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Amaneció. Por vez definitiva el hombre despertó de un sueño pesado y triste. El frío
apretaba su cuerpo endeble y conmovido por la tormenta. Su mente aún no reconocía
la totalidad del caos exterior, pero ya sabía que el sinsabor de su dormitar lo
perseguiría por el resto del día. La situación se había repetido, últimamente, todas las
mañanas.
Como era invierno, las heladas invadían el firmamento de la madrugada y una horda
de tormentas desdibujaba el amanecer. La vida se había estancado. Humedades
impropias de la sierra mojaron las paredes de la casa al punto de traspasar su cuerpo.
Por el golpe de la lluvia contra los techos de zinc, supo que esta era cada vez más
delgada y silenciosa.
<Que no dejara de llover> deseó el hombre. El aguacero era una excusa ineludible. No
abrió los ojos ni trató de animarse, en cambio se arrejunto en sí mismo para tratar de
hallar otra vez el sueño, pero ya no pudo; poco a poco fue tomando mejor conciencia
sobre su depresión. Deseó con toda el alma que la lluvia no solo no se detuviera, sino
que se volviera una tormenta apocalíptica y que de una vez y para siempre, nadie más
en el mundo tenga que salir de casa.
Un anciano vecino pasó con su rebaño de ovejas hacia el pasto del otro lado de la
quebrada. El hombre recordó una escena de su padre: levantándose agobiado por lo
tarde que estaría el día si ya había pasado el viejo. Despertando a fuerza de gritos a
toda la familia, dejándose alumbrar por la brillantez de las ventanas. Apretó los puños
tratando de soportar el recuerdo.
Salió al campo sin ningún abrigo. Botó un poco de maíz para sus gallinas, las contó sin
mucha precisión y volvió a entrar. El día estaba claro, pero aún hacía frío.
Como en otros días, este tampoco lo pasaría en casa. Bajaría a la ciudad a comprar
alguna baratija: una camisa, unos zapatos de cuero fino, flores artificiales o algún
adorno inservible que encuentre atractivo. Al regresar, olvidaría lo comprado en algún
rincón de la sala, tomaría un larga siesta, leería las páginas de algún libro viejo o
trataría de dibujar la imagen de una fotografía. Se dormiría muy avanzada la noche,
aburrido y fastidiado, sin haber merendado nada.
Empero se vistió con mucho detalle, por el hecho de que casi toda su ropa era nueva,
era inevitable verse bien.
Bebió un café cargado sin azúcar, comió lo que restaba de una piña y se fue.
Con mucha prisa bajó la loma y cruzó, brincando, una acequia para llegar breve al
asfalto por donde pasaba el bus. Vestía un pantalón obscuro, una camisa blanca con
detalles en raya dorada y estrenaba un sombrero café. Su cuerpo, flaco por los apuros
de su situación emocional, a veces se dejaba quebrar por la sierra culposa. Al caminar,
hacía que el viento le golpee todos los sentidos del rostro. Miraba el horizonte con
determinación, sonreía de improvisto y volvía a mirar, esta vez, con fragilidad. Quería
ser él, tan feliz como cualquiera.
Quiso presumir la gala que por herencia tenía; se sacó el sombrero y dijo con dulce
voz: buenos días dama.
Siguió caminando.
Dejó de mirarla, pero dejar de pensarla ya no pudo. Una última vez volvió a verla para
no olvidar el trémolo de sus facciones. No parecía del mundo. Su mirada quemaba la
tierra.
Pasó el bus.
Sentado y aún encantado, se fijaba en la lejanía de la ciudad. El rostro de la joven le
tomaba por sorpresa, lo abatía y lo entristecía. Lo enaltecía y lo reprimía.
Pensó para sí: < ¿Por qué no ha respondido con el mismo agrado con el que yo la he
saludado? vaya modales los de aquella mujer, ¡porque no le dije nada impactante! Ah,
ella hubiera podido ser muy dulce. Ah, ¿habrase visto mujer tan bella y hombre tan
torpe? >
***
Regresaba a casa pasado el mediodía y conversaba con Dios sobre lo maravilloso que
le fue la niñez, aunque por lo sufrido en los últimos meses, parecía más un reclamo
hacia el Creador que una confidencia. Al pasar por el mismo lugar donde la conoció,
cambió bruscamente el tema:
Llegó a casa. Como quien teme a una pesadilla abrió la puerta y se vio otra vez
desmarañado por los objetos muertos de su hogar.
***
Perdón, perdón. ¡Ah! Ni siquiera sé lo que quiere para mí. Tal vez no deba pensarte, ni
deba hablarle a tu libertad. No amar. A eso me refiero. Pero quizá tu cuerpo de bosque
no tenga las aves recién nacidas que dan aviso del nuevo día…quisiera ser ave.
Quisiera ser la paciencia de un bosque.
***
La muchacha gustó del chiste pero trató de no reírse. Sin embargo su actitud cambió lo
suficiente.
Angélica totalizó su alegría <ay muchacho, ¿Qué hacía por aquí hoy? ¿Vino a verme?
¿Acaso le gusto?> y dejó caer todo eso sobre el sentido pícaro del joven.
Su mente se estremeció. No se esperaba ese tipo de preguntas. Estaba a punto de
hablar sin tener respuesta, pero para su salvación venía, a lo lejos, el transporte.
- El bus ya pasa. Me debo ir, espero verle otro día, por favor acepte las frutillas,
no las puedo devolver ya – le dijo con la mirada fija en el centro de la suya –
¡sonría más! – concluyó.
La ciudad por ese día, volvió a estar llena de gente. Volvieron las vías a llevar a algún
lugar y la gente volvió a ofertar a viva voz en los mercados.
El camino era una cuesta lúgubre y extensa. Si no estaba llena de cercados, estaba
abrumado del cielo. La falta de iluminación pública y la abundancia de bosques que
se cobijaban de la luz de la luna, impedían que algo de claridad se regara a través de
las ramas de su cuerpo. Siempre le había aterrado ese sendero. Trataba de mantener
la calma al caminarlo, pero hasta el más pálido movimiento de los árboles golpeados
por la brisa, le sobresaltaba. Es la condena que tiene la soledad: siempre tendrá el
color de las penumbras. Jamás ese camino se sentiría igual que antes, pero el temor
más grande de Lorenzo, era que inevitablemente siempre lo volvería a andar.
Una sombra blanca de su misma forma corporal caminaba como junto a él. Al notarla,
se terminó de perturbar y no le pudo volver la mirada. Trató de hablarle como si
tuvieran cordialidad.
Un río pequeño baja directo del Chimborazo, los primeros pueblos lo usan: un poco
para el riego y otro poco para el consumo. Los pueblos más bajos han hecho una
acequia de cemento para que el agua ni se pierda ni se ensucie, entonces solo se usa
para el riego. Pasa justo al borde de los terrenos próximos al camino, por esta razón
esas tierras son tan verdes y productivas.
Los niños se divierten haciendo que dos hojitas de eucalipto compitan en la acequia
por llegar primeras a una meta imaginaria. Los jóvenes tristes, lanzan en la corriente
una piedra para ver si esta se la puede llevar, cuando lo hace, lanzan una más grande
para conocer su capacidad real de arrollamiento. Los adultos toman un poco de agua
en sus manos y se remojan la cabeza.
Lorenzo buscaba con la mirada una piedra para echarla a la corriente, solo para
perder un poco del tiempo nocturno. Encontró una mediana que reposaba al borde del
terreno y al tomarla, una funda vacía salió volando por la fuerza del viento. Era su
funda de frutillas. ¡Tan bendecida en su falta de libertad, dejando una estela de luz en
su camino de despedida! Ella había aceptado el regalo y dejó la funda bajo la piedra,
sabiendo que de alguna forma, el alcanzaría a percibir esa celestial manera de decir
<gracias>.
***
Cuatro días después, volvió a bajar. Con un ramo de flores y un atado de manzanillas
para sembrar. Sabía que ella estaría allí. Desde lejos su cuerpo ya temblaba cual niño
que se acerca a su primer amor. El frío se sentía más intenso, y sus ojos parecían dos
azulejos que se pelean volando a lo largo de los terrenos.
Sin embargo una vez rendido, comenzó a caminar en dirección de la urbe, gastó una
última mirada en todo su entorno. Un poco de cielo, un poco de montes, algunos
caminos perdidos que usan los ladrones de otros pueblos y nada más. No había caso,
esa misma tierra bendita ya no atendía sus peticiones.
Gastó otra última intención en las montañas más lejanas: el Chimborazo en un beso
lento con las nubes, las montañas sin nombre con su espera patética y eterna, y
lejanamente un fantasma blanco, que si no era la muerte en forma de alegría debía ser
ella. Su corazón ya no supo cómo reaccionar. Pasó mucho tiempo antes de que la
emoción vuelva a percibirse tan ardiente. ¡Angélica caminaba sobre una tierra que no
parecía digna de sus pisadas! Ciertamente vivía, y todo lo soñado se mezclaba fácil,
con todo lo que querido. ¡Cuán sublime era esperarla como a una novia que asiste por
fin, al anhelado altar!
Al llegar a él, dijo con enorme sinceridad: <Lorenzo>
< Vivo en esa casa, arriba en la loma y desde ahí se ve de dónde vienes y todo lo
demás. Vi cuando llegaste, cuando me buscaste y como pretendías irte> dijo
afilándole la mirada en tono de reclamo. <Espera, ¿me viste llegar y no bajaste
rápido?> respondió para no sentirse vulnerable ante su encanto.
Angélica reía – tanto miedo el tuyo… ¿y esas flores son para mí?
- ¡No! – y las escondió infantilmente, pero era mentira -... bueno si, si son para ti
– se las entregó formalmente, y se dispuso a sembrar la manzanilla – Todo es
para ti.
- ¿así que estudias? - comentó mientras admiraba sus flores
- Pues a veces; cuando estoy aburrido y triste.
- ¿y cuando estas contento?
- Cuando estoy contento camino un montón, con flores en la mano, y busco a una
mujer – Angélica se vio acorralada antes esas palabras.
- Yo también estudio, y soy muy aplicada en realidad.
- ¿Piensas que no lo soy? Soy brillante, mis labios dicen palabras que encantan a
mil personas.
- Eso no te hace brillante, te hace alguien con mucha suerte – retándolo
- No lo sé. Soy el menos indicado para definir la suerte.
- No te he visto bajar a clases esta semana – continuaba
- Yo no te he visto nunca – arremetió él.
Murió la esperanza. Se calló el silbido celoso de los árboles. El corazón le dolió como
en un infarto de muerte. Trató de respirar, mas, ya no había para qué.
***
Yo sé que no debo reprocharle nada. No la conozco. No debo atender el dolor que ella
me causa. ¿De qué hablo?... de un dolor inexistente.
¿Quién ha sido el insensato que lo ha puesto en mi corazón? ¡Necio! La amargura de
por si llueve todos los días ¿y quieres ahogarte en el mar? El amor es tan superfluo.
¿Solo porque sonríe como un pasado feliz? ¿Solo porque parece decir la verdad?
Y yo soy un niño, o más bien quisiera serlo. Olvidarlo todo en una carrera contra el
atardecer. En una búsqueda de libertad detrás de los bosques. Lastimarme el rostro
jugando a ser valiente. Y llegando a casa, ver a mi madre tostando café de haba.
¡Pasen a sus dominios, oh ilusiones de papel! Estaba aguardando una llegada como la
suya. Con tantas promesas entre sus regalos ¿quién sería incapaz de reír? Adornen los
dinteles de mis puertas, las paredes de mi casa con intenciones de vida nueva, estoy
listo, ya no quiero esconderme así.
Más está comprometida. Ha dado a otro la claridad de su voz. A sellado ya sus mejores
días como juramento para alguien más. Desde hoy en adelante el amor no se debe
llamar amor.
La familia del novio llegó una noche silenciosa. Trajeron flores, una canasta de lanas
finas y un poco de vino. Salió la madre a darles la bienvenida. Los sentó en la sala y
hablaron de todos los temas que no tienen que ver con el amor. Seguro que todo fue
un canto de alegría guiado por los padres del novio y escuchados por su madre. Ella
estaba escondida en su habitación, esperando su llamada. Vestida de algodón y lino,
hecha una trenza en el cabello con cintas rosas. – Hija, te llaman afuera – Al salir
saludó a toda la corte de petición, todos desconocidos menos el novio. ¡Hombre de
poca sabiduría que entiendes perfecto lo mucho que ganas! ¡Búrlate del dolor
miserable de aquellos que no hemos ganado el derecho de Dios, de luchar por
nuestros afanes!
Ella no dudó, ni se tomó un segundo para hacer silencio, tímidamente dijo <si> y no
sospechaba que para mí, sería el último día de darle tiempo al tiempo. Le pusieron un
anillo de plata como sello de compromiso. Él se acercó, por fin a su regazo.
¡Bah! Mi alma estaba soñando, mi corazón pensaba que antes de amar, hay primero
que luchar. Olvidaré estos días, antes de que el pasar de la vida me deje olvidado a mí.
¿Será cobarde? …¡es! No hay duda.
***
Prefirió irse. Sin embargo cuando ella lo descubrió, gritó: <Hey, hola… Lorenzo…>
Volvió la mirada humillada. Ella rebosaba de alegría por haberle visto. < Sufro en
balde, voy a enloquecer solo> pensó.
Cuando iban llegando a la cumbre, Lorenzo se cegó por su ilusión. Quizá las
perspectivas personales son mentiras. Quizá ella debía decirle que su verdad es la
verdad y que las heridas deben doler.
Otra vez se cruzaron sus pupilas. Se agitó su respiración y ella sintió el calor
abrazador de su piel. Su corazón bramaba de excitación. Angélica era infinita como la
libertad de las llanuras.
Lorenzo alcanzó a dar gracias a sus antepasados por haber escogido su hogar en ese
valle. Quizá ese anillo lo encontró en la espina de una cabuya, donde los amantes
desdichados suelen dejar esos pendientes tras el arrebato de la amargura. Quizá el
campo, en verdad sea puro.
Con sus manos rodeo las perfectas caderas de la mujer. La invadió con su cuerpo. Ella
lo tomó de la mano izquierda y cerró mágicamente los ojos. Lorenzo la apretó a su
pecho y la sintió con gallardía. Estaba enloquecido por saborear la embriaguez que el
néctar del sabor de Angélica debía engendrar. Ella tocó su cuello con los labios, él le
dio un largo beso en la mejilla. Conoció su aliento íntimo y confidente. A ella le quebró
tanto el paseo de los besos en su rostro que abrió la boca tratando de no asfixiarse en
su propia demencia. Lorenzo creyó que se iba a morir. ¡Que se detengan las ciencias,
que las búsquedas se den por fracasadas, que los hombres se estremezcan ante mi
dicha; ya me ha curado el amor!
Pero al cerrar los ojos, las cadenas amargas de la moral y el pasado le sembraron en el
miedo, vio una iglesia vieja, extremada en su decoro con tulipanes y claveles, cientos
de personas hablando a unísono, y entre sus voces negras, ningún discurso invocando
su nombre de hombre abandonado. Tuvo mucho miedo; no la besó.
Respiró enojado sabiendo que la oportunidad se terminó de morir. Y para
derrumbarlo todo, dijo sin preguntar: <que significa ese anillo>
Angélica no habló, quiso que su silencio se lo explicara. Pero no tiene gusto la razón
con los labios que se callan.
Una vez muerto el entusiasmo Lorenzo dio media vuelta y alzo sus ojos al cielo. <Si no
vas a decirme la verdad, al menos mátame con una mentira dulce>
- ¿en serio quieres escuchar? – se apartó un poco y mantuvo la mirada al suelo -
¿lastimarte por una ilusión que ni comprendes?
- sí, dime si debo arrepentirme y pedir perdón mil veces al cielo.
- Hay cosas peores por las cuales uno debería pedir perdón – dijo irritada y,
disminuyendo cruelmente su voz, confesó: no lo veo casi todo el mes, es militar,
nada más… lo demás, tú lo sabes – Lorenzo apretó los dientes conociendo un
nuevo nivel de pesadumbre y cerró los ojos alzando la cara al cielo.
- Oh Angélica, que ingenuo y torpe es mi corazón, ¡porque no supe que llegue
tarde!
- No es tu culpa ni tu error, un día es bello en tu nombre y otro es triste en el
mío. Pero no es culpa de nadie.
Se desesperó. Al volverle la mirada le tomó de la mano. Sus ojos eran los de un niño
pobre que ruega por caridad.
<No quieres hacerlo, lo sé. Tu corazón se hizo para enamorarse de mis ojos. ¡No te
cases!> Apretó sus dedos y besó eufóricamente su muñeca.
- Si fuese al revés, y habla con el corazón…. ¿dejarías una promesa como esta? –
arremetió ella, tratando de librarse de esa cruz.
- ¡ah!... – lo meditó bastante, bajó la cabeza y se acarició los cabellos – Quizás no
– acabó diciendo.
- Entonces ¿Por qué me acongojas con tus palabras?
- Pues porque… - trató de decirlo de puro impulso.
- ¿dirás que me amas, aun con lo poco que me conoces? Por favor, no te portes
como los tontos – terminó ella.
- ¿Es que no oyes el canto de los amantes antiguos coreando tu nombre, el mío y
el de esta montaña? ¡Es que ignorarás que de repente explota el amor en ti y en
mí!
- Basta por favor, además, tú mismo has dicho que en mi situación no
abandonarías lo prometido.
- Es distinto. Si fuera al revés tú no me buscarías como lo hago yo.
- Créeme, si fueras tú el comprometido, yo estaría cada mañana en la puerta de
tu casa, rogándote que me des a mí, el trabajo de tus manos y la espera de tus
días; y si decidieras no estar conmigo, preferiría que te vayas lejos para mitigar
el dolor de despertar todos los días sin estar a tu lado, sabiendo que
simplemente llegue tarde a tu vida – ya su llanto era desgarrador.
- No sé porque tuve que verte. No duermo por tenerte pintada en mi mente.
- Me pasa lo mismo. Te asomas en mis sueños y al despertar, le ruego a mi madre
que me deje dormir un momento más. El día que te conocí era otro más de
sinsabor y miedo. Y hasta creí verte en mis sueños antes de conocerte. ¿Qué
quieres que haga? El desamor y la tristeza son dos palomas que vuelan juntas
eternamente.
- Te necesito, ay, y aún no lo sabes. Eres tan extraña que siento muy natural esta
necesidad por ti.
- Tú eres el extraño. Camina, habla y sonríe por las calles y verás que te darán
tanto amor las mujeres, que ni recordarás mi nombre.
- Si conocieras mi soledad no me dejarías así. Ni me dirías eso.
- Si tú conocieras mi vida. No me acorralarías entre los sueños y la realidad.
Dejarías que sufra.
- ¡Cómo hacerlo! ¡eres una paloma delicada entre mis manos! No sé, no sé…solo
dime algo asesino; que día serás señora.
- ¿Qué afán del corazón por valorar los sufrimientos?... eso es algo que no oirás
de mí.
- En un mes, lo siento así y no lo niegues. Por eso arreglan esa vieja capilla del
demonio… - descargó su enojo – arranca la manzanilla que he sembrado,
siembra en su lugar ortigas para que quien no se de ti, se lastime y se marche.
Yo me iré también, haz de cuenta que dejaste un pétalo en medio de la noche.
Ya jamás me recordarás.
- ¿A dónde irás? – y cerró los ojos para que no se le escaparan las lágrimas. Pero
dejó caer las más ardientes - ¡dime a donde irás!
- Que castigo me impone el cielo. Mirar que de tus ojos tan dulces broten
lágrimas tan amargas, esto ya es más grande que lo puedo soportar, mejor no
lo sepas.
- ¡No digas eso! Como puedes tu saber lo que es mejor para alguien. Hoy no seas
orgulloso ¡Debes decirme!
- ¿Por qué?
- Porque yo… - trató de decirlo.
- ¿dirás que me amas con lo poco que me conoces? – terminó el
- ¡No sabes cuánto quisiera portarme como una tonta y decírtelo!
- ¡Cuán admirable es tu voluntad! El amor que se calla es como una mentira –
ella no lo soportó.
- ¡Porque me atormentas así! ¡Hipócrita, si tanto me amas, porque no me
besaste! – dijo llorando - ¿no hablas de romper cadenas?
- Porque no sabía nada, y temí hacerte daño. Y sabe Dios que no te haría daño.
¡Perdona mi locura entonces! - y se resignó - ¡Ya lo prometiste, ya está hecho!
Yo también te lo prometo, me iré.
- Vete entonces, pero si eres tan cobarde como para partir en silencio, no toques
mis manzanillas – no dejaba de llorar.
- Esa mujer de lejos, te viene buscando, ha de ser tu madre. Adiós – y hasta las
lágrimas entraron en su boca.
- Espera…espera – buscándole con su mano – Ya no quiero pensarte.
- Ya no me pienses.
- Aunque será imposible, eres encantador ¿no? – trató de reír.
- Solo soy un mal sueño que no se termina – y mirando al cielo mientras se
alejaba concluyó - Se feliz.
***
Sale cada mañana al campo azul, y pasa el tiempo regando gota a gota la manzanilla
que sembró Lorenzo, su mente se deja volar.
Es la más preciada joya de su madre. Sus hermanos la cuidarán todos los días hasta
cuando la cuide un hombre. Su padre la adora. Cada año nuevo le regala un vestido
brillante adecuado para su edad. Pero desde hace poco siente que ningún vestido le
será suficiente, que vivirá desnuda como la luna, presa de un hombre que jamás se
arrodillaría a robarle una flor a la tierra.
Se escapa en la noche al terreno de hierba, cierra los ojos dejando que el viento le robe
el beso que el no supo llevarse. Abre su corazón como una caja reservada, esperando
que el ponga en ella, un poco de ese amor desafortunado. ¿No lo perdonaría Dios? ¿No
bendice Dios todo amor engendrado bajo el vasto cielo?
<Madre mía, tu que me diste la vida, dime ¿en dónde estará mi felicidad? Se asoma y
se esconde, burlándose de mi experiencia. Hermanos míos, esperaré tras de ustedes
mientras mis manos necesitan sostenerse, mientras mis piernas no reconocen el
camino correcto. Familia mía, no seré mujer mientras no ame a un hombre. ¿Es que no
miran que mis labios han querido hablar desde siempre y ustedes no hacen sino
refugiarme en sus cuidados? ¿Es que no comprenden que apenas hoy me he
enamorado? Mis manos son débiles y no podré cargar con el peso de una vida
equivocada
Desde muy niño Lorenzo supo que se quedaría sin familia. Salía a las montañas a
pedir la libertad. Ponía bloque sobre bloque para levantar un muro. Llamaba con su
voz al levantamiento de sus amigos. Nunca pudo cuidarse de lastimar el corazón
ajeno. Un mal paso de su cuerpo y una maldición, lo dejaron solo. Y la premonición de
una vida destinada al fracaso, se empezó a cumplir. Creía que a nadie le importaba su
ilusión partida, de nadie pedía rescate. Solo al tiempo lo llamaba con su hora de
muerte. No tuvo de donde salir orgulloso y hoy no tiene arma para defenderse.
…<en algunos sueños ella se materializa, desde los vientos arenosos a los senderos de
piedra, y sus labios son como un incendio quemando mi piel de indio. Familiares
míos…una palabra de su boca, una lágrima de sus ojos o un beso de sus labios, me
curaría completamente. Es una mujer que le da el color que quiere a las llanuras solo
con mirarlas. Ni un beso mío, ni mil de ellos le arrebatarían lo especial. Familia mía,
deberían mirarla junto a mí, pero no están aquí, no pueden amarla conmigo, ¿quién
sabe si miran la agonía de mis entrañas? A mis anchas se envuelve la sombra de su
recuerdo. Soy arena, o soy piedra, o un camino que por falta de andantes, se pierde día
con día, hasta desaparecer
¡Ah! Quizá Dios solo bendice los amores correctos. ¿Es que soy un niño que no ha
sufrido suficiente desilusión? ¡Es culpa mía; insensato! Uno mismo se apuñala cuando
ama sin sentido. Uno mismo se corta un poco de piel para observar con los ojos
impávidos, la inexorable muerte. ¡Oh Werther, amigo mío, cuán dichoso tú, que al
menos entregaste el alma habiendo probado los labios de tu amada!>
***
Hace un año, mientras el pueblo vivía sus fiestas, llegó el hombre desde la ciudad.
Huérfano de padres y solitario de hermanos, condenado al naufragio diabólico de la
soledad. Las muchas voces que lo llamaban se habían apagado.
Su primera idea fue morir de dolor y descuido propio, así que se entregó al amargo
compromiso de no dejarse ayudar. Su cuerpo recibió pronto los golpes de la falta de
salud y se generó en su ser, un delirio de persecución enfermiza. Las tinieblas le
talaban los huesos. El brillo del sol lo cegaba y hacía arder su corazón tan fuerte que
quería arrancárselo con una rama de capulí. La bulla incomprensible del pueblo lo
asqueaba. Dejó de salir, comía cada vez menos y cada vez se enfermaba más.
Las noches eran lo peor. Trataba de leer algunos libros para que no se pudran en los
cartones, barrer la cocina o embriagarse. Pero ya en la cama solitaria, olvidaba todo lo
que había hecho por distraerse y se daba por completo al dolor ardiente que no le
dejaba dormir como Dios manda. Y que nunca más le dejó dormir bien, hasta el día de
su muerte.
Algunos pocos días, sentía ánimos y empezaba algún proyecto que quizá lo salve. Tuvo
una granja avícola, cuidó algunas mascotas por poco tiempo, pero los animales no son
humanos. Así de simple.
Algunas mañanas comía una piña entera, guardaba un par de mangos en una mochila
y salía a conocer las lomas que miraba en el horizonte. Volvía en la madrugada, tan
cansado, que ya solo podía dormir.
A veces, al salir a la ciudad, sacaba mucho dinero del banco y lo gastaba comprando
objetos inservibles que se le antojaban de gran utilidad.
Cuando los pies le reventaban de cansancio, se subía a un bus, y salía de viaje a
conocer la magnificencia de los ríos del oriente. Pero no duraba mucho tiempo alejado
y volvía a su tierra pidiendo perdón. Perdía la noción de la realidad admirando
fotografías. Gritando, donde, como y porque se tomó la foto. Repitiendo
conversaciones familiares en voz alta, que si no te vas rápido no te doy de comer, y
que si tú has cogido mi perfume y lo has roto, o déjame dormir un poco más. O donde
estás, ¿Por qué no has regresado?
A veces dormía en un hotel de la ciudad.
Una mañana luminosa creyó escuchar con lucidez, que su madre estaba en la cocina
preparando un desayuno sabatino como siempre. La luz del sol le entibió los ojos con
tanta firmeza que no dudó en sonreír tranquilo, pensando que todo lo sufrido, no fue
más que un pesado sueño demasiado real. Apretó sus dientes unos segundos y tembló
de infantil emoción. Salió excitado a saludar a su familia, pero afuera de su cuarto solo
encontró la burla de su mente contra el mismo. La casa estaba tan gris, que hasta la luz
solar ya no quería entrar. Ya para entonces estaba tan cansado de llorar que solo se
arañó la piel hasta pelarse con las uñas y la sangre se regó a través de sus puños. Cayó
al suelo y no se movió todo el día y toda la noche.
Las últimas semanas ya no visitaba las llanuras ni los ríos. No podía reconocer su
propio estado de ánimo, no sentía el cansancio ni el hambre; solo atendía un fastidio
cosquilleo que le incendiaba en la punta de sus extremidades. Bajaba a la ciudad con la
firme intención de traerse un último recuerdo, porque se prometía que ya jamás
volvería a salir. Que solo esperaría la lenta muerte. Dormía llorando y se despertaba
mascullando maldiciones. Las últimas semanas solo desayunaba algo de fruta y dejaba
que en la noche, la debilidad lo durmiera.
Tocó fondo una madrugada cuando al ser despertado por una tormenta, se encontró
caminando descalzo en dirección de Riobamba. Volvió a su casa como si nada, y se
cobijó. < Es que así lo quiere Dios> repitió hasta quedarse dormido. Una horda de
tormentas desdibujaba ese amanecer. Soñó un poco con una chompa de cuero que
compraría al bajar, había una camisa blanca en raya dorada que quería estrenar. Sería
lo último.
***
La noche anterior al matrimonio Lorenzo cerró con doble candado su casa, tomó un
morral pequeño en donde solo puso dos camisetas blancas, un pantalón y todo su
dinero. Regó lo que quedaba del morocho dentro del corral del cual también dejó
abiertas las puertas y se marchó. Cruzó por algunos bosques para no caminar el
asfalto. Vio un eucalipto que brillaba y trató de escribir en su tronco <te amo,
Angélica> pero no pudo porque creyó que era prohibido. Lanzó dos puñetazos al
viento y otro montón al árbol. Cayó de rodillas y lloró. Allí no podría vivir jamás.
Llegó al asfalto y desde lejos vio prendida la luz de la casa de esa muchacha. Le faltó el
aire. Se detuvo, Riobamba no deslumbraba tanto aquella noche. Sacudió la cabeza
como poseído, la pena de la joven se le pegó al pellejo y la idea de no verla más lo
enloqueció <perdóname Señor> dijo, y subió esa loma con la intención de robarse la
novia de otro. Cruzó sigiloso por detrás de la casa y llegó hasta la ventana de la
señorita.