Vous êtes sur la page 1sur 9

Acerca del seminario de Lacan sobre carta robada

Lacan se sirve del cuento de Poe para demostrar la preeminencia de lo simbólico (1er. cruce: la superposición de lo
simbólico sobre lo imaginario). Sin embargo, lo simbólico tiene un tope, ya que no todo lo real es simbolizable (2º
cruce: superposición de lo real sobre lo simbólico). Además, un real emerge como causa y como imposible, un residuo
insiste.

I.- Relato del cuento y su cuenta

1º Escena
(Sin palabras) La reina recibe una carta, ingresa el rey y a continuación el ministro D. La reina deja la carta sobre la
mesa aprovechando la distracción del rey, lo que no escapa al ojo de lince del ministro que ha traspasado el secreto
de la reina. El ministro saca de su bolsillo una carta que se parece a la que está bajo su vista y se apodera de la carta
embarazosa, maniobra de la que se da cuenta la reina, sin haber podido intervenir por el temor de llamar la atención
al real consorte.

En la operación, nadie ha pestañado, y el cociente es que el ministro ha hurtado la carta a la reina sabiendo la reina
que es él quien la posee ahora, y no inocentemente. Aparece también un resto (residuo): la carta dejada por el
ministro y que la mano de la reina debe estrujar en forma de bola.
Poe hace entrar en escena a Dupín detective genial. Dupín recibe al prefecto de policía quien le relata que, desde
hace 18 meses, se ha empeñado en visitar clandestinamente la residencia del ministro, registrando sus aposentos de
cabo a rabo; lo que ha sido en vano, a pesar de que todo el mundo puede deducir que el ministro conserva esa carta
a su alcance.

2º escena
(Palabra como engaño. Busquemos la pista de su huella ahí donde nos despista). Dupín se hace anunciar al ministro y
éste lo recibe con ostentosa despreocupación y frases superficiales. Dupín, con sus ojos protegidos por verdes gafas,
inspecciona las dependencias. Su mirada cae sobre un billete maltratado que aparece en abandono en un
portacartas, y sabe que es la carta que está buscando. Los detalles mismos se lo refuerzan. Se retira después de haber
olvidado su tabaquera. Regresa a buscarla al día siguiente.

Aprovecha el momento de un incidente en la calle, preparado para llamar la atención del ministro hacia la ventana,
para apoderarse de la carta y sustituirla por una similar. El cociente de la operación es que el ministro no tiene ya la
carta y lo que queda en sus manos es un residuo.

Un relato, dos escenas, relación íntersubjetiva, intercambio de miradas, política del avestruz repartida entre tres
participantes. Sin embargo, lo determinante es la manera en que los sujetos se relevan en su desplazamiento, en el
trascurso de la repetición intersubjetiva; desplazamiento determinado por el lugar que viene a ocupar el puro
significante que es la carta robada. Se evidencia, así, el automatismo de repetición.

Se evidencia, entonces, lo imaginario como sombra y reflejo de lo simbólico representando sólo la inconsistencia; y la
preeminencia de lo simbólico con relación al conteo, ordenamiento, intercambio. Cruces que se repiten y son
siempre los mismos “batería significante dada desde el comienzo, debiendo introducir dos términos requeridos para
la función de la repetición: el azar de la transcripción y la arbitrariedad de las conexiones.” 1

1
II.- Estructura del significante: “El azar de la transcripción”

“Lo esencialmente nuevo en mi teoría, es que la memoria no preexiste de manera simple sino múltiple, está
registrada en diversas variedades de signos… no sé cuantas de estas transcripciones existen, por lo menos tres,
probablemente más.” 2

Partiendo de Freud y profundizando en las leyes del azar que surgen a partir de Pascal, Lacan aborda la descripción de
los sistemas sintácticos generados a partir del azar de una moneda y de la connotación (+ y -) en una serie que juega
con la sola alternativa de la presencia y la ausencia, demostrando cómo, las más estrictas determinaciones
simbólicas, se acomodan en una serie de tiradas que se reparten estrictamente al azar. Emerge, entonces, una
primera transcripción, que responde a una sintaxis trivial (en la que no hay reglas), en la que se observa una total
transparencia con la realidad; a partir de esta, emerge una segunda transcripción (serie 1-3), ordenada por tripletes y
una tercera transcripción (αβγδ) ordenada por quintupletes, en las que cada elemento de la serie conserva memoria
de la anterior, lo que Lacan denomina simetría concéntrica.3 Estos dos últimos alfabetos expresan la relación con el
sistema de escritura (sintaxis, transcripción) que determina la pérdida de trasparencia y es equivalente al orden
simbólico en su conjunto, es decir, a la dimensión del gran Otro.

“Esto no es más que un ejercicio, pero cumple nuestro designio de inscribir en él la clase de contorno donde lo que
hemos llamado caput mortuum del significante toma su aspecto causal.” 4

En el proceso de formalización de la estructura del significante, aparecen reglas con las que es posible construir una
cantidad infinita de palabras bien formadas en el sistema (1-3) surgiendo a partir de este el sistema αβγδ significante
amo, que estaría sometido a las mismas reglas. Lacan da a conocer, entonces, sus redes sintácticas, en las que
muestra todas las escrituras posibles de αβγδ: (Una larga serie de α, que sólo podría detenerse en β y después de β
sólo γ ó δ, escritura posible frente a otras escrituras imposibles: Después de α no puede existir δ y el camino más
corto entre α y δ es β). La emergencia de lo imposible a partir del azar, y Lacan lo denomina el caput mortuum del
significante, “siendo este el hueso de la máquina significante, el residuo imposible del funcionamiento de la
repetición.” 5

III.- El tope de lo simbólico: No todo lo real es simbolizable

“Todos los cretenses son mentirosos” – dice Epiménides, el cretense. “A nuestro parecer, no se ha hecho suficiente
uso de la famosa aporía de Epiménides.” 6

La policía busca por todas partes pulgada por pulgada, sillas, mesas, cómodas, alfombras, cortinas etc. Con el método
aplicable a todos los delincuentes, dando por sentado que todos los hombres que pretenden esconder una carta lo
harán en condiciones ordinarias. Dupin, en cambio, logra desentrañar el secreto por su conocimiento de las
características particulares del delincuente: concluyendo que un espíritu sagaz elegirá la simplicidad, ya que lo más
secreto es lo que se pone a la vista. Lacan se apoya en el aporte de la lógica: El “todos” siempre lleva a la paradoja:
afirmación corroborada por Gödel quien demuestra que importantes sistemas lógicos como la aritmética y el álgebra
contienen enunciados verdaderos, pero que no se pueden derivar de un conjunto fijo de axiomas; concluyendo que
siempre habrá un agujero en la lógica.

IV.- Del significante como mortificante del goce al significante causa del goce: un residuo insiste

Lacan, a partir de la formalización del significante, demuestra escrituras posibles (repetición, significantes amo) como
también escrituras imposibles que hacen referencia a la evitación.7 Sin embargo, aparece otra referencia que
sorprende por ligarse con otro escrito muy posterior (Lituratierre): “y como, en efecto, habían podido nuestros

2
policías apoderarse de la carta, si lo que hacían girar entre sus dedos, no respondía a las señas que les habían dado”.
(a letter) una carta, (a litter) una basura.8

Litter: basura, residuo, carta estrujada, arrugada, desgarrada como una basura, equivalente al residuo que se enuncia
en las operaciones de la 1º y 2º escena.
1º escena: un residuo en manos de la reina.

2º escena: un residuo en manos del ministro.


De la operación, algo resta, un residuo, algo resistente, ininterpretable, síntoma goce que presenta Lacan al final de
su enseñanza. “Ese síntoma viene de lo real, pone a trabajar el inconsciente, mas no es su efecto, el inconsciente es
responsable de su reducción.” 9

En el seminario XXII, dice que es un efecto de lo simbólico en lo real, extracción de un elemento del inconsciente, de
lo simbólico hacia lo real. Ese elemento desencadenado será llamado por Lacan la letra: trazo, marca, que no tiene un
sentido a descifrar.

V.- Conclusión

Bosquejo, sobre el plano, de los puntos de apoyo (R.S.I), determinando la dirección del trenzado y puntos de cruce a
partir de los cuales Lacan tejerá el nudo de 3. Para la época en que Lacan elabora el seminario sobre La carta robada
(1956), recién inicia la conceptualización de su R.S.I, inmerso aún en el modelo óptico, geometría euclidiana, cuerpo
especular, global unitario, cuerpo superficie, nostalgia de la esfera, “sujeto infinitamente plano”, “tercera dimensión
absolutamente sospechosa”. Sólo más adelante, en el seminario VII, iniciará la conceptualización del vacío y la
búsqueda de la topología como forma de aprehenderlo. Topología de superficies: corte, borde, agujero; imposibilidad
de aprehensión del objeto (a) más allá de lo imaginario, o de la materialidad de los semblantes: esfuerzo para tratar
de cernir y dar un estatuto a lo real que se juega en la clínica. Abordaje de los nudos a partir del seminario Aún, nudo
como estructura del sujeto, sujeto sin el otro. Frente al goce, objeto (a) como núcleo elaborable del goce, que sólo
depende de la existencia del nudo, “objeto que se aprecia en el encaje de lo simbólico, lo imaginario y lo real como
nudo.” 10

BIBLIOGRAFÍA

Beckerman, Jorge y Pablo Amster, “La Carta Robada y su introducción” En torno del Escrito Uno de J. Lacan, Russell,
Buenos Aires, 1999.

1 Lacan, Jacques, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Clase 3, 29 de Enero de 1964, Paidós, Buenos
Aires, 1999.
2 Freud, Sigmund., “Carta 52”. En: Obras Completas. Vol. I, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1980.
3 Lacan, Jacques, “El seminario sobre ‘La carta robada’”. En: Escritos 2. Siglo veintiuno editores, México, 1989.
4 Ibid,5 Miller, Jacques-Alain, El hueso de un análisis, Ed. Tres haches, Buenos Aires, 1998.
6 Lacan, Jacques El seminario, Libro 9, La identificación, Clase del 15 de Noviembre de 1961, Paidós, Buenos Aires,
7 Miller, Jacques-Alain, El hueso de un análisis, Ed. Tres haches, Buenos Aires, 1998.
8 Lacan, Jacques, “El seminario sobre ‘La carta robada’”. En: Escritos 2. Siglo veintiuno editores, México, 1989, pág.
26.
9 Idem, La tercera, en: “ Intervenciones y textos 2 “, Ediciones Manantial, Buenos Aires, Segunda Edición, 1.991.
10 Ibid

Significante

3
«La otra escena» freudiana declina una paradoja: no sólo el signo no ha de leerse en su relación contextual (valor en
Saussure), sino que incluso el significado del significante no es un concepto delimitable en el interior del campo
lingüístico propiamente dicho; es el deseo.

El significante, según Saussure, es la representación psíquica del sonido tal como lo perciben nuestros sentidos,
mientras que el significado es el concepto al cual corresponde. Las operaciones metafórico-metonímicas que operan
en el lenguaje, y el abordaje clínico de las psicosis, en las que el signo lingüístico está alterado por una «invasión del
significante» (Las psicosis, 1955-1956), llevan a Lacan a invertir el algoritmo saussuriano, para afirmar la supremacía
del significante sobre el significado: el significante consistirá en «la estructura sincrónica del material del lenguaje»,
mientras que el significado lo gobierna «históricamente»
(Escritos).
El algoritmo es en sí la notación del proceso del significante. Un ejemplo célebre (Escritos) subraya la supremacía del
significante. Desde las ventanillas del tren que entra en una estación, dos niños ven las puertas de los baños. «¡Vaya -
dice el varón-, estamos en Damas!» «¡Imbécil! -responde la hermanita-, ¿no ves que estamos en Caballeros?» Lacan
observa que los niños no escogen el significado (la cabina) sino el significante que corresponde al sexo opuesto
(«caballeros» la niña y «damas» el varón); relaciona esta elección con la castración (presencia/ausencia del pene) y
con el agujero del significante, porque precisamente éste es la marca de la falta en el Otro.
El significante es ante todo significante de la falta en el Otro; el Otro es el garante de la palabra, con la condición de
que no se admita que a su vez un Otro del Otro pueda ser lugar de la verdad; en consecuencia, el Otro inducirá una
distancia entre un significante y otro. Será entonces sólo en otro tiempo que se podrá acceder al significado. Por ello
Lacan escribe que «el efecto del lenguaje es la causa introducida en el sujeto» (Escritos); esta causa recubre la
cuestión de la castración, y su funcionamiento es organizado por el proceso de la metáfora paterna: un significante S2
representa a un significante SI reprimido, al que S2 sustituye.
Se vuelve a encontrar este encaminamiento en la construcción de la cadena significante, puesto que, por una parte,
el sentido de ésta sólo está buclado retroactivamente (punto de almohadillado) y, por la otra, el sujeto mismo de la
enunciación interviene con respecto a su división originaria (fading).
En este sentido, el signo «es lo que representa algo para alguien» (L’identification, 1961-1962), pero el significante no
representará el pensamiento del sujeto sino «de una manera alternante»; de allí la fórmula frecuentemente repetida
por Lacan: «el significante representa al sujeto para otro significante». No se trata de olvidar en este caso que el
compromiso en la palabra es un acto, que éste se basa en un decir y que, desde esta óptica, una operación de
sustitución idéntica se reitera en la cadena significante, puesto que ésta consiste en un despliegue en el tiempo.
En realidad, la problemática debe tomarse de raíz en el momento del compromiso del sujeto en la lengua por su acto
de enunciación, pues el deseo tal como es desplegado por la articulación significante se inscribe por la negatividad;
esta noción de inscripción es fundamental en el pensamiento de Lacan. La supremacía lacaniana del significante
sobre el significado destaca dos dimensiones cuya vecindad parece sorprendente: la de la escucha, del oír, y la de la
lectura, que subtiende una idea de inscripción mínima del sujeto en un trazo. Subrayemos lo esencial que es este
concepto de lectura; el sujeto sólo «inventa» el significante a partir de «algo que está ya allí para ser leído»: la huella
(l’Identification). El descubrimiento de una huella en la arena consiste en una identificación del sujeto con un trazo
negativo que hace corte (con el objeto que se considera que representa) sobre un «fondo de ausencia» (Freud,
Psicología de las masas y análisis del yo), que Freud designa como «identificación "parcial", extremadamente
limitada, que no toma más que un solo trazo». La identificación con ese «trazo unario» trata de colmar el vacío
dejado por la ausencia de un significante original, ausencia que al mismo tiempo plantea la cuestión del
engendramiento del significante y del sujeto.
Esta inscripción mínima se realiza sobre un fondo de negación: son indispensables tres tiempos para el
engendramiento de un significante. El primer tiempo consiste en el descubrimiento de una huella en la arena. ¿Es un
signo? ¿Para quién? ¿En relación con qué? De entrada se revela proveniente del Otro. Pero, para encararla, se
necesita un segundo tiempo, el de la vocalización, y de tal modo esa huella adquiere un estatuto fonético; como
sílaba, tendrá que articularse al menos con otra sílaba para marcar su diferencia; con ello hay creación de sentido por
homofonía; este tiempo es el del equívoco entre el sonido y el sentido. De allí la necesidad de un tercer tiempo, el de
retorno sobre el primero para engendrar al significante: huella de paso en la cual el significante «paso» [pas]

4
corresponde al concepto «paso». Pero el significante «paso» transforma al mismo tiempo la huella de paso en letra
que tacha y excluye la huella inicial, es decir que «no hay huella» [pas de trace]: la acogida de la letra se ofrece en la
negatividad. Significante, letra y negación están en consecuencia fundamentalmente en el origen del sujeto, y abren
un camino de sentido que se le escapa. La negatividad pone en primer plano la función de la letra como trazo que
tacha en el momento mismo en el que el sujeto se compromete en el acto de enunciación. Así, cuando se engendra el
significante, la escritura funciona ya como operación latente en el acto mismo de enunciación del sujeto ante una
huella; ese tiempo da lugar a un cierto cifrado del sujeto, y la separación que instituye para desprender el material
significante (desde el segundo hasta el tercer tiempo) funda a la vez la escritura y el lenguaje, a partir de los cuales va
a estructurarse el sujeto. Así, dirá Lacan, «en el acto de enunciación hay esa nominación latente que es concebible
como siendo el primer núcleo de lo que va después a organizarse como cadena giratoria... ese corazón hablante que
llamamos el inconsciente»
(l’Identification).

s. m. (fr. signfilant; ingl. signffier; al. [der] Signfikant). Elemento del discurso, registrable en los niveles conciente e
inconciente, que representa al sujeto y lo determina. Después de S. Freud es evidente que el psicoanálisis es una
experiencia de palabra, que exige un reexamen del campo del lenguaje y de sus elementos constitutivos, los
significantes. La cura de las primeras histéricas, conducida por J. Breuer o por S. Freud, ya hace resaltar este rasgo, sin
duda más importante que la «toma de conciencia»: la verbalización. La histérica se
cura por poder decir lo que nunca pudo enunciar. Una histérica, Anna O., fue la que denominó al tratamiento
«talking cure», cura por la palabra. Esto, por otra parte, es esclarecedor para la etiología misma de la neurosis: lo que
es patógeno en la histeria no es el trauma (por ejemplo, haber visto a un perro tomar agua de un vaso, lo que al
parecer suscitó una intensa repugnancia), sino no haber podido verbalízar esta repugnancia. El síntoma viene en lugar
de esta verbalización y desaparece cuando el sujeto ha podido decir lo que lo afectaba. La evolución posterior del
psicoanálisis ha acentuado todavía más este papel de la palabra y requiere una atención más precisa al lenguaje.
Desde el momento en que el método psicoanalítico, en efecto, pasa a tomar en cuenta la actualización de los
conflictos latentes más que la rememoración directa de los recuerdos patógenos, esto lo lleva a interesarse
particularmente en las formaciones del inconciente, en las que estos conflictos se encuentran representados. Y estos
están regulados por encadenamientos rigurosos de lenguaje. Es el caso del lapsus, del olvido y, en general, del acto
fallido, que puede enunciar un deseo de manera alusiva, metafórica o metonímica. Más aún, es el caso del chiste, que
logra hacer oír lo prohibido burlando la censura. Por último, es el caso del sueño, cuyo relato se lee como un texto
complejo, que solicita una atención muy precisa a los términos mismos que lo componen.
Debía corresponderle a Lacan sistematizar toda esta problemática recentrándola en el concepto de significante. El
término «significante» está tomado de la lingüística. En Saussure, el signo lingüístico es una entidad psíquica de dos
caras: el significado o concepto, por ejemplo, para la palabra árbol, la idea de «árbol» (y no el referente, el árbol real);
y el significante, también realidad psíquica puesto que se trata no del sonido material que se produce al pronunciar la
palabra árbol, sino de la imagen acústica de ese sonido, que por ejemplo se puede tener en la cabeza cuando uno
recita una poesía para sí, sin decirla en voz alta.
La autonomía del significante. Lacan retorna, trasformándolo, el concepto saussureano de significante.
Lo que el psicoanálisis acentúa, en primer lugar, es la autonomía del significante. Al igual que en la lingüística, el
significante, en el sentido psicoanalítico, está separado del referente, pero es también definible fuera de toda
articulación, al menos en un primer momento, con el significado. El juego con los fonemas, que tiene un valor
absolutamente esencial en los niños, muestra la importancia que tiene el lenguaje para el ser humano más allá de
toda intención de significar. La psicosis, por su lado, da otra ocasión de captar de una manera directa lo que puede
ser un significante sin significación, un significante asemántico. La frase que el psicótico oye en su alucinación lo
mienta, lo concierne, se impone a él. Pero, al no poder ser ligada con otra, no tiene, de hecho, una verdadera
significación.
Sin embargo, más allá de todas estas referencias particulares a la infancia o a la psicosis, la distinción entre
significante y significado debe ser acentuada para todo sujeto. Lo que el algoritmo lacaniano S (Significante), S
(significado) permite escribir es la existencia de una barra que golpea [en el sentido de impresionar o impactar] al
sujeto humano a causa de la existencia del lenguaje y que hace que, al hablar, no sepa lo que dice. Así, el Hombre de
las Ratas, en Freud, se ve preso bruscamente de la impulsión de adelgazar. Pero esta impulsión permanece
5
incomprensible hasta tanto no se haya revelado que en la lengua que habla, el alemán, gordo se dice «dick», y que
Dick es también el nombre de un rival del que quisiera deshacerse. Adelgazar es matar a Dick, el rival. Puede verse el
alcance de este tipo de observación. En el límite, la posibilidad misma del inconciente está condicionada por el hecho
de que un significante puede insistir en el discurso de un sujeto sin ser asociado por ello a la significación que podría
importar para él. «El lenguaje es la condición del inconciente».
De igual modo, el síntoma, que dice algo de una manera indirecta, inaudible, puede ser considerado como el
significante de un significado inaccesible para el sujeto.
La cadena significante. Si el significante es concebido como autónomo respecto de la significación, puede tomar
entonces otra función que la de significar: la de representar al sujeto y también determinarlo.
Tomemos un ejemplo simple. Un homosexual confiesa de buen grado su gusto por los jóvenes de cierto estilo y de
cierta edad, aquellos que designa perfectamente para él la expresión «los soldaditos». El análisis traerá un recuerdo
de un entendimiento muy grande con su madre, recuerdo cristalizado alrededor de la evocación de aquellas tardes
de verano en las que, luego de un largo paseo, ella lo llevaba al café y pedía: «Ah, para él, una sodita [más
homofónico en francés con soldadito]» Tal recuerdo no implica, evidentemente, que, según el psicoanálisis, todo se
aclara en una vida con la evocación de algunas palabras oídas en la infancia. Pero contribuye a caracterizar la función
del significante para el sujeto humano. La manera en que este hombre nombra al objeto de su deseo, y así determina
sus rasgos, lo remite a un significante oído en la infancia, que insiste tanto más cuanto que no ha sido reconocido
como tal. Según la fórmula de Lacan, «un significante es lo que representa al sujeto para otro significante». Hay que
destacar también aquí que lo que cuenta en «soldado» no es su significación, en relación por ejemplo con la vida
militar, sino su significancia, o sea, lo que es producido directamente por la ¡imagen acústica de la palabra misma.
Se habrá notado ya, por otra parte, en el ejemplo de Dick, el lugar del juego de palabras en la función del
significante. Este lugar se habilita por el hecho de que no es la palabra lo que representa, sino precisamente el
significante, es decir, una secuencia acústica que puede tomar sentidos diferentes. La obra de Freud suministra
profusamente los ejemplos más diversos en este sentido. Así sucede con esa histérica tratada en los primeros
tiempos del psicoanálisis, que sufría de un dolor terebrante [taladrante] en la frente, dolor que desapareció el día en
que pudo evocar el recuerdo de su abuela, muy desconfiada, que le dirigía una mirada «penetrante». Las cosas
permanecerían incomprensibles de no mediar la referencia al doble sentido de la palabra «penetrante»: sentido
«literal» y sentido «figurado».
Es fácil concebir, por otra parte, que estos significantes, que se asocian y se repiten fuera de todo control del yo, que
se ordenan en cadenas rigurosamente determinadas, como la gramática etermina el orden de la frase, se muestren a
la vez totalmente coercitivos para el sujeto humano. La cuestión del significante remite aquí a la de la repetición:
retorno reglado de expresiones, de secuencias fonéticas, de simples letras que esconden la vida del sujeto, pasibles
de cambiar de sentido en cada una de sus ocurrencias, insistiendo por lo tanto fuera de toda significación definida.
Uno de los ejemplos más conocidos sobre este punto sigue siendo todavía el del Hombre de los Lobos. Freud y luego
numerosos analistas que retomaron el relato de su cura han destacado la insistencia de un mismo símbolo, que
representa una letra (V mayúscula) o una cifra (el cinco romano). Bajo esta última forma, remitía a accesos de
depresión o de fiebre que el Hombre de los Lobos había tenido en su infancia a la quinta hora de la tarde, pero
también hora de una escena primaria (habría visto a sus padres hacer el amor en un momento en que la aguja del
reloj marcaba V). Bajo forma de letra (V o W), volvía regularmente en la inicial de nombres propios de personajes
diversos con los que había estado en conflicto; o, todavía, simbolizaba la castración, en un sueño en el que eran
arrancadas las alas a una avispa (Wespe, pero que él decía «espe», o incluso S. P., sus iniciales). Bajo la forma gráfica,
finalmente, V representa, invertido, las orejas enhiestas de los lobos que designan por siempre. para la posteridad, a
este célebre paciente de Freud.
Alcance y límites de la referencia lingüística. El término significante resulta así esencial para la elaboración
psicoanalítica. Cabe preguntarse, en consecuencia, qué rasgos conserva de su origen lingüístico.
Las referencias, explícitas o implícitas, son numerosas en Lacan. Conciernen sobre todo a la dimensión estructura] del
lenguaje, introducida por Saussure, pero van sin duda mucho más allá: conviene en particular destacar, en una época
en que la lingüística pragmática ha ocupado un lugar no desdeñable entre las ciencias humanas, que la concepción
lacaniana del significante toma en cuenta desde el principio la dimensión de acto que hay en el lenguaje. El
significante no tiene solamente un efecto de sentido. Comanda o pacifica, adormece o despierta.

6
Más importante quizá que la referencia a la lingüística es la que podemos hacer a la poética. Como el poeta, el
analista está atento a las múltiples connotaciones del significante, que abren la posibilidad misma de la
interpretación.
Pero, al fin de cuentas, ¿es el significante asimilable todavía a la imagen acústica? Esta no es, en todo caso, su
definición en Lacan. Por cierto que, en tanto se lo opone a la significación, el significante es identificado la mayoría de
las veces con una secuencia fonemática. Pero en ocasiones también puede serlo de una manera totalmente distinta.
Lacan hace así aparecer como significante, en la primera escena de Athalie, «el temor de Dios». Esta expresión no
debe tomarse en el nivel de la significación, al menos de la significación aparente, puesto que «aquello que se llama
el temor de Dios (...) es lo contrario de un temor». Pero, si es tomada ante todo como significante, es porque, más
que otros términos, tiene un efecto sobre la significación y sobre uno de los personajes de la pieza, Abner, al que
dirige y empuja. Este último ejemplo marca muy bien que es a partir de su efecto de sentido, y sobre todo del papel
que juegan en una economía subjetiva, como los elementos del discurso pueden tener valor de significantes.

Término introducido por Ferdinand de Saussure (1857-1913) en el marco de su teoría estructural de la lengua, para
designar la parte del signo lingüístico que remite a la representación psíquica del sonido (o imagen acústica), por
oposición a la otra parte, o significado, que remite al concepto.
Retomado por Jacques Lacan como concepto central de su sistema de pensamiento, en psicoanálisis el significante se
convierte en el elemento significativo del discurso (consciente o inconsciente) que determina los actos, las palabras y
el destino de un sujeto sin que él lo sepa, y a la manera de una nominación simbólica.
En su Cours de linguistique générale, Ferdinand de Saussure divide el signo lingüístico en dos partes. Llama
significante a la imagen acústica (te un concepto, y significado al concepto en sí.
Por ejemplo, la palabra "árboV no remite desde el punto de vista lingüístico al árbol real (el referente), sino a la idea
de árbol (el significado) y a un sonido (el significante) que se pronuncia con la ayuda de cinco fonemas: árbol. Por lo
tanto, el signo lingüístico une un concepto con una imagen acústica, y no una cosa con un nombre.
Por otro lado, el signo forma parte de un sistema de valores. El valor de un signo se mide por su relación con todos
los otros signos, y resulta negativamente de la presencia simultánea de estos últimos en la lengua, la cual es
concebida como la totalidad sincrónica (es decir, estructural) de todos los signos que se encuentran en ella. Diferente
del valor, la significación se deduce del vínculo que existe entre un significante y un significado.
Con la intención de dar un fundamento estructural y lenguajero a la concepción freudiana del inconsciente, Lacan se
basa en esta lingüística saussureana para demostrar que la segunda tópica (yo, superyó, ello) no pertenece al ámbito
de la biología ni de la psicología. De modo que el modelo saussureano de la lengua (o estructuralismo lingüístico) es a
Lacan lo que el modelo darwiniano de la biología (o evolucionismo) había sido a Sigmund Freud.
Con la Ego Psychology, y después la Self Psychology, los herederos de lengua inglesa de Freud han querido superar o
abandonar el modelo biológico del maestro, para volear su segunda tópica hacia el lado de una psicología, es decir,
de una teoría del yo, de la persona o de la representación fenomenológica de los otros. A patir de 1950, Lacan
rechazó esta elaboración, calificada por él de psicologista, y propuso otra lectura de los textos freudianos, más literal,
que consiste en criticar el "cientificismo" biológico de Freud, en otorgarle primacía al inconsciente por sobre la
conciencia, y en añadir al yo una teoría de la determinación del sujeto por el significante.
La noción lacaniana de sujeto (del deseo) proviene de la filosofía hegeliana, a la que Lacan tuvo acceso a través de la
enseñanza de Alexandre Koj~ve (1902-1968), y de los comentarios de Alexandre Koyré (1892-1964) sobre el cogito
cartesiano.
En cuanto a su teoría del significante, fue elaborada en dos tiempos. Entre 1949 y 1956, se basó en una lectura de los
textos de Saussure dedicados a los signos lingüísticos, y en los de Claude Lévi-Strauss sobre la función simbólica (lo
simbólico), en el contexto de una problemática heideggeriana de la verdad ontológica. En un segundo momento,
entre 1956 y 1961, Lacan partió de las tesis de Roman Jakobson (1896-1982) sobre los ejes del lenguaje, para dar un
estatuto lógico a la teoría del significante. Abandonó entonces la referencia a la ontología heideggeriana.
Tal es el "estructuralismo" lacaniano, fundado en la idea de que la verdadera libertad humana deriva de la conciencia
que puede tener el sujeto de que no es libre, en virtud de la determinación inconsciente. A los ojos de Lacan, la forma
freudiana de una conciencia de sí dividida (o clivaje del yo) es más subversiva que la creencia (por ejemplo sartreana)
en una posible filosofía de la libertad.

7
Sin duda ha sido Michel Foucault (1926-1984) quien mejor resumió lo que fue para la generación de las décadas de
1950 y 1960 el pasaje de una filosofía de la libertad subjetiva a una concepción estructura] del sujeto: "La novedad
era la siguiente: descubrimos que la filosofía y las ciencias humanas vivían sobre una concepción muy tradicional del
sujeto humano, y que no bastaba con decir, a veces, con unos, que el sujeto era radicalmente libre, y otras veces, con
los otros, que estaba determinado por las condiciones sociales. Descubrimos que había que tratar de liberar todo lo
que se oculta detrás del empleo aparentemente simple del pronombre «yo». El sujeto: una cosa compleja, frágil, de
la que es difícil hablar y sin la cual no podemos hablar"
Saussure ubicaba el significado sobre el significante, separándolos por una barra llamada de significación. Lacan
invirtió esta posición, colocando el significado debajo del significante, al que le atribuía una función primordial.
Después, tomando en cuenta la noción de valor, subraya que toda significación remite a otra significación, de lo cual
deduce que el significante está aislado del significado como una letra, un rasgo o una palabra símbolo desprovista de
significación, pero determinante en tanto función para el discurso o el destino del sujeto. A este sujeto, que no es
asimilable a un yo, Lacan lo llama "sujeto del inconsciente". No es un sujeto "pleno", está representado por el
significante, es decir, por la letra en la que se marca el anclaje del inconsciente en el lenguaje.
Pero también lo representa una cadena de significantes en la cual el plano del enunciado sólo corresponde al plano
de la enunciación en "puntos de almohadillado". Lacan llama punto de almohadillado (point de capiton) al momento
en el que, en la cadena, un significante se anuda a un significado para producir una significación. Ésta es la única
operación que detiene el deslizamiento de la significación, haciendo que los dos planos se reúnan puntualmente. De
allí la idea de que la "puntuación" es un modo de intervenir en el desarrollo de una sesión de análisis, cortándola,
interrumpiéndola con una producción significativa: una interpretación verdadera. La teoría del significante justifica en
consecuencia el principio de la sesión de duración variable (llamada "sesión breve") introducida por Lacan como
innovación en la técnica psicoanalítica.
En su seminario del 30 de mayo de 1955, Lacan ilustró esta teoría del significante con el comentario de un cuento de
Edgar Allan Poe (1809-1849), "La carta robada". La historia se desarrolla en Francia bajo la Restauración. El caballero
Auguste Dupin debe resolver un enigma.
Por pedido del prefecto de policía, logra encontrar una carta comprometedora robada a la reina y ocultada por el
ministro. Puesta a la vista sobre la chimenea de su despacho, la carta era de hecho visible para quien quisiera verla.
Pero los policías no la descubrían porque estaban encerrados en el señuelo de la psicología. En lugar de mirar la
evidencia que tenían ante sus ojos, atribuían intenciones a los ladrones. Dupin, por su parte, prefirió actuar de una
manera totalmente distinta, y con toda urbanidad le solicitó una audiencia al ministro. Mientras éste le hablaba,
observó el lugar con una mirada alerta y oculta detrás de unas gafas opacas que había tenido el cuidado de calzarse.
De inmediato ubicó el objeto, y lo sustrajo sin que el ladrón lo advirtiera, reemplazándolo por otro idéntico. De modo
que el ministro ignoraba que su secreto había sido descubierto, y siguió creyéndose dueño del juego y de la reina,
pues poseer la carta le daba poder sobre su destinatario. Es decir, no sabía que ya no lo tenía, mientras que la reina sí
sabía que el ministro ya no podría presionarla con la amenaza de denunciarla al rey: el ascendiente, la influencia,
dependía de la posesión y el no empleo de la carta. Para explicarle su técnica al narrador, Dupin cuenta la anécdota
de un muchachito que jugaba al "par o impar". Uno de los jugadores tiene en la mano cerrada una cierta cantidad de
bolitas y le pregunta al otro: "¿Par o impar?" Si el otro adivina, gana una bolita, y si se equivoca la pierde. Dupin
añade: "El niño del que hablo ganaba todas las bolitas de la escuela. Naturalmente, tenía un modo de adivinación que
consistía en la simple observación aplicada del grado de astucia de sus adversarios."
El "Seminario sobre «La carta robada»", que en 1966 aparecerá como apertura en los Escritos, da testimonio del
modo en que Lacan pasó de una teoría de la función simbólica (del inconsciente) tomada a Lévi-Strauss, a una
"lógica" del significante. Según Lacan, una carta (lettre) llega siempre a destino, porque la letra (lettre), es decir, el
significante, tal como está inscrito en el inconsciente, determina la historia del sujeto, su relación o su no-relación con
el prójimo. Ningún sujeto es el amo de la letra (de su destino) y, si lo cree, corre el riesgo de quedar prendido al
mismo señuelo que los policías o el ministro del cuento.
La obra saussureana no proporciona todas las claves de la lectura lacaniana del inconsciente freudiano. En 1957, en
su conferencia "La instancia de la letra en el inconsciente", Lacan añadió dos elementos a su teoría: la metáfora y la
metonimia. Se los debía a una lectura de Fundamentals of Language, publicado por Roman Jakobson y Morris Halle
en La Haya. Un artículo contenido en esa compilación, "Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de afasia", retomado en
1963 en los Essais de linguistique générale, le permitieron organizar de manera estructural su hipótesis del
8
inconsciente-lenguaje. Jakobson pone de manifiesto la estructura bipolar del lenguaje, gracias a la cual el ser
hablante efectúa sin saberlo dos tipos de actividades: una tiene que ver con la semejanza y se refiere a la selección de
los paradigmas o "unidades de lengua"; la otra remite a la contigüidad y concierne a la combinación sintagmática de
esas mismas unidades. En la actividad de selección, se elige o prefiere una palabra a otra: por ejemplo, se emplea el
vocablo "bonete", por oposición a "toca" o "birrete". En la actividad de combinación, se ponen en relación dos
palabras que forman una continuidad: para describir la vestimenta de una mujer, se asocia por ejemplo el término
"falda" con "blusa", etcétera.
A partir de allí, Jakobson demuestra que los trastornos del lenguaje consecutivos a una afasia a veces privan al
individuo de la actividad de selección, y otras veces de la actividad de combinación. Después convoca a la antigua
retórica al servicio de la lingüística, para subrayar que la actividad selectiva del lenguaje no es más que el ejercicio de
una función metafórica, y que la actividad combinatoria se asemeja al procedimiento de la metonimia. Los trastornos
de la primera impiden que el sujeto recurra a la metáfora y los trastornos de la segunda le vedan toda actividad
metonímica. Jakobson señala que los dos procedimientos se encuentran en el funcionamiento del sueño descrito por
Freud. Ubica el simbolismo en el ámbito de la actividad metafórica, y la condensación y el desplazamiento en la
actividad metonímica.
Retornando esta demostración, Lacan transcribe de otro modo la concepción freudiana del trabajo del sueño. Si bien
éste se caracteriza por una actividad de transposición entre un contenido latente y un contenido manifiesto (La
interpretación de los sueños), esta operación puede traducirse en términos lingüísticos como el deslizamiento del
significado bajo el significante. Hay entonces dos vertientes de la incidencia del significante sobre el significado: una
es la condensación "o superposición de los significantes" (palabras y personajes compuestos), mientras que la otra se
asemeja a una "transferencia de fondos" de la significación (la parte por el todo, o contigüidad) y designa un
desplazamiento.
De modo que, contrariamente a Jakobson, Lacan asimila la noción freudiana de condensación a una metáfora, y el
desplazamiento a una metonimia. Según él, tres fórmulas describen la incidencia del significante sobre el significado:
1) la fórmula general describe la función significante a partir de la barra de resistencia a la significación; 2) la fórmula
de la metonimia traduce la función de conexión de los significantes entre sí, y la elisión del significado remite al
objeto del deseo que falta en la cadena (significante); 3) la fórmula de la metáfora da la clave de una función de
sustitución de un significante por otro, mediante la cual es representado el sujeto.
En 1975, en una conferencia titulada "Le facteur de la vérité", Jacques Derrida comentó esta teoría del significante,
criticando la lectura hecha por Lacan del cuento de Edgar Allan Poe y demostrando que una carta no llega tan
simplemente a destino. Subrayó que, en la escritura misma del "Seminario sobre «La carta robada»", Lacan se remitía
a sí mismo la indivisibilidad de la letra-carta, es decir, el "todo" o "uno" de su doctrina: un dogma de la unidad. Al
"dogma" del significante, que corría el riesgo de organizarse en un "poste restante" a fin de devolver al "camino
correcto lo que estaba en espera", Derrida opone el estallido y la desconstrucción del Uno. Este debate sobre la
"primacía del significante" y su posible desconstrucción por una lectura derridiana, sería el punto de partida en los
Estados Unidos de una vasta polémica sobre el estructuralismo, el lacanismo y el posestructuralismo

Vous aimerez peut-être aussi