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Reporte de lectura de The fenomenological concept of experience, por Ludwig Landgrebe

Diego Magaña

El concepto de experiencia tiene el doble papel de ocupar un puesto central dentro de la reflexión
filosófica y al mismo tiempo ser un vocablo de uso diario y común. La duplicidad del término es un
fenómeno que se ha registrado dentro del terreno de los hechos inocentes y superficiales, por
tanto no ha recibido la atención que debería merecer. Husserl, por su parte, señaló que dicha
aparentemente inocente ambivalencia del termino experiencia correspondía a la tergiversación
del mismo a partir del dominio científico-objetivo en nuestras concepciones del mundo. Este ideal
científico ha conducido a la cultura occidental desde el periodo de la modernidad al olvido del
mundo de la vida, aquél en el que fundamentalmente somos. De ahí que pueda ser considerado
éste como un auto-olvido.

Nace en Husserl, de esta forma, un apremiante interés por elaborar un concepto de experiencia
volcado al mundo de la vida, su lugar primigenio. El desarrollo de esta empresa encuentra en la
lectura husserliana de los empiristas ingleses un primer e importante antecedente, ya que en ella
Husserl llega a reconocer la labor de Locke como descubridor de la psicología de la «experiencia
interna» y como el precursor del estudio de una «historia de la interioridad humana», en suma,
por sus intentos de descripción sistemática del alma humana. Por su parte, Hume fue reconocido
por el propio Husserl como una de las más importantes influencias en el desarrollo de su
fenomenología genética. Los análisis de Hume sobre las creencias humanas, así como de los
hábitos y las costumbres, también permearon la fenomenología de Husserl.

A final de cuentas, sin embargo, Husserl consideró que ninguno de los representantes del
empirismo inglés logró realmente dar cuenta de la parcialidad que el concepto de experiencia
representaba cuando se le reducía a su concepción dominante científica, por la misma razón, ni
Hume ni Locke pudieron superar las limitaciones que el concepto de experiencia, propuesto en
dichas determinaciones, acarreaba tras de sí. Aún dadas tales complicaciones, sería erróneo
pensar que Husserl promulga un rechazo del empirismo, cuanto que más bien, afronta la labor de
llevar a sus últimas consecuencias, de posibilitar que él sea todo lo que está llamado a ser y que no
logro ser en su vertiente inglesa.

El siguiente paso importante del proyecto husserliano de la reconfiguración del concepto de


experiencia lo encontramos en una de sus declaraciones según la cual la evidencia de los objetos
individuales configura el concepto de experiencia en su sentido amplio. La percepción nos muestra
los objetos en su evidencia, esto es, que lo percibido no requiere de ser validado por una instancia
ajena a la propia percepción. Pero la experiencia no se constituye de un montón de percepciones
individuales que se aglutinan en la mente, sino a través de la interconexión que posibilita el
movimiento corporal.

Pero si las impresiones sensoriales no se encuentran aisladas en la conciencia, tampoco sería


válido afirmar que su modo de relacionarse sea el de la sucesión, sino que más bien habría que
entender que cada percepción genera una «expectativa», una proyección de sentido que luego
vendrá a ser refutada o confirmada a partir de una nueva percepción. Toda percepción está
además arraigada sobre un terreno propio, esto es, que todo objeto nos es dado siempre en una
determinada orientación espacio-temporal que constituye su horizonte de dación, y que forma
parte de lo experienciado en la experiencia. Esto constituye, además, la demostración mediante la
cual Husserl expone la insuficiencia de la distinción tradicional entre percepción interna y externa,
además de constituir la base para la formulación de un concepto de experiencia obtenido a partir
de la experiencia misma y no de algún lugar externo a ella.

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