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TEORÍAS DE LA VERDAD
EN EL SIGLO X X
té íhTIOS
^
JUAN ANTONIO NICOLAS
MARÍA JOSÉ FRA p OLLI
(Editores)
TEORIAS DE LA VERDAD
EN EL SIGLO XX
N. SMILG, J. RODRÍGUEZ,
M. J. FRÁPOLLl y J. A. NICOLÁS
Impresión de cubierta:
Gráficas Molina 1
[7]
THOIUAS DH LA VLRDAD KN LL SIGLO XX 8
ÍNDICES
AuTom-s ........................................................................................................... 619
M.\ti;ria.s .......................................................................................................... 623
Nomiiri-s .......................................................................................................... 625
PRESENTACION
11
111
E dición original :
l'.DICIÓN castellana :
B ibliografía complementaria :
125]
26 t e o r ía s d e la v er d a d en El. SIGLO XX
cil hallar una frase que caracterice estas consecuencias mejor que la
loimula corriente de la adecuación, siendo exactamente estas conse
cuencias lo que tenemos en la mente cuando decimos que nuestras
ideas concuerdan con la realidad. Nos guian, mediante los actos y las
demas ideas que suscitan, a otros sectores de la experieneia con los
que sentimos estando este sentimiento entre nuestras posibilida
des - que concuerdan las ideas originales, las conexiones y transi
ciones llegan a nosotros punto por punto de modo progresivo, armo
nioso y satisfactorio. Esta función de orientación agradable es la que
denominamos verificación de una idea. Esta explicación es en un
principio vaga, y parece completamente trivial, pero ofrece resulta
dos de los que me ocuparé a continuación.
Empezaré por recordarles el hecho de que la posesión de pensa
mientos verdaderos significa en todas partes la posesión de unos
inestimables instrumentos de acción, y que nuestro deber para alcan
zar la verdad, lejos de ser un mandamiento vacuo del ciclo o una «pi
rueta» impuesta a sí mismo por nuestro intelecto, puede explicarse
por excelentes razones prácticas.
La importancia para la vida humana de poseer creencias verda-
deias acerca de hechos, es algo demasiado evidente. Vivimos en un
mundo de realidades que pueden ser infinitamente útiles o infinita
mente perjudiciales. Las ideas que nos dicen cuáles de éstas pueden
cspeiarsc, se consideran como las ideas verdaderas en toda esta es
fera primaria de verificación y la búsqueda de tales ideas constituye
un deber primario humano. La posesión de la verdad, lejos de ser
aquí un fin en sí mismo, es solamente un medio preliminar hacia
otras satisEicciones vitales. Si me hallo perdido en un bosque y
hambriento, y encuentro una senda de ganado, será de la mayor im
portancia que piense que existe un lugar con seres humanos al final
del sendero, pues si lo hago asi y sigo el sendero, salvaré mi vida. El
pensamiento verdadero, en este caso, es útil, porque la casa, que es
su objeto, es útil. El valor práctico de las ideas verdaderas se deriva
pues, primariamente de la importancia práctica de sus objetos para
nosotros. Sus objetos no son, sin duda alguna, importantes en todo
momento. En otra ocasión puede no tener utilidad alguna la casa
para mi, y entonces mi idea de ella, aunque verificable, será práctica
mente inadecuada y convendrá que permanezca latente. Pero puesto
que casi todo objeto puede algún día llegar a ser temporalmente im
portante, es evidente la ventaja de poseer una reserva general de ver
dades extra, de ideas que serán verdaderas en situaciones meramente
posibles.
TKORÍAS PRACiM/VriCAS 1)U LA VERDAD 29
Nuestro mundo, de una vez para siempre, hubo de mostrar tal pecu
liaridad. Así, una vez verificadas directamente nuestras ideas sobre
el ejemplar de un género nos consideramos libres de aplicarlos a
oíros ejemplares sin verificación. Una mente que habitualmente dis
cierne el género de una cosa que está ante ella y actúa inmedia-
lamenle por la ley dcl género sin detenerse a verificarla, será una
mente «exacta» en el noventa y nueve por ciento de los casos, pro-
bat.lo así por su conducta que se acomoda a todo lo que encuentra y
no sufre refutación.
I.OS procesos que se verifican inclirectamenle o sólo potencuil-
iiieiile, pueden, pues, ser tan verdaderos como los procesos plena
mente verificados. Actúan como actuarían los procesos verdaderos.
Nos proporcionan las mismas ventajas y solicitan nuestio reconoci
miento por las mismas razones. Todo esto en el plano dcl sentido co
mún de los hechos, que es lo único que ahora estamos considerando.
Pero no son los hechos los únicos artículos de nuestro comercio.
Las relaciones entre ideas puramente mentales forman otra esfera
rionde se obtienen creencias verdaderas y falsas, y aqui las creencias
son absolutas o incondicionadas. Cuando son verdaderas llevan el
nombre de definiciones o de principios. Es definición o principio
tlLie 1 y 1 sumen 2, que 2 y 1 sumen 3, etcétera; que lo blanco difiera
menos de lo gris que de lo negro; que cuando las causas comiencen a
actuar, los efectos comiencen también. Tales proposiciones se sostie
nen de todos los «unos» posibles, de todos los «blancos» concebi
bles, y de los «grises» y de las «causas». Los objetos aquí son obje
tos mentales. Sus relaciones son pcfccptivamcnte obvias a la primera
mirada y no es necesaria una verificación sensorial. Además, lo que
una vez es verdadero lo es siempre de aquellos mismos objetos men
tales. La verdad aquí posee un carácter «eterno». Si se halla una cosa
concreta en cualquier parte que es «una» o «blanca» o «giis» o un
«efecto», entonces los principios indicados se aplicarán eternamente
a ellas. Se trata sólo de cerciorarse del género y después aplicar la
ley de su género al objeto particular. Se tendrá la certeza de haber al
canzado la verdad sólo con poder nombrar el género adecuadamente,
pues las relaciones mentales se aplicarán a todo lo relativo a ac|ucl
género sin exeepción. Si entonces, no obstante, se falla en alcanzai
hi verdad concretamente, podría decirse que se habian clasificado
inadecuadamente los objetos reales.
En este reino de las relaciones mentales, la verdad es ademas una
cuestión de orientación. Nosotros relacionamos unas ideas ab.stiactas
con otras, formando al fin grandes sistemas de verdad lógica y mate
32 TliORIAS i:>ri LA VLRDAD EN EL SIGLO XX
' Juanito c) Astuto dice a su primo Friíz: ¿Cómo te explicas que los más rico.s en
el mundo tengan la mayor cantidad de dinero? (N. del. T.)
TEORIAS PRAGMATICAS DE LA VERDAD 37
* No olvido que el profesor Rickerl rcmmció hace ya algún tiempo a toda noción
de verdad, como fundada en su adecuación con la realidad. Realidad, según él, c.s
cuanto se adecúa con la verdad, y la verdad está fundada únicamente en nuestro debei
fundamental. Esta evasión fantástica, junto con la cándida confesión de fracaso de Joa-
chim en su libro The Naíwe ofTniih, me parece indicar la bancarrota del racionalismo
en este asunto. Rickert se ocupa de parte de la posición pragmatista con la denomina
ción de lo que él llama «relativismus». No puedo discutir aquí este texto. Baste decir
que su argumentación en aquel capítulo es tan endeble, que no parece corresponde! al
talento de su autor.
IGNACIO ELLACURIA
LA REALIDAD HISTÓRICA COMO OBJETO
DE LA FILOSOFÍA
(1981)
.-k- ‘‘HA
[45]
46 TEORÍAS Dli I.A VERDAD EN EL SICj LO XX
cualesquiera fueran los recursos que se seguían para ello, desde los
Iínclitos analógicos a los empeños dialécticos. Lo que así se propone
es otra cosa; hay una unidad real de todas las cosas reales, que no es
luci amente una unidad de semejanza o cosa parecida, sino una uni
dad lísica y dinámica, porque todas las cosas vienen unas de otras y
de un modo u otro están realmente mutuamente presentes, si no en
NU individualidad, sí como formas de realidad. Hn segundo caso, se
propone analizar esta unidad no desde sus orígenes, que ya no son
puros, pues lo originado ha revertido sobre lo originante de múltiples
(orinas sino desde su etapa última, que muestra lo que hasta ahora al
lucilos es la realidad. Conozcámosla o no como es en realidad. Esta
etapa última no es un concepto ni es una idea o ideal; es algo que
líos está dado y que, mientras se hace, se nos está dando. i■ -
Por todo ello, no parece injustificado proponer la realidad histó
rica como objeto de la filosofía, si es que para la filosofía se sigue
queriendo el que busque decir lo que es la realidad últimamente y lo
que es la realidad como un todo.
Por otro lado, la realidad histórica, dinámica y concretamente
considerada, tiene un carácter de praxis, que junto a otros criterios
lleva a la verdad de la realidad y también a la verdad de la interpreta
ción de la realidad. No es tanto la equivalencia de Vico entre el ve-
nmi y el factum sino entre el verum y c\ faciemlum. La verdad de la
realidad no es lo ya hecho; eso es sólo una parte de la realidad. Si no
nos volvemos a lo que está haciéndose y a lo que está por hacer, se
nos escapa la verdad de la realidad. Hay que hacer la verdad, lo cual
no supone primariamente poner en ejecución, realizar lo que ya se
sabe, sino hacer aquella realidad que en juego de praxis y teoría se
muestra como verdadera. Que la realidad y la verdad han de hacerse
y descubrirse, y que han de hacerse y descubrirse en la complejidad
colectiva y sucesiva de la historia, de la humanidad, es indicar que la
realidad histórica puede ser el objeto de la filosofía.
B ibliografía complemkniaria :
Ubrary of World Classics, Nueva York, NY, 1960, p. 259. Véa.sc también Fricdrich
V Science [(1882), traducido por Walter Kaui'mann, Vintagc, Nueva
or , NY, 1974, p. 76; «Quiero decir que la gran mayoría no juzga despreciable creer
esto o aquello y vivir de acuerdo con eso sin haber considerado previamente los argu
mentos Ultimos y más ciertos en pro y en contra y sin siquiera molestarse en indagar a
posterior! tales argumentos», trad, cast. Ch. CYego y G. Groot. F. Nielzsche, La Gaya
Ciencia, Akal, Madrid, 1988, § 2, p, 61],
TF.ORÍAS PRAGMÁTICAS DE LA VERDAD 57
’ Thomas Mobbc.s Human Nature (1650), en Woodbridge, J. K., ed. Hohbes Se-
lectwns, Charles vScríbncrs Sons, Nueva York, Chicago, Boston, Í930, p. 23.
TEORÍAS PRAGMÁTICAS Dli LA VERDAD 59
‘ W. K.. ClifTord, «The Ethics of Belicf» (1877), en The Elhics ofiieliej and Other
Kssays, 'Walls and Co., Londres, 1947, 70-96,
60 'IEORÍAS DE LA VERDAD EN El. SIGLO XX
idiasa por»*. Rorty transmuta esta falacia en una poco profunda con-
l epción errónea que identifica «verdadero» y «“verdadero », lo ver
dadero con lo que pasa por verdadero. «Verdadero» es una palabra
puc aplicamos a enunciados acerca de los que estamos de acuerdo,
simplemente porque, si estamos de acuerdo que p, estamos de
acuerdo que p es verdadero. Pero podríamos estar de acuerdo en que
i>cuando p no es verdadero. Así «verdadero» no es una palabra que
verdaderamente se aplique a todos los enunciados acerca de los que
eslamos de acuerdo o sólo a ellos; y tampoco, por supuesto, el llamar
a im enunciado «verdadero» significa que es un enunciado acerca dcl
cual estamos de acuerdo. .
lie aquí de nuevo a Peirce, describiendo lo que pasa si la pseu-
.loinvcstigación se convierte en lugar común; «el hombre pierde sus
concepciones de la verdad y de la razón [...] [y Hep] a considerar el
razonamiento en gran medida como decorativo. El resultado L--J es,
por supuesto, un deterioro rápido del vigor intelectual» . Es la auten-
(ica debacle teniendo lugar delante de nuestros ojos. El razonamiento
fingido en la forma de «investigación», comprado y pagado poi gen
ios interesadas en que las cosas fueran de esta manera mejor que de
esta otra, o motivado por convicción política, y el razonamiento de
pega en forma de «academicismo», mejor caracterizado como medio
de auto-promoción, son demasiado frecuentes. Consciente de esto, la
confianza de la gente en lo que pasa por verdadero declina, y con
ello su buena disposición a usar las palabras «verdad», «evidenciaip
«objetividad», «investigación», sin la precaución de las comillas Y
como esas comillas se hacen ubicuas, la confianza de la gente en los
conceptos de verdad, evidencia, investigación, desfallece; y uno co
mienza a oír, de Rorty, Stich, Heal y cía., que el interes por la verdad
os sólo un tipo de superstición —que, añadiría yo, a su vez alienta la
idea de que no hay, después de todo, nada malo en el razonamicn o
fingido o de pega [...] y así sucesivamente— . .
Uno piensa en Primo Levi en el tema dcl Fascismo y la química,
«la química y la física de la que nos alimentábamos, ademas de ser
alimentos vitales en sí mismos, eran el antídoto contra el Fascismo
I» Primo Levi, The Períodic Table, (1975), traducido del italiano por Raymond Ro-
senthal, Schocken Books, Nueva York, NY, 1984, p. 42. Debo esta referencia a Cora
Diamond, «Truth: Defenders, Debunkers, Despisers», en Commitment in Rejlection,
t ed. Leona Toker, Garland, Nueva York, NY, 1994, 195-221, a cuyo trabajo dirijo a los
lectores para una discusión iluminadora de Rorty y Heal.
" Y otra razón también: que, en la investigación científica, la presión {«ciivtim-
pressure») de los hechos, de la evidencia, es relativamente directa (aunque no, creo,
tan directa como la cita de Levi sugiere). Merecería la pena recordar, en este contexto,
qiie Peirce, un científico en activo tanto como el más grande de los filósofos america
nos, tenía formación de químico.
II, TEORÍAS
DE LA CORRESPONDENCIA
A. TEORÍAS SEMÁNTICAS
ALFRED TARSKl
LA CONCEPCIÓN SEMÁNTICA DE LA VERDAD
Y LOS FUNDAMENTOS DE LA SEMÁNTICA
(1944)
E dición originaí.:
E dición castellana :
’i f l
— «La concepción semántica de la verdad y los fundamentos de la’
semántica» en M. Bunge (cd.),'Antología semántica, Nueva Vi-,4
sión, Buenos Aires, 1960, pp. 111-157. ,
— Reimpresión de la anterior, L. Valdés (ed.). La búsqueda del digni
ficado,léenos, Madrid, 1991, PP 275-312. Reproducimos,el textb
de esta edición con autorización expresa de la empresa editora.
T raducción : E. Colombo. *
[65]
66 TI'ORÍAS DE I.A VERDAD EN El. SlOl.O XX
B ibliografía complementaria :
' Compárese Tarski (2) (véase la bibliografía al final ele este irabajo). Esta obra
puede consultarse para cncoiiirar una presentación más detallada y formal del asunto
que trata esta memoria, y en particular de los tópicos incluidos en las secciones 6 y 9
a 13. También contiene referencias a mis primeras publicaciones sobre los problemas
semánticos [una comunicación en polaco, 1930; el artículo Tarski (1) en francés,
1931; una comunicación en alemán, 1932; y un libro en polaco, 1933], La parte expo
sitiva del presente trabajo se relaciona con Tarski (3). Mis investigaciones sobre la no
ción de verdad y sobre la semántica teórica han sido reseñadas o discutidas por l-lofs-
tadter(l). Jubos (1), Kokoszynska (1) y (2), Kotarbinski (2), Scholz (1), Weinbcrg(l)
y otros.
^ Puede esperarse que aumente el interés por la semántica teórica, de resultas de la
reciente publicación de la importante obra de Carnap (2).
TEORÍAS DE I.A CORRESPONDENCIA 67
I. EXPOSICION
' l'sto se aplica, en particular, a las discusiones pública.s durante el I Congreso na
cional para la Unidad de la Ciencia (París, 1935) y la Conferencia de Congresos Inter
nacionales para la Unidad de la Ciencia (París, 1937); cfr., por ejemplo, Ncurath (1) y
( ronseth ( I).
■' Las palabras «noción» y «concepto» se usan en c.ste irabajo con toda la vague-
d;id y ambigüedad con que figuran en la literatura lilosófica. De modo que unas veces
se refieren simplemente a un término. A veces no tiene importancia determinar cuál
de estas interpretaciones se tiene en cuenta y en ciertos casos tal vez ninguna de ellas
se aplica adecuadamente. Si bien en principio comparto la tendencia a evitar estos tér
minos
minos enen toda discusión exacta, no be considerado necesario hacerlo asi en esta prc-
scptación informal,
68 THÜRÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX TF.ORÍ.AS d e LA CORRESPONDENCIA 69
! f
para que cualquiera pueda determinar si la definición desempeña real . .1 palabra «verdad», como otras palabras del lenguaje cotidiano,
mente su tarea. (lictliimentc no es inequívoca. Y no me parece que los filósofos que
En segundo lugar, debemos determinar de qué depende la correc lililí Halado e.ste concepto hayan ayudado a disminuir su ambigüedad.
ción formal de la definición. Por esto, debemos especificar las pala |(l) las obras y discusiones de filósofos encontramos muchas concep-
bras o conceptos que deseamos usar al definir la noción de verdad; y Ulniics tliferentes de la verdad y de la falsedad; debemos indicar cuál
también debemos dar las reglas formales a que debiera someterse la lie ellas constituirá la base de nuestra discusión.
definición. Hablando con mayor generalidad, debemos describir la (juisicramos que nuestra definición hiciese justicia a las intuicio
estructura formal del lenguaje en que se dará la definición. nes vinculadas con la concepción aristotélica clá.dcu de la verdad,
El tratamiento de estos puntos ocupará una considerable porción lltliiicioiies que encuentran su expresión en las conocidas palabras de
de la primera parte de este trabajo. lil Metafisica de Aristóteles:
2. La extensión del término «verdadero». Comenzaremos poi' Decir de lo que es que no es, o de lo que no es que es, es falso,
hacer algunas observaciones acerca de la extensión del concepto de mieniras que decir de lo que es que es, o de lo que no es que no
verdad que aquí consideramos. es. es verdadero.
El predicado «verdadero» se usa con referencia a fenómenos psi
cológicos, tales como juicios o creencias, otras veces en relación con Si quisiéramos adaptarnos a la terminología filosófica moderna
ciertos objetos físicos - a saber, expresiones lingüísticas y, específi ijin/.á podríamos expresar esta concepción mediante la familiar fór
camente oraciones [sentence.s]— y a veces con ciertos entes ideales mula:
llamados «proposiciones». Por «oración» entenderemos aquí lo que
en gramática se llama usualmente «oración enunciativa»; en lo que La verdad de una oración consiste en su acuerdo (o correspon
respecta al termino «proposición», su significado es, notoriamente, dencia) con la realidad.
tema de largas disputas de varios filósofos y lógicos, y parece que
nunca se lo ha tornado bastante claro e inequívoco. Por diversas ra iSc ha sugerido el término «teoría de la correspondencia» para desig
zones, lo más conveniente parece aplicar el término «verdadero» a ual una teoría de la verdad que se base en esta última formulación.)
las oraciones; es lo que haremos’.
Por consiguiente, siempre debemos relacionar la noción de ver En cambio, si decidirnos extender el uso popular del término
dad, así como la de oración con un lenguaje específico; pues es ob ((designa» aplicándolo no sólo a nombres, sino también a oraciones;
vio que la misma expresión que es una oración verdadera en un len y si acordamos hablar de los designados [designata] de las oraciones
guaje puede ser falsa o carente de significado en otro. como de «estados de co.sas», posiblemente podríamos usar, para los
Desde luego, el hecho de que en este lugar nos interese primaria mismos fines, la oración siguiente:
mente la noción de verdad de las oraciones no excluye la posibilidad
de extender subsiguientemente esta noción a otras clases de objetos. Una oración es verdadera si designa un estado de co.fas
existente^’.
3. El significado del término «verdadero». El problema del sig
nificado (o intensión) del concepto de verdad plantea dificultades Sin embargo, todas estas formulaciones pueden conducir a diver
mucho más graves. sos equívocos, pues ninguna de ellas es suficientemente precisa y
'■ Para la formiilackiii aristotélica, véa.se Ari.st()tele.s (1), Gamma, 7, 27. Las otras
•' Para nuc.stros fines es más conveniente entender por «expresiones», «frases», lilis formulaciones son muy comunes en la literatura, pero no sé a quiénes se deben.
etc., no inscripciones individuales, sino clases de inscripciones de forma similar (por Puede encontrarse un tratamiento crítico de varias concepciones de la verdad p. cj., en
consiguiente, no cosas ILsicas individuales, sino clases de tales co.sas). Kouirbinski (1) (en polaco solamente por ahora), pp. 12.7 s.s., y Rus.scll (1), pp. 362 .s.s.
70 TEORIAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX
una oración sólo puede ser un nombre o una expresión que funcione
como nombre. En segundo lugar, las convenciones fundamentales
t|uc regulan el uso de cualquier lenguaje requieren que, toda vez que
nos pronunciemos acerca de luí objeto, sea el nombre del objeto el
i|iic se emplee y no el objeto mismo. Por consiguiente, si deseamos
decir algo acerca de una oración —por ejemplo, que es verdadera -
debemos usar el nombre de esa oración y no la oración misma*.
Puede agregarse que el poner una oración entre comillas no es,
de ningún modo, la única manera de formar su nombre. Por ejemplo,
suponiendo el orden usual de las letras de nuestro alfabeto, podemos
usar la siguiente expresión como nombre (descripción) de la oración
«la nieve es blanca».
" Esto puede hacerse, a grandes rasgos, de la siguiente manera. Sea S un enun
ciado cuaUjuiera que comience con las palabras «Todo enunciado». Correlacionamos
con S un nuevo enunciado S’ sometiendo a S a las siguientes modificaciones; reem
plazamos en S la primera palabra, «Todo», por «El»; y después de la segunda palabra,
«enunciado», insertamos toda la frase S entre comillas. Convengamos en llamar
«(auto) aplicable» o «no (auto) aplicable» al enunciado S, .según que el enunciado co
rrelacionado S’ sea verdadero o falso. Consideremos ahora el enunciado siguiente:
Todo enunciado es no aplicable.
Es fácil comprobar que el enunciado que acaba de forinuiarsc debe ser a la vez.
aplicable y no aplicable, por consiguiente, constituye una contradicción. Puede no ser
del lodo claro en que sentido esta formulación de la antinomia no envuelve una prc-
misa empírica; pero no me detendré más en este punto.
78 Ti:ORlAS DI; l.A VURDAI) RN l-R SIGLO XX
J
TtíORiAS DI- LA COR1U<SPONÜBNC:IA 79
” Al llevara la práctica esta idea surge cierta diriciiltad técnica. Una lunción pro-
pnsicional puede contener un número arbitrario de variables libres; y la naturaleza ló
gica de la noción de satisfacción varia con este número, Asi, por ejemplo, la nocioii en
riicstión, aplicada a Rmeiones de una variable, es una relación binaria etitre estas lun-
l iones y objetos singulares; aplicada a funciones de dos variables .se convierte en una
relación ternaria entre funciones y pares de objetos; y así sucesivamente. Por coiisi-
guiente, estrictamente hablando no se nos presenta una sola noción de satislaccion
sino infinitas nociones; y resulta que estas nociones no pueden definirse indepen
dientemente entre sí, sino que deben introducirse simultáneamente. ...............
Para vencer esta dificultad empleamos la noción matemática de sucesión inlmita
(o. posiblemente, de sucesión finita con un número arbitrario de términos). Conveni-
nms en considerar la satisfacción, no como una relación de orden superior entre fun
ciones proimsicionales y un número indefinido de objetos, sino como una relación bi
naria entre funciones y sucesiones de objetos. Con esta suposición, la toimulación de
una definición genera, y precisa de satisfacción ya no presenta dificultades, y un
enunciado verdadero puede definirse ahora como aquel que es satisfecho por toda su
cesión. , 1- . ■
Para definir por recurrencia la noción de satisfacción, debemos aplicar cieita
forma de la definición por recurrencia que no se admite en el lenguaje-objeto. 1.uego,
la «riqueza esencia!» del metalcnguaje pticde consistir simplemente en admitir este
tipo de definición. En cambio, se conoce un método general que haga posible la elimi
nación de todas las definiciones por recurrencia, rccmiilazándolas por defunciones
normales explícitas. Si tratamos de aplicar este método a la deiinición de satislacción,
vemos que, o bien debemos introducir en el metalenguaje variables de tipo lógico su
perior al de las que figuran en el lenguaje-objeto, o bien debemos suponer axiomáti
camente, cu el metalenguaje, la existencia de clases inás amplias que todas aquellas
cuya existencia puede establecerse en el lenguaje-objeto. Véase a este respecto faiski
(2), pp. 393 ss., y Tarski (.5), p. 110.
I
84 TEORÍAS DI- I,A Vl-RDAD RN BL SIGLO XX
cicntes para estos fines. Sabemos, sin embargo, que en lo que respecta a la ilcfmicion
(le la verdad vale justamente lo contrario. Por consigtiicnte. en general las nociones de
verdad y de comprobabilidad no pueden coincidir; y, puesto que todo enunciado com
probable es verdadero, debe haber enunciados verdaderos que no son comprobables.
> La teoría de la verdad nos da, pues, un método general para efectuar pruebas de
coherencia [coiisisieitcy] en las disciplinas matemáticas formalizadas. Es fácil adver
tir, sin embargo, que una prueba de coherencia obtenida por este método ptiode poseer
algún valor intuitivo, esto es, puede convencernos, o reforzar nucsla creencia, de que
la disciplina en cuestión es realmente coherente —tan sólo en el caso de que logremos
definir la verdad en términos de un mctalenguaje qtic no contenga como parte al len-
giiajc-objcto (ver a este respecto una observación en la sección 9) . Pues sólo en este
ca.so pueden ser intuitivamente más simples y obvias las suposiciones deductivas dcl
mctalenguaje que las dcl lenguaje-objeto, aun cuando se satisíaga formalmente la
condición de «riqueza esencial». Cfr. también Tar.ski (3), p. 7.
L.a incompletitud de una amplia clase de disciplinas formalizadas constituye el
contenido esencial de un teorema fundamental de K.. Godcl; cfr. Oodel (1), pp. 187 ss.
l .a e.xplicación del hecho de que la teoría de la verdad conduce tan directamente al teo
rema de Gódcl es bastante simple. Al dcdticir el resultado de Godcl a partir de la teoría
de la verdad hacemos un uso esencial dcl hecho de que la delinición de verdad no
puede darse en un lenguaje que sea sólo tan «rico» como el lenguaje-objeto (cfr. nota
17); sin embargo, al e.stablecer este hecho se aplica un método de razonamiento que
está estrechamente relacionado con el usado (por primera vez.) por Gódel. IRiedc ana-
rlirse que Gódcl fue obviamente guiado, en su prueba, por ciertas consideraciones in
tuitivas concernientes a la noción de verdad, aun cuando esta noción no figure explíci
tamente en la prueba; cfr. Gódel (1), pp. 174 ss.
Las nociones de designación y definición llevan directamente a las antinomias
86 TP.ORÍAS DH r.A VHRDAÍ) EN !•[, SIGLO XX
de GrcllinpNelson y de Ricliard (cIV. nota 9). Para obiencr una antinomia a partir de
la nocioti cic saíisfacción, constiuímos la siguiente expresión:
La función preposicional X no satisface a X.
Surge una contradicción cuando consideramos la cuestión de si esta expresión,
que es claramente una función pioposicional, se satisface a sí misma o no.
todas las nociones mencionadas en esta sección pueden definirse en términos
de satisfacción. Podemos decir, p. ej., que un término tlado designa un objeto dado si
este objeto satisface la función proiiosicionai «x es idéntico a f» , donde «T» repre-
■sema el termino dado. Análogamente, .se dirá que una función proposicional define un
objeto dado si este último es el único objeto que satisíáce esta función. Para una defi
nición de consecuencia, véase Tarski (4), y para la sinonimia, C'arnap (2),
La semántica general es el lema de Carnap (2). A este respecto véanse también
observaciones de Tarski (2). pp. 388 ss.
TEORÍAS Oh LA CORRESPONDENCTA 87
No cilaienios los nombres de las pcivsonas que han formulado objeciones a me-
nos que dichas objeciones hayan sido publicadas.
THORÍAS DE I,A C-'ORRESPONDENCIA 89
Cfi. Julios ( I). Debo admitir que no entiendo claramente la.s objecionc.s de
Jubos y que no se cómo clasificarlas: por esto me limito a ciertos pumos de carácter
formal. Von .lulios parece ignorar mi definición de la verdad: sólo se refiere a una pre
sentación informal en larski (3), en la que la definición no aparece para nada. .Si co
nociera la definición real tendría que cambiar.su argumento. Sin embargo, no dudo de
que también en esta definición descubriría algunos «defectos». Pues él cree que ha
probado que «por ra/ones de principio e.s imposible dar tal definición».
TP.ORÍAS OE LA CORRESPONDENCIA ->‘
Las oracione,s «p es verdadera» y «ocurre p» [«p í.v ihc ra.se»] (o, mejor, «es
verdad que p» y «ocurre que p») se usan a veces en tratamientos inlonnalcs, prinei-
palmeme por razones estilísticas; pero se las considera .sinónimas de la oración repre
sentada por «p». En cambio, en la medida en que entiendo la situación, las oraciones
en cuestión no pueden ser usadas por Juhos como sinónimas de «p»; pues de lo con-
inlrio la sustitueióti de (V) por (V’) o (V”) no constituirían ningún «adelanto».
r
92 TLiORÍAS DE LA VERDAD EN EL SKÍLÜ XX
La mayoría de los autores que han discutido mi obra sobre la noción de veidad
opinan que mi definición se conforma a la concepción clásica de esta noción; véase,
p. ej., Kortabinski (2) y Scholz ( I).
94 TEORÍAS DH LA VIÍRDAD 1-N EL SiGLO XX
I I
A pesar de todo esto, creo que la concepción semántica se eon-
forma en medida considerable al uso vulgar, aunque nie apresuro a
admitir que puedo estar equivocado. Y, lo que es más pertinente, creo
que la cuestión suscitada puede resolverse científicamente, aunque
desde luego no mediante un procedimiento deductivo, sino co¿
ayuda del método estadístico de la encuesta. De hcclio, semejante itit
vcstigación se ha llevado a cabo, y de algunos de sus resultados se há
informado a congresos y han sido en parte publicados f
Desearía subrayar que, en ini opinión, semejantes investigacioneii
deben llevaise a cabo con el máximo cuidado. Por ejemplo, si le prel^
guntaramos a un muchacho de escuela secundaria, o a un adulto inte4
ligente sin pieparación filosófica especial, si considera que una ora^
ción es verdadera si concuerda con la realidad, o si designa unai
situación existente, puede resultar simplemente que no comprenda 1^
pregunta; por consiguiente su respuesta, cualquiera que sea, careceri
de valor para nosotros. Pero su respuesta a la pregunta acerca de si[
admitiría que la oración «está nevando» pueda ser verdadera aun;
cuando no esté nevando, o falsa aunque esté nevando, sería, natural-¡
mente, muy importante para nuestro problema.
Por esto, nada me sorprendió (en una discusión dedicada a estos
pioblemas) enterarme de que en un grupo de personas preguntadas
sólo el 15 poi 100 concordó en que «verdadero» significa para ellos'
«concordante con la realidad», en tanto que el 90 por 100 convino cn¡
que una oiación tal como «está nevando» es verdadera si, y sólo si, I
está nevando. De modo que una gran mayoría de esas personas pare- ’i’
cían rechazar la concepción clásica de la verdad en su formulación 1
«filosófica», aceptando en cambio la misma concepción cuando se
la formulaba en palabras sencillas (haciendo a un lado la cuestión de
si se justifica en este lugar el uso de la oración «la misma concep
ción»).
Iteriiiiys (I), vol. II, p. 269 (donde, dicho sea de pasada, no se la expresa como ohjc-
ri<>n). En cambio, no he encontrado ninguna observación a este rcsirccio en el trata-
inienlo de mi obra por los filósofos profesionales (clr. nota 1).
Cfr. Gonseth(l), pp. 187ss.
96 TUÜRÍAS üi; LA VLRUAD EN EL SIGLO XX
lian surgido ciertos puntos que debieran tomar en cuenta todos aque
llos que, por diversas razones gnoseológicas, se inclinan a rechazar
la concepción semántica de la verdad.
Véase Nagel (I) y Nagcl (2), pp. 471 ss. Una observación dirigida, tal vez, en la
misma dirección, se encuentra también en Weinberg (1), p. 77; véase, sin embargo sus
iiliscrvaciones anteriores, pp. 75 ss.
98 TF.ORIAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX
" Esta tendencia era evidente en obras anteriore.s de Carnap [véase, p. ej., Carnap
( I), especialmente Parte V] y en escritos de otros miembros del Circulo de Viena. Cfr.
a este respecto Kokoszynska (1) y Wcinberg (1).
102 TLÍORIAS ÜE LA VERDAD EN EL SIGLO XX
niELIOGRAFIA
Sólo se da la lista de los libros y artículos a que se hace relcrencia en este trabajo.
— (2): «Übcr dic Lange von Bewei,sen», en Ergebnisse eines malhematischen Kollo-
epiiums, vol. Vil, 1936, pp. 23-24. [Versión castellana en K. Oodcl, Obras compíe-
to.v. Alianza, Madrid, 1980]. ,■ o -
(iONSinii, H (1): «Le Congres Descartes, Questions de Phdosophie .Scicntitiquc», en
Revae TVioíiiisVc, vol. XI.IV, 1938, pp. 183-193. r, n i
G r f . i . u n c , , K„ y N h i .s o n , L. (1): «Bemerkimgen zu den Paradoxien von Russell und
Burali-Forti», en Ahhamilugeii der Fríes‘chen Schiile, vol. II, 1908, pp. 3 .
lllLBmtT, D„ y Bernays, P. (1): Gnindiagen der Mathemaük, 2 vols., Berlín, 934-9.
1lOFSTADTKR, A. (1): «On Seinantic Probicms», en The Journal o f Phdosophy, vol.
XXXV, 1938, pp. 225-232. . , ,c m
Julios, B. von (1): «The Truth of Emprical Slatements», en Analysis, vol IV, 1937,
K.o k o s z y n s i o \, M, (1): «Übcr den absoluten W'ahrhcitsbcgrilT und einige anderc sc-
inanti.sche BcgrilTe», en/ófertwWi.v, vol. VI, 1936, pp. 143-165.
— (2): «Syntax, Semantik und Wissenschaftlogik», en Actes dii Congres Internatio
nal de Philosopbie Scieníifniue, \'o\. \\\.pp.')A4,W áñs, I9i6.
Kotarbinski, T. (1): Elementos de teoría del conocimiento, lógica Jormal y metodolo
gía de las ciencias, Lwow, \929.
_ (2)- «Wasprawie pojccia prawdy» («Sobre el concepto de verdad»), en I rzegladji-
lozojiczny, vol. XXXVII, 1934, pp. 85-91. [Traducción castellana en Cuadernos
de Epistemología, n.° 9, Buenos Airos, \959], ,
L i x d r n u a u m , a ., y T a r s k i , A. (1): «Über die Beschriinkthcit der Ausdrucksinit el dc-
duktiver Tehorien», en Ergebnisse eines mathematischen Kollocpihims, vol. Vil,
1936, pp. 15-23. , I r r III
N E. (1): «Reseña de Hofstadtcr» (1), en The
a g l i ., Journal oj Symholic
- .7 : £ '£ 2 :s S ts £ “
I
SAUL KRIPKE
ESBOZO DE UNA TEORÍA DE LA VERDAD'
(1975)
E dición original : ,, ,
;L;-' '
— «Outline of a Theory of Tnith», Journal o f Philosophy, 12lÍ9' .
(1975), pp. 690-715. .. . . '
— Reeditado en R. L. Martin (ed.), Truth and de Liar.Paradox,^^\Í-\-\‘
rendon Press, Oxford, 1984, pp. 53-81. P 7 .5 - •
E dición castellana ; -
' ■' ■■JiJ " ' A'vA Í -:
— Éshozo de una teoría de la verdad, UNAM, México, 1984,45 pp;
Reproducimos el texto de esta edición con autorización expresa .
c de la empresa editora.
T raducción : M. M. Valdés.
B ibliografía complementaria :
~ íl/4XlCnfl9'88rp? 2glÍ8°^
1. EL PROBLEMA
no Dortiue piense que la objeción que dice que la verdad es primanamentc utia propie
dad de las proposiciones (o de los «enunciados») no es pertinente para el trabajo seno
t b r f l a T d r o para las paradojas semánlicas. Por el contrario, creo que en ultimo
termino un tratamiento cuidadoso del problema bien puede hacer necesaria la separa
ción entre el aspecto «expresa» (que relaciona las oraciones con
el aspecto «verdad» (que putativamente se aplica a las proposiciones).
sado^si las paradojas semánticas presentan problemas cuando se aplican directamente
t las proposiciones. La razón principal por la que aplico el predicado verdad directa-
m en l a los objetos lingüísticos, es porque se ha desarrollado una teoría matemática
de la autorreferencia para tales objetos. (Véase también la nota 32.)
Además una versión más desarrollada de la teoría admitiría a aquellos lenguajes
que contienen demostrativos y ambigüedades y hablaría de las proferencias, las ora-
L n e s bajo una interpretación, y cosas similares, como aquello que tiene un valoi de
verdad la exposición informal este arlículo no pretende ser preciso con respecto a
estos asuntos. Las oraciones son los vehículos oficiales de la verdad pero informal
mente hablaremos en ocasiones de las preferencias, los
Y otras cosas. Podemos hablar ocasionalmente como si cada una de las prolcrencias ele
una oración en un lenguaje constituyera un enunciado, aunque sugnamos mas ade
lante que una oración puede no ser enunciado en el caso de ser paradójica o in-
fu n d al Trataremos de ser precisos sobre estos asuntos sólo cuando consideremos
“ m íe d sió n puede dar'lugar a confusión o malentendidos. Observaciones simi
lares se aplican’a las convenciones sobro el uso de comillas.
I
112 TF.ORÍAS DF, LA VERDAD EN EL SIGLO XX
ianto Nixon como Juan piietlen haber hecho sus profcrencias respectivas sin
darse cuenta de que los heclios empírico.s los hacen paradójicos.
Conforme a la manera ordinaria de entender esto (en tanto que opuesta a las
convenciones de quienes enuncian paradojas del tipo del Mentiroso) el problema ra
dica en la sinceridad de las proferencias de Moore y no en su verdad. Probablemente
tanibicn podiíun derivarse las paradojas bajo esta interpretación.
TEORÍAS DE LA CORRESPONDENCIA 13
' Hay varias maneras de hacer esto, usando una numeración de Godel no cslándar
en la que los enunciados pueden contener numerales que designan sus propios núme
ros de Godel, o usando una numeración de Godel estándar añadiendo además constan
tes del tipo de «Jack».
’ Si una oración afirma, por ejemplo, que todas las oraciones de la clase C son
verdaderas, dejaremos que sea falsa y fundada si hay una oración en C que sea falsa,
sin importarnos si son fundadas las otras oraciones en C,
TEORÍAS ÜE LA CORRESPONDENCIA 1 15
L
TEORÍAS DR LA CORRESPONDENCIA 119
(6 ) La nieve es blanca
'■* Véase Marlin (cd.), The Paradox ofihe Liar, New Haven, Vale, 1970, a.si coino
las referencias ahí mencionadas.
Véase la nota 9 anterior. Martin, por ejemplo, en su trabajo «Toward a Solutioti
to thc Liar Paradox», Philo.iophical Review, LXXXVI, 3, julio de 1967, pp. 279-311 y
«On Grelling’s Paradox», ibid. LXXVII, 3, julio de 1968, pp. 325-331, atribuye a «la
teoría de los niveles de lenguaje» todo tipo de restricciones sobre la autorreferencia
las cuales deben considerarse simplemente como refutadas, incluso para los lenguajes
clásicos, por el trabajo de Godol. Quizá hay o haya habido algunos teóricos que creye
ran que todo lo que se dice de un lenguaje debe tener lugar en un meíalenguaje dis
tinto. E.sto importa poco; el asunto principal es: ¿qué construcciones pueden llevarse a
cabo dentro de un lenguaje clásico y qué construcciones requieren vacíos de valores
de verdad? Casi todos los ca.sos de autorreferencia mencionados por Martin pueden
llevarse a cabo por los métodos ortodoxos gddelianos, sin necesidad de invocar predi
cados parcialmente definidos ni vacios de valores de verdad. En la nota 5 de su se
gundo artículo, Martin se percata de la demostración de Gódel de que los lenguajes
suficientemente ricos contienen su propia sintaxis, pero parece no darse cuenta de que
ese trabajo convierte en irrclcvantc la mayor parte de su polémica contra los «niveles
de lenguaje».
En el otro extremo, algunos autores aún parecen pensar que es útil para el trata
miento de las paradojas semánticas algún tipo de prohibición general sobre la autorre
ferencia. En el caso de las oraciones autorreferenciales me parece que ésta es una po
sición sin esperanzas.
TEORÍAS DE LA CORRESPONDENCIA 121
Interpreto a Strawson como si sostuviera que «el actual rey de Francia es calvo»
no logra constituir un enunciado pero que, sin embargo, es significativa, pues da la.s
direcciimes (condiciones) para hacer un enunciado. Aplico esta idea a las oraciones
paradójicas sin comprometerme con respecto a su alegato original de las descripcio
nes. Debería aclarar que la doctrina de Strawson es un tanto ambigua y que he elegido
una de las interpretaciones preferidas, la cual, creo yo, también es la preferida por
Strawson hoy en día.
TEORÍAS DE LA CORRESPONDENCIA 123
Así, la disyunción de «la nieve es blanca» con una oración del tipo dcl Menti
roso será verdadera. Si luibicsenios considerado que una oración del tipo del Menti
roso carece de significado, presumiblemente hubiéramos icnido que considerai que
cualquier oración compuesta que la contuviera carecería también de signiticado.
'■> Las reglas de evaluación son las de S. C. Kleene en su ¡nt/whiclion lo Meía-
malheinatics. Nueva York, Van Nostrand, 1952, Sección 64, pp. 332-340. 1.a nocion
de Kleene de tablas regulares es equivalente (para la clase de evaluaciones que él con
sidera) a nuestra exigencia de la monotonicidad de N más adelante.
Me ha sorprendido mucho oír que el uso que hago de la evaluación de Kleene se
compara ocasionalmente con la propuesta de quienes están en favor de abandonar la
lógica estándar «para la mecánica clásica» o de postular valores de verdad extra, es
decir, además de la verdad y la falsedad, etcétera. Esta reacción me sorprende a mi
tanto' como presumiblemente sorprendería a Kleene quien intentó e.scnbir (como lo
hago yo aquí) un trabajo de resultados matemáticos estándar susceptible de ser pro
bado en la matemática convencional. «Indefinido» no es un valor de verdad extia, de
la misma manera que - e n el libro de Kleene- - no es un número extra en la sección
63. Tampoco debería decirse que «la lógica clásica» no vale en general, ni que (en
Kleene) el uso de funciones parcialmente definidas invalida la ley de la conmutativi-
dad para la adición. Si algtmas oraciones expresan proposiciones, cualquier función
de verdad tautológica de ollas expresa una proposición verdadera. Obviamente las fór
mulas que tienen componentes que no expresan proposiciones, incluso aquellas con
forma de tautologías, pueden tener,funciones de verdad que tampoco expiesan propo-
124 TliORiAS DE LA VERDAD EN El, SIGLO XX
(8 ) (7) es verdadera.
siciones. (Esto sucede bajo la evaluación de Kleene pero no en la de van Fraasen.) Las
meras convenciones para manejar los términos que no designan números no deberían
de ser llamadas cambios en la aritmética; las convenciones para manejar las oraciones
que no expresan proposiciones no son, en ningún sentido filosóficamente importante,
«cambios en la lógica». La expresión «lógica trivalente», ocasionalmente usada aquí
no debiera dar lugar a confusiones. Todas nuestras consideraciones pueden formali
zarse en un mctaicnguajc clásico.
1’HORÍAS DE LA CORRESPONDENCIA 125
I
los elementos de D que o no son (códigos de) oraciones de y (S„ Sj)
o son (códigos de) oraciones falsas de y (S„ S,). La elección de (S„
Sj) determina de manera única a S’, y S’j . Si T(x) ha de interpretarse
como la verdad para el lenguaje mismo L que contiene al propio
T(x), obviamente debemos tener S, = S’, y S^ = S \ . [Esto signi
fica que si A es una oración cualquiera, A satisface (o falsifica)
T(x) si y sólo si A es verdadera (f^alsa) conforme a las reglas de
evaluación.]
Un par (S,, S,) que satisface esta condición se llama un punto
fijo. Para que una determinada elección de (S„ S,) interprete T(x),
establézcase que cp ((S,, SJ) = (S’„ S’,). cp es entonces una función
unitaria definida sobre todos los pares (S,, S,) de subconjuntos dis-
yuntos de D y los «puntos fijos» (S,, SJ son literalmente los puntos
fijos de tp; es decir, son aquellos pares (S„ S^) tales que 9 ((S„ S^)) =
(S’i, S’,). Si (S,, Sj) es un punto fijo, algunas veces llamamos tam
bién a ¿ (S„ S2) un punto fijo. Nuestra tarea básica es probar la exis
tencia de puntos fijos c investigar sus propiedades.
Construyamos primeramente un punto fijo. Lo haremos conside
rando una «jerarquia de lenguajes» determinada. Comenzamos por
definir el lenguaje interpretado y„ como y (A, A) en donde A es el
conjunto vacío; es decir, JL(, es el lenguaje en el que T(x) es total
mente indefinido. (Nunca es un punto fijo.) Para cualquier entero a,
supongamos que hemos definido y„ = (S„ S^). Entonces establezca-
es, asi, un lenguaje con todos los predicados interpretados menos T(x). T(x)
no está interpretado. El lenguaje jL (S^, S^) y los lenguajes ]Lo. definidos más adelante,
son lenguajes obtenidos a partir de yL al especificar una interpretación para T(x).
Escribo entre paréntesis «códigos de» o «números de Oódcl de» en varios luga
res para recordar al lector que la sintaxis puede representarse en L mediante la asigna
ción de números de Gódel o algún otro artificio codilicador. Por descuido algunas ve
ces omito la cuaüficación entre paréntesis, identificando las expresiones con sus
códigos.
TEORÍAS DE I.A CORRESPONDENCIA 127
ñor»; cualquier punto fijo amplía (S,„ S,„). Esto es, si una oración
se evalúa como verdadera o falsa en )í„, dene el mismo valor de ver
dad en cuaü/i/ier panto fijo.
Relacionemos con nuestras ideas intuitivas la construcción de un
129
I
riiOKÍAS DI- LA C()KKI;SP()Nl)r,NC'IA 131
( 1 2 ) o ( 1 2 ) o su negación es verdadera.
Es fácil mostrar que hay puntos fijos que hacen verdadera a (12)
y ninguno que la haga falsa. No obstante, (12) es infundada (no tiene
ningún valor de verdad en el punto fijo mínimo).
Llámese «intrínseco» a un punto fijo si y sólo si no asigna a nin
guna oración un valor de verdad que entre en conflicto con su valor
de verdad en cualquier otro punto fijo. Esto es, un punto fijo (S,, S,)
es intrínseco si y sólo si no hay ningún otro punto fijo (S’^, S J y
ninguna oración A de L’ tal que A e (S^ n S 'J U (S^ n S*,). Decimos
que una oración tiene un valor de verdad intrínseco si y sólo si algún
punto fijo intrínseco le otorga un valor de verdad; es decir, A tiene
un valor de verdad intrínseco si y sólo si hay un punto fijo intrínseco
(S|, S,) tal que A e S, U S,. (12) es un buen ejemplo.
Hay oraciones no paradójicas que tienen el mismo valor de ver
dad en todos los puntos fijos en los que tienen valor de verdad, pero
que, sin embargo, carecen de valor de verdad intrínseco. Considérese
P V “’P, en donde P es cualquier oración no paradójica infundada.
Entonces, P V 'P es verdadera en algunos puntos fijos (a saber, en
aquellos en los que P tiene un valor de verdad) y en ningún punto
fijo es falsa. Sin embargo, supóngase que hay puntos fijos que hacen
verdadera a P y puntos fijos que hacen falsa a P. [Por ejemplo, diga
mos, si P es (3).] Entonces, P V -■P no puede tener un valor de ver
dad en ningún punto fijo intrínseco, pues de acuerdo a nuestras re
glas de evaluación, no puede tener un valor de verdad a menos de
que uno de sus disyuntos lo tenga
No hay ningún punto fijo que sea «el más grande» y que amplíe
cualquier otro punto fijo; efectivamente, cualesquiera dos puntos fi
jos que otorguen diferentes valores de verdad a la misma fórmula no
tienen ninguna extensión en común. Sin embargo, no es dificil mos
trar que hay un punto fijo intrínseco que es el más grande (y, cierta
mente, que los puntos fijos intrínsecos forman una red [lattice] com
pleta bajo <). El punto fijo intrínseco más grande es la única
interpretación «más grande» de T(x) que es consistente con nuestra
idea intuitiva de la verdad y que no hace una elección arbitraria en
las asignaciones de verdad. Es, pues, en tanto que modelo, un objeto
de interés teórico especial.
Es interesante comparar la «jerarquía de lenguajes deTarski» con
el presente modelo. Desgraciadamente esto es muy difícil de hacerse
con toda generalidad sin introducir los niveles transfinitos, tarea que
se omite en el presente esbozo. Pero podemos decir algo sobre los
niveles finitos. Intuitivamente parecería que los predicados «verda
dero » de Tarski son todos ellos casos especiales de un solo predi
cado de verdad. Por ejemplo, dijimos antes que «verdadero,» significa
«es una oración verdadera que no contiene vei'dad». Desarrollemos
formalmente esta idea. Sea A,(x) un predicado sintáctico (aritmético)
verdadero justamente de las fórmulas de }L que no contienen T(x), es
decir, de todas las fórmulas de L. A,(x), al ser sintáctico, es en sí
mismo una fórmula de L, como lo son todas las otras fórmulas sin
tácticas que se mencionan más adelante. Defínase «T, (x)» como
«T(x) A A,(x)». Sea A,(x) un predicado sintáctico que se aplica a to
das aquellas fórmulas cuyos predicados atómicos son los de L más
«T,(x)». [De manera más precisa, la clase de dichas fórmulas puede
definirse como la clase más pequeña que incluye todas las fórmulas
de L y T(x ) A A|(x.), para cualquier variable x clausuradas bajo la
cuantificación y las funciones de verdad.] Defínase entonces T,(x)
como T(x) A Aj(x). En general, podemos definir A„ ,(x) como un
predicado sintáctico cjuc se aplica precisamente a las fórmulas cons
truidas a partir de los predicados de L y T jx), y T„,,(x) como T(x) A
A„ ,(x). Asumamos qucT(x) es interpretada por el punto fijo más pe
queño (o cualquier otro). líntonces es fácil probar por inducción que
cada predicado T,(x) es totalmente definido, que la extensión de
T,,(x) consiste precisamente en las fórmulas verdaderas del lenguaje
L, en tanto que la extensión de T_,^,(x) consiste en las fórmulas verda
deras del lenguaje obtenido al añadir T,(x) a L. Esto significa que to
dos los predicados de verdad de la jerarquía finita de Tarski son defi-
136 TEORIAS DE LA VERDAD liK El, SIGLO XX
nibles dentro de y.^, y que todos los lenguajes de esa jerarquía son
sublenguajes de Este tipo de resultado podría ampliarse al
transfinito si hubiéramos definido la jerarquía transfinita de Tarski.
Hay otros resultados más dificiles de formular en el presente es
bozo. [.as oraciones en la jerarquía de Tarski se caracterizan por set-
seguras (intrínsecamente fundadas) y por ser intrínseco su nivel,
dado independientemente de los hechos empíricos. Resulta natural
conjeturar que toda oración fundada con nivel intrín.seco n es, en al
gún sentido, «equivalente» a una oración de nivel n en la jerarquía de
Tarski. Dadas las definiciones adecuadas de «nivel intrínseco»,
«equivalente» y otras similares, pueden formularse y probarse teore
mas de esta clase, e incluso pueden ampliarse al transfinito.
Hasta aquí hemos asumido que los vacíos de verdad han de ma
nejarse de acuerdo a los métodos de Klcene. No es de ninguna ma
nera necesario hacer esto. Casi cualquier esquema para manejar va
cíos de verdad puede ser usado, con tal de que se conserve la
propiedad básica de la monotonicidad de tp; esto es, a condición de
que al ampliar la interpretación de T(x) nunca cambie el valor de
verdad de ninguna oración de JE, sino que, a lo más, se otorguen va
lores de verdad a los casos que se hallaban previamente indefinidos.
Dado cualquier esquema de este tipo, podemos usar los argumentos
anteriores para construir el punto fijo mínimo y otros puntos fijos,
definir los niveles de las oraciones y las nociones de «fundado»,
«paradójico», etcétera.
Un esquema que puede usarse de esta manera es la noción de su-
percvaluación introducida por van Fraassen La definición es fácil
para el lenguaje JE, Dada una interpretación (S,, S^) de T(x) en y ,
llámese verdadera (falsa) a una fórmula A si y sólo si resulta verda
dera (falsa) conforme a la evaluación ordinaria clásica bajo toda in
terpretación (S \, S‘j) que amplía (S^, S^) y es totalmente definida, es
decir, que es tal que U S*, = D. Podemos entonces definir como
antes la jerarquía { y j y el punto fijo mínimo y^. Bajo la interpreta-
(13) (x)(PQT(x)r.T(x))
Una paradoja del Mentiroso debida a H. l-riedman muestra que hay límites a lo
que puede hacerse en esta dirección.
138 TEORIAS DE LA VERDAD EN El. SIGLO XX
I
radojas semánticas— mediante los esquemas de Frege, Kleene, van
Fraassen, o quizá algún otro. Ni siquiera estoy completamente se
guro de que haya una cuestión de hecho definida con respecto a si el
lenguaje natural debiera evaluarse mediante el punto fijo mínimo o
mediante otro, dada la variedad de esquemas que se pueden elegir
para manejar los vacíos ” . Por el momento no estamos buscando el
esquema correcto.
Aunqiu; el pumo fijo mínimo se distingue cicrtamcnlc por ser natural en mu
chos respectos.
" No es mi intención afirmar que tío hay ninguna cuestión de hecho definida en
e.stas áreas, o incluso que yo mismo no pueda estar en favor de algunos esquemas do
evaluación trente a otros. Pero mis ideas personales son menos importantes que la va-
ricilad de herramientas a mieslra disposición, de manera que, para los propósitos de
este esbozo, asumo una posición agnó.stica. (Hago notar que si se asume el punto de
vista de que la lógica se aplica en primer lugar a las proposiciones, y que estamos so
lamente formulando convenciones sobre cómo manejar las oraciones que no expresan
proposiciones, el atractivo dcl enfoque que introduce la stiperevaiuación disminuye
frente al enfoque de Kleene. Véase la nota 18.)
TEORÍAS IfE LA CüRRESPONDEiNClA 139
E rición original :
T raducción ; M. J. Frápolli.
B ibliografía complementaria :
y
t e o r ía s d e l a c o r r e s p o n d e n c ia 147
[.,.] CLiulquicr idea que nos lleve prósperamente de cualquier parte de la ex
periencia a cualquier otra, ligando las cosas satisfactoriamente, tiabajando
1. LA ESTRUCTURA DE LA VERDAD
[...] piensan que cuando hemos apuntado a ciertos rasgos (brmalcs del pre
dicado de verdad (notablemente su rasgo ‘dc.scntrccomillador’) y exjili-
cado por qué es útil tener un predicado como é.ste (por ejemplo como un
mecanismo para afirmar conjunciones infinitas), hemos diclio práctica
mente todo lo que hay qtic decir acerca de la verdad [ihid., p. 424],
Este punto, a menudo atribuido a Leed.s. fue hecho por rarski en «1 he Scmantic
Conceplion of Truth», Philosophy and Philosophical Research, IV (1944), ]■>. 3s9.
Tar.ski nota también cpie el mero desentrccoinülado no puede eliminar la palabra ‘ver
dadero’ de oraciones como ‘la primera oración escrita por Platón es verdadera’. (Pero
tampoco lia mostrado Tarski cómo eliminar este uso del predicado de verdad a menos
que tenga una definición de la verdad para el lenguaje hablado por Platón).
154 TI-ORÍAS Dt-; LA VERDAD F.N Hl, SIGLO XX
I
qtic se comportan bien, pero sus definiciones, por supuesto, no nos
dicen qué tienen en común estos predicados. Dicho de una forma li
geramente diferente: el definió distintos predicados de la forma ‘s es
verdadero^ cada uno aplicable sólo a un lenguaje, pero no consi
guió definir un predicado de la íbrma ‘s es verdadero en L’ para ‘L’
variable. La observación fue hecha por Max Black y posterior
mente por Dummett pero por supuesto Tarski ha hecho esto atro-
nadoramentc claro desde el principio probando que ningún predi
cado único de este tipo podría definirse en un lenguaje consistente,
dadas sus astinciones concernientes a los predicados de verdad.
Dadas estas restricciones, nunca hubo ninguna posibilidad de que
diera una definición general del concepto de verdad, ni siquiera para
oraciones. Si consideramos la aplicación de verdad a creencias y fe
nómenos relacionados como afirmaciones y aserciones, es obvio de
otra manera que Tarski no intentó una definición realmente general.
Consideiando lo evidente que es que Tarski no dio una definición
general de verdad, y el hecho de que quizá su resultado más impor
tante fue que esto no podía hacerse siguiendo las lineas que le hubie
ran satisfecho, es notable cuánto esfuerzo han puesto algunos críti
cos en el intento de persuadirnos que 4'arski no consiguió ofrecernos
una definición tal.
Dummett dice en el «Prefacio» a Triith and Other Enignias~'^ c]ue
el «argumento fundamental» de su artículo anterior «Truth» era que
cualquier forma de teoría de la redundancia (y él incluye a las defini
ciones de verdad de Tarski en esta categoría) debe ser falsa porque
ninguna teoría tal puede captar el sentido de introducir un predicado
de veidad. Esto puede verse, argumenta él, en el hecho de que, si te
nemos una definición tarskiana de verdad para un lenguaje que no
entendemos.
y" l'ara el desarrollo de este lema, véanse los trabajos de Piiinam a los que nos rc-
(erimos en la última nota a pie de página; también Soames, op. di.-, y .lolin Etche
mendy, «Tarski^on Triilh and Logical Consceuencc», The .hum a! ofSymbolic Logic,
LJI (19S8)í 5 1-7^).
TEORÍAS DE LA CORRIÍSPONORNCIA 159
Etchemendy sugiere que el ‘si y sólo si’ de una definición no lienc el mismo
significado que el ‘si y sólo si’ de una afirmación susiantiva, pero yo no creo que este
comentario deba tomarse en serio puesto que la diferencia no produce ninguna dife
rencia en absoluto dentro del sistema, y si tuviéramos que marcar la supuesta diferen
cia introduciendo símbolos diferentes, las reglas de inferencia del sistema tendrían
que alterarse. Etchemendy dice que su sugerencia no pretendía ser en serio (conversa
ción privada).
164 TEORÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX
Michacl Williams dice que un detlacionista piensa que «lo que se lleva de un len
guaje a otro... es la utilidad, para cada lenguaje, de tener su propio mecanismo desentre-
comilladoi'» - «Scepticism and Charity», Ratio (New Series), I (198S), p. 180--. Pero
aparte de asignar un significado claro a la «utilidad» de un mecanismo, está el hecho de
que en un lenguaje podemos hablar de la verdad en otro lenguaje; y aquí la generaliza
ción sugerida por Williams no puede hacerlo mejor que la convención-T, con su apela
ción esencial a la traducción.
TEORIAS DE LA CORRHSI’ONDE.NCIA 167
más bien un carácter accidental, dependiendo de factores inesenciales (tales como por
ejemplo el estado real de nuestro conocimiento)». Segundo, sólo una definición explí
cita puede garantizar la consistencia del sistema resultante (dada la consistencia del
sistema previa a la introducción de nuevos conceptos primitivos): y, tercero, sólo una
definición explícita puede dominar las dudas de si el concepto está ‘en armonía con
los postulados de la unidad de la ciencia y el fisicalismo’ («The Establishment of
Scientific Semantics», pp. 405-6). lil primer peligro se evita si los axiomas se restrin
gen a las cláusulas recursivas que se necesitan para caracterizar la satisfacción; esca
pamos del segundo (menos concluyentemente) tan pronto como las maneras conoci
das de producir paradojas no se introducen; y la amenaza de que la verdad podría
re.sultar no ser rcducible a conceptos físicos es una amenaza de la cual, en mi opinión,
ni podemos ni deberíamos querer escapar.
í/ TEORIAS DE LA CORRESPONDENCIA
" «The Scmantic Coiiccption of Tnith», pp. 342-3. Tarski también habla de
oraciones «que de.scriben» «estados de cosas», ibicl., p. 345. Cf. «The Concept of
Triith in horinalized Languages», p. 153, y «The ILstablisliment of Scientific Se-
mantics», p. 403.
” En «True to thc Facls», en ¡nquirie.s into Truth and Interpretation. El argumento
es este. La verdad se define sobre la base de la satisfacción: una oración del lenguaje
objeto es verdadera si se satisface por cualquier sucesión de objetos sobre los que va
ríen las variables de cuantificación del lenguaje objeto. Tómese ‘corresponde con’ por
174 TEORIAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX
sobre la base de que no hay manera de dar tal teoría sin emplear un
concepto como el de referencia o satisfacción que relaciona expre
siones con objetos en el mundo.
Me parece ahora que ha sido un error llamar a tales teorías teo
rías de la correspondencia. Aquí está la razón por la que creo que fue
un error. La queja habitual acerca de las teorías de la corresponden
cia es que no tiene sentido sugerir que es posible de algún modo
comparar las palabras o las creencias de uno con el mundo, puesto
que el intento debe siempre concluir simplemente con la adquisición
de más creencias. Esta queja fue expresada, por ejemplo, por Otto
Neurath ’*, quien por esta razón adoptó una concepción de la verdad
como coherencia; Cari Hempel ’’ ha expresado la misma objeción,
hablando de la «fatal confrontación de enunciados y hechos» {ihid.,
p. 51). Rorty* ha insistido repetidamente, declarando simpatía por De-
wey, en que una concepción de la verdad como correspondencia hace
inútil al concepto de verdad. Yo he dicho más o menos lo mismo"".
Esta queja contra las teorías de la correspondeneia no es co
rrecta. Una razón por la que no es correcta es que depende de asumir
que alguna forma de teoría epistémica es eorrecta; por tanto, sólo se
ría una queja legítima si la verdad fuera un concepto cpistcmico. Si
ésta fuera la única razón para rechazar las teorías de la correspon
dencia, el realista podría simplemente repliear que su posición no ha
* Arlhur Fine rechazó el realismo por algunas de las mismas razones que yo, y
añadió una refutación espléndida de la tesis de que una concepción realista de la ver
dad explica la práctica y el avance de la ciencia; «The Natural Ontological Atlitudc»,
en The Shaky Gome: Ein.nein, Realism and (he Quanlum Theoiy, Chicago: University
Press, 1986.
riT7
178 TtiORIAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX
L
11/ TEORIAS DE LA CORRESPONDENCIA 183
J
184 TEORÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX
dada, sean lo suficientemente firmes como para permitirnos trazar una línea nítida en
tre una intención fallida de que las palabras de uno tengan un cierto significado y un
éxito en el significado acompañado por una intención fallida de ser intepretado como
se pretendía. . . . , ,,
“ Véase mi «Communication and Convention», en Inquines inw Truth and Jníer-
pretation.
186 TliORÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX
Esto es, poi supuesto, muclio más de lo que ofrece cualquier teoría que nadie
haya sido capaz de ofrecer para ningún lenguaje natural. La condición no es, por
tanto, una que sabemos que puede satisfacerse. Sabemos, por otra parte, cómo produ
cir una teoría tal para un fragmento poderoso, quizá autosiificiente, del inglés y de
otros lenpajes naturales, y esto es suficiente para dar contenido a la idea de que la in-
coi poración del concepto de verdad a una teoría ofrece una intuición acerca de la na
turaleza del concepto. Podríamos tener que conformarnos al final con un sentido mu
cho menos preciso de ‘teoría’ de los que Tarski tenía en la mente.
Me estoy saltando un grupo de problemas bien trabajado, tales como proporcionar
las condiciones de verdad de los condicionales subjuntivos, de los imperativos, inte-
iiogalivas, enunciados éticos, etc. He discutido (aunque ciertamente no solucionado)
la mayoría de estos problemas en otra parle.
ílay una intención no tocada por una teoría de la verdad que un hablante debe
pretender que un intérprete perciba, \njiierza de la proferencia. Un intérprete debe, si
es que entiende al hablante, ser capaz de decir si una proferencia pretende ser un
chiste, una aserción, una orden, una pregunta, y así sucesivamente. No creo que haya
reglas o convenciones que gobiernen este aspecto esencial del lenguaje. Es algo que
los usuarios del lenguaje pueden transmitir a los oyentes y que los oyentes pueden de
tector suficientemente a menudo; pero esto no muestra que estas habilidades puedan
regimentarse. Creo que hay razones fundadas para pensar que no es posible nada
TEORÍAS DE LA CORRESPONDENCIA 187
como una teoría seria concerniente a esta dimensión del lenguaje. Todavía monos hay
convenciones o reglas para crear o entender metáforas, ironía, humor, etc. Véase mi
«What Metaphors Mean?» y «Convention and Communication», en Inquines inio
Trulh and Inlerpretalion. , . . i
Ksto de alguna manera responde a una crítica frecuente a las tconas de la ver-
dad como teorías dcl significado. Por ejemplo, dado el caso (inusual) de dos predica
dos no estructurados con la misma extensión, una teoría de la verdad podría hacer una
distinción si hubiera circunstancias que nunca se dan pero bajo las cuales las condi
ciones de verdad fueran diferentes.
188 I KOKÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX
Expliqué en la sección previa por qué creo que no debemos preocuparnos sepa
radamente acerca de la referencia o la satisfacción. Dicho brevemente, la razón es que
las oraciones-T no contienen conceptos refercnciales. Puesto que las implicaciones
contraslables de la tcoria son oraciones-T en cuanto aplicadas a casos, cualquier ma
nera de caracterizar la satisfacción que ofrezca oracioncs-T confirmablcs será tan
buena como cualquier otra.
TEORÍAS DE LA CORRESPONDENCIA 189
i
TEORÍAS ÜE I A CORRESPONDENCaA 193
I
Si suponemos, como el principio de caridad dice que inevitahle-
mente debemos, que el patrón de oraciones al que el hablante asiente
rellcja la semántica de las constantes lógicas, es posible detectar e
intei'pretar aquellas constantes. Los principios que guían aquí, como
en la teoría de la decisión, derivan de consideraciones normativas.
Las relaciones entre creencias juegan un papel constitutivo decisivo;
un intérprete no puede aceptar desviaciones grandes u obvias de sus
propios estándares de racionalidad sin destruir el fundamento de la
inteligibilidad sobre el que descansa toda interpretación. La posibili
dad de entender el habla o las acciones de un agente depende de la
i
TEORIAS DE LA CORRESPONDENCIA 195
El tipo (le modiñcación requerida se di.scule en Inquines inlo Tnilh and Inter-
ion.
¡JlVUllioi!
196 TEORIAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX
'* lie discutido este aspecto de la teoría del significado de Quine en «Meaning,
Tnitli and Evidence», en R. Gibson, ed., Perspecüves on Quine, Nueva York: Blac-
wcll, 1989. Allí señalo que Quine a veces parece también subscribir la teoría «dislal»,
cspccialmenle en The Roots o f Reference, La Salle, YL: Open Court, 1973.
TEORIAS ÜE LA CORRESPONDENCIA 197
The Logic o f Decisión (Chicago: Uiiivei-sily Pre.ss, 2.“ cd., 1983). La teoría de
.lelTrey no dclcmiina las probabilidades y utilidades basta los mismos conjuntos de
transformaciones que la teoría slaiuhrcl. Hn vez de una función de utilidad determi
nada hasta una transformación lineal, en la leoria de .IcITrcy la función de utilidad es
única sólo hasta una transformación lineal fraccional: y las asignaciones de probabili
dad en vez de ser únicas una vez que se ha escogido un número para medir la certeza
(siempre Uno), son únicas sólo dentro de una cierta cuantización. ILstas disminuciones
en la determinación son conceptual y prácticamente apropiadas: equivalen, entre otras
cosas, a permitir algo como el mismo tipo de indeterminación en la teoría de la deci
sión que hemos llegado a esperar en una teoría de la interpretación lingüística. En la
misma medida en c| lic se puede dar razón de los mismos datos en la teoría de la deci
sión usando distintas funciones de utilidad haciendo los correspondientes cambios en
la función de probabilidad, asi se pueden cambiar los significados que se atribuyen a
las palabras de una persona (dentro de unos límites) siempre que se hagan los cambios
compensatorios en las creencias que se le atribuyen.
Tf
200 TI-ORIAS OR I-A VliRDAD EN BL SIGLO XX
APENDICE
Esto es, por supuesto, algo parecido a las apuestas de Ramsey. Di
fiere, sin embargo, en que no hay ninguna asunción de que «los esta
dos de la naturaleza» que podría pensarse que determinan los resul
tados sean, en la terminología de Ramsey, «moralmente neutrales»,
esto es, que no tengan efecto sobre las deseabilidades de los resulta
dos. Ni hay tampoco la asunción de que las probabilidades de los re
sultados dependan de nada más que de las probabilidades de los «es
tados de naturaleza» (el agente podría creer que tiene una posibilidad
de ganar cinco dólares incluso si la siguiente carta no es un trébol, y
una posibilidad de que no ganará cinco dólares incluso si la próxima
carta es un trébol).
204 TRORIAS DH RA VERDAD EN EL SIGLO XX
( 3) prob(s) = i.
des(s)
1 - -
desfs)
dcs(s|s) = des(“’ s)
® Estoy en deuda con Slig Kangecn por mostrarme por qué un intento anterior
|)ara solucionar esta problema no íuncionaria. También él añadió algunos refinamicn-
to.s necesarios a la propuesta actual.
™ Para los detalles véase Jeffrey, The Logic q f Decisión.
206 TliORlAS DE LA VlíRDAD EN EL SKiLO XX
RUDOLF CARNAP
OBSERVACIONES SOBRE LA INDUCCIÓN
Y LA VERDAD
(1946)
E dición original :
— «Die alte und die neue Logik», E rkenntnis, I (1930), pp. 12-26.
— «Wahrheit und Bewahrung», A c íe s d u C ongrés In le rn a tio n a l de
P hilo so p h ie S cien tifiq u e, fase. 4, París, 1936, pp. 18-23.
— Coila, A., «Carnap, Tarski and the search for Truth», N ons, 21
(1987), pp. 547-572.
— W. Stegmüllcr, D a s ¡Vahrheitsprobiem u n d d ie Id e e d e r Sem anlik.
B ine E in fiih n m g in die T h eo rien von A. Tarski im d R. C arnap,
Springer, Viena, 1957.
— A. J. Ayer, «Truth», en The c o n c e p t o f a P erson a n d o th e r E ssays,
McMillan & Co., Londres, 1963, pp. 162-187 (ed. cast.: «La ver
dad», en E l co n cep ío d e p e r so n a , Seix Barral, Barcelona, 1969,
pp. 201-230).
[207]
208 TEORIAS Dfi LA VERDAD UN EL SIGLO XX
' Cfr. R. Carnap, «The Two ConcepLs of Probability», loe. cii., vol. V (1945),
pp. 513-5.32, y R. Carnap, «On Inductivc Logic», Philosophy o f Science, vol. XII
(1945), pp. 72-97. (Este último artículo apareció a la vez que la primera parte clcl
Simposio sobre Probabilidad; los demás autores no conocían su contenido cuando es
cribieron sus contribuciones para la.s partes segunda y tercera.)
“ 11. Reichenbach, «Rcply to Donald C. Williams’ Crilicism ofthe Prequeney'fheory
of Probability», Philo.sophy and Phenomenologicul Research, vol. V (1945), pp. 508-
512.
’ Cfr. R. von Ntises, «Commcnls on Donald Williams’ Paper», ¡oc. cit., vol. VI
(1945), pp. 45 ss., y von Mises, «Comments on Donald Williams’ Reply», loe. cit.,
pp. 611-613.
* Quisiera aprovechar la oportunidad para aclarar algunos puntos en los que von
-Mises no ha entendido adecuadamente mi posición (cfr. su segunda contribución, nota
anterior).
(1) He propuesto los términos ‘e.xplicandwn' y 'e.xplicaliim’ meramente como
dos abreviaturas con las que referirme a dos conceptos utilizados frecuentemente por
los científicos, incluido von Mises, y por los filósofos en sus discusiones en torno a la
metodología de la ciencia. Por señalar un ejemplo notorio, la «teoría de la probabili
dad» de von Mises introduce el concepto de límite de una frecuencia relativa en una
secuencia con una distribución al azar (él lo llama «probabilidad») como un sustituto
exacto del usual pero inexacto concepto de frecuencia relativa a largo plazo (llamada
también a veces «probabilidad»). Así que, dicho con mi terminología, él propone el
primer concepto como un explicatum para el segundo, que sería el explicandum. Me
sorprende que von Mises considere mis conceptos de explicandum y explicatum como
“un tanto metafísicos». Supongo que, con todo, él está de acuerdo conmigo en que su
propia teoría, aunque basada en una explicación, no es de naturaleza metafísica sino
genuinamente científica. (Por cierto, no puedo estar de acuerdo con von Mises en lo
concerniente a la región del reino científico a la que pertenece su teoría. Aquí, como
en publicaciones anteriores, von Mises sostiene que su teoría de la probabilidad es
210 TKORIAS m ; LA VERDAD EN EX SICiLO XX
onipíricii, una lama de ciencias nauiiaics como la física. .Sin embargo, aunque sus leo-
rcmas se icricran a acontccimionios múltiples son, de forma bastante evidente, pura
mente analitieos: las pi'ucbas tic esos teoremas, a diferencia de lo que ocurre con
ejemplos de aplicaciones, no hacen uso de ningún resultado obscrvacional que tenga
que ver con esos acontecimientos múltiples, sino únieamenle de métodos lógico-matc-
málieos y de su definición do «probabilidad». Su teoria, por tanto, pertenece a las ma
temáticas puras, no a la tísica. !■. Waismann ha di.sculido en detalle y ha aclarado por
completo esta cuestión en las pp. 2.^9 ss. de su articulo «Logischc Analy.se des VVahrs-
cheinliehkeilsbcgriffs», en lükeim/ni.s, vol. I, 1930, pp. 228-248.)
(2) No se caracteriza adecuadamente mi distinción entie probabilidad^ y proba
bilidad, diciendo que el .segundo de estos conceptos se aplica a aconleeimienlos múlti
ples o a juegos de azai', en tanto que el primero es el grado de confirmación de un solo
suceso. En realidarl, el ámbito tle la probabilidad, o grado de confirmación no se res
tringe a acontecimientos individuales sino que se aplica a lodo tipo de oraciones,
como explique en mi artículo aiilei'ior. Oc hecho, la mayoría de las aplicaciones más
importantes de este concepto se realizan con acontecimientos múltiples, con afirma
ciones estadísticas relativas a frecuencias en una cierta población o en una muestra de
ésta. (Cfr. los ejemplos de teoremas relativos al grado de confirmación que aparecen
en mi artículo «On Inductive Logic» (cfr. n. .5), ijij 9, 10, 12, I3.J La diferencia funda
mental es más bien la siguiente: la expresión ‘probabilidad,’ designa una función em
pírica, a saber, la frecuencia relativa, en tanto que ‘probabilidad,’ dc.signa una cierta
relación lógica entre oraciones; estas oraciones, a su vez, pueden referir o no a fre
cuencias.
(3) Von .Mises .se pregunta si estoy abandonando mi anterior convicción de que
lotla oración (verdadera) o bien es una verdad lógica (analítica, tautológica) o bien es
una vertiad empírica, en el caso de aciucllas oraciones (verdaderas) que establecen el
valoi' de probabilitlad, o grado de confirmación de una hipótesis /? con respecto a una
evidencia dada e (por ejemplo, "c(h,e) ~ <['). Rúes bien: sigo manteniendo la misma
convicción, Las oraciones del tipo descrito son analilica,s, tal y como he sostenido en
un artículo anterior («TheTwo Concepts of Probability», cfr. n. 3, pp. 522 y 526). Los
enunciados de la lógica inductiva y los de la lógica deductiva .se diferencian únicu-
mente en que los primeros incoiporan el concepto de grado de confirmación y están
basados en la definición de esc concepto, en tanto que los segundos son independien
tes de dicho coticcplü.
TEORÍAS DE LA CüRRESPONDHNCTA 21
■> CTV. n. 3.
E'clix Kaiirmann, «The Logical Ruic.s of .Scientific Pioccdurc», PM/osopliy uiid
Plwnomeiwlogical Research, vol. II (1942), pp. 457-471; «Verification, .Meaning and
Trulli», Philosophy and Plientmienological Research, vol. IV (1944). pp. 267-284.
" Félix Kaufmann, Meihodolvgy o f the Social Sciences, Londres y Nueva York,
1944.
'■ H1 inlcresante debate entre Kaufmann y Nagel, que tuvo eomo punto de partida
uno de los artíeulos de Katifmann (el segundo de los meneionados en la nota n,*’ 10)
aparees en Philosophy and Pheimmenological Research, vol. 5 (1945), pp. 50-58 (Na-
gel). 69-74 (Kaufmann), 75-79 (Nagel) y 350-353 (Kaufmann).
212 THORÍAS DK I .A VF.RUAD KN EL SIGLO XX
D6. “Si la persona X en el mo i6. “Si A'en el momento t sabe que
mento t sabe (acepta, ha establecido su e V nada más que eso, entonces li está
ficientemente bien) que /, entonces le confirmado por X en i en un grado de
ocurre lo mismo con /” [K: i ?]. [Aqui, 2/3.” [Aquí, por el término ‘confirmado’
«saber» se entiende en un sentido am no debe entenderse el concepto lógico (se
plio, incluyendo no sólo elementos del mántico) de grado de confirmación que
conocimiento explícito de X, esto es, aparecía en DI, sino el concepto pragmá
aquellos que X es capaz de enunciar ex tico correspondienle; tal concepto no es,
plícitamente, sino también aquellos que sin embargo, lo mismo que él concepto de
están contenidos implícitamente en el grado de ereencia real, sino que se refiere
conocimiento explícito de A]. al grado de creencia justificado por el eo-
214 TKORIAS Dt- l.A VliRDAD HN RL SIC.LO XX
D7. ‘‘Si X sabe que i en el ino 17. “Si X sabe que e, y nada más,
mento A entonces aquella decisión de X en el momento t, entonces aquella deci
en / que esté basada en el supuesto./ está sión de X en t que esté basada en la atri
racionalmente .justifieada.” bución de un grado de certeza de 2/3 a /;
está racionalmente justificada (por ejem
plo, la decisión de apostar por h dos, o
menos, contra uno).”
” La.s ellas ele Kaufmami que siguen c.stán tomadas de la segunda parte del ar
tículo «Scicntific Proccdiire and Probabilily» (cfr. n. 3).
TEORÍAS DE LA CORRESPONDllNCTA 215
3. EL CONCEPTO DE VERDAD
Dcgree ofConfimuition», Jourmit o f Symbolic Logic, vol. 10 (1945), pp. 25-60, cli.
en iiarlicular la p. 59. También ha sitio abordado por Cari O. I lcmpcl y P. Oppenbcim
en «A Uefinition of •‘Dcgrcc of Conl'irmalion”», /’hilosopliy o f Science, vol. XII
(1945), pp. 98-115 (cfr.pp. 114.ss.), , . , ■
'■ CIV. la p. 531 del primero de los articidos mio.s diados en la nota 5, asi como las
referencias cpic aparecen en la ñola 21 de ese artículo.
220 TEORIAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX
miento que posee tan sólo un cierto grado de certeza, no certeza ab
soluta, y que por tanto podría ser refutado o debilitado por alguna
experiencia futura. (Esto último se entiende como una posibilidad te
órica; si el grado de certeza es lo suficientemente alto podemos, en
la práctica, descartar la posibilidad de una refutación futura).
Estoy de acuerdo con Kaufmann (y con casi todo el mundo) en
que oraciones como (3) siempre deberían entenderse en el sentido
(b) y no en el sentido (a). En la discusión que sigue presupongo esta
interpretación de las oraciones (3) y (4).
Ahora el punto decisivo para encarar nuestro problema en su in
tegridad es el siguiente; las oraciones (¡) y (2) son lógicamente equi
valentes-, en otras palabras, cada una de ellas implica la otra; no son
más que diversas formulaciones del mismo contenido fáctico; nadie
puede aceptar una de ellas y rechazar la otra; si se usan con la inten
ción de comunicar, ambas oraciones transmiten la misma informa
ción aunque de forma diferente. I.a diferencia de forma tiene cierta
mente su importancia: las dos oraciones pertenecen a dos regiones
bastante diferentes del lenguaje. (Usando mi terminología, (1) perte
nece a esa región del lenguaje que llamo lenguaje objeto, mientras
que (2 ) pertenece a esa otra región que llamo inetalenguaje, más
concretamente, a la región semántica). Eista diferencia en cuanto a la
forma no evita, sin embargo, su equivalencia lógica. A mi juicio, el
hecho de que tal equivalencia no haya sido tenida en cuenta por mu
chos autores (por ejemplo, C. S. Peirce y John Dcwcy‘^ Reichen-
b a c h y Neurath®) ha dado lugar a multitud de malentendidos en las
discusiones actuales en torno al concepto de verdad. Es necesario
admitir que siempre que se afirma la equivalencia lógica de dos ora
ciones en castellano es necesario añadir algunas matizaciones, de
bido a la ambigüedad de las palabras del lenguaje habitual (en este
caso la palabra ‘verdadero’). Pero la equivalencia es ciertamente vá
lida si entendemos ‘verdadero’ en el sentido del concepto semántico
de verdad^'. Creo, como Tarski, que éste es también el sentido en el
'* Cfr. .lolin Dewey, Logic: The Theorv o f hunhry, I9.S8, p. 345, n. 6, con citas de
Peirce.
t lans Rciclionbach, Experíeitce and Prediction, 1938; cfr. §§ 22 y 35.
OUo Ncurath, «Universal Jargon and Terminology», Proceedings ofthe Aristo-
letian Sociely, 1940-41, pp. 127-148; cfr. especialmente laspp. 138 ss.
Con respecto a esta cuestión, cfr. Alfrcd Tarski, «The Semanlic Conception of
Triilh, and thc Foundalions of Semantics», Phitosophy and Pheiiomeiiological Research,
vol. IV (1944), pp. 341-376, donde se aclaran algunas confusiones habituales. Cfr. asi-
t e o r ía s d e l a c o r r e s p o n d e n c ia 221
■- Rcichcnbíich, op. di., n. 20, p. t88: “.A.sí pues, iio hay ninguna proposición que
pueda verificarse de manera absoluta. Ll predicado que indica el valor de verdad de
ri;ORÍAS DH LA COKRHSLONDHKCIA 223
una proposición, |ior tamo [!], expresa una cuatictact meramente ficticia y tiene su lu
gar únicamente en un imindt) científico ideal. Sin embargo, la ciencia real no puede
hacer uso de él. La ciencia real utiliza en cambio constantemente el predicado que ex
presa el peso de la proposición.”
Comparto el rechazo de Neurath a la posibilidad de un conocimiento absoluta
mente cierto; por ejemplo, cuando critica a Schiiek, quien creía que el conocimienío
proporcionado por ciertas oraciones básicas («Konstalicrimgen») era absolutamente
cierto. Cfr. Neurath, «Radikaler Physikalismus und “Wirkliche Welt”», Erkenii/nis,
vol. IV (1934), pp. 346-362. Pero no puedo estar de acuerdo con el cuando, tomando
esta tesis como punto de partida, termina impugnando el concepto de verdad. En el ar
tículo citado más arriba (nota 20) afirma lo siguiente (pp. 138-139): «Utilizando la
terminología tradicional, podemos decir que una determinada pensona acepta ciertos
enunciados en un momento dado, y que esa misma persona no los acepta en otro mo
mento, pero no podemos decir que algunos enunciados .son hoy verdaderos y no lo son
mañana; “verdadero” y “falso” son términos “absolutos” que debemos evitar.»
224 THORIAS DE LA VERDAD EN El. SIGLO XX
E dición original : \ ,
IP i
— «Verdad»,- en Ensayos Filosóficos, Alianza, mauuu, 1 7 0 7 , ,
pp. 119-132. Reprodueimos el texto de esta edición con autoriza- ,
ción expresa de la ernpresa editora. ,
B ibliografía complementaria : . t .í , ^ R*
Las palabras tal como son discutidas por filólogos, o por lexicógra-í
fos, gramáticos, lingüistas, fonetistas, impresores, críticos (csti-|
lísticos o textuales), etc., no son verdaderas o falsas; son formadas!
incorrectamente, o ambiguas, o defectuosas, o intraducibies, o im-f
pronunciables, o mal pronunciadas, o arcaicas, o corruptas o cosas
por el estilo^ Las oraciones en contextos similares son elípticas, o;
compuestas, o aliterativas o agramaticalcs. Podemos, sin embargo, *
decir gcnuinamente ‘Sus palabras finales eran muy verdaderas’ o ‘La
tercera oración de la página 5 de su discurso es totalmente falsa’;
pero aquí ‘palabras’ y ‘oración’ se refieren, como es mostrado por
los demostrativos (pronombres posesivos, verbos temporales, des
cripciones definidas, etcétera), que las acompañan constantemente
en esta usanza, a las palabras o a la oración en cuanto usadas por una
determinada persona en una determinada ocasión. Es decir, se re
fieren (como lo hace ‘Muchas palabras verdaderas dichas en broma’)
a enunciados.
Un enunciado se hace, y el hacerlo es un evento histórico, la emi
sión por parte de un determinado hablante o escritor de determinadas
palabras (una oración) a una audiencia con referencia a una situa
ción, evento o lo que sea históricos*.
Una oración está hecha de palabras, un enunciado se hace con
palabras. Una oración es no castellana o no buen castellano, un
enunciado no está en castellano o no en buen castellano. Los enun
ciados se hacen, las palabras o las oraciones se usan. Hablamos de
mi enunciado, pero de la oración castellana (si una oración es mía,
yo la acuñe, pero yo no acuño enunciados). La misma oración se usa
al hacer diferentes enunciados (yo digo ‘Es mío’, tú dices ‘Es mío’);
puede también usarse en dos ocasiones o por dos personas para ha
cer el mismo enunciado, pero para esto la emisión debe hacerse con
* Peircc marcó un inicio al señalar que hay dos (o tres) sentidos diferentes de la
palabra ‘palabra’, y pergueñó una técnica (‘coniar’ palabras) ]xua decidir qué es un
‘.sentido diferente’. Pero sus dos sentidos no están bien definidos, y hay muchos más
- -el sentido ‘vocablo’, el sentido del filólogo en que ‘gramática’ es la misma palabra
que 'glamour', el sentido crítico textual en que el ‘el’ de 1. 254 ha sido escrito dos ve-
ce.s, etc. . Con todas sus 66 divis'iones de los signos, Peircc no distingue, creo yo, en
tre una oración y un enunciado.
‘ ‘Histórico’ tío significa, por cierto, que no podamos hablar de enunciados futu
ros o posibles, un ‘determinado’ hablante no necesita ser algún hablante definido.
‘Emisión’ no necesita ser una emisión pública - la audiencia puede ser el hablante
mismo.
r
lEORÍAS DE r.A CORRESPONDENCIA 229
" El problema está en que las oracionc.s contienen palabras o reeursos verbales
que sirven tanto a los propósitos descriptivos como a los demostrativos (por no
mencionar otros propósitos), frecuentemente a ambos a la vez. En filosofía confun
dimos lo descriptivo con lo demostrativo (teoría de los universales) o lo demostra
tivo con lo descriptivo (teoría de las mónadas). Una oración en cuanto nonnalmente
diferenciada de una mera iralabra o expresión se caracteriza por contener un mínimo
de recursos verbales demostrativos (la ‘referencia al tiempo' de Aristóteles); pero
muchas convenciones demostrativas son no verbales (señalar, etc.), y usándolas po
demos hacer un enunciado con una sola palabra que no es una ‘oración’. Así, len
guajes como el de señales (de tráfico, etc.) usan medios muy diferenciados para sus
elementos descriptivos y demostrativos (la señal en el poste, la localización del
poste). Y por muchos recursos demostrativos verbales que empleemos como auxilia
res, debe siempre haber un origen no verbal para estas coordenadas, lo cual es la
clave de la emisión del enunciado.
Uso las siguientes abreviaturas:
Tomo ceqE como mi ejemplo en lo sucesivo y no, pongamos por caso, ecq .tullo
César era calvo o eeq todos los mtdos son estériles, porque estos últimos son capaces
en sus diferentes formas de hacerlos pasar por alto la distinción entre oración y enun
ciado; tenemos, aparentemente, en el primor caso una oración su.sccptiblc de ser usada
para referirse a sólo una situación histórica, en el otro un enunciado sin referencia a al
menos (o a cualquier particular) una.
Si el espacio lo permitiese otros tipos de enunciado (cxistencial, general, hipoté
tico, etc.) deberían ser examinados; éstos plantean problemas más de significado que
de verdad, aunque siento incomodidad con respecto a los liipotélicos.
232 TI'ORÍAS DE LA VERDAD EN F.L SIGLO XX
E.s veidad que R y R.s un hecho que 1/ son aplicables cu las mismas circuiis-
lancias; gorro ajusta cuando hay una cabeza en la que ajusta. Otras palabras pueden
cumplir el mismo rol que ‘hecho’; dccirno.s, por ejemplo, ‘I.a situación es que E’.
Podríamos usar ‘nueces’ incluso como una palabra en código; pero un código,
como una transformación del lenguaje, se dislinguc de un lenguaje, v una palabra en
código despachada no es (llamada)‘verdadera’.
234 tl ío r ía s d e la v i ;r d a d en e l s ig l o x x
'■ Sólü con violencia al castellano podemos señalar la distinción dcl inglés entre
‘a (natural) sign p/'soniething’ y ‘an (artificial) sign/ó/- something', (A\ del T.)
'* Derkeley confundo estos dos, No habrá libros en los riacluiclos fluyentes hasta
el inicio de la hidroseinántica.
TEORIAS DE LA CORRESPONDENCIA 235
lamente una afirmación de segundo orden (al efecto de que una de
terminada afirmación de primer orden es falsa), aunque, cuando es
tán preocupados por explicar la falsedad, sostienen que aseverar que
un enunciado es falso es justamente aseverar su negación (contradic
torio). Es imposible ocuparse de una cuestión tan fiindamcntal aquí^f
Permítaseme afirmar lo siguiente meramente. Afirmación y negación
están exactamente a un nivel, en el sentido de que no puede existir
ningún lenguaje que no contenga convenciones para ambos y que
ambos se refieren al mundo de manera igualmente directa, no a
enunciados sobre el mundo; mientras que puede muy bien existir un
lenguaje sin ningún recurso que haga las veces de ‘verdadero y
‘falso’. Cualquier teoría satisfactoria de la verdad debe ser capaz de
habérselas igualmente con la falsedad pero sólo puede sostenerse
que ‘es falsa’, es lógicamente superflua cometiendo esta confusión
fundamental.
Los siguientes dos eonjunlo.s de axiomas lógicos son, como Aristóteles (aunque
no sus sucesores) los hace, enteramente distintos;
Aquí hay mucho .sentido en las teorías de la verdad como 'colicretici;t‘ (y prag-
malislas). a pesar de qtic no logran apreciar el trillado pero cettlrttl punto do que Ta
verdad es un asttttio de la relación entre palabras y inttndo, y a pesar do su obstinado
(jlekhschahnni’ de loda.s las variedades de fallo eiuittcialivo bajo el solo rótulo de
‘parcialmente verdadero' (en adclatitc iticorreclameiite igualado con ‘jiartc de la ver
dad’). Los teóricos de la ‘corrcspottdeitcia’ también a menudo hablait como alguien
que sostuviese que todo majia es exacto o inexacto; que la exactitud es utia sencTlla y
la única virlttd de ttti mapa; que toda provincia no (tttede tener más que un tntipá
exacto; que ittt mapa a escala tnayor o tnostraiido diferctitcs rasgos debe .ser uti tnapa
de una provincia diferente; etc.
TEORÍAS DE LA CORRESPONDENCIA 239
Compárense las extrañas conductas de ‘fue’ y ‘será’ cuando .se unen a ‘verda
dero’ y ‘probable’.
242 TEORÍAS DU LA VERDAD EN EL SIGLO XX
E dición original ;
T raducción : N. Smilg.
B ibliografía complementaria ;
[243]
244 TI-.ORÍAS DR LA VERDAD EN El. SIGLO XX
I
■D. B. Myers, «Marx’s concept of Truth», Canadian Journal of
' PhiIosophy,\9n.Jr . : ,
M. Horkheimer, «Zum Probiem der Wahiheit»^ Ze/tocAn/? für Só-
zicilforschung, IV/3, (1935); pp.‘321-364 (rcimp., A:«7«¿'/íe Theo-
rie. Studienausgabe, Fischer, Frankftu't a. M,, 1968; reed 1977
pp. 228-276). -’
este asunto está tan claro, ante todo desde la posición inarxista, cjue
no merece la pena detenerse mucho en él. Si a pesar de eso le hemos
dedicado tanto espacio, se debe a que en Polonia se define como
«análisis semántico» cualquier uso del análisis del significado de los
conceptos. Esto conduce a difuminar las diferencias fundamentales
entre las orientaciones filosóficas que, sin embargo, no justifica la
diferenciación meramente externa entre sus métodos de investiga
ción. El marxismo no sólo no está interesado en que se difuminen
estas diferencias sino que, al contrario, se esfuerza por resaltarlas y
clarií icarias en función de sus objetivos y sus conflictos. De aquí se
dciiva la necesidad de del inir con precisiótn el análisis semántico y la
relación en la que nos encontramos con él.
Tras esta obsci-vación introductoria, regresaremos ahora a nuestra
pregunta originaria: ¿Qué entendemos por «verdad»?
Entendemos por «verdad» un «juicio verdadero» o una proposi
ción «verdadera», esto es, un juicio o una proposición que se corres
ponden con la realidad objetiva. Una proposición correcta es, pues,
el enunciado de un juicio verdadero. Por el momento, dejaremos de
lado la cuestión de qué entendemos por un «juicio» al que le co-
1 responde la caracicrística de la verdad. Cuando hablamos sobre la
«verdad», no hablamos de algún «ser conceptual» ideal, sino de pro
posiciones y juicios que son verdaderos. Así pues, por verdad enten
demos —según expondremos en el transcurso de nuestras delibera
ciones la cualidad de un juicio que se basa en la correspondencia
del pensamiento con la realidad objetiva. La posición contraria, se
gún la cual las verdades exislen como entidades independientes (en el
sentido realista de la palabra, como por ejemplo, cuando decimos que
Jano existe), sólo la pueden defender los idealistas de tinte platónico.
Una concepción de este tipo hace su aparición en la filosofía del si
glo XX con Husscrl y Russell. Ellos conectan la teoría de los «juicios
en sentido lógico» tomada de Bolzano con las «entidades ideales» en
el sentido de Platón.
Estableciendo que la «verdad» es un «juicio verdadero» o una
«proposición verdadera», no sólo subrayamos la parte negativa —que
la verdad no es un objeto, un estado o un suceso— sino también la
parte positiva de que la verdad es un concepto abstracto cuyo corre
lato objetivo es una determinada propiedad dcl juicio (y por deriva
ción, una propiedad de la proposición). Comenzando por Aristóteles,
establecemos junto con los más grandes pensadores de la historia de
la filosofía, que la verdad es una propiedad de los juicios.
Detengámonos un momento en esta última afirmación. ¿Es la
TEORÍAS DE l.A CORRIÍSPONDENCIA 247
' .'\sí pues, climinamo.s conscicntcmcnle las expicsioncs que po.seen la forma gra
matical ele una proposición enunciativa, como los juicios estéticos y morales; y tam
bién eliminamos aquellas expresiones que .se diferencian de las proposiciones enun
ciativas por su forma gramatical, como las normas morales. Este discutido y
complicado problcjiia no puede ni debe resolverse, por así decirlo, al mai'gcn de otras
cuestiones. Aquí sólo queremos mostrar brevemente nuestra posición en este asunto.
En consonancia con la posición que hemos adoptado, la verdad le corresponde a
los Juicios que reneJan fielmente la realidad. Así, para |)odcr hablar sobre la verdad,
tenemos que habérnoslas con un juicio que enuncie algo sobre la realidad. Por el con
trario, en el caso de los otros juicios mencionados hablamos de compatibilidad o de
no compatibilidad con un sistema de valores admitido (valores estéticos, morales u
otros). Aquí existe una conexión con la realidad, pero indirecta mediante el sistema de
valores dado; este sistema está ligado a la realidad de una Forma complicada y es su
«reflejo», en un .sentido específico de esta palabra. No se debe eliminar la diferencia
de estas dos relaciones entre detenninados juicios y la realidad, calil'icando simplc-
incntc los juicios como verdaderos o falsos y haciendo surgir la convicción equivo
cada de que con estos enunciados tenemos que ver con juicios .sobre la realidad como
ocurre en los juicios del tipo «esta casa tiene dos pisos».
Esto aparece aún más claramente en el caso de las normas. Las normas poseen
una forma distinta de la de las proposiciones enunciativas y no enuncian nada sobre la
realidad, sino que contienen prescripciones sobre lo que debería ocurrir. Por eso no
pueden ser calificadas como verdaderas o falsas, pues esta calificación sólo tiene .sen
tido en rclereneia a juicios que enuncian algo acerca de la realidad. En el caso de los
juicios normativo.s, es totalmente cuestionable si las proposiciones que los expresan
pueden ser deducidas como proposiciones enunciativas. Ciertamente no es posible si
se trata de una deducibilidad lógico-formal. En mi opinión existe una dedueibilidad en
sentido genético, pero que no justifica en modo alguno que se eliminen las diferencias
entre los respectivos tipos de juicios y proposiciones, calificando las normas como
verdaderas o falsas con algún significado especial de estas palabras.
TEORÍAS DF LA CORRESPONDENCIA 249
En el momento cii el que utilizamos estas cosas para uso personal, se
gún las propiedades que percibimos en ellas, en ese mismo moincnio’so-
uietemos nuestras percepciones sensoriales a una prueba infalible acerca
de su corrección o incorrección. Si estas percepciones eran incorrectas
nuestro juicio sobre la utilidad de esa cosa tendrá que ser incorrecto y
nuestro miento de usarla habrá de fraca.sar, Pero si alcanzamos nuestro ob
jetivo, encontramos que la cosa corresponde a nuestra representación de
ella, que sirve para lo qne la usábamos y esta es una prueba positiva de
que dentro de estos límites, nuestras percepciones de la cosa y de sus pro
piedades eoneuerdan con la realidad existente fuera de nosotros f
Es patente que aquí están mezcladas dos cuestiones: 1. ¿Existe una ver
dad objetiva? Es decir, ¿puede darse un contenido en las representaciones
humanas que sea independiente dcl .sujeto, que iio dependa ni de los hom
bres m de la Inimanidad?'’
l-iiedrich EngeLs, «Die EiUwickkmg des Soziali.smus voti der Utopic zur Wis-
sensdiaftn, en Karl Marx y Eriedrich Engels, AusgewáMte Sd.rí/ien in zwei Rümkn,
Dictz Veiiag, Berlín, 1953, vol. II, p. 90.
’ '■■■f Lcnni, und EmpMokrílizismm. Kritisdw Bemerkimgen iiher
eme reaklioiuirc Philosopliie, Dicfz Verlag, Berlín. 1952 p. 99
■
“ 0¡>. ciL, p. 111.
TEORIAS [)E LA CORRESPONDENCIA 251
del análisis. De hecho esto tiene que ver con el error fundamental
que se deriva de no comprender lo que el marxismo denomina uni
dad dialéctica entre el pensar y el hablar. El pensamiento conceptual
(juicio) sin lenguaje (proposiciones) carece de sentido tanto como un
proceso lingiiistico (proposiciones) sin pensamiento (juicios). Y de
aqui se obtiene claramente la desesperanza de la supuesta renuncia
del análisis semántico respecto a las cuestiones básicas por medio de
la afirmación de que, en lo sucesivo, sólo se ocupará de proposicio
nes o de formas lingüísticas en general. De aquí se concluye también
que la supuesta limitación a un análisis de las proposiciones no res
ponde en absoluto a la importante cuestión de la relación entre los
«juicios lógicos» y los juicios en sentido psicológico, ni al problema
de cuáles de ellos han de calificarse como verdaderos o falsos.
Cuando decimos que la verdad es una propiedad de las proposicio
nes, estamos expresando con ello —por lo dicho anteriormente—
que de hecho es una propiedad de los juicios. Pero ¿de qué juicios?
Kotarbinski está en la posición correcta cuando dice que cuando
hablamos de la verdad de la proposición, usamos el calificativo «ver
dadero» de modo que está determinado por su papel en la relación
con los juicios y las ideas. De todo ello se podría inferir que el autor
se inclina por la posición de que el enlace de las proposiciones con
los juicios significa su enlace con los juicios en sentido psicológico.
Sin embargo, surge la cuestión de si la proposición «dos por dos son
cuatro» sigue siendo correcta aunque, en realidad, nadie experimente
el juicio que en ella se expresa. El problema de los juicios lógicos
aparece aquí bajo la forma de un problema acerca de los contenidos
proposicionalcs. Los partidarios del método dcl análisis semántico
dicen también que los juicios lógicos son lo mismo que los conteni
dos de la proposición. Pero, de este modo el problema vuelve a plan
tearse en toda su extensión, aunque con otro ropaje terminológico.
Aquí tampoco puede ayudar aquella escapatoria externa como es la
afirmación en nombre del reismo de que no existe ninguna cosa que
pueda ser un contenido preposicional. Los partidarios de la interpre
tación nominalista tienen que decidirse entre aceptar la absurda teo
ría de la separación y aislamiento de la forma lingüística respecto a
la forma de pensamiento (con lo que sus concepciones pierden cual
quier valor científico), o tienen que reconocer que las artimañas ter
minológicas nominalistas no eliminan el problema. Después de ha
ber constatado el carácter insatisfactorio del intento nominalista por
responder a esta cuestión, podemos continuar su análisis en el espí
ritu de la filosofía marxista.
256 TKORtAS DE Í.A VERDAD KN EL SIGLO XX
u
TEORIAS DE LA CORRl'.SPONDENCTA 259
l-i
I i.
I
1
FRANK P. RAMSEY
LA NATURALEZA DE LA VERDAD
(1927)
E dición original :
T raducción : M. J. Frápolli.
12651
266 I HORÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGI.O XX
1. ¿QUÉ e s LA VERDAD?
' Lo dificil del problema puede juzgarse a partir del hecho de que en los años
1904-25 el Sr. Berirand Russell ha adoptado sucesivamente cinco soluciones diferen
tes de él.
TF.ORÍAS RRO-ORACIONALES 26 7
que hay tres clases que pueden ser sugeridas. Porque usamos ‘verda
dero’ y ‘falso’ tanto para estados mentales % tales como creencias,
juicios, opiniones o conjeturas; como también para enunciados u
oraciones indicativas; y en tercer lugar, de acuerdo con algunos filó
sofos, aplicamos estos términos a ‘proposiciones’, que son los obje
tos de juicio y el significado de las oraciones, pero ellos mismos ni
juicios ni oraciones.
De acuerdo con los filósofos que creen en ellas, son estas propo
siciones las que son verdaderas o falsas en el sentido más fundamen
tal, siendo una creencia llamada verdadera o falsa por una extensión
de significado según que lo que se crea sea una proposición verda
dera o falsa. Pero en tanto que la existencia de tales cosas como estas
proposiciones es generalmente (y, en mi opinión, correctamente)
puesta en duda, parece mejor no empezar con ellas sino con los esta
dos mentales de los que ellas son los supuc.stos objetos, y discutir los
términos verdadero y falso en su aplicación a estos estados mentales,
sin comprometernos a nosotros mismos antes de lo necesaiio con
ninguna hipótesis dudosa sobre la naturaleza de sus objetos.
La tercera clase que consiste en enunciados u oraciones indicati
vas no es un rival serio, porque es evidente que la verdad y la false
dad de enunciados depende de su significado, de lo que la gente
quiere decir mediante ellos, los pensamientos y las opiniones que se
pretende que ellos transmitan. E incluso si, como algunos dicen, los
juicios no son más que oraciones proferidas para uno mismo, la vei-
dad de tales oraciones no será todavía más primitiva que, sino sim
plemente idéntica a, la de los juicios.
Nuestra tarea es pues dilucidar los términos verdadero y falso
como se aplican a estados mentales y como estados típicos que nos
conciernen podemos tomar por el momento a las creencias. Ahora
bien, sea o no filosóficamente correcto decir que tienen proposicio
nes como sus objetos, las creencias sin duda tienen una caracteiistica
que me atrevo a llamar referencia proposiciortal. üna creencia es ne
cesariamente una creencia de que alguna cosa u otra es así-y así
por ejemplo que la tierra es plana; y es este aspecto suyo, su sei «que
la tierra es plana» lo que propongo llamar su referencia proposicio-
= Uso «estado» como el (érmiiio más amplio posible, no deseando expresar nin
guna opinión como la naturaleza de las creencias, etc.
’ O. por supuesto, de que algo no es así y así, o de que si algo es así y así, algo no
es de tal y cual modo, y así sucesivamente cu todas las posibles formas.
268 TliOKIAS DE LA VERDAD EN EL SICiLO XX
■' [Debe quizá señalarse que el difunto Profesor Cook Wilson manUivo que estos
estados metilaics no pertenecen de hecho...] Debería, sin einbargo. .señalarse que de
acuerdo con una teoría esto no es en realidad una deficiencia en absoluto, puesto que
los estados en cuestión no tienen nada importante en común. Conocimiento y opinión
tienen referencia proposicional en sentidos bastante diferentes y no son especies de un
genero común. Este punto de vista, defendido con la mayor claridad por J. Cook Wil
son (pero también implicado por otros, c.g., Editiund lítisserl) se explica y se consi
dera más abajo.
270 TüORlAS Di; LA VItRDAD HN EL SIGLO XX
los filósofos; por tomar un ejemplo del Sr, Russell, alguien que
piensa que el nombre del actual Primer Ministro empieza por B pen
saría eso con verdad, incluso si derivara su opinión de la idea equivo
cada de que el Primer Ministro era Lord Birkcnhcad; y está claro que
al llamar a una creencia verdadera, ni queremos decir ni implicamos
que está bien fundada ni que es comprehensiva y que si estas cuali
dades se contunden con la verdad como hace, por ejemplo, Bosan-
quet ' cualquier discusión provechosa del tema se convierte en impo
sible. El tipo de mérito en una creencia a la que nos referimos
llamándola verdadera puede verse íácilmente que es algo que de
pende sólo de su referencia proposicional'’; si la creencia de un hom
bre de que la tierra es redonda es verdadera, así lo es la creencia de
cualquier otro de c|iie la tierra es redonda, a pesar de la poca razón
que él pueda tener para pensar eso.
Tras estos preliminares debemos llegar al punto; ¿cuál es el sig
nificado de ‘verdadero’? Me parece que realmente la respuesta es
perfectamente obvia, que cualquiera puede ver lo que es y que la di-
ticultad sólo aparece cuando intentamos decir lo que es, porque es
algo para cuya expresión el lenguaje común está mal adaptado.
Supongamos que un hombre cree que la tierra es redonda; enton
ces su creencia es verdadera porque la tierra es redonda; o generali
zando esto, si él cree que A es B su creencia será verdadera si /t es 5
y falsa en caso contrario.
Bemard Bosanciuel, ¿oiífc, 2.“ ed., vol. II (Oxford, 1911), pp. 282 ss. Poj- su-
pue.sto él ve la distinción pero deliberadamente la borra, argumentando que un enfo
que de la verdad que permita que un enuneiado mal ftmdtido .sea verdadero, no puede
.sel COI recto. Su ejemplo del hombre que hace un enunciado verdadero ci eycndo que
es fal.so, revela una confu.sión inclu.so mayor. Pregunta por qué tal enuneiado c.s una
mentira, y contesta a eso diciendo que «era contrario al sistema de sti conocimiento
determinado por su experiencia completa en el momento.» Aceptando esto, se seguiría
como mucho que la coherencia con el sistema de los eonoeimicnlos del hombre es
una marca no de verdial (porque ex hypotliesi tal enunciado habría sido falso) sino de
buena fe\ ¡y esto se trae como un argumento a l'avor de una teoría de la verdad como
coherencia!
'■ l;l Pi ofesor Moorc ha sugerido [«Fact.s aiul Propositions», Proceedingx o f ibe
Arixioleliaii Soeiely, Suppicmcntary Volume VII (1927), pp, 171-206; véase p. 178]
que la misma entidad puede ser tanto una creencia de que (digamos) la tierra es re
donda y una creencia de algo más; en este caso tendrá dos referencias proposicionales
y podiia ser verdadeia respecto de una y lalsa respecto de la otra. Ésta no es en mí
opinión una posibilidad real, pero todo en el presente capítulo podría ser fácilmente
alteiado paia peimitirla, aunque la comjtlieación del lenguaje que piodría resultar me
parece que sobrepasa con mucho la posible ganancia en precisión.
TBOKÍAS PRO-ORACIONALES 271
dero». Aquí lo que él creía era, por supuesto, algo expresado por una
oración que contiene un verbo. Pero cuando lo representarnos por el
pronombre ‘lo’, el verbo que realmente está contenido en el ‘lo’
tiene, como una cuestión del lenguaje, que ser de nuevo eomplemen-
tado por «era verdadero». Si, sin embargo, particularizamos la forma
de la creencia en cuestión toda la necesidad de las palabras «era ver
dadero» desaparece como antes y podemos decir «las cosas que él
creía que estaban conectadas por una cierta relación estaban, de he
cho®, conectadas por esta relación».
Como afirmamos haber definido la verdad debemos ser capaces
de sustituir nuestra definición por la palabra ‘verdadero’ donde
quiera que ocurra. Pero la dificultad que hemos mencionado vuelve
e.sto imposible en el lenguaje corriente que trata lo que realmente de
beríamos Wamíw i^m-oraciones como si fueran pro-nombres. Las úni
cas pro-oraciones admitidas en el lenguaje corriente son ‘sí’ y ‘no’,
que consideramos que expresan ellas mismas un sentido completo,
mientras ‘eso’ y ‘lo’ incluso cuando funcionan como abreviaturas de
oraciones siempre requieren ser complementadas con un verbo: este
verbo es a menudo «es verdadero» y esta peculiaridad del lenguaje
da lugar a problemas artificiales como el de la naturaleza de la ver
dad, que desaparecen de una vez cuando se expresan en simbolismo
lógico, en el que podemos verter «lo que él creía es verdadero» por
«si p era lo que él creía,/»>.
Hasta aquí nos hemos ocupado sólo de la verdad; ¿qué pasa con
la falsedad? La respuesta de nuevo es expresable de una forma sim
ple en simbolismo lógico, pero difícil de expresar en el lenguaje co
rriente. No sólo hay la misma dificultad que hay con la verdad sino
una dificultad adicional debida a la ausencia en el lenguaje corriente
de una expresión simple y uniforme para la negación. En simbolismo
lógico, para cualquier símbolo proposicional p (que corresponda a
una oración), formamos el contradictorio -p (o ~p en Principia Ma-
themaíica); pero en castellano no tenemos habitualmcntc ninguna
forma similar de darle la vuelta al sentido de una oración sin un cir
cunloquio considerable. No podemos hacerlo poniendo meramente
un «no» excepto en los casos más simples; así «El Rey de Francia no
es inteligente» es ambiguo, pero en su interpretación más natural*
* l'.ii una oración como ésta «de hecho» sirve simplemente para mostrar que la
oivlio obHqua introducida por «él creía» ha llegado ahora al final. No significa una
nueva noción que tenga que .ser analizada, sino simplemente una partícula conectora.
f THORÍAS PRO-ORACIONAHES
viene, ella vendrá con él» sólo podemos negar o con un método es
pecial para la forma particular de la proposición, como «si él viene,
ella no necesariainenle vendrá con él» o por el método general de
prefijar «No es verdadero que -», «es falso que -» o «No es el caso
que -», donde [de nuevo] parece como si dos nuevas ideas, ‘verdad’
y ‘falsedad’, estuvieran involucradas, pero en realidad estamos apli
cando simplemente un camino indirecto para aplicar no a la oración
como un todo.
En consecuencia nuestra definición de falsedad (creer falsamente
es creer p, cuando -p) es doblemente difícil de poner en palabras;
pero argumentar que es circular, porque define la falsedad en térmi
nos de la operación de negación que no puede siempre ser traducida
en el lenguaje sin usar la palabra «falso», sería simplemente una
confusión. «Falso» se usa en el lenguaje corriente de dos maneras;
primero como parte de una forma de expresar negación, correlativa
mente al uso de «verdadero» como una adición puramente estilística
(como cuando «es verdadero que la tierra es redonda» no significa
más que que la tierra es redonda); y en segundo lugar como equiva
lente a no verdadero, aplicado a creencias u otros estados de la
mente que tienen referencias proposicionales o derivadamente a ora
ciones u otros símbolos que expresan aquellos estados de la mente.
El uso que estamos tratando de definir es el segundo, no el primero,
que en la guisa del símbolo -p estamos dando por supuesto y propo
nemos discutir más adelante bajo el epígrafe de negación’.
Nuestra definición de que una creencia es verdadera si es una
«creencia de que p» y p, pero falsa si es una «creencia de que p» y -p
es, debe subrayarse, sustancialmente la de Aristóteles, quien conside
rando sólo dos formas «A es» y «A no es» declaró que «Decir de lo
que es, que no es, o de lo que es, que es, es falso, mientras que decir
de lo que es que es, y de lo que no es que no es, es verdadero»
Aunque todavía no hemos usado la palabra ‘correspondencia’, la
nuestra será probablemente llamada una Teoría de la Verdad como
Correspondencia. Porque si A es B, podemos hablar de acuerdo con
La tierra es redonda
Es verdadero que la tierra es redonda
Cualquiera que crea que la tierra es redonda lo cree eon verdad.
" l’or cjcmplo e! hombre con el qnc c.stainos hablíiiuto puede haber sostenido eso
y nosotros lo concedemos. «Si, es verdadero, como dices, que la tierra es icdonda,
pero -» o podemos haberlo sostenido y ser cuestionado «¿Es verdadero, lo que estu
viste diciendo de que la tierra es redonda?» «Sí. completamente verdadero».
276 TP;ORIAS ÜI-; LA VORDAD KN EL SIGLO XX
'■ Así de acuerdo con VVilliam .íames un pragmatista t>ucdc pensar tanto que las
oln'as de Sliakespeare fueron escritas por Bacon y que la opinión de otra persona de
que Shakespeare las escribió podría ser perfectamente verdadera «para el». («The Mca-
1
níng of Truth», p. 274.) Acerca de la idea de que lo que es verdadero para una persona
puede no serlo para otra véase más abajo.
V6a.se Kritik der reinen Venuinfl, «Dic transzcndenlalc Logik». Einlcitung til
(A57-B82); «Die alte und berühmle Frage... IVas isf Wahrhciñ Die Namenerkiarting
der Walirhcit. dass sie namiich die Obcreiirstinimung der Hrkcnntnis niit ¡bren
Gegenstande sei, vvird hier gesclienki und vorausgesetzt; man verlangl aber zu vvissen,
welchos das allgemeinc und siebere Kriterhim der Wabriieit einer jedem Erkenntnis
sei». La razón por la que no puede haber tal criterio es que todo objeto es distinguible
y por tanto tiene algo verdadero de él que no es verdadero de ningún otro objeto. Por
tanto no puede haber garantia de verdad sin tener en cuenta al objeto en cuestión.
t e o r ía s I’RO-ORACIONAI.ES 277
E dición original :
E dición castellana :
1281]
282 TIÍORÍAS DK [,A v e r d a d E,N El, SIOl.O XX
B uíliografía complementaria :
enunciado cuando las palabras que usa en las situaciones en que las
usa son tales que, o bien toda ella debe (lógicamente) estar haciendo
un enunciado verdadero, o toda ella debe (lógicamente) estar ha
ciendo un enunciado falso. Pero esto es usar «verdadero» en la eluci
dación de «mismo enunciado». O podríamos decir del caso presente,
■luán, tú y yo estamos haciendo los tres el mismo enunciado puesto
que, al usar las palabras que usamos en la situación que las usamos,
estamos aplicando todos la misma descripción a la misma persona en
un momento determinado de su historia; cualquiera que aplicase esta
descripción a esta persona (etc.), estaría haciendo este enunciado. El
Sr. Austin podría entonces querer analizar (A) «El enunciado de que
Juan estaba enfermo era verdadero» de una manera semejante a la si
guiente: «Si alguien ha emitido, o fuese a emitir, palabras tales que,
en la situación en que se emiten, está aplicando a una persona la
misma descripción que yo aplico a esa persona cuando emito ahoia
las palabras ‘Juan estaba enfermo’, entonces el episodio de habla re
sultante era, o sería, verdadero». Parece claro, sin embargo, que sola
mente el deseo de encontrar un primer término mctafisicamente irie-
prochable para la relación de correspondencia podría inducir a
alguien a aceptar este análisis de (A) como una hipótesis general ela
borada. Sería una sugerencia plausible solamente si los sujetos gra
maticales de «verdadero» fuesen comúnmente expresiones que se re
fieren a episodios de habla particulares, fechables de maneia
singularizadora. Pero el hecho simple y obvio es que las expresiones
que aparecen como tales sujetos gramaticales («Lo que ellos dije
ron», «...que p», y así sucesivamente) jamás representan, en esos
contextos, tales episodiosL Lo que ellos dijeron no tiene fecha, aun
que las diversas ocasiones en que se dijo son fechables. El enunciado
de que p no es un evento, aunque tuvo que hacerse por vez primera y
tuvo que hacerse sabiéndolo yo si he de hablar de su veidad y false
dad. Si suscribo un punto de vista de Platón, atribuyéndoselo erróne
amente a lord Russell («El punto de vista de Russell de que p es
completamente verdadero»), y se me corrige, no he descubieito que
estaba hablando de un evento separado por siglos del que imaginaba
que estaba hablando. (Una vez corregido, puedo decir; «Bien,
^ Y los casos en que podría mostrarse más plausiblemente que tales frases desem
peñan el papel de referirse a un episodio son precisamente aquellos que se someterían
más fácilmente a otro tratamiento, a saber, aquellos casos en los que un hablante co
rrobora. confirma o garantiza lo que otro acaba de decir (cf. la sección IV ¡nfra).
286 THORÍAS d i ; l a v h r d a d f, n e l s i g l o XX
Cfr, la sección V iiiira. La tesis de que todos los enunciados incluyen a la vez de
mostración y descripción es, dicho de mancia a|>roximada, la tesis de que todos los
enunciados son, o incluyen, enunciados de sujeto-predicado (sin excluir a los enuncia
dos iclacionales).
Cfi. la fiase «Id es descrito como...» Lo que llena el hueco no es una oración
(expresión que podría usarse normalmente para hacer un enunciado) sino una frase
que podría aparecer como parte de una expresión usada de esta manera.
TEORÍAS PRO-OKACIONALES 287
’ Esto no es, de.sde luego, negar t|iie exista en d mundo aquello .sobre lo que es un
enunciado de este tipo (aquello de lo que es vcrdadci'o o l'also), a lo que se hace re-
lereneia y se describe y a lo que la descripción se ajusta (si el enunciado es verdadero)
o no logra ajustarse (si es falso). Esta verdad de pcrogrullo es una introducción inade
cuada a la larca de elucidar, no nuestro uso de «verdadero», sino cierta manera gene
ral de usar el lenguaje, un determinado tipo de discurso, a saber, el tipo de discurso
consistente en enunciar hechos. Lo que confunde la cuestión planteada sobre el uso de
la palabra «verdadero» es, precisamente, su embrollo con este problema mucho más
fundamental y difícil. [Cf (2) de esta sección.]
TEORÍAS PRO-ORACIONALES 289
* Pienso que, en general, la diferencia entre ellas consiste en que mientras el uso
de «verdadero», como ya se ha reconocido, dirige sus miradas, hacia detrás o hacia
delante, al hecho efectivo o previsto de que alguien haga un enunciado, el uso de «he
cho» no hace generalmente esto, aunque puede hacerlo algunas veces. Ciertamente no
lo hace en, por ejemplo, la frase «El hecho es que...», que sirve más bien para prepa
rarnos para lo inesperado c inoportuno.
290 t e o r ía s d e la v e r d a d e n el SKí LO XX
sas del mundo, mientras que hay límites prácticos muy definidos a lo
que los seres humanos efectivamente pueden decir y dicen sobre
ellas, mediante la observación de que los enunciados «se ajustan
siempre a los hechos más o menos laxamente, de diversas maneras
para propósitos diferentes». Pero ¿que podría ajustarse más perfecta
mente al hecho de que está lloviendo que el enunciado de que está
lloviendo? Desde luego, los enunciados y los hechos se ajustan. Se
dii ía que están hechos los unos para los otros. Si se fuerza a los
enunciados a salir del mundo, se fuerza también a los hechos a salir
de él; pero el mundo no sería, de ninguna manera, más pobre. (No se
fuerza a salir dcl mundo también a aquello sobre lo que los enuncia
dos son; para este menester se necesitaría un género diferente de pa
lanca.)
Un síntoma de la inquietud que el Sr. Austin siente respecto a los
hechos es su preferencia por las expresiones «situación» y «estado
de cosas», exptesiones cuyo carácter y función son un poco menos
transparentes que los de «hecho». Son candidatos más plausibles
para ser incluidos en el mundo. Pues mientras que es verdad que si
tuaciones y estados de cosas no son vistos ni oídos (más que lo son
los hechos), sino que más bien son resumidos o captados de un vis
tazo (frases que recalcan la conexión con enunciado y cláusula
«que», lespcctivamente), es también verdad que hay un sentido de
«sobre» en el que hablamos sobre, describimos, situaciones y esta
dos de cosas. Decimos, por ejemplo, «La situación internacional es
giavc» o «Este estado de cosas se arrastró desde la muerte del rey
hasta la disolución del Parlamento». En e! mismo sentido de «so
bre», hablamos sobre hechos, como cuando decimos «Estoy alar
mado poi el hecho de que los gastos de alimentación hayan subido
un 50 por 100 en el último año». Pero mientras que «hecho» está li
gado en estos usos a una cláusula «que» (o conectado no menos ob
viamente con «enunciado», como cuando «tomamos nota de los he
chos» o transmitimos a alguien los hechos en una hoja de papel),
«situación» y «estado de cosas» se mantienen por sí mismos; de los
estados de cosas se dice que tienen un comienzo y un final, y así su
cesivamente. Sin embargo, las situaciones y los estados de cosas de
los que se habla así (al igual que los hechos de que se habla así) son
abstracciones que un lógico, si no un gramático, debe ser capaz de
examinar completamente. Estar alarmado por un hecho no es algo
semejante a estar asustado por una sombra. Es estar alarmado por
que... Uno de los dispositivos más económicos y recurrentes del len
guaje es el uso de expresiones substantivas para abreviar, resumir y
TEORÍAS PRO-ORACIONAI,ES 291
* Supongamos que en un tablero de ajedrez están coloeadas las piezas, que se e.slá
Jugando una partida. Y supotigamo.s que alguien da, en palabras, tin enunciado e.xhaus-
tivo de la po.sición de las piezas. La objeción del Sr. Austin (o tina de sus objecio
nes) a las teorías primitivas do la correspondencia consistiría en que estas representan
la relación entre la descripción y el tablero con las piezas encima de manera semejante
a, digamos, la relación entre un diagrama de un problema de ajedrez de un periódico y
un tablero cott las piezas correspondientemente dispuestas. Él dice, más bien, que la
relación es puramente convencional. Mi objeción va más allá. Se trata de qtic no hay
ninguna cosa o evento llamado «enunciado» (aunque hay el hacer el enunciado) y no
hay ninguna cosa o evento llamado «hecho» o «situación» (aunque hay el tablero de
TEORÍAS PRÜ-ORACIONAI.F.S 293
ajedrez con las piezas encima de cl) que esté uno respecto de otro en una relación, ni
tan siquiera una relación puramente convencional, como cl diagrama del periódico lo
está con el tablero-y-las-piezas. Por encima de los hechos (situación, estado de cosas)
no se puede, como por encima del tablero-y-las-piezas, derramar café, ni pueden ser
volcados por manos poco cuidado.sas. El que el Sr. .Aastin necesite tales eventos y co
sas para su teoría es la causa de que considere cl hacer el enunciado conVo cl enun
ciado y aquello sobre lo que es cl enunciado como cl hecho que enuncia.
Los eventos .se pueden fechar y las cosas pueden localizarse. Pero los hechos que
los enunciados (cuando son verdaderos) enuncian no pueden ni lechal se ni locali
zarse. (Ni tampoco pueden ser fechados ni localizados los enunciados, aunque sí el
hacerlos.) ¿Están incluidos en cl mundo?
294 Ti;ORÍAS DE LA VERDAD HN EL SIGLO XX
’ Un error paralelo sería pensar que en nuestro uso ordinario (como opuc.sto al uso
de un filósofo) de la palabra «cualidad» estábamos hablando sobro usos de palabras
por parte de la gente; sobre la base (correcta en .si misma) de que e.sta palabra no ten
dría ningún uso a no ser por la ocurrencia de una determinada manera general de usar
las palabras.
296 l EORÍAS DI- LA VHRDAD líN KL SIGLO XX
(a) May muchas maneras de hacer una aserción sobre una cosa,
X, además del mero uso de la oración-modelo «X es Y». Muchas de
esas maneras incluyen el uso de cláusulas «que». Poi ejemplo.
en una jaula: «Liste loro e.s muy liablatlor». Entonces mi uso de la expresión referen
cia! («este loro»), con la que comienza mi oración, es correcta cuando el objeto-ins
tancia (pájaro) con la que mi expresión-instancia (evento) está correlacionada me
diante las convenciones de demostración es de un genero con el que la cxprosion-tipo
está correlacionada mediante las convenciones de descripción. Tenemos aquí un
evento, una cosa y una relación convencional (mediada por un tipo) entre ellos. Si a -
guien me corrige diciéndome «Eso no es un loro sino una cacatóa», esa persona puede
estar corrigiendo un error lingüistico o un error factico por mi parte. (La cuestión de
lo que está haciendo es la cuestión de si yo me habría aferrado a mi observación des
pués de una observación más atenta del pájaro.) Solamente en el primer caso ella esdá
declarando que no se cumple una determinada condición semántica. En el segundo
caso está hablando sobre el pájaro. Ella asevera que es una cacatúa y no iiti loro. E.sto
lo podría haber hecho hubiese yo hablado o no. Ella me corrige también; esto no lo
podría haber hecho si yo no hubiera hablado.
298
TF-ORÍAS DE LA VERDAD EK EL SIGLO XX
rocina pretcrir.se decir que en alguiio.s de estos casos se estaba aseverando sola
mente por impliciacion que X es Y; aunque me parece más probable que en todo.s estos
casos diríamos del hablante, no «lo que él dijo que implicaba que X es Y» sino «él
dijo que X era Y».
Tl'ORÍAS PRO-ORACIONALES 299
misma clase general que los otros que se han citado. Y parece tam
bién evidente que la única diferencia entre esos dispositivos que po
dría tentarnos a decir que mientras que decimos de algunos («Si».
«Efectivamente lo es», «No lo es») que, al usarlos, estallamos ha
blando sobre X, diríamos de otros («Esto es verdadero», «Esto no es
verdadero») que, al usarlos, estábamos hablando sobre algo comple
tamente diferente, a saber; la emisión que constituía la ocasión para
el uso de estos dispositivos, la constituye sus diferencias respecto a
sus estructuras gramaticales, esto es, el hecho de que «verdadero»
aparece como predicado gramatical' a (Obviamente no es un predi
cado de X.) Si la tesis del Sr. Austin de que al usar la palabra «veida-
dero» hacemos una aserción sobre un enunciado no fuese más que la
tesis de que la palabra «verdadero» aparece como un predicado gra
matical con palabras y frases tales como «Eso», «Lo que el dijo»,
«Su enunciado» como sujetos gramaticales, entonces, desde luego,
sería indiscutible. Es evidente, sin embargo, que quiere decir mas
que esto, y ya he presentado mis objeciones a ese más que el quiere
c ic c ii*
(d) Resultará claro que, al igual que el Sr. Austin, rechazo la te
sis de que la frase «es verdadero» es lógicamente superfina, junta
mente con la tesis de que decir que una proposición es verdadera es
iustamente aseverarla y decir que es falsa es justamente aseverar su
contradictoria. «Verdadero» y «no verdadero» tienen tarcas piopias
CHIC cumplir, algunas de las cuales, pero én modo alguno todas, he
caracterizado anteriormente. Al usarlas no estamos justamente ase
verando que X es Y o que X no es Y. Estamos aseverando esto de
una manera en la que no podríamos liacerlo a menos que ciertas con
diciones se cumpliesen; podemos estar también garantizando, ne
gando, confirmando, etc. Resultará claro también que el rechazo de
esas dos tesis no entraña la aceptación de la tesis del Sr. Austin de
que al usar «verdadero» estamos haciendo una aserción sobre un
enunciado. Tampoco entraña esto el rechazo de la tesis que el Sr.
Austin (en la sección 4 de su artículo) empareja con estas dos, a sa
ber- la tesis de que decir que una aserción es verdadera no es hacer
” «Conciso» se usa quizás con menos freeuencia respecto de lo que una persona
dice que de la manera en que lo dice (por ejemplo, «dicho concisamenle», «concisa
mente expresado», «una formulación concisa»). A puede utilizar 500 palabras para
decir lo que B dice con 200. Entonces diré que la rormulación de B era más concisa
que la de A, queriendo decir simpleinentc que B usó menos palabras.
TEORIAS PRO-ORAClONAUtS 305
T raducción : M. J. Frápolli.
O tros ensayos del autor sobre el mismo tema :
— «What does ‘x is truc’ say about x?», Aiialysis, 29 (1969), pp. 113-124.
— «Truth: a composite rcjoindeo), Analysis, 32 (1971/72), pp. 57-64.
— «Truth, or Bristol revisitcd», ProceecUngs o f the Arislotelian So-
ciety, sup. vol. 47 (1973), pp. 121-133.
— «Predicating Truth», Mind, 84 (1975), pp. 270-272.
— What is Tmth?, Cambridge Uniyersity Press, Londres, 1976.
— «Truc tomorrow, ncver true today», The Philosophical Qiiarterlv,
28(1978), pp. 285-299.
— Being, Identity and Truth, Clarendon Press, Oxford, 1992.
B ibliografía complementaria :
[309]
310 THORÍAS DK LA VHRDAD LN EL SKSLO XX
jcst bialy», «Der Schnec ist weiss», «La ncigc est blanclic», etc.
constituyen «expresiones» de ella.
Si digo «Lo que Jorge dijo es verdadero», y lo que Jorge dijo es
que la nieve es blanca, es como si hubiera dicho yo mismo «La nieve
es blanca». Al decir que lo que Jorge dijo es verdadero me he com
prometido yo mismo con exactamente lo que el mismo Jorge afirmó.
He convertido, como si dijéramos, la designación de la proposición,
a saber, «lo que Jorge dijo» en una expresión de la misma proposi
ción. E.sto es para lo que están las palabras «es verdadero»: .son me
canismos para convertir la designación de una proposición en una
expresión de esa proposición.
La palabra «que» y las comillas son mecanismos cuyo propósito es
precisamente el opuesto de éste, a saber, convertir una expresión de
una proposición en una designación de una proposición. Si se consi
dera «es verdadero» y «que» como operadores, uno puede verse como
el converso del otro. Están relacionados como «el doble de» está rela
cionado con «la mitad de». Es fácil ver lo que ocurre si se los aplica
sucesivamente a una hilera de palabras. No nos sorprendemos si pen
samos en un número, digamos el siete, le añadimos la expresión «el
doble de», y al resultado, «el doble de siete», le añadimos la expresión
«la mitad de» .sólo para encontrar que lo que tenemos al final de e.sto,
«la mitad del doble de siete», era aquello en lo que al principio pensa
mos, a saber, el siete. No deberíamos tampoco sorprendernos si,
cuando usarnos la palabra «que» para convertir «la nieve es blanca» en
su propia designación, «que la nieve es blanca», y añadimos a conti
nuación las palabras «es verdadero», terminamos con algo que no vale
más que la oración con la que empezamos: «Que la nieve es blanca es
verdadero» no dice nada más que «La nieve es blanca».
Sería ridiculo mirar .sólo a expresiones como «la mitad del doble
de siete» y quejarse de que las palabras «la mitad de» eran estricta
mente redundantes, que nunca permitian designar un número que no
se pudiera designar perfectamente bien omitiéndolas. Claramente, la
utilidad de la expresión «la mitad de» deriva de su uso en contextos
no-redundantes como «la mitad de dieciséis» donde nos lleva de un
número a otro. De manera similar, el uso de «es verdadero» es evi
dente, no en contextos donde se combina con «que» o con comillas,
sino en combinación con designaciones de proposiciones como «lo
que Jorge dijo», que no contienen ellas misma una expresión de la
proposición designada. E.1 paradigma de una proposición que con
tiene la palabra «verdadero» debería ser, no «La nieve es blanca» de
Tarski, sino «Lo que Jorge dijo es verdadero».
312 TBOKIAS DB I.A VERDAD BN KL SKiLO XX
pondence 'I lieory orT^utl^»^ Fue, creo, Dorothy Grover y sus cole
gas quienes primero dieron el nombre de «Teoría Prooracional de la
Verdad» a la teoría de Ramsey-Priorl)
¿Es realmente el caso de que en los lenguajes naturales faltan
prooraciones? Supongamos que digo «Lo que Jorge dijo fue negado
por Elizabeth». Esto puede ser parafraseado en el mismo estilo rus-
selliano por «Jorge dijo algo y Elizabeth lo negó». La versión formal
de esto sería «3/j (Jorge dijo que p y Elizabeth negó que /;)». Aquí
parece que «lo» en castellano está haciendo el mismo trabajo que la
última «/;» en la versión formal. Si la variable proposicional tiene
que ser tomada como una prooración, ¿por qué no la palabra caste
llana que está jugando el mismo papel en la proposición?
Podemos en efecto decir que «algo», al menos, está capacitada
para ocupar en oraciones posiciones diferentes de aquellas apropia
das a los nombres. Si digo «Major es algo y Thatcher no lo era», una
instanciación existencial verosímil de esto es «Major es solidario y
Thatcher no lo era»; y aquí la posición ocupada por «algo» es ocupada
por un adjetivo «solidario», una expresión predicativa. Aquí
«algo» no es tanto un pronombre como un pi'oadjctivo. Pero «algo» no
puede ocupar cualquier posición abierta a adjetivos; ni puede la habili
dad de «algo» y «eso» reemplazar a las variables ligadas en « 3 /?
(Jorge dijo que p y Elizabeth negó que/;)». «Jorge dijo algo y eso» es
una oración incompleta. La palabra «y» exige ser seguida por algo en
forma proposicional: «eso» no puede servir por sí mismo como un
conyunto. Esto es por lo que en castellano tenemos que añadir las pa
labras «es verdadero» a «eso» para completar la oración. Es aquí «es
verdadero» lo que convierte a «eso» en una prooración.
Otra forma de decir «Jorge dijo algo y Elizabeth lo negó» es de
cir «Jorge dijo algo y eso fue negado por Elizabeth». Todas estas
oraciones pueden verse como equivalentes del más formal « 3 / j
(Jorge dijo que p y Elizabeth negó que p)». De manera similar, «Lo
que Jorge dijo era verdadero» puede verse como el equivalente en
lenguaje natural de «3/? (Jorge dijo que p y /.>)». Pero aquí no tene
mos una versión de lenguaje natural que use las palabras «algo» y
«eso». «Jorge dijo algo y eso» es, como hemos visto, incompleta. En
«Jorge dijo algo y eso fue negado por Elizabeth» el trabajo de <3p
(Jorge dijo que p y ... p)» es hecho por «Jorge dijo algo y eso», y en
«1 , 0 que Jorge dijo fue negado por Elizabeth» el trabajo de «Lo que
.lorge dijo» es también hecho por «3/; (Jorge dijo que p y ... /;)».
Para dar el equivalente formal de «Lo que Jorge dijo fue negado por
Elizabeth» es necesario llenar el hueco en «3/; (Jorge dijo que/; y ...
p)» mediante una expresión como «Elizabeth negó que». Pero para
dar el equivalente formal de «Lo que Jorge dijo era verdad» no se re-
quiere ninguna otra expresión predicativa. Todo lo que tiene que ha
cerse es cerrar el hueco. «3/; (Jorge dijo que p y /;)» puede por sí
mismo suplir lo que está faltando en «Lo que Jorge dijo» para ha
cerla una proposición completa.
Los lenguajes naturales están empobrecidos en este aspecto. Lo
más cerca que pueden llegar a proporcionar algo equivalente a «3/;
(Jorge dijo que p y /;)» es producir las oraciones incompletas «Jorge
dijo algo y eso» y «Lo que Jorge dijo». Para completar estas oracio
nes hemos inventado el pseudo-predicado «era verdadero». La fun
ción de «es verdadero» es tanto convertir el pronombre «eso» en una
prooración como convertir la descripción definida «Lo que Jorge
dijo» en una proposición completa.
Así como en los lenguajes naturales tenemos pronombres pero
no prooraciones, así las descripciones definidas de los lenguajes na
turales toman forma nominal en vez de oracional. Un lenguaje for
mal equipado con cuantificadores que liguen variables proposiciona-
les puede hacerlo mejor. No sólo dirá.«3/; (Jorge dijo que p y p)» lo
que se dice mediante «Jorge dijo algo y eso es verdadero», sino «El
p tal que (Jorge dijo que p) p» puede reproducir adecuadamente «Lo
que Jorge dijo era verdadero». Ambas oraciones formales nos dis
pensan de la palabra «verdadero». En este sentido es realmente re
dundante.
Algunos filósofos han argumentado que no es mejor dejar a «/»>
sin nada más después de «y» en «3/; (Jorge dijo que p y p)y> de lo
que lo es dejar a «eso» solo después de «y» en «Jorge dijo algo y
eso» *. La variable ligada, por sí misma, no puede, en esta concep
ción, constituir uno de los conyuntos de una oración conjuntiva
abierta. Sólo podemos entender «3/; (Jorge dijo que p y p)» si la
contemplamos como una elipsis de «3/; (Jorge dijo que/; y es verdad
«lie algún modo» por una frase adverbial de la forma «en tren» en
(dinriqiie llegará en tren». Aprendemos a usar «3x» como el equiva
lente formal de «alguien». No sería difícil aprender a usar otra ex
presión cuantificacional, digamos «3/r», como el equivalente foimal
lio «de algún modo».
I lay sólo un pequeño paso a partir de aquí para aprender el uso
«3/»>. Todo lo que se necesita es que aprendiésemos a reconocer una
vez más la regla apropiada de generalización existencial. Dado que
.lorge ha dicho que la hierba es verde o que la nieve es blanca, pode
mos sin riesgo inferir «3;? (Jorge dijo que p)». Aprender el uso de las
variables proposicionales cuantificadas no es más que estai entre
nado en reconocer la validez de tales inferencias. Al afirmar la icgla
que expresa esta validez, podría ser conveniente usar la palabra «ver
dadero»; pero una persona puede estar entrenada para hablar de
acuerdo con la regla, y así entender el modo de habla gobernado pol
la regla, sin ser capaz de formular la regla de esta o de cualqulei otia
manera. No hay necesidad de entender el uso de la palabra «verda
dero» para usar la expresión «de alguna manera»correctamente. Ni
hay ninguna necesidad de entender el uso de la palabra «verdadero»
para usar la expresión «3p» correctamente. De este modo no hay
obstáculo en analizar el concepto de verdad por medio de la noción
expresada por «3p».
Si aceptamos el enfoque prooracional del significado de «verda
dero». nos comprometernos con un análisis de toda proposición
ostensiblemente singular de que «verdadero» sea el predicado apa
rente — un análisis que requiere que el sujeto aparente sea una des
cripción definida— . ha palabra «verdadero» tiene, como si dijéra
mos, que desaparecer en la variable preposicional ligada que
depende del cuantificador implícito en la descripción definida. «Lo
que Jorge dijo era verdadero» se convierte en «El p tal que (Jorge
dijo que p ) p » . De acuerdo con esto, no hay manera de construir una
oración en la que «es verdadero» se una a un nombre propio.
¿Esto importa? Y ¿es un hecho que no hay proposiciones en las
que nombremos una proposición y continuemos diciendo de ella que
es verdadera? Bueno, hay palabras como «Platonismo» y «Utilita
til icxto inglés dice ‘tlie word «sonieliow»'. Como no hay en castellano ningún
equivalente de «somehow» que sea Lina sola palabra, be modificado ligcrameiite el
texto, vertiendo «word» por «expresión» para mantener la coherencia de la alirma-
ción. (N. de la T.)
318 TEORÍAS DE LA VERDAD EN EL SKiLÜ XX 1
rismo» que podrían plausiblemente tomarse como nombres de pro
posiciones. Aristóteles, sin embargo, dijo que era una marca de un
nombre el que significara por convención y que no tuviera ninguna
parte que fuera significativa separadamente. Claramente «Platón» es
una parte separadamente significativa de «Platonismo» (y de la
misma manera probablemente lo es «-ismo»), y el significado de
«Utilitarismo» no es completamente independiente del de «utilidad».
Sugiero que «Platonismo» es una abreviatura de algo como «lo más
famoso de lo que Platón enseñó», que en nuestra concepción será
equivalente también a «el p tal que (es famoso que Platón enseñó
que y;)», y «Utilitarismo» de «lo que creen aquellos que piensan que
lo bueno es lo que favorece la mayor felicidad ai mayor número».
Así estos aparentes nombres propios se vuelven descripciones defi
nidas ocultas y no constituyen ninguna excepción a la regla.
Pero ¿qué decir acerca del tipo de proposición que Tarski pensó
que era central al problema de la definición de la verdad? ¿Cómo en
caja una proposición como «‘La nieve es blanca’ es verdadera» en el
enfoque prooracional de la verdad? ¿No tenemos aquí un nombre de
una proposición de la cual se dice que es verdadera? Este tipo de
cosa se dice frecuentemente. Pero una vez más, en mi concepción, el
resultado de colocar una proposición entre comillas es darle la fuerza
de una descripción definida. «La nieve es blanca» entre comillas
equivale a la descripción definida «lo que alguien que diga esto» —y
el hablante en este punto profiere las palabras «La nieve es blanca»
como una muestra de aquello sobre lo que está hablando— «dice
mediante eso». «‘La nieve es blanca’ es verdadero» puede entonces
analizarse de la siguiente manera: 3p (alguien que diga esto —y el
hablante en este punto profiere las palabras «La nieve es blanca»
como una muestra de aquello sobre lo que está hablando - mediante
eso dice que y? y p). De manera similar, «Es verdadero que la nieve
es blanca» significa <.<3p (alguien que dice que la nieve es blanca
dice mediante eso quey;» y p)».
¿Cómo explicamos la redundancia de «Es verdadero que» a la
luz de este enfoque del significado de «verdadero», manteniendo
tanto como sea posible las intuiciones que Knealc nos dio? La gcnc-
talización existencial «3y; (alguien que dice que la nieve es blanca
dice mediante e.so que p y y;)» sólo puede tener una instanciación
existencial: «Alguien que dice que la nieve es blanca dice mediante
eso quq la nieve es blanca y la nieve es blanca». ¿Qué más que que la
nieve es blanca puede estar diciendo alguien que dice que la nieve es
blanca? Si una generalización existencial tiene sólo una instan-
TEORÍAS PRÜ-ORACIONALES 319
E dición original :
E dición castellana :
K
[323]
324 TliORIAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX
B ibliografía complementaria :
. ■ n'- • ■' ‘ ' .-a
INTRODUCCIÓN
siendo claro que algo hay también que responde a estas expresiones
en el contenido fenomenológico del acto y antes de toda reflexión.
Ya habíamos tocado estas diferencias y las habíamos encontrado
también en la imaginación, transportadas a las imágenes. Todo es
corzo tiene carácter de representante, y hace de tal por semejanza;
pero el modo de esta representación funcional por semejanza es dis
tinto, según que la representación funcional aprehenda el contenido
escorzado como una imagen dcl objeto o como una representación
del objeto mismo [...]. El límite ideal que admite el aumento de la
plenitud en el escorzo es en el caso de la percepción «la cosa
misma» en absoluto (como en la imaginación es la imagen absoluta
mente semejante); y lo es para cada aspecto, para cada elemento pre
sentado del objeto.
La consideración de las posibles relaciones de cumplimiento
conduce pues a un término final en el aumento del cumplimiento; en
el cual la intención plena y total ha alcanzado su cumplimiento, y no
un cumplimiento intermediario y parcial, sino último y definitivo. El
contenido total intuitivo de esta representación final es la suma abso
luta de plenitud posible; el representante intuitivo es el objeto
mismo, tal como éste es en sí. Contenido representante y contenido
representado son aquí una sola cosa idéntica. Y cuando una intención
representativa se ha procurado definitivo cumplimiento por medio de
esta percepción idealmente perfecta, se ha producido la auténtica
adaequatio rei et iníellectiis: lo objetivo es «dado» o está « presente»
real y exactamente tal como lo que es en la intención; ya no queda
implícita ninguna intención parcial que carezca de cumplimiento.
Y con esto está señalado eo ipso el ideal de todo cumplimiento y,
por ende, también del significativo; el intellecíus es aquí la intención
mentab la de la significación. Y la adaequatio está realizada cuando
la objetividad significada es dada en la intuición en sentido estricto y
dada exactamente tal como es pensada y nombrada. No hay ninguna
intención mental que no encuentre su cumplimiento, y además su de
finitivo cumplimiento, puesto que lo impletivo mismo de la intuición
no implica ya nada de intenciones insatisfechas.
Obsérvese que la perfección de la adecuación del «pensamiento»
a la «cosa» es doble. Por una parte es perfecta la adecuación a la in
tuición, pues el pensamiento no mienta nada que la intuición imple-
tiva no represente completamente como correspondiente. Como es
notorio, en ésta hállansc comprendidas las dos perfecciones distin
guidas anteriormente: ambas dan por resultado lo que hemos desig
nado como «integridad objetiva» del cumplimiento. Por otra parte.
TEORIAS FENOMENOLOGICAS 327
EVIDENCIA Y VERDAD
E dición original ;
[335]
3 36 TEORÍAS DE EA VERDAD EN EL SíGLO XX
LECCION X
LECCION XII
iihsoluto, que invalida en grado último una teoría; este error consiste
en que la teoría de que se trata niegue las condiciones constitutivas
de toda teoría. Y siendo «teoria» - antes que nada— un orden y co
nexión de verdades, claro es que la negación de la verdad, del sen
tido de la verdad hace imposible toda teoría. Este error aparece for
malmente en el escepticismo y por esto he dicho alguna vez que el
escepticismo o negación de la verdad es el error absoluto.
Y ahora dirijámonos al relativismo contemporáneo que es tarca
mucho más fecunda y sugestiva. Habla éste de la verdad, tanto que
no pretende ser sino la teoría de la verdad, la verdad de la verdad,
( ’onsiste, como hemos indicado otras veces, en afirmar que la ver
dad es algo relativo al sujeto que conoce. Ahora vamos a ver si afir
mar eso no es una y misma cosa con el escepticismo absoluto, con la
negación del sentido de la verdad.
Pero es ya sazón sobrada para que nos hagamos la pregunta que
una dramática tarde se hizo, en el pretorio, al justo de Galilea: Quid
c.st veritas?
¿Qué entendemos por esa «verdad» de quien andamos siguiendo
las trazas e inquiriendo si la hay o no la hay?
Cuanto hemos dicho en e.stas conferencias viene a servirnos
ahora, y nos permite dar brevedad a nuestra presente taiea.
Las cosas — hemos dicho- - no son verdad ni falsedad, ni verda
deras ni falsas; verdadera y falsa sólo puede serlo la conciencia de
las cosas, el pensar las cosas. Y no todo pensar. La imagen de una
quimera que acaso tengo, no es verdadera ni falsa. La misma percep
ción alucinada no es verdadera ni falsa: si yo en vez de esta estancia
llena de un público cortés viera de súbito ante mí una selva atroz hir
viendo de fieras, no es dudoso que yo lo estaba viendo en efecto.
(Verdad y falsedad hacen sentir su presencia en el momento que
de representar, imaginar o percibir algo paso a juzgar, a creer.
«Los sentidos —dice Kant— no yerran nunca pero no porque
siempre juzguen con acierto sino simplemente porque no juzgan.»
Dice en cambio Heráclito: Testigos y no malos jueces.)
Nuestro análisis del juicio nos había llevado a aislar, como su
elemento esencial, la creencia: juzgar que a es b es cieei que, en
efecto, ‘a’ es ‘b’. ¿Y qué quiere decir ese ‘en efecto’?
Para ver esto con claridad es menester que siquiera aludamos rá
pidamente a las nuevas investigaciones del austríaco Meinong, sobre
lo que él llama Aimahmen o asumpeiones. Era tradicional en la ló
gica definir el juicio como el acto en que afirmamos o negamos.
Esta dualidad se daba como la característica del juicio; en realidad,
344 TEORÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX
(Al encerado;
La creencia que A es B = N
N es V (Verdad)
Creencia a
Creencia N)
A B verdad
lo creo probable, poco o muy probable, etc. Sin duda; pero he ahí el
curioso humor de la creencia: cuando yo creo probable que A sea B
la probabilidad de que A sea B se me convierte en una seguridad de
esa probabilidad. Cuando se ha declarado que algo es probable se ha
declarado absolutamente su probabilidad. El cálculo de probabilida
des no es a su vez probable sino cierto.
Y ahora podemos ver cómo la dubitación misma es una modifi
cación de este carácter genérico de la creencia: cuando dudo de algo
no es que no crea nada de ese algo, al contrario, creo indubitable
mente que es dudoso: su carácter dudoso se planta ante mí con la fir
meza del ser cierto, sólo que envolviendo en su firmeza esta modali
dad de dudoso. Dicho de otro modo: el ser probable, el ser
cuestionable, el ser dudoso son siempre ser, y conservan de éste ese
carácter de inmutabilidad y solidez que es su nota constitutiva. Hus-
serl —a quien tanto debemos en todos estos asuntos— hace notar
que es un error considerar la duda, el creer probable, el parecerle a
uno o sospechar, etc., etc., como modos de conciencia entre los que
pueda situarse, cual uno de tantos, la creencia cierta, la convicción
plena, pura y simple. No hay tal: analíeese atentamente el sentido de
aquéllos y se verá cómo por todos pasa como un nervio esencial que
los vitaliza, esta creencia cierta que es, por tanto, su modo originario
y que en ellos persiste. Duda, probabilidad, etc., son en rigor modali
dades de la creencia, como el estar sano y el estar enfermo, moda
lidades del ser vivo.
Acaso no vean todos ustedes hoy con la misma claridad esto que
digo ahora. No importa: llegará, espero, ocasión de que a todos sea
patente.
Hechas todas estas consideraciones creo yo que bastará deducir
de ellas las más próximas consecuencias para que se manifieste el
contrasentido o absurdo que yace en toda teoría relativa de la verdad,
en toda teoría donde se haga depender el carácter de verdad de la pe
culiar estructura del sujeto.
No olvidemos, ante todo, esto: cuando yo creo que una proposi
ción mía —A es B— es una verdad, puede que en realidad no sea B
el A. Entonces se dice que he cometido un error; o, de otra manera
expresado, entonces ha sido verdad para mí lo que, en rigor, no era
verdad. Aquí hemos empleado dos veces la palabra verdad: una vez
señera, otra vez unida al para mí. Pero yo les ruego a ustedes, que de
una vez para siempre hagan el esfuerzo de fijar, con toda claridad,
qué entienden en la expresión «verdad para mí», y en qué se diferen
cia su sentido de la expresión simple, «verdad», o «verdad en sí»
TEORÍAS FENOMHNOLÓGICAS 349
I.ECCION Xlll
ahí una verdad que precisamente por ser yo distinto es una verdad
de las cosas.
La constitución orgánica, un analizador. —Los, sentidos como di
mensiones sensibles del mundo: la proyección de unos sentidos en
otros.— i-'ranqois Huber y las abejas.—El amero o cedazo; la erotiká.
La constitución psicológica: la atención directora de los sentidos.
Seleccionadora. Tesitura. Los tiburones.—Qué objetos y qué verda
des sobre ellos lleguen a cada uno depende de su estructura. De su
ser. Por eso es al revés que el Darwin-Lamarck. El ser crea su medio
— lo selecciona, lo recorta. Cada individuo necesario. El foco.
El individuo como un órgano y un tentáculo del universo. La
raza.—La nación.
La vertiente española del mundo.
Los haces verdaderos o trozos del mundo se constituyen en las
razas, en las épocas, en los individuos. Y el universo no lo es en na
die porque individuo es «punto de vista exclusivo». La historia es in
terindividual como integración de esos trozos de mundo. Dios como
la integración, correlato del universo — omnitudo veritatum— es la
exclusión de toda exclusión, Dios exigencia derivada de la lógica. Si
no, la física no existe.
En suma, quien no se obstine en contrasentidos, en lugar de decir
«la verdad es la verdad para mí», tendrá que decir la «verdad para
mí» es verdad en sí, absoluta.
La consistencia de la especie, un suceso. La verdad corno suceso
—luego la verdad no existe.
Husserl y la «no existencia de la constitución y existencia huma
nas».
La no-existencia del mundo y en él el yo y la especie.—Sólo el
azar de que haya especies así constituidas —para quienes valga «la
existencia del mundo». Pero las especies se entienden como pro
ducto del mundo, y sin embargo el mundo depende, es y no es, se
gún ellas.
Errores de este calibre implican alguna grave frivolidad. Es el no
entenderse a sí mismo...
Las palabras —van de alma en alma llevando la intimidad—
como ideales naos que llegan de Ceilán cargadas de especias.—El
alma bronce. Aquiles.
Significación y signo-Ser-signo-Señal y fundamento. Conexión
ideal presente a la conciencia.
¿Palabra signo de la vida psíquica? Cesto, expresión emotiva,
llanto, palidez. Falta la conciencia de su expresividad.—Fisiognomía.
TEORIAS FHNOMENOLOG[CAS 353
LECCION XIV
y
PAUL RICOEUR
VERDAD Y MENTIRA
(1951)
E dición original :
E dición castellana :
B ibliografía complementaria : m
'■ .t
— J. Grondin, «La conscience du travail de Phistoire et le probléme
[357]
358 riiORiAS DI- i.A v i ;ki)ad i-n i ;l sicílo xx
' Hste csiudio era en .su origen un Informa, .sometido a la discusión del «Congres
Fs|n it» (Jouy-en-.losas, septiembre de 1951); no hemos cambiado en nada sti carácter
esquemático y unilateral, K.xigía otras perspectivas complementarias que no dejaron
de surgir en la discusión; no hemos querido introducirlas dentro de este estudio, que
así queda mejor abierto a la discusión y a la critica. Por otra parte, tenía que introducir
a otros dos informes de carácter más preciso y concreto .sobre ¡u Verdad y la Mentira
en la vida privada v en la política; por tanto, este informe no es más que una intro
ducción, algo asi como la ambientación donde situar los otros dos estudios.
ILORÍAS (■UNOMRNOLÜGICAS 359
' Cf, D. lOubarlc, «Le christianLsme et les progres de la science», Esprií, seplicm-
bre de 1951.
THORÍAS I'KNOMENOLOUICAS 365
DiatecHíjue de la Durée.
TEORÍAS FI'NOMliNOLÓÜICAS 381
I
escatología de la verdad y sobre una cscatología de la historia. Esta
reflexión tiene que dominar en toda meditación sobre la autoridad en
la Iglesia, cuya grandeza y cuya tremenda trampa hemos indicado
más arriba. La escatología es la curación de lo clerical. Quizá enton
ces el cristiano sepa vivir en la más extrema multiplicidad de los ór
denes de la verdad, con la esperanza de comprender «algún día» la
unidad tal como él será comprendido por ella.
XAVIER ZUBIRI
LA REALIDAD EN LA INTELECCIÓN SENTIENTE;
LA VERDAD REAL
(1980)
E dición original :
[3851
386 TEORÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX
I
TEORIAS PENOMENOl OGICAS 393
Una vez más, estos conceptos que en cierto modo rebasan los lí
mites estrictos de un análisis formal de la aprehensión de realidad,
los reúno en apéndice. En él, en primer lugar, a título de mera ilus
tración, aporto ciertos hechos lingüísticos sobradamente conocidos.
Y en segundo lugar apunto a las posibles dimensiones de la verdad
real en intelección ulterior.
1. Como es bien sabido, los griegos llamaron a la verdad,
a-létheia, descubrimiento, patcntización. Pero no es el único voca
blo con que en nuestras lenguas se designa la verdad. Para mayor
sencillez reproduciré aquí una página que escribí y publiqué ya en
1944.
«Por amor a la precisión no será ocioso decir que el sentido pri
mario de la palabra alelheia no es «descubrimiento», «patencia».
Aunque el vocablo contiene la raíz ¡a-clh-, «estar oculto», con un
-dh- sufijo de estado (lat. lateo de la-t, Benveniste; ai, rahú-, el de
monio que eclipsa al sol y a la luna; tal vez gr. alastós, el que no se
olvida de sus sentimientos, de sus resentimientos, el violento, etc.),
la palabra alétheia tiene su origen en el adjetivo alethés, del que es
su abstracto. A su vez, alethés deriva de létbos, láthos, que significa
«olvido» (pasaje único Teoc. 23, 24). Primitivamente alétheia signi
ficó, pues, algo sin olvido, algo en que nada ha caído en olvido «com
pleto» (Krctschmer, Debrunner). La patencia única a que alétheia
alude es, pues, simplemente la del recuerdo. De aquí, por lo que
tiene de completo, alétheia vino a significar más tarde la simple pa
tencia, el descubrimiento de algo, la verdad.
Pero la idea misma de verdad tiene su expresión primaria en otras
voces. El latín, el celta y el germánico expresan la idea de verdad a
base de una raíz itero, cuyo sentido original es difícil de precisar; se
encuentra como segundo término de un compuesto en latín se-vents
(se]d[verus), «estricto, serio», lo que haría suponer que aero signifi
caría confiar alegremente; de donde heorté, fiesta. La verdad es la
propiedad de algo que merece confianza, seguridad. El mismo pro
ceso semántico se da en las lenguas semíticas. En hebreo, aman, «ser
de fiar», en hiphil «confiar», dio emimah, «fidelidad, firmeza»; amén
«verdaderamente, así sea»; emeth «fidelidad, verdad». En akkadio
ammatii «fundamento firme»; tal vez emtii (Amaima), «verdad».
En cambio el griego y el indoiranio parten de la raíz es- «ser».
Así ved. satya-, av. haithya- «lo que es realmente, lo verdadero». El
teo r ía s fen o m fín o ló g ica s 395
E dición ORiGiNAU
E dición CASréLLANA:
®;p :' ■?.ví>??:iSí¿x;;;% * r
— A) «De la esencia de la verdad», en Cuadernos de Filosofía^'.
(Buenos Aires), 11 .“ 1 (1948). 'G;-'TV'
— B) «De la esencia de la verdad», en Heidegger. De, la analítica on^-
' tológica a la dimensión dialéctica, Juárez, Buenos Aires, 1970;
— C) «De la esencia de la verdad», en Ser, verdad y fundamento, ',
Monte Ávila, Caracas, 1968, pp. 59-83. ’ ' ; i ' ’ >
— D) «De la esencia de la verdad», en ¿Qué es metafísica? y otros
ensayos. Siglo Veinte, Buenos Aires, 1974, pp. 109-131. Re- ■
producimos el texto de esta edición con autorización expresa
de la empresa editora. . i.,
. ; x -g ¿.; n AA n ‘- • > V. 'y}, }.'y.' . ' •■•'V.'
"fSAEmcctÓNf' ■
— A) y B):”'c. Astrada. C ^ i' T . ^o 4
C) y D): ;E, García Belsunce.
A ; - -:■ ■ ;
[399]
400 t e o r ía s Dli I.,A VERDAD F.N EL SIGI.O XX
B ibliografía co .m plementaria :
♦■
— E. Tugendhat, Heideggers Idee von Wahrheit, en O. Poggelcr (ed.),
Heidegger. Perspektiven zur Deultmg seines Werkes, Colonia-Ber-
lín, 1969.
— C. F. Gethmann, «Zu Heideggers Wahrheitsbegriff», Kantstudien,
65/2(1974), pp. 186-200.
-— E. Richter (Hrsg.), Die Frage nach der Wahrheit, Klostermann,
Francfort, 1997.
I
oro auténtico. «Real» es uno y otro, el oro auténtico no menos que el
circulante inautentico. Lo verdadero dcl oro auténtico no puede que
dar garantizado ya por su realidad. Retorna la pregunta; ¿qué signi
fica aqui auténtico y verdadero? Autentico oro es aquel real, cuya rea
lidad coincide con aquello que siempre y de antemano mentamos
«propiamente» con oro. A la inversa decimos cuando sospechamos
que un oro es falso: «Aquí a l p no concuerda». Al contrario, de lo que
es «como corresponde», decimos que concuerda. La cosa concuerda.
Sin embargo, no sólo a una alegría real, al oro auténtico y a todo
I
ente de esa especie, los llamamos verdaderos, sino que llamamos
verdadero o falso, también y ante todo, a nuestros enunciados sobre
el ente, que puede ser, el mismo, según su especie, auténtico o inau
téntico, y en su realidad así o de otra manera. Un enunciado es ver
dadero cuando lo que mienta y dice coincide con la cosa sobre la que
I
enuncia. También en este caso decimos: concuerda. Pero ahora no
concuerda la cosa, sino la proposición. Lo verdadero, sea una cosa
verdadera o una proposición verdadera, es aquello que concuerda, lo
concordante (SUmmende). Ser verdadera y verdad significan concor-
dar y, por cierto, de un doble modo: por un lado la concordancia
{Einstimmigkeit) de una cosa con lo que se presume acerca de ella y
por otro la coincidencia (Ühereinstimmiing) de lo mentado en el
enunciado con la cosa.
Este doble carácter del concordar pone de manifiesto la tradicional
delimitación de la veidad; ventas est adaequatio reí et intellectus.
Esto puede significar: verdad es la adecuación de la cosa al conoci
miento. Pero también puede decir: verdad es la adecuación dcl cono
cimiento a la cosa. Por cierto, la citada delimitación esencial se suele
expresar casi siempre en la fórmula: ventas est adaequatio intellec-
tiis ad rem. Sin embargo, la verdad comprendida así, la verdad de la
proposición, sólo es posible sobre el fundamento de la verdad de la
cosa {Sachwahrheit), de la adaequatio rei ad intellectum. Ambos
conceptos de la esencia de la veritas mientan siempre un atenerse a...
y piensan de ese modo la verdad como conformidad (Richíigkeit).
Sin embargo, una no es la mera conversión de la otra. Más bien,
intellectus y res se piensan en cada caso diferentemente. Para reco
nocer esto debemos referir la fórmula corriente del concepto común
de verdad a su origen inmediato (medieval). La veritas como adae
quatio rei ad intellectum no alude todavía al pensamiento trascen
dental de Kant, muy posterior, que fue posible sólo sobre el funda
mento de la subjetividad de la esencia humana, según el cual «los
TEORÍAS HERMENÉUTICAS DE LA VERDAD 403
como verdadero con la moneda. Y este acuerdo debe ser una adecua
ción, según el concepto corriente de verdad. ¿Cómo puede adecuarse
a la moneda el enunciado completamente desigual? Debería conver-
linsc en moneda y de ese modo renunciar por completo a sí mismo.
Id enunciado nunca logra esto. En el momento que eso ocurriera, el
enunciado, como enunciado, ya no podría coincidir con la cosa. En
la adecuación, el enunciado debe seguir siendo, incluso llegar a ser,
lo que es. ¿En qué consiste su esencia absolutamente distinta de
cualquier cosa? ¿Cómo el enunciado justamente por una persistencia
en su esencia, puede adecuarse a lo otro, a la cosa?
Adecuación no puede significar en este caso una igualación ma
terial {dinghaft) entre cosas iguales. La esencia de la adecuación se
determina, más bien, por el modo de aquella relación que impera en
tre el enunciado y la cosa. En tanto esta «relación» queda indetermi
nada y no fundamentada en su esencia, toda disputa sobre la posibili
dad e imposibilidad, sobre c! modo y el grado de la adecuación, cae
en el vacío. El enunciado sobre la moneda «se» relaciona a esta cosa,
en tanto la rc-presenta {vorxtellt), y dice de lo re-presentado {vorges-
tellet) cómo está ordenado (bestellt) con él según el sentido conduc
tor. El enunciado que representa dice su dicho de la cosa represen
tada, cómo es ésta en cuanto tal. El «así-corno» concierne al
re-presentar y a su representado. Re-presentar significa, con exclu
sión de todos los prejuicios «psicológicos» y de «teoría de la
conciencia», el dejar contraponerse la cosa en cuanto objeto. Lo con
trapuesto {Entgegenstehendé), en cuanto puesto así, debe medir lo
[que está] enfrente abierto, y sin embargo permanecer en sí como
cosa y mostrarse como constante (Standing). Este aparecer de la
cosa en la mediación de ese enfrente (entgegen), se cumple dentro de
lo abierto, cuya apertura no fue creada por el representar, sino sólo
referida y asumida como ámbito de relación. La relación del enun
ciado representante a la cosa es el cumplimiento de aquella referen
cia que originariamente, y siempre, se pone en vibración como com
portamiento. Pero todo comportamiento se caracteriza por el hecho
de que, estando en lo abierto, se atiene a lo patente como tal. Sólo lo
patente en sentido riguroso se experimentó en los primeros tiempos
del pensamiento occidental como la «presencia» y se lo llamó desde
hace mucho, «el ente».
El comportamiento está abierto al ente. Toda relación que está
abierta es comportamiento. El estado de apertura del hombre es
siempre distinto, según la especie del ente y el modo de comporta
miento. Todo trabajo y ejecución, toda acción y cálculo está y se
406 TEORIAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX
tamente en tanto el dejar deja ser al ente, con el que está en relación,!
en un comportamiento individual, y con ello lo des-vela {entbirgt),\
se oculta el ente en su totalidad. El dejar ser es en sí, simultánea-
mente, ocultar. En la libertad ex-sistente del Da-sein acaece la ocul
tación del ente en su totalidad, es el ocultamiento.
l’uesto que es difícil apartar esta apariencia, hay que renunciar a este
discurso, que es paradójico sólo para la opinión corriente. Para el
i|uc sabe, el «no» de la no-esencia inicial de la verdad, indica, como
iiu-verda'd, el ámbito aún no experimentado de la verdad del ser (no
sólo del ente).
La libertad, en cuanto dejar-ser del ente, es en si la relación re
sucita (entschlossene), es decir, la que no se cierra. En esta lelación
se funda todo comportamiento y de ella recibe la orientación hacia el
ente y su desvelamiento.
Pero esta relación con la ocultación se oculta ella misma, en
cuanto deja que prepondere el olvido del misterio, y desaparece en
éste. El hombre, en su comportamiento, se relaciona constantemente
con el ente, pero se conforma casi siempre con este o aquel ente y su
respectiva revelación. El hombre se atiene a lo corriente y a lo domi-
nable, aun allí donde se trata de lo primero y lo último. Y cuando se
propone ampliar la revelación del ente en los más diversos ámbitos
de su acción, transformarla, reapropiársela y asegurarla, toma sin
embargo las directivas, del círculo de sus intenciones y sus necesida
des corrientes.
Afincarse en lo corriente es, en sí, el no dejar que impere la ocul
tación de lo oculto. Por cierto, hay también en lo corriente enigmas,
oscuridades, indecisiones, dudas. Pero estas preguntas, seguras de sí
mismas, son sólo pasajes y lugares intermedios para el tránsito en lo
corriente y por eso no son esenciales. Allí donde el ocultamiento del
ente en su totalidad se admite de paso, sólo como un límite que a ve
ces se anuncia, la ocultación, en cuanto acontecimiento fundamental,
se hunde en el olvido. , , ■j
Pero el misterio olvidado del Dasein no es alejado por el olvido,
sino que el olvido presta una presencia propia a la aparente desapari
ción de lo olvidado.
En la medida en que el secreto se rehúsa en el olvido y para el
olvido deja estar al hombre histórico en lo corriente junto a sus he
churas {Gemachten). Dejada así, una humanidad completa su
«mundo» a partir de sus necesidades y propósitos más recientes y lo
llena con sus proyectos y planes. De éstos toma el hombre su me
dida, olvidando el ente en su totalidad. Persiste en ellos y se procura
de continuo nuevas medidas, sin meditar en el fundamento mismo de
este «tomar como medida», ni en la esencia de lo que da la medida.
A pesar del progreso hacia nuevas medidas y metas, se equivoca
el hombre en cuanto a la autenticidad esencial de sus medidas.
Cuanto más exclusivamente se toma a sí mismo en cuanto sujeto.
414 TF.ORIAS DH LA VERDAD EN EL SIGLO XX
como medida para todo ente, más equivoca la medida. Este olvido
temerario de la humanidad perdura en la seguridad de sí mismo, por
medio de lo corriente que es accesible en cada caso. Este perdurar
!
tiene su apoyo, incognoscible para él mismo, en la relación; como
tal, el Dasein no sólo ex-siste, sino que simultáneamente in-siste, es
decir, persiste aferrándose a aquello que ofrece, como por sí y en sí,
el ente abierto.
Ex-sistente, el Da-sein es in-sistcntc. Aún en la existencia in
sistente impera el misterio, pero como esencia de la verdad que ha
llegado a ser olvidada y de ese modo «incscncial».
pregunta poi el ser del ente, pregunta que esencialmente lleva a err«j
y por eso no ha sido aún dominada en su multivocidad. El pensar d i
ser, del que nace inicialmente tal preguntar, se comprende desde Pía?
tón como «Filosofía» y recibe más tarde el nombre de «metafísica»^
IX. NOTA
E dición original :
— A) Von der Wahrheit, Piper, Munich, 1947 (2.” ed,, 1958), pp.
. : 453-463.
— B) Über das Tragische, Piper, Múnich, 1952, 63 pp. (reedición
parcial de la obra anterior, pp. 915-961). ^
— C) Die Sprache, Piper, Múnich, 1964 (reedición parcial de la
obra anterior, pp. 395-449).
T raducción : N. Sniilg.
[4191
420 T r - ;O R Í A S DU LAVfíRDAD líN E L S I G L O XX
B ibliografía complementaria :
E dición original ;
E dición castellana :
T raducción : M. Olasagasti.
1431]
432 TliORÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX
l. CIENCIA Y VERDAD
' Cfr. II. Lipps, Umersuchwtgen 2 u einer hermeneutischen Lovik. Werke II Franc
fort. 1976(1.“ cd„ 1938).
TF.ORÍAS HERMENÉUTICAS Db LA VERDAD 443
-1 HISTORIA Y VERDAD
Por eso, como queda dicho, la tesis de que todo enunciado tiene
Hu horizonte situacional y su función interpelativa es sólo la base
pani la conclusión ulterior de que la historicidad de todos los enun
ciados radica en la finitud fundamental de nuestro ser. Que un cnun-
ciatlo es algo más que la simple actualización de un fenómeno pré
senle significa ante todo que pertenece al conjunto de una existencia
histórica y es simultáneo con todo lo que pueda estar presente en
ella. Si queremos comprender ciertas ideas que se nos han transmi
tido, movilizamos unas reflexiones históricas para aclarar dónde y
cómo se formularon esas ideas, cuál es su verdadero motivo y por
tanto su sentido. De ahí que, para actualizar una idea como tal, deba
mos evocar a la vez su horizonte histórico. Pero es evidente que no
hasta eso para describir lo que hacemos realmente. Porque nuestra
actitud hacia la tradición no se queda en el intento de comprendei
averiguando su sentido mediante una reconstrucción histórica. Eso
puede hacerlo el filólogo; pero el propio filólogo podría reconocer
que su labor, en realidad, es algo más que eso. Si la antigüedad no se
hubiera convertido en clásica, es decir, ejemplar para el decir, el pen
sar y el poetizar, no existiría 1a filología clásica. Pero eso es aplica
ble a cualquier otra filología: lo eficiente en ella es la fascinación de
lo otro, lo extraño o lo lejano que se nos descubre. La auténtica filo
logía no es mera historia, porque la propia historia es en realidad una
raíio philosophandi, un camino para conocer la verdad. El que lea-
liza estudios históricos depende de la experiencia que él mismo po
sea de la historia. Por eso la historia debe escribirse siempre de
nuevo, ya que el presente nos define. No se trata en ella de recons
truir, de simultanear lo pasado. El verdadero enigma y problema de
la comprensión es que lo así simultaneado era ya coetáneo a noso
tros como algo que pretende ser verdad. Lo que parecía mera recons
trucción de un sentido pasado se funde con lo que nos atrae directa
mente como verdad. Creo que uno de los ajustes capitales que
debemos hacer a nuestra idea de conciencia histórica es dejar patente
de ese modo la simultaneidad como un problema eminentemente
dialéctico. El conocimiento histórico no es nunca una mera actuali
zación. Pero tampoco la comprensión es mera reconstrucción de una
estructura de sentido, interpretación consciente de una producción
inconsciente. La comprensión recíproca significa entenderse sobie
algo. Comprender el pasado significa percibirlo en aquello que
quiere decirnos como válido. El primado de la pregunta frente al
444 TF,ORIAS UK LA VLRDAD liN F,L SIGLO XX
Edición original :
F,oic:ióN castellana :
- «Verdad ^ p p í 75^89'^ Reproducimos
S » p ,c » <1. 1. cmp,«.
editora.
_s .tti ss¡i.'rx="■>»
[445]
446 IlíOKÍAS DE LA VERDAD EN EL. SIGl.O XX
B ibliografía complementaria :
con las rormas de ver, con todo el conjunto de prácticas que servían
de soporte a la medicina: no se trata simplemente de nuevos descu-
l)rimicntos; es un nuevo «régimen» en el discurso y en el saber. Y
cslo en pocos años. Es una cosa que no se puede negar a partir del
momento en que se examinan los textos con suficiente atención. Mi
problema no ha sido en absoluto decir: pues bien, viva la disconti
nuidad, se está en la discontinuidad, permanezcamos en ella, sino de
plantear la cuestión: ¿cómo es posible que en ciertos momentos y en /
ciertos órdenes de saber existan estos despegues bruscos, estas prcci-/
pitaciones de evolución, estas transformaciones que no responden ai
la imagen tranquila y continuista que se tiene habitualmente? Pero lo^
importante en tales cambios no es si son rápidos o de gran amplitud,
más bien esta rapidez y esta amplitud no son más que el signo de
otras cosas: una modificación en las reglas de formación de los j
enunciados que son aceptados como científicamente verdaderos. No /
os pues un cambio de contenido (refutación de antiguos errores, for
mulación de nuevas verdades), no es tampoco una alteración de la
forma teórica (renovación del paradigma, modificación de los con
juntos sistemáticos); lo que se plantea es lo que rige los enunciados
y la manera en la que se rigen los unos a los otros para constituir un
conjunto de proposiciones aceptables científicamente y susceptibles
en consecuencia de ser verificadas o invalidadas mediante procedi
mientos científicos. Problema en suma de régimen, de política dcl
enunciado científico. A este nivel, se trata de saber no cuál es el po-
tler que pesa desde el exterior sobré la cieneia, sino qué efectos de
poder circulan entre los enunciados científicos; cuál es de algún
modo su régimen interior de poder; cómo y por qué en ciertos mo
mentos dicho régimen se modifica de forma global.
Son estos diferentes regímenes los que he intentado localizar y
describir en Las Palabras y las Cosas. Diciendo, bien es verdad, que
no intentaba de momento explicarlos. Y que era necesario intentar
hacerlo en un trabajo posterior. Pero lo que faltaba en mi trabajo era
este problema del «régimen discursivo», de los efectos de poder pro
pios al juego enunciativo. Lo confundía demasiado con la sistemati-
cidad, la forma teórica o algo como el paradigma. En el punto de
confluencia entre la Historia de la locura y Las Palabras y'las Cosas
se encontraba, bajo dos aspectos muy diferentes, ese problema cen
tral dcl poder que por entonces yo había aislado muy mal.
F o n t a n a : Por tanto es preciso volver a situar el concepto de dis
continuidad en el lugar que le corresponde. Existe posiblemente un
concepto que es aun más denso, que es más central en su pensa
450 TEORIAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX
en L'l momcnlo en que hacía furor un tipo de análisis que pasaba por el
toncepto de texto, digamos objeto de texto con la metodología que
conlleva, es decir, la semiología, el estructuralismo, etc.
l'oucAUi.r: No pienso haber sido el primero en plantear esta
cuestión. Al contrario, estoy sorprendido de la dificultad que tuve
liara formularla. Cuando lo pienso de nuevo, ahora, me pregunto, ¿de
i|Lié he podido hablar, por ejemplo en la Historia de la locura, o en el
Nacimiento de la clínica, si no era de podci'? Ahora bien, soy perfec-
lamcntc consciente de no haber prácticamente empleado el término y
de no haber tenido este campo de análisis a mi disposición. Puedo
decir que ciertamente existía una incapacidad que estaba ligada con
loda seguridad a la situación política en que nos encontrábamos. No
se ve de qué lado —a derecha o a izquierda habría podido ser
planteado este problema del poder. A la derecha, no se planteaba más
t|uc en términos de constitución, de soberanía, etc., por lo tanto en
lérminos jurídicos. Del lado marxista, en términos de aparato de Eis-
lado. La manera como el poder se ejercía concretamente y en detalle,
con toda su especificidad, sus técnicas y sus tácticas, no se planteaba;
uno se contentaba con denunciarlo en el «otro», en el adversario, de
un modo a la vez polémico y global; el poder en el socialismo sovié
tico era llamado por sus adversarios totalitarismo; y en el capita
lismo occidental era denunciado por los marxistas como dominación
de clase, pero la mecánica del poder jamás era analizada. Sólo se ha
podido comenzar a realizar este trabajo después del 6 8 , es decir a
partir de luchas cotidianas y realizadas por la base, con aquellos que
tenían que enfrentarse en los eslabones más finos de la red dcl poder.
Fue ahí donde la cara concreta dcl poder apareció y al mismo tiempo
la fecundidad verosímil de estos análisis del poder para darse cuenta
de las cosas que habían permanecido hasta entonces fuera del campo
dcl análisis político. Para decirlo simplemente, el internamiento psi
quiátrico, la normalización mental de los individuos, las institucio
nes penales, tienen sin duda una importancia bastante limitada si se
busca solamente la significación económica. Por el contrario, son in
dudablemente esenciales en el funcionamiento general de los engra
najes del poder. Siempre que se planteaba la cuestión del poder su
bordinándola a la instancia económica y al sistema de interés que
aseguraba, se estaba abocado a considerar estos problemas como de
poca importancia.
F o n t a n a ; ¿Para la formulación de esta problemática constituye
ron un obstáculo objetivo un cierto marxismo y una cierta fenome
nología?
452 TF.ORIAS DE LA VERDAD HM EL SIGLO XX
1
JOSEF SIMON
LENGUAJE Y VERDAD
(1987)
E dición original ;
T raducción : N. Smilg.
O tros ensayos del autor sobre el mismo tema ;
B ibliografía complementaria :
[4611
n
462 THORIAS DK LA Vt;RDAD LN liL SIGLO XX
' En el original alemán se usa la expresión «nach be.stem Wisseii uml Oewis.sen»,
cuya traducción ordinaria es «según el leal saber y entender». Entendiendo qite el autor
e.stá «jugando» con los significados de esta c.xprcsión y para utia mejor compresión de
la (ra.se en su contexto, se ha optadt) por ofrecer una versión literal. ¿V del T.)
■ G. W. K Hegel, Pluinomeiiolofíie des (ieisles, cd. IlolTineisler, Leipzig, 1949.
p. 68 (ed. cast., Fenomeitologw del espiriiti. I■■CI•, México, 1966).
B TEORÍAS HERMIÍNÉUTICAS DH LA VERDAD 463
vierte que otros saben algo mejor que uno mismo, por ejemplo
eiianclo no teniendo reloj se le pregunta la hora a alguien que lo
tiene. En este caso se espera que diga la verdad, lo que exige como
es natural, que la sepa. Puede mirarla en el reloj y, en principio, po
dría dejar que la viera yo mismo. Esto es lo que constituye la triviali
dad de este caso. No sirve como ejemplo para el problema de len
guaje y verdad.
l.o que sí es problemático es cuándo me es imposible a mí
mismo conocer lo que el otro sabe. Entonces tiene una ventaja de sa
ber que no es comprobable. Pero ¿cómo se puede saber —incluso él
mismo— cpie la tiene? ¡No puede saberlo! Pues él es para mí otro en
una situación diferente tanto como yo lo soy para él, sin que ninguno
de los dos pueda saber quién se encuentra en la mejor situación.
También serían triviales en el sentido mencionado, los casos en los
que el otro pudiera guiarme didácticamente hacia lo que él sabe para,
con el tiempo, llegar a saberlo tan bien como él mismo, por ejemplo
enseñándome a entender el reloj. Pero aquí la cuestión ya no es tri
vial si se piensa que se trata, en contextos más complejos que los del
reloj, de que hay que dejarse dirigir por otro, sin conocer uno mismo
la meta. Entonces hay que creer para aprender a saber.
Si tomamos como punto de partida que otro podría decirnos algo
desde un saber superior, estamos ya creyendo. Esto es, creemos en
general que alguien podría decirle «algo» a otro, lo cual significa
que, primero él y después también el otro, sabrían «lo mismo». Cree
mos que el lenguaje es el medio de transporte de los pensamientos.
De ahí derivamos que los lenguajes se compondrían de unidades que
representarian algo diferente, ideas o representaciones y que éstas
serían las mismas para todos los hombres. A tales unidades las deno
minamos «significados» de los signos lingüisticos. Obviamente, esta
concepción está estrechamente vinculada al problema de la verdad,
tal y como se ha discutido en la filosofía europea, por lo que quisiera
abordarla con detalle a continuación.
I
pues distingue tantos objetos, por ejemplo partículas elementales,
como nombres substituyera por ellos de maneras diferentes mediante
signos o cadenas de signos (como definiciones nominales), si se le
preguntara por el significado de tales nombres.
Cuando al preguntar por su significado se substituye un signo
por otro o por varios, se formula una hipótesis sobre el uso lingüís
tico de aquel que había preguntado por el significado. Esta hipótesis
se confirma siempre que el afectado no pregunte también por el sig
nificado del nuevo signo. En este sentido, el nuevo signo es mejor
que el primero. Pero sólo es mejor en e.ste sentido, pues quien creía
poder aplicarlo había elegido en primer lugar el signo por el que
ahora se pregunta y, así. lo consideró en primer lugar como el signo
bueno, el «correcto», el adecuado. Sólo ahora parece más adecuado
el signo nuevo. Si se quiere decir que ambos son intercambiables y
consiguientemente, igual de buenos, se dice que son «sinónimos».
Esto supone que hubiera podido decirlo exactamente igual de la
nueva forma y que no tiene importancia la elección de la palabra.
Ahora bien, la sinonimia perdura solamente mientras se admitan los
signos como sinónimos, es decir mientras que al hablante no le im
porte la diferencia entre ellos, diferencia que poseen en tanto que
signos. Si se admite que el hablante es un especialista, un fisieo por
ejemplo, y que ha de introducir a otro en su saber, entonces él tiene
que determinar qué diferencias deben tener importancia. Sólo puede
descender al nivel del que pregunta de una manera limitada, si no se
quiere desdibujar el «tema» con la simplificación; es decir, en favor
del tema, tiene que excluir al profano en algún punto, si os que éste
pregunta una y otra vez por los significados de signos que ya so le
habían ofrecido como significados de otros signos o que se le habían
presentado «poniéndolos en su lugar». Como especialista, sabe tam
bién que su lenguaje no se puede traducir a cualquier otro, sabe que
no .se puede convertir en cualquier otro uso lingüístico.
Asi pues, el que sabe sólo puede comunicar la verdad sobre
«sus» objetos de forma condicionada. Esto no es válido solamente
para diferencias como la que se da entre el lenguaje ordinario, en el
grado que se desee de educación lingüística, y el lenguaje de la Fí
sica entre tísicos .selectos, sino para cualquier u.so lingüí.stico dife
rente. Pues le corresponde a caria uno el acceso a los respectivos ti
pos diferenciados de objetos y esta difercncialidad [Differeiniertheit]
disminuye con la suposición del carácter intercambiable de los sig
nos no comprendidos, o deficientemente comprendidos mediante la
TliORIAS UfiRMHNEUTICAS DE LA VERDAD 467
' Cfr. J. .Simón, «Veiiicrcn und Eindcii dei' Spradic, Ziir Gcscliichtliclikeit der
nienscliliclien Existen/», en Phil. Juhrh., 91 (1984) 238 ss.
'■ W. von Humboldt, Gesummette Schriften, Heidín, 1903 ss., VI. 182 y muchos
otro.s lugares. Cfr. T. Horschc, Sprncturnschictuen. Dar Begn f f dar mansahliclien Rada
iii dar Spraahphil(>s<>i>hie WiUudm von fliimhotdls, .Sttutgart 1981, 69.
■ Sobre el concepto ele «desfiguración» cfr. 1legcl, op. cil.,4 M ss.
* Cfr. Platón, Gorgki.s 449 b s.s. y otros lugare.s.
468 Tl-ÜKIAS DI-; LA VLRDAD li.N’ HL SIGLO XX
II
1
Pues, si al que pregunta por el significado no se le puede dar una
respuesta satisfactoria, entonces los signos por los que se pregunta
no tienen o, mejor, no hallan significado ni para él, ni tampoco uni
versal. Pues entonces no se encuentra ningún otro signo que se
acepte como respuesta a la pregunta por el significado. El signifi
cado propuesto sólo se encuentra en el «interior» de aquel que cree
poder intercambiar el nuevo signo por el cuestionado, o se encuentra
sólo en el «interior» de la «intersubjetividad» dentro de la cual per
manece como no probIem<ático el intercambio. Eli que responde creía
poder defender el intercambio «desde la cosa» y se muestra que no
puede hacerlo, al menos ante el que pregunta. El que había pregun
tado se opone. No lo hace incondicionalmentc, porque no quiera
comprender y, porque no tenga «buena voluntad» para comprender.
Si fuera así, no se podría hablar con él con pleno sentido''. Se opone
porque no puede comprender, es decir, no puede en el contexto de su
diferente capacidad de comprensión, y en el de la identidad auto-
consciente de su persona. ¿Ela de ser inferior por eso? Podría suceder
que creyera no poder admitir ciertas sinonimias [Synonymsetzungen],
porque él también es una persona «culta», pero de otro modo que su
oponente. También él mantiene una difercncialidad, porque para él
tampoco sería ya adecuada la admisión del otro uso lingüístico en el
que pueden sustituirse mutuamente dos determinados signos, por
ejemplo «Deas sive natura». Como dice Wittgenstein '®, para poder
entenderse hay que coincidir también en los juicios, es decir, en lo
que se sostiene como verdadero, si se quiere llegar a un acuerdo so
bre lo demás.
La concepción de que el lenguaje c.y un conjunto de signos
con significado depende por tanto de que, «con buena voluntad»,
se llegue a alcanzar siempre el acuerdo acerca de los significa
dos, de modo que se pueda estar seguro de referirse al mundo con
las mismas intensiones. Pero la buena voluntad tiene su limite en
lo que, por mor de la verdad, cree que puede admitir. En tanto que
' Sobre el concepto de «buena voluntad» en c.stc conte.xto, cfr. el debate cmrc
üadamer v Dcrrida en Pbilippe Forget (edil.), Te.xt tmd luterprekition, Múnich, 1984,
24 ss,
■'' Wittgenstein, Bemerkungen über die (iiiindlcigen der Muthematik, 343 (cd.
cast., Observaciones sobre tos f'undamenlos de la malemádca, Alian/a, Madrid,
1987).
i
t e o r ía s HERMENEUTICAS DE LA VERDAD 469
* Erancis Bacon, Novum orgemon. Libro primero, n. 10 (ed. casi,, ¡m gran rcskni-
nición. Alianza, Madrid, 1985, p. 89: «La sutilidad de la naturaleza supera en mucho
la sutilidad dcl sentido y dcl entendimiento»).
474 TKORIA.S Dli LA VLRDAl) 1:N KI. SKÍLO XX
I. KanI, Krilik der rednen Vannmfl, 2.“ ed. (13), II (cd. cnst., Críüca de la razón
/;«)•(■), Allaguani, Madrid, 1978).
’’ llamann, «Metukrilik übcr ilcn l’urismum der Venumñ», Sünuliche H'erke, cd. J.
Nadler, 111,289.
Hegel, ghdiiamenologie des (¡cistes, .345 .ss.: «131 espirilu extrañado de .sí
mismo; la educación» Clr. aquí J. Simón. Ilidirlieil íds Freiheit. Berlíil/Nucva York,
1978, 213 ss. (cd. casi., t.a verdad como liherlad. Sígueme, Salamanca, 1983).
TLORIAS lIliRMI'Nnt'TICAS Dli LA VERDAD 475
IV
CfV. .í. Simón, «Ende cler Herrschaf'tV Zii Sehriften von F.mmaniiel L.cvinas in
(leutsclicn Überselzungcn», en AUgemeiiK Zeitschrifí ttir Philosophie (1985) vol.l,
pp. 25 ss.
476 riiOKIAS Di; LA VLRDAD HN HL SIGLO XX
-* Kant, Melíipliy.'iik ckr Sitien, cct. ilo la Academia VI, 238 (cd. cast., Metafisica
de tas costumhrc.s. Icenos, Madrid, 1989).
De otro modo también se encuentra ciertamente en Kant, por ejemplo en Da.'<
Ende alter Dinge, ed. de la Academia VIII, 337 ss.
TEORIAS HERMENEUTICAS DE LA VERDAD 477
llf'
'if,
?1
CARL HEMPEL
LA TEORÍA DE LA VERDAD
DE LOS POSITIVISTAS LÓGICOS'
(1935)
' lia sido necesario, por de.sgracia, condensar ligeramente este artículo del doctor
Hcmpel. (Nota dcl editor de Analysis, en cuyo número de enero de 1935 se publicó
originalmente el artículo.)
[4S1]
TEORÍAS DE LA VERDAD EN El. SIGLO XX
1
482
The Uihty o f Science, Kegan Paul, Londres, I9.t4. (N. del T.)
486 TEORIAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX
los enunciados básicos. Ahora bien, una hipótesis no puede ser veri
ficada de manera completa y definitiva por una serie finita de enun
ciados particulares; una hipótesis no es una función de verdad de
enunciados particulares y, como consecuencia de ello, un enunciado
I
particular que no sea él mismo un enunciado básico no es una fun
ción de verdad de enunciados básicos.
De este modo, un análisis cuidadoso de la estructura formal del
sistema total de los enunciados conduce a un concepto de verdad
muchísimo más laxo o blando. De acuerdo con las consideraciones
que acabo de apuntar, podemos afirmar lo siguiente: en ciencia, un
enunciado se acoge como verdadero si está suficientemente apoyado
por enunciados protocolares ^
En este punto encontramos un rasgo fundamental que la teoría
que estamos considerando comparte con la posición de Wittgen.stein;
el principio de que la comprobación de cada enunciado ha de redu
cirse a una determinada forma de comparación entre el enunciado en
cuestión y cierta clase de proposiciones básicas que se consideran úl
timas y acerca de las cuales no es posible dudar en absoluto.
La tercera y última fase de la evolución lógica que venimos consi
derando puede caracterizarse como el proceso de eliminar de la teoría
de la verdad incluso esta última característica común.
Tal y como el doctor Neurath se ocupó de resaltar en una época
bastante temprana, es ciertamente fácil imaginar que el informe de
un cierto observador contenga dos enunciados mutuamente contra
dictorios. Por ejemplo: «Veo esta mancha completamente azul os
cura y también completamente roja». Cuando algo así sucede en
ciencia, se deja de lado al menos uno de los dos enunciados protoco
lares mencionados.
Ya no es posible, por tanto, defender que los enunciados protoco
lares proporcionen una base inalterable para el sistema global de los
enunciados científicos, aunque es verdad que con frecuencia nos li
mitamos a retroceder hasta los enunciados protocolares cuando se
trata de comprobar la validez de una proposición. Pero no renuncia-
' En este lugar, el texto original añade la siguiente frase; «So tliere oceurs in
Science, one drops at lea,st one of the mentioned protocol statenients». Tal afirmación
C.S incomprensible en este contexto y todo indica que se (rata de un error tipográfico;
sobre todo .si tenemos en cuenta que dos párrafos más abajo, también en la última
frase del párrafo, aparece una afirmación casi idéntica, que esta vez sí tiene perfecto
sentido con relación a lo que en ese párrafo se dice: «And if that oceurs in science,
one drops at Icast one of the mentioned protocol stalements». pV. de/ T)
TEORÍAS COIIERENCIALRS 487
Carnap: Logische Syniax der Sprache, Viena, 1934; «Philosophy and Logical
Syntax», conferencias pronunciadas en Londres el año 1934 y de las que se hace eco
la revista Anahsis, vol. 2, n. 3; The Unity o f Science, Psyche Miniatures 63, Londres,
1934.
488 TEORÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX
* Así pues, la verdad no se reduce sin más mal ices a las propiedades formales de un
sistema de enunciados: como señalábamos al comienzo, Carnap y Neurath no apoyan
una teoría pura de la verdad como coherencia, sino una teoría parcialmente coherentista.
TEORÍAS COHF.RENCIALES 491
R.s bastante sensato pensar que la teoría coherentista, más que un análi
sis del significado de la palabra ‘verdadero’, proporciona una descripción
de cómo se llega a averiguar si los enunciados son verdaderos o falsos...
Alguien podría estar de acuerdo en que aceptamos como verdadero un
cierto enunciado porque se encuentra en ciertas relaciones lógicas con otros
enunciados; pero de ahí no se seguiría que cuando esc alguien dice que ese
enunciado es verdadero su intención sea atribuirle esas relaciones'.
' Arthur Pap, Elemenis o f Analytic Philost/phy, MaciVlilhm, Nueva York, 1949, p. 356.
TEORÍAS c ü h e r e n c ia l e s 497
" Brand Blanshard, «Reply toNichola.s Rcschcr», en Schilpp (ed.), The PhUosophy
o f Brand Blanshard, pp. 589-600 (cfr. p. 596).
TEORIAS COHERL-NCIALUS 499
II
’ Para un desarrollo más detallado de estas ideas, cfr. mis libros The Coherence.
Theory o/Tnith y Cognitive Sy.'Hematization, IJlackwcll, Oxford, 1979.
1 TEORIAS COI1ERENCIAI.es 501
R(E)
‘ Aquí parece haber una errata en el texto original, Literalmente dice: «[...] if ‘.S’
coheres optimally with tlie perfeeted data base (B), then it follows Ihat ‘not-5’ will be
optimally colierent with the perfeeted data ba.se ¿f.» Pero esta última afirmación evi
dentemente no se sigue del principio de Completud y no se corresponde, además, con
la formulación simbólica que aparece inmediatamente a continuación. De ahí que
haya añadido la palabra «no» para restablecer lo que parece ser el sentido de la frase
(N.delT.)
te o r ía s c o h e r e n c ia l e s 503
R{E)
111
(C) ‘f ’ es verdadero o ‘£ ’ c 5
te o r ía s c o h eren cta lfs 505
-'R{no-E) - ( ‘no-£” c B)
R{E) --'('no-E' c B)
R{E) Ci-r c B)
L
f TEORÍAS COHERENC1AI.e s 507
CCS de mostrar que esa propuesta está respaldada por algún tipo
de vínculo esencial entre la verdad y la coherencia.” En sus pro
pias palabras:
Si aceptamos como prueba la coherencia, entonces debemos aplicarla
en todos los casos. Por tanto, debemos utilizarla también para comprobar
la propuesta de que la verdad sea algo distinto a la coherencia. Pero si ha
cemos tal cosa, descubriremos que debemos rechazar tal propuesta porque
nos lleva a caer en la incoherencia’.
IV
Nos queda por tratar un problema importante. Dado que «la ver
dad genuina» sólo está garantizada por la coherencia ideal (esto es,
por la coherencia óptima con una base de datos perfecta que no po
seemos, y no con aquella otra algo menos que óptima a la que efecti
vamente podemos acceder), no tenemos seguridad incondicional
acerca de la corrección efectiva de nuestras investigaciones, guiadas
por el objetivo de la coherencia; tampoco tenemos una garantía sin
reservas de que esas investigaciones nos proporcionen «la verdad ge
nuina» que perseguimos cuando nos ocupamos de investigaciones
empíricas. Más bien al contrario: la historia de la ciencia muestra
que es necesario ajustar, corregir y reemplazar constantemente nues
tros «descubrimientos», respaldados por el coherentismo científico,
acerca del comportamiento de las cosas en el mundo. No podemos
decir que nuestras indagaciones inductivas, cimentadas en la cohe
rencia, nos proporcionen la verdad genuina (definitiva); tan sólo que
nos proveen de la mejor aproximación a la verdad que somos capa
ces de lograr dadas las circunstancias.
’ Brand Blanshard, The Nature ofThoughl, 2 voLs, Alien & Unwin, Londres, 1939,
vol. 2, pp. 267-6S.
508 TEORIAS DR LA VERDAD RN EL SIGLO XX
E dición original:
— «Problemc und Aufgaben einer explikativ-definitionalen Theorie
der Wahrheit» en D e r W ahrheitshegrijf, Wiss. Buchgesellschaft,
Darmstadt, 1987, pp. 1-33.
T raducción: J. A. Nicolás.
— Buoh,,„n,=h.ft.
_ ISm die Wissenschaft auf den WahrhcitsbegrifF verzichten?»,
en W. Kluxen (ed.), Traditian und Innovation, Meiner, Hamburgo,
1987^pp. 135-144. ,
(509)
510 teorías üli LA VLRDAD RN EL StGLO XX
" SokiaMssenschc^
~ und Aufgaben einer Klárung der Uundlaeen
S (a S | ® '* * ’ ■m sfen,cHa/a.ckc D™ - ’ |
1.2.1. C u e s t io n e s m e t ó d ic a s prev ia s
(2) Pero ¿cómo hay que entender más exactamente los concep
tos de «aclaración» {'Erkldrung’), «explicación» {'Explikaüon ) y
«definición»? A continuación se esboza una propuesta para ello.
Parece que las expresiones «aclaración», «explicación» y «defi
nición» presuponen algo previo (un «significado» previo). (Por lo
que respecta a la expresión «definición», esto vale solamente para
514 TEORIAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX
®Kant, Crítica de la razón pura, D759 nota (citado según la edición castellana de
P. Ribas, pp. 585-6).
TEORÍAS COHCRENCIALES 517
' Véase sobre esto la incniorablc crítica de Quine a este concepto en su ensayo:
«Dos dogmas del empirismo», en W. O. Quine, Desde un punió de vista lógico, Orbis,
Barcelona, 1984, pp. 49-81.
' Véase sobre esto, entre otros, P. Wcingartner, Wissenschaftstheorie II, 1, Gnm-
dalgen prohieme der lx>gikund Mathematik, Stuttgart, 1976, pp. 117-170.
518 t e o r ía s de i .a v e r d a d en el sig lo XX
como sin objeto. El resultado sería una Ontología cuya tesis tunda-
mental formula el Tmetalus del siguiente modo; «El mundo es la to
talidad de los hechos, no de los objetos...» j ■ .1
Aquí sólo podernos esbozar qué estrategia podría conducir a
éxito con la mayor rapidez en la confrontación con el dogma del ob
jeto mitológico, (a) En primer lugar, habría que mostrar las desastro
sas consecuencias del dogma; se introduce el concepto de «objeto»
como un concepto «primitivo» (no analizado y no analizable), lo que
significa una renuncia a la inteligibilidad, (b) Una segunda estrategia
parcial se ocuparía de los presupuestos del dogma ontologico del ob-
j'eto, que subyace en la vulneración del principio básico presentado a
continuación. ■ ■■
En cuanto a (b); El principio básico aludido es un principio lo-
gico-lingüístico. Fue formulado por Frege en Fmdamenlos ele Arit
mética y es llamado en la literatura especializada el principio contex
tual. La versión más breve y pregnante dice; «Las palabras
significan algo solamente en el contexto de una frase» 'L
M. Diimmet, el conocido intérprete de Frege, afirma que este
principio fue la expresión más importante que Frege formulo jamas;
además, la doctrina posterior de Frege ya no concuerda con el •.
El reconocimiento del principio contextual tiene consecuencias
decisivas, especialmente para la aclaración de concepto de verdad.
Pues de este principio básico se puede inferir fácilmente que «el»
concepto central o «la» entidad central no es «objeto» sino «proposi-
Ibídctti. Además hay que destacar que Wittgensiein en el Traciatu.s introduce los
objetos todavía «más allá» o «más acá» del estado de cosas (de ^
concibe el «estado de cosas» como «configuración de los objetos» p.0172). to n
emergen para él todos los problemas que en el texto han sido sena ados.
Ci Frege Die Gn,lidiasen der Arilmelik. Bine iosisch-malhemalisrhe Untersu-
ebuns líber den Begriffder Zahl. Brcslau, 1S84; reimpresión en 1961 de la nueva edi
ción aparecida en 1934, Darmstadt 1961, par. 62. Otra.s tormulacioncs del
contexiual se encuentran al menos en otros tros pasajes de esta obra (Introd., p. XXll,
ción (estado de cosas)». Se podría mostrar que sobre esta base onto-
lógica de la proposición es posible acercarse más a la clarificación el
concepto de verdad.
EDICIÓN ORIGINAL;
y Vv .
—: «Der dialógische Wahrheitsbegriff>>, Nene Hefte J u r Philosophié,
: 2/3 (1912), ppAU-\23.^^ ± ■ '
T raducción : J. A. Nicolás.
BrouoGRAFlA complementaria :
[5291
530 TliORlAS DK LA VERDAD EN EL SIGLO XX
«Decir de lo que es, que no es, o de lo que no es, que es, es falso;
por el contrario, decir de lo cjue es, que es, y de lo que no es, que no
es, es verdadero»'. lista famosa definición de «verdadero» y «falso»
dada por Aristóteles en conexión con Platón (para la fundamentación
del principio de tercero excluido: de uno debe ser o bien afirmado o
bien negado un otro) se ha convertido en la fuente de la llamada teo
ría de la verdad como correspondencia, de la adaecuatio intellectm
el rei escolástica, así como de las teorías del conocimiento como re
flejo en sus diferentes matices; incluso la siguiente equivalencia (me-
lalingüística) de la definición semántica de verdad para lenguajes for
males de 'farski «A es verdadero es equivalente a A» (A £ w x A), en
donde «A» nombra la expresión del objeto lingüístico, que expresa la
traducción en el metalenguaje «A», puede ser considerada como una
versión lingüístico-formal de la teoría de la correspondencia^, si no
se interpreta como puramente sintáctica, como por ejemplo en Car-
n ap\ sino que se la toma en relación a los significados de expresio
nes lingüísticas usadas.
Desde Platón hasta Marx y en la Filosofía analítica de nuestro si
glo, tanto en representantes del empirismo lógico (p.e., el primer
Wittgcnstcin), como en representantes del fenomenalismo lingüí.stico
(p.e., Austin), vale esta teoría de la verdad como corrc.spondcncia en
su autocomprensión o en la comprensión de sus intérpretes como la
única explicación adecuada del concepto de verdad. Junto a ella las
' Aristóleles, Met. IV, 7, 101 Ib 26 ss. El principio de tercero excluido necesario
para expresiorie.s elementales ha de distinguir.se cuidadosamente del principio afir
mado de Icrtiiim non daliir A V - ■A, general para expre.sioncs lógica.s compuestas.
^ En rercrcncia expresa al pasaje citado de Aristóteles de.sarrolla Tarski el en
sayo hoy chásico «E,l concepto de verdad en los lenguajes formalizados», Slncliti
Philosopliicd, I (1936), pp. 261-405.
’ Cfr. sobre todo R. Carnap, Meuning und Nace.ssHy, Chicago, 2.“ ed„ 1956; supl.
A: «Knipiricistii, Seinanlics and Onlology», pp. 205-221.
TEORIAS INTERSUBJETIVISTAS DE LA VERDAD 531
* R. M. Martin, «Truth and its lllicit Surrogate.s, Nene Ilefte f. Philoxophie, 2/3
(1972), pp. 95-1)0.
TEORIAS INTRRSüBJliTIVISTAS DE LA VERDAD 533
cada conversación, la relación con los objetos sobre los que se habla,
y la 1 elación con las personas con las que se habla, así como articular
su conexión, Y tampoco es sorprendente que surja de un impulso sis
temático y decisivo de las reflexiones metódicas de Platón, precisa
mente porque allí se encuentra la aparente definición teorética de la
verdad como correspondencia, con la que he empezado, en inme
diata vecindad con las reflexiones respecto al consenso.
En el CnitUo se introduce el habla, la acción lingüística del nom
brar (dvopái;eiv) y del expresar (^éyeiv), con un doble objetivo; por
un lado, servir a la comprensión recíproca (5 t 6 áaKeiv xt dXXtj-
por otro, a la diferenciación de los objetos (ÓtaKpívsiv xó.
T c p d y p a x a ) y la determinación de la expresión verdadera me
diante el giro «expresar los objetos como son» (xáóvxa Xéyetv c6 í;
é'oxiv) — en la que se puede reconocer sin dificultad también una
paite de la concepción aristotélica posterior—, lleva en una cuida
dosa interpretación casi por sí misma a la tesis de que la validez de
una expresión sobre un objeto, es decir, de expresiones elementales,
depende en lo esencial sólo de la comparación dcl uso del predicador
tiente al objeto en la expresión con su previa inlroducción externa a
una cxpiesión para la diferenciación de objetos. Pero e.sta introduc
ción - -así debe entenderse el fin de la comprensión mutua— se
puede reconstruir solamente en una situación de enseñar y aprender
para los hablantes. Con esto ya tenemos la base sistemática sufi
ciente para introducir el concepto dialógico de verdad.
Partimos '* de que nos encontramos hablando y actuando básica
mente en situaciones de uso de! habla, sin que las situaciones de in
troducción del habla, correspondientes fácticamente a la infancia y
adolescencia, sean conocidas por los participantes. Por lo tanto, para
lecon.struir un consenso fáctico o un disenso en la situación de uso
dcl habla mediante un procedimiento paso a paso y convertir en am
bos casos en un consenso racional (cvcntualmente primero en un me-
tanivel), es necesaria, primero, una reconstrucción de las situaciones
Cfr. sobre esto la parle dcl ensayo inforniali\o más exacto de K. Lorenz, «Dia-
log.spiele ais semantischc Grundiage von Logikkalkülen» («Juegos de diálogo como
fiindaineiito semántico de los cálculos lógicos»), I, II, en Ardí. f. inciili. Logik ii.
Oruiul/agenl, 11(1968), pp, .S2-55, 7.3-100, y «Rules versus Theorems. Approach for
-Mediation betvveen Inluiíionistic andTwo-Valncd Logic» (aún no publicado).
JÜRGEN HABERMAS
TEORÍAS DE LA VERDAD
(1973)
EüiCfóN oríginal :
E dicfón castellana ;
T raducción ; M. Jiménez.
' Esto, como e,s obvio, no puede considerarse una caracterización suficiente de la
teoría sem<ántica de la verdad. Cfr, Tarski, «The Semantic Conception ofTrulh», en H.
Feigl y W, Scllars, Readittgs in I’hUoxophicai Anatysis, Nueva York, 1949 (ed. casi, en
este mismo volumen, pp. 65-108). Véase la crítica de E. Tugendhat, en Phüosophische
Rundschau, 8, H. 2/3, pp, 13I-I59, La interpretación más sutil que conozco es la de
TEORÍAS INTFRSUBJETIVISTAS DE LA VERDAD 545
Ibíd.. p. 37.
'■ Clr. la iiiti'odLiccióii de K. O. .Apcl a .su ctlición de Cli. S. Peirce, Schrí/ten t. I
Fraiicíbii, 1968.
I
TEORÍAS [NTERSUBJF.TIVISTAS DF. LA VERDAD 551
Ll
t e o r ía s in t e r s u b jf .t iv is t a s d e la v e r d a d 557
I
sensible de signos
i 1 1 m a n ifestacio n es
X i
! V erdad (de lo.s S a b e r alg o
1
X N in g u n a directa
1 em inciado.s) i 1
j X 1 \i;r , p e rc ib ir alg o | C erteza sen sib le I P e irc p c ió n de
i
-------------------- L ___________L 1 — ------------- c o sa s y sucesos
cuntía lo.s otros» {¡oc. di., p. 725). Itase de c.sta inteiprctación dcl mal (que lúe objeto
de ulterior dc.sarrollo en la niosolia última de Scliclling) es la bella y original inter-
prctaeión que Scinil/ hace dcl escrito de l-'ichte «Die Itcstimmung des Mcnschcn», es
crito que, si no entiendo mal, ocupa una posición si.slemática central en la propia argu
mentación de .Schuiz (loe. dt., pp. 32S ss.).
Añadido. 19X3: las consideraciones que .siguen, todavia muy tentativas, las he pre
cisado micntra.s tanto en la sección IV de mi articulo sobro ética dcl discurso, en .1. lia-
bermas, Moralhewtts.sl.'idn imd konimtmikítlive.'i Hiiiulelii, lYancfort, 1983, pp. Ó7-72.
1 lEORÍAS INTKRSUBJKTIVISTAS DF, l.A VFRÜAD 563
CIV. ü. Pitcher en .su introducción al coicciivo cdilaclo por él: Trui/i (véase ñola
4 ) , p p . 9.SS.
" En este sentido .se expresa P. Gochet, he. di., p. 98: «Este estudio nos lia con-
fiiniado, en erecto, que el licclio, contrariamente al suceso, tío puede aleaiizarse
sino por mediación del lenguaje y que es lógicamente in.scparablc de la frase que lo
lorniula». *
t e o r ía s INTERSUBJl'TIVISTAS DH LA VERDAD 571
-* Cfr. K. Tuscndhal, Oer WahríwUsbegriJf bei lliisxeii um¡ Heickí^er, Berlín, 1967.
572 TIí ORÍAS diz I.A VliRDAD liN IIL SIGLO XX
D (data)------------------------------------------------------ C (conclusión)
W (warrant)
B ibacking)
Tipos de discurso
c Afirmaciones Mandatos/valoraciones
notar que este último paso rompe los límites del discurso teórico.
Pues conduce a un plano de discurso en el que con la ayuda del mo
vimiento peculiarmente circular que caracteriza a las-reconstruccio
nes racionales, nos aseguramos de qué debe valer como conoci
miento: ¿qué aspectos han de tener los rendimientos cognitivos para
poder pretender al título de conocimiento? En la reconstrucción del
progreso del conocimiento las normas teoréticas básicas revelan su
núcleo práctico; el conocimiento se mide tanto por la cosa como por
el interés con que en cada caso ha de acertar el concepto de la cosa.
Análogamente, también la forma del discurso práctico ha de posi
bilitar una progresiva radicalización, esto es, autorreflexión del sujeto
agente. El primer paso consiste en el tránsito desde el mandato/prohi-
bición problematizados, que representan ellos mismos acciones, a
recomendaciones o advertencias, cuya controvertida pretensión
de validez se convierte en objeto del discurso (entrada en el discur
so). El segundo paso consiste en la justificación teorética de los
mandatos/prohibiciones problematizados, es decir, en dar a lo menos
un argumento dentro de un sistema de lenguaje elegido (discurso
práctico). El tercer paso consiste en el tránsito a una modificación
del sistema de lenguaje inicialmente elegido o a una ponderación de
la adecuación de sistemas de lenguaje alternativos (discurso metaé-
tico o m e ta p o lític o )E l último paso y una ulterior radicalización
consiste en el tránsito a una reflexión acerca de la dependencia de las
estructuras de nuestras necesidades respecto del estado de nuestro
saber y de nuestro poder. Nos ponemos de acuerdo sobre las inter
pretaciones de las necesidades a la luz de las informaciones exis
tentes acerca de lo factible y lo conscguiblc. A qué clase de informa
ciones queremos dar preferencia en el futuro se convierte entonces a
su vez en una cuestión práctica que afecta, por ejemplo, a las priori
dades en el fomento de la ciencia (formación de la voluntad colec
tiva en punto a política del conocimiento). En este plano del discurso
se plantea la cuestión; ¿qué debemos querer conocer?
Con ello el discurso práctico se hace extensivo a una evolución cog-
nitiva que, por su parte, vuelve a quedar ligada a la argumentación. Al
propio tiempo, este último paso rompe los límites del discurso práctico,
porque la cuestión práctica de qué conocimiento debemos querer tras
saber qué debe valer como conocimiento, depende evidentemente de la
cuestión teorética de qué conocimiento podemos querer.
Niveles de discurso
veces cuándo hemos estado muy lejos de una situación ideal de ha
bla. Sin embargo, falta un criterio externo de enjuiciamiento, de
suerte que en las situaciones dadas nunca podemos estar seguros de
I
si estamos realizando en verdad un discurso o de si estamos ac
tuando, más bien, bajo las coacciones de la acción y realizando sólo
un pseudodiscurso. De esta circunstancia se sigue una interesante
respuesta a nuestra pregunta inicial.
Si es verdad que, en última instancia, sólo podemos distinguir
entre un consenso racional, es decir, un consenso alcanzado argu
mentativamente y que sea al tiempo garantía de verdad, y un con
senso meramente impuesto o consenso engañoso por referencia a
una situación ideal de habla; y si además hemos de partir de que fác-
ticamente nos atribuimos en todo momento y también tenemos que
atribuirnos la capacidad de distinguir entre un consenso racional y
un consenso engañoso, porque, si no, tendríamos que abandonar la
idea del carácter racional del habla; y si, ello no obstante, en ningún
caso empírico es posible decidir unívocamente si está dada o no una
situación ideal de habla, entonces sólo queda la siguiente explica
ción: la situación ideal de habla no es ni un fenómeno empírico ni
una simple construcción, sino una suposición inevitable que recípro
camente nos hacemos en los discursos— . Esa suposición puede ser
contrafáctica, pero no tiene por qué serlo: mas, aún cuando se haga
contrafácticamcnte, es una ficción operante en el proceso de comu
nicación. Prefiero hablar, por tanto, de una anticipación, de la antici
pación de una situación ideal de habla. Sólo esta anticipación garan
tiza que con el consenso fácticamente alcanzado podamos asociar la
pretensión de un consenso racional; a la vez se convierte en canon
crítico con que se puede poner en cuestión todo consenso fáctica
mente alcanzado y examinar si puede considerarse indicador sufi
ciente de un consenso fundado''*.
■“ \V. Schiilz (en Phíloxophie in der veranderíen Welt, he. cii., pp. 173 ss.) se suma
a las rescn'as contra la «aterradora irrealidad» de las suposiciones de la situación ideal
de habla (o de la acción comunicativa pura). Si esta objeción está pensada en términos
de principio, lo que en ella se expresa es la duda de si puedo hacer también frente a la
carga de la prueba en lo concerniente al carácter cuasi-trasccndcntal que atribuyo al
sistema de reglas pragmático-universales. Para mostrar que, cuando entramos en un
discurso, hacemos aquellas suposiciones, a la vez universales e inevitables, que han de
cumplir las situaciones ideales de habla, escojo en el presente artículo la vía de una de
fensa de una teoría consensual de la verdad. Por lo demás, se dan paralelismos entre la
situación ideal de habla y la estructura de la «original position», a la que John Rawls (A
Theory o f Juslice, Oxford, 1972, pp. 118 ss.; ed. casi.. Teoría de ¡a jiisltcia, FCE, Ma-
l'EORjAS INTBRSÜUJETIVISTAS DE LA VERDAD 593
drid, 1978) recurre para una lunclamentación de la ética en términos de una renovada
teoría del contrato social. Pero en la medida en que la objeción de Schtilz esté pensada
en términos pragmáticos, no veo por mi parte ninguna razón para oponerme a ella; la
institucionalización de discursos pertenece, como es evidente, a las innovaciones más
dilíciles y más sujetas a riesgos que registra la historia humana. Cfr. mi introducción a
la nueva edición de Theoríe wul Praxis, Francfort, 1971, pp. 31 ss., (cd. cast., leona y
praxis, Tccnos, Madrid, 1990). Y mi réplica a R. Spacman en mi colección'de artículos
Ktilnir unct Krink, Francfort, 1973, pp. 378 ss.
Es decir, una forma de vida comunicativa que .se caracterice porque la validez
de todas las normas de acción políticamente relevantes se haga depender de procesos
discursivos de formación de la voluntad política. Añadido 1983; cfr. en contra de esta
interpretación, más arriba nota 46.
594 TUÜRIAS ü[; LA VERDAD EK F.L SIGl.O XX
i
de Theorie wul Praxis, l'rancíorl, 1971.
KARL OTTO APEL
¿HUSSERUTARSKI O PEIRCE?
POR UNA TEORÍA SEMIÓTICO-TRASCENDENTAL
DE LA VERDAD COMO CONSENSO
(1995)
TR.ADUCCIÓN: N. Smilg.
[597]
598 TUORIAS OE LA VERDAD l-N EL SIGLO XX
Suhrkamp, Francfort del M., 1987, pp. 116-211 (ed. cast., «Fali-
bilismo, teoría consensual de la verdad y fundamcnfación última»,
en K. O. Apel, Teoría de la verdad y ética del discurso, Paidós,
Barcelona, 1991, pp. 37-145).
— «Sprachliche Bedeutung, Wahrheit und normative Gültigkeit», Ar-
chivio di Filosofía, LV (1987), pp. 51-88 (ed. cast., «Significado
lingüístico, verdad y validez normativa», en Semiótica filosófica,
Almagesto, Buenos Aires, 1994, pp. 89-149).
— «Das Problem dcr phanomcnologischen Evidenz im Lichte einer
transzendentalen Scmiotik», en M. Benedikt/R. Burger (eds.), Die
Krise der Phánomenologie und die Pragmatik des Wissenschafts-
forlschritts, Viena, 1986, pp. 78-99 [ed. cast., «El problema de la
evidencia fenomenológica a la luz de una semiótica trascenden
tal», en G. Vattimo (comp.). La secularización de lafilosofía, Ge-
disa, Barcelona, 1992, pp. 175-213].
B ibliografía complementaria :
^ Cfr. L. Husserl, Fórmale and transzendentate Lopk, Halle, 1929, 140 ss. (ed.
ca.st., Lógica formal y lógica trascendental, 1962 ; lambicn ibíd., Cartesianischen Me-
ditíilionen und Pariser Vortreige, Hus.serliana I, La Haya, 1963, 55 ss., 92 ss., 143 (ed.
casi.. Meditaciones carte.siana.s, KCR, México, 1985).
602 TGORIAS DE LA VERDAD EN EL SÍGI.O XX
* Cfr. W. Stegmüller, Das tVahrheil.sprohlein uncí elle Idee der Semantik, Viena^Niicvii
York, 1968, pp. 47 ss.
Se ha objetado contra Tarski que la verdad no es un predicado de los emmciado.s,
sino de las propo.siciones. Esta objeción es pertinente cuando Tarski entiende los
emmciado.s como vchiculos materiales de los signos. Tal interpretación viene sugerida
por la circunstancia de que Tarski participó dcl programa reduccionista del fisicalismo
de R. Carnap. Sin embargo, me parece que la relativización de ¡a verdad a enunciados
de un .sistema .semántico que hace Tarski, puede entenderse aún en otro sentido que
constituye el punto esencial del sematUicismo, en tanto que primera fase del iingui.stic
turn en la filosofía. En el sentido de este punto esencial, los significados de las propo
siciones están constituidos de tal modo que son significados de determinados cnutieia-
dos de un sistema semántico. listo es lo esencial de la afirmación de Wittgenstein
{Tractatus Logico-phUo.sophicus. prop. 4): «El pensamiento es el enunciado con sen
tido». La misma cuestión queda expresada de forma aún más clara en la siguiente ob
servación: «El limite del lenguaje se muestra en la imposibilidad de describir el hecho
[Tatsachc] que corresponde a un enunciado [...] sin repetir, prccisatncnte, el enun
ciado», Vermischte Benierkungcn, Suhrkamp, b’rancfort del M., 1977, 27. lista obser
vación aclara también lo esencial de la «convention T» de Tarski, por ejemplo, la equi
valencia: «El enunciado ‘p’ es verdadero si y sólo si ‘p’>>.
Aquí se muestra que la teoría semántica de la verdad de Tarski representa exacta
mente la posición contraria a la teoría fcnomcnológíco-transcendcntal de la evidencia
prelingiií.stica de Husserl.
THORIAS IN TF.RSUBJETIVISTAS DK LA VERDAD 605
" Con la ayuda de los «¡denlificadores» (por ejemplo, signos indexicales) Charles
W. Morris introdujo la dirercncia entre desiguala, como objetos de referencia supuestos
de un sistema semántico abstracto y denótala reales, como objetos de referencia del uso
lingüistico pragtTiático-cognifivo; cfr. Charles W. Morris, Zeichen. Sprache imd Verlial-
ten, Schwann, Dusseldorf, 197,3, reed. en Ullslein Materialien, FrancforCBerlín/Vicna,
1981.
'■ Cfr. O. W. K Hegel, Die Phdnomcnologie des Geistes, Meiner, Leipzig, 1949,
pp, 79 ss.: cfr. también M. Ketlncr, Hegets «sinnliclie Gewissheil»: diskursanatytis-
cfier Kommentar, Eranddrt/Nueva York, Campus, 1990.
608 TF.ORIAS DI; LA VLRDAI) BN BL SIGLO XX
í
coherencia (la «comunidad» y el «entrelazamienlo de las ideas» de
Platón) representan la verdad de nuestra representación lingüística
del mundo. No ve o no tiene en cuenta que los términos indexicales,
por sus significados referidos a situaciones, contribuyen de forma
específica c indispensable a la mediación y representación de nues
tro conocimiento —a saber, cuando aparecen como partes constituti
vas específicas ác juicios de percepción, por ejemplo, de protocolos
experimentales— En estos casos, los términos indexicales, al dirigir
nuestra atención hacia los fenómenos dados —por cierto, de manera
aún conceptualmente determinada—, suministran precisamente el
tipo de evidencia que es necesario en ciencias empíricas, en la me
dida en que son diferentes del tipo de ciencia filosófico-conceptual
que, tanto Megel como antes Platón, favorecieron como fuente de la
verdad coherencial.
Dicho con otras palabras: en el contexto de los juicios de percep
ción, es decir, en referencia a las cualidades del ser-así, los términos
indexicales proporcionan precisamente el tipo de conocimiento
(«percepción») que hace posible que diferenciemos entre el mundo
real de la experiencia y todos los mundos meramente posibles que
pudieran satisfacer las condiciones criícrialcs de la coherencia. En
mi opinión, hay que hacer notar que la necesidad de diferenciar entre
el mundo rea! y los posibles mundos ficticios, reconociendo de esa
manera a la teoría de la verdad como evidencia como rival de la teo
ría coherencial, no haya sido lomada en serio por los representantes
de la teoría de la coherencia —desde Lcibniz, pasando por Hegcl y
Neurath, hasta Rcscher y Puntel
Pero debe entenderse, que mis observaciones críticas a la teoría
de la verdad como coherencia no sugieren un retorno a la teoría
fenomenológíca de la evidencia ni (en la línea de la crítica de Feuer-
bach a Hegel) otorgan prioridad a la intuición prelingüística frente al
concepto. Quisiera afirmar, más bien, que con su apelación a la ver
dad del lenguaje, Hegel no ha entendido .suficientemente la función
semiótica de los términos indexicales, así como la verdad de la inter
pretación lingüística del mundo que depende de esa función. Me pa
rece que la clave para diferenciar entre juicios de percepción y meros
enunciados afirmativos estriba precisamente en que los primeros,
mediante la función de los signos indexicales, están en condiciones
"■ Para lo que sigue, cfr. K. O. Apel, Der Denkweg von Charles Sunders Peirce.
Eine Einfiihriing iii den amerikanischen Pragiiiatismus, Suhrkamp, Francfort del M.,
1975, asi como los trabajos citados en la ñola 5.
Cfr. C. W. Morris: PbumUnions ofihe Theorv o f Sigin-, Univ. of Chicago Press,
C:bicago.TII., 1938 (ed. casi., Fimdamenlos de ¡a leoria de lo.i Paidós. Barce
lona, 1985).
612 TEORIAS DE l.A VERDAD EN EL SIGLO XX
“ Cfr. Charles S. Peirce, Cotlected Faper.s-, ed. por Cli. Harlslliome y P. Weiss,
Harvard Univ. Prc.ss, Cambridgc.'Mass., 1931-35, vol. V, § 388-407.
Cfr. .1. Searlc, Inietiiionalily, Cambridge tJniv. Press, 1983, capitulo 5.
614 TEORÍAS DE LA VERDAD [ÍN EL, SIGLO XX
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WiiiTi:, A. R., Truth, Mc.VIillan, Londres, 1971.
ÍNDICE DE AUTORES
Kari. Otto A phi. (1922-). Profesor ele Filosolla en las Universidades de Magun
cia, Kicl y Franeforl. Sostiene una Pragmática trascendental dcl lenguaje y una Rtiea
discursiva. Sintetiza filosolla dcl lenguaje, pragmatismo y hermenéutica. Obras prin
cipales: Transformation der Philosophie, 1972-3; «Das Problem der philosophischen
Letzbegriindung im Lichte einer transzendentalen Sprachpiagmatik», 1976; Esntdios
éticox, 1986; Semiótica Jiio.wflca, 1994; Teoría da la verdad y ética del discurso,
1991 («Fallibilismus, Konsenstheorie der Wabrlieit und Let/.tbcgi ündung», 1987).
manista. Obras principales: Pxycologie der Weliansdiauimgen. 1919; Oie Idee der
621
Se recogen en este índice aquellos conceptos que resultan relevantes con relación
al tema central de Teorías de la Verdad.
Adecuación: II, 26-8, 32-4, 39, 40, Conscn.so: 19, 386. 444, 476, 531-41,
43, 70, 80, 84, 323, 326-33, 402-10, 554-5, 561, 574-93, 597, 602, 610-6.
43.5, 471, 501-6, 521, 534, 557, 569, ■Contingencia: 51,423,.
576-9,581-9, 623. Correspondencia: 11, 15-7, 63, 69.
Alctheicf. 11, 394, 399,408, 412,418, 146, 147, 149, 161, 169, 173-7, 180,
434. 182, 226. 2.32, 246. 249, 273-4, 282,
Aprehensión: 330, 332, 387-94, 559. 285-6, 291-5, 306, 482, 488, 505,
Alteridad: 393. 515, 518-9, 521 -2, 526, 530-3, 536-8,
Analogía: 26, 163, 171, 212, 232, 541, 544, 549-50. 553. 556, 566, 569,
312,316, 426,467,475. 582, 598-601,605,614-5.
• Antinomia: 73-7, 81.
• Axioma: 74, 81, 162, 167, 168, 187, - Dialéctica: 46, 51. 52, 255, 359, 362-
202-5,240, 504-5,571. 3, 367, 377, 380-4, 399, 418, 433,
440-1,450,571.614.
- Certeza: 31, 214, 220, 223, 395, 401, - Diálogo: 440, 450, 469, 542, 555,
433-4, 436, 488, 554, 556-60, 566- 593-4,617,622,
70, 594, 607.
- Coherencia: 15, 19, 33, 78, 87, 103, l'mpirismo: 211, 223, 530-1, 534,
104, 149, 169, 174, 178, 182, 2.32, 560.
362, 366-8, 391-2, 479, 484, 487, - Ente: 401-18, 435,
495-507, 526, 531, 580, 582, 607-11, - Entendimiento: 190, 201,247-9, 257,
615. 363, 369, 372, 401, 403, 416, 475,
- Comprensión: 9, 11, 12, 19, 106, 548,554,573,593,610,
129, 149, 166, 167, 171, 172. 186, - Escepticismo: 99, 170, 336-43, 433-4.
201, 245, .340, 349, 355, 371, 384, - Esencia: 18, 91, 257, 330, .340, 358,
440, 443, 468. 474, 477, 510, 517, 378, 385, 389, 395-6, 399-420. 427-
520-3, 526, 530, 535, 538-9, 541, 8, 437-9, 442, 444, .505, 513, 621-2.
557-9,570, 601-2,613. - Evidencia: 13, 15. 30,40,54-62, 170,
- Conciencia: 55, 327, 337, 343, 345, 172, 181, 188, 189, 192, 193, 195-7,
347-8, 352-5, 365-7, 372, 375-8, 384, 208, 212-8, 236, 323, 401, 423, 429,
387-8, 405, 421, 426, 436-7, 443, 495, 498, 508, 553, 566, 570, 575,
448,454, 457, 459-60,462, 469, 476, 576, 579-81, 584, 586, 598, 600-11,
586, 599, 600, 603. 615.
- Concordancia: 142, 161, 330-4, 368, - Experiencia: II, 12, 26-41, 49, 50,
402-6, 427-9, 465, 474, 482. 488, 102, 147, 178, 219-20, 247, 257, 340,
496, 503-4. 364, 371, 400-1, 408, 418, 424, 435,
- Conformidad: 93, 124,359, 367,371, 437, 440, 443, 481, 484, 548-70,
373, 389, 400, 402-10, 415-8, 482, 575-6, 580-7, 591, 593-4, 608, 610,
497,515,534. 612-3.
[623]
624 TEORÍAS DE I,A VERDAD EN EL SIÜLO XX
- Falibilismo: 598, 612. 150, 151, 169, 170, 259, 324-8, 426,
- Falsedad: 26, 35, 37, 41, 69, 83, I 11, 557, 570, 598-9, 608.
112, 118, 203, 236-7, 240, 247, 253,
256, 259, 261, 266-9, 272-3, 276, Libertad: 34, 46, 2.38-9, 374, 400,
285, 302, 332-3, 342-3, 345, 407, 406-19, 4.32-3. 461, 531-2, 536, 614,
415,428,462, 483,485, 544, 609-10. 618.
- Fenómeno; 9, 26, 34, 51, 56, 68, 78, Logos; 12, 18, 31, 37, 40, 53, 70-7,
100, 106, 127, 138, 154, 188-9, 249, 80-4, 88-90, 95, 96, 98, 100, 103.
258-9, 327-8, 345, 355, 364, 370, 104, 107, 108, 121, 123, 130, 138,
372-3, 381, 390, 423, 426, 435, 439, 157, 159, 163, 165, 171, 178, 194,
441-3, 452, 523, 579, 584, 592, 601- 195, 197, 204-6, 337, 385, 404, 435,
2, 605-9. 455,469, 472-3.
• Fenomenología; 9. 12, 18. 323-4,
451-2,601,607,609, 620-2, - Mctalisica: 12, 18, 37, 46-51, 69, 97-
Fuiulamciito: 17, 65, 66, 73, 76, 86, 9, 173, 342, 345, 354, 385, .399, 407,
99, 173, 182. 194, 249, 333, .342, 416-8, 436, 441, 461, 472, 483, 487,
352, 364, 368, 390, 394. 399-418, 493, 565, 599. 600, 603, 605, 611,
422-9, 462, 467, 487, 525, 536, 541- 614,620-22.
2, 571,593,598, 606,609. ■Método: 45, 52, 73, 82. 83, 86, 93,
94, 97, 98, 103-6, 136, 147, 153, 157,
Horizonte: 13, 338, 361-2. 383, 432, 158, 194-6, 200, 202, 208, 211, 245,
441-6,616. 254-5, 260, 266, 273. 337, 360, 362,
379, 384, 431, 433, 436, 438, 512,
- Idealismo: 9, 170, 243, 253, 256-8, 573-4.
261,437,600.
- Identidad: 76, 309, 330, 332, 340, Objetividad: 201, 326, 361, .36.5, 377,
342, 351, 427, 452, 468-9, 524, 569. 383, 407, 543, 553, 565-70,
- Impresión: 87, 95, 97, 114. 150, 208, Ontología: 12, 97, 202, 309, 446,
251,268,389,393. 471,52.3-5.
Individuo: 27, .34, 168, 218, 257,
261. 324, 338-9, 3.52. 355, 423, 444, - Pereepción: 251, 260-1, .324-33, 343-
451,467, 474, 557,622. 4, 351, 35.5, 365, 390, 427, 557-9,
Inleligir/Inlelección: 18, 385-96, 542, 566-7, 570, 600-2,606-12.
- Intcneión; 13, 87, 148, 184, 188, 190, - Perspectiva: 12-14, 37, 39, 171, 180,
211, 220, 326-34, 360, 496, 539-40, 325, 335, 351, 370, 376, 377, 427,
554, 556,563,571,591,601. 464, 497, 511, 544, 601, 610, 613,
• Interes: 53, 55, 59-62, 80, 99, 103, 616, 622.
135, 139, 175, 184, 302, 342, 376, - Poder: 18, 38, 48, 192, 166, .341, 359,
445, 451, 473, 533-4, 543, 588, 616 . 365, 366, 370, 372-377, .382-384,
Interpretación: 10, 35. 49, 59, 79, 80, 410, 422, 432, 439, 445-460, 563,
105, 122, 125-9, 132, 135-8, 141. 588,619.
142, 145, 146, 158, 163, 179, 183, • Positivismo: 18, 447, 481, 619-20.
184, 188, 190-205, 219-22, 250, 25.5, • Postulados: 437, 501, 534. 540, 591,
258, 272, 276, 316, 319, .3.32, 3.34, 613.
339, 353, 358, 361, 379, 384, 403, • Pragmatismo: 9, 12, 16, 25-9, 32, 39,
417, 443, .506-7, .524. 531-3, 538, 54, 441, 566, 568, 572, 619-20, 622^
570,581,586, 595, 601-12. Praxis: 9, 13, 16, 45, 49, 50, 51, 250,
Intersubjctividad: 16, 468, 473-4, 259, 261, .362, 365, .383, 439, 477,
457,476. 495. 516, 536, 539-42,615-6.
Intuición: 54, 124, 138, 141, 142, Presencia: 50, 76, 97, 165, 258, 288,
ÍNDICES 625
301, 306, 325, 343, 361-2, 367, 387, 129, 133, 249-50, 257, 317, 327,
404-5, 409-10, 413, 418, 421, 438, 339-40, 343-8, 353-5, 361-2, 368,
532, 549. 381, 402, 407, 410, 413, 417-8, 428,
Probabilidad: 168, 191, 197-206, 442, 446, 452, 454, 468, 473-4, 476,
208-9,217, 241,348, 553. 491, 554-9, 562, 566, 573, 583, 585-
Proposición: 55-60, 68, 122, 150, 8, 595, 599, 600-2, 606, 609, 611.
191,204, 214, 217, 227, 235, 239-40, Sustancia: 164, 219, 223, 226, 235,
246, 254-258, 267-8, 273, 299, 310- 273, 524, 576, 578, 585, 587, 589.
19, 324, 331, 337-8, 340-2, 346-9,
402-7, 410, 418, 435, 440, 462, 484, Tcoria del significado: 186, 197-8.
486, 496, 499, 502, 505, 523-4, 526, Teoría de la verdad:
534, 546, 554,568, 571. — T.“ eoherencial: 15, 16, 18, 87,
146, 149, 169, 178, 232, 479,
Razón/Racionalitlad: 12, 16, 19, 30, 482, 484, 495-8, 500, 504-7, 531-
32, 40-43, 50, 51, 61, 62, 66, 83. 92, 2, 607-8.
101, 103, 125, 149, 155-163, 167, — T.“ consensual: 15, 19, 386, 533,
172, 174-9, 181-3, 191, 192, 194, 537, 544, 553-6, 565, 573, 575,
195, 201, 217, 230, 259-60, 270, 585,597-8,602,611-15.
276-7, 292, 294, 325, 339, 354-5, — T.“ corrc.spondcncia: 15-7,63,69,
358-9, 364, 369-70, 373-4, 378-9, 146-7, 149, 169, 173-6, 180, 273-
385, 389, 403, 407, 419, 435, 440, 4, 282, 292, 294, 306, 482, 530-8,
447-8, 455-6, 473, 476, 507, 511, 544, 549-50, 566, 582, 598-9,
522, 534-6, 540, 542, 545-7, 551, 600-1,605,614.
554-5, 564, 572, 576, 590. —- T.“ definicional: 13, 19, 509, 511-
Realismo: 15-6, 95, 96, 169, 173, 13,526.
176-82, 257-8. — T.“ dialógica: 15, 19, 529, 537-8.
■ Relativismo: 169, 340, 343, 350-4, — T.“ fenomenológica: 15, 17, 18,
488. 386, 600-8.
■ Representación: 11, 32, 250-1, 292, — T.“ hermenéutica: 15, 18,397.
325-8, 334, 353, 5 19, 539, 607-8, — T.“ intersubjetiva: 15, 18, 19, 527.
— T.“ metafórica: 15,357.
Semántica: 12-17. 65-6, 72, 73, 76-8, — T.“ pragmática: 13, 15, 16, 23,
81, 84-106, 112, 113, 115, 121, 122, 532,573,615,
130, 138, 139, 140, 146, 153. 154, — T.^ pro-oracional: 15, 17, 263,
159-63, 165, 170, 171, 194,220,241, 309, 523.
295-6, 310, 319, 530, 531, 603, 605- — T.“ perspectivista: 15.
7,611,622. — T.^ de la redundancia: 17, 149,
Sensación/Sensibilidad: 239, 353-4, 151, 152, 154, 310, 531, 532,
363,367,381,570. 547.
Sentido: 52, 72, 78, 99, 121, 1.54, — T.‘’semántica: 15, 16, 102, 310.
155, 159, 161, 172, 174, 175, 177, — T.“ trascendental de la v.: 19, 565-
220, 222, 232, 239, 247, 252-3, 256, 9, 597-8.
266, 272, 283-4, 292, 300, 306, 325,
329-31, 336-51, 354, 359, 368-9, Veracidad; 118, 302,'367, 382. 424,
373-7, 382, 384, 391, 394, 416-7, 462, 476, 554-9, 563-6, 570-1, 585,
421, 424-9, 432, 435, 439, 441, 443- 591-5,
4, 450, 462, 468, 490, 512-3. 516-7, Verdad;
537, 541, 546, 553, 555, 557, 567, — Criterios de v.: 12, 13. 16, 51, 98,
569, 574-5,616, 102, 266, 276-7, 339, 383, 488-9,
Sujeto/Subjetividad: 16, 51, 124, 125, 49.5-8, .500, 504-8, 510-11. 521,
626 Tf'ORÍAS DI; LA Vl'RDAD E \ l;L SIGLO XX
526, 531-2, 534, 537, 574-5. 585, — Y absoluta: 38, 220, 223, 243,
610-15. 350. 352,421,423,488-9.
- Definición de v.; 66, 67, 70-5, 78, — Y de hecho: pl 1.
80, 81,83, 84, 88, 89, 90, 92, 94, — V. de razón: 511.
95, 121, 153-6, 161, 162, 167, — V. lógica: 31, 157, 163, 204, 205,
172, 182, 259, 261, 271-8, 310, 511,.542.
313, 316, 318, 359, 369, 435. — V originaria: 416.
495-7, 507, 514. 519, 530-3, 538, — V real: 15, 18, .385, 388-96, 400,
604-6. 429.
Dimensiones de la v.: 11, 12, 369 Verificación: 27-38, 42, 219. 329-30,
.391,-6, 360, 4.36, 481-2, 488, 493, 534, ,i.
Portadores de v.; 522-3. 605-6.
Tipos de V.: II, 173, 19.5, 458, Vülimtad: 45, 230, 236, 295-6, 335,
511-4, 522,559. 340-1,359, 372,378,385-6.
ÍNDICE DE NOMBRES