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Angélica.

Amaneció. Por vez definitiva el hombre despertó de un sueño pesado y triste. El frío
apretaba su cuerpo endeble y conmovido por la tormenta. Su mente aún no reconocía
la totalidad del caos exterior, pero ya sabía que el sinsabor de su dormitar lo
perseguiría por el resto del día. La situación se había repetido, últimamente, todas las
mañanas.

Como era invierno, las heladas invadían el firmamento de la madrugada y una horda
de tormentas desdibujaba el amanecer. La vida se había estancado. Humedades
impropias de la sierra mojaron las paredes de la casa al punto de traspasar su cuerpo.
Por el golpe de la lluvia contra los techos de zinc, supo que esta era cada vez más
delgada y silenciosa.

<Que no dejara de llover> deseó el hombre. El aguacero era una excusa ineludible. No
abrió los ojos ni trató de animarse, en cambio se arrejunto en sí mismo para tratar de
hallar otra vez el sueño, pero ya no pudo; poco a poco fue tomando mejor conciencia
sobre su depresión. Deseó con toda el alma que la lluvia no solo no se detuviera, sino
que se volviera una tormenta apocalíptica y que de una vez y para siempre, nadie más
en el mundo tenga que salir de casa.

Pero no mucho después comenzó a escampar, y de un plumazo divino el ambiente se


hizo dorado por el poder del sol. Los primeros carros campesinos empezaron a
cumplir su itinerario y algunos jóvenes colegiales ya estaban fuera de casa esperando,
como aves mojadas, al bus.

Un anciano vecino pasó con su rebaño de ovejas hacia el pasto del otro lado de la
quebrada. El hombre recordó una escena de su padre: levantándose agobiado por lo
tarde que estaría el día si ya había pasado el viejo. Despertando a fuerza de gritos a
toda la familia, dejándose alumbrar por la brillantez de las ventanas. Apretó los puños
tratando de soportar el recuerdo.

Salió al campo sin ningún abrigo. Botó un poco de maíz para sus gallinas, las contó sin
mucha precisión y volvió a entrar. El día estaba claro, pero aún hacía frío.

Como en otros días, este tampoco lo pasaría en casa. Bajaría a la ciudad a comprar
alguna baratija: una camisa, unos zapatos de cuero fino, flores artificiales o algún
adorno inservible que encuentre atractivo. Al regresar, olvidaría lo comprado en algún
rincón de la sala, tomaría un larga siesta, leería las páginas de algún libro viejo o
trataría de dibujar la imagen de una fotografía. Se dormiría muy avanzada la noche,
aburrido y fastidiado, sin haber merendado nada.

Empero se vistió con mucho detalle, por el hecho de que casi toda su ropa era nueva,
era inevitable verse bien.
Bebió un café cargado sin azúcar, comió lo que restaba de una piña y se fue.

Con mucha prisa bajó la loma y cruzó, brincando, una acequia para llegar breve al
asfalto por donde pasaba el bus. Vestía un pantalón obscuro, una camisa blanca con
detalles en raya dorada y estrenaba un sombrero café. Su cuerpo, flaco por los apuros
de su situación emocional, a veces se dejaba quebrar por la sierra culposa. Al caminar,
hacía que el viento le golpee todos los sentidos del rostro. Miraba el horizonte con
determinación, sonreía de improvisto y volvía a mirar, esta vez, con fragilidad. Quería
ser él, tan feliz como cualquiera.

En cuarto de hora llegó al asfalto de la carretera. No quería solo sentarse a esperar el


bus, así que siguió caminando a la vez que observaba las bellísimas praderas de aquel
pueblo. La gente de allí sembraba fruta, hortalizas y hierba para animales ¡pero que
hierba tan bien cuidada! Había que ver la bravura de esos arbustos.

Particularmente gustó de un terreno mediano, a orillas del asfalto, cercado de cabuyas


y de presencia ancestral. Se quedó admirando su paisaje frondoso y virgen. No
esperaba que de repente, una muchacha se levantara de su central plantación con un
puñado de alfa mal cortado. La impresión lo dejó quieto.
¡La mujer más hermosa que había visto en su vida! Y había conocido muchas, unas
como las golondrinas asustadas ante el vuelo del gavilán. Otras, como los ríos
cristalinos que llenan a la selva de música. Serenas como el rocío de las tardes grises.
Candentes como la costa que nunca se negará.
Pero ese rostro, perfecto y sin negativas, era el más bello en verdad.
La chica tenía el cabello ondulado, rejuntado con níveo encaje de manga tipo colonial.
El evidente efecto del frío en sus mejillas. Ojos negros enmarcados en unas brillantes
pestañas recién amanecidas. Un jean ligero que se notaba tan frío como el aire y una
camiseta amarilla que se tenía intacta a la forma de su cuerpo.

Quiso presumir la gala que por herencia tenía; se sacó el sombrero y dijo con dulce
voz: buenos días dama.

- Buenas – respondió ella

Siguió caminando.
Dejó de mirarla, pero dejar de pensarla ya no pudo. Una última vez volvió a verla para
no olvidar el trémolo de sus facciones. No parecía del mundo. Su mirada quemaba la
tierra.
Pasó el bus.
Sentado y aún encantado, se fijaba en la lejanía de la ciudad. El rostro de la joven le
tomaba por sorpresa, lo abatía y lo entristecía. Lo enaltecía y lo reprimía.
Pensó para sí: < ¿Por qué no ha respondido con el mismo agrado con el que yo la he
saludado? vaya modales los de aquella mujer, ¡porque no le dije nada impactante! Ah,
ella hubiera podido ser muy dulce. Ah, ¿habrase visto mujer tan bella y hombre tan
torpe? >

***

Regresaba a casa pasado el mediodía y conversaba con Dios sobre lo maravilloso que
le fue la niñez, aunque por lo sufrido en los últimos meses, parecía más un reclamo
hacia el Creador que una confidencia. Al pasar por el mismo lugar donde la conoció,
cambió bruscamente el tema:

- Te daré todo mi dinero si me dices el nombre de la muchacha que corta hierba


en aquel terreno – apuntó con el índice lo frondoso de los sembríos.
- Todo lo quieres conseguir con dinero – respondió al Altísimo.
- Es solo una forma de ser. Al final no sirve de nada, es inútil como todas las
vanidades – dijo dejando de mirar el terreno y desubicando su mirada de todos
los puntos.
- No me agrada verte así, como al color de las vanidades – le respondió Dios.
- Es muy difícil saber a qué te refieres, porque no distingo ni colores ni matices.
Y tampoco algo más fructífero que la vanidad o algo más patético que la
soledad– se agitó.
- Sal un poco de esa gris estación, hijo, la amargura es el sentimiento que más
fácil se vuelve carne y más difícil deja de serlo – le acurrucó un poco- ¿Cómo es
ella?
- Bella como ninguna en esta tierra – volvió a fijarse en el campo - Tiene los
labios más deseables que he visto. Quizá aún estaban muy fríos. Soy un tonto
por no haberle preguntado su nombre.
- No te preocupes, si la viste hoy, podrás verla siempre. Pero debes aparecer
más. Quizá te despojen de la tierra, y tú sigas descarriado.
- Perdón y perdóname. A veces no distingo senderos. A veces no sé si estoy en mi
o si sigo perdido en su sueño vagabundo – el rostro que cada día se veía más
huesudo, se hinchó de vergüenza – hasta morirme ha sido difícil – sentenció.
- No seas cobarde - aconsejó
- No lo soy – dijo, sabiendo que lo era.
- Entonces no esperes a la chica, búscala.
- No tengo fuerzas para caminar así todos los días, ¿y si fue solo una visión que
mi mente me ofrece porque siente lástima de mi tristeza?
- Pequeño ser mío. No fue una ilusión.

Llegó a casa. Como quien teme a una pesadilla abrió la puerta y se vio otra vez
desmarañado por los objetos muertos de su hogar.

***

Hoy te vi, y ya no pienso en tus mejillas, ni en tus ojos ni en tu boca. Un poco en tu


cuerpo. Lo admito. Ayer me abandonaron las voces que dan vida a los
emprendimientos. Ayer me abandonó la fortuna y yo me he quedado como una pluma
que no es, ni tan pesada para caer al suelo, ni tan ligera para lograr el vuelo.

No recuerdo tus labios, no me interesa tu nombre, ni tus piernas de montaña. Ni tu


cintura, un poco tus senos, ¡que hermosa cordillera! Es que soy hombre de esta tierra.
Y como nunca te irás, quisiera también ya no verte. Porque tú eres como un pueblo
añorado que no debo conocer, y porque Dios quiere que camine solo.

Perdón, perdón. ¡Ah! Ni siquiera sé lo que quiere para mí. Tal vez no deba pensarte, ni
deba hablarle a tu libertad. No amar. A eso me refiero. Pero quizá tu cuerpo de bosque
no tenga las aves recién nacidas que dan aviso del nuevo día…quisiera ser ave.
Quisiera ser la paciencia de un bosque.

***

Dos días después, bajó decidido.


Al llegar al mismo lugar y vestido aún más hermoso que la ocasión anterior, la
encontró. Se notaba perturbada por un golpe de ideas que se congestionaban en su
mirada.

- Buenos días - dijo deteniéndose frente a la muchacha, ella apenas lo miró y


como quien se quita una molestia, alcanzó a suspirar: <no me moleste> - No
me trate así, ni siquiera me conoce – respondió rápidamente.
- Eso, no lo conozco.
- Me llamo Lorenzo – dijo sonriendo – ya no somos desconocidos.
- Si somos – pensó y le concedió el argumento - no sabe cómo me llamo yo –y
mostró el perfil imponente de todo su cuerpo.
- Los socorristas son a veces groseros – empezó a hablar mientras se sentaba en
un pedazo de grama, la chica no entendió el mensaje y frunció sus facciones -
ha habido un accidente – exageraba la mímica – y una señora estaba gritando
como loca “mi brazo, mi brazo, mi brazo” y llegando el rescatista le grita
“¡cállese señora, por un brazo se queja, el señor de allá esta sin cabeza y no dice
nada!”

La muchacha gustó del chiste pero trató de no reírse. Sin embargo su actitud cambió lo
suficiente.

- He notado que no corta bien la hierba- inquirió como si tuviera el repertorio


del cortejo de memoria.
- ¿Qué dice? – quedó aún más confundida.
- Si, bueno, solo debe cortar más al piso y agarrar toda la planta con fuerza.
- Lo sé - bajó la mirada coquetamente – gracias por la clase, se cómo hacerlo,
pero siempre lo olvido.
- A veces pasa. A mí no me gusta cortar en la mañana, se me hielan las manos – la
chica se contentó
- A mí también – y pensó un momento, pero después terminó de ceder – Me
llamo Angélica Cazares ¿ve?, ¡recién dejamos de ser desconocidos! – Lorenzo se
convenció de lo que estaba tratando de hacer.
- Lindo nombre – miró sus ojos – para una linda mujer - Y lo era. Cuan negras
sus pupilas y cuan rosas sus mejillas, como un sol abrigador sus dos manos,
cuan potentes sus caderas.
- No digas eso. Haces que me sonroje… - la chica pasó su mano izquierda
retirando un poco de cabello que le cubría la frente y miró el suelo con
complicidad – no debería decir esas cosas, alguien puede escuchar – le hechizó.
- Es solo una verdad que se hace atrevida al ser dicha por un fulano, hace poco
desconocido. Perdóneme si le incomoda. ¿Quién la ha hecho tan hermosa? Dios
debió ser.
- ¿le dirijo la palabra y ya quiere enamorarme? – trató de ganar más confianza.
- Pues si no quiere enamorarse, no lo haga, aunque es muy difícil ¿sabe? Soy
encantador. Tenga – le extendió una funda de frutillas recién robadas de algún
terreno.
- ¿y si no me gustaran las frutillas?
- Es un regalo, no es algo que usted pueda escoger y mucho menos rechazar.

Angélica totalizó su alegría <ay muchacho, ¿Qué hacía por aquí hoy? ¿Vino a verme?
¿Acaso le gusto?> y dejó caer todo eso sobre el sentido pícaro del joven.
Su mente se estremeció. No se esperaba ese tipo de preguntas. Estaba a punto de
hablar sin tener respuesta, pero para su salvación venía, a lo lejos, el transporte.

- El bus ya pasa. Me debo ir, espero verle otro día, por favor acepte las frutillas,
no las puedo devolver ya – le dijo con la mirada fija en el centro de la suya –
¡sonría más! – concluyó.

Angélica ya no pudo dejar de hacerlo.


Mientras se iba, Lorenzo recordó un lugar en la ciudad donde la comida era
gratificante.

La ciudad por ese día, volvió a estar llena de gente. Volvieron las vías a llevar a algún
lugar y la gente volvió a ofertar a viva voz en los mercados.

La noche se hizo breve y Lorenzo ya no alcanzó el último bus que regresaba a su


pueblo. Debía volver a pie.

El camino era una cuesta lúgubre y extensa. Si no estaba llena de cercados, estaba
abrumado del cielo. La falta de iluminación pública y la abundancia de bosques que
se cobijaban de la luz de la luna, impedían que algo de claridad se regara a través de
las ramas de su cuerpo. Siempre le había aterrado ese sendero. Trataba de mantener
la calma al caminarlo, pero hasta el más pálido movimiento de los árboles golpeados
por la brisa, le sobresaltaba. Es la condena que tiene la soledad: siempre tendrá el
color de las penumbras. Jamás ese camino se sentiría igual que antes, pero el temor
más grande de Lorenzo, era que inevitablemente siempre lo volvería a andar.

Una sombra blanca de su misma forma corporal caminaba como junto a él. Al notarla,
se terminó de perturbar y no le pudo volver la mirada. Trató de hablarle como si
tuvieran cordialidad.

- Si mi padre estuviera aquí, yo no tendría miedo. El me defendería. – dijo, y


creyó escuchar de parte del ente diabólico: < pero tu padre no está aquí>
- El llevaba dos atados de hierba en una misma cargada y abrazaba a toda su
familia con una sola mano. Su fuerza es mi fuerza, aún hoy – decía sin dejar de
caminar la cuesta.
- Pero lloraba escondido porque el mundo le ignoraba, tiene el hombre en su
corazón, su más grande debilidad – habló el diablo.
- Debilidad la tuya que solo persigues en la noche. ¿No viste cuando estaba con
mi padre? Mi brazo levantaba lo que sus fuerzas no abarcaban.
- Entonces… ¿Por qué querías alejarte tanto?
- Porque era tonto – respondió de inmediato – y creía que la soledad afirma la
madurez de un hombre.
- ¡Ahora tienes soledad! Y eres uno más que no sabe a dónde debe ir. ¿Te da
miedo mi presencia?
- No. Me da miedo la tristeza. ¡Tú que puedes hacer!
- Si los sembríos altos te molestan, te he de mostrar una montaña retoñando. Si
los caminos largos te lastiman, ante tus ojos pondré desiertos. Puedo abrir tus
heridas.
- No. Solo puedes mostrarme la imagen de la mujer que se equivocó al amarme.
Del ser que murió y del sueño que no se cumplió, pero todo eso me causó dolor
cuando era niño y le temía a la intriga de la noche. Ahora soy hombre.
- Hombre como muchos, no eres alguien especial.
- No lo soy, ¿Por qué me buscas entonces?
- Porque estas solo de forma inevitable, y cuanto más lo reconozcas, mas perdido
caminarás.
- No camino perdido. Mi hogar está lejos y mi cansancio es basto. Un destino y
una emoción, es todo lo que el hombre necesita.
- Ni tu hogar es tu hogar, ni tu fatiga importante. Sigue este sendero, siempre te
observaré.
- Lo sé – Lorenzo calló más respuestas y el malévolo ser dejó de proferirle
amarguras.

No le importó lo desalentado que estaba por la caminata. Al llegar al terreno de


Angélica se detuvo, esperando que algo florezca de ese terreno bendito.
“Si no fuera porque es tan hermosa” pensó.

Un río pequeño baja directo del Chimborazo, los primeros pueblos lo usan: un poco
para el riego y otro poco para el consumo. Los pueblos más bajos han hecho una
acequia de cemento para que el agua ni se pierda ni se ensucie, entonces solo se usa
para el riego. Pasa justo al borde de los terrenos próximos al camino, por esta razón
esas tierras son tan verdes y productivas.

Los niños se divierten haciendo que dos hojitas de eucalipto compitan en la acequia
por llegar primeras a una meta imaginaria. Los jóvenes tristes, lanzan en la corriente
una piedra para ver si esta se la puede llevar, cuando lo hace, lanzan una más grande
para conocer su capacidad real de arrollamiento. Los adultos toman un poco de agua
en sus manos y se remojan la cabeza.

Lorenzo buscaba con la mirada una piedra para echarla a la corriente, solo para
perder un poco del tiempo nocturno. Encontró una mediana que reposaba al borde del
terreno y al tomarla, una funda vacía salió volando por la fuerza del viento. Era su
funda de frutillas. ¡Tan bendecida en su falta de libertad, dejando una estela de luz en
su camino de despedida! Ella había aceptado el regalo y dejó la funda bajo la piedra,
sabiendo que de alguna forma, el alcanzaría a percibir esa celestial manera de decir
<gracias>.

Entonces, el camino viejo del pueblo olvidado ya no es tan maquiavélico. Tan


despreciable. De pronto, el camino es blanco y placentero de recorrer. Mirar al
horizonte no significa que esté lejos de casa, sino, que quizá pueda encontrarla, que
quizá ella se encuentra perdida en la noche, cortando hierba y pensando en el viento.
De pronto, Dios le bendijo más que los demás hombres al hacerle vivir allí.

***

Cuatro días después, volvió a bajar. Con un ramo de flores y un atado de manzanillas
para sembrar. Sabía que ella estaría allí. Desde lejos su cuerpo ya temblaba cual niño
que se acerca a su primer amor. El frío se sentía más intenso, y sus ojos parecían dos
azulejos que se pelean volando a lo largo de los terrenos.

Pero no estuvo. Por un momento no pensó en motivos ni en interpelaciones. Miró a


todos lados, se fijó en todos los puntos verdes de la llanura y hasta miró los sembríos
más lejanos solo para confirmar lo tan temido.
Se sentó en una piedra y meditó cabizbajo sobre lo lejos que estaba la gran ciudad. No
tenía intenciones de bajar, pero sintió que el día ya se perdió tanto, que daba lo mismo
ir a pasear o quedarse allí sentado hasta que llegara la noche. Respiraba hondo,
rogando que también el tiempo sea más paciente con ella.

Sin embargo una vez rendido, comenzó a caminar en dirección de la urbe, gastó una
última mirada en todo su entorno. Un poco de cielo, un poco de montes, algunos
caminos perdidos que usan los ladrones de otros pueblos y nada más. No había caso,
esa misma tierra bendita ya no atendía sus peticiones.
Gastó otra última intención en las montañas más lejanas: el Chimborazo en un beso
lento con las nubes, las montañas sin nombre con su espera patética y eterna, y
lejanamente un fantasma blanco, que si no era la muerte en forma de alegría debía ser
ella. Su corazón ya no supo cómo reaccionar. Pasó mucho tiempo antes de que la
emoción vuelva a percibirse tan ardiente. ¡Angélica caminaba sobre una tierra que no
parecía digna de sus pisadas! Ciertamente vivía, y todo lo soñado se mezclaba fácil,
con todo lo que querido. ¡Cuán sublime era esperarla como a una novia que asiste por
fin, al anhelado altar!
Al llegar a él, dijo con enorme sinceridad: <Lorenzo>

- Hola – contesto sin ocultar su emoción.


- ¿Llevas mucho tiempo esperando?
- Lo dices como si fuera una cita y hubieses llegado tarde – dijo tratando de
desviar la claridad de sus intenciones – Quizá mi sendero llega hasta aquí para
esperar el bus.
- Pues yo vi que tu sendero se asoma como ocho terrenos arriba. Y caminas
rápido para llegar hasta acá.

Lorenzo se impresionó. < ¿Me has estado viendo?>

< Vivo en esa casa, arriba en la loma y desde ahí se ve de dónde vienes y todo lo
demás. Vi cuando llegaste, cuando me buscaste y como pretendías irte> dijo
afilándole la mirada en tono de reclamo. <Espera, ¿me viste llegar y no bajaste
rápido?> respondió para no sentirse vulnerable ante su encanto.

- ¡Ay!...estaba hablando con mi mama sobre ti – sonrió.


- ¿Qué? – asustado - ¿sobre mí? ¿Por qué sobre mí? Oye aun no quiero algo
serio, tengo cosas que hacer, una carrera, dinero, quiero, quiero….

Angélica reía – tanto miedo el tuyo… ¿y esas flores son para mí?

- ¡No! – y las escondió infantilmente, pero era mentira -... bueno si, si son para ti
– se las entregó formalmente, y se dispuso a sembrar la manzanilla – Todo es
para ti.
- ¿así que estudias? - comentó mientras admiraba sus flores
- Pues a veces; cuando estoy aburrido y triste.
- ¿y cuando estas contento?
- Cuando estoy contento camino un montón, con flores en la mano, y busco a una
mujer – Angélica se vio acorralada antes esas palabras.
- Yo también estudio, y soy muy aplicada en realidad.
- ¿Piensas que no lo soy? Soy brillante, mis labios dicen palabras que encantan a
mil personas.
- Eso no te hace brillante, te hace alguien con mucha suerte – retándolo
- No lo sé. Soy el menos indicado para definir la suerte.
- No te he visto bajar a clases esta semana – continuaba
- Yo no te he visto nunca – arremetió él.

Tampoco ella se lo esperaba.


<vine a vivir aquí hace unos meses, antes vivía más abajo, cerca de la ciudad, por eso
no me has visto >

- Yo no siempre estudio, a veces no le hallo sentido – también confesó el.


- ¿Por qué piensas así?
- No sé, uno piensa lo que alcanza a entender ¿no deberías estar en clases ya?
- Si, ya voy atrasada, me voy en el bus que baje.
- Es lo bueno de ser como yo, nunca te atrasas. A veces simplemente no quieres
llegar.
- Así deben hablar los orgullosos – eso lo trastrabilló.
- Perdón. No quise sonar orgulloso ante usted. Quise parecer suficiente.
- ¿Suficiente para qué?
- Para …

Lorenzo sabía que no tendría otra oportunidad. Empezó a declamar así:


Para dibujar con palabras lo que solo se siente con caricias, para ser una montaña y
ser un río, para ser lo que usted necesite. Si el cariño se riega como el agua de arroyo
¿Por qué no todos van a él cuando se quiere ser feliz? Todo es amor en la vida – se
acercó a ella seductoramente – el odio incluso, es amor porque nuestra egoísta
vanidad. Y tú, hoy sabrás porque eres amor. Tu ojos – hizo que sea ella quien precise
sus ojos negros – tus ojos son luz que alumbraría desde el campo hasta la ciudad en la
media noche, tu aroma dejaría sin valor a las rosas. Tu voz secaría los ríos ¡es tan
ardiente! Tu cabello…

- ¡basta!...- suspiró - ¿quieres enamorarme?


- No – sonrió – soy yo quien quiere enamorarse
- ¿De mí?
- Claro, creí que ya me estabas comprometiendo – ella calló unos segundos, sin
poder contener la sonrisa.
- Pues…mi madre vio como llegabas y me pregunto por ti. Fue por eso.
- Ahora estoy en los labios de tu familia, ¡cuánto privilegio!
- Tú te lo ganas, los hombres en general no se atreven a hablar como tú a una
mujer desconocida.
- Creí que ya no éramos desconocidos.
- Ya no somos – ella le miró el cuerpo, el fijó la mirada en las llanuras.
- Cuando era niño cruzaba miradas de amor con una chiquilla bellísima. Mi
cobardía causó que después de unos meses tuviéramos una extraña relación.
No teníamos palabra. Yo era muy callado y esa niña esperaba mucho de mí.
Mucho tiempo después pasé a su lado y le dije < hola amor> y ella tembló, me
regresó la mirada y me lanzó un beso en los aires. La mirada te hace ser
conocido del mundo. De algún modo debías conocerme tú – la palabra flotó en
el aire y en la mente de la chica que calló un poco. Ya la tenía envuelta. Ella
sonrió y contesto:
- Tus historias me dan gracia. Eres orgulloso, pero tu inocencia lo renueva todo.
¿Y qué pasó con la niña? - dijo mientras guardaba sus flores en lo profundo del
terreno.
- Pues ya no era la niña, ni yo el niño. Desapareció como el sol en el ocaso, como
el calor en la tormenta, despareció ella, aunque el que se marchó fui yo – dijo, y
Angélica quiso descubrirlo.
- Y desde entonces ¿no te has vuelto a enamorar?
- Era entonces un niño, y como niño, creí amar muchas veces, pero me hice
hombre cuando el amor se mezcló con el insoportable dolor.
- ¿no es así siempre?
- No lo sé, a veces el dolor del amor es hasta apreciable. Uno cree sentir que en
verdad ama, cuando en verdad sufre. Pero mi dolor, es amor con rencor.
- ¿Pero, que te pasó? Si es que puedo saber. – Lorenzo luchó como titán contra
esa pesadumbre y cambió el tema.
- Podrías, pero entonces tendrías que darme también tu confianza total. Dime,
¿tomarías mi mano y jugarías a descifrar el mensaje de los pajarillos que
cantan? - sonrió – ¡quien no quisiera conquistar el mundo que tiene tu mano!
- ¡Oye! El mundo o las canciones pajarillas son cosas que ni tú ni yo podríamos
conquistar, por eso son invaluables – y le brindó el placer de una risa cómplice.

La chica calló un momento y volviéndole el rostro dijo:


<cuando te vi parecías un hombre moribundo, como miedoso, y ahora estoy
resistiéndome a no quedar encantada. Flores después de conocerse, un poema en los
labios y manzanillas sembradas en el lindero de mi tierra ¿quién hace eso?>
- Así enamoraba mi padre y así… - no pudo completar <te enamoraré yo>
porque vio un anillo plateado en su mano.

Murió la esperanza. Se calló el silbido celoso de los árboles. El corazón le dolió como
en un infarto de muerte. Trató de respirar, mas, ya no había para qué.

- ¿y así?... ¿te pasó algo? – cantó la dama


- ¿tienes hermanos?
- Uno pequeño ¿por qué?
- ¿Tu madre tendrá nietos?
- ¡que!, no lo sé – se molestó – no te conozco, ¡no me deberías preguntar eso!
- El destino mío está más cerca de los desiertos que de los arroyos.
- ¿y eso que significa? ¿soy acaso como un desierto?
- No significa nada en ti. Soy un desconocido ¿no?
- Y así me intrigas.

Lorenzo bajó tristemente la mirada.


- ¿puedo acompañarle en el bus?
- Creo que después de todo no es buena idea – dijo pálidamente, mientras
miraba la lejanía del asfalto.
- Está bien, para cuando florezca la manzanilla ya se habrá olvidado de mí.
- ¿Quién es usted?
- Un mal hombre que no le hace mal a nadie
- No se ve tan malo. Excepto que enamora en diez segundos y decepciona en
cinco.
- Allí viene el bus.
- ¿bajará en ese? - dijo reconciliándose con la primera impresión.
- No, en el siguiente. Debo buscar algo. – exclamó ya sin mirarla.
- No toque mis flores – se despidió.

***

Yo sé que no debo reprocharle nada. No la conozco. No debo atender el dolor que ella
me causa. ¿De qué hablo?... de un dolor inexistente.
¿Quién ha sido el insensato que lo ha puesto en mi corazón? ¡Necio! La amargura de
por si llueve todos los días ¿y quieres ahogarte en el mar? El amor es tan superfluo.
¿Solo porque sonríe como un pasado feliz? ¿Solo porque parece decir la verdad?

Y yo soy un niño, o más bien quisiera serlo. Olvidarlo todo en una carrera contra el
atardecer. En una búsqueda de libertad detrás de los bosques. Lastimarme el rostro
jugando a ser valiente. Y llegando a casa, ver a mi madre tostando café de haba.

¡Pasen a sus dominios, oh ilusiones de papel! Estaba aguardando una llegada como la
suya. Con tantas promesas entre sus regalos ¿quién sería incapaz de reír? Adornen los
dinteles de mis puertas, las paredes de mi casa con intenciones de vida nueva, estoy
listo, ya no quiero esconderme así.

Más está comprometida. Ha dado a otro la claridad de su voz. A sellado ya sus mejores
días como juramento para alguien más. Desde hoy en adelante el amor no se debe
llamar amor.

La familia del novio llegó una noche silenciosa. Trajeron flores, una canasta de lanas
finas y un poco de vino. Salió la madre a darles la bienvenida. Los sentó en la sala y
hablaron de todos los temas que no tienen que ver con el amor. Seguro que todo fue
un canto de alegría guiado por los padres del novio y escuchados por su madre. Ella
estaba escondida en su habitación, esperando su llamada. Vestida de algodón y lino,
hecha una trenza en el cabello con cintas rosas. – Hija, te llaman afuera – Al salir
saludó a toda la corte de petición, todos desconocidos menos el novio. ¡Hombre de
poca sabiduría que entiendes perfecto lo mucho que ganas! ¡Búrlate del dolor
miserable de aquellos que no hemos ganado el derecho de Dios, de luchar por
nuestros afanes!
Ella no dudó, ni se tomó un segundo para hacer silencio, tímidamente dijo <si> y no
sospechaba que para mí, sería el último día de darle tiempo al tiempo. Le pusieron un
anillo de plata como sello de compromiso. Él se acercó, por fin a su regazo.

¡Bah! Mi alma estaba soñando, mi corazón pensaba que antes de amar, hay primero
que luchar. Olvidaré estos días, antes de que el pasar de la vida me deje olvidado a mí.
¿Será cobarde? …¡es! No hay duda.

***

Al siguiente día bajó a sembrar eucaliptos en una ladera de la quebrada que le


pertenecía.
Después de trabajar bastante y acompañado del candor de la mañana, Lorenzo
descansaba acostado sobre un poncho rojo y con un sombrero que le tapaba el
mentón. Miraba las aves que de vez en vez pasaban cantando “amor, amor; amor,
amor”. Muy lejos, toda natural, estaba Angélica cortando hierba al otro lado de la peña.

- ¡Antes no la conocía y ahora no puedo dejarla de ver! – se quejó.

Prefirió irse. Sin embargo cuando ella lo descubrió, gritó: <Hey, hola… Lorenzo…>
Volvió la mirada humillada. Ella rebosaba de alegría por haberle visto. < Sufro en
balde, voy a enloquecer solo> pensó.

Angélica le hizo gestos para que cruce la quebrada.


Lo hizo. Estaba dominado por una fuerza que ni si quiera necesitaba comprender.

- Ay hola – dijo ella encontrándole. Su rostro níveo parecía pedirle el favor de


que no le abandone.
- Como está – respondió el, apagado.
- Creo que insistes en que nos veamos.
- Pues… no lo crea – dijo él y ella entristeció.
- ¿Qué te pasa?
Pensó un poco, la vida no es ni el pasado, ni el futuro, ni reglas ni el rompimiento de
ellas, es solo ese instante que ya no volverá jamás. La adrenalina corrompió su sangre
y como si fuera un desquicio sexual terminó de olvidar su razón.
- Subamos a la cima de esa loma – dijo.
- ¿para qué?... – miró el copete de la elevación, pero no dudó – está bien vamos,
está muy alta, pero no tengo nada por hacer - ¡ah! Si lo mismo respondiera al
hablar de compromisos. < ¡No tengo nada por hacer!>

En efecto la colina era muy alta.

- ¿Por qué confiaste tan pronto en mí?


- Porque eres un mal hombre, que no le hace mal a nadie – sonrió y empezó a
correr como lo hacen las niñas llamando a su primer amor, para que las persiga
por el campo.
- ¡espérame! – gritaba Lorenzo, siguiéndole el juego.
- No, seré la primera.
- No lo creo, yo sé de esto. Subo desde que era un niño.
- Ja, yo empiezo ahora y ya soy mejor que tú.

Cuando iban llegando a la cumbre, Lorenzo se cegó por su ilusión. Quizá las
perspectivas personales son mentiras. Quizá ella debía decirle que su verdad es la
verdad y que las heridas deben doler.

La detuvo de su frágil mano y de un solo tirón la trajo tiernamente a su pecho. Ella


vestía una blusa de botones redondos de tal manera abiertos que dejaban admirar sus
virginales senos. Además, una ligera chompa de lana, verde como las hojas de limón
tierno.

- Mira todo el campo – mostraba con su índice la llanura extendida bajo la


sombra del cielo - ¿te gusta?
- Sí, me encanta - y no se apartaba de el – es bellísimo – sus ojos negros hacían
sombra y el rímel en sus pestañas se pausó un momento en la pasión de
Lorenzo.
- Tu eres sin duda, más hermosa – concretó.
- ¡ay! Que cosas que dices tú – respiró el calor de su compañero.
- ¿sabes que el amor es como el campo? – el hombre estaba seguro de lo que
decía.
- ¿por qué?
- Porque el campo es libre y siempre dispuesto a dar algo, algo más de lo que a él
le dan; así mismo es el amor.
- ¿Cómo enamoras en diez segundos? – ella estaba quizá más encantada que él.
- Dime tu ¿Cómo enamoras con la mirada? – trataba de mimarla con las palabras
- Porque debes saber que si algo me conmovió ese primer día que te vi, fue tu
mirada. Sentía que me llamaba y yo, entre sueños, he ido en su búsqueda.
- ¡Ay! Hombre imprudente. No quisiera decir como es para mí, la bravura de tu
voz. Brota de mi espíritu un fervor incomprensible.
- Flor blanca, alza tus ojos al sol. Hoy retoñaras por primera vez.
- No digas tus secretos frente a mi boca. Muero de vergüenza.

Otra vez se cruzaron sus pupilas. Se agitó su respiración y ella sintió el calor
abrazador de su piel. Su corazón bramaba de excitación. Angélica era infinita como la
libertad de las llanuras.
Lorenzo alcanzó a dar gracias a sus antepasados por haber escogido su hogar en ese
valle. Quizá ese anillo lo encontró en la espina de una cabuya, donde los amantes
desdichados suelen dejar esos pendientes tras el arrebato de la amargura. Quizá el
campo, en verdad sea puro.

Con sus manos rodeo las perfectas caderas de la mujer. La invadió con su cuerpo. Ella
lo tomó de la mano izquierda y cerró mágicamente los ojos. Lorenzo la apretó a su
pecho y la sintió con gallardía. Estaba enloquecido por saborear la embriaguez que el
néctar del sabor de Angélica debía engendrar. Ella tocó su cuello con los labios, él le
dio un largo beso en la mejilla. Conoció su aliento íntimo y confidente. A ella le quebró
tanto el paseo de los besos en su rostro que abrió la boca tratando de no asfixiarse en
su propia demencia. Lorenzo creyó que se iba a morir. ¡Que se detengan las ciencias,
que las búsquedas se den por fracasadas, que los hombres se estremezcan ante mi
dicha; ya me ha curado el amor!

Pero al cerrar los ojos, las cadenas amargas de la moral y el pasado le sembraron en el
miedo, vio una iglesia vieja, extremada en su decoro con tulipanes y claveles, cientos
de personas hablando a unísono, y entre sus voces negras, ningún discurso invocando
su nombre de hombre abandonado. Tuvo mucho miedo; no la besó.
Respiró enojado sabiendo que la oportunidad se terminó de morir. Y para
derrumbarlo todo, dijo sin preguntar: <que significa ese anillo>

Angélica no habló, quiso que su silencio se lo explicara. Pero no tiene gusto la razón
con los labios que se callan.
Una vez muerto el entusiasmo Lorenzo dio media vuelta y alzo sus ojos al cielo. <Si no
vas a decirme la verdad, al menos mátame con una mentira dulce>
- ¿en serio quieres escuchar? – se apartó un poco y mantuvo la mirada al suelo -
¿lastimarte por una ilusión que ni comprendes?
- sí, dime si debo arrepentirme y pedir perdón mil veces al cielo.
- Hay cosas peores por las cuales uno debería pedir perdón – dijo irritada y,
disminuyendo cruelmente su voz, confesó: no lo veo casi todo el mes, es militar,
nada más… lo demás, tú lo sabes – Lorenzo apretó los dientes conociendo un
nuevo nivel de pesadumbre y cerró los ojos alzando la cara al cielo.
- Oh Angélica, que ingenuo y torpe es mi corazón, ¡porque no supe que llegue
tarde!
- No es tu culpa ni tu error, un día es bello en tu nombre y otro es triste en el
mío. Pero no es culpa de nadie.

Se desesperó. Al volverle la mirada le tomó de la mano. Sus ojos eran los de un niño
pobre que ruega por caridad.

<No quieres hacerlo, lo sé. Tu corazón se hizo para enamorarse de mis ojos. ¡No te
cases!> Apretó sus dedos y besó eufóricamente su muñeca.

- ¿cómo has dicho? – sin retirarle la mano.


- Mira a los lejos – rogó, fijando un punto claro. La muchacha obedeció la queja.
- ¿Qué hay? – y se le regó un hilo de lágrimas que se escapó de su barbilla.
- Allá esta mi casa, blanca y grande, de techo nuevo. Es abrigada en la noche y
templada en los días de mucho sol. Cerca del camino y a la vez, con un patio en
la parte de atrás escondido entre tilos que yo mismo sembré para que uno
pueda sentarse y descansar sin que nadie observe. Atrás también hay tierra
para sembrar hierba y capulí.
- Ay, ¿qué quieres decirme? – dijo aún más agobiada.
- Que si te puedo enamorar en diez segundos, puedo hacer que te enamores
todos los días y para siempre. Tengo todo para hacerte feliz. Tengo libertad.
- ¡No me digas eso por favor te lo suplico! – abatida
- Dame una respuesta.
- No te puedo dar mi palabra
- ¡Por qué!
- ¡Porque ya prometí! Dime tu ¿puedo yo romper una promesa?
- ¡Promesas, promesas!, una promesa no está por encima de la alegría.
- ¿y que está por encima de la dignidad de una mujer?

Callaron, y ante el desconsuelo de la situación, bajaban a la pampa donde se


encontraron. El silencio era cómplice de la herida de sus corazones. Sin que ella se dé
cuenta, él la estudiaba desde la coronilla hasta los pies. Sus manos que se dejaban
llevar por el viento y sus pasos que lastimaban apropósito el suelo que los veía sufrir.
Angélica empezó a temblar de angustia porque el abrió la herida que estaba
sangrándole en silencio y mascullando groserías contra su circunstancia.

- ¿lo amas? – encaró el con más decisión.


- ¿eso importa? – ella estaba destrozada.
- El amor importa casi siempre – y tocó suavemente su hombro. Ella se acurrucó
haciéndole ver que si la seguía tocando la iba a quebrar.

Se escuchó a lo lejos el escuálido arrastre de la acequia.

- ¿Cómo has hecho para que te tenga tanta confianza?


- Te regalé un ramo de flores – respondió totalmente entregado y ella dibujo
una pequeña sonrisa herida – si la acequia fuera más grande me metiera ahora
porque está quemando el sol.
- ¿Con esa inocencia supiste comprarte mi voluntad?
- ¡no! Tu voluntad ya era mía, o eso creí y por eso vine. Tú me esperabas aunque
no lo sabías. Todo estaba decidido.
- Ay, hombre malo – dijo acabada de tristeza - ¡es imposible!
- Lo dices así, no por convencerme, sino por lastimarme.
- Yo no soy alguien que tenga el poder de lastimarte, solo… ¡entiéndeme!
- ¡qué quieres que entienda! – dijo alejándose un poco para hablar más fuerte -
Tú anhelas querer, pero sientes que debes negarlo. Quieres ser feliz pero dices
que estas obligada a tener cadenas.
- ¡los compromisos cumplidos no pueden ser cadenas!
- Cuando cumples por obligación, hasta los triunfos son grilletes de oro. Se vive
tras rejas de plata y solo se mira el mundo a través de una ventana de
diamantes.
- ¿Por qué dices que no quiero hacerlo? ¿Por qué hablas sobre cosas que no son
permitidas?
- ¡porque no quieres! ¡niega entonces que te has enamorado hoy! – dijo mirando
esos labios que si otra vez concedían la oportunidad, no solo los besaría, sino
que mordería a muerte.
- ¡Niega tú que lo que dices es una locura! Que sería yo una insensata si te digo
palabras de amor y tú serías como un maleante que trata de alargar su mano
hasta frutas ajenas. Vamos niega que el amor así, no tiene perdón.
- ¡Ay de mí!... el amor y el perdón. El amor jamás debería suplicar perdón.
Ella notó la cercanía de la pampa y detuvo su andar. Lorenzo no supo si corresponder
el acto o acelerar el paso para terminar de una vez, lo que debía terminar. Empero fue
ella quien se detuvo por completo y se sentó en una roca que estaba cerca. Bastó con
levantarle la mirada al hombre para que su corazón arda en deseos de abrazarle como
lo habría hecho su padre cuando joven.

- Si fuese al revés, y habla con el corazón…. ¿dejarías una promesa como esta? –
arremetió ella, tratando de librarse de esa cruz.
- ¡ah!... – lo meditó bastante, bajó la cabeza y se acarició los cabellos – Quizás no
– acabó diciendo.
- Entonces ¿Por qué me acongojas con tus palabras?
- Pues porque… - trató de decirlo de puro impulso.
- ¿dirás que me amas, aun con lo poco que me conoces? Por favor, no te portes
como los tontos – terminó ella.
- ¿Es que no oyes el canto de los amantes antiguos coreando tu nombre, el mío y
el de esta montaña? ¡Es que ignorarás que de repente explota el amor en ti y en
mí!
- Basta por favor, además, tú mismo has dicho que en mi situación no
abandonarías lo prometido.
- Es distinto. Si fuera al revés tú no me buscarías como lo hago yo.
- Créeme, si fueras tú el comprometido, yo estaría cada mañana en la puerta de
tu casa, rogándote que me des a mí, el trabajo de tus manos y la espera de tus
días; y si decidieras no estar conmigo, preferiría que te vayas lejos para mitigar
el dolor de despertar todos los días sin estar a tu lado, sabiendo que
simplemente llegue tarde a tu vida – ya su llanto era desgarrador.
- No sé porque tuve que verte. No duermo por tenerte pintada en mi mente.
- Me pasa lo mismo. Te asomas en mis sueños y al despertar, le ruego a mi madre
que me deje dormir un momento más. El día que te conocí era otro más de
sinsabor y miedo. Y hasta creí verte en mis sueños antes de conocerte. ¿Qué
quieres que haga? El desamor y la tristeza son dos palomas que vuelan juntas
eternamente.
- Te necesito, ay, y aún no lo sabes. Eres tan extraña que siento muy natural esta
necesidad por ti.
- Tú eres el extraño. Camina, habla y sonríe por las calles y verás que te darán
tanto amor las mujeres, que ni recordarás mi nombre.
- Si conocieras mi soledad no me dejarías así. Ni me dirías eso.
- Si tú conocieras mi vida. No me acorralarías entre los sueños y la realidad.
Dejarías que sufra.
- ¡Cómo hacerlo! ¡eres una paloma delicada entre mis manos! No sé, no sé…solo
dime algo asesino; que día serás señora.
- ¿Qué afán del corazón por valorar los sufrimientos?... eso es algo que no oirás
de mí.
- En un mes, lo siento así y no lo niegues. Por eso arreglan esa vieja capilla del
demonio… - descargó su enojo – arranca la manzanilla que he sembrado,
siembra en su lugar ortigas para que quien no se de ti, se lastime y se marche.
Yo me iré también, haz de cuenta que dejaste un pétalo en medio de la noche.
Ya jamás me recordarás.
- ¿A dónde irás? – y cerró los ojos para que no se le escaparan las lágrimas. Pero
dejó caer las más ardientes - ¡dime a donde irás!
- Que castigo me impone el cielo. Mirar que de tus ojos tan dulces broten
lágrimas tan amargas, esto ya es más grande que lo puedo soportar, mejor no
lo sepas.
- ¡No digas eso! Como puedes tu saber lo que es mejor para alguien. Hoy no seas
orgulloso ¡Debes decirme!
- ¿Por qué?
- Porque yo… - trató de decirlo.
- ¿dirás que me amas con lo poco que me conoces? – terminó el
- ¡No sabes cuánto quisiera portarme como una tonta y decírtelo!
- ¡Cuán admirable es tu voluntad! El amor que se calla es como una mentira –
ella no lo soportó.
- ¡Porque me atormentas así! ¡Hipócrita, si tanto me amas, porque no me
besaste! – dijo llorando - ¿no hablas de romper cadenas?
- Porque no sabía nada, y temí hacerte daño. Y sabe Dios que no te haría daño.
¡Perdona mi locura entonces! - y se resignó - ¡Ya lo prometiste, ya está hecho!
Yo también te lo prometo, me iré.
- Vete entonces, pero si eres tan cobarde como para partir en silencio, no toques
mis manzanillas – no dejaba de llorar.
- Esa mujer de lejos, te viene buscando, ha de ser tu madre. Adiós – y hasta las
lágrimas entraron en su boca.
- Espera…espera – buscándole con su mano – Ya no quiero pensarte.
- Ya no me pienses.
- Aunque será imposible, eres encantador ¿no? – trató de reír.
- Solo soy un mal sueño que no se termina – y mirando al cielo mientras se
alejaba concluyó - Se feliz.

***

Ella es como una flor que jamás se marchita. En el amanecer de su adolescencia, su


ventana se llenó de cantos de amor. Su rostro se fue haciendo más hermoso y más
intenso cada año. Un hombre llegó a su vida sin dudar sus intenciones y le mostró los
secretos del corazón. Le dijo al oído que la cuidaría eternamente y, como niña, ella le
regaló la fortuna del compromiso. Pronto notó que entregar una vida debe
corresponder más a una firmeza que a una ilusión.

Sale cada mañana al campo azul, y pasa el tiempo regando gota a gota la manzanilla
que sembró Lorenzo, su mente se deja volar.
Es la más preciada joya de su madre. Sus hermanos la cuidarán todos los días hasta
cuando la cuide un hombre. Su padre la adora. Cada año nuevo le regala un vestido
brillante adecuado para su edad. Pero desde hace poco siente que ningún vestido le
será suficiente, que vivirá desnuda como la luna, presa de un hombre que jamás se
arrodillaría a robarle una flor a la tierra.

Se escapa en la noche al terreno de hierba, cierra los ojos dejando que el viento le robe
el beso que el no supo llevarse. Abre su corazón como una caja reservada, esperando
que el ponga en ella, un poco de ese amor desafortunado. ¿No lo perdonaría Dios? ¿No
bendice Dios todo amor engendrado bajo el vasto cielo?

<Madre mía, tu que me diste la vida, dime ¿en dónde estará mi felicidad? Se asoma y
se esconde, burlándose de mi experiencia. Hermanos míos, esperaré tras de ustedes
mientras mis manos necesitan sostenerse, mientras mis piernas no reconocen el
camino correcto. Familia mía, no seré mujer mientras no ame a un hombre. ¿Es que no
miran que mis labios han querido hablar desde siempre y ustedes no hacen sino
refugiarme en sus cuidados? ¿Es que no comprenden que apenas hoy me he
enamorado? Mis manos son débiles y no podré cargar con el peso de una vida
equivocada

¿Quién hace caso a la decisión de una niña?...me abofetea el corazón… ¿y si el jamás


sabe cuánto maduró su manzanilla? ¿Y si no sabe que brilla en la tierra cual estrella
lactante? ¿Si no vuelvo a ver sus ojos de lobo desafiante?... mi corazón morirá.
No tiene nada de especial mi voz, nadie debería escucharla, pero su voz, oh hermanos,
su voz parecen cinco siglos de indios presos exigiendo libertad, sus espaldas firmes,
su porte imperial. Sus manos pueden detener el tiempo con solo una petición de mi
boca. ¿Oh madre mía, porque no se lo pedí?
Si hubieras visto como hería la tierra y como la sanaba>

Desde muy niño Lorenzo supo que se quedaría sin familia. Salía a las montañas a
pedir la libertad. Ponía bloque sobre bloque para levantar un muro. Llamaba con su
voz al levantamiento de sus amigos. Nunca pudo cuidarse de lastimar el corazón
ajeno. Un mal paso de su cuerpo y una maldición, lo dejaron solo. Y la premonición de
una vida destinada al fracaso, se empezó a cumplir. Creía que a nadie le importaba su
ilusión partida, de nadie pedía rescate. Solo al tiempo lo llamaba con su hora de
muerte. No tuvo de donde salir orgulloso y hoy no tiene arma para defenderse.

…<en algunos sueños ella se materializa, desde los vientos arenosos a los senderos de
piedra, y sus labios son como un incendio quemando mi piel de indio. Familiares
míos…una palabra de su boca, una lágrima de sus ojos o un beso de sus labios, me
curaría completamente. Es una mujer que le da el color que quiere a las llanuras solo
con mirarlas. Ni un beso mío, ni mil de ellos le arrebatarían lo especial. Familia mía,
deberían mirarla junto a mí, pero no están aquí, no pueden amarla conmigo, ¿quién
sabe si miran la agonía de mis entrañas? A mis anchas se envuelve la sombra de su
recuerdo. Soy arena, o soy piedra, o un camino que por falta de andantes, se pierde día
con día, hasta desaparecer

¡Ah! Quizá Dios solo bendice los amores correctos. ¿Es que soy un niño que no ha
sufrido suficiente desilusión? ¡Es culpa mía; insensato! Uno mismo se apuñala cuando
ama sin sentido. Uno mismo se corta un poco de piel para observar con los ojos
impávidos, la inexorable muerte. ¡Oh Werther, amigo mío, cuán dichoso tú, que al
menos entregaste el alma habiendo probado los labios de tu amada!>

***

Hace un año, mientras el pueblo vivía sus fiestas, llegó el hombre desde la ciudad.
Huérfano de padres y solitario de hermanos, condenado al naufragio diabólico de la
soledad. Las muchas voces que lo llamaban se habían apagado.

Su primera idea fue morir de dolor y descuido propio, así que se entregó al amargo
compromiso de no dejarse ayudar. Su cuerpo recibió pronto los golpes de la falta de
salud y se generó en su ser, un delirio de persecución enfermiza. Las tinieblas le
talaban los huesos. El brillo del sol lo cegaba y hacía arder su corazón tan fuerte que
quería arrancárselo con una rama de capulí. La bulla incomprensible del pueblo lo
asqueaba. Dejó de salir, comía cada vez menos y cada vez se enfermaba más.

Todo el campo le recordaba su familia: su padre y la descomunal fuerza del frío. Su


madre y la pureza de los andes. Su hermano y las inmensas montañas que soñaban
algún día conquistar. Sus hermanas y la hermosura de las cosechas abundantes.

Sin embargo la muerte tardaba en atenderle. De tiempo en tiempo tenía chispas de


nueva vida. Pero no tenía la suficiente fuerza. La casa se fue carcomiendo a sí misma y
con ella, los ojos de Lorenzo ya no miraron la diferencia entre el orden y el caos.
Lloraba en todos los rincones, pero no salía, confiaba que la locura sea buena asesina y
que por fin, después de toda una vida de ansiedad, encuentre la paz.

Las noches eran lo peor. Trataba de leer algunos libros para que no se pudran en los
cartones, barrer la cocina o embriagarse. Pero ya en la cama solitaria, olvidaba todo lo
que había hecho por distraerse y se daba por completo al dolor ardiente que no le
dejaba dormir como Dios manda. Y que nunca más le dejó dormir bien, hasta el día de
su muerte.

Algunos pocos días, sentía ánimos y empezaba algún proyecto que quizá lo salve. Tuvo
una granja avícola, cuidó algunas mascotas por poco tiempo, pero los animales no son
humanos. Así de simple.

Algunas mañanas comía una piña entera, guardaba un par de mangos en una mochila
y salía a conocer las lomas que miraba en el horizonte. Volvía en la madrugada, tan
cansado, que ya solo podía dormir.
A veces, al salir a la ciudad, sacaba mucho dinero del banco y lo gastaba comprando
objetos inservibles que se le antojaban de gran utilidad.
Cuando los pies le reventaban de cansancio, se subía a un bus, y salía de viaje a
conocer la magnificencia de los ríos del oriente. Pero no duraba mucho tiempo alejado
y volvía a su tierra pidiendo perdón. Perdía la noción de la realidad admirando
fotografías. Gritando, donde, como y porque se tomó la foto. Repitiendo
conversaciones familiares en voz alta, que si no te vas rápido no te doy de comer, y
que si tú has cogido mi perfume y lo has roto, o déjame dormir un poco más. O donde
estás, ¿Por qué no has regresado?
A veces dormía en un hotel de la ciudad.

Una mañana luminosa creyó escuchar con lucidez, que su madre estaba en la cocina
preparando un desayuno sabatino como siempre. La luz del sol le entibió los ojos con
tanta firmeza que no dudó en sonreír tranquilo, pensando que todo lo sufrido, no fue
más que un pesado sueño demasiado real. Apretó sus dientes unos segundos y tembló
de infantil emoción. Salió excitado a saludar a su familia, pero afuera de su cuarto solo
encontró la burla de su mente contra el mismo. La casa estaba tan gris, que hasta la luz
solar ya no quería entrar. Ya para entonces estaba tan cansado de llorar que solo se
arañó la piel hasta pelarse con las uñas y la sangre se regó a través de sus puños. Cayó
al suelo y no se movió todo el día y toda la noche.

Las últimas semanas ya no visitaba las llanuras ni los ríos. No podía reconocer su
propio estado de ánimo, no sentía el cansancio ni el hambre; solo atendía un fastidio
cosquilleo que le incendiaba en la punta de sus extremidades. Bajaba a la ciudad con la
firme intención de traerse un último recuerdo, porque se prometía que ya jamás
volvería a salir. Que solo esperaría la lenta muerte. Dormía llorando y se despertaba
mascullando maldiciones. Las últimas semanas solo desayunaba algo de fruta y dejaba
que en la noche, la debilidad lo durmiera.

Tocó fondo una madrugada cuando al ser despertado por una tormenta, se encontró
caminando descalzo en dirección de Riobamba. Volvió a su casa como si nada, y se
cobijó. < Es que así lo quiere Dios> repitió hasta quedarse dormido. Una horda de
tormentas desdibujaba ese amanecer. Soñó un poco con una chompa de cuero que
compraría al bajar, había una camisa blanca en raya dorada que quería estrenar. Sería
lo último.

***

La noche anterior al matrimonio Lorenzo cerró con doble candado su casa, tomó un
morral pequeño en donde solo puso dos camisetas blancas, un pantalón y todo su
dinero. Regó lo que quedaba del morocho dentro del corral del cual también dejó
abiertas las puertas y se marchó. Cruzó por algunos bosques para no caminar el
asfalto. Vio un eucalipto que brillaba y trató de escribir en su tronco <te amo,
Angélica> pero no pudo porque creyó que era prohibido. Lanzó dos puñetazos al
viento y otro montón al árbol. Cayó de rodillas y lloró. Allí no podría vivir jamás.

Llegó al asfalto y desde lejos vio prendida la luz de la casa de esa muchacha. Le faltó el
aire. Se detuvo, Riobamba no deslumbraba tanto aquella noche. Sacudió la cabeza
como poseído, la pena de la joven se le pegó al pellejo y la idea de no verla más lo
enloqueció <perdóname Señor> dijo, y subió esa loma con la intención de robarse la
novia de otro. Cruzó sigiloso por detrás de la casa y llegó hasta la ventana de la
señorita.

Estaba sentada frente a un espejo gigante. Su belleza era perturbadora. Angélica se


miraba atentamente el rostro, se besaba la muñeca, se tocaba la cintura y entonces, se
acariciaba el cuello cerrando los ojos. Lorenzo respiró contra la ventana. Soñó:
saldrían a recoger frutilla en la mañana para comerlas en el desayuno. Cuidaría para
ella un terreno de frutas y otro de flores. La ciudad sería como una sorpresa para dos
niños inocentes. Ella le acompañaría cada dos de noviembre y el, cada segundo
domingo de mayo. Al dormir juntos, la abrazaría por la espalda contra su pecho, le
besaría el cuello y en el amanecer jugaría con sus cabellos humedecidos por la noche.
La despertaría tiernamente y le diría <mi vida, afuera llueve como con desprecio.
Sigamos cobijados hasta que salga el sol> <bueno, pero abrázame fuerte>
Pero ¿quién ama tan pronto y quién olvida tan fácil? Que tanto peso podrían tener los
deseos de Angélica. ¡Que tanto Lorenzo los conocería! Por mucho que ella lo espere
llegar como ladrón y que de rodillas le implore irse juntos. Por mucho que susurre su
nombre y le diga: <ven cariño, que me iré contigo> Por mucho que florezcan las
ilusiones, son solo ilusiones.

¡Un bello rostro! ¿Esa es la prueba de un sentimiento superficial? ¡Nadie jamás


perdonará la deshonra! … ni siquiera Lorenzo.
El amor es un riesgo que todo hombre debe tomar alguna vez. Lorenzo acarició con
sus dedos la ventana, y pronto, el cálido aire de su silencioso llanto empañó los
vidrios. Ella creyó notar su presencia y se levantó eufóricamente, no miró la ventana
para aguardar en alta estima la sorpresa, se apresuró a limpiarse las lágrimas con
unos pañuelos húmedos, se quitó los guantes de algodón de las manos, la diadema de
los risos y los tacones de charol. Se puso unas zapatillas. Buscó con locura su abrigo
mejor. Antes de salir, se volvió al armario para sacar una de las flores que él le había
regalado. De un golpe seco abrió su ventana y asomó su rostro al mundo abismal. Una
brisa helada le golpeó las mejillas, su corazón tembló de miedo, miró a todos lados y
quiso gritar su nombre. Ya no lo vio.

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