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Encuentro de Teoría de Sistemas 2016

LA VISIÓN INTEGRAL DE LA VIDA.


El enfoque de sistemas

La visión integral considera el mundo desde el punto de vista de las relaciones y las integraciones. Los sistemas están todos integrados y
sus propiedades no pueden reducirse a las de unidades más pequeñas. En vez de concentrarse en los componentes básicos o en las
substancias fundamentales, el enfoque integral hace hincapié en los principios básicos de la organización. En la naturaleza abundan los
ejemplos de sistemas. Cada organismo - desde la bacteria más diminuta hasta los seres humanos pasando por la extensa variedad de
plantas y animales- es un todo integrado, luego un sistema viviente. Las células son sistemas vivientes, como también lo son los distintos
tejidos y órganos del cuerpo, cuyo ejemplo más complejo es el cerebro humano. Pero los sistemas no se limitan a los organismos
individuales y a sus partes: los mismos aspectos de integridad se reflejan en los sistemas sociales - por ejemplo, un hormiguero, una
colmena o una familia humana - y en los ecosistemas, compuestos por una gran variedad de organismos y por una materia inanimada en
interacción recíproca. Lo que se conserva en una zona en estado salvaje no son los árboles ni organismos individuales, sino la compleja red
de relaciones que existe entre ellos.

Cada uno de estos sistemas es un todo cuya estructura específica deriva de la interacción y de la interdependencia de sus partes. La
actividad de los sistemas supone un proceso llamado transacción: la interacción simultánea y recíprocamente dependiente entre
componentes múltiples. Las propiedades integrales son destruidas cuando un sistema se descompone, física o teóricamente, en elementos
aislados. Si bien somos capaces de discernir las partes individuales de un sistema, la naturaleza de un todo siempre es otra cosa que la
mera suma de sus partes.

Otro aspecto importante de los sistemas es su naturaleza intrínsecamente dinámica. Sus formas no son estructuras rígidas, sino
manifestaciones flexibles y sin embargo estables de los procesos subyacentes. Paul Weiss, en “Within the Gates of Science and Beyond”,
expresa al respecto:

“Las características del orden, tal como se manifiestan en la forma particular de una estructura y en la disposición y distribución regular de
sus subestructuras, no son más que una indicación visible de las regularidades de la dinámica oculta que obra en su campo... La forma
viviente ha de considerarse esencialmente como un indicador, o un indicio de la dinámica de los procesos fundamentales subyacente”.

Esta descripción del enfoque integral suena muy parecida a la descripción de la física moderna. De hecho, la “nueva física” - y,
especialmente, su enfoque “bootstrap”- está muy próxima a la teoría integral general. Hace hincapié en las relaciones en vez de hacerlo en
las entidades aisladas y, como la visión integral, percibe el dinamismo intrínseco de estas relaciones. El pensamiento integral es un
pensamiento de procesos. La forma se asocia con el proceso, la interrelación recíproca con la interacción, y los opuestos se unifican a
través de la oscilación.

La aparición de modelos orgánicos es fundamentalmente diferente de la acumulación progresiva de bloques constitutivos, o de la


fabricación de un producto mecánicamente según fases programadas con precisión. Con todo, es importante entender que estas
operaciones también ocurren en los sistemas vivientes. Si bien en este caso, su naturaleza es más especializada y secundaria, las
operaciones de tipo mecánico tienen lugar en todo el mundo viviente. Por tanto, una descripción reduccionista de los organismos puede ser
útil y, en ciertos casos, incluso necesaria. Resulta peligrosa sólo cuando se la toma por una explicación completa. El reduccionismo y el
holismo, el análisis y la síntesis, son enfoques complementarios que, usados con el equilibrio justo, nos ayudan a obtener un conocimiento
más profundo de la vida.

Una vez comprendidas estas nociones, podemos abordar el problema de la naturaleza de los organismos vivientes, y con este fin será
útil examinar las diferencias esenciales entre un organismo y una máquina. Comencemos por explicar de qué tipo de máquina estamos
hablando. En la actualidad hay una serie de máquinas cibernéticas que exhiben varias propiedades típicas de los organismos, de suerte
que la distinción entre una máquina y un organismo se hace muy sutil. Estas máquinas, sin embargo, no son las que sirvieron de modelo a
la filosofía mecanicista de la ciencia del siglo XVII. Según Descartes y Newton, el mundo era una máquina del siglo XVII, esencialmente un
aparato de relojería. Este es el tipo de máquina que tenemos en mente cuando comparamos su funcionamiento al de un organismo
viviente.

La primera diferencia obvia entre una máquina y un organismo es el hecho de que las máquinas se construyen, mientras los organismos
crecen. Esta diferencia fundamental significa que la comprensión de un organismo debe orientarse hacia sus procesos. Por ejemplo, es
imposible dar una imagen exacta de una célula mediante un diseño estático o describiéndola desde el punto de vista de las formas
estáticas. Las células, como todos los sistemas vivientes, tienen que comprenderse desde el punto de vista de los procesos que reflejan la
organización dinámica del sistema. Las actividades de una máquina vienen determinadas por su estructura. En un organismo, sucede
exactamente lo contrario: su estructura orgánica es determinada por los procesos.

Las máquinas se construyen ensamblando un número bien definido de partes de manera precisa y preestablecida. En cambio, los
organismos denotan un alto grado de flexibilidad y plasticidad internas. La forma de sus componentes puede variar dentro de ciertos límites
y no hay dos organismos que tengan partes idénticas. Si bien el organismo en conjunto presenta una serie de regularidades y de modelos
de comportamiento bien definidos, las relaciones entre sus partes no están determinadas de manera rígida. Como ha demostrado Weiss
con muchos ejemplos interesantes, el comportamiento de las partes puede efectivamente ser tan singular e irregular que no tenga ninguna
importancia con respecto al orden de todo el sistema. Este orden se obtiene por medio de la coordinación de unas actividades que no
oprimen a las partes de manera rígida, sino que dejan un espacio para las variaciones y la flexibilidad, y esta flexibilidad es justamente lo
que permite a los organismos vivientes adaptarse a nuevas circunstancias.

Las máquinas funcionan según cadenas lineales de causa y efecto, y cuando se estropean suele ser posible identificar una única
causa de la avería. Por el contrario, el funcionamiento de los organismos sigue los modelos cíclicos de flujo de información conocidos por

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el nombre de circuitos de retroalimentación. Por ejemplo, el componente A puede afectar al componente B; el componente B puede influir en
el C; y el C, a su vez, puede afectar “retroalimentativamente” al A, de suerte que el círculo se cierra. Cuando este sistema deja de
funcionar, la interrupción suele estar causada por múltiples factores que pueden amplificarse recíprocamente por medio de unos circuitos
de retroalimentación que son interdependientes. Muchas veces carece de importancia determinar cuál de estos factores ha sido la causa
inicial de la avería.

Esta conexión no lineal, típica de los organismos vivientes, indica que las tentativas convencionales de la ciencia biomédica para
determinar una causa única en cada enfermedad es altamente problemática. Además, demuestra la falacia del “determinismo genético”, a
saber, la creencia de que las diferentes características físicas o mentales de un organismo vienen “controladas”, o “dictadas” por su
estructura genética. La concepción de la teoría de sistemas evidencia que los genes no son el único factor que determina el funcionamiento
de un organismo, como tampoco los engranajes y las ruedas determinan el funcionamiento de un reloj. Los genes son más bien partes
integrantes de un todo ordenado y por tanto se ajustan a su organización.

La plasticidad y flexibilidad internas de los sistemas vivientes, cuyo funcionamiento está controlado por sus relaciones dinámicas y no
por rígidas estructuras mecánicas, dan origen a ciertas propiedades características que pueden verse como diferentes aspectos del mismo
principio dinámico: el principio de la autoorganización. Un organismo viviente es un organismo que se organiza a si mismo: esto significa
que el orden de su estructura y de sus funciones no le es impuesto por el ambiente, sino que viene determinado por el mismo sistema. Los
sistemas que se organizan a sí mismos, tienen un cierto grado de autonomía; por ejemplo, tienden a establecer sus dimensiones según
principios de organización internos que no dependen de las influencias ambientales. Esto no significa que los sistemas vivientes estén
aislados de su entorno; muy al contrario, constantemente establecen interacciones con él, pero esta interacción no determina su
organización. Los dos principales fenómenos dinámicos de la autoorganización son la autorrenovación -la capacidad de los sistemas
vivientes de renovar y recuperar continuamente sus componentes conservando la integridad de su estructura general- y la
autotrascendencia -la capacidad de superar de manera creativa los límites físicos y mentales en los procesos de aprendizaje, desarrollo y
evolución.

La autonomía relativa de los sistemas “autoorganizadores” arroja nueva luz sobre el tradicional problema filosófico del libre albedrío.
Desde el punto de vista de la teoría de sistemas, tanto el determinismo como la libertad son conceptos relativos. En la medida en que es
autónomo con respecto a su entorno, un sistema es libre; en la medida en que depende de él a través de una interacción continua, su
actividad irá siendo definida por las influencias ambientales. La relativa autonomía de los organismos suele aumentar con su complejidad,
y llega a su punto culminante en los seres humanos.

El concepto relativo de libre albedrío parece coherente con la filosofía de las tradiciones místicas que exhortan a sus discípulos a ir más
allá de las nociones de un yo aislado y a tomar consciencia de que somos inseparables del cosmos, del que formamos parte. El objetivo de
estas tradiciones es el de liberarse completamente de todos los sentimientos individualistas y alcanzar la identificación con la totalidad del
cosmos a través de la experiencia mística. Una vez alcanzado este estado, la cuestión del libre albedrío parecerá haber perdido su
significado. Si yo soy el universo, no puede haber ninguna influencia “externa” y todas mis acciones serán espontáneas y libres. Desde el
punto de vista de los místicos, por consiguiente, la noción del libre albedrío es relativa, limitada y -como ellos dirían- ilusoria como todos los
demás conceptos que utilizamos en nuestras descripciones racionalistas de la realidad.

Para mantener su autoorganización los organismos vivientes han de permanecer en un estado especial que no es fácil describir en
términos convencionales. Para esclarecer este punto podría resultar útil establecer nuevamente una comparación de los organismos y las
máquinas. Por ejemplo, un mecanismo de relojería es un sistema relativamente aislado que necesita energía para funcionar pero que no
necesita forzosamente establecer una interacción con su entorno para seguir funcionando. Como todo sistema aislado, seguirá
funcionando de acuerdo con la segunda ley de la termodinámica, pasando del orden al desorden, hasta llegar a un estado de equilibrio en el
que todos los procesos -el movimiento, el intercambio de calor, etc.- se detienen. Los organismos vivientes funcionan de una manera
totalmente diferente. Se trata de sistemas abiertos, y esto significa que deben mantener un intercambio continuo de energía y de materia
con su entorno para seguir viviendo. Este intercambio comporta el absorber estructuras orgánicas -como los alimentos-, descomponerlos y
usar parte de sus componentes para mantener o incluso para aumentar el orden del organismo. Este proceso se conoce por el nombre de
metabolismo. El metabolismo le permite al sistema permanecer en un estado de equilibrio, en el que siempre está “trabajando”. Un alto
grado de no equilibrio es absolutamente necesario a los fines de la autoorganización: los organismos vivientes son sistemas abiertos que
funcionan continuamente lejos del equilibrio.

Al mismo tiempo, estos sistemas “autoorganizadores” tienen un alto grado de estabilidad, y es aquí donde nos vemos en un aprieto para
usar el lenguaje convencional. Entre los significados del adjetivo “estable”, que podemos encontrar en un diccionario, figuran los términos
“fijo”, “sin fluctuaciones”, “invariable” y “constante”, y ninguno de estos significados resulta adecuado para describir los organismos. La
estabilidad de los sistemas que se organizan a sí mismos es extremadamente dinámica y no debe ser confundida con el equilibrio.
Consiste en mantener la misma estructura general a pesar de los continuos cambios y sustituciones que tienen lugar en sus componentes.
Una célula, por ejemplo, en la opinión de Weiss, “retiene su identidad de una manera mucho más conservadora, y sigue siendo mucho más
parecida a sí misma de un momento a otro, además de ser parecida a cualquier otra célula de la misma descendencia, de lo que se hubiera
podido predecir conociendo

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solamente su inventario de moléculas, de macromoléculas y de orgánulos, que está expuesto a un constante cambio, mezclamiento y
recomposición de su población”. Lo mismo puede decirse de los organismos humanos. Los seres humanos reemplazamos todas nuestras
células, a excepción de las del cerebro, en un plazo de pocos años, y sin embargo no tenemos ninguna dificultad en reconocer a nuestros
amigos después de largos períodos de separación: ésta es la estabilidad dinámica de los sistemas que se organizan a sí mismos.

El fenómeno de la autoorganización no está limitado a la materia viviente: también ocurre en ciertos sistemas químicos, estudiados
extensamente por el físicoquímico y Premio Nobel, llya Prigogine, que formuló una teoría dinámica detallada para describir su
comportamiento. Prigogine llamó estos sistemas “estructuras disipativas” para expresar el hecho de que conservan y desarrollan su
estructura descomponiendo otras estructuras en el proceso del metabolismo, creando de este modo una entropía que luego se disipa en
forma de residuos degradados. Las estructuras químicas disipativas reflejan la dinámica de la autoorganización en su forma más simple,
exhibiendo la mayoría de los fenómenos típicos de la vida: la autorrenovación, la adaptación, la evolución y hasta formas primitivas de
procesos “mentales”. La única razón por la que no se les considera vivos es porque no se reproducen ni forman células. Así pues, estos
sistemas representan un enlace entre la materia animada y la inanimada. Llamarlos organismos vivientes o no, en el fondo, es un asunto de
convención.

La autorenovación es un aspecto esencial de los sistemas “autoorganizadores”. Mientras que una máquina se construye para fabricar un
determinado producto o para realizar una determinada tarea establecida por su proyectista, un organismo se ocupa principalmente de
renovarse a sí mismo: las células descomponen y construyen estructuras, los tejidos y los órganos reemplazan a las células en ciclos
continuos. Así pues, el páncreas reemplaza la mayoría de sus células cada veinticuatro horas, la mucosa del estómago cada tres días, los
lóbulos blancos de la sangre se renuevan cada diez días y el 98 por ciento de las proteínas del cerebro lo hacen en menos de un mes.
Todos estos procesos se regulan de tal manera que conservan la estructura general del organismo, y esta notable capacidad de
autoconservación persiste en una gran variedad de circunstancias, incluido en condiciones ambientales cambiantes y en muchos tipos de
interferencia. Una máquina dejará de funcionar cuando sus partes no funcionen de la manera rigurosamente predeterminada, pero un
organismo seguirá funcionando en un ambiente cambiante, manteniéndose en condiciones y reparándose a través de la curación y de la
regeneración. El poder de regenerar estructuras orgánicas disminuye al aumentar la complejidad del organismo. Los platelmintos, los
pulpos y las estrellas de mar pueden reconstruir casi todo su cuerpo a partir de un pequeño fragmento; las lagartijas, las salamandras, los
cangrejos, las langostas y muchos insectos pueden renovar un órgano o una extremidad que hayan perdido; y los animales superiores,
entre ellos los seres humanos, pueden renovar los tejidos de su cuerpo y así curar sus heridas.

Pese a su capacidad para conservarse y repararse, ningún organismo complejo puede funcionar indefinidamente. Estos organismos se
deterioran gradualmente durante el proceso de envejecimiento y, a la larga, sucumben al agotamiento aunque estén relativamente sanos.
Para sobrevivir, estas especies han desarrollado una suerte de”super-reparación”: en vez de sustituir las partes dañadas o consumidas,
sustituyen todo el organismo. Éste, por supuesto, es el fenómeno de la reproducción, que es típico de todos los organismos vivientes.

Las fluctuaciones cumplen una función central en la dinámica de la autoconservación. Cada sistema viviente puede describirse desde
el punto de vista de las variables interdependientes, y cada una de ellas puede variar dentro de un vasto ámbito comprendido entre un límite
superior y un límite inferior. Todas las variables oscilan entre estos límites, de suerte que el sistema se halla siempre en un estado de
fluctuación continua, aún cuando no exista perturbación alguna. Este estado se conoce con el nombre de homeostasis. Se trata de un
estado de equilibrio dinámico, transaccional, dotado de una gran flexibilidad: en otras palabras, el sistema tiene varias opciones de entablar
una interacción con el entorno. Cuando hay algún trastorno, el organismo tiende a volver a su estado original y lo resuelve con algún tipo de
adaptación a los cambios ambientales. Entran en juego los mecanismos de retroalimentación, que tienden a reducir cada desviación del
estado de equilibrio. En virtud de estos mecanismos de regulación -que también se llaman retroalimentación negativa- la temperatura del
cuerpo, la presión sanguínea y muchas otras condiciones importantes de los organismos superiores permanecen relativamente constantes
aunque el ambiente cambie considerablemente. La retroalimentación negativa, sin embargo, es sólo un aspecto de la autoorganización a
través de las fluctuaciones. El otro aspecto es la retroalimentación positiva, que consiste en amplificar ciertas desviaciones en vez de
reducirlas. Veremos que este fenómeno tiene gran importancia en los procesos de desarrollo, de aprendizaje y de evolución.

La capacidad de adaptarse a un ambiente cambiante es una característica esencial de los organismos vivientes y de los sistemas
sociales. Los organismos superiores suelen ser capaces de lograr tres tipos de adaptación que entran en juego sucesivamente durante
unos cambios ambientales prolongados. Una persona que se desplaza desde un lugar situado al nivel del mar hasta otro que se encuentra
a una altitud elevada puede comenzar a jadear y a sufrir de taquicardia. Estos cambios son fácilmente reversibles: si el mismo día la
persona baja de nuevo a un lugar menos elevado, los cambios desaparecerán inmediatamente. Esta suerte de cambios de adaptación son
parte del fenómeno del estrés, que consiste en llevar una o varias variables del organismo a sus valores extremos. Como resultado de ello,
todo el sistema se volverá rígido con respecto a estas variables y por consiguiente será incapaz de adaptarse a un nuevo estrés. Por
ejemplo, la persona que ha subido a un lugar de gran altitud no podrá subir las escaleras corriendo. Además, puesto que todas las variables
del sistema están relacionadas entre sí, la rigidez de una de ellas afectará a las demás, y la pérdida de flexibilidad se extenderá a todo el
sistema.

Si el cambio ambiental persiste, el organismo pasará por un nuevo proceso de adaptación. Los componentes más estables del sistema
experimentarán una serie de complejos cambios fisiológicos con objeto de absorber el impacto ambiental v restaurar la flexibilidad. Así pues
la persona que se encuentra a una gran altitud podrá volver a respirar normalmente después de un cierto período de tiempo y usar el
mecanismo de jadeo para adaptarse a otras emergencias que podrían resultarle fatales. Esta forma de adaptación se conoce con el
nombre de cambio somático. La aclimatación, la creación de hábitos y la adicción son casos especiales de este proceso.

A través del cambio somático el organismo recupera parte de su flexibilidad sustituyendo con un cambio más profundo y duradero otro
cambio más superficial y reversible. Esta adaptación se conseguirá muy lentamente, como lenta será también su vuelta a la situación
anterior. A pesar de ello, los cambios somáticos siguen siendo reversibles. Esto significa que, para que pueda efectuar una vuelta a la

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situación anterior, varios circuitos del sistema biológico han de estar disponibles durante todo el tiempo en que se mantiene el cambio. La
excesiva duración de la carga de circuitos limitará la libertad del organismo para controlar otras funciones y, por consiguiente, se reducirá
su flexibilidad. Pese a que el sistema es más flexible después del cambio somático que antes, cuando se hallaba en un estado de tensión,
sigue siendo menos flexible que antes de que surgiese la ansiedad original. Por esta razón, el cambio somático vuelve el cambio hacia
adentro, y la acumulación de esta tensión interna puede, a la larga, dar origen a una enfermedad.

El tercer tipo de adaptación que poseen los seres vivientes es la adaptación de las especies en el proceso de la evolución. Los cambios
acarreados por las mutaciones, los llamados cambios genotípicos, son completamente diferentes de los cambios somáticos. A través del
cambio genotípico, una especie puede adaptarse al ambiente, modificando el ámbito de algunas variables, y en particular de aquellas que
dan origen a los cambios más económicos. Por ejemplo, cuando el clima se vuelve más frío, un animal, en vez de correr de un lado a otro
para permanecer en calor, desarrollará una pelambre más gruesa. El cambio genotípico es mucho más flexible que el cambio somático.
Puesto que cada célula contiene una copia de la nueva información genética, se comportará de la nueva manera y para ello no necesitará
recibir ningún mensaje de los tejidos y órganos circundantes. De este modo habrá más circuitos libres y aumentará la flexibilidad del
conjunto. Por otra parte, el cambio genotípico es irreversible en la vida del organismo.

Los tres métodos de adaptación se caracterizan por un aumento de la flexibilidad y una disminución de la reversibilidad. La reacción
inmediatamente reversible, típica de la primera adaptación a la tensión, será sustituida por el cambio somático con objeto de aumentar la
flexibilidad en condiciones de tensión continua, y se inducirá la adaptación evolutiva para incrementar ulteriormente la flexibilidad cuando el
organismo haya acumulado tantos cambios somáticos que lo hagan demasiado rígido para sobrevivir. De esta manera los sucesivos modos
de adaptación restituyen la mayor parte de la flexibilidad que el organismo ha perdido a consecuencia de los apremios ambientales. La
flexibilidad de un organismo dependerá del número de sus variantes que sigan fluctuando en el ámbito de sus límites de tolerancia: cuanto
más
numerosas sean las fluctuaciones, mayor será la estabilidad del organismo. Para colonias de organismos, la variabilidad será el criterio
correspondiente a la flexibilidad. Un máximo de variación genética en una especie proporciona el número máximo de posibilidades que ésta
tiene para la adaptación evolutiva.

La capacidad de una especie para adaptarse a los cambios ambientales a través de mutaciones genéticas se ha estudiado
extensamente y con gran éxito en nuestro siglo, como también los mecanismos de la herencia y la reproducción. Ahora bien, estos aspectos
representan sólo una parte del fenómeno de la evolución. La otra parte es el desarrollo creativo de nuevas estructuras y funciones sin
ninguna influencia ambiental, fenómeno que puede considerarse como una manifestación de la posibilidad de autotrascendencia, que es
intrínseca a todos los organismos vivientes. Por tanto, los conceptos darwinianos expresan sólo una de las dos visiones complementarias
necesarias para comprender el fenómeno de la evolución. El examen de la idea de evolución como manifestación esencial de los sistemas
“autoorganizadores” resultará más fácil si antes consideramos atentamente la relación que existe entre los organismos y su entorno.

Igual que la noción de una entidad física independiente se ha convertido en un problema de la física subatómica, también la noción de
organismo independiente resulta problemática en el campo de la biología. Los organismos vivientes, al ser sistemas abiertos, se mantienen
vivos y funcionan a través de una serie de intensos intercambios con su entorno, que a su vez está formado por diversos organismos. Por
consiguiente, toda la biosfera -nuestro ecosistema planetario- es un tejido de formas vivas y no vivas, dinámico y extremadamente integrado.
Pese a que este tejido presenta muchos niveles, en cada uno de ellos existen intercambios e interdependencias.

La mayoría de los organismos no se hallan introducidos en los ecosistemas, sino que también son en sí mismos ecosistemas que
contienen una cantidad de organismos menores que tienen una autonomía considerable y que a pesar de ello se integran armónicamente,
en el funcionamiento de conjunto. Los más pequeños de estos componentes reflejan una sorprendente uniformidad y se asemejan entre sí
en todo el mundo viviente, como gráficamente lo describe en su trabajo “The medusa and the Snail”, Lewis Thomas:

Helos aquí, moviéndose en mi citoplasma... Su relación conmigo es mucho más íntima de la que tienen entre si, y con las bacterias que
viven en libertad allá por la colina. Al principio me parecieron extranjeros, pero luego me puse a pensar que las mismas criaturas,
exactamente las mismas, están allá afuera en las células de las gaviotas, de las ballenas, de la hierba de las dunas, de las algas, de los
cangrejos, y, más cerca, en las bolas de las hayas de mi jardín, y en la familia de zorrillos que vive detrás de la reja y hasta en esa mosca
que se posa en mi ventana. A través de ellos estoy relacionado: tengo parientes cercanos, primos segundos, en todas partes.

Extracto del texto “The turning point” de Fritjof Capra, editado por Simon & Schuster, N. York, cuarta edición 1998.

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