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Javier Fernández Sebastián

(Director)

Diccionario político y social


del mundo iberoamericano
La era de las revoluciones, 1750-1850

[Iberconceptos-I]

Editores

Cristóbal Aljovín de Losada


João Feres Júnior
Javier Fernández Sebastián
Fátima Sá e Melo Ferreira
Noemí Goldman
Carole Leal Curiel
Georges Lomné
José M. Portillo Valdés
Isabel Torres Dujisin
Fabio Wasserman
Guillermo Zermeño

Fundación Carolina
Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales
Centro de Estudios Políticos y Constitucionales
Madrid, 2009
Legitimidad y deliberación: el concepto
de opinión pública en Iberoamérica, 1750-1850

Noemí Goldman

Introducción

E
ste ensayo se propone realizar una reflexión comparativa de la evolución
semántica del concepto de «opinión pública» en Iberoamérica desde sus
primeras apariciones hasta mediados del siglo xix. Este texto ha sido elabo-
rado a partir de los estudios sobre el concepto realizados por los siguientes auto-
res: Noemí Goldman y Alejandra Pasino (Argentina-Río de la Plata), Lúcia Ma-
ria Bastos P. Neves (Brasil), Gonzalo Piwonka Figueroa (Chile), Isidro Vanegas
(Colombia-Nueva Granada), Javier Fernández Sebastián (España), Eugenia Rol-
dán Vera (México), Joëlle Chassin (Perú), Ana Cristina Araújo (Portugal) y Co-
lette Capriles (Venezuela). La perspectiva que adoptaremos no será la de evaluar
los grados de «modernidad» de sus formulaciones, sino la de describir las cons-
trucciones conceptuales en las que aparece el término, sus modulaciones semán-
ticas, sus usos retóricos y sus valores, así como de explicar a qué situaciones his-
tóricas correspondieron las diversas y cambiantes funciones que cumplió la
opinión pública en el mundo hispano-luso a lo largo de casi un siglo. Veremos
cómo la difusión de la voz no provino de una simple adaptación de uno de los
conceptos centrales de la modernidad política sino de una elaboración colectiva
con múltiples apropiaciones, usos y reflexiones realizados por variados actores a
ambos lados del Atlántico.
Los estudios sobre la difusión del concepto de opinión pública como nuevo
principio de legitimación política, que inició su trayectoria con la grave crisis que
sacudió al conjunto del Atlántico hispano-luso durante las invasiones francesas,
la libertad de imprenta y las nuevas formas de sociabilidad, son relativamente
nuevos. Al mismo tiempo que estas investigaciones se inspiraron en el modelo
clásico de Habermas –junto al de otros distinguidos autores1– han llamado la

1
  Reinhart Koselleck, Crítica y crisis del mundo burgués, Madrid, Rialp, 1965, 1ª ed. en
alemán 1959; Jürgen Habermas, Historia y crítica de la opinión pública, Barcelona, Península,
1981, 1ª ed. en alemán 1962; Keith Michael Baker, Au tribunal del l’opinion. Essais sur
l’imaginaire politique au xviiie siècle, París, Payot, 1993, 1ª ed. en inglés 1990; Baker, «‘L’espace
public’, 30 ans après»: Quaderni, nº 18, París, 1992, pp. 161-191; Roger Chartier, Espacio

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Diccionario político y social del mundo iberoamericano

atención sobre la operatividad del concepto de «esfera pública» para el mundo


hispano-luso, después de comprobar que en América existieron, durante la pri-
mera mitad del siglo xix, una pluralidad de «espacios públicos» (la calle, la plaza,
el café, la imprenta, el Congreso, etc.), así como una pluralidad de antiguas for-
mas de comunicación y circulación2. Asimismo, una nueva reflexión sobre la cir-
culación del concepto en Hispanoamérica advierte sobre la necesidad de tomar
distancia de las rígidas clasificaciones dicotómicas de «tradicional» o «moderno»,
para privilegiar una aproximación atenta a las contradicciones inherentes a la pro-
pia conceptualización del término con relación a sus componentes semánticos3.
Un jalón en el análisis comparativo de la evolución semántica de la «opinión pú-
blica» lo marca un estudio sobre el advenimiento, el apogeo y la crisis del concep-
to en América y Europa, en el que se nos presenta una nueva visión, a la vez pa-

público, crítica y desacralización en el siglo xviii. Los orígenes culturales de la Revolución Fran-
cesa, Barcelona, Gedisa, 1995, 1ª ed. en francés 1990.
2
  Cuestión planteada con claridad en la introducción al libro de François-Xavier Guerra
y Annick Lempérière eds., Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y problemas,
siglos xviii-xix, México DF, Fondo de Cultura Económica, 1998. Además, entre los más im-
portantes trabajos sobre el concepto de «opinión pública» en el ámbito iberoamericano, véan-
se: Ana Cristina Araújo, A cultura das Luzes em Portugal. Temas e problemas, Lisboa, Livros
Horizonte, 2003; Lúcia Maria Bastos P. das Neves, «Leitura e leitores no Brasil, 1820-1822. O
esboço frustrado de uma esfera pública de poder» en Acervo, nº 8, 1-2, 1995, pp. 123-138; Ig-
nacio Fernández Sarasola, «Opinión pública y ‘libertades de expresión’ en el constituciona-
lismo español, 1726-1845» en Giornale di Storia Costituzionale, nº 6, 2003, pp. 195-215; Javier
Fernández Sebastián, «Opinión pública»: Javier Fernández Sebastián y Juan Francisco
Fuentes dirs., Diccionario político y social del siglo xix español, Madrid, Alianza, 2002, pp.
477-486; Javier Fernández Sebastián, «El imperio de la opinión pública según Flórez Estra-
da» en Joaquín Varela Suanzes-Carpegna coord., Álvaro Flórez Estrada, 1766-1853. Políti-
ca, Economía, Sociedad, Oviedo, Junta General del Principado de Asturias, 2004, pp. 335-398;
Noemí Goldman, «Libertad de imprenta, opinión pública y debate constitucional en el Río de
la Plata, 1810-1827» en Prismas. Revista de historia intelectual, nº 4, 2000, pp. 9-20; Pilar Gon-
zález Bernaldo de Quirós, «Literatura injuriosa y opinión pública en Santiago de Chile
durante la primera mitad del siglo xix» en Estudios Públicos, nº 76, 1999, pp. 233-262; Annick
Lempérière, «Versiones encontradas del concepto de opinión pública. México, primera mitad
del siglo xix» en Historia contemporánea, nº 27, México DF, 2004, pp. 565-580; Claude
Morange, «Opinión pública. Cara y cruz del concepto en el primer liberalismo español» en
Juan Francisco Fuentes y Lluis Roura eds., Sociabilidad y liberalismo en la España del siglo
xix. Homenaje al profesor Alberto Gil Novales, Lérida, Milenio, 2001, pp. 117-145; Marco
Morel, As transformações dos Espaços Públicos. Imprensa, atores políticos e sociabilidades na
cidade Imperial, 1820-1840, São Paulo, Hucitec, 2005; Jorge Myers, Orden y Virtud. El discur-
so republicano en el régimen rosista, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1995;
idem, «Las paradojas de la opinión. El discurso político rivadaviano y polos. El ‘gobierno de
las luces’ y ‘la opinión pública, reina del mundo’», en Hilda Sabato y Alberto Lettieri, co-
ords., La vida política en la Argentina del siglo xix. Armas, votos y voces, Buenos Aires, Fondo
de Cultura Económica, 2003, pp. 75-95; Rodolfo Enrique Ramírez, «La querella de la opinión.
Articulación de la opinión pública en Venezuela, 1812-1821», en Boletín de la Academia Na-
cional de la Historia, nº 353, 2006, pp. 135-161; José Tengarrinha, Imprensa e Opinião Públi-
ca em Portugal, Coimbra, Minerva, 2006.
3
  Elías J. Palti, El tiempo de la política. El siglo xix reconsiderado, Buenos Aires, Siglo
XXI, 2007, pp. 161-202.

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Noemí Goldman Opinión Pública – Introducción

norámica y «situada» del polisémico y controvertido itinerario de la opinión


pública, que enlaza al Viejo con el Nuevo Mundo4.
Una primera aproximación a la evolución semántica del concepto de opi-
nión pública sugiere la necesidad de adoptar –en las siguientes páginas– un or-
denamiento cronológico, que no presume, sin embargo, un desarrollo progre-
sivo del mismo. Por el contrario, veremos cómo en cada etapa se superponen,
solapan y coexisten diversos significados en relación con los cambiantes con-
textos históricos de cada uno de los espacios territoriales que integran el gran
conjunto hispano-luso. También es evidente que durante gran parte del periodo
los casos que analizaremos formaban parte de unidades mayores (reinos, virrei-
natos, capitanías, provincias) de las que se fueron desprendiendo, para, en algu-
nos casos, integrarse en otras; de modo que si abordamos el concepto en su
propia temporalidad, se pueden establecer cuatro momentos generales de coin-
cidencia entre los textos.
La primera etapa cubre, en particular, el último cuarto del siglo xviii, para la
cual se analizará el léxico de «público» y «opinión», y se señalarán los primeros
empleos de «opinión pública». La segunda etapa, entre 1807 y 1814, se corres-
ponde con la crisis peninsular, las invasiones francesas y el inicio de las revolucio-
nes hispánicas y luso-brasileñas; es en estos años en que se difunde el concepto
moderno de opinión pública, y se pueden datar sus primeros usos políticos, así
como describir el juego entre el contenido idealizado del concepto y sus empleos
polivalentes. En el tercer momento, entre 1814 y 1830, se afirma la vinculación
del concepto con los primeros ensayos representativos y constitucionales, y se
precisan sus sentidos. A partir de 1830 y entrando a 1840 son claros los intentos
de resemantización del término. Una vez concluidas las guerras de independen-
cia, y ante el fracaso o las dificultades para consolidar regímenes constitucionales,
o los esfuerzos por estabilizar los nuevos regímenes, las luchas entre «partidos» o
«facciones» incrementan el uso de los recursos retóricos para redefinir el concep-
to en función de ciertos fines. En esta etapa se prestará especial atención a las lí-
neas generales de concordancia y discordancia en las disputas políticas, así como
a los usos pragmáticos.

El léxico de «opinión» y «público»

Antes de que el uso del sintagma «opinión pública» se difunda en el Atlántico


ibérico –en la Península en el último cuarto del siglo xviii y en América a princi-
pios de 1800–, se registran a ambos lados del Atlántico empleos similares de «pú-
blico» y de «opinión». En España la expresión opinión pública, aunque se com-

4
  Javier Fernández Sebastián, «Le concept d’opinion publique, un enjeu politique euro-
américain, 1750-1850», en Javier Fernández Sebastián y Joëlle Chassin coords., L’avènement
de l’opinion publique. Europe et Amérique, xviii-xix siècles, París, Editions L’Harmattan, 2004,
pp. 9-29.

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Diccionario político y social del mundo iberoamericano

prueba en los escritos de importantes autores como Jovellanos, Cabarrús o


Foronda, es todavía rara y de valoración ambivalente hacia fines del setecientos.
Los viejos significados morales de «opinión», vinculados con la honra y la esti-
mación, siguen gravitando en numerosos escritos que se ocupan de asuntos jurí-
dicos y políticos en esos años.
Por cierto, en el Diccionario de la Lengua Castellana de la Real Academia
Española (1726) se distingue «Opinión: Dictamen, sentir o juicio que se forma de
alguna cosa, habiendo razón para lo contrario», de «Público», que «[s]e aplica a
la potestad, jurisdicción y autoridad para hacer alguna cosa, como contrapuesto a
privado». La «opinión» puede ser tanto una creencia falsa o supersticiosa como
una impresión individual acerca de alguna cosa que se vincula también con la
buena o mala fama del vecino. En Portugal el monumental Vocabulario Portu-
guês y Latino (8 vols., 1712-1721, 2 suplementos más 1727-1728) de Raphael Blu-
teau (1638-1734) recoge un sentido similar al segundo uso léxico hispánico cuan-
do se refiere a «opinión» como «o que se entende e se julga de alguma coisa,
conforme noticias que ce têm» (1727); sentido que es retomado por Antonio de
Moraes Silva (1755-1824), natural de Brasil, en su Diccionario da lengua portu-
guesa, composto pelo padre D. Raphael Bluteau, reformado e acrescentado (1789).
Por otra parte, «público» como sustantivo formaba parte de la célebre trilogía
hispánica «Dios, el Rey y el Público» y se usaba frecuentemente como sinónimo
de «república» o de «vecinos» en las actas capitulares, y en vinculación con el
buen gobierno y la política cristiana5.
Ahora bien, en España en el último cuarto del siglo xviii, los usos del sintag-
ma «opinión pública» que se registran ya empiezan a asociarse con el surgimiento
de una instancia superior de juicio público. Cabarrús afirma, por ejemplo, que el
nacimiento de un «público ilustrado», con base en las «sociedades económicas de
amigos del país», otorga un lugar de preeminencia al respetable «tribunal de la
opinión pública» como instancia superior a «todas las jerarquías», a quienes juzga
con total imparcialidad. En Portugal durante los años del absolutismo ilustrado
(1759-1772), se asiste a un cambio en la actitud de las élites ilustradas, quienes
promueven una «racionável tolerância dos soberanos e dos governos» hacia la
imprenta, las academias, los teatros y las sociedades literarias. Hacia fines del si-
glo xviii surgen, en los escritos de los letrados, los primeros enunciados que en-
fatizan la función directriz de las élites respecto a la «opinión pública» dentro de
una clara distinción entre «público» y «povo».
En la América hispana el cambio en este sentido es más lento, pues es muy
escaso el empleo de la voz «opinión pública» en la naciente prensa periódica ilus-

5
  Un estudio pionero sobre estas vinculaciones lo constituye el ensayo de Annick Lempé-
rière, «República y publicidad a finales del Antiguo Régimen, Nueva España»: François-Xa-
vier Guerra y Annick Lempérière eds., Los espacios públicos (nota 2), pp. 54-79. La autora
advierte, con relación a la no desdeñable pervivencia del ideal del público, que «el liberalismo,
de buen o mal grado, tuvo que tener en cuenta esta herencia, y su cultura política conservó a lo
largo del siglo xix referencias insistentes a la moral, a la virtud y a las buenas costumbres»,
Ibidem, p. 79.

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Noemí Goldman Opinión Pública – Introducción

trada. Sin embargo, se hace perceptible, a partir del nuevo clima de ideas inaugu-
rado por las reformas de la monarquía de los Borbones y el surgimiento de la
prensa periódica, la incorporación de una nueva acepción de «público». En efec-
to, por una parte, en varios de los primeros periódicos americanos de los últimos
años del gobierno borbónico surgen nuevos temas «públicos» vinculados a la
ciencia, a la educación, a las artes, a la economía o a la política general del reino;
por la otra, «público» como sustantivo comienza a referirse al «conjunto de lec-
tores de una publicación» o a los hombres capaces de aportar sus «luces» al
«pueblo»6; aunque cabe observar que «pueblo» sólo parece referirse en estos pa-
peles a lo que en forma muy reveladora expresa el prospecto de El Redactor Ame-
ricano de Santafé de Bogotá: «lo que fuere digno de presentarse a un Público
ilustrado, católico y de buena educación»7.

El advenimiento del concepto político de opinión pública

El sentido propiamente político de «opinión pública» surge en España y en la


América hispana con la crisis de la Monarquía, la invasión napoleónica y la sub-
siguiente ausencia de poder, aunque con un desfase de dos años: 1808 para Espa-
ña y 1810 para Hispanoamérica. La ampliación del uso político del concepto tam-
bién se observa claramente en Portugal durante el periodo de las invasiones
francesas (1807-1814). En esta crucial coyuntura de guerra contra el invasor galo,
la opinión pública se convierte en la Península en un poder «mucho más fuerte
que la autoridad malquista y los ejércitos armados», según escribe Quintana en el
prospecto del Semanario Patriótico, publicado en España en 1808. Aquí el con-
cepto parece vincularse de manera provisional, y en ausencia de una verdadera
representación, con el sujeto político «nación» para legitimar, ante las nuevas
autoridades patriotas provisionales (Junta Central y Regencia), la petición de una
urgente reunión de Cortes de todo el reino. Portugal asiste, asimismo, durante
esos años a una verdadera explosión de acciones de propaganda tendentes a escla-
recer y movilizar a la «opinión pública», que será recordado con posterioridad
como los años en que el país se habría transformado en una gran asamblea8. En
México en 1810 aparece el primer trabajo reflexivo sobre el concepto, titulado
«Ensayo sobre la opinión pública», publicado inicialmente en El Espectador Se-
villano (Sevilla, 1809) y reimpreso en la edición mexicana del mismo nombre9.
Entre 1820 y 1828 este artículo será varias veces reproducido, total o parcialmen-
te, en numerosos periódicos. En Venezuela, una comisión de la Sociedad Patrió-
tica de Caracas se presenta el 4 de julio de 1811 ante el primer Congreso reunido

6
  Véase, por ejemplo, Gazeta de México, México, 1784-1809; Correo curioso, Bogotá,
1801; Telégrafo Mercantil, Rural, Político e Histórico del Río de la Plata, Buenos Aires,
1801-1802.
7
  El Redactor americano, Bogotá, 1, 6-XII-1806.
8
  O Campeão Portuguez, Lisboa, 1822.
9
  El Espectador Sevillano, 3, México, IV-1810, pp. 78-110.

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Diccionario político y social del mundo iberoamericano

en esa ciudad, «exigiendo la declaración inmediata de la Independencia Absoluta


como opinión unánime» de la misma sociedad10. En Nueva Granada, el Cabildo
del Socorro afirma que la única autoridad que puede frenar la «barbarie» es la
«opinión pública». En la ciudad de Lima surge, entre 1811 y 1812, una prensa
clandestina –El Diario Secreto de Lima, El Peruano y el Satélite del Peruano– de
oposición al férreo dominio que sobre el Virreinato del Perú mantiene el virrey
Abascal. Dentro de la guerra de propaganda que se entabla entre estos papeles y
el virrey, El Peruano se erige en el portavoz de la «opinión pública», que se con-
cibe como una especie de «ley» identificada con la «soberanía del pueblo» que fue
depositada en las Cortes de Cádiz.
Camilo Henríquez, editor de la Aurora de Chile (1812), pronuncia el ser-
món de apertura del Congreso reunido en Santiago en julio de 1811, manifestan-
do que los pueblos aún no conocen sus verdaderos derechos e intereses porque
no se los ha ilustrado ni se ha formado, por medio de la instrucción general, «la
opinión pública». En el Río de la Plata, la creación de la primera Junta Guberna-
tiva en 1810 se acompaña de la publicación del primer periódico político, la Ga-
ceta de Buenos Aires, en la cual hace su aparición el concepto de opinión pública
en vinculación con un «delicado encargo» que, en palabras de Mariano Moreno,
el pueblo le confíe en forma provisional al nuevo gobierno. En Brasil, la impren-
ta se introduce tardíamente, en 1808, con la llegada de la familia real portuguesa,
y aunque Hipólito José da Costa, editor en Londres del Correio Braziliense
–considerado el primer periódico brasileño–, expresa que pretende ser el «pri-
meiro despertador da opinião pública», será sólo a partir de 1820, y por influjo
del movimiento liberal iniciado en la ciudad de Oporto, en Portugal, cuando se
crearán las condiciones para una mayor circulación de una literatura de circuns-
tancia (folletos, panfletos, manifiestos), en la que el sintagma opinión pública
empieza a cobrar relevancia como fuerza política, cuya eficacia resultaba del
progreso de las luces.
Es en esos años (1807-1814) en que, según nos enseñó François-Xavier Gue-
rra, se rompe el esquema de publicación del Antiguo Régimen y se asiste al sur-
gimiento de diversos folletos, hojas volantes y periódicos, alentados por los de-
cretos sobre libertad de imprenta a ambos lados del Atlántico11. En esta inédita
coyuntura la voz «opinión pública» ingresa en la publicística política con dos
acepciones: como controlador y guía de la acción de los nuevos gobiernos provi-
sionales, y como espacio libre de comunicación y discusión sobre asuntos de in-
terés común. Cabe, sin embargo, distinguir que mientras que en la península Ibé-
rica el concepto tiende a vincularse con la figura de la nación, en Hispanoamérica
la opinión pública se liga, más estrechamente en esos primeros años, con la retó-

10
  El Patriota de Venezuela, 12, 19-VII-1811 (sesión del 4 de julio); citado por Carole
Leal Curiel, «Tertulia de dos ciudades. Modernismo tardío y formas de sociabilidad política
en la provincia de Venezuela» en François-Xavier Guerra y Annick Lempérière, Los espacios
públicos (nota 2), pp. 168-195, aquí: p. 186.
11
  François-Xavier Guerra, «Voces del pueblo. Redes de comunicación y orígenes de la
opinión en el mundo hispánico, 1808-1814» en Revista de Indias, nº 225, 2002, pp. 367-384.

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Noemí Goldman Opinión Pública – Introducción

rica del pueblo/pueblos. Al mismo tiempo, un rasgo singular y persistente carac-


teriza a la voz en el mundo hispano y en el luso-brasileño: el ideal unitario. En
este sentido, la preocupación por «fijar la opinión pública» pudo identificarse con
el «clamor unánime de la nación» (España, Portugal) en reacción a las invasiones
francesas o asociarse a los conceptos polisémicos y conflictivos de «soberanía del
pueblo/pueblos» y «constitución», así como al debate sobre las formas de gobier-
no en los territorios insurgentes de América del Sur, quienes frente a la ausencia
de poder y a la retroversión de la soberanía a los pueblos ensayan en los años
subsiguientes a la crisis de 1808 diversas alternativas de recomposición del cuerpo
político hispánico que van desde la autonomía a la independencia absoluta12.
En este sentido, varios de los ensayos que sirven de base a este estudio sugie-
ren que la novedosa difusión del concepto de opinión pública en la América his-
pana coexiste con antiguas expresiones como «voz del pueblo» o «voz popular»,
dentro de una tradición de lenguaje y de prácticas de representación corporativas
frente a la autoridad que connotaban negativamente a «opinión» y a «público».
Por otra parte, el ideal unitario de la opinión pública se encuentra permanente-
mente jaqueado por la expresión de «opiniones» que no logra integrar concep-
tualmente. Esto es, el extendido uso del plural –las «opiniones»– en los años que
siguen a la crisis ibérica revela que, junto a la pervivencia de la acepción tradicio-
nal del término como un juicio errático e inseguro, surgen los «pueblos» como
sujetos de derecho capacitados para actuar soberanamente y generar «opinión»
propia sobre asuntos de interés público. El caso de Venezuela, en los debates de
su primer Congreso Constituyente (1811-1812), es en este sentido paradigmático
porque da cuenta tempranamente de varios de los significados contrapuestos del
concepto y de los dilemas que enfrenta su inserción en el debate político durante
el periodo de las guerras por la independencia y de los primeros ensayos consti-
tucionales en Hispanoamérica: en primer lugar, la cuestión del sujeto de la opi-
nión pública y de la representación; en segundo lugar, las distinciones entre la
«opinión» y las «luces» de las capitales de los virreinatos y de los «pueblos»; y, en
tercer término, las discusiones sobre el carácter de la opinión pública, como una-
nimidad o como suma de opiniones particulares13.
Sin embargo, y como lo sugiere Elías Palti, no cabría detenerse aquí en consi-
deraciones sobre el carácter «tradicional» o «moderno» del unanimismo sino con-
siderar que el mismo no es ajeno a una contradicción inherente al propio concepto

12
  José Carlos Chiaramonte, Nación y Estado en Iberoamérica. El lenguaje político en
tiempos de las independencias, Buenos Aires, Sudamericana, 2004; José M. Portillo Valdés,
Crisis atlántica. Autonomía e independencia en la crisis de la monarquía hispana, Madrid, Mar-
cial Pons, 2006.
13
  Véronique Hébrard designó como «[m]orfología de la opinión pública» a la polisemia
del concepto que se despliega en forma simétrica al vocablo «pueblo»: cuando se menciona el
término se trata de los individuos o grupos que componen el pueblo en su sentido social o de
los pueblos como unidades geo-administrativas. Véronique Hébrard, «Opinión pública y re-
presentación en el congreso constituyente de Venezuela», en François-Xavier Guerra y An-
nick Lempérière, Los espacios públicos (nota 2), pp. 196-224.

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Diccionario político y social del mundo iberoamericano

de «opinión pública» con relación a la idea de una verdad objetiva14; de modo que
es sintomática la percepción ambivalente que de los efectos de la difusión del con-
cepto tienen los líderes de las revoluciones por la independencia en América del
Sur. Bolívar reconoce el valor de la opinión pública en las repúblicas al mismo tiem-
po que –en un comentario a Santander– señala el dilema de la libertad de opinar:
«hermosa libertad de imprenta, con su escándalo, ha roto todos los velos, irritando
todas las opiniones»15. Lo cierto es que esa «aporía» constitutiva del concepto en-
cuentra tierra fértil en los discursos de los dirigentes revolucionarios de la América
hispana confrontados con la dispersión de las «opiniones» territoriales, sociales y
étnicas. Por otra parte, la repetida expresión «fijar la opinión pública» no es sólo
una respuesta a los constantes peligros que asedian a la revolución en América del
Sur, sino un tópico constitutivo del propio discurso revolucionario neogranadino.
En el Río de la Plata este ideal, que también forma parte del discurso de la revolu-
ción, aparece sin embargo más vinculado al debate sobre las formas de organización
política y al carácter de la constitución. En cualquier caso, durante las guerras de
independencia, una gran variedad de testimonios oponen la nueva época de la liber-
tad de conocer, opinar y juzgar, a los «tres siglos de oscurantismo» y de «despotis-
mo» en los que primaron el secreto y el misterio, aunque fundamentalmente como
tarea de los dirigentes revolucionarios y de los «hombres ilustrados» que deben
«formar», «ilustrar» y «dirigir» la opinión pública. En este contexto, lo que da co-
herencia y fuerza al concepto es menos su identificación con una autoridad política
abstracta y universal –aunque invocada– que su asociación con la opinión de «los
héroes» o con la palabra patriota.

«La opinión patriota es hoy el bien más estimable que todos ambicionan y dispu-
tan: los que no han llegado a merecerla por su conducta anterior, se creen desgracia-
dos; y la aflicción que sufren, es un holocausto que ofrecen a la patria en desagravio
de sus pasados yerros»16.

Aunque cabe observar que en la referencia del periódico peruano permanece


el sentido antiguo de opinión como buena fama.

14
  «[...] el sentido del unanimismo no es unívoco [...] no es en sí mismo ‘tradicional’ o
‘moderno’ [...] Su significado no puede, en fin, establecerse independientemente de la red dis-
cursiva particular en que esta se produce. Lo cierto es que el afán de unanimidad no era en
absoluto contradictorio con los imaginarios modernos. De hecho, éste formaba parte funda-
mental del concepto jurídico (‘moderno’) de la opinión pública. Como vimos, sin al menos una
instancia de Verdad, la cual es, por definición, trascendente a las opiniones, dicho concepto no
podría articularse. No obstante, es cierto aún que ésta resultaba, a la vez, destructiva de aquél.
En última instancia, la historia del concepto de opinión pública es menos la marcha tortuosa
hacia el descubrimiento de su «verdadera» noción (la que actúa como un telos hacia el cual ésta
tiende, o debería tender) que el de los diversos intentos de confrontar esta aporía constitutiva
suya, el tanteo incierto en un terreno en que no hay soluciones válidas preestablecidas»; Palti,
El tiempo (nota 3), pp. 173-174.
15
  Guillermo Hernández de Alba ed., Cartas Santander-Bolívar, Bogotá, Fundación
para la Conmemoración del Bicentenario, 1988, t. VI, p. 43.
16
  El Pacificador del Perú, Barranca, 7, 10-VI-1821.

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Noemí Goldman Opinión Pública – Introducción

Precisamente los ámbitos más relevantes de difusión del concepto en el inicio


de las revoluciones hispánicas y luso-brasileñas fueron las proclamas, la prensa pe-
riódica, las asambleas y congresos constituyentes, y los incipientes nuevos ámbitos
de sociabilidad. La prensa periódica muestra un crecimiento relativamente ascen-
dente desde 1810 en todos los casos analizados en este ensayo, pero desigual y con
avances y retrocesos. Paralelamente, las sucesivas leyes sobre libertad de imprenta
promovidas por las diversas autoridades y las discusiones sobre los «abusos» y
«controles» de esta libertad –en contextos de revolución, de guerra o de inestabili-
dad política– constituyen claros indicios del peso relativo de la libertad de «opi-
nión» en los diferentes espacios a principios del siglo xix. Las primeras leyes sobre
libertad de imprenta en el mundo hispánico son prácticamente copia textual de la
ley homóloga dictada por las Cortes de Cádiz el 10 de noviembre de 1810.
Las reformulaciones a esta ley van variando según los espacios y las vicisitudes
políticas particulares, pero por lo general conservan la censura previa de los escritos
religiosos. Se consideraba un abuso atentar contra la Religión Católica Apostólica
y Romana. «Abusos» también son considerados las «opiniones» vertidas contra las
autoridades o los particulares, y no faltan los testimonios que señalan la necesidad
de «examinar y censurar» con «respeto» a las diversas autoridades. Así, por ejem-
plo, en Nueva Granada, Santander y Bolívar cuestionan la libertad de imprenta por
considerar que «la libertad de hablar y escribir ilimitadamente» puede ser nociva a
«una república naciente»; en Chile son escasas las menciones a la opinión pública
durante el gobierno de Bernardo O’Higgins (1817-1823), y en el Río de la Plata
coexisten durante la primera década revolucionaria las disposiciones que estimulan
la libertad de imprenta, sin censura política previa, con aquellas que buscan contro-
lar los excesos en las expresiones públicas y que llegan al cierre de periódicos y al
destierro de sus editores. En el área luso-brasileña queda abolida la censura previa
de los escritos religiosos, aunque en Brasil persisten ciertas restricciones sobre es-
critos contra la Iglesia o el Trono, y en Portugal por «abuso de opinión» en materia
religiosa puede ser citado cualquier ciudadano, dentro de un Estado que consagra
la religión católica como su religión oficial. En este contexto cobran relevancia,
asimismo, los juicios por injuria amparados en las leyes sobre libertad de imprenta.
La defensa de la «fama» y el «honor» pasa a dirimirse en el espacio público donde
público y privado permanecen juntos17.

Las nuevas caras del público: modelos, publicidad y representación

En la perspectiva de una historia comparada de los conceptos, tal como inten-


tamos desarrollar en este trabajo, merece destacarse la circulación de diversas

17
  Pilar González Bernaldo de Quirós puso de relieve esta cuestión en un pertinente estu-
dio del lugar del impreso y del principio de publicidad en el Chile post-independiente para
dirimir litigios sociales, en la búsqueda de fundar sobre bases republicanas el reconocimiento
social de una antigua jerarquía. González Bernaldo, «Literatura injuriosa» (nota 2).

989
Diccionario político y social del mundo iberoamericano

versiones de un mismo artículo de base que esboza un modelo ideal de «opinión


pública». El Espectador Sevillano (Sevilla, 1809) saca a la luz un «Ensayo sobre la
opinión pública», redactado por Alberto Rodríguez de Lista y reproducido lue-
go, total o parcialmente, o con variantes, en: el Correio da Península (Portugal
1810); la edición mexicana –mencionada anteriormente– de El Espectador Sevi-
llano (México, 1810); y, entre 1820 y 1828, El Hispano-Americano constitucional,
La Sabatina Universal, la Gaceta del Gobierno de México, El Sol y El Observa-
dor de la República de México; El Español Constitucional (Londres, 1820); y El
Redactor General de España (Madrid, 1821). Si bien no nos es posible realizar
aquí un análisis comparado de las sucesivas versiones, sí deseamos señalar el es-
pecial interés que un cotejo de las mismas puede tener para una mejor compren-
sión de los fenómenos de circulación y refracción/adaptación de los conceptos
dependiendo de los contextos. Esta perspectiva nos permitiría evaluar mejor las
líneas de concordancias y discordancias en la incorporación e interpretación del
concepto en su amplia circulación por Iberoamérica.
Ahora bien, de manera provisional, y según se desprende del artículo de base
del «Ensayo» y de algunas de las versiones que circulan entre 1820 y 1830, el
modelo ideal de «opinión pública» esbozado en estos textos se ubica en un lugar
intermedio entre la enseñanza política y el poder ejecutivo: «[...] la Nación está
obligada a examinar; los sabios a proponer y discurrir; el gobierno a sancionar la
opinión pública, o a manifestar las correcciones que deben hacerse a los resulta-
dos de las discusiones»18. Así, al enlazar los dos principios fundamentales de la
administración pública –«la fuerza del gobierno» y «la libertad de los ciudada-
nos»– la opinión pública impediría tanto la licencia de los ciudadanos como la
tiranía de las autoridades. En este sentido, la opinión pública expresa «la voz ge-
neral de todo un pueblo convencido de una verdad, que ha examinado por medio
de la discusión», aunque no en forma directa sino mediada por los «sabios», cuya
función es discurrir en la prensa periódica guiados por la «razón» y la «justicia»19.
Este consensus omnium conferido a la opinión pública la constituye en «força
motriz da energia nacional»20. Pero esta elaboración «colectiva» del concepto
–que se acompaña asimismo de la difusión de los escritos de De Lolme, Necker,
Filangieri, Constant, Bentham y Daunou, entre otros publicistas– no elude la
propia indeterminación del modelo ideal, pues en su enunciación queda abierta la
fijación del momento en que la opinión llegue a ser «verdaderamente pública»21.
En efecto, un viraje en la difusión del concepto se da en todos los espacios
iberoamericanos en la década de 1820, cuando culminan las guerras por la inde-
pendencia, se ensayan los regímenes representativos o se inician nuevos perio-
dos constitucionales. En este periodo se extiende el uso del concepto y se ampli-
fican las metáforas que marcan el avance de la nueva voz como principio de

  El Espectador Sevillano, 38 y 53, X-XI-1809.


18

  Edición mexicana de El Espectador Sevillano, 3, IV-1810, pp. 78-110.


19
20
  Correio da Península, 2, 2, 1810, pp. 9-14.
21
  «Discurso sobre la opinión pública y la voluntad popular» en El Sol, México DF, 18-
VIII-1827.

990
Noemí Goldman Opinión Pública – Introducción

legitimación, que se asocia a los «gobiernos representativos», las «leyes consti-


tucionales» y «las garantías individuales»: tribunal, reina del mundo, impetuoso
torrente, espíritu del siglo, termómetro, faro, antorcha luminosa, conductor
eléctrico. En este contexto se introduce otra dimensión semántica que vincula al
concepto con la «publicidad» de todos los actos del gobierno y de las sesiones
parlamentarias como base de los gobiernos representativos. Este argumento ya
aparecía en el discurso de los representantes liberales en las Cortes de Cádiz, en
ocasión de las discusiones sobre la libertad de imprenta, pero madura en el se-
gundo periodo constitucional español (1820-1823), en el que surge una visión
–que parece estar próxima a la que tienen entonces los ideólogos y doctrinarios
franceses– que se esfuerza por distinguir la «verdadera opinión pública», como
instancia superior reguladora de las relaciones entre las clases, de la «opinión
popular». Esta distinción es también característica del discurso político portu-
gués durante el segundo periodo constitucional (1826-1828), tal como lo expresa
el escritor Almeida Garrett, para quien «o espírito público é a parte mais ou
menos activa que a classe ilustrada da nação toma no sistema geral do seu gover-
no e nos actos particulares da sua administração», que no debe ser confundido
con «a massa do povo ignorante»22.
Otra formulación característica que connota negativamente a las opiniones
populares la hallamos durante el corto periodo liberal rioplatense y en el ámbito
de la ciudad de Buenos Aires, donde en 1821 se la discute en el seno de la legisla-
tura provincial en términos semejantes. Ya en 1816 el editor rioplatense Pedro
José Agrelo definió a la «publicidad» como la libertad de

«examinar y censurar, con respeto, la conducta del gobierno, y de todos aquellos que
tienen alguna parte en la administración pública: consiste en la misma publicidad de
todas las operaciones del gobierno [...]»23.

En la legislatura bonaerense, con motivo del acalorado debate suscitado por


las oposiciones al proyecto de reforma eclesiástica, Rivadavia distingue la «opi-
nión pública», que se adquiere por «principios comunes» pero cuyos progresos no
se transmiten fácilmente, de la «opinión popular», considerada como «opiniones
bajas y degradadas»; las cuales son, a su vez, asimiladas al «público» que se encon-
traba en la barra para presionar con su presencia contra el proyecto de reforma. La
opinión pública es en este contexto la «opinión legal» de la legislatura.
Esta distinción aparece también, con variantes, en México, donde la divergen-
cia de «opiniones» lleva a los publicistas a distinguir entre la opinión pública
«verdadera» de la que no lo es. José Joaquín Fernández de Lizardi diferencia en
1823 entre dos tipos de público: el de los «legisladores» y «ministros», y el de «los
pueblos». En efecto, son numerosos los artículos en esta época que señalan con
claridad a los hombres ilustrados como los encargados de formar la opinión pú-

22
  O Portuguez, Lisboa, 10-VIII-1827.
23
  El Independiente, Buenos Aires, 27-X-1826: Biblioteca de Mayo, tomo IX, Buenos Ai-
res, Senado de la Nación, 1960, p. 7775.

991
Diccionario político y social del mundo iberoamericano

blica y de erigirse en su portavoz por medio de la prensa o de los cuerpos delibe-


rativos. En Brasil es interesante observar que durante el periodo de las Cortes de
Lisboa (1821-1822), y más adelante en las discusiones de la Asamblea Constitu-
yente Brasileña, el concepto de opinión pública, que ya se había difundido en la
prensa periódica –O Conciliador do Reino Unido, Gazeta do Rio de Janeiro, Co-
rreio do Rio de Janeiro, Revérbero Constitucional Fluminense, Macaco Brasileiro,
O Censor Brasileiro–, es concebido como «farol dos que governam e desejam
acertar»24; de manera que aun aquellos que son contrarios a la libertad de expre-
sión, utilizan el concepto en sus argumentaciones, si bien advierten sobre la nece-
saria vigilancia por parte de las autoridades ante los «escritos que se publicam
própria para producir a anarquia e a guerra civil»25. Un buen «termómetro» del
nuevo rol del término en la América portuguesa lo constituyen, ciertamente, las
proclamas del propio Pedro I en Brasil, en las que se destaca el papel que asigna a
la opinión pública como fundamento de todo gobierno legítimo:

«O governo constitucional que se não guia pela opinião pública ou que a ignora,
torna-se flagelo da humanidade. [...] A Providência concedeu-me o conhecimento
desta verdade: baseei sobre ela o meu sistema, ao qual sempre serei fiel»26.

La apropiación del moderno concepto como verdad revelada tendría clara-


mente aquí la función de proclamar/representar la unidad de la nueva nación in-
dependiente con el emperador constitucional.
Pero en la medida en que el concepto pasa a constituir una de las piezas clave del
nuevo discurso sobre la representación política, la misma noción de «gobierno po-
pular representativo» se vuelve polisémica, y surgen también en los diversos espa-
cios expresiones que en función de diferentes estrategias sociales identifican la «opi-
nión pública» con la «voluntad general», sin la mediación de los «sabios» u «hombres
ilustrados». El Amanuense Patriótico, diario de Cartagena, reacciona en 1827 ante
las limitaciones en la participación electoral y la tendencia dictatorial que asomaba
en el gobierno de la Gran Colombia, para manifestar que la opinión pública

«[...] siempre debe venir de fuera del gobierno, es decir, que va del pueblo al gobierno
y no al revés. La razón es porque en el régimen representativo la ley es la que manda,
y ésta no es otra cosa que la representación de la opinión, esto es, de la voluntad ge-
neral, lo que hace que cada uno no tenga más que reconocer en la ley, sino lo que ha
querido y pensado él mismo»27.

Otra expresión característica de esta identificación de la «opinión pública»


con la soberanía del pueblo la encontramos en 1830 en Brasil, difundida por los
liberales «exaltados» en el periódico Nova Luz Brasileira:

24
  Revérbero Constitucional Fluminense, Río de Janeiro, 6, 2-VII-1822.
25
  O Constitucional, Bahía, 42, 15-VII-1822.
26
  Proclamação. Habitantes do Brasil, Río de Janeiro, 1823.
27
  El Amanuense Patriótico, Cartagena, 17, 15-VIII-1827, pp. 2 y 3.

992
Noemí Goldman Opinión Pública – Introducción

«Opinão Pública é o modo de pensar expresso e uniforme de mais da mitade de um


Povo sobre qualquer objeto: caqui vem a influência, poder e direção que dá a todos os
negócios; sua vitória é sempre ceta: desgraçado daquele que lhe faz oposição»28.

Sin embargo, a un lado y otro del Atlántico persisten los interrogantes sobre
quiénes y a través de qué medios deben formar, expresar o conocer la opinión
pública, así como las dudas sobre su verdadero valor. En este sentido, encontra-
mos diversos testimonios que la asocian con una suerte de «manipulación», ya sea
del público lector o de los pueblos, por parte de redactores de periódicos, de
«caudillos» o de diversos líderes provinciales, o que insisten en el desigual desa-
rrollo de la prensa en los distintos pueblos y la poca ilustración de la población
para desarrollar la «opinión pública»; o la asocian con un cuestionamiento –en
particular en América– sobre su inconsistencia conceptual, al observar que, sien-
do la opinión pública un poderoso e imperioso agente que debe «fijar» las insti-
tuciones y guiar a los gobiernos, no se han conformado en todos los casos los
elementos que posibiliten distinguir «los extravíos de la razón» de «la sanidad de
los juicios»29.
Así, este periodo inaugural en las prácticas representativas es rico en innova-
ciones léxicas, pero también en coexistencias y pervivencias de viejos significa-
dos. Podemos trazar el siguiente esquema general de conceptos afines a la opinión
pública: libertad, liberal, liberalismo, constitución, soberanía del pueblo, civiliza-
ción, gobierno o sistema representativo, deliberación, espíritu del siglo, ilustra-
ción, educación. Y también se puede dibujar un segundo esquema de algunos de
los sintagmas que funcionan como opuestos o complementarios de la opinión
pública: voz del pueblo, voz común, opiniones, opinión popular, público, espíri-
tu público, pueblos, apoderados, facciones, demagogos.

Disputas retóricas y resignificaciones


del concepto de opinión pública

En el periodo que se inicia en 1830-1840 en los círculos intelectuales o libera-


les iberoamericanos se observan esfuerzos por resemantizar el concepto de opi-
nión pública según las cambiantes circunstancias locales. Pese a que, en general,
se observa una disminución de la confianza inicial en la fuerza racional transfor-
madora de la opinión pública, el valor retórico del término no desaparece, sino
que se acentúa mientras se van precisando nuevos sentidos y funciones que se

28
  Nova Luz Brasileira, Río de Janeiro, 21, 19-II-1830.
29
  «Hasta ahora se ha hablado de la opinión pública, como de un poderoso agente que fija
las instituciones y dirige los pasos de los Gobiernos [...]. En las Repúblicas de América se ha
hecho un abuso perjudicial de los preciosos atributos que se le concede a la opinión, porque sin
que existan elementos suficientes para formarla tan imperiosa como debe ser [...] no se ha que-
rido deslindar la diferencia que hay entre extravíos de la razón y sanidad de los juicios [...]». La
Estrella Federal, Lima, 12, 23-VI-1836.

993
Diccionario político y social del mundo iberoamericano

organizan en torno al problema de la «pluralización» del término y de sus efectos


dentro de la disputa política.
Así, en México, los levantamientos de los pueblos que siguen a la controvertida
elección de Gómez Pedraza (1827/1828) integran discursivamente a la coacción
como un componente coadyuvante de la opinión pública, que se identificará en ade-
lante con una «fuerza partidaria incontenible», que es valorada negativamente por
las élites. En 1831, en Nueva Granada, el internuncio Cayetano Baluffi observaba:

«Cada cual proclama que sigue la voluntad nacional, y mientras tanto divide y
desalienta la opinión pública y con frecuencia la combate abiertamente. El bien públi-
co sirve siempre de pretexto a los delitos, y el espíritu de revolución es el único ali-
mento de estas cabezas»30.

Sin embargo, frente a la pluralización anárquica de la opinión, que esta cita


pone de relieve, asoma una incipiente reflexión en algunos liberales sobre «los
partidos» como expresión sana de la «división» de la opinión por contraposición
al «faccionalismo» o a la amenaza que puede constituir una opinión unánime
como fuerza de choque contra gobiernos legales. En este sentido, en 1839 en Ve-
nezuela, el diputado Yanes pondera las virtudes de una opinión pública:

«[...] dividida en una multitud de cuerpos particulares, cuya voluntad se manifiesta


por el órgano de sus representantes y de la imprenta, semeja a una multitud de mansos
arroyuelos que adornan y fertilizan el país que bañan, sin poder jamás ofenderlo»31.

Pero es ante todo en tiempo de elecciones y sin abandonar la apelación a la


parte «sana» o «ilustrada» (Nueva Granada), a los «hombres de juicio y séquito»
(Chile), o a la «parte sana y pensadora de la república» (Perú), que la opinión
pública será invocada y codiciada por los diferentes partidos en las nuevas repú-
blicas hispanoamericanas. Aun en un país de temprana institucionalización como
Chile, promediando el siglo xix, el periódico El Ferrocarril observa que es en
tiempo de elecciones cuando la opinión pública

«[...] emite sus deseos y extiende sus instrucciones, invistiendo a la magistratura con
las insignias de la representación popular. Por ende, la opinión pública en una Repú-
blica es poderosa, porque debe a la ley sus títulos y sus derechos; como poderosa es
absoluta en sus resoluciones; como absoluta es incontrastable; y como incontrastable
digna, reservada y fiel a su palabra»32.

Tal vez más radicalmente, en el Río de la Plata la llamada generación románti-


ca de 1837 resignifica, después de largos años de «unanimismo» excluyente duran-

30
  La Bandera Nacional, Bogotá, 16 y 47, 4-II-1838 y 2-IX-1838.
31
  Manual Político del Venezolano, Caracas, Imprenta Damirón, 1839, p. 120. El manual
es atribuido a Francisco Javier Yanes.
32
  El Ferrocarril, Santiago de Chile, 24-IV-1850.

994
Noemí Goldman Opinión Pública – Introducción

te el gobierno de Juan Manuel de Rosas, el concepto de opinión pública para


reemplazarlo por «razón pública». En el célebre Dogma Socialista de la Asociación
de Mayo (1846), Echeverría postula que «la soberanía sólo reside en la razón co-
lectiva del Pueblo» –bajo la influencia en este aspecto del pensamiento doctrinario
francés–, mientras que la «opinión» es considerada vulgar y carente de racionali-
dad. Unos años más tarde Alberdi restituye a la opinión pública su fuerza integra-
dora que busca la conciliación entre «unitarios» y «federales», pero excluye a los
sectores populares, cuyas opiniones, considera, carecen de racionalidad. En otro
sentido, la constatación de que la opinión pública de expresión liberal razonada ha
pasado a constituirse en una fuerza social incontrolable conduce al surgimiento de
escritos –claramente en Brasil, Chile y México– que hacia 1850 exhortan a los go-
biernos a «moralizar» al pueblo, las clases bajas o a los esclavos para garantizar un
mayor control social por parte del Estado. Por cierto, en Brasil, y durante el perio-
do de la regencia, la consolidación de la opinión pública como fuente de legitimi-
dad de la voluntad nacional, si bien se amplía a los partidos mayoritarios, sigue
estrechamente vinculada a la labor educativa de las élites intelectuales y políticas.
Si cruzamos el Atlántico, en España, a partir de 1840, la disminución del entu-
siasmo hacia la opinión pública en el seno de las élites liberales parece acentuarse
con el correr de los años hasta mudar su condición de «reina del mundo» por la de
«tirana» de las sociedades. Al mismo tiempo se va discursivamente definiendo una
esfera diáfana de la opinión que se corresponde con un ideal de transparencia po-
lítica por oposición a la política del secreto y de la intriga de las sociedades del
Antiguo Régimen. En las décadas de 1830 y 1840, cuando Portugal es sacudida por
agitaciones revolucionarias e inestabilidad política, algunos sectores conciben a la
opinión pública como contrapoder, y otros, más moderados, mantienen que «é no
meio da paz e da liberdade da palabra e da escrita» que los gobiernos sean arrastra-
dos por la opinión pública33; de modo que promediando el siglo xix, a los dos la-
dos del Atlántico, las experiencias que bajo la invocación a la «opinión pública» se
habían condensado unieron certezas y preocupaciones. Por una parte, es ya un
lugar común apelar a la «opinión pública» para legitimar el poder; por la otra, el
miedo a las mayorías, la inestabilidad política, las guerras civiles, los faccionalis-
mos o los pronunciamientos cuestionan su originaria capacidad de representar lo
«universal» y exigen de los gobiernos una mayor participación en la dirección
«moral» de los pueblos; mientras tanto empieza a elaborarse en ciertos sectores
liberales, progresistas o democráticos un discurso que se abre a la pluralidad de
voces y a la mayor promoción de las libertades de expresión y de asociación.

Conclusión

En 1851 el periódico oaxaqueño La Cucarda reproduce parte del «Ensayo


sobre la opinión pública» del Espectador Sevillano con alteraciones e intenta pre-

33
  Alexandre Herculano, Opúsculos II, Lisboa, Presença, 1983, original de 1856, p. 32.

995
Diccionario político y social del mundo iberoamericano

cisar el uso correcto del término mientras descalifica su extendido uso para justi-
ficar pronunciamientos:

«Muchos han entendido que la voz popular proclamando una injusticia o promo-
viendo un desorden, es la opinión pública; mas se han equivocado. El grito sedicioso
de un pueblo, no es otra cosa sino el eco de la demagogia que se forma con la misma
facilidad que las nubes de la primavera, y se disipa a la manera que la niebla al soplo
del vendaval»34.

El empleo del mismo artículo, en una nueva versión, treinta años más tarde de
su primera circulación (1810), nos advierte sobre un doble movimiento en la di-
fusión del sintagma «opinión pública». Primero, la variabilidad de las apropiacio-
nes/refracciones de un concepto que entró con fuerza en las luchas políticas de la
primera mitad del siglo xix en Iberoamérica como nuevo principio de legitima-
ción política, y que con los años se hace difuso en su extendido uso, al mismo
tiempo que se redefinen sus componentes semánticos. En los distintos espacios
territoriales es evidente la constante preocupación de las élites por «fijar la opi-
nión», que se vincula con la voluntad de controlar los posibles efectos sociales
que la difusión del término pudiera conllevar en contextos de revolución y de
guerras dentro de poblaciones fuertemente diferenciadas étnicamente, o con po-
blación esclava. En segundo término, cabe observar que estas reescrituras «colec-
tivas» del «Ensayo sobre la opinión pública» revelan algunos rasgos del proceso
de «temporalización» del concepto –para retomar uno de los componentes de la
Sattelzeit propuesta por Koselleck– para analizar el cambio conceptual en el ám-
bito germanoparlante entre 1750 y 185035. Por cierto, la difusión del concepto
encierra en sus inicios una carga sustantiva de «expectativa» con respecto a la
posibilidad de promover las «luces» y la «civilización» en los diferentes ámbitos.
Sin embargo, también se puede constatar un enfriamiento de estas expectativas
con el correr de los años y la variada apropiación del concepto por parte de diver-
sos actores en disputa. En este sentido, la existencia de distintas versiones del
concepto pone de manifiesto lo que en palabras de Koselleck serían «las raíces
diacrónicas de la riqueza semántica de los conceptos», es decir, las estructuras
sociales y lingüísticas que posibilitan tanto la reiteración como el cambio de las
palabras36. Así, lo que la cita de La Cucarda descubre no es sólo la pervivencia de
viejos significados en la expresión «voz popular», sino también la existencia de
una nueva dimensión lingüística en el reclamo que identifica la «voz popular» con
la «opinión pública» y que ya no puede ser ignorada.

34
  La Cucarda, Oaxaca, 30-III-1851.
35
  Reinhart Koselleck, «Richtlinien für das Lexikon politisch-sozialer Begriffe der Neu-
zeit» en Archiv für Begriffsgeschichte, nº 11, 1967, pp. 81-99; idem, Futuro pasado. Para una
semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993.
36
  Javier Fernández Sebastián y Juan Francisco Fuentes, «Historia conceptual, memo-
ria e identidad. Entrevista a Reinhart Koselleck» en Revista de Libros, nº 111, 2006, pp. 19-22
y 112, 2006, pp. 6-10; Reinhart Koselleck, «Estructuras de repetición en el lenguaje y en la
historia» en Revista de Estudios Políticos, nueva época, nº 134, 2006, pp. 17-34.

996
Noemí Goldman Opinión Pública – Introducción

A la inversa, la dimensión política del cambio conceptual producida por la


difusión del sintagma «opinión pública» en ambos lados del Atlántico, durante la
primera mitad del siglo xix, tiene avances y retrocesos, así como algunas diferen-
cias entre los diversos territorios objeto de este estudio. En el mundo luso-brasi-
leño y en España la opinión pública se asimila desde sus comienzos a la «Reina del
mundo», mientras que en la América hispana surge como una nueva fuente de le-
gitimidad que debe a su vez legitimarse. Se podrían tal vez explicar estas diferen-
cias por las constelaciones semánticas dentro de las cuales se inserta el novedoso
concepto: en toda la Península dentro del ascenso de los primeros liberalismos, en
Hispanoamérica como parte de discursos revolucionarios o republicanos dentro
del contexto de las guerras de independencia. En este último caso, el concepto, si
bien reiteradamente invocado, parece no obstante cumplir, en los inicios de las
revoluciones de independencia, una función menos activa. En el conjunto se ob-
serva, entre los diversos discursos liberales, la vinculación de la opinión pública
con la «publicidad», el «régimen representativo», «libertad/libertades», «garantías
individuales» y «división del poder» (esto último especialmente en América hispa-
na); de modo que el ideal unitario, común a todo el mundo iberoamericano, se
escinde siguiendo las líneas de las recomposiciones de los espacios territoriales
después de las crisis ibéricas y se bifurca en invocaciones que oscilan entre el «pue-
blo/pueblos» y la «nación».
Ahora bien, tanto en Hispanoamérica como en Brasil, en los distintos discur-
sos sobre la opinión pública a lo largo de la primera mitad del siglo xix, e inde-
pendientemente de las adscripciones «facciosas» o «partidarias», se insiste en el
hecho de que los verdaderos portavoces de la voz son los hombres ilustrados, de
juicio, de «séquito» o la parte «sana» del país. Si bien algunas de estas referencias
también aparecen en los discursos de las distintas tendencias políticas que predo-
minan en toda la Península, los liberales peninsulares se refieren más frecuente-
mente a la «representación», los «representantes» o a una «inteligencia difusa»
que reúnen a diversas opiniones en pugna.
Promediando la década de 1840, las disputas electorales entre «facciones» y
«partidos» parecen restaurar en negativo la fuerza retórica del concepto, pues
arrecian las críticas en ambos lados del Atlántico sobre el «mal uso» que se habría
hecho de la voz entre diversos agentes políticos o sociales como resultado –po-
dríamos decir con Koselleck– de cierto grado de «democratización» y de «ideo-
logización» del concepto. Pero lo cierto es que en las propuestas de redefinición
del concepto, para el caso de Hispanoamérica, se buscan respuestas tendentes a
superar los «faccionalismos» que habían primado en las contiendas políticas de
principios del siglo xix, o para lograr la tan anhelada unidad nacional; de modo
que, ubicados a mediados del siglo xix, la opinión pública que en los comienzos
de su uso como concepto político era utilizada sobre todo con vistas a reforzar la
unidad –ya sea del pueblo, de los pueblos o de la nación–, a mediados del siglo es
invocada en muchos lugares más bien para sostener movimientos insurrecciona-
les de una facción apelando al «derecho de rebelión».
Por último, en distintos momentos de nuestro análisis aflora la tensión entre
las concepciones –en parte coincidentes, pero también en parte rivales– de «go-

997
Diccionario político y social del mundo iberoamericano

bierno representativo» y «gobierno de la opinión», aunque con una valoración


diferente del «partido» y de su rol dentro de la formación de la opinión pública
en la década de 1820 y de 1840 en adelante. Durante los primeros liberalismos la
valoración del partido era negativa y opuesta a la «generalidad», que –identificada
con la «mayor parte»– es la que expresa la opinión pública. Es éste el sentido de
la cita del periódico Nova Luz Brasileira (1830)37 que, ante la evidencia de la di-
vergencia y el desacuerdo entre las opiniones, propone una definición cuantitati-
va de la opinión. En 1825 un periódico rioplatense se pronunciaba de igual modo,
agregando un elemento plural a la expresión de las ideas cuando refiere:

«Partido es la reunión de algunos o de muchos hombres, cuyas ideas, intereses, y


aspiraciones son distintas de las de la generalidad. En todo pueblo hay diversidad de
ideas y aspiraciones: hay esas reuniones; pero aquella en que esté la mayor parte, cua-
lesquiera que sean sus opiniones y sus intentos, no es partido: no, su expresión se
llama el voto público, la opinión pública [...]»38.

Pero cabe observar que, en el rechazo a las denominaciones partidarias dentro


de los gobiernos representativos, también resurge con claridad el ideal unanimis-
ta en expresiones como las de Santander, que propone en 1831 terminar con las
denominaciones de los partidos para lograr la «concordia» entre los neogranadi-
nos. Así, hacia mediados del siglo xix la tensión entre «gobierno representativo»
y «gobierno de opinión» parece desplazarse al terreno electoral entre los que
empiezan a identificar al «partido» con una «opinión generalizada» y los que si-
guen anhelando «fijar» la opinión.

37
  Véase nota 28.
38
  El Nacional, Buenos Aires, 16, 7-IV-1825.

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