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La concepción de Tarteso de Ricardo Olmos

Sebastián Celestino Pérez


Instituto de Arqueología de Mérida, CSIC - GOBEX

El raudal de trabajos que se han llevado a cabo sobre Tarteso en la última década ha supuesto un
sensible avance en el conocimiento de su cultura gracias, principalmente, a los nuevos y significativos ha-
llazgos arqueológicos y a los estudios territoriales llevados a cabo en su entorno geográfico, pero también
a los renovados análisis de cualquiera de las facetas que caracterizan su cultura, lo que ha favorecido la
profusión de reuniones científicas y ediciones. Estos años de febril actividad sobre Tarteso han coincidido
con la dirección de Ricardo Olmos en la Escuela de Roma, si bien es verdad que ya con anterioridad su in-
tensa actividad arqueológica estaba especialmente centrada en el estudio de la iconografía ibérica que tan
buenos frutos ha dado. Sin embargo, R. Olmos no fue ajeno al problema de Tarteso, al que dedicó varios
trabajos en un momento en los que aun se tenía un parco conocimiento de su cultura; además, lo hizo
desde la vertiente griega del problema, en un momento en el que imperaba el “pansemitismo” de lo feni-
cio, y a través de dos objetos que procedían del área periférica de Tarteso, lo que aprovechó para reivindicar
también la importancia de la expansión de la cultura tartésica hacia el interior, una apreciación práctica-
mente inédita en aquellos momentos que se vio revalidada poco después gracias a los resultados que Al-
magro Gorbea estaba logrando en la necrópolis de Medellín o por el magnífico hallazgo y divulgación que
Maluquer estaba haciendo del santuario de Cancho Roano, al que Olmos le dedicó no pocas menciones.
Sus trabajos sobre la copa ática de figuras negras o kylix de Medellín1 y el Sileno simposiasta de
Capilla (Badajoz)2 fueron las primeras aproximaciones al problema de Tarteso y a la interacción cultural
de colonizadores e indígenas a través de la plástica de estilo orientalizante, donde ponía el acento en la
determinante influencia de la iconografía griega e itálica, respectivamente, en la configuración del arte
tartésico de esa periferia geográfica, donde además observaba la influencia del comercio de samios y fo-
ceos, bien documentado en Huelva pocos años más tarde gracias a una serie de trabajos de gran impacto
arqueológico en los que también participó activamente3. En su lectura sobre la copa de Medellín introdu-
ce una idea, sin duda sugerente, según la cual la aceptación de la kylix, y en concreto la asimilación de
Zeus portando los rayos como dios de la tormenta, expresaría un signo de asimilación por parte de los
indígenas que se vería refrendado por la entonces reciente publicación del guerrero de Medina de las To-
rres4, también procedente de Badajoz, que según Olmos podría representar una derivación del dios hitita
de la tormenta Tashub, un antecedente del Zeus tonante, y que bien podría enlazar con las numerosas
representaciones de reshef aparecidos en Cádiz y Huelva, también portadores del rayo; la diferencia, y la

1 Olmos 1976.
2 Olmos 1977.
3 Cabrera 1985, 1987, 1989; Olmos y Cabrera 1985.
4 Blázquez 1976.

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importancia, residía en que si bien éstos son de un genuino estilo oriental, la escultura de Medina de las
Torres, además de más moderna, conserva rasgos de un claro indigenismo.
Como es lógico, la mayor parte de sus aproximaciones a la cultura tartésica las hizo desde el aná-
lisis iconográfico y simbólico, y especialmente a través de los cada vez más numerosos objetos de bronce
encontrados en el suroeste peninsular, ya fueran hallazgos fuera de contexto, como el que dedica al casco
griego de Huelva5, o bien procedentes de algunas conocidas tumbas excavadas en las décadas anteriores6.
Pero ya con anterioridad había realizado trabajos sobre iconografía inspirándose en escenas relacionadas
con el vino y la danza, y no son pocas las ocasiones que ha disertado sobre el simposio griego y la icono-
grafía del vino, lo que me ha dado la oportunidad de compartir con él algunos foros en torno a este tema,
sobre el que siempre defendía la autoría fenicia en la introducción del vino en nuestra península7.
La primera aproximación al problema de Tartessos y más en concreto a su formación como cul-
tura, lo hace en colaboración con M. Fernández Miranda aprovechando la publicación de las ruedas de
carro aparecidas en Toya, donde hacen una completo análisis de los carros prehistóricos representados en
las estelas de guerrero8. La base de su argumentación parte de la representación de la estela de Ategua y,
por extensión, de todos los carros de las estelas, que relacionan con los carros que utilizaban los atenien-
ses en época geométrica, como se refleja en el vaso del Dipylon, lo que acercaría estas representaciones
de las estelas al siglo viii a.C., a la vez que les sirve para relacionar la escena de Ategua con las representa-
ciones funerarias de diferentes vasos de esa época, asumiendo así la hipótesis lanzada por Bendala años
antes9. También relacionan iconográficamente el carrito de Mérida con ambientes fenicios antiguos, por
lo que proponen una fecha en torno al siglo vii a.C. para esta pieza, si bien lo más interesante es que ya
abordan a través del carro de Mérida la expansión septentrional a través de Extremadura del hinterland
tartésico de Andalucía Occidental10. No obstante, y tras reconocer la mayor antigüedad de las estelas de
guerrero, proponen una derivación de los carros representados en las estelas de los prototipos micénicos,
con claras connotaciones funerarias también, pero datados a partir del siglo x a.C.
Tal vez su trabajo más elaborado y novedoso sobre el tema tartésico es el que publica en el volu-
men dedicado a Siret11, una base argumental sobre la que desarrollará en el futuro otros artículos, entre los
que destaca especialmente el incluido en el monográfico sobre Tartessos coordinado por Mª. E. Aubet12.
Olmos reivindica una vez más la que denomina “arqueología filológica”, amparándose ahora en los avan-
ces que se estaban produciendo tras los hallazgos griegos de Huelva, que según él se corresponderían con
los testimonios de Herodoto y que coincidirían en el tiempo con la talasocracia focea de entre fines del
siglo vii y principios del vi a.C. Por lo tanto, foceos y samios serían quienes se establecerían en Huelva y
comerciarían con Tarteso, levantando puntos de “emporia” y almacenes portuarios que, como en el pasaje
homérico, funcionarían no sólo como lugares de comercio, sino también de interacción cultural con los
indígenas; así, liga estrechamente el auge y la decadencia de Tarteso a la actividad de los foceos, resumida
en la dialéctica entre la demanda y la oferta de la plata entre Oriente y Occidente. A partir del siglo vi a.C.,

5 Olmos 1988.
6 Olmos 1992.
7 Olmos 1984; Olmos y Sánchez 1995.
8 Fernández Miranda y Olmos 1986.
9 Bendala 1977.
10 Fernández Miranda y Olmos 1986, 123.
11 Olmos 1986.
12 Olmos 1989.

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Fig. 1. Cinturón de Aliseda, Cáceres. Museo Arqueológico Nacional de Madrid.

coincidiendo con la práctica ausencia de cerámica griega en Huelva, será Gadir quien regule en exclusiva
el comercio de todo el sur peninsular con Grecia y Oriente, seguramente como consecuencia de la firma
del tratado entre Roma y Cartago del 509; pero Olmos concibe un Gadir helenizado, lo que justificaría
la edificación y el programa político desarrollado por Herakleion gaditano. Cádiz, en definitiva, sería la
responsable del eclipse de Tarteso. Por último, introduce una idea que permite replantear la visión histó-
rica de Argantonio, el legendario rey de Tarteso, pues aunque no duda de la raíz celta del nombre, llama
la atención sobre la posibilidad de que su identidad étnica no concuerde con su nombre, algo que no es
extraño en la tradición griega de adjudicar nombres a los reyes bárbaros.
En su razonamiento sobre Tarteso desde el campo filológico dedica en los dos trabajos anterior-
mente mencionados un exhaustivo análisis del viaje de Coleo de Samos relatado por Herodoto. En función
a este texto, al que le da validez histórica, concluye que Huelva no aporta materiales griegos anteriores a la
primera mitad del siglo vii a.C., pues cree que las ánforas SOS aparecidas en algunos yacimientos de la ciu-
dad debieron haber sido comercializadas por los fenicios; por lo tanto, no valora en exceso la importancia
que debió desempeñar el comercio foceo en el cambio de las estructuras económicas tartésicas, en contra
de lo que algunos defendían en esos momentos13; es más, sugiere que en gran medida los foceos repitie-
ron en Tarteso un esquema comercial que ya habría sido prefigurado por los fenicios14. Al mismo tiempo,
defiende que la introducción en el sur peninsular de algunos productos típicamente mediterráneos como
el vino o el aceite se debe a la presencia fenicia o incluso etrusca para la zona costera oriental, pero nunca
a los foceos. Para justificar la presencia de productos foceos en Huelva, acude a los ejemplos de Tell Sukas
o Al-Mina, ya propuestos por Maluquer para justificar el santuario de Cancho Roano15, dos zonas abiertas
donde confluían intereses fenicios y griegos y donde se justifica el sincretismo religioso que surgió y se
expandió por buena parte del Mediterráneo, donde Huelva y sobre todo Cádiz no sería una excepción16; así,

13 Fernández Jurado 1986.


14 Olmos 1986, 591.
15 Maluquer 1983, 132-139.
16 Marín 2011.

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podría entenderse la asociación de Melqart/Herakles o de


Astarté/Afrodita, también asimilada a la Lux Divina, una
divinidad que habría sido venerada en todo el sur penin-
sular y cuya huella podemos seguir a través del yacimiento
de la Algaida, recientemente reinterpretado17. Por último, y
para reivindicar la importancia de las fuentes filológicas en
la interpretación de Tarteso, pocos años después dedicará
un trabajo a la historiografía tartésica de la primera mitad
del siglo xx, centrando su disertación en Schulten.
Su último acercamiento a Tarteso lo hace, como
no podía ser otra manera, a través de la imagen, en esta
ocasión aprovechando la publicación de las magníficas ce-
rámicas pintadas del museo de Cabra18. Los motivos fan-
tásticos de estas cerámicas le sirven para hacer una exce-
lente y detallada descripción del cinturón de Aliseda (Fig.
1), donde se representa de forma reiterada la lucha del hé-
roe y el león; una escena que Olmos interpreta como un
diálogo entre el personaje individual y poderoso y su in-
terlocutor divino. Rosetas, palmetas y flores de loto com-
Fig. 2. Dama de Galera. Museo Arqueológico
pletan la decoración, lo que le lleva defender la relación Nacional de Madrid.
inherente y prolífica de la producción fenicia en Tarteso,
haciendo hincapié en la dificultad que existe para concre-
tar la responsabilidad de sus artistas, si bien opta por atribuir estos objetos a artesanos de raigambre
fenicia cuyo taller se ubicaría en un lugar indeterminado del occidente peninsular, una idea que ha sido
tratada por varios autores19. Pero no todas las imágenes que nos trajeron los navegantes fenicios tienen
que ver con héroes, dioses amenazantes o monstruos, sino que también introdujeron una iconografía de
la mujer que no por escasa deja de ser ilustrativa, y en este sentido Olmos se adentra en las representacio-
nes de la Astarté de bronce del Carambolo y la Dama sedente de alabastro de Galera (Fig. 2), dos ejemplos
señeros de la imagen de la diosa desnuda y la diosa vestida, respectivamente; una demostración sublime
de su carácter sagrado que propicia riqueza y fecundidad entre sus gentes.
Uno de los yacimientos que más llamaron la atención de Olmos fue Cancho Roano; de hecho,
él fue quien siendo director de la revista en esos momentos me propuso publicar en Archivo Español de
Arqueología un artículo sobre la primera ofrenda exhumada en una de las “capillas” laterales del san-
tuario. Su interés por la evolución de los estudios en el yacimiento nunca cesó y no han sido pocas las
observaciones que he tenido en cuenta a la hora de elaborar los diferentes trabajos. Había sintonía en la
interpretación del lugar, pues siempre ha considerado que sin duda se trataba de un santuario, un lugar
destinado a realizar ofrendas religiosas donde el ritual estaría muy relacionado con el fuego y el sacrificios
de caballos20. Precisamente, por esa presencia del caballo –y hay que tener en cuenta que sólo se conocían

17 López y Ruíz 2010.


18 Olmos 2003.
19 Perea 1991; Celestino y Blanco 2006, 85.
20 Fernández Miranda y Olmos, 1986, 154.

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algunos elementos de adorno de arneses y no los sacrificios de caballos que se documentaron en el foso
muchos años después– piensan que el edificio podría estar inspirado en los altares griegos, y además en
un momento, a finales del siglo v o principios del iv a.C. a tenor de las cerámicas áticas halladas en el
lugar, en que la helenización del mundo indígena del suroeste, tras la desmembración de Tarteso, parece
un hecho incuestionable.

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