer.
La verdad es que comenzaron los criados a evadirse
de sus responsabilidades, y ya no nos respetaban. Como le

47
dije, Eugenia fue la última en abandonarnos, la última,
pobre... y ya no sabía cómo atendernos ella sola.
Se acuerda que nos despidió desde la puerta y dijo
adiós como si con el solo hecho de darse vuelta nos
muriésemos. Se acuerda que todos lo pensamos... que fue
Ramiro el primero en ponerlo en palabras. Irónica fue la
vida. Nos hacía una mala jugada, pero la verdad era que
no podíamos salir.
Eugenia fue la última, y nosotros en esas cuatro
paredes. El coloquio continuaba y ya habíamos hecho un
repaso de lo que jamás recordaríamos. El coloquio tenía
vida propia, y él solo se alimentaba de nuestras bocas.
Ramiro suspiraba esperando encontrar a alguien
cuando lo vencía el apetito, y Antonio disfrutaba mirando
los bustos junto a las alucinaciones que le proveían los
ataques de hambre. Recuerdo que fue Antonio mismo el
primero en despedirse y se rió porque no entendía el por
qué de esa despedida. Yo le dije el por qué y el hacia
dónde, pues el coloquio lo conducía a él también una vez
muerto. Ramiro estuvo tirado en una tormenta cuando el
cielo era gris, y los rayos de plata, como cicatrices, iban que
no iban a estropearle la cara muerta. Usted, qué diré de
usted, usted me miró por fin sin proferir una sola palabra,
se fue con el eco de lo que ya sonaba por sí solo entre el
eco, y que hacía un ratito me había confesado que las
estatuas comenzaban a comentar*. La risa, para quién sabe,
sola, como un látigo, se expresaba. Para quién sabe... ella
sola, se expresaba entrechocándose por doquiera y
fregando los rostros de los cuatro como cuatro eran las
paredes que se oponía a dejarnos salir. Las estatuas, ellas

*Y la caricia bivalva se apoyó sobre su frente, entre el pie que le apoyé y la risa. La
risa sonó como si supiera que nadie debía oírla y por suerte nadie la oía. Y yo reía
para nadie y para quién sabe.

48
solas, nos miraban y se reían, sabiendo que no podíamos
entender cómo era vivir al fin de cuentas como ellas. Y los
bustos en lo alto de la biblioteca reían, y yo reía con ellos...
las paredes reían... en el techo, luego de la tormenta, los
rayos reían. Claro, en ese más allá que usted me había
enseñado a ver. Y las estatuas morían para morir, y el
gesto de una risa, que era la risa misma, y contenía las
infinitas posibilidades del reír, como un salto se
conformaba justo antes de saberse no-risa. Esa no-risa que
inclusive la incluía en mi boca, como si fuera una caricia
bivalva, una bivalva, una risa bivalva. Y las estatuas
dijeron con nuestro discurso, en su coloquio, que era inútil
reírse ahí cuando el mundo estaba muerto en rededor; que
era mucho mejor reírse de ese lado de las cuatro paredes,
de los cuatro entrecerrados entre las estatuas que reían que
no reían que reían que no reían que reían que no reían la
risa.

49
50
LA EXPRESIVA MOVILIDAD DEL CEREBRO
HUMANO
(lo que no se puede llamar recuerdo, ni imaginación, ni locura, pero que es)

SFLAP

Dedicado calurosacalientemente a
J. J. James Joyce. Jodido Jugador. Ja. Ja.

Ahora ella en el suelo Flap Flap Flap, o como diría


Gandhi, Sflap, el mozo de Gandhi al comentar el Sflap
surtido en pleno ajetreo acuoso. Vino tinto. Moria moría...
Moría Moria luego del Sflap acuoso de, vino tinto, como el
vino tinto, el totín, como le llamo para diferenciarlo de la
sangre, totín, como él vino tinto, borracho el borracho, y
Sflap, le ensartó acuoso ajetreo en el bajo vientre. La densa
nubareda que era el silencio disparó ante sus ojos un hilo
de sangre que lo manchó entre sus ojos con un Sflap que
chocó luegodeslizándose como un hilo de vino tinto sobre
su nariz borracha... alguien cantaba en el callejón que
cantaba sobre alguien, que-le-de-volvía al callejón... el eco
humoso golpeaba Sflap sobre el suelo humoso y se
dispersaba una figura de hueco exactamente del mismo
tamaño que la figura de sombra... cuando la
desombrasefusionabaconladehueco la mujer del ajetreo
había caído muerta por su bajo vientre. Luego vendrían a
hacerle una figura de tiza sobre la figura de hueco dejando
sola la figura de sombra. Morgue.

51
Borracho el borracho cantaba en la comisaría,
cantaba comisariamente, orden, persuasión, canciones
borrachas que aprendía en la comisaría, que lo prendían en
la comisaría, perdón, que lo prendieron en la comisaría,
mientras los comisarios cantaban. El detenido se niega a
testificar, se niega a dejar de cantar, testifica cantando.
Borracho. Sflap.
En la morgue los dedos blandosblancos tamborileaban
ecos de sombra. Una risa crecía desde la rii hasta la saa... jii, jii,
jii. Crecía.
El borracho borrachamente daba sus explicaciones.
Moria murió... murió en el Sflap, pero ella ya estaba
muerta antes, estaba muerta después, solo resucitó para
recibir el ajetreo, Sflap. Si estaba muerta antes y después
no puedo definir el cuándo.
 Cuándo.
 En el Sflap.
 Tome nota.
 S. F. L. A. P.
 ¿Seguro?
 Seguro. (A Seguro se lo.)
 ¿Seguro, seguro?
 Seguro, seguro. (Se lo.)
 ¿Seguro, seguro, seguro?
 Seguro, seguro, seguro. (Se lo re-se lo.)
Sflap; tamborileaba dentrodeleco un tamborileo
blancoblando de dedos. La rii crecía. SA.
 ¿Por qué?, digo, ¿por?, ¿qué?, ¿si se puede
saber?, ¿le ha introducido el puñal en su bajo vientre a la
señorita Moria antes y después, justo en el Sflap? ¿? (Tome
nota. S. F. L.

52
 Porque ella resucitó justo antes de querer matar
el cadáver ya muerto de la señorita que vi tirada en el
callejón ya muerta.
 A. P.
 La encontré tirada y le retiré el puñal muerta.
Sflap.
Los dedos blandos.
 Después pensé que quizás me culparían.
Los dedos blancos.
 Que quizás debía dejar el puñal allí e irme.
Los repiqueteantes dedos blandosblancos.
 Dejar todo como estaba y como si nada.
La risa.
 Entonces le devolví el puñal.
Sflap.
 Y ella abrió los ojos.
 ¿Cuándo?
Sflap.
La risa.
El repiqueteo.
La morgue.
¿Qué pasa?
En la morgue una riisa. Un repiqueteo.
Vayamos a ver.
 Y ella abrió los ojos justo en el Sflap del puñal.
ElpuñalSflap.
Repiquepiquepiqueteo... jii, jii, jii...
 ¿Qué más recuerda?
 Que me desmayé porque ella se rió.
 ¿Cómo, se rió?
 Jii, jii, jii...
 ¿No me diga?
 Ya se lo dije.

53
En la puerta de la morgue la puerta se abrió, y los
hombres de vayamos a ver, al ver, se volvieron, y repiquepique,
rajaron, antes de que el teo los agarrase con su jii, jii, jii, de
señorita embadurnada en ajetreo andante y vino tinto seco que
parecía sangre borracha.
Tap. Tap. Tap. Tap.
Se escucharon los pasos de los hombres vayamos a ver.
 ¿A, sí? ¿Y usted quiere que yo le crea a un
borracho?
 Crealé.
La puerta se abrió. PLUM. Y los hombres de vayamos a
ver dieron orden de abandonar la comisaría.
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por? ¿Qué?
Pensaronrápidopensaron.
¿Una mujer muerta antesydespués? ¿Viene por el
pasillo? ¿Repiqueteando los dedos? ¿Riendo?
Rápidopensaronrápido.
 Mande al borracho, él ya la mató una vez.
 Tendría que estar borracho para Sflap...
 Tome nota.
S. F. L. A.
... otra vez.
P.
 P... P... Pe...
 Callesé, levantesé, vayalé, matelé, y todo
solucioné.
 Oui.
Le dieron el puñal al borracho y lo abandonaron a la
puerta del pasillo. Le cerraron la puerta PLUM detrás de él, y le
desearon suerte.
Por el pasillo venía una señorita riendo, repiqueteando
sus blancos dedos blandos.

54
Borrachamente el borracho jugó con el puñal entre
manoymano, se le cayó, y la mujer llegó a sus pies. Levantó el
puñal, se lo puso en las manos borrachas, le dijo solo usted puede
ayudarme a salir de este encierro, le sonrió un gracias, y el
borracho volvió a devolver el puñal.
Sflap. Jii, jii, jii...
 Tome nota.
Hecho.

55
56
ESPACIOS Y RESIDENCIAS REGIAS

(la mente)

LAS COSILLAS QUE EXISTEN

Porque pensar que fuera tan monótono pensar que


fuera monótono, como pensar monótono en que fuera
pensar monótono, era lo mismo, salvo la libertad que se
construía y nos sonreía los labios cada vez que veíamos
(yo, Ignacio, y él, Julián) que no éramos Cortázar, pero lo
plagiábamos, inclusive haciendo esfuerzos enormes para
dejarlo tranquilo. Y reíamos porque Cortázar nos hacía
reír, y reíamos porque eran nuestros labios los que reían y
no los de Cortázar.
Pero pensábamos que había algo monótono en
comentarle a la gente el mismo disfraz, las mismas ganas
de vivir de otro, la misma libertad. Y justo ahí no nos
preocupábamos por lo monótono ni nada, ni si mañana
tenemos un parcial y no nos entra más nada, ni si hoy
compramos a Cortázar y nos hace reír aunque mañana
tenemos el parcial y nada que nos entre... aunque Cortázar
es tan necesario con o sin parcial, con o sin que nos entre
algo (a mí, a Ignacio, y a él, Julián).

57
Inclusive decirles que no es necesario que yo,
Ignacio, lo llame más a él, Julián, si el que escribe es
Nicolás, y aparte Julián no dijo si sabía para mañana en el
parcial, o si Ignacio es el que está nervioso y Julián el
despreocupado, pues Nicolás es el que escribe, incluso
mañana en el parcial.
Y mejor morirse de risa que pensar en todo lo que
no nos entra, en todo lo que no sabemos, ni vamos a saber,
porque hoy leemos a Cortázar y mañana damos el parcial.
Y es mejor que mañana no escribamos nada de Cortázar en
el parcial, ni que terminemos muriéndonos de risa por lo
que no nos entra, porque ahí sí que no sabemos dónde
vamos a parar, ni yo, Ignacio, ni vos, Julián. Pero es tan
necesario, Ignacio, que nos enfrentemos con todo lo que no
nos entra. Lo sé, tenés razón Julián, pero mejor
enfrentarnos con Cortázar y no hacerlo partícipe del
parcial, antes que nos frustremos con Nicolás que tiene esa
manía de escribir las pruebas como si fueran cuentos. Sí, es
mejor, aunque suene divertido después escuchar la nota
como si fuera una crítica literaria, y los ojos de la docente
se bañen con esa sonrisa tan personal que viaja hasta
Nicolás, para que dentro festejemos yo, Ignacio, y vos
Julián, como dando brincos, como girando en ronda.
Y por suerte la docente es generosa, o no, o leyó a
Cortázar, y sabe que lo plagiamos, o no lo leyó y le gustó
lo mismo. Pero Cortázar igual estará riendo en nuestros
labios sin saber que ríe, que nos ríe, que dio un parcial, que
incluso se liberó de todo lo que no le entraba leyéndose a sí
mismo.
Y gracias profe, muchas gracias por lo que hizo,
aunque... tendríamos que hablar, vos sabés que las cosas
no pueden quedar así. Lo sé, lo sé, (mejor no comentarle
los gritos de Ignacio, y los de Julián) yo también me doy

58
cuenta que dejarle un cuento así, inconcluso, es para
morirse de la intriga, pero mi idea era que lo completara el
lector; claro que en un parcial es distinto, y más si la
lectora es la misma docente, y a ésta no le cuesta nada
completarlo pues posee todo el saber. Claro que no cuesta
nada, que nada parece costar, aunque, vos sabés (¡no
sabemos nada, no nos entra!) que todo tiene sus efectos, y
claro, la sonrisa a Nicolás no es sin consecuencias. Sería
mejor que lo charláramos en privado, (¿en privado?, sí,
entendiste bien Julián) porque hay algunas cosillas que
sería mejor...
Y claro, cómo iba a pensar que todo fuera sin
consecuencias, o que estas se acabaran allí en la mirada
que bañaba a Nicolás. Ni termina ahí, ni se pueden medir
las consecuencias, ni las ilusiones de las notas como críticas
literarias, porque esto, estas algunas cosillas que sería
mejor... son en realidad un ajuste, un trueque en esto que
llamamos realidad, aunque sirva como un trampolín hacia
más allá de Julián, Ignacio, e incluso de Cortázar.
Y yo que pensé que reía por Cortázar, y yo que
pensé, ingenuo, eso es lo que soy. ¿Y qué querrá esta
docente? ¿Cuáles serán sus cosillas que sería mejor?
¿Cuáles las que tendríamos que hablar en privado?
Aunque, pensándolo, sería lindo una charla, algunas
pizzas, o las pizzas mejor después, cuando sea fantástico
tener hambre. Y algunas cosillas como el mismo juego de
las prolongaciones de miradas y sonrisas, pensando que
ahora jugamos a otra cosa, aunque sigamos sin
entendernos.
Pero las cosillas son justamente algo que nos
sorprende en una casa con hijos, un marido sonrosado, y
una ida al cuarto de estudio donde vamos a poder hablar
tranquilos, cosa que de por sí me intranquiliza el doble,

59
porque no estamos preparados para este juego, que se
parece a la realidad, si no fuera por esa confusión que se
crea por las sonrisas y las miradas, y esa mano tan suave
que nos agarró (a Ignacio, a Julián, pero más que nada a
Nicolás) casi tocándonos los dedos, tamborileando en
nuestras yemas, como dándonos besitos de expectativas,
tranquilidad... y claro, angustia.
Saltamos por el trampolín nuevamente, pero esta
vez caemos en territorio ajeno, en el, cómo decirlo, en el
jardín del vecino, que es siempre peligroso, por el vecino
mismo. Pero, ¡no te preocupés!, él no molesta. Sí, sería
bueno que no molestase, y que nosotros podamos saber si
el estudio es esa habitación donde se habla de estudio, o
donde lo estudian a uno.
Aparece un extenso pasillo, y puertas, y una
escalera, la verdad, bastante alejada de la casa del vecino y
de sus chicos, y vamos a parar justamente a un lugar muy
privado, donde seguro se puede hablar tranquilos de
cosillas. Y aparece un diván, claro, si la docente es
psicóloga es lógico, pero que uno le imagine esa nueva
función es casi terapéutico. Aunque una y otra vez fuimos
a la psicóloga y nunca logró invitarnos a sentarnos en el
diván y que pensáramos que nos íbamos a sentir tan
cómodos. Y confortables estaremos, aunque sea el único
asiento, o gracias a que es el único asiento; y estaremos
juntos, con esa torsión que tienden a tener los cuerpos
cuando se quieren mirar frente a frente, y sus frentes
miraban hacia delante; y lo único que podremos hacer, si
no queremos quedarnos como unos estúpidos parados,
mirando a la docente que ya se ha sentado, ya ha cruzado
las piernas sensualmente, y ella que nada sabe cómo nos
vuelve locos que las mujeres crucen así las piernas, digo, lo
único que podremos hacer en vez de ratonearnos tanto es

60
agradecer la invitación, aunque no sepa como se lo
agradecemos (dando brincos, girando en ronda). Nada
sabe ni tiene por qué saberlo Julián, así que mejor nos
sentamos rápido, sin mirar más la divinidad femenina, sin
mirar de reojo, sin pispear de a ratos, sin saber qué dicen
esos labios que sonríen, y sonríen, y nosotros sin poder
escuchar palabra alguna si no dejamos de mirarlos así. Por
eso fue bueno cerrar los ojos, y ponernos como a pensar
con la mano en la pera, como a pensar en dejar de pensar
en esas piernas, y en esos labios, si son los de la docente
che, y quizás nos quiera hablar del parcial che, y es mejor
concentrarse porque quién sabe como va a terminar todo si
uno hace algo que no le conviene y encima tan cerca del
jardín del vecino.
Bueno, dijo la docente, y se miró las manos sobre
sus faldas, mis ojos también bajaron para seguir a los de
ella, y también se posaron sobre su falda, bueno. El silencio
era un tanto terrible, aunque no estábamos preparados, ya
no estábamos, y quién sabe dónde estábamos mientras ella
comenzaba a hablar de las cosillas, y yo (Ignacio, o Julián,
o quizás Nicolás) saltaba en una pata, en una pata que nos
resumía a los tres. Me gusta, sonó en el aire, y nosotros no
sabíamos si hablaba del parcial, o de nosotros, o de la pata.
Y nosotros nos íbamos poniendo realmente cómodos en
ese diván, y realmente nos gustaba la puerta bien cerrada,
el living bien alejado, ese perfume de la docente que nos
buscaba y nos buscaba y nos envolvía en el diván, me
gusta. Sobre las sonrisas, sobre la pata, sobre las mareas de
sudor, sobre todo el anhelo y esa falsa realidad del parcial,
de las cosillas, de lo privado, se abría otra necesidad de
realidad, otra razón. Pero el marido estaba allí, tendría que
estarlo, no podía ser que no estuviera, no pudo no ver las
manos tocándose, las sonrisas, no podía ser que no hubiera

61
sospechado, que no escuche los gritos de esta loca, que
aunque estamos lejos del vecino igual debe escuchar. Algo
no podía ser, algo tenía que estar mal, no es cuestión que
uno escriba en un parcial un cuento de Cortázar y termine
fifándose a la profesora en su casa. Algo rebasaba todo eso,
algo se escabullía y reclamaba ponerle otro algo de
cordura. Pero así no era el juego, el juego no era
sorprenderse, o dejar de rebotar sobre el trampolín, o que
ella dejara de rebotar; el juego era el juego, y si estábamos
jugando lo seguiríamos haciendo por lo menos hasta que
todo acabase.
Acabáramos... qué cosillas tiene usted para decirme
profe, decime Silvia, bueno, Silvia, se nota que es
refrescante hablar así. Me gustaría seguir hablándole
dentro de un rato, deme tiempo. Tocame, tuteame, te dije
tuteame. Perdón, escuché mal. Igual, me gusta que me
tutees de esa manera. Y yo la tutearía más si no fuera
porque Ignacio se avispó de que hay un ojo en la
cerradura. Un ojo que no nos mira a nosotros pero que nos
mira. Un ojo que debe de haber estado todo lo que los
ruidos duraron, que ahora se entiende de verdad, que
ahora nos prohibe seguir; pero a la vez nos da cierta
tranquilidad, a la vez le descubrimos la trama a esas
cosillas en privado, y podemos tutear tranquilos a la
profesora. Ella debe estar acostumbrada a ser parte de este
lado de la trama. Ahora podemos estar tranquilos por el
nuevo uso del diván, tranquilos por Silvia y nuestro
pescuezo, ahora podemos volver a reír junto con Ignacio y
Julián, e invitarlo a Cortázar para que ría con nosotros,
porque despertamos a esa realidad, porque esa realidad
existe, esos juegos existen, y hay por ahí personas como
Cortázar que nos enseñan a re-irnos, a vivir libres, y a
jugar con estas cosillas como si fueran necesarias... las que

62
nos despiertan, las que nos hacen soportar todo aquello
que no nos entra riéndonos, todo ese temor previo al
parcial y por suerte despertamos riendo, todo todo lo que
imaginamos, lo que imaginamos justo antes de darlo
todo... como si en verdad el sueño que tuvimos con la
profesora en su casa fuera un examen de realidad.

63
ESPACIOS Y RESIDENCIAS REGIAS

(la memoria)

RE-CUERDOS

¿Sabés che, sabés lo fácil que é a veces meterse a


algún lugar así, así... de prepo? Esos que no te invitaron,
no sabééé, ni saben que estamo ahí. Es más, como somos
educados y profesionales en el asunto, gracias ha que
hemos desarrollado diversas técnicas para enfrentar los
avatares de la intromisión, nuestro comportamiento posee
cierto lujo, cierto brillo, que engalana el ambiente. Como
por ejemplo esa vez en la que el dueño de una amplia
residencia, no sé por qué motivo, me confundió con un
destacado investigador moderno, y fue uno a uno de los
invitados, a presentarme, haciendo comentarios sobre mis
hallazgos y sobrehallazgos, que los hubiera juzgado de
excesivos si no me hubiera visto a tener que aprobarlos
una y otra vez. Me encontré entonces en una farsa que,
pienso, él fue el primero en creer, y que llegó a tal extremo

65
que esa noche terminamos la velada tomando unos licores
mientras desarrollábamos ideas para mis futuros
proyectos. Debo admitir incluso que fue una de mis más
maravillosas noches.
Pero meterse no es siempre en festicholas, nooo,
también te podé meter en funerale, en hospitale, en
equipos de fulbo, eso é lo más fácil loco, y hasta en una
bandita de rock... Pero la verdá, esto de meterme donde no
soy invitado lo heredé seguro che. Te cuento, hace no sé
cuánto mi tío abuelo Roque se metía en las casas, pero no
para tomarlas, nooo, en las fiestas de los santos, sí... Yo
qué sé, por ahí no eran fiestas viste, pero bue, había morfi
y toda la torta. Él era pobre viste, pero ligó un saco re caro
porque mi abuelo era socio de Casa Martínez. Parece que
si tené un saco entrás gratis en todos lados. Y, viste, él se
hacía el dobolu, golpeaba, qué hacé, buena buenas, y lo
recibían viste. Antes no te dejaban colgado ahí en la
puerta, te hacían pasar y después te preguntaban qué
querías. Y, el viejo atorrante viste, iba, saludaba a todos, se
presentaba, y después se sentaba en la mesa. Síííí... se ve
que antes eran todos giles y nadie le preguntaba qué hacía
ahí, yo qué sé, por ahí pensaban que lo había invitado el
dueño de casa viste. Sabía las fechas de todos los santos, y
como antes se usaba viste, hacer algo de morfi para
conmemorar... con-me-mo-rar... hacer una fiestita para los
de arriba che. Entonces, te decía, agarraba y iba a lo de
Carmela el día de Santa Carmela, a lo del zapatero Juan el
día de San Juan, y así con cada uno de los santos. Sííí, el
muy turro ligaba morfi todos los meses.
Sabés, me parece que esto yo también lo tengo,
pero no soy tan correcto y piola como él. Pero a mí
también me tira ir por ahí y meterme donde no me
llamaron. Yo juego a ser otro en esos lugares, y mi zabeca

66
empieza a meterse con cosas que ni conozco, empiezo a
hablar raro viste, ya no me siento yo pero soy yo. Es como
entrar a mi cabeza pasando la puerta de un desconocido.
Por ejemplo: ¿a quién no se le ocurrió meterse en
un edificio cuando el portón del garaje baja tan despacito,
como llamándote a que te metá ahí? A mí, siempre que
paso por el portón de un garaje que se va bajando, me dan
ganas de tirarme al piso y rodar antes que se cierre. Me
voy adentro y me oculto en el espacio entre auto y auto
viste, donde la oscuridad me tapa depué que se va el tipo
que usó el portón me voy decidido a mi bulo, que ahora
queda en este edificio. Lo que hago entonces es tomarme el
ascensor y subir y bajar con los tipos y las minas que viven
ahí; me entero de sus vidas, o mejor, ellos se enteran de la
mía, que es todo cuento viste. Cuando ya me cansé me voy
y espero que alguien baje, me escondo en la escalera de
servicio y calculo, justo antes de que se cierre la puerta
grito un “¡esperá!”, sin gritar mucho viste, sonrió para que
no se asuste el chavón, me hago el agitado, el que recién
baja por la escalera, porque, claro, él bajó por el ascensor, y
me voy.
Es cuando me imagino que los edificio no deben ser
como me los imagino, que estoy ahí pero no estoy viste.
Por ejemplo, este que tengo enfrente, que no es uno
sino tres. Es un especie de campanario con un puente allá
arriba que conecta fachada con fachada. Hacia la avenida
Entre Ríos al 900 da su gran reja, luego un extenso patio,
entrada, espacio, yo que sé, de los edificios en donde
confluyen las tres fachadas en forma de “U”. Cada
fachada, que corresponde a cada frente de un edificio, tiene
ventanas chicas. Al entrar chocamos con una escalera que
sube, a los lados dos pasillos conducen a sus esquinas y
desaparecen. Estar acá me trae el recuerdo de otros

67
lugares, como el edificio de Callao y Rivadavia, donde fui
al doctor por un problemita de la columna, o la escuela
Juan B. Peña que queda en Trelles y Neuquén, donde
pasan actos de Discépolo, de Gardel, y se me pianta un
lagrimón. Entonces cuando estoy acá, no sé, como que
camino por esos lugares... y hasta me vienen imágenes de
algunos que yo no conozco.
Como esa vez que me metí en el colegio Nacional
Buenos Aires, y había una fiesta de egresados... entonces
yo vi una mina que me re gustó y agarré y la encaré.
Cuando estábamo chamullando apareció un fotógrafo y
nos dijo que nos agarrásemo y nos riamo. Entonces la
agarré viste, y la mina no entendía nada, y ahí justo
cuando nos dicen Whisky le chanté un sobe que ni te
cuento y salí rajando. Ahora la foto la debe tener ella, o no,
quizás se la quedó el fotógrafo, pero en algún lugar estoy
yo dándole un beso a esa preciosura.
Y caminar por aquí es como recorrer el edificio de
mis recuerdos y ser alguien que no conozco. Es difícil
describir esta sensación donde cada lugar donde me
introduzco como un infractor me baña con los recuerdos
de alguien como yo, que fui yo en otro edificio. Y la verdad
es que en cada edificio hay un mundo que me espera
seductor.
Por ejemplo, aprovecho cuando una casa está en
alquiler para conocerla a fondo, yo qué sé, me gusta viste;
y me imagino, y también seguro se lo imagina el dueño,
cómo sería yo viviendo allí. Entonces los dos pintamos las
paredes del color que me gusta; ponemos la tele aquí, y la
mesa allá; ese sillón tan cómodo por aquí y la silla allá; la
cocina tendrá estos muebles y le pondré tal luz. ¡Qué
lindas quedarán las cortinas con el piso de madera! Y éste
será el rincón donde simplemente pondré un almohadón y

68
vea este lugar, porque esta casa está rebuena, y siempre
hay que tener un lugar donde se vea el resto de la casa; ¿no
pensás así? Y voy de casa en casa, hablando de cómo voy a
vivir. Como acá, me atiende una muchacha re hermosa,
con una sonrisa tan grande que parece que no puedo subir
por la escalera. Es linda la escalera, ¿no te parece? ¡Claro
que sí! Quedaría muy bien si se le pone unos dibujos acá...
yo pienso lo mismo. Y llegamos al living donde todo está
muy limpio y ordenado viste. Le mostraré las habitaciones,
me dice la mina, y yo tarado por la sonrisa. Los pisos son
de madera y hay un inmenso sillón, impecable, re lustroso,
y yo me imagino cómo será estar ahí tirado con esta
preciosura, y chantarle un beso... pero acá no hay fotógrafo
viste, y además no quiero rajar. La chica me habla y me
habla de la casa, de las cosas del lugar, pero hay algo que
no encaja viste. Ella habla y camina a la vez por aquí y por
allá, siempre con una sonrisa, y no parece importarle si yo
me quedo acá atrás, ido, soñando. Es más, la dejo irse un
poco y al rato me doy cuenta que sigue hablando sola y
que ni sabe que estoy acá. Síííí, camina por allí, pasa por
un pasillo acá, desaparece dentro de un cuarto y vuelve a
aparecer en otro. De pronto la pierdo. Recorro largo rato la
casa hasta encontrarla parada junto a una ventana. Sigue
hablando sola y ahora lleva poco a poco su mano a la
cintura. Tuerce su cadera a un lado y me muestra su perfil,
un perfil como endemoniado, como con los ojos que se le
dan vuelta viste, y se ríe, después mira pá delante viste, y
sigue hablando... y hablando... sola no puedo decir que
sola porque yo estoy acá, y quizás yo le desperté la charla
como a mí se me despiertan los recuerdos cuando voy a las
casas. Y quizás ella recuerde otros diálogos y los viva,
como yo recuerdo otras casas y las vivo en ésta. No quiero
interrumpirla porque hacerlo es como que a mí alguien

69
viniese y me tirase abajo esa pared que minutos antes
estaba mirando alucinado. Ella sigue hablando y hablando
mientras yo sueño cómo será vivir aquí. Y es re loco, no
siento lástima por ella, la siento por mí. Ella parece
acostumbradísima a hablar así, y yo la verdá que soy
bastante boludo estando acá solo. Quizás la invite a
recorrer otras casas... pero no, ese es tema mío.
La verdá es que no podría ir con ella, tiene un no sé
qué, algo raro, como si fuera muy limpia y ordenadita. A
mí me gusta ir por la vida así, con los recuerdos todos
desbarajustados, destartalados, descachuflados, y ni
siquiera sé qué es descachuflarse, pero la verdá que lo
haría; lo haría todo el tiempo, desde siempre, e iría desde
una descachuflación a otra descachuflación. Como si fuera
una especie de zambullirme hacia arriba, y caer es lo
mismo que saltar. Donde saltar no es lo mismo que saltar,
sino que debe poseer ese agregado de saltar al vacío y
hacia arriba. Saltar sabiendo que los pies suben en una
escalera invisible y se apoyan peldaño a peldaño en las
ganas de seguir subiendo. Pero después bajamos, por
suerte bajamos viste, pues por algo salté. Y hay entre el
momento del saltar y el de zambullirme hacia arriba una
distancia similar a la de mi sobrino nieto Nicolás y yo
ven... ven... ven... ¿no sé si soy gráfico?
En la casa los familiares miraban a Roque saltar y
saltar, una y otra vez, arqueando las rodillas en el aire,
volviendo a saltar. Muchos estaban sorprendidos por la
visión que de Roque había surgido. Pensaban que al saltar
Roque era Roque que cuando caía era momentáneamente
su sobrino nieto Nicolás. Y seguía y seguía y siguió
saltando hasta que sintió un fuerte crajjj a sus espaldas,
seguro el pantalón del traje costoso. Es por eso que acabó
con su pantomima, saludó uno a uno a los familiares de

70
Santa Carmela, recomendó el homenaje a Gardel en el
colegio Juan B. Peña, cantó a capela brevemente “Buenos
Aires la reina del plata, buenos aires mi tierra querida”,
saludó a la bellísima chica que hablaba y hablaba sola en
un rincón, recalcó la importancia de un almohadón allí, en
ese rincón, y se fue con una sonrisa parecidísima a la de su
sobrino nieto Nicolás, cuando su sobrino nieto Nicolás
jugaba a reírse como su tío abuelo Roque, viste che.

71
72
LAS COSAS ENTRE EL AMOR

LETE

Mírala a ella con todos sus gestos y todos sus


abismos. Como una sombra entre las sombras sale y se
expone a la dulce brisa. Dentro la densa pestilencia se
encierra en su oscuro.
Por la ventana arroja su blanquecino rostro,
observando al pasar los fantasmáticos caminantes. Son de
plata sus cabellos y aquel pequeño puño que como un ave
sin luz descansa. La ventana es el pasaje hacia el interior
de su inevitable silencio. ¿Qué habrá allí?, ¿qué encierra?,
parecen preguntarse los baldosones.
La anciana se asoma y se sumerge, aparece al
mundo para después perderse. Alto, muy alto, desde los
balcones podría uno llegar a ella y tocar su tensa piel. O
cuajar cada una de sus arrugas, buscando escondrijos con
la punta de los dedos.
La anciana asoma su pequeño puño y lo esconde.
Viene y va en la habitación oscura. Los caminantes
vuelven a pasar y a ni darse cuenta de esa vieja cual un
espíritu.
Y las piedras de la calle, y el barro que entre ellas se
alza gritan a la vieja: ¿qué hay allí?, ¿qué encierras?

73
Pero la anciana no hace caso ni a las estatuas ni a
los portones, ni el crisantemo ni las esquinas logran que la
vieja hable. Ella solo aparece en la luz y desaparece como
si se hamacara en una silla vertical.
Su pequeño puño sale, se apoya en la ventana, y la
vuelve al interior, siendo el último haz de luz a
desaparecer. La vieja regresa y ni sonríe, mira fijo a los
caminantes que ni saben de la vieja. Son los papelitos, el
agua del cordón los que la reclaman: ¿qué hay allí?, ¿qué
encierras?
Pues se oye su silla mecedora como latidos, y
pausadamente se hace a la luz como a la sombra. La vieja
llega y deja a los caminantes sin saber; llega nuevamente y
ni sonríe. Solo es un rostro como una luz, un conjunto de
canas al viento como si se agitaran sábanas sobre su
cabeza, y un grupo de tensas arrugas.
Ahora las hojas secas golpean a la puerta de la que
suponen la casa de la vieja, las gotas de la lluvia las
ayudan.
Pero la vieja no hace nada, ni sonríe, y se lleva entre
sus arrugas algunas gotas de la lluvia fresca. Éstas van con
la vieja, penetran a la habitación pero nada ven. Vuelven a
la luz y ni un comentario hacen a sus hermanas, que casi
con garras se deslizan por las paredes, la puerta...
Vuelven a entrar con la vieja, y se vuelve a
oscurecer su mirada. Nada registran cual si penetraran en
los lindes del olvido. Van y vienen y nada recuerdan.
El viento entonces llega como una paloma y se
aferra a las gotas de la lluvia, las esparce en la tensa y
arrugada vida de la vieja, y la recorren hasta su más
profundo secreto.

74
Va el viento y vuelve, y es como que en olvido se
hubiera movido. Va, entonces viene, y ya es parte de ese
rostro y de esas canas.
Nada recuerda nadie cuando entra y sale de la
habitación oscura de la vieja.
Y los caminantes ni se enteran de todo ese juego de
espejismos y de lagos que habitan a la vieja.
Ahora son las rejas, el alto cielo, las que preguntan:
¿qué hay allí?, ¿qué encierras?
Y recitan a la luna su plegaria para que,
descendiendo un poco, pueda ella llenar de luz la
habitación. Pero pasan las horas y la luna rueda sobre un
eje asfixiado. Tan pero tan lentamente que todos temen no
ver nunca más a la vieja. Pero ella ni se preocupa, ni de los
ardides ajenos hace alharaca. Solo tensa sus arrugas al
viento y reclama una que otra gota más.
La luna llega poco a poco y con su luz mira a la
vieja. Pero esta vieja ni siquiera levanta su mirada de los
ausentes caminantes. ¿Qué hay allí? ¿Qué encierras? Dice
la luna con voz profunda. ¿Qué hay allí? Por los cielos,
¿qué encierras?, que tienes a toda esta calle tu rostro
contemplando. Entonces la luz contra el viento y el viento
contra la lluvia impulsa, y ésta a su vez el rostro de la
vieja. Y ella vuelve, y choca contra la lluvia-viento-luz, y se
los lleva cual una máscara para encerrarlos en su oscuro
olvido.
Va la vieja, vuelve, y no hay quien pueda hacerla
hablar. ¿Qué hay allí? ¿Qué poderes encierras? Ni los
lectores, ni el escritor siquiera... pero ¡por favor! Gritan
unos y otros, y se ven aferrados a su rostro con una
inagotable imagen. La imaginación vuela entonces sobre
su rostro, sobre sus canas, y se posa lentamente cuando la
vieja se muestra. Todos juntos entonces, lluvia-luz-viento-

75
lectores y escritor, se envuelven en el tenso y arrugado
rostro, en el rostro sobrepoblado, y con súbito envión nos
sumergimos en la habitación oscura. Por fin nuestros ojos
podrán ver...

76
ANECDOTARIO

AYER DIJE HOY (lojurolojurolojuro)

Continuaciones: Robert H.P.K. Frippi dijo ayer ante una


audiencia llena de moscas superlativas que deseaban, oh,
realmente deseaban darlo por muerto cuando se
enjuagaban sus bellos ojos rojos al mirarlo apetitosamente,
no, hoy no, dijo, muchachas, esperad su turno, cada cual
cae cuando cada cual cae... hoy no, lo siento, dijo, y pobres
las moscas que empezaron a llorar por sus grandes y
bellos ojos rojos, como gotas de volcanes empezaron a
tragarse sus babas sin poder ver a Robert H.P.K. Frippi
muerto a sus patas. A lo que siguió un largo discurso de
por qué hoy no y quizás mañana sí, y pobres las moscas
una a una fueron dejando su cuerpo tendido y volaron
hacia terreno más perecedero que el del charlatán Robert
H.P.K. Frippi... Robert suspiró al ver a la última mosca irse
lejos revoloteando tristemente sus alitas, mirándolo de
reojo y Robert H.P.K. Frippi pensó que no podía ser tan
odioso y menos en sus últimos momentos, así que casi la
llama pero mejor no, pensó, después, hoy no, quizás
mañana sí, pensó, y pensó que algo de verdad había en sus
últimas palabras. Las moscas se fueron pero llegaron los
buitres y a ellos a otro con ese cuento, entonces Robert

77
H.P.K. Frippi que se sentía animoso levantó un dedo y uno
solo y minúsculo y lo partió al medio para comérselo, y
claro, pobres los buitres al ver que Robert H.P.K. Frippi
pensaba devorarse a sí mismo y que seguro no los iba a
invitar a su comilona, y pobres los buitres se fueron viendo
que Robert H.P.K. Fripp se había comido la i y seguiría con
la p y nada les dejaría. Robert H.P.K. Fripp escupió su
dedo i sonriendo les dijo adiós en un buche de sangre.
Luego llegó Dracu, su gato favorito, y empezó a lamer la
sangre desparramada, eh, Dracu, dijo Robert H.P.K.
Fripp... eh, deja, y Dracu asustado mordió su dedo i se lo
llevó a un rincón oscuro para seguir relamiéndose... el
dedo i le dolía en los mordiscones de Dracu, aunque
estuviera lejos le dolía, y le rogaba a Dracu que dejara, que
ya basta, que ay, me duele... pero Dracu... ñam ñam ñam...
luego llegó la casera y vio el cuerpo tendido, lo miró, dijo,
uhi, este es Robert H.P.K. Frippi, pobre, quién lo habrá
dejado acá dijo mientras barría sus partes, y las moscas
miraron a otro lado, y los buitres miraron a otro lado, y
Dracu miró relamiéndose, y Robert H.P.K. Fripp dijo
bueno, quizás hoy sea mañana...

78
EN EL PASILLO

Por eso cuando vamos al mingitorio


se establece esa bipartición, donde el
motivo de este encuentro es el
exceso de la falta de sed, y esas seis
bocas madres que se alimentan del
líquido dorado, arremolinado,
tragado, zambullido donde no se
vea, donde nos ayudan desde la otra
parte.

Raúl caminaba cómicamente por el pasillo del hotel.


Verdaderamente encontraba muy necesario realizar esa
futilidad, iba y venía riéndose sin poder salirse del regocijo
que le creaba hacer aquello. Él había llegado como tantos
otros, arrastrando un año de trabajo, un largo año de calor,
frío, y los días ¡pum! arriba el sol, y las noches ¡zás! Un
largo año que terminó arrastrándolo, y que comenzaba
caminándolo en el pasillo del hotel. Recién allí se sintió de
vacaciones, y allí fue donde lo asaltó la idea de la que
ahora no podía desprenderse, ni dejar que le causara esa
risa tan socarrona. Iba y venía como si quisiera agotar las
suelas de sus zapatos, o dejar trazados sus pasos como una
línea en la alfombra. La idea era sencilla, se le había
ocurrido que ahora que estaba de vacaciones (¡por fin!),
verdaderamente de vacaciones, no quería abandonar ese
primer encuentro con lo irreal de sus vacaciones, esa
primera fracción de placer que la abarcaba en su totalidad,
no quería dejar ese pasillo. Pensó que estaba muy cómodo
allí, que quizás fuera innecesario ir a la playa, o conocer la

79
noche, las calles, el casino, o tomar un helado, nada, Raúl
solo quería quedarse en el pasillo de ese hotel.
¿Se podría decir que estaba satisfecho? ¿Se podría
siquiera decir que todo había acabado allí; que todo había
acabado en el mismo instante en que empezó? Él no lo
sabía pero tampoco yo. Es más, usted no sabe lector, pero
la verdad es que me a costado horrores acordarme de lo
que simplemente quería Raúl. No sé, era tan cotidiano, tan
superfluo, que lo pasé por alto. Pero cuando me encontré
solo, sin poder impulsar a formar ninguna historia con
Raúl, que se me quedó allá en el pasillo, me pregunté qué
estaba pasando.
Raúl no es sencillo en sus actos, ni económico, se
hubiera ahorrado un gran dineral si elegía el pasillo de
otro hotel que no fuera este de cinco estrellas. Se hubiera
ahorrado mucho si no se empecinaba en reservar veinte
días y solo se quedaba uno. Pero Raúl es así. Pasea de aquí
para allá riendo, sin siquiera haber abierto su habitación.
Cuando sonó el ascensor en su piso, Raúl tuvo que
pensar algo que les explicara a los otros su ir y venir
divertido. Se había detenido sin saber qué hacer, mirando
las puertas que se estarían por abrir, cuando bajaron dos
viejas charletas que se sorprendieron por su presencia, esto
de seguro les incomodó pues también se quedaron duras
en el lugar sin decir palabra. Son estas situaciones las que
nos demuestran cuan a gusto nos sentimos en lugares
ajenos.
Raúl tuvo un sobresalto, se golpeo la frente, y
mirando tiernamente a las viejas dijo:  ¡Pucha! Me olvidé
los lentes.
Las viejas suspiraron al unísono, ya sin miedo, y
sonrieron como participando de la alegría de los olvidos
cotidianos y los recuerdos alegres. Pasaron por al lado de

80
Raúl que simulaba buscar la llave, abrir el cerrojo, dar un...
ya con las viejas fuera del pasillo devolvió el llavero al
bolsillo y continuó caminando. Comenzó a ver los dibujos
en el piso y un mundo se le abrió a sus pies. Las rayitas de
la alfombra eran una red por la que caminaba haciendo
equilibrio, una Rayuela en miniatura, una ciudad era, un
muro que comenzaba a escalar. Y sonó nuevamente el
ascensor y casi no tuvo tiempo de pensar. Bajó una pareja
con un nene y encontraron a Raúl recostado en el suelo... él
los miró (tenía vergüenza, estaba rojo, aprovechó) y dijo: -
Se me cayó un lente de contacto, por favor, ¿podrían
esperar un poco?
Y los hizo detenerse ahí, junto a él, un rato, dos
ratos, tres ratos, y ya comenzaban a charlar, a bajar los
bolsos, ¡no!, les gritó Raúl, y se puso a buscar a sus pies. El
hombre se sobresaltó y volvió a cargar las cosas. Luego
llegó el ascensor con otro matrimonio, luego un joven en
pantalones cortos, dos señoritas, un matrimonio de
viejitos, y cuando ya no se cerraban las puertas del
ascensor de tanta gente que había Raúl se apiadó y simuló
la parodia de encontrar la lente de contacto.
Se podría decir que después de los gritos y los
suspiros, pasaron tan rápido por al lado de él que casi le
hacen caer de nuevo lo que nunca existió. Se metieron
todos en sus habitaciones, mirando a Raúl en el piso con
las piernas estiradas, con su inmensa sonrisa, limpiando la
punta de su dedo índice con cuidado, sacándole pelos a la
nada transparente.
Cuando todos ya lo habían dejado pensó que ahora
sí que sería difícil quedarse allí veinte días... o quizás no.
Después de todo lo habían visto y ya lo conocían, era una
persona rara pero insistente, lo que le da un toque de

81
carácter necesario a toda persona. Y más en vacaciones
cuando lo insistente se nos hace extremadamente difuso.
Lo cierto es que ya había pensado que si alguien
salía de la habitación él simularía ir a la suya, y si alguien
venía del ascensor él simularía que ya se estaba yendo. Ya
no importaba que lo vieran siempre en el pasillo, todos
pensarían en la casualidad, o ni se molestarían en pensar.
Uno de los entretenimientos en los pasillos de un
hotel es escuchar lo que conversan los habitantes de los
cuartos. Uno por uno escucharía cómo son las playas,
cómo el casino, las comidas, los viajes, y en verdad que
tendría una noción más precisa de lo que es esta ciudad
que cualquiera de cada uno de ellos. Y no sería solo él,
porque para esos juegos hay bastantes cosas ya prehechas.
Por ejemplo, a las 23:30hs aparecía la mucama y el mozo
gordito, pareja seguro, he iban poniendo las orejas en las
puertas tan sigilosamente, que sus movimientos
denotaban mucha experiencia. No lo habían visto a Raúl
hasta cuando el gordito llamó a la mucama junto a una
puerta y él también se dignó acercárceles. En un principio
se sorprendieron y tendieron a irse, pero frente a la sonrisa
de Raúl se calmaron y fueron ellos ahora los que se
acercaron a él. De pronto estaban los tres juntos frente a
una puerta, con los ojos perdidos y las sonrisas picarescas
de todo espía, escuchando cómo roncaban en ese cuarto. Se
hacían comentarios jocosos, silencios de risitas, hasta se
golpeaban el hombro muy tentados. Así pasaron la velada
los tres, riéndose del mundo de los sueños y de las
expresiones de cada uno de los que convivían en ese piso.
Al escucharles los ronquidos no solo se divertían
ahora, donde toda la orquesta se desplegaba echando
truenos y torpedos, sino que mañana, cuando todos
bajaran a desayunar, habría algo en el rostro de cada uno

82
de esos bellos durmientes que no encajaría con el
ronquido; quizás todo, y fuera más bien al revés, algo
encajaría en el rostro con ese sonido, entonces reirían. Es
más, a algunos se les podría adivinar los pensamientos, o
esa forma de ocultar señales estruendosas e incontrolables
de la noche en sus expresiones señoriales.
Entonces Raúl se despide de estos que se ve que
hace rato hacen lo que hacen, y él como primera vez
comienza a vivir, a sentirse vivo.

Otro día irrumpió en el pasillo un grupo de niños y


niñas que lo despertaron con sus risas. A Raúl le costó
entender lo que estos chicos le traían y revelaban en sus
revoltosas maneras de ser de los chicos... pero al fin lo
comprendió. Los chicos se reían de la palabra “parado”, se
reían y jugaban, como los chinos se ríen al oírnos ese algo
que suena gracioso en nuestras bocas, y los chicos se reían
porque se reían del idioma. Iban gritando, balbuceando,
estirando, deformando la palabra “parado”, como si fuera
una cosa única, una necesidad única.
¿Y cuánta belleza puede uno encontrar en el
idioma? Casi como un inacabable se posaba en los labios
de este grupo de niños, que no paraban de reír. La palabra
iba de boca en boca, como un juego, como una gracia,
como un regalo, y bañaba los objetos, cosas del pasillo
como el cenicero, cosas de la imaginación como un
soldado, y cosas también cercanas como Raúl. Fue ahí que
se dio cuenta que ya hacía varios días que estaba en ese
pasillo, y que poco se había hecho lugar para el descanso.
La verdad era que ya le empezaba a molestar tanto
gozar de vacaciones estáticas, y las cosas que antes
disfrutara armoniosamente, casi de forma espontanea, iban

83
cayendo ahora como sentidos agotados que no podría
volver a vivir en su placer. Paradójicamente ellos mismos
se fueron ordenando, categorizando, sabiendo de una
manera más redundante e hipócrita, que lo dejaban en un
total desgano. Luego de oír la voz de los niños (porque
aunque todos y cada uno de ellos habían hablado, y sería
más correcto decir “las voces”, Raúl sabía que en verdad
era una sola voz, con sus distintas modulaciones, la que
ahora le repetía graciosamente “parado”) todo cayó, vino a
volcarse en un continuo de actos acabados y absorbidos en
sí mismos. Desde la parodia de la lente de contacto,
pasando por la escucha indiscreta, la caminata, el regocijo
de escalar la alfombra, la brevedad de sus relaciones con
esa gente, hasta los niños, todo se había convertido en un
ánimo inútil.
Ya no se explicaba el por qué de esa certeza que se
le presentaba como un divino motivo: disfrutar del
instante sublime del ahora, que antecede a cualquier
después, e inclusive a “ahoras” posteriores, pues es un
instante único e irrepetible como lo son todos los instantes,
digno de ser vivido en forma extrema.
Y ahora toda esa palabrería parecía más el vómito
de un lógico descompuesto, que el placer del sin sentido.
Raúl entonces se supo atrapado casi como una cosa
boba. Supo que lo había estado desde el comienzo, pero lo
más terrible era, ahora que se imponía ese orden, saber que
lo había aceptado. ¿A quién echarle la culpa? ¿A qué echar
culpa? Esa potencialidad maravillosa de su decisión caía
ahora como la estupidez más inservible del mundo, que
inclusive no podía disfrutar en su carácter de estupidez.
 ¿Y cuáles serían las causas si no se encontrara
atontado?
 Simplemente no las hallaría.

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 ¿Entonces no habría posibilidad de pensar esta
total explicación y orden como el verdadero sin sentido?
 ¡Pues claro! Si siempre fue así.
 ¿Entonces antes no era libre en su éxito
espontaneo de la decisión tomada?
 No, no... fue entonces cuando más clausurado se
halló.
 ¿Pero es que no hay libertad en la aceptación de
la clausura?
 Supongo, cierto alivio, pero más allá, el
posesionamiento de no comprender; donde las luces no se
explican en lo iluminado; ni la alfombra en su cubrir del
anverso y mostrar del reverso (o viceversa o versavice); ni
el idioma en su expresión repleta de bocas; ni las
vacaciones en su opacidad exacta del condicionar un
tiempo, un lugar, al que arribamos credos de que
descansaremos. Allí donde arribamos, donde todo cae
como necesario inalcanzable de descanso, allí Raúl se
encontró de pronto como arribado él por el fenómeno, y
supo por suerte que nunca más pasaría unas vacaciones
tan increíbles como estas.

85
86
Libélulo

Libélulo compró entonces, para escuchar, una


mampara en forma de tímpano, con la que atemorizaba al
entrar por las libustrinas. Libélulo se convirtió en un
maestro de tal arte, que encerrado de artificios y retórica
supo atestar a todos.
Y no lo digo solo por Libélulo, pobre, ¿cómo
culparlo solo a él? En verdad todo ese desastre lo
fomentaba la Sociedad de Productos Esotéricos, o sea, la S.
de P. Eso., o S. de P. (Pelolargo, Pelotudón, etc.); que al fin
de cuentas habían hecho cosas como la ganzúa portátil, ya
archi conocida por todos; o la escuadra flúo; y claro,
también la mampara en forma de tímpano.
Bien, la utilidad de este producto no se lo podría
uno figurar. Una mampara sí, en forma de tímpano quizás
también, pero que eso se lo use para adentrarse en las
libustrinas, y bue… Libélulo era así, no había mucha vuelta
que darle. Aparte, estaba como seducido por la S. de P.,
como todos ¿no?, como todos.
Sí, la S. de P. nos tiene un poco atrapados a todos.
Recuerdo que ya mi hermano le había comprado a la
misma compañía los “Sí monqui”, y que eran
maravillosos. Yo en realidad entré por el yo-yo, luego el
tiqui-taca, luego pasé al yo-yo, para terminar por fin en el
tiqui-taca. Y sí, cada dos años (tiempo que se necesita para
que un infante olvide todo) se lanza de vuelta el síndrome
yo-tiqui o yo-taca, con sus auspiciantes de chaquetas

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coloradas, y siempre un oriental que le da un toque de
inteligencia a lo que debería ser un juego y que se
convertía en un arte. Yo no estuve en la época en que la S.
de P. inventó el globo incendiario para competir con el
barrilete; pero ahora me cuenta mi sobrino que esta misma
compañía ya está por largar el barrilete con control remoto,
y bue…
La cosa es que para algo sirven todas esas cosas en
la infancia, pero Libélulo ya estaba grande para esas
payasadas de la mampara y la libustrina.
Como dije Libélulo estaba en las mismas
condiciones que nosotros con la S. de P. Ellos inventan esas
fantásticas cosas que, más que por su utilidad material,
nos hacen hablar de la imaginación. Cosa curiosa, y claro,
para destacar, es que la imaginación para esta gente es más
bien un trabajo de fabricantes. Parecería como si todo
surgiera de compartir sueños con el prójimo, de a grandes
racimos, y de todo entre todos. Como una necesidad de
economizar sueños y de analogar disfrutes. Pero es que en
esas mentes no hay una que se hace millones, sino más
bien el proceso inverso. Las explicaciones de esos juegos
son innecesarias, y a decir verdad distraen al juego, pues
todos ya sabemos qué hay que hacer cuando aparece un
producto de la S. de P. en nuestras manos. Instintivamente
sabemos lo que se necesita; primero se sale a consumir, y
una vez que todo el mercado está agotado y como excitado
de ventas y ventas que no alcanzan, el producto cae en el
desprestigio y en su eliminación. Ya no habrá más el
sonido torturante de un niño tiqui-taca, o las piolas no se
retorcerán más en el yo-yo, la escuadra flúo quedará en un
rincón de la biblioteca donde solo molestará por unas
horas en la noche, los globos incendiarios no llenarán más
el aire con sus humos, y bue, la S. de P. comenzará a

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buscar a esos imaginativos que siempre los hay para la
fábrica de los sueños entretenidos.
¿Pero qué pasó con la mampara en forma de
tímpano de Libélulo? Es muy provechoso hablar de la
experiencia de este hombre con su juego de susto; porque
como dijimos lo usaba para atemorizar entre las
libustrinas.
Era gracioso por ejemplo verlo llegar al parque
llevando la mampara en forma de tímpano. Las primeras
impresiones eran de asombro y hasta de entusiasmo. No
sé, los niños pensarían que quizás se iba a montar una
obra de títeres o algo así, y que la mampara pedía que se
escuchara. O quizás las parejas lo veían como un posible
exhibicionista, pues no era a decir verdad muy sigiloso
cuando aparecía con la mampara entrometiéndose en las
libustrinas. El pobre tenía bastantes complicaciones para
hacer pasar su cuerpo por la libustrina, y encima llevando
la mampara, uf, para qué contarlo. Aunque a decir verdad
la forma de tímpano lo ayudaba un poco para revolcarse
dentro de la libustrina, cuando se zambullía en ella y las
ramitas y demás lo dejaban como una mosca en una tela
de araña… claro, una mosca que llevase una mampara en
forma de tímpano también.
Una rama en un ojo, otra en la rodilla, otra que le
atravesaba por aquí, y otra que lo llevaba al hospital
seguro para su posible saneamiento.
Tardaban en despegarlo de la libustrina, pero
siempre lo lograban. Después venía la semana de
internación, las visitas, de los parientes atónitos, el trato
con las enfermeras y los médicos preguntando por la salud
y la mampara en forma de tímpano.

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Por ahí Rosalía, la ex de Libélulo, que lo conocía y
lo quería bien, viniendo a cuidar a un Libélulo con suero y
sonrisa, pero más allá de eso no pasaba.
La mano de Rosalía que se aferraba a la de Libélulo
con cables, y bue… esperar que despierte para que no lo
hagas más, que un día te vas a lastimar en serio, que los
doctores te piden que por lo menos cierres los ojos cuando
te tirás a la libustrina, o que lo hagas vestido, sí, vestido
viste, porque así por lo menos alguna ramita no se incrusta
tanto.
Y Libélulo siempre igual, qué dijo, que qué dijeron,
que qué… y Rosalía solo le acaricia la mano y mueve la
boca, la mueve como masticando algo, algo que no sale y
es impreciso. Una boca llena de dientes y esa lengua que
baila y baila. Una boca llena, llenísima de silencio, el
mismo que escucha Libélulo que es el mismo al que
escucha usted cuando lee esto, el mismo. Entonces serán
dos sonrisas, porque no hay quién pueda animarse a dar
explicaciones sobre eso que es tan increíble como una
mampara en forma de tímpano para tratar de escuchar, y
todo eso es un invento de la S. de P. que todavía siguen
creyendo que fabrican sueños.

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INDICE

Primera parte: Dalí Salvador. (Cuentos sobre las pinturas


de Dalí.)

- Fantasías Diurnas
- El Hombre Invisible
- La Metamorfosis de Narciso
- El Espectro del Sex Appeal
- Gala and the Angelus of Millet Immediately
precending the Arrival of the Conic Anamorphoses
- The Anthropomorphic Cabinet
- The great Paranoiac
- Nature Morte Vivante (Still Life-Fast Moving)
- “The Poetry of America”or “The Cosmic Athletes”

Segunda parte: cuentos con títulos de enciclopedia

- La biblioteca de Charles Towneley en Park Street


- Sflap
- Las cosillas que existen
- Re-cuerdos
- Lete
- Ayer dije hoy
- En el pasillo
- Libélulo

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