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EL YO CUERPO1

Prof. Mg. Agostina Ilari Bonfico

5.1) Primeras aproximaciones a la noción de cuerpo en psicoanálisis

La palabra “cuerpo” (del Latín corpus) posee distintos y variados

significados. Todos aquellos ámbitos que se han interrogado sobre su estatuto, lo

han abordado desde diversas perspectivas. La psicología, la psiquiatría, la

filosofía, el derecho, etc., elaboraron una concepción del cuerpo de acuerdo al

aspecto de recortaron desde el saber propio de cada discurso.

El Diccionario de la Real Academia Española (versión online), en su

vigésimo segunda edición, presenta veintiún acepciones diferentes, siendo la

primera “aquello que tiene extensión limitada, perceptible por los sentidos”. Se

trata de una definición muy amplia y poco precisa. Sin embargo, hay dos palabras

que nos ponen en aviso acerca de lo que es el cuerpo para el psicoanálisis y su

relación con el yo: extensión limitada. Pero para poder entender la implicancia de

estas palabras, será necesario avanzar un poco más.

Habrá que distinguir, entonces, la concepción biológica del cuerpo, del

cuerpo para el psicoanálisis. Biológicamente, el cuerpo constituye la materia

orgánica que delimita las diferentes partes del hombre. La enfermedad orgánica

reafirma la noción organicista del cuerpo al categorizar la lesión y la disfunción

orgánica. De esta manera, será cuerpo todo aquello que tenga un asentamiento

biológico. La ciencia médica establece una diferenciación al cortar el cuerpo en


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Capítulo de la tesis de Maestría en Psicoanálisis “La arquitectura del Yo. La construcción del concepto del
yo en la obra de Freud”.
zonas tales como la piel, los órganos internos, que sumado a la senso-percepción,

le dan al cuerpo una dinámica que pone el acento en lo fisiológico mismo. Pero

desde el psicoanálisis, esta noción de cuerpo resulta ser sumamente

reduccionista.

Freud se separa de esta perspectiva con el concepto de zonas erógenas,

las cuales implican bordes en el cuerpo que alojan un modo de satisfacción. Esta

ruptura conceptual se encuentra desde los orígenes mismos del psicoanálisis. De

hecho, puede decirse que el psicoanálisis se postula como un discurso que

produce efectos en el cuerpo. Incluso, puede postularse que el cuerpo mismo es

un efecto del discurso.

Retomemos el concepto de zonas erógenas: en un principio, se trata zonas

que poseen un valor de erotismo ligado a una parte específica del cuerpo (oral,

anal, genital). Sin embargo, Freud ni detiene su teorización ahí. Postulará al

cuerpo como algo unitario en el sentido de que todo el cuerpo puede presentarse

como zona erógena. Tal avance fue posible gracias a su incansable trabajo con

sus pacientes histéricas, quienes le hicieron descubrir “la sensibilidad particular de

su cuerpo a representaciones inconscientes” (Chemama, 2002, p.67). De este

modo, Freud pudo dar cuenta de la existencia de un cuerpo que va mucho más

allá de lo biológico. Las alteraciones que presentaban sus histéricas, estaban en

relación a un cuerpo que no responde a la configuración anatómica y organización

fisiológica de un cuerpo/organismo. El concepto de conversión, fue el articulador

que utilizó Freud para dar cuenta del traspaso de la energía libidinal y la

inscripción de los pensamientos inconscientes en el cuerpo.


Así, como conceptualmente podemos separar el cuerpo biológico del

cuerpo del psicoanálisis, también debemos decir que estos dos cuerpos en

enlazan en un continuo. Pero el desarrollo de ambos cuerpos ocurre a ritmos

diferentes. Mientras que en el plano orgánico dicho proceso sigue un programa

genético que va siguiendo pasos pautados previamente, “a nivel psíquico la

maduración incluye etapas no tan programadas, sino más bien dependientes de la

incidencia cultural y de las cualidades de los agentes culturales” (Peskin, 2005,

p.261). Por tanto, el cuerpo que postula el psicoanálisis es un cuerpo a construir.

Dos son los textos freudianos en los cuales nos apoyamos para hacer tal

afirmación: El yo y el ello (1923) e Introducción del narcisismo (1914). En el

primero de ellos, el yo es definido como un yo corporal, el cual se construye,

siendo el resultado de la proyección mental de la superficie corporal; frase a la que

volveremos más adelante dado el valor fundamental que tiene para comprender la

constitución del yo. Y en Introducción del narcisismo, Freud plantea un yo como

objeto y el cuerpo se constituirá como el objeto de amor de la libido.

Podríamos señalar que de estas nociones freudianas, que ubican al

cuerpo como una realidad a construir, como una realidad secundaria,

va a partir Lacan en su enseñanza; en los antecedentes de la cual se

encuentra el Estadio del Espejo. Lacan señala, cómo se constituye la

imagen del cuerpo, a partir de la identificación con la proyección de

una imagen corporal. (Derezensky, 1986, p.138)


5.2) La introducción de Jacques Lacan

En este pequeño apartado, nos interesa realizar una aclaración

fundamental. Hablar de cuerpo en psicoanálisis, nos remite directamente a las

conceptualizaciones que ha realizado Jacques Lacan en su conocido texto sobre

el estadio del espejo.

La cita precedente de Derezensky, ya nos anticipa algo fundamental: el

estadio del espejo como formador del cuerpo. Y en tanto formador del cuerpo,

también formador del Yo. Así mismo, nos anticipa el mecanismo que permite dicha

constitución: la identificación.

Antes de introducirnos plenamente en el estadio del espejo, resulta

necesario realizar algunas aclaraciones. La teorización presentada por Lacan

sobre el estadio del espejo, data de 1949. En ese momento de su enseñanza, el

cuerpo está sostenido desde lo imaginario. “Se trata del cuerpo como la sumatoria

de un organismo viviente más su imagen” (Derezensky, 1986, p.138). Será recién

en los 1953-1954, con el dictado de su primer seminario, que la imagen del cuerpo

será sostenida también desde lo simbólico.

Con la introducción del objeto a, la imagen del cuerpo se sostiene

desde lo real; es decir que, para que haya cuerpo, el sujeto debe

perder un objeto que, paradójicamente, nunca formó parte de él. Esto

implica que la noción de cuerpo debe articularse en relación a los

tres registros. (Derezensky, 1986, p.139)


Si bien entendemos que el cuerpo se sostiene desde los tres registros,

(imaginario, simbólico y real), nos interesa destacar el lugar que ocupa el registro

imaginario y simbólico en la constitución del yo cuerpo. No desestimamos el valor

que posee el registro de lo real en todo este proceso; simplemente escapa a las

pretensiones de esta tesis referirse al cuerpo desde los tres registros.

5.3) La distinción entre el yo [je] y el yo [moi]

El texto lacaniano se denomina: El estadio del espejo como formador de la

función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia analítica (1949/2002,

pp.86-93). Tal título merece una aclaración; aclaración que hace a la

fundamentación de esta tesis.

Este escrito lacaniano se encuadra dentro del marco de lo que se considera

su primera enseñanza. Enseñanza que, al igual que la freudiana, irá

evolucionando. En este primer momento, Lacan no había separado tajantemente

al yo del sujeto del inconsciente, por lo que ambos términos parecen confundirse.

Tal es el caso de este escrito.

En el título, Lacan hace referencia al yo [je]. Sin embargo, todo el escrito

gira en torno al yo [moi]. ¿Pero cuál es la diferencia? La lengua española no nos

permite ver la diferencia dese la traducción de estos términos. El yo [je]

corresponde a lo que en psiconálisis se denomina sujeto del inconsciente. Por su

parte, el yo [moi] hace referencia al yo como construcción imaginaria. El yo [moi]

será el el que se constituirá en el estadio del espejo.


Resulta necesario realizar una segunda aclaración. En el primer párrafo del

texto, refiriéndose a la experiencia del yo en psicoanálisis, Lacan dice:

“experiencia de la que hay que decir que nos opone a toda filosofía derivada

directamente del cogito” (p.86). Esta referencia no es inocente: remite

directamente a la frase célebre que René Descartes pronunciara en su Discurso

sobre el método, “pienso, luego existo”. Frase que en latín es “cogito, ergo sum”.

Para comprender la fuerza y la importancia del concepto cartesiano, resulta

válido recurrir a un ejemplo simple. No hay duda que los sentidos resultan ser

engañosos. Sucede a menudo al viajar por una ruta de noche y divisar a lo lejos

una pequeña luz blanca, pensar que se trata de una motocicleta que circula por el

carril contrario. A medida que se acerca, la luz deja de ser un punto blanco y pasa

a dividirse en dos cada vez más grandes. Por tanto, lo que en un primer momento

percibimos como una motocicleta, en realidad se trata de un auto. La ilusión de los

sentidos resulta ser desconcertante.

Descartes dio cuenta de esto, de lo poco confiable que resultan ser los

sentidos y medito sobre las consecuencias de este hecho. Los seres humanos

conocemos el mundo a través de los sentidos. Pero si éstos son engañosos,

¿cómo estar seguros de que lo que se conoce es cierto? Descartes concluyó que,

en la medida en que se apele a los sentidos para conocer el mundo, nadie puede

estar seguro de la veracidad de sus experiencias y, por tanto, de su conocimiento.

La solución a este conflicto radica en cambiar la herramienta que se utiliza para

alcanzar el conocimiento. Para Descartes, es herramienta es la razón. De este


modo, cualquier otro instrumento de conocimiento que no sea el propio

pensamiento del hombre no resultará válido.

El sujeto de conocimiento que plantea Descartes, es el sujeto de la

modernidad. El psicoanálisis, no concebirá al sujeto de la misma manera.

El conector lógico que Lacan elige para entender la frase desde la

perspectiva de la experiencia psicoanalítica es sin embargo la

operación booleana del o exclusivo: el o exclusivo es aquel que

aparece en frases del tipo “o una cosa u otra”, siendo una cosa y otra

mutuamente excluyentes, como en o vienes o te quedas, donde es

imposible que pueda a la vez venir y quedarme. Transformado así, el

cogito es ahora: o yo pienso, o yo existo, que equivale a o no pienso,

o no existo, o, para utilizar una formulación de Lacan más elegante:

pienso donde no soy, soy donde no pienso. (Blasco, 1992, p.6)

Lo que equivale a decir que donde soy el sujeto del inconsciente, ahí no

pienso, piensa si acaso el inconsciente, piensa el eso, pero no yo; y donde yo

pienso, ahí el lugar de mi ser está vacío, ese yo que piensa está, como veremos,

fundamentalmente alienado en el otro lado del espejo: no está, de ese ser no hay

nada. Esto quedará más claro cuando desarrollemos puntualmente lo referido al

estadio del espejo.


5.4) El cuerpo del estadio del espejo

Es bien sabido que durante las primeras etapas del desarrollo, es la madre

quien cumple una función muy importante: debe ir libidinizando un organismo

biológico que se encuentra indefenso, dada la prematurez de la cría humana.

Peskin señala que, “el cuerpo deberá ser libidinizado, “narcisizado”, por los

cuidados y los estímulos de la madre a medida que alimenta y cobija el cuerpo

biológico del hijo” (p. 262). A la par del crecimiento biológico, se irá produciendo la

entrada del nuevo ser, a una existencia simbólica como sujeto, “por vía del tránsito

por el complejo del Edipo” (Peskin, p. 262). De esta manera, se produce un

entrecruzamiento entre el eje de la configuración del narcisismo como forjador del

yo y la envoltura libidinal del cuerpo biológico, con el eje que será el de la

asunción simbólica del lenguaje.

El cuerpo que resultará de este entrecruzamiento termina por

configurar un cuerpo completo, articulado que sustrae al humano del

cuerpo despedazado, desarticulado, previo al estadio del espejo al

cual hace mención Lacan. Dicho estadio puede definirse, en líneas

generales, como un “fenómeno consistente en el reconocimiento por

el niño de su imagen en el espejo, a partir de los seis meses”

(Chemama, p.135).

El estadio del espejo describe la formación del yo a través del proceso de la

identificación: el yo es el resultado de identificarse con la propia imagen especular,

imagen que es simultáneamente uno mismo y el otro. Se trata de un proceso que


posibilitará el lanzamiento de un mecanismo libidinal que articula al sujeto con el

semejante. Dicha articulación estará dada por el hecho de que es el otro el

portador de la imagen especular. Si bien se habla de espejo, debe quedar claro

que no se trata de un espejo en la realidad, sino que es el semejante, el otro,

quien le hará de espejo al sujeto. Será el encontrarse en la mirada de ese otro lo

que permitirá el desarrollo de un lugar libidinal. De esta manera, resulta evidente

que la libido vehiculizada en lo escópico posee una gran importancia en el

desarrollo de la imagen del cuerpo.

La clave de este fenómeno está en el carácter prematuro de la cría

humana: hasta los seis meses, el bebé carece todavía de coordinación

sensoriomotriz plena e integral. No obstante, su sistema visual está relativamente

avanzado, lo que significa que puede reconocerse en el espejo antes de haber

alcanzado el control de sus movimientos corporales. A diferencia de lo que ocurre

con el chimpancé de la misma edad, hecho observado por Köhler, el infans queda

fascinado por esa imagen que ve. Se aprecia en él la “mímica iluminante del Aha-

Erlebnis” (Lacan, 1949, p. 89), es decir, de la revelación, del jubileo.

La criatura ve su propia imagen como un todo, y la síntesis de esta imagen

genera una sensación de contraste con la falta de coordinación del cuerpo, que es

experimentado como cuerpo descompuesto, despedazado. Este contraste primero

es sentido por el infans como una rivalidad con su propia imagen, porque la

completud de la imagen amenaza al sujeto con la fragmentación. Se crea de esta

manera una tensión agresiva entre el sujeto y la imagen. Para resolver esta

tensión, el sujeto se identifica con la imagen, y es esta identificación primaria con


el semejante lo que da forma al yo. El momento de la identificación, en el que el

sujeto asume su imagen como propia, es sentida por el niño como un momento de

júbilo porque conduce a una sensación imaginaria de dominio.

Puede pensarse al estadio del espejo como el resultante de la tensión entre

la insuficiencia motora y la anticipación de la imagen; entre lo fragmentado de la

vivencia del cuerpo y la fascinación de la imagen que presenta un cuerpo

unificado. El júbilo ante su imagen es la marca visible de la identificación; el niño

se identifica a esa imagen, que opera sobre el fondo de su vivencia de

fragmentación corporal, sobre la base de la creencia de que "esa imagen soy yo".

Esta imagen entonces, tiene como función velar la vivencia de fragmentación, que

le es ocultada por la identificación con la imagen que se presenta como completa y

unificada. Y será siempre la función que tendrá la imagen para el hombre: aquello

que lo rescata de la incertidumbre de su ser. Escribe Lacan (1949/2002):

(…) el estadio del espejo es un drama cuyo empuje interno se

precipita de la insuficiencia a la anticipación; y que para el sujeto,

presa de la ilusión de la identificación espacial, maquina las fantasías

que se sucederán desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta

una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad. (p. 90)

La imagen virtual que aparece en el espejo es una imagen unificada. Ante

la parcialidad de la pulsión, se pone en marcha un dinamismo libidinal. Es este

dinamismo el que permite que aparezca la unificación en lugar de la parcialidad.

La asunción triunfante de la imagen, momento en que el infans se reconoce en el


espejo, le otorgara una función al yo: brindar la ilusión de totalidad, de unidad, de

completud. Ahí donde el espejo debería devolver una imagen de cuerpo

fragmentado, aparece una imagen unificada.

Lacan se vale de los esquemas ópticos para dar cuenta de todo esto. En el

Seminario 1: Los escritos técnicos de Freud, Lacan toma la experiencia del

ramillete invertido, la cual consiste en ver aparecer, en ciertas condiciones, un

ramo de flores en un jarrón real que de hecho no lo contiene. De acuerdo con

Chemama:

Este dispositivo se refiere a la óptica geométrica, en la que el espacio

real se ve duplicado por un espacio imaginario. En la cercanía del

centro geométrico de un espejo esférico, los puntos reales tienen

imágenes reales situadas en puntos diametralmente opuestos. Pero,

para que la imagen sea visible, el ojo debe ubicarse en el interior de

un cono definido por una recta generadora que tiene como punto fijo

esta imagen real y como curva directriz el borde circular de espejo.

De este modo se explica la experiencia del “ramo invertido” que

Lacan ha recogido de Bouasse”. (pp. 138-139)

Antes de continuar, es preciso realizar algunas aclaraciones en relación con

los distintos tipos de imágenes que existen en la óptica: imágenes virtuales e

imágenes reales. Las primeras son puramente subjetivas, son las imágenes

cotidianas producidas por un espejo plano. Lo propio de estas imágenes es que no

implican una ilusión óptica alguna, ya que para el observador estas imágenes se
comportan como tales. Por ejemplo, un sujeto que se observa en el espejo del

botiquín del baño, sabe que lo que ve reflejado en el espejo es una imagen. Puede

decirse que con estas imágenes el sujeto no queda engañado. Caso contrario

sucede con las imágenes reales: implican una ilusión óptica, motivo por el cual, el

observador es engañado ya que cree que lo que ve es un objeto cuando en

realidad ahí hay una imagen. Este tipo de imágenes se producen con el uso de un

espejo cóncavo. Pero esta ilusión solo podrá darse si el observador se encuentra

en un punto determinado y el juego de luces es el adecuado.

Por tanto, en base a estos conceptos, se puede afirmar que la experiencia del

ramillete invertido se encuentra dentro del ámbito de las imágenes reales. Lacan lo

expresa del siguiente modo:

El ramillete se refleja en la superficie esférica, para aparecer en el

punto luminoso simétrico. Dada la propiedad de la superficie esférica,

todos los rayos que emanan de un punto dado aparecen en el mismo

punto simétrico; con todos los rayos ocurre lo mismo. Se forma así

una imagen real (...) Mas allá del ojo, los rayos continúan su

trayectoria, y vuelven a divergir. Pero, para el ojo son convergentes,

y producen una imagen real, pues la característica de los rayos que

impresionan un ojo en forma convergente es la producir una imagen

real (...) Si los rayos impresionan al ojo en sentido contrario, se forma

entonces una imagen virtual. Es lo que sucede cuando miran una

imagen en el espejo: la ven allí donde no esta. Aquí, por el contrario,

ustedes la ven donde ella esta, siempre y cuando el ojo de ustedes


se encuentre en el campo de los rayos que ya se han cruzado en el

punto correspondiente.

En ese momento, mientras no ven el ramillete real, que esta

oculto, verán aparecer, si están en el campo adecuado, un

curiosísimo ramillete imaginario, que se forma justamente en el cuello

del florero. (pp. 126-127)

Veamos de qué manera se relaciona este experimento con la formación del

yo en tanto imagen. La imagen del cuerpo es como florero imaginario que contiene

el ramillete de flores real. La caja, representa el cuerpo; el ramillete son las

pulsiones y los deseos; y el florero oculto dentro de la caja, representa la realidad

2
Nótese cómo en el esquema se observa la ilusión óptica que se forma en torno al jarrón. El esquema es
el mismo que emplea el Dr. Lacan en su Seminario 1.
biológica del cuerpo, en tanto inaccesible para el sujeto. Para que la ilusión se

produzca, para que se constituya ante el ojo que mira un mundo donde lo

imaginario pueda incluir lo real, es preciso que el ojo ocupe cierta posición; caso

contrario, no se observará la ilusión de completud que ofrece la imagen. En su

lugar, se observara el florero vacío, es decir, se vería la fragmentación del cuerpo,

la parcialidad de las pulsiones.

Para que algo de todo esto pueda ocurrir, es necesario considerar la pre-

existencia de lo simbólico, lo cual permite una construcción imaginaria. Lacan

formula que el yo es un precipitado que se produce en una matriz simbólica. Esta

matriz simbólica está ejemplificada en el modelo del estadio del espejo como la

mirada del Otro. En efecto, será el lugar que el Otro simbólico otorgue al niño en

su deseo lo que sostendrá la imagen narcisista formadora del yo. Será

fundamental para que pueda constituirse una imagen corporal que pre-exista una

ecuación fálica en la cual el niño sea portador de un valor.

Es lo simbólico lo que otorga lugares, lo que tiene la propiedad de localizar

las imágenes. Porque el ojo de la experiencia está ubicado en el lugar que

corresponde es que se puede reconocer la imagen. Por tal motivo resulta que

cuando se habla de narcisismo se hace referencia a la relación siempre

relativamente inestable del sujeto con su propia imagen, pero intermediada por la

función de lo simbólico.

Lacan se valdrá de un segundo esquema óptico para ilustrar, justamente,

que la libido vehiculizada en lo escópico posee una importancia fundamental. En

este segundo esquema, invierte las cosas: coloca el florero dentro de la caja y
ubica las flores por sobre la misma. Las flores sobre la caja representan la

multiplicidad de objetos alrededor de los cuales se va a constituir la imagen del

jarrón, cuyo cuello las abraza. Se puede comparar al jarrón que se encuentra en la

caja, o sea que no se ve, por lo tanto inaccesible para el sujeto, con el cuerpo con

sus agujeros representando las zonas erógenas. Asimismo, representa el cuerpo

como organismo biológico perdido (irrecuperable) para el sujeto humano. De

nuestro cuerpo solo tenemos una imagen. Por su parte, las flores pueden

pensarse como los objetos parciales de la pulsión. Por tanto, puede concluirse que

es alrededor de los objetos parciales de la pulsión que para el psicoanálisis se

constituye el cuerpo.

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Segundo esquema óptico empleado por el Dr. Lacan en el Seminario 1, en la clase 25 de marzo de 1954.
Retomemos el esquema óptico. Todo lo que queda dentro de la caja, será

del orden que a nivel de lo imaginario no se verá, es lo que queda vedado. Pero

hasta aquí, nada se ha dicho acerca de la ilusión que se crea.

En este segundo esquema, Lacan introduce un espejo plano. Es en este espejo

donde se reflejara la ilusión óptica creada en el espejo cóncavo. La imagen real se

forma en el espejo cóncavo, pero cuando el sujeto la ve en el espejo plano, se

convierte en una imagen virtual. Por tanto, el sujeto piensa que no es engañado

porque la imagen se da un espejo plano.

Ahora bien, para el hombre la imagen solo es accesible a través de la

mediación del espejo plano. En este esquema, el espejo plano representa al Otro,

medio por el cual el sujeto humano encuentra su “propia” imagen. Por la

mediación del Otro, la imagen real, ilusoria, engañadora, pasa a ser una imagen

virtual, no engañadora. Ahí donde el sujeto se mira en el espejo plano, éste le

devuelve una imagen virtual.

Todo lo hasta aquí expuesto puede resumirse en las siguientes palabras de

Lacan, expresadas en el Seminario anteriormente mencionado:

El ser humano solo ve su forma realizada, total, el espejismo de sí

mismo, fuera de sí mismo (...) Lo que el sujeto, que si existe, ve en el

espejo una imagen nítida o bien fragmentada, inconsistente,

incompleta. Esto depende de su posición en relación a la imagen real

(...) Todo depende de la incidencia particular del espejo (...)

De la inclinación del espejo depende pues que veamos, mas o

menos perfectamente la imagen (...) Podemos suponer ahora que la


inclinación del espejo plano esta dirigida por la voz del otro. Esto no

existe a nivel del estadio del espejo, sino que se ha realizado

posteriormente en nuestra relación con el otro en su conjunto: la

relación simbólica (...) La regulación de lo imaginario depende de

algo que esta situado de modo trascendente siendo lo trascendente

en esta ocasión ni más ni menos que el vinculo simbólico entre los

seres humanos. (p. 213)

En base a todo lo desarrollado anteriormente, puede decirse que el estadio

del espejo es, efectivamente, un mecanismo libidinal. Antes del estadio del espejo,

no existe un ordenamiento libidinal integrador, ya que lo que domina la escena es

la parcialidad pulsional que patentiza la fragmentación corporal. Es la imagen

especular la que posibilita la integración libidinal del cuerpo a través de lo

escópico. Es el reconocimiento del Otro lo que permite identificar al sujeto, que el

sujeto se pueda situar en relación a su propia imagen y en relación a los otros.

Motivo por el cual, el estadio del espejo también habla de la estructura ontológica,

la cual refiere a la necesidad de relación al semejante.

5.5) Conclusiones

La constitución del Yo en tanto cuerpo, implica una identificación a la

imagen del semejante, a la forma del semejante. La identificación al otro por parte

del infans, le permite la organización del Yo. Previo a este momento del desarrollo,

no existía una unidad comparable al Yo, tal como Freud lo plantea en Introducción
del narcisismo (1914). Muy por el contrario, la situación que predominaba era la

del autoerotismo, con todo lo que esta etapa del desarrollo psicosexual normal

implica: falta de organización, satisfacción parcial de la pulsión sin necesidad de

contar con un objeto que es presentado como unificado, etc.

La posibilidad que le brinda la imagen al infans es la de unificación. El Yo se

conforma como una totalidad organizada a partir de una imagen. Pero, como todo

imagen, esta resulta engañadora: allí donde la imagen que devuelve el espejo

debería ser de un cuerpo fragmentado, agujereado por lo pulsional, aparece una

imagen unificada del cuerpo. Esta identificación es posibilitada gracias a un

mecanismo esencial que es propio del yo: el desconocimiento. El Yo desconoce lo

real de su propio cuerpo, desconoce lo real de lo pulsional, siendo este acto del

desconocimiento un intento de solucionar el desorden pulsional. Sobre las

funciones específicas del Yo hablaremos más adelante, ya que consideramos que

las mismas se podrán comprender mejor a partir de haber analizado, en primer

lugar, la constitución del Yo en tanto imagen unificada del cuerpo.

El Yo se constituye al verse semejante al otro. La visión de la forma, lo

conduce a reconocerse como hombre entre los hombres. De esta manera, la

identificación imaginaria fija los límites al Yo, delimita su extensión como imagen,

delimita aquello que pertenece al Yo diferenciado de aquello que es no-Yo. Vale

aclarar que lo que se considera no-Yo no es el mundo externo, sino lo pulsional

que no encuentra su representación en esa imagen unificada del cuerpo. Esta idea

de límite del Yo Freud la trabaja en su texto emblemático de 1920, Más allá del
principio del placer. En los próximos capítulos trabajaremos sobre esta idea del

límite del Yo y las consecuencias que la implementación del mismo implica.

Entendemos que a partir de esta formación imaginaria del Yo, podemos

acercarnos a la idea freudiana que reza que el Yo es ante todo la proyección de

una superficie corporal.

Pero esta identificación imaginaria no se limita solo a la constitución del Yo

en tanto imagen, sino que también va a permitir el desarrollo de una relación con

lo que circunda a partir de lo que es no-yo. Es por eso que Lacan refiere sobre el

estadio de espejo, que también implica la constitución de un Yo social, ya que el

movimiento libidinal que implica, organiza la constitución de la realidad.

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