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Mesa 5. Diseño e interdisciplinas: nuevas tecnologías, etnografía y demás ciencias sociales.

Eje centrado en la articulación con diferentes disciplinas, como medio y como herramientas, en el que
potenciamos el aporte del diseño a la resolución de diferentes problemáticas socio-culturales.

Resumen para DiSur


Articulación diacrónica: explorando en el pasado de otros.
Bengoa, octubre 2017

Esta mesa está centrada en la articulación entre distintas disciplinas. Una forma de pensar en esas
articulaciones es la sincrónica, es decir, intentando desde distintas profesiones la solución de
problemas que debido a su complejidad requieren la participación de múltiples saberes. Esta
forma de trabajar es cada vez más inevitable y si no lo asumimos y sobre todo no la enseñamos,
nuestros graduados de las carreras de diseño estarán cada vez más lejos de la realidad productiva.

Sin embargo, me interesa en esta breve charla dejar de lado esa necesaria articulación sincrónica
para intentar una articulación diacrónica, es decir a lo largo del tiempo, entre dos disciplinas en
particular, tratando de aprovechar ciertas experiencias y extrapolar otras, con el riesgo que eso
siempre supone. Esta es la experiencia que quiero relatar:

Entre los años 60 y 70, la arquitectura como disciplina, impulsada por un contexto sociopolítico
mundial en el cual parecía posible (inminente, a veces) un cambio social profundo, una revolución,
empezó a investigar en formas participativas de trabajo. Mayo del ´68 y Vietnam, en el primer
mundo, la Revolución Cubana y el Cordobazo, en Latinoamérica conformaron un marco
sociocultural en el cual desde la Arquitectura se empezó a cuestionar su forma tradicional de
operar, no sólo la del arquitecto corporativo sino aún la forma más moderna de las
socialdemocracias de la época. Proyectos como Byker Wall, de Ralph Erskine en Inglaterra (1968-
81), el concurso PREVi para Lima (1978) o Villa 7 de Compagnucci-Cedrón en Buenos Aires (1974)
ponían al comitente en el centro de la escena y hacían descender al arquitecto de su podio
olímpico para meterse en el trato directo con el usuario, incluso en algunos casos, como el de Villa
7, para incluirlo en un proceso de autoconstrucción que incluía la capacitación de los habitantes de
esa villa miseria. Consecuente con ello, hubo experiencias docentes con distinto grado de
solvencia, algunas extremas en su concepción de una arquitectura comprometida con el pueblo,
como el famoso Taller Total de Córdoba (1970/75).

La brutal represión política y social en Latinoamérica en los ´70, el viraje neoliberal en el mundo en
general en los ´80 y la caída del Muro en los ´90 cerraron las posibilidades de un cambio social
inminente y con ello, también se cerraron casi todos los experimentos de arquitectura
participativa, incluidos los más neutros políticamente como podrían haber sido el lenguaje de
patrones de Christopher Alexander o la arquitectura de soportes de N. John Habraken. La ola
sociopolítica que había elevado al cielo una opción distinta de arquitectura, al bajar la había
dejado solitaria y desnuda en la playa, donde languideció. La arquitectura de los últimos 30 años
es en general un envase lujoso para las necesidades del poder económico y político.

Hablemos de otra disciplina en otra década. A partir de Río 92 y la aparición en escena de la


sustentabilidad como paradigma, el Diseño empieza a incorporar la temática ambiental. Ya desde
los ´70 Papanek había predicado casi en el desierto la necesidad de pensar un Diseño distinto, que
tenga en cuenta mucho menos los deseos del mercado y mucho más las necesidades del usuario y
las limitaciones del planeta, pero no era el momento propicio.

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Hoy día, subido a un contexto sociopolítico en el cual aparecen serios cuestionamientos a la
globalización, el Diseño se ve como responsable de parte del desastre ambiental. Como diría
Papanek, “El diseño industrial, al fabricar las llamativas idioteces pregonadas por los publicistas,
entra con un cercano segundo puesto (de las disciplinas dañinas)”

Numerosos sectores sociales se unen hoy contra la globalización, la contaminación ambiental y la


expoliación de los recursos naturales, como se unieron en los 60 y 70 contra el capitalismo. Y
como en los `70 surgieron la arquitectura participativa, la arquitectura de la pobreza y distintas
variantes de regionalismos, desde el Diseño surgen hoy una serie de respuestas: diseño social,
colaborativo, sustentable, sostenible, codiseño, centrado en el usuario, ecodiseño, comercio justo.
No son iguales en cuanto a radicalidad, pero todos parten del consenso de que la actual sociedad
de consumo es inviable y que el Diseño tiene capacidad de respuesta a este dilema.

El problema que quiero plantear es: ¿Cómo hacer para que todos estos Diseños alternativos no
agoten sus fuerzas? ¿Cómo evitar que sean absorbidos por el sistema, cooptados, comprados,
utilizados? ¿Cómo hacer que no sigan el camino de las arquitecturas alternativas? Concretamente:
¿Estamos dispuestos a que nuestras investigaciones, los avances desde la Academia de tantos
diseñadores bienpensantes, contribuyan tarde a temprano a hacer más sustentable el mismo
sistema hiperconsumista que criticamos?

Acá viene la posibilidad de una articulación diacrónica entre disciplinas: ¿Podemos extrapolar algo
de la experiencia de la arquitectura? ¿O vamos camino a consolidar al Diseño como un envolvente
vistoso de un sistema extractivista en cuanto al planeta, esclavista en cuanto a la mano de obra y
vacío de espíritu en cuanto a los usuarios?

Sinceramente no tengo respuestas. Algunos autores anarquistas, como H. Stowasser, planteaban a


fines de los `80 la creación de pequeñas empresas libertarias dentro del sistema capitalista,
empresas que pudieran con el tiempo armar una federación de emprendimientos anarquistas.
Algo parecido plantea más recientemente J. Holloway, quien pregona la idea de crear dentro de
las grietas existentes en el sistema económico, pequeños espacios de creación y producción
alternativos donde lo sustancial no sea la ganancia pecuniaria.

Esta idea –espacios de libertad no capitalistas-podría ser fecundada y potenciada a través de las
herramientas proyectuales del diseño, la de resolución de problemas de manera original. Pero
para no repetir errores habrá que actuar con sutileza, el sistema también está pensando en ese
sentido, con las empresas tipo B o, en Argentina, con las empresas BIC, cuyo proyecto de ley tiene
media sanción.

Pensando en la articulación diacrónica que planteamos al principio, e intentando aprender del


pasado: ¿En que fracasó la arquitectura innovadora de los `70 para terminar tan disminuida? Me
parece que en dos cosas:

Por un lado, la propuesta fue maximalista y tan pegada al triunfo de la opción política, que el
fracaso sucesivo de dichas opciones (revolución, socialdemocracia, comunismo) lo dejó sin aire. No
se pensó en opciones dentro del sistema, que tal vez podrían haber tendido hacia una arquitectura
y un urbanismo social, participativos, basados más en el poder del vecindario que en las
corporaciones.

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Por el otro lado, no se mejoraron las herramientas disciplinares para hacerlo. Excepto casos
aislados, como R. Livingston y su metodología de trabajo con el comitente, no se desarrollaron
herramientas de diseño participativo, de consulta urbana, de codiseño entre usuarios y
arquitectos.

En síntesis, creo que la arquitectura “revolucionaria” de los ´70 quedó demasiado a la espera del
cambio de fondo, que nunca llegó, sin intentar respuestas intermedias que tal vez hubieran
mejorado situaciones existentes. Ejemplo posible: nuevas leyes de alquileres, que propendieran a
la construcción de una ciudad más sustentable, aunque no se usara aún el término y no a la
especulación, o mejores programas de vivienda social. Es decir, respuestas político-sociales-
legales que no fueran de máxima.

Y la arquitectura tampoco buscó respuestas suficientes desde dentro de la disciplina, desde la


flexibilidad de programas y de partidos, desde herramientas comunicativas para una mejor
participación del usuario, desde el establecimiento de estándares de materialidad que no fueran
necesariamente lujosos o tradicionales.

¿Está el diseño atento a no repetir esos errores? Tal vez no lo suficiente. Con respecto al primero
de los problemas, es decir pensar opciones mejoradoras aunque no sean revolucionarias, en
Argentina se está discutiendo hoy, primavera del 2017, una nueva ley de envases. Supongo que
desde el ecodiseño se podría decir muchísimo de los envases, sin embargo hay tres proyecto de
ley, incluso uno de cooperativas de cartoneros, y no hay opinión de las Facultades de Diseño.
También está en los cuerpos legislativos la ley de Empresas de Beneficio Colectivo, que podría ser
una herramienta interesante para propuestas de diseño social, y que yo sepa, no ha participado el
Diseño a través de ninguna de sus instituciones en su redacción o reglamentación. En Europa ya
están discutiendo la implementación de un sello que certifique que los productos no poseen
obsolescencia programada. ¿Desde dónde mejor que del Diseño se podría presentar un proyecto
de ley al respecto? Hoy día es obligatorio presentar una Evaluación de Impacto Ambiental para
casi todos los tipos de proyectos arquitectónicos y urbanos. ¿Cómo puede ser que no haya una ley
que haga obligatorio presentar un Análisis del Ciclo de Vida de un nuevo producto que sale al
mercado? ¿Quién podría defender mejor una ley de obligatoriedad del ACV que los diseñadores e
ingenieros?

Con respecto al segundo de los errores cometidos por la arquitectura, la falta de herramientas
disciplinares, se puede argumentar desde el Diseño actual que existe la corriente de Manzini de
diseño para la innovación social, pero: ¿eso es un cambio disciplinar? Tal vez tendríamos que
trabajar más desde dentro, con herramientas concretas que nos permitirían, por ejemplo,
disminuir el impacto ambiental de los productos que se diseñen, enseñando en la Universidades
los softwares de diseño paramétrico y de optimización topológica que permitan ahorrar material y
energía . Y desde las entidades corporativas del Diseño, como los Colegios, empezar a discutir
mucho más profundamente una deontología del diseño, una manual de ética de los nuevos
tiempos. ¿Quién asegura la privacidad de los datos que produciremos todo el tiempo como
usuarios de internet de las cosas, cosas rigurosa y prolijamente diseñadas por diseñadores?

La pregunta entonces es: ¿Podrá el diseño, en su mejor tradición, potenciar espacios de libertad y
de una producción material y de servicios creativa, práctica, no necesariamente pecuniaria,
simbólicamente poderosa y además bella?

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