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En consecuencia, voy a desarrollar una breve línea argumental para nuestros discursos,
documentos y comunicaciones.
Nuestro mensaje debe, a mi juicio, vertebrarse en torno a tres ideas reiteradas hasta la
saciedad:
3. Nuestra lucha, pacífica, está respaldada y justificada por los grandes documentos
internacionales, la Historia y la razón. En consecuencia, la insumisión, la rebelión
o la desobediencia, en situaciones como ésta son legítimas, necesarias y justas.
En virtud de todo lo anterior quedan claras dos conclusiones que debemos reiterar una
y otra vez:
1. Nosotros, es decir, los que nos movilizamos contra este estado de cosas, somos
los únicos que hemos optado por el cumplimiento de la legalidad.
2. Son ellos, el gobierno, los poderes económicos, políticos y mediáticos los que
están fuera de la ley. En estos momentos no estamos ante un Estado de Derecho.
El gobierno suele aducir que es un gobierno legítimo porque nació de las urnas; es cierto,
Pero, y también es verdad, que una cosa es la legitimidad de origen y otra la
de ejercicio. La primera se obtiene en las urnas, la segunda en el ejercicio diario de una
labor de Gobierno conforme con los textos constitucionales, la legalidad internacional y
la correcta adecuación entre las promesas electorales y el ejercicio de la acción
gubernamental tras el acceso al Gobierno. El actual Gobierno tiene la primera, pero ha
perdido la segunda. Y es esta última la que valida o invalida la legitimidad global.
1. Que, si se está de acuerdo, sea esta línea argumental la que llevemos a nuestros
actos y documentos.
2. Que, en los encuentros con otros colectivos y organizaciones para programar las
distintas actividades y luchas comunes, propongamos este mensaje como
elemento de unidad y visualización de la misma. Todo ello independientemente,
claro está, de la especificidad y soberanía de cada uno. Es hora de aunar
esfuerzos y conseguir un mensaje común que desde las razones y argumentos
de al movimiento global una visualización de unidad en el objetivo común: la
Justicia.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=168653
Cuando el amor a la frugalidad es fomentado por las instituciones sociales, es otra cosa.
Mientras las riquezas del estado se encuentren limitadas a su territorio y la tierra se reparte
aproximadamente de manera igual entre sus habitantes, todos tienen las mismas necesidades y
los mismos medios para satisfacerlas; por lo tanto, los ciudadanos, teniendo entre ellos las mismas
relaciones, dependen unos de otros. Es la posición más propicia para gozar de toda la libertad que
un gobierno es susceptible de ofrecer.
Pero cuando, por una serie de rapiñas y de bandidaje, por la avaricia de unos y prodigalidad de
otros, la tierra pasa a caer en pocas manos, esas relaciones necesariamente se alteran. La riqueza,
esa escondida vía para conseguir poder, se convierte infaliblemente en servidumbre; mientras se
desvanece la clase de ciudadanos independientes, el Estado no se compone más que de amos y
súbditos. Los ricos buscando gozar, y los pobres subsistir, las artes se toman por necesidades
mutuas, y los indigentes no son más que instrumentos para el lujo de los privilegiados.
Un auténtico mercader es un ciudadano de mundo. Ávido de riquezas, recorre la tierra entera para
acumularlas, se apega al país que le ofrezca más recursos y su patria será siempre aquella donde
hace mejores negocios. Sin cesar de ocuparse de sus beneficios, su cabeza no se amuebla sino con
objetos de comercio, especulaciones lucrativas, cálculo, medios para amontonar oro y para
despojar a los demás. Todo el resto le es extraño, su corazón se cierra a los afectos más nobles y el
amor a la libertad se extingue junto con el amor a la patria.
Incluso entre los hombres más honrados, el espíritu mercantil envilece el alma, destruye el amor
por la independencia. A base de someter todo a calculo, el comerciante llega a valorar cada cosa
por su precio, para él todo es venal y con oro se pagan igual servicios, actos heroicos, talentos,
virtudes, que salarios de trabajo, productos de la tierra u obras de arte.
Calculando sin cesar sus intereses rigurosamente, adquiere un carácter de estricta equidad, o,
mejor dicho, de avaricia, se hace enemigo de todo sentimiento de generosidad, de toda nobleza,
de toda inspiración elevada, sublimes cualidades que brotan del sacrificio que hace el hombre de
sus intereses personales en pro de la felicidad de sus semejantes y de la dignidad de su ser.
Respecto de las relaciones políticas, esa horda de especuladores, de hecho, en todos los países, las
compañías de negocios, de financieros, tratantes, acaparadores, agentes de cambio,
especuladores, agiotistas vampiros y sanguijuelas públicas, todos ellos son aliados de los
gobiernos, son sus más celosos apoyos.
En las naciones comerciantes, los capitalistas y rentistas al hacer causa común con los tratantes,
los financieros y los especuladores, hacen que en las grandes ciudades no existan más que dos
clases de ciudadanos, la de los que vegetan en la miseria y la de los que les desborda lo superfluo.
Así, en las repúblicas, la extrema desigualdad de fortunas pone al pueblo entero bajo el yugo de un
puñado de individuos. Es lo que se ve en Venecia, en Génova o en Florencia cuando el comercio
ha hecho traer las riquezas de Asia. Y es lo que se ve hoy día en las Provincias Unidas donde
opulentos ciudadanos son los amos de las repúblicas mientras que a la multitud le falta el pan.
Desde el momento en que la riqueza es el precio e todo lo que debe considerarse, ocupan el lugar
del talento, del mérito, la virtud. Cada cual lo busca como si fuese el bien supremo, la codicia sopla
en los corazones como un veneno mortal. Para tener oro no temen cubrirse de infamia.
Por estos medios, se divierte al pueblo, se le impide reflexionar sobre su situación y apercibirse de
las trampas que se le está tendiendo
http://republicadelosiguales.blogspot.com.co/2011/06/jean-paul-marat-el-arbol-republicano-
el_30.html