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LA EVOLUCIÓN LITERARIA
A
lienta este trabajo la convicción de que el medievalismo es un legítimo aportante de
culturales (tal es el caso del programa de la historia cultural propuesto por Roger Chartier
[1992], que enfoca la materialidad de los textos, es decir, su soporte físico y su tecnología, y
para ello acepta las técnicas de viejas disciplinas como la ecdótica y la codicología, auxiliares
producción cultural en sociedades alejadas en el tiempo, con cierta confianza en que los
contemporáneos.
De las condiciones concretas del campo fenoménico sobre el que nuestra investigación
recorta su objeto he hablado en el primer capítulo de este libro. Con respecto a los instrumentos
insuficiencia del concepto de género para abordar fenómenos literarios tales como la
practice usada por Wlad Godzich y Jeffrey Kittay (1987). Se trata de un acto de significación
social constituido por una combinación (en proporciones determinadas) de una serie de
una situación de comunicación (in absentia, in praesentia) y una posición del sujeto en esa
La idea de “contienda” surge del hecho comprobado de que toda cultura se preocupa
por conservar ciertos mensajes que considera cruciales para su identidad y continuidad. La
práctica discursiva usada para formular y conservar este tipo de mensajes ocupa un lugar
privilegiado en la cultura, defendido a toda costa. Por su estrecha relación con la “verdad” de
sus mensajes y con los grupos sociales que la instrumentan, cada práctica discursiva está
Por esa razón, cada cambio en la hegemonía de las prácticas discursivas repercute en los
traducción a lenguas vulgares de los textos sagrados). La idea de conflicto que supone la noción
de contienda debe complementarse con la idea de gradualidad. Cuando una práctica discursiva
Fenómenos tan estudiados por la crítica y la teoría literarias como la relación entre
centro y periferia, géneros consagrados y géneros menores, pueden entenderse desde esta nueva
perspectiva como una reproducción de dicha contienda en el interior de una misma práctica
la cultura mediática).
evolución literaria (1970) y las nociones complementarias de Bajtin sobre géneros discursivos
(1987, 1989), en la medida en que trabaja con una entidad superior al género (que es la
categoría más amplia que alcanza el paradigma conceptual de la Teoría Literaria). A su vez, la
noción de discurso permite subsumir posiciones irreductibles en torno de la relación entre texto
de los discursos en tanto manifestaciones concretas de la praxis humana (es decir, en tanto
proceso nos resulta parcialmente accesible a través de un corpus textual que es, al menos en
práctica social. Plantear este objeto implica presuponer que hay algo problemático en la
actividad narrativa, lo que está lejos de ser aceptado unánimemente. Baste recordar aquí dos
juicios generales de reconocida autoridad. Decía Barthes en uno de sus textos más trajinados:
Innumerables son los relatos existentes. Hay, en primer lugar, una variedad prodigiosa
de géneros, ellos mismos distribuidos entre sustancias diferentes como si toda materia
le fuera buena al hombre para confiarle sus relatos (...). Además, en estas formas casi
infinitas, el relato está presente en todos los tiempos, en todos los lugares, en todas las
habido jamás en parte alguna un pueblo sin relatos (...); internacional, transhistórico,
relato sobre cómo sucedieron realmente las cosas, que la narratividad sólo podría
parecer problemática en una cultura en la que estuviera ausente [...]. Lejos de ser un
Esta supuesta naturalidad del relato es un claro ejemplo del tipo de dificultades que uno
clasificar todos los tipos de mensajes que producen porque son vistos como naturales;
desenmascarar esta naturalización, porque uno se ve obligado a tener en cuenta que, por un
difícilmente aceptarían que su actividad consiste en “contar cuentos”–; por otro lado, esta
naturalización se vuelve menos nítida a medida que nos alejamos en el tiempo y discriminamos
entre el acto doméstico de contar historias y la práctica social de la narración. En la Edad Media
espacios comunitarios, reclamaba entonces para sí un estatuto pragmático o ético, convertía los
preliminares y las aperturas de los relatos en instancias muy densas y codificadas: los relatos
Estas estrategias de legitimación son sólo parte de los elementos que entran en juego
cuando un sistema cultural trabaja; su identificación constituye la parte esencial de los primeros
cultural concebido como contienda entre prácticas discursivas, que involucran a la vez un
medio tecnológico, una disputa por el poder, una apropiación de autoridad y una estrategia de
legitimación. Contra lo que podría esperarse, rara vez son las necesidades comunicativas las
que generan nuevos medios tecnológicos; con más frecuencia es la aparición de una nueva
Intentaré ahora ilustrar estas cuestiones con fenómenos testimoniados por el corpus
una práctica discursiva que denomino actuación juglaresca; ésta es la que genera el verso épico
dominio del espacio concreto de la enunciación, que podríamos llamar “escena juglaresca”. La
persona del juglar su sostén fundamental. En efecto, es el juglar el que legitima la autoridad de
la práctica por su función de intermediador: durante el siglo XII y principios del XIII, el juglar,
comunitario, fue toda una institución cultural en la que se depositaban los signos de la memoria
popular, el patrimonio cultural y los mitos de la identidad comunitaria. Desde esa posición
resistió exitosamente los embates de otra institución (mucho más tangible como tal) y la
del juglar queda en evidencia si observamos que a él van dirigidos los ataques de la Iglesia,
competencia que se desarrolla durante este período entre estas prácticas discursivas para ser
sociedad castellana lo provee el fenómeno de la llamada “materia cidiana”. Por una parte, la
escritura latina eclesiástica genera relatos en prosa y en verso sobre el máximo héroe castellano:
condes de Castilla y de la figura del Cid, cobra impulso a mediados del siglo XII en medio de
la difícil lucha contra las oleadas africanas almorávides y almohades y la creciente inestabilidad
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interna provocada por los levantamientos contra la reina doña Urraca, la posterior escisión de
los reinos de León y Castilla, la larga minoría del rey Alfonso VIII. La competencia se dirimió
una ventaja insuperable frente a una escritura latina cuya difusión quedaba circunscripta a los
escasos círculos letrados. La configuración de una nueva edad heroica proyectada a los tiempos
de los orígenes de Castilla logró cohesionar al pueblo castellano en una situación histórica
identidad de un pueblo, generando lo que Francisco Rico (1993b) llama, refiriéndose al Poema
de Mio Cid, un canto de frontera y, agrego, un espíritu de cruzada que culminó en Las Navas
de Tolosa y en la expansión fulminante sobre Andalucía en las primeras décadas del siglo XIII.
lado, la estratificación social hizo desaparecer el lugar comunitario y el juglar dejó de sintetizar
la memoria colectiva para quedar al servicio de una clase, la de los guerreros. De este modo, el
profesional”. Su figura se volvió vulnerable y dejó de ser garantía de verdad. Hasta entonces,
la “vida en variantes” de la cultura oral generaba infinitas versiones de los mismos relatos, pero
permanente del acto juglaresco. Al perder el juglar su lugar comunitario, la verdad ya no pudo
Concilio de Letrán a comienzos del siglo XIII la oleada reformadora dio fin a las tácticas de
(Lomax 1969). Este fue el marco cultural que rodeó al fenómeno de la puesta por escrito de
los cantares épicos orales (si bien cronológicamente la puesta en escrito del Cantar de Mio Cid
fue anterior). El programa cultural y literario del llamado “Mester de clerecía” permitió a la
producción verbal. Lo que la crítica tradicional llamó, con un acierto insospechado, “épica
culta” promovió un nuevo tipo de ejemplaridad –algo que provisoriamente podríamos llamar
del verso.
comentarios marginales. A veces se hace visible la rivalidad entre estos sistemas: iluminación
códice del siglo XV que contiene una vasta antología de la poesía cortesana cancioneril, donde
los poemas que cantan un amor sublimado con una fraseología tomada del fin'amors provenzal
aparecen ilustrados con dibujos que despliegan la sexualidad explícita de numerosas posiciones
iluminación. En ese texto depurado se apoyaron las inferencias sobre la naturaleza idealista del
construcción idealizada de un amor sublimado sino código secreto de una poesía erótica,
celebratoria del cuerpo y de la sexualidad.4 Ambas posturas están sujetas, en rigor, a una misma
antagonismo. Lo que el Cancionero de Palacio nos revela es el complejo proceso por el cual
una producción verbal según las pautas compositivas de la lírica trovadoresca se resignifica en
el ámbito recepcional de su copia en un códice regio, por obra de un marco icónico que
responde a otras pautas, propias de las conductas cortesanas del entorno de Enrique IV de
Retomando nuestro relato, digamos que luego de un proceso que cubre la primera mitad
del siglo XIII, la producción verbal escrita de la clerecía consigue desplazar del lugar
hegemónico a la producción verbal oral mediante la puesta por escrito del verso épico
que el verso de clerecía intenta legitimarse como práctica discursiva apoyándose en la escritura
y a la vez buscando –con suerte dispar– reproducir las ventajas de la comunicación oral en el
discursiva, la prosa romance, viene a terciar en la contienda y logra por fin consolidar la
escritura en prosa se propone elaborar una clase diferente de representación, convirtiendo sus
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aparentes desventajas (ausencia de marcas formales como la rima y la métrica, ausencia del
esta misma ausencia provee al texto de un principio de verdad y autoridad más estable.5 Se
proporcionan una imagen del mundo cuya inmediatez es imposible para lo oral (orden gráfico,
yuxtaposición en el espacio, etc.). De esta manera, la prosa fue la práctica discursiva que
encontró la forma de legitimarse sin terminar remitiendo a la oralidad, porque encontró un lugar
no oral desde donde comunicar lo implícito (lo que no equivale a “decirlo”): ese lugar está
delimitado por las rúbricas, adición de títulos, capitulaciones, particiones, listas, catálogos,
índices, marginalia, etc. que disponen para nosotros la ejecución verbal del discurso como algo
La prosa surge en Castilla, en forma sistemática y masiva, a mediados del siglo XIII.
Los antecedentes conservados (el Liber Regum, los Anales toledanos, la Fazienda de
Ultramar) fueron ensayos aislados que no tuvieron continuidad o fueron absorbidos como
La evidente relación del surgimiento de la prosa castellana con el programa cultural del
rey Alfonso X el Sabio marca la excepcionalidad del caso en el Occidente europeo. En efecto,
la prosa surge dentro de un programa impulsado y dirigido por la institución regia, como parte
estudios particulares de Murcia y de los círculos intelectuales ligados a la corte alfonsí, las
llamadas “escuelas alfonsíes”.7 Todo esto le otorga una peculiar situación institucional, ajena
extensa fue la difusión del papel (el “pergamino de paño” a que se alude en las Partidas), un
soporte de la escritura más barato y accesible que, como ha demostrado Martín de Riquer
ambición inusitada: aún los romans en verso más extensos empalidecen frente a la envergadura
de las grandes empresas narrativas en prosa, como el monumental Ciclo francés de la Vulgata
que reúne toda la materia de Bretaña o la Grande e General Estoria de Alfonso el Sabio. Así
irrumpe la prosa narrativa, disputando al verso escrito y a las prácticas discursivas orales
la práctica discursiva dominante del sistema cultural pre-moderno que se iba desplazando de
rectángulo mudo del folio; este desplazamiento fue una de las revoluciones más profundas de
la cultura occidental.
La función ideológica de este espacio textual generado por la escritura en prosa puede
proyección de un orden social ideal, al que por vía racional (educación mediante) el pueblo
daría su consenso. Más allá de los contenidos que explicitaban estos mensajes en los textos,
construcción de un sujeto del enunciado paradigmático a partir del cual el destinatario debía
situarse en el mundo y leer (o leerse en) el mundo. Esta proyección de un tipo de subjetividad
ejemplar es una de las principales estrategias culturales para fomentar la identificación de los
distintos estamentos con el sistema moral y legal que autoriza las prácticas de una sociedad.
El Calila pone en evidencia la impronta laica del proceso cultural en que surge la prosa:
trasfondo averroísta de la obra alfonsí, apunta: “La traducción castellana de Calila e Dimna
mantuvo valientemente el excursus de Ibn al-Muqaffa’ relativo al desencanto personal con las
religiones del Libro y a su abrazo de un puro humanismo filosófico, fragmento que posteriores
versiones judeo-cristianas alteraron o suprimieron de raíz” (1994: 206). Pero el ejemplo más
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elocuente que nos ofrece el texto es el capítulo XVI que narra la historia de cuatro jóvenes que
se encuentran en un camino, librados a su suerte por distintos motivos, uno de ellos es hijo de
completa con una peculiar disposición narrativa que reduce el modelo original ternario, de
a un patrón binario. De allí la cercanía de las funciones narrativas del hijo del rey y del hidalgo,
por un lado, y del mercader y del labrador por otro; de allí también la peculiar sintaxis
labrador), con una significativa postergación de la nobleza en favor de los poderes urbanos del
ideología que sostiene tanto el contenido argumental como el discurso narrativo que lo
vehiculiza se afirma en el plano superior de organización textual que constituye el marco (en
este caso, el diálogo entre un rey y un filósofo).10 Las técnicas del marco adoptadas por la
estaba difundido ya desde la época carolingia y se había reforzado con la práctica escolástica,
procedencia árabe que encontró en la naciente prosa romance sus condiciones de posibilidad.
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En cuanto a la práctica de escritura que supone la obra histórica alfonsí, los propios
cronistas eran en gran medida conscientes de sus resonancias en el medio cultural castellano y
Como es sabido, en su mayor parte es una traducción del prólogo que el arzobispo don
Rodrigo redactó para su crónica De rebus Hispaniae, pero esto no disminuye en nada su
histórica alfonsí. El texto se abre con el problema de la transmisión del saber, primera
obligación del que lo adquiere, principio ético que sostiene el precario edificio de la sabiduría
humana amenazado por la desidia, el olvido y la muerte. La escritura se impone como el medio
más eficaz para vencer el olvido, asegurar la transmisión, actualizar lo pasado y trascender
hasta las generaciones futuras. Asimismo, es evidente que se tiene en cuenta la rivalidad con
la práctica discursiva oral juglaresca, pues se atribuye a la escritura una eficacia actualizadora
hasta entonces reservada a la actuación del juglar y su espectáculo: el cronista sostiene que la
escritura de los sabios permite “que pudiessen saber [...] los que despues dellos uiniessen los
fechos que ellos fizieran, tan bien como si ellos se acertassen en ello” (PCG, 3a32-42). Es, por
último, la que aporta una racionalidad, por la capacidad ordenadora que es propia del registro
escrito:
los sabios ancianos [...] escriuieron los fechos [...] et las leys [...] et los derechos [...] et
[...] las gestas [...], por que los que despues uiniessen por los fechos de los buenos
punnassen en fazer bien, et por los de los malos que se castigassen de fazer mal, et por
esto fue endereçado el curso del mundo de cada una cosa en su orden (PCG, 3b23-35; las
Si para el Toledano las frases encomiásticas hacia la escritura son parte de la tópica del
exordio y afirman un elemento básico de su cultura latina, para Alfonso y sus colaboradores el
traslado de estas frases posee un sentido diferente: impone el valor de la escritura como
experiencia humana en los tiempos pasados y el intento de legitimar por la historia las ambicio-
sas metas del proyecto político-cultural alfonsí; forma e ideología, en suma, como caras de una
misma moneda. Para alcanzar este objetivo se encaró el diseño de un universo que diera cabida
a infinidad de hechos, conductas, hábitos y valores que hasta ese momento no habían sido
englobados por un mismo discurso. Para poblar un universo de tan anchos límites, Alfonso y
muchas de ellas cronísticas, pero también poéticas, líricas, sapienciales. Tales fuentes
enriquecieron los contenidos de lo historiado a la vez que fueron la materia básica del vasto
proceso de interdiscursividad que significó la elaboración cronística del taller alfonsí. Para dar
cuenta de una masa de información de tal envergadura, los cronistas echaron mano de diversas
formas discursivas –como, por ejemplo, la sapiencial representada por la inclusión del Libro
del Filósofo Segundo al narrar el gobierno del emperador Adriano– y también diversos
registros –como es el caso del discurso amoroso ovidiano plasmado en la carta de Dido a Eneas.
La prosa fue la práctica discursiva que posibilitó el manejo de materiales tan heterogé-
neos y tan numerosos. La escala inédita en que trabajó el taller alfonsí resalta aún más
nítidamente cuando se la compara con el trabajo enciclopédico más ambicioso que había
Alexandre. Isabel Uría (1986) ha planteado la posibilidad de que el Alexandre refleje un trabajo
compilatorio en equipo, adscribiéndolo a una autoría plural pensada como antecedente de las
escuelas alfonsíes. A los motivos estilísticos que fundamentan un rechazo de esta hipótesis y
afirmar que no puede explicarse una labor compilatoria y compositiva como la alfonsí sin la
prosa: así como la historia de Alejandro y sus digresiones eruditas y científicas terminaron
absorbidas como un componente más del relato universal de la General Estoria, así también la
el taller alfonsí funcionó como una suerte de laboratorio de experimentación discursiva, en que
un grupo de intelectuales de primer orden, los cronistas alfonsíes, intentaron proporcionar una
dispositio adecuada a las huellas registradas de la praxis histórica y una eficaz argumentatio a
narrativo, paralelo al que en el ámbito de la narrativa breve trazaron las grandes colecciones de
origen oriental. De las características de tal dispositivo puede decirse que, en el plano del
cuanto a la categoría personaje, se privilegia la figura ejemplar: el carácter figural del personaje
narrativa, componente narrativo básico del acontecimiento –a su vez, unidad mínima del relato
estructura del relato reproduce la estructura de la historia, y una función ejemplar, exponiendo
modelos de conducta a seguir o evitar y ciertos principios rectores del devenir histórico. Por
último, narrador y punto de vista se ubican en un plano objetivo superior, con todos los poderes
de la omnisciencia pero a la vez, con la distancia que impone la articulación de otras voces (las
fuentes). Este doble juego de unicidad e intermediación, por el cual el Narrador alfonsí sabe
todo... lo que sus fuentes le dejan saber, permite mantener una perspectiva unívoca y objetiva,
El punto de máximo avance logrado por la prosa alfonsí está representado por la
puesta por escrito iniciado a principios del siglo XIII, y que ostentaba una indiscutible eficacia
no podía prescindir de los relatos épicos, cuyos personajes, además, pertenecían al máximo
rango en la escala de las figuras históricas. Así fue como llevó a cabo la labor prosificatoria
cuyos frutos conocemos indirectamente en los textos cronísticos que han llegado a nosotros.
Esta labor significó el triunfo de la prosa sobre el verso (oral o escrito), lo que se pone de
manifiesto en el hecho de que la leyenda épica del Cid, por ejemplo, comenzara a circular de
modo cada vez más preponderante en su versión prosística. Mientras la oralidad recuperaba su
decir, lo esencialmente estético que nutre el Romancero épico, los siglos XIV y XV habrían de
conocer la “verdadera” historia de sus héroes a través de las crónicas. Este proceso de
Particular del Cid por Juan de Velorado (Burgos, Fadrique Aleman, 1512).
Para terminar, haré un rápido esbozo de las proyecciones de este momento fundacional.
manos de la Iglesia y a la tradición latina europea. Esto implicó el abandono del modelo alfonsí
en lo doctrinal, pero su recuperación y aún superación en el plano formal, tal y como puede
observarse en los Castigos del rey don Sancho IV. Así como la prosa alfonsí, según Márquez
partes favorecía los usos semicultos de la lengua romance, en Castigos del rey don Sancho IV
cotidiano, según ha demostrado Hugo Bizzarri (1999, 2001). La recreación de la escena del
aprendizaje en el marco doctrinal, su interacción dialéctica con la materia narrativa (lo divino
formales, está en condiciones de absorber diferentes modelos narrativos que provienen de otras
Así, por ejemplo, la recepción de modelos narrativos franceses está testimoniada por el
códice h-I-13 de la Biblioteca de San Lorenzo de El Escorial, compuesto como antología, que
ofrece ejemplos de los modelos hagiográficos, del romance (en el sentido franco-inglés del
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como “el encuentro en el lugar salvaje” y “la reina falsamente acusada”. El conjunto de estas
historias permite percibir de qué manera la práctica discursiva encuentra nuevas posibilidades
motivación y verosimilitud).
ejemplo más evidente es la Crónica Particular de San Fernando: allí se cumple una serie de
aristocrática).
configuración específica de las instancias argumentales de gran parte de los textos post-
alfonsíes: la peripecia de los hijos del rey Guillelme, la recuperación del linaje en el Libro del
cavallero Zifar, Ida alimentada con la leche de su propia madre, esposa del Caballero del Cisne
en la Gran Conquista de Ultramar, son apenas algunos de estos indicios, diseminados en todos
diseminada en las demás prácticas, la prosa consolida, en el campo de la ficción, sus ventajas
La última meta de esta expansión será fundar un sujeto y un lugar de enunciación que
de la figura del autor. Pero ésta, como todos sabemos, ya es otra historia.
modo diferente de trazar la historia de los discursos en una cultura medieval. En esta
posibilidad de construir un nuevo tipo de saber sobre los textos, iluminador del pasado y
1
Este trabajo aprovecha secciones de un artículo publicado en Jerusalén (1998) y de una ponencia
leída en las V Jornadas Internacionales de literatura medieval española, realizadas por la Pontificia
Universidad Católica Argentina, en Buenos Aires, agosto de 1996 (“El surgimiento de la prosa
narrativa en Castilla: un enfoque histórico-cultural”).
2
Véase al respecto el ya clásico estudio de Walter J. Ong (1987). Godzich y Kittay (1987: 4-6) también
ofrecen argumentos y ejemplos sobre la incidencia de la tecnología en las necesidades
comunicacionales y las modalidades discursivas.
3
Lo que me propongo es esbozar, a partir de las herramientas conceptuales formuladas, las líneas
generales de un proceso que abarca más de dos siglos de cultura narrativa en Castilla. De allí que lo
que se afirma debe entenderse en ese nivel de generalidad. Por supuesto que el análisis puntual
encontrará excepciones y matizaciones por doquier, pero me interesa aquí trazar una suerte de cuadro
general que nos permita inteligir una cierta lógica evolutiva, algunos hilos de la trama en que se
asienta el sistema de géneros narrativos en el período de emergencia del castellano como lengua
literaria.
4.
Véanse al respecto Whinnom 1981 y Macpherson 1985.
5
Para la concepción general del fenómeno al que alude este brevísimo panorama, véanse Stock 1983,
Godzich y Kittay 1987 y Olsen y Torrance 1995.
6
Me refiero a la refundación de la por primera vez llamada “Universidad” de Salamanca mediante las
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7
Sigue siendo de consulta obligada el trabajo de Gonzalo Menéndez Pidal (1951). Sobre la cuestión
educativa institucional alfonsí, véase Márquez Villanueva 1994.
8.
Para el caso francés, véase Spiegel 1993.
9
Sobre las particulares características del saber vehiculizado por esta obra, véase la Introducción a la
edición crítica de Cacho Blecua y Lacarra (1984: 20-30).
10
Ofrezco un análisis ideológico y formal detallado de este episodio en Funes 2000d.
11
Utilizo la 2ª edición del texto publicado por Ramón Menéndez Pidal (1955), al que remito mediante
la sigla PCG.
12
La unidad de estilo ha sido suficientemente probada por Dana Nelson (1991) más allá de su
controvertida atribución del poema a Gonzalo de Berceo.