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Daisy Dexter Dobbs
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Mi queridísima Caroline,
Aunque han sido muchos años desde la última que nos sentamos alrededor de
tazas de chocolate caliente y hablamos de esperanzas y sueños, y el futuro, estoy
segura que recordarás el amuleto guardado aquí.
Te conté entonces que un día sería tuyo. Es la posesión más valor que poseo.
Más valioso que cualquier suma de dinero. Este amuleto ha pasado a través de las
mujeres de nuestra familia por generaciones. Su magia funcionará una vez cada
cincuenta años.
Mantenlo cerca de tu corazón. Aunque tu mente pueda estar desordenada o
insegura, tu corazón sabrá el verdadero deseo para realizar cuando sea su tiempo.
Confía en tu corazón, querida.
Has sufrido muchas penas, pero todavía espero que no hayas perdido la fe en el
poder del amor y la magia, ya que es, en efecto, real y verdadero. Cree en mí,
Carolina, lo sé.
Con todo mi amor hasta que nos encontremos de nuevo en el más allá,
Tía Helga.
Caroline McNulty leyó la carta en alto una tercera vez, estallando en una
nueva ola de ensordecedores sollozos. Enviada desde Noruega, el paquete
había llegado a Chicago una semana después de navidad- la segunda
navidad que pasaba sola por su bastardo canalla estafador de un marido que
la dejó por una más joven y delgada modelo hacía un año. En Nochebuena.
Después de leer un documento del albacea del estado de su tía abuela,
Caroline cogió la diminuta baratija dorada vikinga y su fina cadena de la caja
y lo estudió. Recordaba a Helga agasajándola con románticas historias de
amor y cuentos de hadas tipo siempre-fueron-felices. Caroline escuchaba con
embelesada atención, engullendo leyendas de encantamientos y fuertes y
guapos vikingos, Especialmente durante esos momentos especiales cuando
su tía abuela sacaba el pequeño hechizo en forma de vikingo y hablaba de la
tradición noruega, Leyendas familiares decían que el hechizo mágico había
sido dado a la matriarca de un rey vikingo por Odín, el más poderoso de los
dioses noruegos.
Por supuesto, ahora Caroline sabía que los fascinantes cuentos eran
simplemente para hacer creer.
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El día antes de Nochebuena fue claro y soleado, hasta Caroline dejó la
oficina y los cielos se abrieron. Bramó una sarta de maldiciones por el hielo y
la nieve del parabrisas. Una vez detrás del volante, alcanzó la guantera,
lamiendo sus labios anticipándose a hundir sus dientes en una barra de
chocolate, conociendo la sensación de fundición cremosa aterciopelada y rica
sobre su lengua lo que podría calmar su psique salvajemente helada.
Cuando abrió la guantera y alcanzó el interior, se quedó helada ante la
espantosa comprensión de que se despensa estaba vacía.
-No. ¡No!¡Noooooo!
Inclinándose hacia delante y golpeando el talón de su mano contra el
volante, sintió el pequeño amuleto vikingo presionando contra su pecho.
-Siii, mucho bien me has hecho, tu imbécil poco dorado. —Puso los ojos
en blanco—. Genial. Ahora no sólo hablo conmigo misma, estoy hablando a
una baratija de amuleto también alrededor de mi cuello.
Y entonces sonrió…no, rió, cuando sus pensamientos volvieron al alijo de
chocolate en su mesilla de noche. Si, podría resistir hasta que llegara a casa y
rasgar dentro de las galletas y las golosinas. Babeó con el pensamiento…
literalmente babeó.
-Caroline, eres una chica enferma. —Se dijo a sí misma en una carcajada
horrorosa mientras pasaba un pañuelo a través de la barbilla–. Creo que eso
es lo que pasa cuando pasas un año entero sin tener sexo. —No es que el sexo
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-Siento molestarte, —el alto, asombrosamente hombre guapo dijo en un
destrozado inglés. –Pero yo estar cerrado.
Embobada con la destacable presencia que llenaba su entrada, llevó a
Caroline un gran momento antes de que fuera capaz de hablar. Piel
bronceada, grueso cabello dorado, extensos pectorales, poderosos muslos,
llamativos ojos azules… El era Erik el Rubio, su fantasía de la niñez venida a
la vida.
-¿Qué? —dijo jadeantemente, enteramente consciente que su coño estaba
cremoso.
-Inglés no tan bueno, mi perdón yo pido, —dijo. –No llave a casa o auto
coche.
Los dedos de Caroline retorcieron el amuleto dentro de la blusa, incapaz
de fijarse en su palabras porque estaba muy ocupada babeando. El gran
extraño tenía una espada envainada a través de su espalda y llevaba
alrededor un escudo. Quitaba tanto el aliento que sintió una chispa de
temblor en su clítoris y entonces su apretado coño goteó.
-Erik el Rubio, —susurró sobrecogida.
El hombre sonrió y asintió.
-¡Tú sabiendo mi nombre!
Parpadeando con fuerza. ¿El nombre del chico era Erik el Rubio? ¡No. Oh-
Oh! Totalmente imposible, su ceño lentamente se convirtió en una sonrisa.
Finalmente río.
-Le pillé. Mi tía abuela envió esto, ¿verdad?
-No entender. Yo jugar. —Aplastó su mano contra el pecho-. —Yo
necesito jugar, —dijo con gran sinceridad.
Caroline le miró de arriba abajo, lanzó una falsa sonrisa.
-¡Oh!, apuesto a que lo harás, grandullón, pero no conmigo tú no… —
Empezó a cerrar la puerta, pero la mano del vikingo lo cogió.
-Por favor. Ayuda Erik jugar.
Su boca era delicada, su mandíbula fuerte. Lujuria, pura y potente, se
enrolló profundamente en el vientre de Caroline. Incapaz de apartar su
mirada de sus ojos hipnotizadores, estaba tan encendida por esta andante,
encarnación habladora de sus fantasías que escasamente podía respirar.
-Si, -dijo- esto podría encajar perfectamente con el sentido de humor de
tiíta. Ella puso algo en su última voluntad a cerca de enviar un vikingo a la
pobre y solitaria Caroline por navidad. ¿Es eso? Bien mira, colega, no estoy
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tan solitaria. Así que puedes coger tu acento y tus pieles animales y casco de
cuernos y tu gran espada … —Por algún malvado motivo Caroline escogió
ese momento para dejar caer su mirada en la entrepierna del hombre. Y
maldición si su coño no chorreó. Definitivamente había pasado mucho
tiempo desde que hubiera sido follada. Aspiró una profunda bocanada. –Y ya
puedes irte de aquí. La última cosa que necesito en mi vida ahora es alguien
grande, con musculatura hiperdesarrollada.
Erik tocó con sus dedos su mejilla y Caroline sofocó un grito. Cogió su
barbilla.
-¿Por qué tu solitaria? -preguntó-. —Tú tan bonita.
Parecía tan sincero, tan preocupado, tan malditamente caliente cuando
dijo eso que quiso arrancarle las pieles con sus dientes y darse un festín en él.
Mientras su pulgar acariciaba su mejilla, de pronto Caroline quiso
precipitarse entre sus brazos, gimiendo como un bebé contra su ancho pecho,
hacerle saber sobre cuan vacía había sido su vida y que triste era estar sin
alguien al que amar en navidad y como estaba agradecida a su vibrador de
cuatro velocidades, pero anhelaba sentir una polla de carne y sangre dentro
de ella de nuevo. Y entonces quiso que Erik el Rubio respondiera con un
varonil gruñido, empalándola sin piedad con su dura polla vikinga y follarla
hasta perder la razón.
Tragó duramente. Manoseando distraídamente el amuleto, sus
pensamientos corrieron mientras sus bragas se humedecían. Sí, el musculoso
grandote en su puerta era probablemente un acompañante macho de primera
clase –lo que era un buen nombre para un prostituto- contratado por el
albacea de su tía abuela. Erik el Rubio aquí era probablemente el último
regalo de despedida a su sobrina nieta, guardándola de sentirse sola y
abandonada en navidad. Caroline miró lentamente el trozo de carne de
primera de arriba abajo, alucinada de lo adecuado que parecía en el realista
atuendo vikingo. Su corazón dio un salto mientras cogía su rebelde barbilla,
la boca sexy y el brillo en sus ojos.
¿Por qué no? ¿Qué la podría dañar? Ansiaba la deliciosa pasión de un
duro, fuerte cuerpo cubriendo el suyo- la fricción erótica de una polla
introduciéndose profunda y lenta, el picante ritmo del vientre de Caroline se
agitó en excitación y vacilación. Ninguna mujer decente podría jamás
concebir hacer lo que ella intentó hacer. Pero, maldición, ella podría ser
atrevida y descarada y despreocuparse sólo esta vez. Después de todo, los
hombres se satisfacían a sí mismos con prostitutas todo el tiempo, ¿O no? Y
su tía abuela no podría contratar desde luego a cualquiera para el trabajo
quien no hubiese sido chequeado minuciosamente. Debería graciosamente
aceptarla generosidad y mimo de Helga. Le apreció de nuevo. Sí, follar a un
vikingo podría ser mucho más satisfactorio que masticar unos pocos
miserables trozos de chocolate.
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-Ahhh, si, abajo.- Erik puso a Caroline en sus pies entonces la empujó
gentilmente al suelo, montándola a horcajadas.
Caroline jadeó mientras llevaba una mano a su pecho.
-¡No! Me refiero…- Ella gruñó y entonces la boca de Erik se abrió sobre la
suya en demanda hambrienta. Su sabor era tan apetitoso se dispersó por sus
sentidos-. ¡Espera! —Dijo tan pronto como surgieron en busca de aire. Se
estaba volviendo increíblemente doloroso pensar porque esos besos
profesionales suyos tenían efecto narcótico—. Yo sucia. ¿Entender?
-¿Sexo sucio? —Erik sacudió juguetonamente las cejas.
El deseo se difundía profundamente por su vientre mientras ella
imaginaba todo tipo de escenarios deliciosamente traviesos.
-¡No! Oh por Cristo, Erik. Me siento como si jugando a yo Tarzán tú Jane.
¿Cómo se supone que debo hacerte entender?
Ella tocó su pecho.
–Yo ser… quiero decir, yo soy Caroline McNulty. ¿No incluyeron esa
información en tu orden de trabajo… o como sea que el servicio de
acompañantes lo llame?- —Erik le devolvió una mirada vacía y la mirada de
ella se deslizó de su cara al pecho donde vislumbró un plano, arrugado
pezón… Quiso chuparlo. Mordisquearlo. Quiso que él le hiciera lo mismo.
Un gruñido amenazador escapó mientras su boca quedó seca, imaginando su
lengua moviéndose rápido a través de su pezón… y sus dientes tirando hasta
que ella suplicara clemencia. Entonces su mirada resbaló a otras más al sur a
las partes bajas del poderoso vikingo, se preguntó si su polla era tan marcada
e impresionante como el resto de él.
Eso es cuando su generosa erección presionó contra ella. Si hubiera
conocido alguna canción alegre vikinga, la habría cantado a gritos justo
entonces.
¡Oh por Cristo!¿Qué la había pasado? Solía ser una mujer buena, normal,
correcta que nunca había ni siquiera tenido un pensamiento pasajero de la
polla de los hombres desconocidos o explorar su extenso, pesado pecho con
su lengua fuera de su favoritas fantasías de masturbación. Había sido una
casta y adecuada esposa que no se había permitido a sí misma pensamientos
lujuriosos con otros hombres en todos los dieciocho años que ella y el infiel
canalla habían estado casados.
Eso era entonces.
Ahora su necesidad de él eliminaba todo lo demás. Su ropa arañaba
contra su piel caliente, sus pechos se sentían pesados y apretados, su clítoris
latía y ella era descaradamente lujuriosa después de un acompañante pagado
con una polla colosal.
-Caroline,- dijo con eso magnífica sonrisa. –Buen nombre. Yo gustar.
-Magnífico. Ahora déjame levantar.
-¿Arriba?- Ella asintió.-¿Sexo sucio arriba?
Caroline se deshizo en una sonrisa.
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malditamente caliente que hacía curvar los dedos de los pies de Caroline, lo
cual no era visible por sus botas de tacón de aguja de piel tratada haciendo
juego en las que se tambaleaba- las únicas con acabado en pequeñas
campanillas atadas al final.
Ni siquiera quería pensar sobre la posición de la solitaria campanilla en
cada pezón o en el tintineante racimo cosido sobre su culo.
Hasta que Erik movió las campanas de sus pechos.
Un tintineo y sus pezones se fruncieron. Caroline gimió y su sonrisa se
volvió más fiera.
Erik chasqueó una campana.- Tener sexo feliz-. Su risa fue lenta y
sugerente, malvada. –Entonces nosotros ir jugar.- Él avanzó hacia ella hasta
que sus piernas estaban a cada lado de las suyas, su escudo acomodado
contra su vientre y una mano grande ahuecada en su culo. Parecía fascinado
por las curvas llenas de su trasero, amasando y acariciando su culo mientras
su coño se humedecía en respuesta a su toque.
-Lo que digas. Eres el experto. O debería decir sexperto.- Ella rió y
entonces dejó caer la cabeza atrás y le miró. Era tan alto, como mínimo seis
con seis. Se sintió como un duendecillo cerca de él. No había nada más
delicioso para una mujer de talla grande que sentirse positivamente diminuta
cerca de un hombre fuerte y musculoso. ¿Cómo de grande eres tú, de todas
maneras?
-Grande.- Lanzó su escudó a un lado y restregó su polla contra ella.
Si ambas manos suyas no estuvieran totalmente a la vista, podría haber
asegurado que era su puño. Ella tragó duro, saboreando la firme presión en
su vientre. Era obvio que los empleados de este servicio de acompañantes
sólo lo mejor de lo mejor- los únicos con pollas tamaño fantasía.
Caroline se reservó un poco y miró abajo. Tenía la visión llena caliente
carne masculina, totalmente excitada y maravillosa. -¡Oh mi santa tía abuela!
¡Eres enorme!- La anticipación dejándola débil las rodillas, se agarró a su
pecho. La otra mano ahuecada sobre sus bíceps. Antes de saber lo que estaba
haciendo, sus manos viajaron espalda abajo y agarraron su culo. Esas nalgas
suyas eran de una calidad realmente mítica.
La tiíta Helga podría tener noventa y cinco, pero claramente sabía cómo
elegir un semental. Una sonrisa cosquilleó en los labios de Caroline cuando
imaginó a la anciana mujer examinando a un montón de fotos y
seleccionando al vikingo perfecto.
-Yo quiero estar sexo contigo ahora-. Erik parecía severo y poderoso
mientras guiaba a Caroline hacía el futón. –Golpearte dentro con polla dura.-
La guió más duro. –-Hacerte arder bajo mis llameantes ojos.
Sólo escuchándole había hecho a Caroline prácticamente dispuesta a
correrse. Cuando la parte posterior de sus rodillas golpeó el borde del futón,
la dio un empujón. Él la montó a horcajadas tironeándo entonces las copas de
su sujetador de piel tratada abajo, exponiendo sus pechos. La mirada en sus
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Acurrucado en una esquina con un hueso de cuero, Jueves estaba
calmado y quieto de nuevo. Caroline sonrió a su protector canino y después
al hombre que acababa de volver al revés su mundo en la mejor manera
posible.
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Erik rugió un gemido. No del tipo sexy de gemido, sino un gemido tipo –
me-has-partido-las-pelotas-y-estoy-malditamente-agonizando. Y por eso,
Caroline estaba relativamente segura que el extranjero parloteo que siguió
significaban alguna otra cosa que no te preocupes, Caroline. Estoy
completamente bien.
Tan pronto como pudo moverse, Caroline rodó de Erik y se arrodilló
junto a él. –Lo siento tanto, Erik.- La única señal de que estaba vivo era la
mueca pintada a través de sus hermosos rasgos. -¿Debería llamar a un
médico?
Abriendo sus ojos, Erik hizo su mejor sonrisa rota. –No. Yo fuerte. No
llorar, Caroline.- Alargó la mano y secó las lágrimas de sus mejillas con su
pulgar. Ni siquiera se había dado cuenta que había estado llorando. –Yo bien.
He de estar jugar ahora. Ayuda Erik. ¿Si?
-Si, por supuesto.- Una vez se puso en pié, extendió su mano y tiró de
Erik en posición sentada. Luchó por no mostrar dolor. La amargura de la
humillación y la vergüenza espoleó a través de todas sus células pero las
conservó dentro. Finalmente Erik se levantó y dio a Caroline una señal casi
de corazón de pulgares arriba.
Se deslizó en la casa para sus llaves. Cuando volvió, Erik la siguió a su
coche, haciendo lo mejor de sí para hacer que pasos de bebé se parecieran a
zancadas masculinas. Mientras el vikingo doblaba su increíble masa en el
asiento del pasajero, de su pequeño coche, Caroline vio sus músculos
arracimarse u tensarse.
-Debes estar helado.- dijo, mirando sus pieles de piel mojada cubriendo
sólo un cacho de su magnífico cuerpo-hecho-para-follar. Tiene que hacer
veinti-algún grados afuera.-
Erik dio una sacudida despreocupada de su cabeza. –Estoy acostumbrado
al frío. Vengo…-
-No, no me lo digas.- Caroline alzó su mano. –Déjame pensar. Eres de
Noruega, ¿Verdad?
-¡Si!- Mostró una perfecta sonrisa de diente blancos.
-Naturalmente.- Caroline suspiró.
-¿Cómo sabes eso?
-Sólo encaja.- Puso sus ojos en blanco.
-Tú estar fría,- dijo Erik, señalando a sus pechos y sonriendo.
Caroline observó a sus pezones pinchando a través de los abalorios de su
camiseta. Con toda la conmoción había olvidado el abrigo.
-Mantén tus ojos en la carretera,- dijo, aunque era la única conduciendo. –
Sólo olvida que cualquier cosa sexual sucedió entre nosotros porque, créeme,
Erik, nunca va a pasar de nuevo. ¿Pillas eso?
-¿Querer Erik absorber bonitas tetilla, hacer calientes de nuevo?
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Apretando el amuleto alrededor de su cuello, Caroline despertó
sonriendo. Erik había protagonizado sus sueños y aún así había
experimentado un espectacular, orgasmo inducido por el sueño mientras
dormía. Lo único que lo estropeó fue despertar en una cama vacía cuando
habría estado mucho más acogedora al arrogante vikingo. Eso, por supuesto,
era imposible ahora. Nunca podría encarar al hombre de nuevo. Tenía que
poner su casa en venta y mudarse. Lejos. Tal vez a Noruega.
La mañana de Nochebuena fue tan alegre como había esperado. Vistiendo
sus vaqueros sucios y sudadera más desgastada, Caroline había estado
fregando y restregando desde que se había levantado. Mientras limpiaba la
suciedad rancia de Jueves, maldiciéndole a cada paso del camino, el chucho
era suficientemente inteligente para evitarla.
Distraídamente Caroline manoseó el amuleto acurrucado contra su pecho
y, perpleja, sacudió su cabeza. Se había quitado la cadena antes de ponerse el
conjunto de Señora Claus la otra noche y después se la puso de nuevo antes
de ir a dormir. Lo que la tenía desconcertada era que el amuleto había vuelto
al color plateado que recordaba de su infancia. No había ningún rastro de oro
brillante, y no tenía idea de porqué. Quizá era debido a una extraña reacción
química con su colonia o piel.
Aún perdida en los pensamientos cuando el timbre de la puerta sonó,
Caroline lo ignoró. No estaba de humor para una conversación ingeniosa con
el vikingo sexy de la puerta de al lado. Y entonces escuchó una voz
familiar…una que no había oído desde hacía exactamente doce meses.
Mierda.
Caroline respondió la puerta y casi estalló en una carcajada irónica. El
única cosa peor que todo lo demás que ya le había pasado estaba parado en
el otro lado de su umbral.
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-Hola, Caroline.
-Herbert, ¿Qué narices estás haciendo aquí?- Miró al piojo de su
exmarido. -¿Perdiste a tu animada quinceañera? Bien, ella no está aquí, así
que adiós.- Empezó a cerrar la puerta pero él la cogió.
-Ahora, Caroline, esa no es la forma de hablar. Bunny está justo aquí.- Se
volvió y llamó hacia los arbustos. –Venga, está bien, cariño. Ella no morderá.
-No cuentes con ello,- Caroline masculló mientras cruza sus brazos sobre
su pecho.
Una chica muy embarazada anduvo como un pato el camino, se movió
cerca de Herbert. Caroline hizo un considerado esfuerzo para que no se le
cayera la mandíbula. No tenía ni idea que la adolescente aruina-matrimonios
estaba embarazada.
La chica tendió su mano, movió sus dedos y sonrió. –Buena, señora
Conlon. Soy Bunny.- Trazó el enorme bulto de su centro con la otra mano
mientras hablaba.
Señora Conlon. Caroline se encogió ante las palabras de la preescolar
quien era suficientemente joven para ser técnicamente su hija. –Es señorita
McNulty,- dijo. –Tomé de nuevo mi apellido de soltera después del divorcio.-
Herbert y Caroline intercambiaron miradas poláricas.
-¿Dónde está Ruff?- Preguntó Herbert.
-Jueves,- Caroline le corrigió.
-¿De qué estás hablando? Es viernes.
-Jueves. Le cambié su nombre a Jueves.
Herbert arrugó sus facciones. ¿Por qué en el nombre de Dios pudiste
llamar a Ruff como un día de la semana?
-Actualmente, es llamado por Thor1, el dios noruego del trueno.
-¿Entonces por qué no le llamas solamente Thor?
Caroline chasqueó. –Porque le trajiste a casa en un jueves, el día de la
semana llamado por Thor. El día de Thor.
-Caroline, esa es la cosa más ridícula, y tonta que jamás he oído.
Miró a la sandía en el estómago de Bunny y sonrió. –No tan ridículo como
algunas cosas, Herbert.
-Mira, Caroline, no tengo tiempo para juegos. Estoy aquí por Ruff.
-¿Estás qué?- Eso tiró de ella. Seguro, Jueves había violado su alijo de
chocolate y arruinado su alfombra, pero Caroline aún le quería fieramente y
no iba a dárselo al gilipollas que no se había preocupado en visitar al perro
en los pasados doce meses.
Herbert se puso en esa tan familiar postura de exasperación que hacía tan
bien. Los pulgares curvados en los bolsillos de los pantalones, el peso
descansado en una pierna y una sonrisa de hoyuelo autosuficiente. Ella solía
pensar que el hoyuelo era adorable. Ahora quería arrancarlo de ahí de su
cara menopáusica.
-He venido a por mi perro. ¿Dónde está?
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un semental para una pequeña alegría navideña?- Rió de nuevo. –El chico es
probablemente gey. –Todos esos machos tipo modelo lo son.
-Oh, Herbie.- Bunny frunció el ceño. –Eso fue una cosa horrible que decir
a la señora Conlon. Y realmente no pienso que el señor Rubio sea gey.-
Sonrió al vikingo, aleteando sus pestañas.
-Gracias, Bunny.- Caroline dijo amablemente. –Pero tú eres la única
señora Conlon ahora, querida.- Maldición si ahora no sentía pena por la
pequeña destroza hogares.
Erik redujo la distancia entre Herbert y él mismo con un par de largas
zancadas. Todo el mundo jadeó mientras agarraba al hombre más pequeño
por la camisa y lo elevaba del suelo.
-Tú escuchar, cañería chirriante…- Se volvió a Caroline con una expresión
inquisitiva. -¿Eso correcto?
Mirando de Erik al colgante Herbert y al otro lado de nuevo, Caroline
aclaró su garganta. –Um…Creo que te refieres a insignificante,- ofreció ella.
-Insignificante,- Erik rugió a la pálida cara de Herbert.
-Ponme abajo en este instante, tu grosero mamotreto,- Herbert vociferó.
Erik agarró estrechamente. –Caroline guapa. No vieja. No gorda. No
necesitar pagar dinero por sexo. ¿Entendido? Quizá ella huele de tener
arcadas, pero aún ser hermosa para mí.
Caroline y Bunny se disolvieron en audibles suspiros al mismo tiempo.
-Tú correcto,- Erik añadió. –Yo ser gey2.- Palmeó orgullosamente su pecho
con su otra mano y Caroline casi de desmayó.
-¿Eres gey? Dijo, sus hombros decayeron.
-Si.- Erik sonrió y asintió mientras ponía a Herbert de vuelta sus pies. –
Gran gey.
Caroline gimió. Quizá no estuviera todo perdido. Después de todo, podía
ser bisexual.
-¿Qué te dije?- Herbert dijo con una engreída sonrisa. –Es un maricón.
Erik miró a Caroline. -¿Qué significar maricón?
-Homosexual. Que te gusta tener sexo con hombres,- dijo Caroline
abatidamente.
Erik parecía aturdido. -¡No! Erik no homosexual. ¡Erik ser gey!- Meneó su
cabeza con frustración. –Gey. Feliz. Alegría.- Atrajo a Caroline entre sus
brazos de nuevo y la besó tiernamente, enviando una carga de electricidad
directamente a su clítoris. –Yo ser gey para Caroline para ser mi mujer.
¿Entender ahora?- dijo, dirigiendo la pregunta a Herbert.
La mejillas de Caroline dolían de sonreír tan ancho. Echó un vistazo a la
expresión aturdida de Herbert y su sonrisa creció aún más ancha. –Oh, creo
que entiende perfectamente ahora, Erik.
Herbert buscó en su bolsillo, extrayendo su móvil. –Voy a tenerte
arrestado por asalto y lesiones, gran buey.
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Erik rió. –Yo creer no.- Arrebató el móvil de Herbert. –Yo sé tú enseñar
universidad. Yo enseñar universidad también.
Herbert, Bunny y Caroline sesgaron a Erik con desconcertadas miradas.
Incluso Jueves ladeó su cabeza.
-¿De qué estás hablando?- Dijo Herbert.
-Tú profesor de inglés, ¿Si?- Herbert asintió y Erik sonrió. –Yo profesor
de estudios escandinavos.
-¿Eres qué?- los tres corearon en incredulidad.
-Gilipolleces,- Herbert dijo, cruzando sus brazos sobre su pecho. -¿Cómo
puedes enseñar clases a nivel universitario? No puedes siquiera hablar
inglés. Y esté seguro como el infierno que no eres un profesor universitario
porque lo hubiera sabido.
-Yo tengo mejor profesor universitario para inglés,- Erik dijo. –Empezar
enseñar nuevos términos después nieve,- se explicó, mirando a Caroline por
guía.
-¿Trimestre de primavera?-dijo ella.
Erik asintió. –Primavera. Yo hablar buen inglés para el trimestre de
primavera.
-Ridículo.- Herbert gruñó una risa alegre. –Yo soy el mejor profesor de
inglés aquí.
-No. Einarr Johannesen mejor.
-¿Profesor Johannesen?- Herbert tenía toda la atención de Herbert ahora.
–El catedrático de el departamento de inglés de la universidad?- dijo
incrédulo.
-Yo ser primo Einarr.- Erik arqueó una ceja, claramente divertido por la
consternación de Herbert.
-Bien, estaré condenada,- Caroline dijo mientras Herbert volvía a
palidecer de nuevo.
-Einarr mejor amigo mucho tiempo. Quizá cuente Einarr tú ser un macho
podrido. Bastardo,- se corrigió antes de que Caroline pudiera intervenir. –Tú
ir ahora, coge niña novia. Día de Thor quedar Caroline. Quizá Erik no contar
a Einarr.
-Eso es chantaje,- Herbert escupió.
-No saber este palabra chantaje. Pero suena bien. Ir.- Erik señaló a la
puerta.
Con un nervioso toque de lengua por sus labios, Herbert permanecía aún
pegado, evidentemente en profundo pensamiento. –Quizá Ruff prefiera estar
conmigo,- dijo a Caroline. -¿Has considerado eso? Si realmente le quieres,
quieres que sea feliz y bien cuidado, ¿verdad?- Herbert sabía los botones
correctos que apretar para hacerla sentir egoísta y culpable. Te haré un trato
si prometes mantener a tu hombre de las cavernas lejos de mi espalda.
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-Le he perdido. He perdido a Jueves para siempre.
Erik enganchó su brazo alrededor de Caroline, estrujándola cerca y
murmurando tranquilizadoras palabras noruegas en su oído mientras miraba
fuera de la ventana. –Caroline no preocupar. Día de Thor volver. Yo sé. Yo
prometo.
Cuando el coche de Herbert se alejó de la acera, cerró la cortina, dejándola
caer en su lugar. Caroline se desplomó en lágrimas. Entonces empezó a reír
mientras sollozaba cuando se dio cuenta que no había estado tan disgustada
cuando Herbert se marchó hacía un año.
-Triste. Yo sé.- Erik continuó calmándola. –Pero Caroline no llorar. No
perder Día de Thor.
-Muchas gracias por intentar ayudarme, Erik.- Ella dirigió entre lágrimas.
–No sé qué habría hecho si no hubieras estado aquí apoyándome. Nunca,
nunca lo olvidaré.- Tomó un profundo respiro y escuchó jaleo fuera.
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perla. Su boca talentosa saqueando cada parte de terreno hábil que pudiera
conseguir.
-¡Oh!- Caroline gimió antes de escucharse antes de farfullar extraños
sonidos guturales y murmuros de placer. Como con el piloto automático,
cerró su larga cabello húmedo en un puño y empezó a retorcerse y menear su
pelvis contra su cara. Su preparado cuerpo en anticipación carnal y Erik la
agarró firme para que no pudiera resbalar y caer. El hombre podía no haber
asistido a la escuela de acompañantes, pero seguro como el infierno sabía
exactamente cómo complacer a una mujer en la medida que todas las
terminaciones nerviosas temblaban con placer.
Ella se quejó en soplos desiguales mientras él se retiraba, miraba a sus
ojos y sonreía. –Yo amo saborear Caroline néctar. Dulce. Tan bueno.- Los
temblores hormigueantes crecieron y se sintió segura que estaba apunto de
estallar. Erik cogió las manos de Caroline y las ubicó en sus hombros. –
Caroline sujetar Erik bien ahora así no caer.- Separó sus piernas un poco más
y miró arriba de nuevo, regalándola con un brillante sonrisa y una lánguida
chupada de sus labios sensuales. –¿Caroline preparada ser feliz ahora?
-Nunca he estado más preparada por nada en mi vida,- dijo con una
gutural risa. El sonido de su arrogante risa fue abruptamente cortada
cuando Erik abrió su boca y completamente exploró su goteante coño con su
lengua y dientes. Faros de fuego surgieron cada vez que la lengua encontraba
carne. Cuando tomó su pulsante hinchado clítoris entre sus labios y chupó y
entonces mordisqueó el capullo con sus dientes, el universo interno de
Caroline crujió y echó chispas como un petardo. En el medio de su malvado,
fieramente carnal beso, sus piernas se tambalearon y sensaciones como
terremotos disparadas al norte y sur hasta que cada célula de su sistema se
estremeció. Se oyó a sí misma gritar el nombre de Erik mientras él
cuidadosamente lamía su jugo en su salvaje oleada orgásmica.
Cierto, Erik podía no dominar aún la lengua inglesa, pero maldición si su
mágico vikingo no sabía exactamente de qué estaba hablando cuando
preguntó, ¿Caroline preparada ser feliz ahora? Porque honestamente no
podría imaginar siendo un pizca más feliz de lo que era en este momento.
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-Yo hacer Caroline gran feliz, ¿Si?
-Eso, mi querido vikingo, es una descripción insuficiente,- ronroneó, aún
regodeándose en la placentera luminiscencia de el regalo erótico de Erik.
Caroline examinó sus dedos por su cuerpo, empezando por su cuadrada
mandíbula, remoloneando en sus firmes pectorales y trabajando hacia su
ingle. Ella tragó fuerte mientras miraba su polla y el conjunto de rizos
dorados que la rodeaban. Deslizando sus dedos bajo su saco, sintió sus
pelotas ponerse prietas. Erik sorbió una aguda inspiración que envolvió en
un gruñido cuando ella acarició la sensitivo trozo de piel entre sus pelotas y
su culo.
Le iba a llevar un momento llegar a la conclusión con cómo de
sustancialmente delicioso el hombre era, desde su destacada altura a su físico
perfectamente afilado a su gruesa, recta polla. Y aún estaba absorbiendo las
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