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Sacramento de la Penitencia

 SACRAMENTO DE LA PENITENCIA 

- Introducción:
Ya en el tratado teológico sobre los sacramentos se ha estudiado las raíces bíblicas de este
sacramento, su evolución a lo largo de los siglos, y las diferentes definiciones dogmáticas al respecto.
También los candidatos al sacerdocio hacen un estudio más detenido de la manera de celebrar este
sacramento. Por eso aquí daremos sólo un breve resumen, y nos fijaremos sobre todo en la manera de
celebrar el sacramento según la liturgia reformada del Vaticano II.
La Sacrosanctum Concilium apenas trató sobre la reconciliación y se limitó a ordenar que
se revisase el modo de celebrarla: “Revísese el rito y las fórmulas de la penitencia de manera que
expresen más claramente la naturaleza y efecto del sacramento” (SC 72). La Lumen Gentium contiene el
texto conciliar más importante sobre la penitencia: “Los que se acercan al sacramento de la penitencia
obtienen el perdón de la ofensa hecha a Dios por la misericordia de éste, y al mismo tiempo se
reconcilian con la Iglesia, a la que, pecando, ofendieron, la cual, con caridad, con ejemplos y con
oraciones, les ayuda en su conversión” (LG 11).
El nuevo Ritual de la reconciliación fue publicado por Pablo VI el 2 de diciembre de 1973
(cf. Enchiridion, pp. 656-671). Un año antes se habían publicado una serie de normas sobre la
absolución colectiva (cf. Enchiridion, pp. 652-655), que serán luego recogidas también en el Ritual.
El nuevo código de Derecho canónico recoge la disciplina eclesiástica sobre este sacramento en
los cánones 959-997 (cf. Enchiridion, p.672-677).En la bibliografía al final de este capítulo se pueden
consultar los detalles sobre otros documentos relacionados con este sacramento. Los más importantes
son: la Constitución apostólica Poenitemini sobre la penitencia, el ayuno y la abstinencia, la Constitución
apostólica Indulgentiarum doctrina, sobre las indulgencias, y la exhortación apostólica de Juan Pablo II
Reconciliatio et poenitentia, después del sínodo de 1983. En noviembre de 1978 el episcopado español
publicó unas orientaciones pastorales y doctrinales, y más tarde la Instrucción pastoral Dejaos
reconciliar por Dios.
- Pecado y reconciliación
En la Sagrada Escritura se nos revela un Dios misericordioso que no sólo salva por primera vez,
sino que además sigue concediendo ulteriores oportunidades de salvación al hombre y al pueblo que ha
sido infiel a la primera alianza. A modo de introducción al sacramento de la penitencia, esbozaremos a
rápidos trazos el camino de conversión, -la dinámica bíblica que conduce del pecado a la reconciliación
con Dios y con el prójimo- para acabar presentando cómo Cristo recorre definitivamente este camino
por nosotros, y nos invita a recorrerlo con él en el sacramento de la penitencia.

1. Descripción del camino de conversión


- Gracia : Dios crea al hombre y lo llama a la comunión con Él , es decir, no sólo le da el ser, sino
que le llama a compartir la vida divina. El origen del hombre es la pura generosidad divina que se
desborda de la eterna relación de amor entre el Padre y el Hijo mediada por el Espíritu Santo. El
hombre está llamado a participar de esta vida intratrinitaria.
- Invitación a la respuesta: El hombre procede de este amor y está llamado a compartirlo,
imitando al Hijo en su perfecta respuesta de alabanza, gratitud, obediencia, entrega al Padre, a través
del recto uso de las creaturas y de la comunión de amor con su prójimo. La comunión de los hombres
entre sí es signo y mediación de la comu nión con Dios. Esta respuesta de amor supone un sacrifi cio de
comunión, una generosidad, un donarse, y precisamente donándose, sirviendo desintere sadamente, el
hombre se hace semejante a Dios, que es puro don de sí. Esta dona ción se hace en la libertad, pues si
no, no es auténtica donación de sí. Dios, con su exigencia de donación me constituye como hombre,
como ser a su imagen y semejanza.
- Sospecha / Desconfianza: El problema del mal es un misterio, no por lo profundo, sino por lo
absurdo. Antes del pecado del hombre existió el pecado de los demo nios, desde entonces, el espíritu de

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la sospecha está presente y operante en el mundo. La sospecha me hace ver aquello que he de dar
como una pérdida en todos los sentidos. El servicio, lejos de asemejarme a Dios, me hace sentir
esclavo, el don de mí mismo no se me presenta como crecimiento a través de la comunica ción, sino
como alienación. Dios y la ley que me hace escuchar en mi corazón se presentan como un atentado a
mi identidad. Para poder ser, debo ser totalmente autónomo, decidir el bien y el mal, ser yo Dios, de mí
mismo, de las cosas, de los demás. A la ley de la donación-comunicación subentra la ley de la
apropiación-dominio. Dios cae, en el corazón del pecador, en estado de juicio y de condena: "Dios es
malo", "Dios no me quiere bien".
- Pecado: Aceptando que Dios es malo, me disminuye, me sustituye, me aliena, elijo mi
autonomía, y me convierto en mediación de la ruptura de las demás creaturas con Dios. El
desconocimiento de mi condición de creatura me lleva a un desconocimiento de Dios, a un olvido de
Dios. Por otra parte, las personas o creaturas a las que pretendo dominar, se convierten en
dominadores de mi persona. al no apoyarse ya en el amor de Dios, mi tendencia al infinito se vuelca en
lo finito.
- Dolor / Excomunión : Paradójicamente, el primer acto de misericordia de Dios hacia el pecador
es el retirarle sus dones. La sensación de frustración que el hombre experimenta al no encontrar
satisfacción para sus deseos de infinito ni en sí mismo ni en las cosas o personas idolatradas, es la
primera llamada que Dios hace al hombre para provocar su regreso . El hombre queda excomulgado de
las cosas y de las personas, desterrado, exiliado del ámbito de la salvación . Descubre su realidad: sin
Dios es polvo y ceniza, y las creaturas son dioses muertos. Su horizonte frente a este mundo no es otro
sino la muerte, la total derrota, el total desposei miento de sí. Ante este castigo-llamada el hombre
puede endurecerse aún más si no acude en su ayuda el recuerdo de la bondad de Dios: debe descubrir
en esta aparente "ira divina" el reclamo de un Dios celoso, deseoso de restablecer la comunión.
- Llamada / Recuerdo / Promesa: Ya en el castigo está implícita la llamada. El hombre se siente
interpelado a tomar conciencia de dónde está él, dónde está su hermano y dónde está Dios. El recuerdo
de las bondades de Dios puede venir espontáneo o serle predicado por un enviado . Ante esta llamada el
hombre puede endurecer más su corazón, pero puede también decidir emprender el camino de regreso .
El recuerdo del pasado se hace promesa para el futuro. Se recuerdan los bienes recibidos de Dios, y de
ahí se pasa a considerar que Dios es bueno. Se pasa del amor de los bienes que Dios da al amor del
Dios que los da.
- Fe / Contrición / Conversión: Confiado en la bondad del pasado como promesa de la bondad
del futuro, el hombre se decide a desandar el mal camino. Invierte su juicio sobre Dios: Dios queda
"justificado" a los ojos del hombre, y esta "justificación" de Dios por el hombre es al mismo tiempo la
justificación del hombre por parte de Dios. Estímulo para este viaje de retorno es no sólo el dolor por
haber perdido los bienes, sino también el dolor por haber ofendido el amor de Dios, por no haberle
permitido desplegar su amor hacia el mismo hombre, sea uno mismo o el prójimo. (En este sentido se
ofende a Dios, no disminuyéndolo en sí mismo, sino estorban do su amor hacia nosotros.) Este dolor
incluye la sincera aceptación de la propia nada, y de lo que más se aborrecía antes, la dependencia de
Dios en todo, lo cual ya no se ve como un mal, sino como el origen de todo bien. Los actos que marcan
este retorno son variados: oración de súplica, limos na, ayuno..., que manifiestan la intención de
restablecer la comunión con Dios, con el hermano y con las cosas, suprimiendo todo abuso y
reconociendo que el poder de cambiar viene de Dios.
- Confesión / Juicio / Reconciliación: La confesión es un acto de entrega, el pecador pone la
propia miseria actual y el propio futuro a disposición de la comunidad que Dios ha suscitado como
ámbito de salvación, dispuesto a someter se a la decisión de Dios sobre él, manifestada por el juicio de
la comunidad. El pecador, al confesar, manifiesta su rechazo del pecado, y al pedir perdón mani fiesta su
deseo de recibir un nuevo impulso creador por parte de Dios, que haga que ese rechazo del pecado sea
real, eficaz. Se somete pues a un juicio, sabiendo que es un juicio de misericordia. Sometiendo su
identidad de pecador al juicio de Dios, consigue la des-iden tificación con el pecado. La confesión supone
ya una acogida previa por parte de la comunidad de salvación, dispuesta a escuchar la manifestación
del pecado y de la entrega. Es Dios mismo, quien por medio de la comunidad de salvación ha salido al
encuentro del pecador en su desgracia, anunciándole la posibilidad de salvación. La readmisión del

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pecador termina de perfeccionar el amor en su corazón, al experimentar la sobreabun dancia de la gracia


y le hace explayarse en la alabanza y la gratitud.
- Nueva vida de Gracia / Misión: Movido por el amor y el agradecimiento, el peca dor comienza
una nueva vida de entrega y generosidad, fruto de la sobre abundancia del amor de Dios derramado en
su corazón. Una vida destinada a luchar contra el pecado, contra las tendencias que haya dejado en él y
contra el pecado que vea en los demás, convirtiéndose él mismo en un anunciador de la misericordia de
Dios. No teme advertir al prójimo de sus pecados, y de su triste situación, porque esa adver tencia va
precedida del anuncio de la misericordia de Dios, de la cual él es testi go en primera persona. La
aceptación e incluso búsqueda del dolor y las dificul tades en su vida se convierte en un medio de
reparar, unido a la gracia de Dios, por los pecados propios y por los de los demás.
- Conclusión: Como se ve, se trata de un esquema de apertura / cerrazón de relaciones
interpersonales de comunión basadas en la donación mutua. El ser humano es ser en relación, persona,
naturaleza abierta; las relaciones con los demás le transfor man, y la relación con Dios le constituye en
su ser. Ciertamente Dios no se arrepiente de la relación básica, de Creador hacia el hombre creatura;
pero tampoco se arrepiente de la llamada que hace al hombre a compartir su vida divina. Esta fidelidad
de Dios a su Alianza con el hombre ha dado lugar a la historia de la salvación.

- ANTECEDENTES BÍBLICOS.

I. Antiguo Testamento.

- 1.1. Pecado.-Aparece en el origen mismo de la humanidad, y más en la realización concreta de la


historia de la salvación, “el pecado era considerado como ruptura a la Alianza, es destrucción de la
Alianza y de la voluntad de Dios, y esto se expresa ya desde la creación; desde el A.T Dios denuncia el
pecado; denuncia al hombre los propios pecados (Sab 4,9)” . Dentro del pueblo de Israel era
considerado el pecado de idolatría, como uno de los peores pecados, por eso el pueblo expresaba que
nuestros pecados pesan sobre nosotros; y Dios castiga al hombre para corregirlo de su pecado (Lv
19,22). “Los profetas fueron los grandes heraldos de este deseo divino, denunciar los pecados del
pueblo infiel; hacen continuas llamadas a la necesidad de conversión que no puede consistir solo en
ritos” .

- 1.2. Misericordia.- El Señor del A.T. es un Dios misericordioso (Dt 4,31); se ha preocupado de dirigir
a su pueblo hacia el camino de la reconciliación plena y restableciendo la Alianza de Amor , interrumpida
por nuestros primeros padres y retomada con la vocación de Abraham. El Señor perdona tu pecado (2
Sam 12,13). Sobre todo en los Salmos se expresa el perdón de Dios, bendito el hombre al cual Dios
olvida su culpa y le perdona sus pecados (Sal 31,1) (Sal 78,9)(Sal 84,3). Hay unos versos de Salmos
que hacen alusión de alabanza a la misericordia de Dios: 12,6; 24,16; 31,10; 47,10; 65,20.

- 1.3. Conversión.- La condición del perdón es la ‘conversión’: el Señor mismo o por medio de sus
profetas nos invita a la conversión; no endurezcan vuestro corazón (Sal 94,8) (Is 44,21ss). La
comunidad profética se dirige a la comunidad Santa de Israel, con miras en horizonte a las naciones
paganas, que un día se convertirán también y participaran del banquete final. La conversión significa
retornar al Señor y además abandonar el mal, renunciando, cambiando el propio modo de vivir; “una
radical conducta para conformarse con la voluntad de Dios y sus mandamientos, transformación intima
del hombre, en el fondo es Don de Dios y de su Espíritu, finalmente Dios pudiendo escribir su ley en el
corazón del hombre, darle un corazón nuevo y un espíritu nuevo (Ez 11,19)” . El Salmo 50, ofrece una
breve síntesis de la teología de la culpa, de la conversión, y la misericordia de Dios en el A.T.

2. Cristo realiza el camino de conversión e invita al hombre a recorrerlo con él


El esquema que hemos descrito a grandes trazos, lo podemos encontrar tan to en el Antiguo
como en el Nuevo Testamento -léanse en esta perspectiva el Génesis, la historia de Israel, el libro del
Deuteronomio, los libros de Oseas, Jeremías, Isaías, la Parábola del Hijo Pródigo, las relaciones de
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Jesús con sus contemporáneos, sobre todo en S. Lucas y S. Juan...- y halla sólo su plena ex presión y
realización en el sacrificio redentor de Cristo. En todo este proceso, Dios no busca tanto salvar su honor
como el nuestro; quiere que sea un hombre el que recorra el camino de regreso; uno que no ha pecado,
pero que carga con las consecuencias del pecado; uno que nos representa a todos porque con todos
está unido; uno que recorre este camino no por necesidad, sino por pura y amorosa obediencia.
Sólo Cristo ha recorrido a fondo el camino de la conversión en nuestro nombre, realizando una
penitencia de valor infinito. Como dice S. Pablo: "Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne
semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne, a fin de que la justicia
de la ley se cumpliera en nosotros" (Rm 8,3-4). "A quien no conoció pecado, le hizo pecado por
nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2Co 5,21). "Cristo, una vez resucitado de
entre los muertos, ya no muere más, la muerte no tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir al
pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios" (Rm 6,9 -10).
Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, recorre a la inversa el camino del pecado que recorrió
el hombre cuando quiso ser "como Dios" sin contar con Dios, más aún, contra Dios. Él, por obedien cia,
siendo Dios, se hizo "como los hombres" y aceptó tomar sobre sí nuestra culpa. Como dice S. Pablo:
"...siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí
mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apare ciendo en su porte
como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios
le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla
se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor
para gloria de Dios Padre" (Flp 2,6-11).
De ahí que en nombre de Cristo, S. Pablo grite "¡reconciliaos con Dios!" (2 Co 5,20) A partir de
Cristo se comprende cómo no hay pecado que no se pueda perdonar si el pecador adhiere a Cristo a
través de su Iglesia, por el bautismo (aunque sólo sea implícita mente), y así se hace "justicia de Dios en
Él", pues "Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amo, estan do muertos a causa de
nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo -por gracia habéis sido salvados- y con él nos
resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús" (Ef 2,4-6).
Y también se comprende cómo al que está dentro de la Iglesia, durante esta vida nunca le
faltará la fuente constante de perdón que es el sacramento de la peni tencia, que le hace participar una
y otra vez de la penitencia infinita de Cristo. Como dice S. Juan: "Si decimos: `No tenemos pecado', nos
engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros peca dos, fiel y justo es él para
perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos: `No hemos pecado', le hacemos
mentiroso y su Palabra no está en nosotros. Hi jos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si
alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. El es víctima de propicia -
ción por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero" (1Jn 1,8 -
2,2). Y S. Pablo nos recuerda que: "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos ha sido dado. En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo
señalado, Cristo murió por los impíos -en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un
hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir- mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo,
siendo nosotros todavía pecadores, murió por noso tros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora
por su sangre, seremos por él salvos de la cólera! Si cuando éramos enemigos, fuimos reconcilia dos con
Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, sere mos salvos por su
vida!" (Rm 5,5-10).
Sólo una postura de cerrazón al perdón puede frustrar este definitivo ma nifestarse de la
misericordia de Dios en Cristo. El cristiano no debe despreciar la posibilidad de condenarse, pero tiene a
su disposición la plenitud del Espíritu, la definitiva efusión de la gracia y la misericordia, lo cual es
fuente firmísima de su esperanza.
En el sacramento de la penitencia, todo hombre repite el itinerario de la reconciliación. Hay un
pecado, una separación, una ruptura de las relaciones de comunión, una "ex-comunión", a la que sigue
una ex-comunión penitencial por parte de Dios manifestada por medio de la comunidad de salvación.
Esta excomunión sirve para mostrar al hombre su miseria, pero va acompaña da del anuncio de la
misericordia divina y la exhortación al arrepenti miento, al retorno. La excomunión penitencial es una
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excomunión dentro de la comunión, que reproduce el estado penitencial de Cristo en la cruz:


paradójicamente más unido que nunca al Padre por haber aceptado la separación que él le pide.
El pecador, tomando conciencia de su miserable estado, y confiado en el anuncio de la
misericordia, se duele y decide cambiar de vida , volver a la comunión con Dios y con el hermano,
aceptando su situación de dolor y confesando, como signo de renovada confianza y entrega, el pecado
que le ha dejado en ese estado. Con ello se somete a la decisión sobre él, al juicio que viene de Dios
por medio de la comunidad de salvación, reunida y animada por el Espíritu. Se trata de una comunidad
jerárquicamente organizada, donde el ministerio sacramental del perdón está confiado al Obispo y a sus
colaboradores, los Presbíteros, pero esto no excluye la colaboración de los demás miembros con sus
ejemplos, consejos y oraciones, y desde luego requiere la colaboración del mismo penitente con los
actos que le corresponden. Con todo ello participa sacramentalmente (en modo simbólico pero real), del
camino de conversión realizado por Cristo. Y así recibe la reconcilia ción, que es una sentencia no de
justicia, sino de perdón, basada en la infinita misericor dia de Dios, que se ha manifestado
históricamente en los méritos infinitos de Cristo. El sacramento de la penitencia es algo más que una
simple aplicación "desde fuera" de estos méritos: el penitente es introduci do en el camino de conversión
realizado por Cristo en nuestro favor. Al recorrer con Cristo y en Cristo este camino por medio de un
sacramento de la Iglesia, el penitente recibe esta misericordia y estos méritos, y por lo tanto, la
curación de su mal y el restablecimiento de la vida divina, es decir, la comunión con el Padre, por medio
del Hijo en la unidad del Espíritu.

- El testimonio de los Evangelios


- Arrepentimiento y perdón de los pecados en los Sinópticos. Cristo declara que su venida al
mundo está dirigida a los pecadores: para ellos ha venido (Mt 9,12-13).
a). Jesucristo y su llamada a la conversión. Jesucristo ha venido a llamar a los pecadores (Lc
19,10); por eso recoge el llamamiento del Bautista a la conversión ("metanoia"), pues ya llega el Reino
que arranca a los hombres del pecado (Mt 4,17). Tal es el verdadero Reino de Dios. En la sinagoga de
Nazaret, Jesús se aplica a sí mismo el pasaje de Is 61,1-2 y proclama "el año de gracia del Señor". El
pasaje de Isaías se refiere al año del jubileo, en el que se daba libertad a los esclavos, se devolvían las
tierras a sus propietarios originarios, etc. (Lev 25,8); aquí se toma como paradigma de la misión de
Jesús. Sólo la conversión, que presupone la fe en que Dios nos habla y actúa por Jesús ("creed en el
Evangelio" [Mc 1,15]) permite al hombre recibir los bienes mesiánicos.
b). Naturaleza de la conversión evangélica. La "metanoia" (= arrepentimiento; o mejor =
conversión) del NT (de la que se habla unas 56 veces) es un cambio en la manera de pensar y verse a
los ojos de Dios: reconocerse pecador y pedir su perdón; lamentar el pasado y exigirse un cambio
continuo de vida. Se trata de un cambio no puramente afectivo, sino que pone en juego toda la
actividad del hombre: es un cambio de vida. (Hech 26,20). Se puede decir que reúne en sí los dos
términos del AT: "shûb" y "niham". Cristo desconfía de los signos ostentosos de penitencia; lo que
importa es el cambio del corazón, que es la sede de la vida moral (Mt 15,19).
El proceso de conversión exige: - toma de conciencia del pecado cometido (como el hijo
pródigo); - humilde apelación confiada a la misericordia divina (como el publicano); - amor que lamenta
lo pasado (como la pecadora, Zaqueo); - voluntad radical de cambio moral (con corazón sencillo como
el de un niño); - esfuerzo continuo para "buscar el Reino y su justicia", es decir, regular la conducta
según la nueva ley del Evangelio y "hacer la voluntad del Padre que está en los Cielos".
Aunque el perdón exige el compromiso de toda la persona, siempre es un don gratuito de Dios:
el pastor se adelanta a buscar la oveja, el acreedor perdona a los que no tienen con qué pagarle.
c). Jesús perdona los pecados. Jesús reivindica para sí el poder de perdonar los pecados
directamente como en el caso del paralítico descolgado por el techo (Mt 9, 1-8 y paral.). A esto nadie se
había atrevido antes. Ante el escándalo de los circunstan tes, afirma tener el poder de perdonar los
pecados "sobre la tierra". Jesús es el Hijo del Hombre que anunció el profeta Daniel, que tiene poder
para juzgar, y que por lo tanto, anticipa aquí en la tierra el juicio de Dios, siempre con el deseo de
perdonar. La narración de Mateo de este episodio concluye anotando que "la gente glorificaba a Dios

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por haber dado tal poder a los hombres" , con lo cual parece insinuar la extensión de este poder a otros
hombres a quienes Cristo se lo comunica.
d. El cristiano que ha pecado puede obtener el perdón. El camino para obtener el perdón de los
pecados es el bautismo, como proclama Pedro el día de Pentecostés (Hec 2,38), pero, ¿existe el perdón
para los pecados cometidos después del bautismo?
Cristo pide una conversión sincera e irrevocable, una conversión veleido sa no vale. Sin embargo,
sabe que la debilidad del hombre es grande, y es posi ble una recaída, por eso en el Padre Nuestro
enseña a sus discípulos a pedir el perdón. A Pedro le indica que debe perdonar al hermano que le ha
ofendido (Mt 18,21), y declara que seremos perdonados por el Padre en la medida en que cada uno
perdone al hermano (Mt 18,35). El término que se usa para indicar perdón es "aphesis". La expresión
técnica "perdón de los pecados" ("aphesis amartiôn") pasará del NT a los más antiguos credos.
Pero ¿existe para el cristiano bautizado un medio objetivo, institucional, eclesial para el perdón
de los pecados, o más bien hay que atribuirlo sólo a la penitencia interior, subjetiva del pecador? Vamos
a responder analizando dos textos fundamentales.
3. El poder de "atar y desatar" en S. Mateo
a). Mt 16,17-19: el poder dado a Pedro. La Iglesia es la comunidad mesiánica en la cual se
prefigura, se prepara y se realiza lentamente en la tierra el Reino de los Cielos. Tiene como misión
arrancar a los hombres del poder del pecado y darles la vida de Dios. Por eso aquí, después de que
Pedro ha hecho su profesión de fe en la mesianidad y la filiación divina de Cristo, éste le promete: -
que será la roca sobre la cual está edificada la Iglesia, de la que ha sido cons tituído como jefe visible; -
que tendrá la llaves del Reino de los Cielos, ya presente en la Iglesia; se trata de un poder vicario; las
llaves son la insignia del administrador (Is 22,22); - que tiene el poder de atar-desatar (en griego
"dein"-"lyein"). ¿Qué significa esto? Según el lenguaje rabínico de la época, podría ser:
- declarar con autoridad qué está prohibido (atar) y qué permitido (de satar) según la Ley;
- excomulgar de la comunidad (atar) y readmitir (desatar) a ella.
Así, se indica que Pedro tiene el poder magisterial para interpretar la doctrina y ley de Cristo; y
que tiene el poder disciplinar de juzgar, de excluir y de readmitir en la Iglesia. Ambas potestades se
complementan. Autoridad que se le asume a la Iglesia.
b). Mt 18,15-18: la extensión del poder a los apóstoles. Este texto se coloca en el capítulo 18,
dedicado a la caridad fraterna y al perdón. Viene después de la parábola de la oveja perdida, e indica la
solicitud con la que los pastores deben cuidar a sus ovejas. El pasaje se incluye en una serie de
enseñanzas que Jesús dirige a los discípulos (18,1), los cuales, según una fundada opinión, son el grupo
de los apóstoles. Ya no se trata del "poder de las llaves" (poder supremo), sino de un poder participado
que han de ejercer con dependencia de Pedro.
El contexto inmediato indica el modo en que se ha de proceder con un pecador que es hermano,
es decir, cristiano. No se trata exactamente del proble ma de la corrección fraterna. La expresión original
es sólo "si tu hermano llegare a pecar", el "contra tí" es un añadido posterior de algunos manuscritos.
Se refiere a una falta grave, a una culpa reprensible, que, en caso de persistencia, se ha de someter al
juicio de la Iglesia. La exclusión contempla la posibilidad de readmisión, si no, no se hablaría a
continuación del poder de desatar. El poder concedido a los discípulos tiene total amplitud: "todo lo que
atéis...".
Este poder de atar y desatar es para "la tierra y para el cielo". Las deci siones las ratificará el
mismo Dios. Esto deriva de la promesa de Jesús y del hecho de que Él está presente en la Iglesia, como
se indica a continuación (18, 19-20).
c). Otras hipótesis sobre la expresión atar-desatar. La interpretación del sentido de atar-desatar
más extendida es la anteriormente expuesta, pero existen otras teorías.
1 ) Idea de totalidad: atar-desatar es una expresión antigua (y actual) que indica "todo" (algo así como
nuestro "hacer lo posible y lo imposible"). Así, en Mt 16 se relacionaría con "las llaves" (el poder):
será un poder total. En Mt 18, el contexto es el de la unión fraterna, y la expresión indicaría que todo
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lo que hagan los discípulos en materia de caridad y concordia es aprobado por Dios. Pero hay que
decir que tanto en uno como en otro caso, el uso concreto de esta expresión lo conocemos por el
significado que tenía en el judaísmo rabínico contemporáneo, como ya se ha expuesto.
2 ) Idea del poder demonológico: se trataría de interpretar la expresión en el contexto de la lucha entre
Cristo y el pecado, de forma que la vida en el pecado es sometimiento a Satanás ("atar"), y la
redención es la liberación respecto a este poder del demonio ("desatar"). No se opone esta explicación
al uso rabínico de la expresión, y puede que sea una explicación de este uso 1.
d). En la tierra y en el cielo. A primera vista, estos textos atestiguan una práctica muy semejante
a la disciplina de excomunión en el seno del judaísmo . Por ello, algunos interpretan el poder que Cristo
dio a Pedro y a los apóstoles en clave de excomunión y de disciplina eclesial , sin que se aluda a un
perdón personal, como algo que se limita al fuero externo de la Iglesia y que no llega al fuero interno
de la conciencia. Pero esta distinción entre fuero interno y externo es relativa mente moderna, y no se
puede aplicar a los textos de la Escritura. Además, la Iglesia es más que una comunidad humana, es la
presencia del Reino de Dios en su realización entre los hombres . Quedar atado en la tierra por una
sentencia de exclusión, es quedar fuera del Reino. Quedar desatado es quedar readmitido, y para ello
supone la desaparición del pecado, que es el obstáculo que impide la entrada en el Reino. El poder de
perdonar los pecados. de todos modos, lo tenemos más claramente afirmado en S. Juan.
4. El poder de perdonar y de retener los pecados en S. Juan
a). El lavatorio de los pies y su sentido penitencial (13,17). El sentido obvio del pasaje es el
ejemplo de servicio que Cristo nos da y nos invita a seguir, pero además, la frase " uno que se ha
bañado no necesita lavarse más que los pies; está limpio todo" sugiere la posibilidad y la necesidad de
un perdón post-bautismal de los pecados. El baño total simboliza el bautismo, y sin embargo Cristo
exige a Pedro dejarse lavar los pies si quiere tener parte con Él. También es posible suponer que este
episodio fuera un anuncio del poder de perdonar los pecados que se conferiría en la resurrección.
b). Confiere a los apóstoles el poder sobre el pecado (20,19-23). En Jn 20,19-23 Jesús
resucitado se presenta ante los discípulos (los após toles, como parece deducirse del hecho de que
"Tomás, uno de los doce, no estaba con ellos") en el Cenáculo y les dice: "la paz a vosotros, como el
Padre me ha enviado, también os envío Yo a vosotros". Se ve una analogía entre la misión de Cristo y la
de los apóstoles en cuanto a su origen, y podemos decir que también en cuanto a su finalidad : la
supresión del pecado (Jn 1,29). Después les dice: "Recibid el Espíritu Santo". Cristo, en el Evangelio de
S. Juan, ha hablado antes de promesa de la venida del Espíritu Santo para consolar, reconfortar,
iluminar, pero no parece ser esto de lo que trata nuestro texto. Aquí, la infusión del Espíritu Santo da
los medios para que la Iglesia cumpla con la misión de continuar la obra de Cristo . La actividad principal
de esta misión viene en el v.23: "A quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes
se los retuviereis, les serán retenidos". Se sobrentienden las palabras: "ante Dios o en el Cielo"; es lo
que sugiere la forma pasiva impersonal del verbo ("pasiva divina", frecuente en el texto de S. Juan).
c). "Perdonar" y "retener". El verbo "aphiemi", (perdonar), aparece en los sinópticos, en la
primera carta de Juan y en Pablo, y su sentido no es dudoso: se aplica al perdón de los pecados tanto
por parte de Cristo como por parte del Padre. Da la idea de una cuenta que es saldada, o que ya no es
exigida. Sin embargo la expresión "retener los pecados" es más difícil, ya que es exclusiva de este
pasaje. El verbo "kratein" tiene un sentido positivo, de "ser fuerte" o "dominar", no parece signifi car un
mero rehusarse a perdonar los pecados, sino más bien realizar una acción res pecto a ellos ¿cuál?. Su
significado vendrá a la luz al comparar este texto con el de Mateo.
d). Comparación con Mateo. "Retener" en Juan y "atar" en Mateo expresan la misma idea pero
con una imagen distinta. La retención del pecado vista como algo positivo es la acción de la Iglesia por
la que ata al pecador al excluirlo de Ella : la sentencia de excomunión penitencial, con las obligaciones
de conversión y penitencia para poder ser readmitido.

1
Aunque "atar" se aplica no sólo al mal moral, sino también al mal físico causado por el demonio, como se ve en Lc 13,16. Lo
que es cierto es que la condición de "atado" en la Sagrada Escritura es la condición del prisionero, del encarcelado, y por ello, del
separado de la comunidad (cfr. Ez 3,25; 4,8; Hch 9,2; 9;21; 12,6; 21,13). En sentido moral, el pecado es definido como "atadura
de maldad" (cfr. Is 58,6; Hch 8,23). La condición del condenado es la del "atado y arrojado fuera, a las tinieblas" (cfr. Mt 22.13)
la misma condición que la de los demonios (cfr. Jud,13).
Pbro. Lic. Juan José Martínez Mireles 7
Sacramento de la Penitencia

Por otro lado, si Mateo ayuda a entender a Juan, ahora es Juan con la expresión "perdonar"
quien ayuda a entender la expresión "desatar" de Mateo. Significa que cuando la Iglesia revoca la
exclusión de Ella, lo que se da es el perdón del pecador, el cual por este medio ha entrado de nuevo en
la vida de la gracia.
Así Mateo y Juan expresan lo mismo con diferentes imágenes; el primero es más eclesial y
disciplinar y el segundo más espiritual y pneumático.
e). Predicación, bautismo, penitencia. Si comparamos el texto de Jn 20,19-23 con otros textos
de la aparición de Cristo a los Apóstoles después de resucitado, podemos comprender un significa do
más rico. En él Cristo, por el Espíritu Santo, confiere a la Iglesia todo poder para continuar la misión
divina. No se reduce sólo al poder de predicar el perdón o sólo al poder de bautizar.
En Lc 24,36 Cristo pide a los apóstoles que proclamen en su nombre el arrepentimiento para el
perdón de los pecados. Este perdón supone la predica ción de la misericordia, por la cual se exhorta al
perdón. En S. Juan, el poder de predicar está incluido en el poder que Cristo da a los apóstoles en
orden a la misión. La predicación mueve a la conversión y a pedir el perdón, pero la misión de la Iglesia
no se reduce a ella. ¿Cómo se podría si no, por medio de la sóla predica ción retener los pecados?
En Mt 28,19-19 y Mc 16,14-16 se pone el bautismo en relación con el per dón de los pecados. La
misión de bautizar viene a veces referida por los Padres también al texto de Juan: ¿se referiría este
texto, como los otros, únicamente al perdón de los pecados por medio del bautismo? Aquí se plantea de
nuevo la cuestión del retener los pecados. No se trata simplemente de negarse a dar el bautis mo: la
Iglesia no puede retener los pecados en sentido positivo, activo, sino a los que ya son cristianos, y esto
se da cuando se excluye de la Iglesia a quienes ya están en ella.

- Conclusión
Los textos evangélicos ofrecen suficientes datos para afirmar que Cristo confirió a los apóstoles
el poder de perdonar los pecados en su nombre; no sólo los cometidos antes del bautismo, sino también
los pecados cometidos por los ya bautizados que se arrepientan de ellos. El modo con creto de ejercer
este poder se ve más claramente al analizar los otros escri tos del Nuevo Testamento, pero ya en los
Evangelios hay indicios que apuntan hacia un proceso de exhortación al arrepentimiento y perdón, y en
los casos graves, de separación y readmisión a la comunidad

- EL TESTIMONIO DE LOS ESCRITOS APOSTÓLICOS -


1. Los Hechos de los Apóstoles y el cristiano pecador.
En los Hechos aparece con frecuencia el término "meta noein" pero el más característico es
"epistrephein". En dos ocasiones se yuxtapone a "meta noein lo que indica una diferencia de matiz.
"Epistrephein" significa "volverse hacia", convertirse. La conversión implica para los paganos abrazar la
fe y para los judíos, reconocer que Cristo es el Señor. Pero esto se entiende de modo práctico: com -
prometerse en un género de vida nuevo, orientado hacia Dios y que cambia totalmente la existencia del
creyente. La recepción del bautismo sella esta conversión.
Sólo en dos ocasiones se habla en los Hechos del cristiano que cae en pecado grave. En una se
narra el caso de Ananías y Sáfira (Hch 5,1-11), que engañan a los apósto les, y sufren la muerte sin
oportunidad para el arrepentimiento. Parece un caso de "exclusión" al estilo del Antiguo Testamento,
pero realizado directamente por Dios. Esta historia parece haber sido utilizada como paradigma en la
predicación de los apóstoles para expresar la seriedad del compromiso con la Iglesia y resaltar que el
engaño a la Iglesia es engaño a Dios y viceversa.
El otro caso es el de Simón el Mago (Hch 8,18-24), que trata de comprar el poder de dar el
Espíritu Santo (de ahí la palabra simonía). Pedro y Juan lo amonestan, reprenden y exhortan al
arrepentimiento 2; Simón les escucha y se arrepiente pidiendo que intercedan por él ante Dios. Aquí a
2
Nótese que le dicen que se encuentra envuelto en "ataduras de iniquidad" (v. 23), pero en modo declarativo, no parece una
acción de "atar" por parte de los apóstoles.
Pbro. Lic. Juan José Martínez Mireles 8
Sacramento de la Penitencia

Simón no se le aplica la excomunión penitencial, de lo que deducimos que la Iglesia primi tiva practicaba
el perdón no sólo por la exclusión y readmisión, sino también por la no-impo sición de esta punición
cuando el penitente de inmediato se arrepiente, lo cual es un ejercicio implícito del poder de perdonar.
2. La excomunión penitencial en San Pablo
La Iglesia es para S. Pablo por vocación y por esencia, una sociedad de santos. No que todos
hayan alcanzado ese fin, pero la unión del bautizado con Cristo exige una vida sin pecado, y el Espíritu
de Dios que habita en él es la ley esencial que debe regir su vida.
a. Exhortación a la penitencia y admonición. En las cartas de Pablo se descubre por un lado
que la Iglesia tiene sus manchas y arrugas en pecados muchos de ellos muy graves (1Cor 3,3; 11,18;
2Cor 12,20-21) y S. Pablo avisa que quienes tales cosas hacen no entraran en el Reino de los Cielos
(Gal 5,21; 1Co 6,9). Sin embargo, les suplica que vuelvan a "reconci liarse con Dios" (2 Cor 5, 10), y se
alegra de los que se han movido al arrepentimiento ("metanoia"), lo cual proviene de "una tristeza que
es según Dios" (2Cor 7,8-11).
La Iglesia no puede permanecer pasiva ante el pecado grave de uno de sus miembros: Pablo
exhorta a una reprensión pública del pecador por parte del jefe (o jefes) de la comunidad. A veces
podía hacerse fraternalmente, por parte de los espirituales de la comunidad (1Tm 5,29; 6,1).
b. Exclusión del pecador. Hay casos en que la admonición y corrección no bastan, y la Iglesia
debe intervenir con autoridad, excluyendo al pecador de la comunidad. El término "excomunión" no
existe en el NT, pero es el que mejor responde a esta práctica (no confundir con la acepción actual,
jurídico-canónica del término). La llamamos excomunión penitencial porque siempre da cabida al
arrepentimiento a la conversión.
Parece que había varios grados. El grado menor consiste en mantener al culpable separado de la
comunidad por un tiempo (Tes 3,14) con la finalidad de que se arrepienta. Sin embargo, vemos que a
Tito le ordena que "rompa 3" con el hereje reacio a las advertencias (Tit 3,10-11). Algo parecido vemos
en 1Cor 5,9-13, aunque con un tono más severo: se trata de "arrojar" o "expulsar" al malvado. El mayor
grado de la exclusión es la "entrega a Satanás" del culpable, como en el caso del incestuoso de Corinto
(1Cor 5,1-5). S. Pablo mismo es quien pronuncia la sentencia. Aun así, no se excluye la posibilidad de
salvación: se dice que "quedará destrozado en su carne" (probable alusión a los dolores o penitencias
que habrá de sufrir) "pero el espíritu se salvará en el día del Se ñor". La misma expresión se usa en con
respecto a dos individuos en 1Tim 1,19-20, pero es "para que aprendan".
c. Readmisión del pecador. No aparece muy claramente el acto por el que se readmitía al
pecador. Tenemos algunos indicios en 2Cor 2,5-11, donde Pablo exhorta a la comunidad a perdonar, y a
animar a uno que ha sido excluído y a "confirmar la comunión 4" con él, antes de que caiga en los
ardides de Satanás y se lo lleve. Por lo tanto, la readmisión supone una recuperación de la gracia, una
salvación: el proceso no es algo meramente jurídico-externo.
En 1Tm 5,22 pide a Timoteo que "no imponga las manos con ligereza". Algunos exégetas
consideran que S. Pablo se refiere al acto de ordena ción al ministerio, otros, al acto de perdonar, dado
el contexto inmediato. Es una explicación verosímil pero no cierta. De todos modos, las excomuniones
penitenciales en S.Pablo son casos excepcionales. Se supone que existiría otro modo de perdo nar los
pecados menos graves y veniales.
3. Confesión y oración de intercesión en Santiago
En la carta de Santiago se percibe la tensión entre el ideal de perfec ción y la realidad cotidiana
de una comunidad que vive en la tibieza e incluso en el pecado. Santiago reprueba a quien escucha la
Palabra sin ponerla en práctica, y la fe muerta de quien no tiene obras. Pero también enseña que la
corrección fraterna tiene gran eficacia: quien ayuda y amonesta a un hermano desviado, salva su alma
(¿la del pecador? según Adnès sí) y sepulta una infinitud de pecados (5,19-20).

3
El vocablo "paraitoû" ha recibido diversas traducciones, quizá la más exacta sea "rehúsa" o "rechaza", en el sentido de "no
admitas".
4
Más exactamente: "hacer prevalecer el amor" ("ágape").
Pbro. Lic. Juan José Martínez Mireles 9
Sacramento de la Penitencia

Pero un medio ordinario del perdón de las faltas es la confesión de los pecados y la oración de
intercesión (5,16). Podía hacerse esta confesión ante Dios, pero también era manifestada delante de los
demás, seguida de la oración de unos por otros. El pasaje se sitúa inmediatamente después del que
trata de la imposición de manos y oración sobre los enfermos, pero Santiago habla de confe sarse los
pecados recíprocamente, por lo tanto es poco probable que se refiera a una confesión del enfermo a los
presbíteros que lo atienden, porque no sería recíproca. La plegaria pública por los pecados se hace por
la comunidad, no se dice que sólo por los presbíteros, aunque no se les excluye. Su eficacia se atribuye
al hecho de ser la oración "de un justo".
Probablemente este procedimiento se refería a los pecados leves o menos graves, ya que según
el testimonio de la Didaché, (un documento de época y ambiente cercano a la carta de Santiago) en
Palestina y Siria a principios del siglo II existía un rito de confesión al comenzar las asambleas, por el
que se obtenía la purificación necesaria para participar en ellas y especial mente en la Eucaristía. Sin
embargo, también se prevé la excomunión para los pecados especialmente graves.
4. El cristiano impecable y pecador en la primera carta de S. Juan
S. Juan no solamente enseña que el cristiano no debe pecar (3,6), sino que no puede pecar
(3,9). ¿A qué se refiere con este "no puede pecar por la semilla de Dios que lleva dentro"? La "semilla"
sería, según opiniones, la presencia de la Palabra en el alma, o del Espíritu Santo, o del mismo Cristo;
aunque las tres presencias se relacionan, porque es Cristo quien habla por el Espíritu Santo en su
Palabra. Ciertamente ese "no poder pecar" es algo más de derecho que de hecho, y se da en la medida
en que el cristiano se une al principio de vida divina que reside en él y permite que ese principio crezca
y se desarrolle.
Esto lo prueba el hecho de que S. Juan también dice que hemos de reco nocer que somos
pecadores si no queremos engañarnos (1,8). Lo afirma sobre todo ante los gnósticos que se creen
espirituales, superiores a todos e incapaces de pecar. Recomien da asimismo la confesión humilde y
arrepentida de los pecados a Dios (2,1-2). No habla de la confesión comunitaria y litúrgica, pero podría -
mos conjeturar que se refiera a ella, a la luz de lo visto en la carta de Santiago.
No se deduce directamente de Santiago y Juan la necesidad de nuestro actual modo de
confesión sacramental, pero podemos afirmar que ya entre los primeros cristianos se da una confesión
pública o privada de los pecados.
5. La exhortación al arrepentimiento en el Apocalipsis
El Apocalipsis en las cartas a las 7 Iglesias, número tal vez simbólico, refleja una situación moral
y espiritual algo pesimista. Los que han vuelto a pecar son enérgicamente exhortados al arrepenti -
miento: "¡conviértete!" ("metanoeson"). Se denuncian faltas graves (herejías, idolatría e inmoralidad),
así como otras menos graves: negligencia, acomodamiento, tibieza... (2.4-5; 3,1-3;3,15-19). Los
Ángeles de las Iglesias (¿los obispos?) no deben tolerar estas faltas. Pero incluso para los pecados
graves existe la posibilidad de la reconciliación por la conversión del corazón: a los pecadores se les
ofrece "la ocasión de arrepentirse". El Apocalipsis no hace mención explícita de medios externos e
institucionales para el perdón de los pecados; tampoco los niega: se limita a subrayar la necesidad de
conversión interna o del corazón.
- La reconciliación en algunos escritos de los padres de la iglesia del siglo I-II
1. La «Didaché» . Presenta las dos vías, aquella que lleva a la perdición y aquella que conduce a
la vida.; además, presenta una lista de pecados graves en relación a los mandamientos. En Cap. 4º.
Habla sobre la confesión «exomologesis». El Cap. 14., habla de la Penitencia en relación a la Eucaristía
dominical.
2. Carta de Bernabé . Presenta solo una lista de los vicios que hay que evitar.
3. Clemente Romano . Presenta – la confesión de la culpa, -el perdón por la caridad fraterna.
4. Ermas: a) perspectiva escatológica; b) la conversión; c) una sola oportunidad no repetible de
recibir el perdón de la Iglesia.
- Praxis penitencial del siglo III - VI
Pbro. Lic. Juan José Martínez Mireles 10
Sacramento de la Penitencia

1. Ireneo de Lyon . No quiere que el cristiano tenga ninguna relación con el pecado. Presenta
alguna forma de excomunión.
2. Clemente de Alejandría . Resalta la dificultad de volver a admitir a la penitencia a quien se
cree pueda reincidir en su pecado. Presenta la excomunión como necesaria, pero medicinal. Describe el
rol de presbítero y del diácono en relación con los pecadores.
3. Tertuliano . Para frenar el impulso del pecado es necesario mostrarse severo y no utilizar la
reconciliación, porque esta representaría una tentación de facilidad. Él niega la posibilidad de perdonar
los pecados graves, como el adulterio y la fornicación; distingue entre los pecados que pueden ser
perdonados y aquellos que no (p.102). La Penitencia: -confesión de pecados; la oración como
«exomologesis»; -para el perdón es necesaria la caridad fraterna. Los signos exteriores de la
penitencia: llevar el cilicio, cubrirse la cabeza con cenizas, ayunar recurrir frecuentemente con el
sacerdote, dedicarse a la oración de la comunidad, sobretodo encomendarse a los mártires y a los
confesores.
4. Hipólito de Roma . En la «Traditio Apostolica», le atribuye al obispo el poder de perdonar los
pecados, ya que ésta es una de sus facultades precisas, “se acerca a la excomunión quien no observa
los mandamientos.
5. Cipriano de Cartago . Afirma con vigor la transmisión de poderes de la Iglesia, a través de los
apóstoles, del poder de atar y desatar. Presenta una disciplina en relación con el pecado contra el
Espíritu Santo. El pecador que cumple la penitencia en el tiempo descrito por el Obispo, recibe la
imposición de las manos y es readmitido a la comunidad.

HISTORIA DE LOS MODOS DE CELEBRACIÓN DE ESTE SACRAMENTO.


Hasta el final del siglo III se impuso en la Iglesia universal la opinión de que el procedimiento
penitencial se podía celebrar sólo una vez en la vida, como ya documenta el Pastor de Hermas.
Tertuliano nos narra cómo tenía lugar esta “poenitentia secunda” relativa a los tres pecados capitales, la
apostasía, el asesinato y el adulterio.
La celebración del sacramento tenía un carácter fuertemente comunitario. Empezaba con un
reconocimiento secreto de los pecados ante el obispo, la admisión al “orden de los penitentes”, la
fijación de unas penitencias externas y públicas y la exclusión de la celebración de la Eucaristía. Desde
el siglo V la adscripción al orden de los penitentes tenía lugar al comienzo de la cuaresma y la
reconciliación la efectuaba el obispo el viernes santo, rodeado de toda la comunidad, mediante la
imposición de las manos y la oración. La acogida de Cristo al pecador se sensibiliza mediante la acogida
y el abrazo de los hermanos que subraya la mediación eclesial. Hay un bello texto de Tertuliano que
subraya esta mediación: “Allí donde hay dos hermanos reunidos, allí está la Iglesia; pero la Iglesia es
Cristo. Por eso, cuando tú te postras a los pies de los hermanos, abrazas a Cristo, oras a Cristo; y
cuando los hermanos derraman lágrimas sobre ti, es Cristo quien sufre, es Cristo quien ora al Padre. Lo
que el Hijo pide siempre se consigue con facilidad”.
Pero la dureza de las penitencias impuestas, que en muchos casos eran muy discriminatorias y
vergonzosas, la imposibilidad de confesarse una segunda vez y el miedo a la recaída hicieron que
muchos fueran dejando su conversión hasta el final de la vida.
La confesión individual ante un clérigo se desarrolló en los monasterios irlandeses y trajo consigo
una transformación radical de la celebración de este sacramento. Era misión del sacerdote estimar la
gravedad de los pecados, asignar una penitencia canónica proporcional según tarifas preestablecidas. La
penitencia era secreta y se podía repetir. Al principio se le citaba al penitente para que volviese a recibir
la absolución después de cumplir la penitencia pero a partir del siglo IX se procedía a la reconciliación
inmediatamente después de la confesión, lo cual llegó a convertirse en norma ya después del primer
milenio. A partir de este momento la absolución precede a la actio poenitentiae, o cumplimiento de la
penitencia.
El concilio de Trento insistió en este enfoque jurídico o forense de la confesión. Los actos del
penitente -contrición, confesión y satisfacción- son parte integrante del signo sacramental (Dz 1703), la
Pbro. Lic. Juan José Martínez Mireles 11
Sacramento de la Penitencia

confesión tiene que ser íntegra, para que el ministro pueda juzgar si debe absolver o no, y cuánta
penitencia debe imponer (Dz 1679); hay que confesar las circunstancias que cambien la especie moral
del pecado (Dz 1707); la absolución no es un mero anuncio o declaración del perdón, sino que es una
sentencia del sacerdote, a modo de juez (Dz 1685).
La reflexión escolástica sobre el papel del sacerdote había llevado ya a sustituir las formas
deprecativas –“Que el Señor tenga misericordia de ti”-, por las indicativas –“Yo te absuelvo”. Ésta será
la única forma admitida después del concilio de Trento y tiene un marcado carácter jurídico: “Dominus
noster Jesus Christus te absolvat et ego auctoritate ipsius te absolvo ab omni vinculo
excommunicationis, suspensionis et interdicti, in quantum possum et tu indiges. Deinde ego te absolvo
a peccatis tuis in nomine Patris et Filli et Spiritus Sancti”.
En cambio, la forma renovada postconciliar la oración responde a la estructura general de
anámnesis y epíclesis, que empieza por el recuerdo de las acciones salvadoras del Dios trinitario en el
misterio pascual, continúan con una epíclesis que suplica el perdón y la paz, pero mantienen una forma
indicativa de conclusión, idéntica a la de la fórmula antigua.
- El Ministro de este Sacramento.
1461 – «Puesto que Cristo confió a sus apóstoles el ministerio de la reconciliación (cf Jn 20,23; 2
Co 5,18), los obispos, sus sucesores, y los presbíteros, colaboradores de los obispos, continúan
ejerciendo este ministerio. En efecto, los obispos y los presbíteros, en virtud del sacramento del Orden,
tienen el poder de perdonar todos los pecados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».
1462 – «El perdón de los pecados reconcilia con Dios y también con la Iglesia. El obispo, cabeza
visible de la Iglesia particular, es considerado, por tanto, con justo título, desde los tiempos antiguos
como el que tiene principalmente el poder y el ministerio de la reconciliación: es el moderador de la
disciplina penitencial (LG 26). Los presbíteros, sus colaboradores, lo ejercen en la medida en que han
recibido la tarea de administrarlo sea de su obispo (o de un superior religioso) sea del Papa, a través
del derecho de la Iglesia» (cf CIC can 844; 967-969, 972; CCEO can. 722,3-4).
1463 – «Ciertos pecados particularmente graves están sancionados con la excomunión, la pena
eclesiástica más severa, que impide la recepción de los sacramentos y el ejercicio de ciertos actos
eclesiásticos (cf CIC, can. 1331; CCEO, can. 1431. 1434), y cuya absolución, por consiguiente, sólo
puede ser concedida, según el derecho de la Iglesia, al Papa, al obispo del lugar, o a sacerdotes
autorizados por ellos (cf CIC can. 1354-1357; CCEO can. 1420). En caso de peligro de muerte, todo
sacerdote, aun el que carece de la facultad de oír confesiones, puede absolver de cualquier pecado (cf
CIC can. 976; para la absolución de los pecados, CCEO can. 725) y de toda excomunión».
1464 – «Los sacerdotes deben alentar a los fieles a acceder al sacramento de la penitencia y
deben mostrarse disponibles a celebrar este sacramento cada vez que los cristianos lo pidan de manera
razonable». (cf CIC can. 986; CCEO, can 735; PO 13).
1465 – «Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el ministerio del
Buen Pastor que busca la oveja perdida, el del Buen Samaritano que cura las heridas, del Padre que
espera al Hijo pródigo y lo acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo
juicio es a la vez justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el signo y el instrumento del
amor misericordioso de Dios con el pecador».
1466 – «El confesor no es dueño, sino el servidor del perdón de Dios. El ministro de este
sacramento debe unirse a la intención y a la caridad de Cristo (cf PO 13). Debe tener un conocimiento
probado del comportamiento cristiano, experiencia de las cosas humanas, respeto y delicadeza con el
que ha caído; debe amar la verdad, ser fiel al magisterio de la Iglesia y conducir al penitente con
paciencia hacia su curación y su plena madurez. Debe orar y hacer penitencia por él confiándolo a la
misericordia del Señor».
1467 – «Dada la delicadeza y la grandeza de este ministerio y el respeto debido a las personas,
la Iglesia declara que todo sacerdote que oye confesiones está obligado a guardar un secreto absoluto
sobre los pecados que sus penitentes le han confesado, bajo penas muy severas (CIC can. 1388,1;
CCEO can. 1456). Tampoco puede hacer uso de los conocimientos que la confesión le da sobre la vida

Pbro. Lic. Juan José Martínez Mireles 12


Sacramento de la Penitencia

de los penitentes. Este secreto, que no admite excepción, se llama "sigilo sacramental", porque lo que
el penitente ha manifestado al sacerdote queda "sellado" por el sacramento».

El Sacramento de la Reconciliación

- 1) La llamada a la continua conversión


La penitencia no es algo esporádico en la vida cristiana, sino una dimensión y una tarea
permanente. “Esta constante vida penitencial el pueblo de Dios la vive y la lleva a plenitud de múltiples
y variadas maneras... así va convirtiéndose cada día más al evangelio de Jesucristo, y se hace en el
mundo signo de conversión a Dios”(RP 4). Es claro que por una parte el cristiano en su iniciación ha
sido purificado del pecado y ha recibido una nueva vida divina: “Habéis sido lavados, habéis sido
santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo” (1 Co 6,11). “Los que hemos
muerto al pecado, ¿cómo seguir viviendo en él?” (Rm 6,2). Algunos textos bíblicos parecen juzgar como
impensable el que un bautizado vuelva a pecar, y creen que esto sería mucho peor que el no haber
conocido nunca el camino de la justicia.
Comparan al bautizado que vuelve a pecar con “un perro que vuelve a su vómito o la puerca
lavada que vuelve a revolcarse en su cieno” (2 Pe 2,21-22). La carta a los Hebreos muestra un gran
rigorismo en su actitud hacia los relapsos: “Es imposible que cuantos fueron una vez iluminados,
gustaron el don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, saborearon las buenas nuevas de
Dios y los prodigios del mundo futuro y a pesar del todo cayeron, se renueven otra vez” (Hb 6,4-6). “Si
voluntariamente pecamos después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda
sacrificio por los pecados, sino la terrible espera del juicio y el fuego ardiente pronto a devorar a los
rebeldes” (Hb 10,26-27). Algunos desarrollos excesivamente rigoristas que veremos en la historia de la
Iglesia apelan a este tipo de textos.
Sin embargo otros textos nos abren a la realidad de que el cristiano tiene que seguir
enfrentándose día a día con el pecado que no ha desaparecido del todo en su vida. Es más, "Si
decimos: 'no tenemos pecado', nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (I Jn 1, 8). Por eso el
Señor mismo nos enseñó a orar diariamente: "Perdona nuestras ofensas" (Lc 11, 4), dando por sentado
que estas ofensas tienen lugar setenta veces siete.
Todos los evangelios conservan el relato de la conversión de S. Pedro tras su triple negación. La
mirada de Jesús saca de él las lágrimas del arrepentimiento (Lc 22, 61) y, tras la resurrección del Señor,
la triple afirmación de su amor hacia él le rehabilita totalmente (cf Jn 21, 15-17).
La segunda conversión tiene también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del
Señor a toda la Iglesia: "¡Arrepiéntete!" (Ap 2, La llamada a la conversión se dirige primeramente a los
que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión
primera y fundamental. Pero la llamada a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos.
Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que "recibe en su propio seno
a los pecadores" y que siendo "santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca
sin cesar la penitencia y la renovación" (LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra
humana. Es el movimiento del "corazón contrito" (Sal 51, 19), atraído y movido por la gracia (cf Jn 6,
44; 12, 32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero.
S. Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que, en la Iglesia: "existen el agua y las
lágrimas: el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia". La Iglesia se refiere al sacramento de la
penitencia como un “segundo bautismo” o una “segunda tabla de salvación”. Sólo Dios puede perdonar
los pecados, pero la Escritura nos dice cómo esús ejerció ese poder divino y se lo otorgó a sus
apóstoles, a quienes confirió un ministerio de perdón de los pecados (Jn 20,21-23). La Iglesia posee un
auténtico “ministerio de reconciliación” (2 Co 5, 18).
Pero también la Iglesia está dañada por el pecado de sus miembros, y por ello es a la vez
interpelada e interpelante. La conversión tiene lugar en la Iglesia, por la Iglesia y para la Iglesia. La
Iglesia debe reconciliarse permanentemente. Toda reconciliación con Dios lleva consigo una
Pbro. Lic. Juan José Martínez Mireles 13
Sacramento de la Penitencia

reconciliación con la Iglesia de la que nos hemos distanciado, y a la que hemos dañado con nuestro
pecado. No se puede decir que esta reconciliación con la Iglesia tenga que ser cronológicamente ante o
después de la reconciliación con Dios. Ambas reconciliaciones están íntimamente unidas, si bien en el
orden de la manifestación visible, la garantía de reconciliación con Dios (que ha podido suceder antes),
la tenemos en la reconciliación con la Iglesia.
- 2) Historia de los modos de celebración
Hasta el final del siglo III se impuso en la Iglesia universal la opinión de que el procedimiento
penitencial se podía celebrar sólo una vez en la vida, como ya documenta el Pastor de Hermas.
Tertuliano nos narra cómo tenía lugar esta “poenitentia secunda” relativa a los tres pecados capitales, la
apostasía, el asesinato y el adulterio.
La celebración del sacramento tenía un carácter fuertemente comunitario. Empezaba con un
reconocimiento secreto de los pecados ante el obispo, la admisión al “orden de los penitentes”, la
fijación de unas penitencias externas y públicas y la exclusión de la celebración de la Eucaristía. Desde
el siglo V la adscripción al orden de los penitentes tenía lugar al comienzo de la cuaresma y la
reconciliación la efectuaba el obispo el viernes santo, rodeado de toda la comunidad, mediante la
imposición de las manos y la oración. La acogida de Cristo al pecador se sensibiliza mediante la acogida
y el abrazo de los hermanos que subraya la mediación eclesial. Hay un bello texto de Tertuliano que
subraya esta mediación: “Allí donde hay dos hermanos reunidos, allí está la Iglesia; pero la Iglesia es
Cristo. Por eso, cuando tú te postras a los pies de los hermanos, abrazas a Cristo, oras a Cristo; y
cuando los hermanos derraman lágrimas sobre ti, es Cristo quien sufre, es Cristo quien ora al Padre. Lo
que el Hijo pide siempre se consigue con facilidad”.
Pero la dureza de las penitencias impuestas, que en muchos casos eran muy discriminatorias y
vergonzosas, la imposibilidad de confesarse una segunda vez y el miedo a la recaída hicieron que
muchos fueran dejando su conversión hasta el final de la vida.La confesión individual ante un clérigo se
desarrolló en los monasterios irlandeses y trajo consigo una transformación radical de la celebración de
este sacramento. Era misión del sacerdote estimar la gravedad de los pecados, asignar una penitencia
canónica proporcional según tarifas preestablecidas. La penitencia era secreta y se podía repetir. Al
principio se le citaba al penitente para que volviese a recibir la absolución después de cumplir la
penitencia pero a partir del siglo IX se procedía a la reconciliación inmediatamente después de la
confesión, lo cual llegó a convertirse en norma ya después del primer milenio. A partir de este momento
la absolución precede a la actio poenitentiae, o cumplimiento de la penitencia.
El concilio de Trento insistió en este enfoque jurídico o forense de la confesión. Los actos del
penitente -contrición, confesión y satisfacción- son parte integrante del signo sacramental (Dz 1703), la
confesión tiene que ser íntegra, para que el ministro pueda juzgar si debe absolver o no, y cuánta
penitencia debe imponer (Dz 1679); hay que confesar las circunstancias que cambien la especie moral
del pecado (Dz 1707); la absolución no es un mero anuncio o declaración del perdón, sino que es una
sentencia del sacerdote, a modo de juez (Dz 1685). La reflexión escolástica sobre el papel del sacerdote
había llevado ya a sustituir las formas deprecativas –“Que el Señor tenga misericordia de ti”-, por las
indicativas –“Yo te absuelvo”. Ésta será la única forma admitida después del concilio de Trento y tiene
un marcado carácter jurídico: “Dominus noster Jesus Christus te absolvat et ego auctoritate ipsius te
absolvo ab omni vinculo excommunicationis, suspensionis et interdicti, in quantum possum et tu indiges.
Deinde ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris et Filli et Spiritus Sancti”.
En cambio, la forma renovada postconciliar la oración responde a la estructura general de
anámnesis y epíclesis, que empieza por el recuerdo de las acciones salvadoras del Dios trinitario en el
misterio pascual, continúan con una epíclesis que suplica el perdón y la paz, pero mantienen una forma
indicativa de conclusión, idéntica a la de la fórmula antigua.
- El Sacramento de la Reconciliación
- Naturaleza . Penitencia en su sentido etimológico, viene del latín “poenitere” que significa tener
pena, arrepentirse. Cuando hablamos teológicamente, este término se utiliza tanto para hablar de una
virtud, como de un sacramento.

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Sacramento de la Penitencia

- Como virtud moral : Esta virtud moral, hace que el pecador se sienta arrepentido de los pecados
cometidos, tener el propósito de no volver a caer y hacer algo en satisfacción por haberlos cometidos.
Cristo nos llama a la conversión y a la penitencia, pero no con obras exteriores, sino a la conversión del
corazón, a la penitencia interior. De otro modo, sin esta disposición interior todo sería inútil. (Cfr. Is. 1,
16-17; Mt. 6, 1-6; 16-18). Cuando hablamos teológicamente de esta virtud, no nos referimos
únicamente a la penitencia exterior, sino que esta reparación tiene que ir acompañada del dolor de
corazón por haber ofendido a Dios. No sería válido pedirle perdón por una ofensa a un jefe por miedo
de perder el trabajo, sino que hay que hacerlo porque al faltar a la caridad, hemos ofendido a Dios.
(Cfr. Catec. no. 1430 –1432). Todos debemos de cultivar esta virtud, que nos lleva a la conversión. Los
medios para cultivar esta virtud son: la oración, confesarse con frecuencia, asistir a la Eucaristía –
fuente de las mayores gracias -, la práctica del sacrificio voluntario, dándole un sentido de unión con
Cristo y acercándose a María.
- Como sacramento : La virtud nos lleva a la conversión, como sacramento es uno de los siete
sacramentos instituidos por Cristo, que perdona los pecados cometidos contra Dios - después de
haberse bautizado -, obtiene la reconciliación con la Iglesia, a quien también se ha ofendido con el
pecado, al pedir perdón por los pecados ante un sacerdote. Esto fue definido por el Concilio de Trento
como verdad de fe. (Cfr. L.G. 11).A este sacramento se le llama sacramento de “conversión”, porque
responde a la llamada de Cristo a convertirse, de volver al Padre y la lleva a cabo sacramentalmente. Se
llama de “penitencia” por el proceso de conversión personal y de arrepentimiento y de reparación que
tiene el cristiano. También es una “confesión”, porque la persona confiesa sus pecados ante el
sacerdote, requisito indispensable para recibir la absolución y el perdón de los pecados graves.
El nombre de “Reconciliación” se debe a que reconcilia al pecador con el amor del Padre. Él
mismo nos habla de la necesidad de la reconciliación. “Ve primero a reconciliarte con tu hermano”. (Mt.
5,24) (Cfr. Catec. nns. 1423 –1424). El sacramento de la Reconciliación o Penitencia y la virtud de la
penitencia están estrechamente ligados, para acudir al sacramento es necesaria la virtud de la
penitencia que nos lleva a tener ese sincero dolor de corazón. La Reconciliación es un verdadero
sacramento porque en él están presente los elementos esenciales de todo sacramento, es decir el signo
sensible, el haber sido instituido por Cristo y porque confiere la gracia.
Este sacramento es uno de los dos sacramentos llamados de “curación” porque sana el espíritu.
Cuando el alma está enferma debido al pecado grave, se necesita el sacramento que le devuelva la
salud, para que la cure. Jesús perdonó los pecados del paralítico y le devolvió la salud del cuerpo. (Cfr.
Mc. 2, 1-12). Cristo instituyó los sacramentos y se los confió a la Iglesia – fundada por Él – por lo tanto
la Iglesia es la depositaria de este poder, ningún hombre por sí mismo, puede perdonar los pecados.
Como en todos los sacramentos, la gracia de Dios se recibe en la Reconciliación ex opere operato –
obran por la obra realizada– siendo el ministro el intermediario. La Iglesia tiene el poder de perdonar
todos los pecados.
En los primeros tiempos del cristianismo, se suscitaron muchas herejías respecto a los pecados.
Algunos decían que ciertos pecados no podían perdonarse, otros que cualquier cristiano bueno y
piadoso lo podía perdonar, etc. Los protestantes fueron unos de los que más atacaron la doctrina de la
Iglesia sobre este sacramento. Por ello, El Concilio de Trento declaró que Cristo comunicó a los
apóstoles y sus legítimos sucesores la potestad de perdonar realmente todos los pecados. (Dz. 894 y
913) La Iglesia, por este motivo, ha tenido la necesidad, a través de los siglos, de manifestar su
doctrina sobre la institución de este sacramento por Cristo, basándose en Sus obras. Preparando a los
apóstoles y discípulos durante su vida terrena, perdonando los pecados al paralítico en Cafarnaúm (Lc.
5, 18-26), a la mujer pecadora (Lc. 7, 37-50)…. Cristo perdonaba los pecados, y además los volvía a
incorporar a la comunidad del pueblo de Dios.
El poder que Cristo le otorgó a los apóstoles de perdonar los pecados, implica un acto judicial
(Concilio de Trento), pues el sacerdote actúa como juez, imponiendo una sentencia y un castigo. Sólo
que en este caso, la sentencia es siempre el perdón, sí es que el penitente ha cumplido con todos los
requisitos y tiene las debidas disposiciones. Todo lo que ahí se lleva a cabo es en nombre y con la
autoridad de Cristo. Solamente si alguien se niega – deliberadamente - a acogerse la misericordia de
Dios mediante el arrepentimiento estará rechazando el perdón de los pecados y la salvación ofrecida por
el Espíritu Santo y no será perdonado. “El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón
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Sacramento de la Penitencia

nunca, antes bien será reo de pecado eterno” (Mc. 3, 29. Esto es lo que llamamos el pecado contra el
Espíritu Santo. Esta actitud tan dura nos puede llevar a la condenación eterna. (Cfr. Catec no. 1864)
- Institución . Después de la Resurrección estaban reunidos los apóstoles – con las puertas
cerradas por miedo a los judíos – se les aparece Jesús y les dice: “La paz con vosotros. Como el Padre
me envío, también yo los envío. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid al Espíritu Santo. A
quienes perdonéis los pecados, les quedaran perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos”. (Jn. 20, 21-23) Este es el momento exacto en que Cristo instituye este sacramento. Cristo -
que nos ama inmensamente - en su infinita misericordia le otorga a los apóstoles el poder de perdonar
los pecados. Jesús les da el mandato - a los apóstoles - de continuar la misión para la que fue enviado;
el perdonar los pecados. No pudo hacernos un mejor regalo que darnos la posibilidad de liberarnos del
mal del pecado.
Dios le tiene a los hombres un amor infinito, Él siempre está dispuesto a perdonar nuestras
faltas. Vemos a través de diferentes pasajes del Evangelio como se manifiesta la misericordia de Dios
con los pecadores. (Cfr. Lc. 15, 4-7; Lc.15, 11-31). Cristo, conociendo la debilidad humana, sabía que
muchas veces nos alejaríamos de Él por causa del pecado. Por ello, nos dejó un sacramento muy
especial que nos permite la reconciliación con Dios. Este regalo maravilloso que nos deja Jesús, es otra
prueba más de su infinito amor.
- Signo: Materia y Forma . El Concilio de Trento, siguiendo la idea de Sto. Tomás de Aquino
reafirmó que el signo sensible de este sacramento era la absolución de los pecados por parte del
sacerdote y los actos del penitente. (Cfr. Dz. 699, 896, 914; Catec. n. 1448). Como en todo sacramento
este signo sensible está compuesto por la materia y la forma. En este caso son:
- La materia es : el dolor de corazón o contrición, esconfesar los pecados al confesor al confesor
de manera sincera e íntegra y el cumplimiento de la penitencia o satisfacción. Los pecados graves hay
obligación de confesarlos todos.
- La cuasi-materia: son los mismos pecados que el penitente ha cometido
- La forma: son las palabras que pronuncia el sacerdote después de escuchar los pecados - y de
haber emitido un juicio - cuando da la absolución: “Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
- Rito y celebración. La celebración de este sacramento, al igual que la de todos los
sacramentos, es una acción litúrgica. A pesar de haber habido muchos cambios en la celebración de
este sacramento, a través de los siglos, encontramos dos elementos fundamentales en su celebración.
Uno de los elementos son los actos que hace el penitente que quiere convertirse, gracias a la acción del
Espíritu Santo, como son el arrepentimiento o contrición, la confesión de los pecados y el cumplimiento
de la penitencia. El otro elemento es la acción de Dios, por medio de los Obispos y los sacerdotes, la
Iglesia perdona los pecados en nombre de Cristo, decide cual debe ser la penitencia, ora con el
penitente y hace penitencia con él. (Cfr. CIC no.1148).
Normalmente, el sacramento se recibe de manera individual, acudiendo al confesionario,
diciendo sus pecados y recibiendo la absolución en forma particular o individual. Existen casos
excepcionales en los cuales los sacerdote pueden impartir la absolución general o colectiva, tales como
aquellas situaciones en las que, de no impartirse, las personas se quedarían sin poder recibir la gracia
sacramental por largo tiempo, sin ser por culpa suya. De todos modos, esto no les excluye de tener que
acudir a la confesión individual en la primera ocasión que se les presente y confesar los pecados que
fueron perdonados a través de la absolución general. Si se llegase a impartir, el ministro tiene la
obligación de recordarle a los fieles la necesidad de acudir a la confesión individual en la primera
oportunidad que se tenga. Ejemplos de esto serían un estado de guerra, peligro de muerte ante una
catástrofe, en tierra de misiones, o en lugares con una escasez tremenda de sacerdotes. Si no existen
estas condiciones queda totalmente prohibido hacerlo. (CIC c. 961, 1; c. 962, 1). Cuando una persona
hace una confesión de todos los pecados cometidos durante toda la vida, o durante un período de la
vida, incluyendo los ya confesados con la intención de obtener una mayor contrición, se le llama
confesión general. Se le debe de advertir al confesor de que se trata de una confesión general.

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Sacramento de la Penitencia

Cuando una persona está en peligro de muerte - no pudiendo expresarse verbalmente por algún
motivo - se le otorga el perdón de los pecados de manera condicionada. Esto quiere decir que está
condicionada a las disposiciones que tenga el enfermo o que tuviese de estar consciente.
- El Ministro y el Sujeto
Como ya se mencionó, Cristo le dio el poder de perdonar a los apóstoles, los obispos como
sucesores de ellos y los sacerdotes que colaboran con los obispos son los ministros del sacramento (Cfr.
CIC 965). Los obispos, quienes poseen en plenitud el sacramento del Orden y tienen todos los poderes
que Cristo le dio a los apóstoles, delegan en los presbíteros (sacerdotes) su misión ministerial, siendo
parte de este ministerio, la capacidad de poder perdonar los pecados. Esto fue definido por el Concilio
de Trento como verdad de fe en contra de la postura de Lutero que decía que cualquier bautizado tenía
la potestad para perdonar los pecados. Cristo sólo le dio este poder a los apóstoles (Cfr. Mt.18, 18; Jn.
20, 23). El sacerdote es muy importante, porque aunque es Jesucristo el que perdona los pecados, él es
su representante y posee la autoridad de Cristo.
El sacerdote debe de tener la facultad de perdonar los pecados, es decir, por oficio y porque se
le ha autorizado por la autoridad competente el hacerlo. No todos los sacerdotes tienen la facultad de
ejercerla, para poderla ejercer tiene que estar capacitado para emitir un juicio sobre el pecador. El
lugar adecuado para administrar el sacramento es la iglesia (Cfr. 964). Siempre se trata de que se lleve
a cabo en un lugar sagrado, de ser posible.
Los confesores deben de tener la intención de Cristo, debe ser instrumento de la misericordia de
Dios. Para ello, es necesario que se prepare para ser capaz de resolver todo tipo de casos – comunes y
corrientes o difíciles y complicados - tener un conocimiento del comportamiento cristiano, de las cosas
humanas, demostrar respeto y delicadeza, haciendo uso de la prudencia. El amor a la verdad, la
fidelidad a la doctrina de la Iglesia son requisitos para el ministro de este sacramento. Los sacerdotes
deben estar disponibles a celebrar este sacramento cada vez que un cristiano lo solicite de una manera
razonable y lógica. Al administrar el sacramento, los sacerdotes deben de enseñar sobre los actos del
penitente, sobre los deberes de estado y aclarar cualquier duda que el penitente tenga. También debe
de motivar a una conversión, a un cambio de vida. Debe de dar consejo sobre la manera de remediar
cada situación.
En ocasiones el sacerdote puede rehusarse a otorgar la absolución. Esto puede suceder cuando
está consciente que no hay las debidas disposiciones por parte del sujeto. Puede ser que sea por falta
de arrepentimiento, o por no tener propósito de enmienda. También se da el caso de algunos pecados
que son tan graves que están sancionados con la excomunión, que es la pena eclesiástica más severa,
que impide recibir los sacramentos. La absolución de estos pecados, llamados “pecados reservados”,
según el Derecho Canónico, sólo puede ser otorgada por el Obispo del lugar o por sacerdotes
autorizados por él. En caso de peligro de muerte, todo sacerdote puede perdonar los pecados y de toda
excomunión. Ej: quienes practican un aborto o participan de cualquier modo en su realización.
En virtud de la delicadeza y el respeto debido a las personas, los sacerdotes no pueden hacer
público lo que han escuchado en la confesión. Quedan obligados a guardar absoluto silencio sobre los
pecados escuchados, ni pueden utilizar el conocimiento sobre la vida de la persona que han obtenido en
el sacramento. En ello no hay excepciones, quienes lo rompan son acreedores a penas muy severas.
Este sigilo es lo que comúnmente llamamos “secreto de confesión”.
El sujeto de la Reconciliación es toda persona que, habiendo cometido algún pecado grave o
venial, acuda a confesarse con las debidas disposiciones, y no tenga ningún impedimento para recibir la
absolución. Las personas que viven en un estado de pecado habitual, como son los divorciados vueltos
a casar, que no dejan esta condición de vida, no pueden recibir la absolución. El motivo de ello es que
viven en una situación que contradice la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio. Pero, la Iglesia
no olvida en su pastoral a estas personas, exhortándolos a participar en la vida de la Iglesia y que no se
sientan rechazados. Únicamente en el caso, de estar arrepentidos de haber violado el vínculo de la
alianza sacramental del matrimonio y la fidelidad a Cristo y no puedan separarse – por tener hijos –
teniendo el firme propósito de vivir en plena continencia, se les puede otorgar la absolución. En esta
situación se les indica que para acercarse a la Eucaristía, lo deben hacer en un lugar donde no sean

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Sacramento de la Penitencia

conocidos, pues podría ser causa de “pecado de escándalo”, dado que la pareja y el confesor son los
únicos que conocen la situación.

- Los Actos del Penitente


El examen de conciencia es el primer paso para prepararse a recibir el perdón de los pecados. Se
debe de hacer en silencio, de cara a Dios revisando las faltas cometidas como cristianos, revisando los
Mandamientos de la Ley de Dios, de la Iglesia y nuestros deberes de estado (de hijos, padres esposos,
estudiantes, patrones, empleados, etc.). Hay que revisar las acciones moralmente malas (pecados de
comisión) y las buenas que se han dejado de hacer (pecados de omisión). Primeramente hay que
reconocer nuestras faltas. Si pensamos que no tenemos pecados, nos estamos engañando, o no los
queremos reconocer a causa de nuestra soberbia, que no quiere admitir las imperfecciones en nuestra
vida, o puede suceder que estamos tan acostumbrados a ellos, que ya ni cuenta nos damos cuando
pecamos. Uno de los efectos del pecado es la ofuscación de la inteligencia. Una vez reconocidos
nuestros pecados, tenemos que pedir perdón por ellos. No hay pecado que no pueda ser perdonado, si
nos acogemos a la misericordia de Dios con un corazón arrepentido y humillado.
El acto más importante que debe hacer un penitente es la “contrición”, o “dolor de corazón, o
arrepentimiento”. Este es un acto de la voluntad, que procede de la razón iluminada por la gracia y que
demuestra el dolor de alma por haber ofendido a Dios y el aborrecimiento de todo pecado. (Concilio de
Trento; Catec. no. 1451). No es necesario que haya signos externos del dolor de corazón. Este
arrepentimiento o contrición debe ser interno porque proviene de la inteligencia y la voluntad y no debe
ser un fingimiento externo, aunque hay que manifestarlo externamente confesando los pecados.
También ha de ser sobrenatural, tanto por su principio que es Dios que mueve al arrepentimiento como
por los motivos que la suscitan. Tiene que ser universal porque abarca todos los pecados graves
cometidos, no se puede pedir perdón por un pecado grave y por otro no.
Así mismo, la persona debe de aborrecer el pecado a tal grado que esté dispuesto a padecer
cualquier sufrimiento antes que cometer un pecado grave. La contrición es “perfecta” cuando el
arrepentimiento nace por amor a Dios. Esta contrición –por sí sola - perdona los pecados veniales. La
contrición “imperfecta” o “dolor de atrición”, nace por un impulso del Espíritu Santo, pero por miedo a la
condenación eterna y al pecado. De todas maneras es válida para recibir la absolución.
El propósito de enmienda, es la resolución que debemos tomar una vez que estamos
arrepentidos, haciendo el propósito de no volver a pecar, mediante un verdadero esfuerzo. Este debe de
ser firme, eficaz – poniendo todos los medios necesarios para evitar el pecado – y universal, es decir,
rechazar todo pecado mortal.
El segundo acto más importante que se debe de hacer, es la “confesión de los pecados”. El
simple hecho de decir los pecados libera al hombre, se enfrenta con lo que le hace sentir culpable,
asumiendo la responsabilidad sobre sus actos y por ello, se abre nuevamente a Dios y a la Iglesia. Esta
confesión de los pecados debe ser sincera e íntegra. Lo que implica el deber de decir todos los pecados
mortales, incluyendo los que en secreto se han cometido. Así mismo hay que manifestarlos sin
justificación, sin aumentarlos, ni disminuirlos. Como la mayoría de los pecados dañan al prójimo, es
necesario hacer lo posible para repararlos. Además el pecado daña al pecador y sus relaciones con los
demás. La absolución quita el pecado, pero no remedia los daños causados, por ello es necesario hacer
algo más para reparar los pecados. Hay que hacer y cumplir la penitencia que el sacerdote imponga,
como una forma de expiarlos. Esta penitencia debe ser impuesta según las circunstancias personales del
penitente y buscando su bien espiritual. Debe de haber una relación entre la gravedad del pecado y el
tipo de pecado. El no cumplir con alguno de estos actos invalida la confesión.

- Efectos.
El efecto principal de este sacramento es la reconciliación con Dios. Este volver a la amistad con
Él es una “resurrección espiritual”, alcanzando, nuevamente, la dignidad de Hijos de Dios. Esto se logra
porque se recupera la gracia santificante perdida por el pecado grave. Aumenta la gracia santificante
cuando los pecados son veniales. Reconcilia al pecador con la Iglesia. Por medio del pecado se rompe la
unión entre todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo y el sacramento repara o robustece la
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Sacramento de la Penitencia

comunión entre todos. Cada vez que se comete un pecado, la Iglesia sufre, por lo tanto, cuando alguien
acude al sacramento, se produce un efecto vivificador en la Iglesia. (Cfr. CIC nos. 1468 – 1469). Se
recuperan las virtudes y los méritos perdidos por el pecado grave. Otorga la gracia sacramental
específica, que es curativa porque le devuelve la salud al alma y además la fortalece para combatir las
tentaciones.
- Necesidad.
En la actualidad hay una tendencia a negar que la Reconciliación sea el único medio para el
perdón de los pecados. Muchos piensan y afirman que se puede pedir perdón y recibirlo sin acudir al
confesionario. Esto es fruto de una mentalidad individualista y del secularismo. La enseñanza de la
Iglesia es muy clara: Todas las personas que hayan cometido algún pecado grave después de haber
sido bautizados, necesitan de este sacramento, pues es la única manera de recibir el perdón de Dios.
(Concilio de Trento, cfr. Dz.895). Debido a esto, la Iglesia dentro de sus Mandamientos establece la
obligación de confesarse cuando menos una vez al año con el fin de facilitar el acercamiento a Dios.
(Cfr. CIC 989). Los pecados graves cometidos después del Bautismo, como se ha dicho, hay necesidad
de confesarlos. Esta necesidad fue impuesta por Dios mismo (Jn. 20, 23). Por lo tanto, no es posible
acercarse a la Eucaristía estando en pecado grave. (Cfr. Juan Pablo II, Reconciliatio e Paenitentia, n.
27).
Estrictamente no hay necesidad de confesar los pecados veniales, pero es muy útil hacerlo, por
las tantas gracias que se reciben. El acudir a la confesión con frecuencia es recomendada por la Iglesia,
con el fin de ganar mayores gracias que ayuden a no reincidir en ellos. No debemos reducir la
Reconciliación a los pecados graves únicamente.
- Frutos
Los frutos de este sacramento son muchos: Por este medio se perdonan todos los pecados
mortales y veniales. De esta manera a los que tenían pecados graves, se puede decir que se les abren
las puertas del cielo. Se recuperan todos los méritos adquiridos por las buenas obras, perdidos al
cometer un pecado grave o se aumentan si los pecados eran veniales. Robustece la vida espiritual, por
medio de la gracia sacramental, fortaleciendo el alma para la lucha interior contra el pecado, así
evitando el volver a caer en lo mismo. Por ello, es tan importante la confesión frecuente.
Se obtiene la remisión parcial de las penas temporales como consecuencias del pecado. La
Reconciliación perdona la culpa, pero queda la pena. En caso de los pecados mortales esta pena se
convierte en temporal, en lugar de eterna y en el caso de los pecados veniales, según las disposiciones
que se tengan se disminuyen. Se logra paz y serenidad de la conciencia que se encontraba inquieta por
el dolor de los pecados. Se obtiene un consuelo espiritual.

Características generales del nuevo Ritual de la Penitencia

Señalaremos algunas de las características del nuevo Ordo poenitentiae. Algunas de ellas nos
son ya familiares, porque responden a los enfoques generales de la liturgia conciliar.
* En todas las tres modalidades de reconciliación que ofrece el nuevo Ordo, se insiste en la
importancia de la liturgia de la palabra, que antes no tenía ninguna cabida. Incluso en la primera
modalidad, o rito para reconciliar un solo penitente “el sacerdote, si lo juzga oportuno lee o recita de
memoria algún texto de la Sagrada Escritura”. La celebración individual sin la presencia mínima de esta
lectura bíblica, “quedaría desvirtuada y se distanciaría mucho de las otras celebraciones”.
* Se insiste en la dimensión comunitaria del pecado y de la reconciliación. “La penitencia lleva
siempre consigo una reconciliación con los hermanos a quienes el propio pecado perjudica (RP 5). Toda
la Iglesia, como pueblo sacerdotal, actúa de diversas maneras al ejercer la tarea de la reconciliación
que le ha sido confiada por Dios (RP 8). Nadie debe sentirse solo en su experiencia de pecado.
* “El sacramento debe representar ante todo el amor y el perdón de Dios, el gozo hondo y
festivo de la vuelta del pecador y la victoria de Cristo sobre el pecado (Dejaos reconciliar 71,
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Sacramento de la Penitencia

Enchiridion, 791). Antes el acento estaba en los actos del penitente y sobre todo en uno: la confesión.
Ahora está en la dimensión descendente de la gracia.
* El carácter personal del encuentro entre el ministro y el penitente. Mientras que la antigua
disciplina favorecía el anonimato, y establecía barreras incómodas para un encuentro más personal y
favorecedor del diálogo y la oración, el nuevo enfoque de la reconciliación es más público y luminoso.
- Los tres Ritos
El Ritual nuevo de la Penitencia contempla tres Ritos diversos, o tres maneras distintas de
reconciliar a los penitentes: un rito para reconciliar a un penitente individual y dos ritos distintos para
reconciliar a varios penitentes. Hagamos un breve análisis de cada uno de ellos

1.- Rito para reconciliar a un solo penitente. Mantiene el antiguo sistema de la confesión
privada. Da la oportunidad de cambiar el modelo un tanto siniestro de los antiguos confesonarios, para
dejar abierta la posibilidad de un encuentro más personal entre ministro y penitente, que favorezca el
diálogo, el consejo pastoral y la oración común. Introduce un pequeño rito de saludo o encuentro y la
posibilidad de una breve liturgia de la palabra. Al final, en la oración absolutoria, prescribe el gesto de
imposición de manos extendidas sobre la cabeza del penitente y la señal de la cruz. Desgraciadamente
en la mayor parte de las iglesias se ha bloqueado el desarrollo de las posibilidades de este rito, y son
muchos los sacerdotes que no han introducido otro cambio que el de la fórmula de la absolución. La
calidad del encuentro entre ministro y penitente suele ser muy pobre y muy esquematizada. A veces se
utilizan fórmulas muy impersonales, en parte debidas a la gran dificultad que mucha gente tiene de
comunicarse. Según la normativa vigente, el penitente debe informar sobre su vida y el contexto en que
determinados pecados ocurrieron, en la medida en que esos contextos pueden afectar radicalmente el
sentido de lo confesado. No se trata de una rúbrica puramente legalista. En realidad responde al deseo
de que se dé una mayor transparencia y verbalización, que son actitudes muy liberadoras.
El papel del sacerdote es ante todo proclamar el amor de Dios que perdona y ofrecer un consejo
adecuado. También asigna una actio penitentiae o satisfacción adecuada. Primeramente habrá que
prescribir la obligación de la restitución en el caso del robo o la calumnia. La penitencia puede consistir
en ciertas actividades caritativas o de autodisciplina. Antes de la absolución, el penitente puede
expresar su dolor mediante una oración o acto de contrición. Puede servir algunos de los formularios
contenidos en el Ritual. El ministro puede tener una hoja plastificada y darla a leer al penitente.
Tras la oración absolutoria con la imposición de manos, se puede tener una aclamación de
alabanza y unas palabras de despedida. Si no fuera posible la imposición de manos sobre la cabeza del
penitente, el sacerdote puede al menos extender la mano derecha en dirección hacia él.Hay que cuidar
mucho la capilla de la reconciliación. Cada día son más los que prefieren una salita en que pueda darse
un encuentro cara a cara del ministro y el penitente. La salita puede estar decorada con un crucifijo o
algún icono y una Biblia. El sacerdote puede ir vestido con un alba y una estola amplia como las usadas
para otros sacramentos.

2.- Ritos para reconciliar a varios penitentes. El Ritual ofrece también dos modalidades de
rito para reconciliar a varios penitentes. La diferencia principal entre ambos ritos es la forma de la
confesión y la absolución. En un caso se trata de confesión y absolución individual, y en el otro genérica
y comunitaria.
La parte común a ambos ritos sigue un esquema similar al de muchas otras liturgias. Después de
un rito de entrada con cantos, saludo y oración, se celebra la liturgia de la Palabra con lecturas, salmo
responsorial y homilía. Sigue después la liturgia del sacramento que comienza con un examen de
conciencia colectivo, que puede tener una forma litánica. Sigue un reconocimiento comunitario de la
condición de pecadores de los miembros de la asamblea, que puede ser el ‘Yo pecador’ u otra fórmula
semejante, y la recitación común del Padrenuestro. Después del Padrenuestro tiene lugar en la primera
modalidad la confesión individual y la absolución individual de cada uno de los penitentes con alguno de

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Sacramento de la Penitencia

los distintos sacerdotes que confiesan. Todos permanecen juntos hasta que el último penitente haya
terminado. Puede haber un fondo musical durante el tiempo de las confesiones.
Al terminar se tiene un himno final y una oración de acción de gracias. Tras la bendición, el
presidente despide a la asamblea. En el caso de confesión y absolución general, las rúbricas insisten
mucho en que sólo se puede tener cuando hay muchos penitentes y pocos confesores, y la confesión
individual llevaría un tiempo excesivamente largo. En este caso, en el contexto del rito de reconciliación
comunitario, se puede dar la absolución general sin confesión individual.
Las rúbricas señalan que en cualquier caso, las personas que tuvieran pecados graves, deben
tener la intención de confesarlos individualmente en la próxima oportunidad. Normalmente en los
documentos posteriores se aprecia una preocupación grande porque este rito previsto en el ritual se
vaya generalizando en circunstancias en que no esté justificado. Estas cautelas no deben hacernos
olvidar los valores reales de este tipo de celebración cuando se dan las circunstancias que lo justifican.
Responde a situaciones pastorales reales, y al deseo de la Iglesia de que nadie quede privado de
la gracia del sacramento. Especialmente en los lugares de peregrinaciones o de gran afluencia de fieles
se pueden crear momentos de gracia que no habría que dejar pasar de largo. Quizás la persona que en
ese momento emotivo está arrepentida de sus pecados y querría acercarse a la comunión, pueda
enfriarse más tarde si no recibe en ese momento la absolución general que es la única factible en esas
circunstancias.
El hecho de que más tarde subsista la obligación de realizar una confesión individual en caso de
pecados graves, hace que el penitente mantenga la responsabilidad en su conversión, y no se vea
privado de la gracia que supone el encuentro personal con el perdón de Dios a través del encuentro
sacramental con el sacerdote.
3 Rito de la absolución general
Para reconciliar a los penitentes con la confesión y absolución general en los casos prescritos por
el derecho, se procede de la misma forma antes citada para la reconciliación de muchos penitentes con
la confesión y absolución individual, cambiando solamente lo que sigue:
a) Después de la homilía, o dentro de la misma, adviértase a los fieles que quieran beneficiarse
de la absolución general que se dispongan debidamente, es decir, que cada uno se arrepienta de sus
pecados., esté dispuesto a enmendarse de ellos, determine reparar los escándalos y daños que hubiese
ocasionado, y al mismo tiempo proponga confesar individualmente a su debido tiempo los pecados
graves, que en las presentes circunstancias no ha podido confesar 5; además propóngase una
satisfacción que todos deberán de cumplir, a la que, si quisieran, podrán añadir alguna otra.
b) Después el diácono, u otro ministro, o el mismo sacerdote, invita a los penitentes que deseen
recibir la absolución a manifestar abiertamente, mediante algún signo externo, que quieren recibir dicha
absolución (por ejemplo, inclinando la cabeza, o arrodillándose, o por medio de otro signo conforme a
las normas establecidas por las Conferencias Episcopales), diciendo todos juntos la fórmula de la
confesión general (por ejemplo, «Yo confieso...»). Después puede recitarse una plegaria litánica o
entonar un cántico penitencial, y todos juntos dicen o cantan la oración dominical, como se ha dicho
antes en el número 27.
c) Entonces el sacerdote recita la invocación por la que se pide la gracia del Espíritu Santo para
el perdón de los pecados, se proclama la victoria sobre el pecado por la muerte y resurrección de Cristo,
y se da la absolución sacramental a los penitentes.
d) Finalmente, el sacerdote invita a la acción de gracias, como se ha dicho antes en el número
29, y, omitida la oración de conclusión, seguidamente bendice al pueblo y lo despide.

- Evaluación de la recepción de la reforma

5
Cf. Ibid, núm VI: AAS 64 (1972), p. 512. Cf. ibid, núms. VII y VIII: AAS 64 (1972), pp. 512- 513.
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Sacramento de la Penitencia

La situación actual de la celebración del sacramento es bastante lamentable. Por una parte no se
ha llegado a implementar la reforma conciliar, y en muchos lugares se sigue “administrando” la
penitencia como si no hubiese existido un concilio. La instrucción pastoral del Episcopado español
reconoce que el rito para reconciliar a un solo penitente “frecuentemente se sigue celebrando casi igual
que antes” y “ha entrado en un proceso de simplificación hasta quedar convertido en un mínimo de
celebración litúrgica, reducida a los elementos indispensables para la validez sacramental”. No se ha
conseguido dar a la reconciliación individual el tono de celebración o de rito, “como un gesto litúrgico
solemne en su dramaticidad, humilde y sobrio en la grandeza de su significado” (Dejaos reconciliar, 70).
Las antiguas prácticas han seguido en muchas parroquias y templos, y no ha habido manera de
desterrarlas. El Ritual indicaba que los fieles deberían “irse acostumbrando a recibir el sacramento fuera
de la celebración de la Misa” (RP 13). La Eucharisticum Mysterium exhortaba aún con más vehemencia:
“Procúrese encarecidamente que los fieles se acostumbren a acudir al sacramento de la penitencia fuera
de la celebración de la Misa, sobre todo en las horas señaladas, de tal manera que la adminisgtración se
haga con tranquilidad y con verdadera utilidad de los mismos y no sean estorbados en la participación
activa de la misa”. Han pasado ya 35 años y no se ha hecho nada por acostumbrar a los fieles, y en
muchos templos se siguen teniendo las confesiones durante las Misas dominicales, rompiendo el ritmo
de la celebración.
Otra práctica que no se ha conseguido desterrar es la que señala la instrucción del Episcopado,
cuando se queja de que los confesonarios sigan estando “ubicados en los lugares más oscuros y
tenebrosos de las iglesias, como en ocasiones sucede. La misma estructura del ‘mueble confesionario’
tal y como es en la mayoría de los casos, presta un mal servicio a la penitencia que es lugar de
encuentro con Dios, tribunal de misericordia, fiesta de reconciliación”.
Son todavía muchos los fieles que se siguen confesando únicamente a la antigua usanza y no se
han incorporado a las celebraciones comunitarias de la penitencia que se tienen habitualmente en las
parroquias. Por otra parte son muchísimos más los fieles que en medio de la confusión reinante han
optado lisa y llanamente por abandonar del todo la práctica penitencial.Hay que constatar también que
en el caso de muchos sacerdotes hay una falta de disponibilidad para este ministerio, y en algunas
ocasiones la falta de ganas que tiene la gente de confesarse corre pareja con la falta de ganas que
tienen muchos sacerdotes de confesar. En descargo de dichos sacerdotes hay que reconocer que en
muchos casos la experiencia de confesar, sobre todo en las llamadas “confesiones de devoción”, es
bastante frustrante para el ministro, debido a la falta de calidad humana del encuentro, mecánico y
esquematizado, y a la rutina con que mucha gente se confiesa más por costumbre y por escrúpulo, que
por el deseo de encontrarse con Dios y crecer en santidad.
Cuando el sacerdote intenta personalizar el diálogo, o ayudar a una visión más profunda de la
realidad del pecado y de la conversión, muchos penitentes se cierran en banda a cualquier sugerencia y
se limitan a repetir mecánicamente: “Me acuso de que ha faltado a Misa un domingo porque no he
podido”, esperando sin más una penitencia de tres Avemarías y la absolución, y rechazando cualquier
cuestionamiento de esta manera de confesarse.

- CONCLUSIÓN
Más que un problema del sacramento de la penitencia hay que hablar de un gravísimo problema
de la formación moral del cristiano. Determinados conceptos mágicos del pecado y de la culpa son los
que afloran en el sacramento, pero no es allí donde pueden ser resueltos, sino en una catequesis más
sistemática y más personalizadora.
Un problema más delicado es el del acceso a los sacramentos de las personas que viven una
situación moral “irregular”. Nos referimos a la situación de aquellas personas que en la antigua
terminología se decía que “vivían en pecado”. Su posible acceso a la vida sacramental requiere un
discernimiento pastoral. Es normalmente en su acceso a la comunión donde se suele establecer el
problema, pero creo que previamente habría que discernir el de su acceso a la confesión.
No se ha distinguido bien entre la “confesión de devoción” y la reconciliación de quien vuelve a
la Iglesia después de haber estado alejado de Dios. Existe una gran confusión entre las categorías de
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Sacramento de la Penitencia

pecado mortal y venial, y se cumple el terrible adagio de que “quienes hacen de una insignificancia un
pecado mortal, acaban haciendo del pecado mortal una insignificancia”.
Ante esta situación de confusión, en muchas instancias, en lugar de apretar el acelerador en la
línea de la reforma, se ha preferido volver atrás, sin comprender que ya no es posible la marcha atrás, y
nos hemos quedado en una zona vaga e indefinida que, en realidad, no satisface a nadie. El gran
esfuerzo pastoral a instancias oficiales es impedir que el tercer Rito, con confesión y absolución
colectiva, se convierta en un coladero que aleje a muchos de la confesión individual. En esta línea se
han producido frecuentísimas requisitorias en todos los documentos oficiales.
¿Habría que preguntarse qué es lo que retiene a tanta gente de acudir a la confesión individual?
El repertorio de respuestas es enormemente diferente según los casos: experiencias negativas de
confesiones anteriores, confusión entre lo que uno percibe como pecado y lo que se considera pecado
oficialmente, falta de tensión en la vida espiritual, apego a una cierta situación de ambigüedad
indefinida, miedo a definir como pecado situaciones con las que uno no está dispuesto a cortar, rechazo
a los confesionarios oscuros de las iglesias, agendas apretadas, dificultad en encontrar sacerdotes “de
confianza” que sean accesibles...
Creo efectivamente que sería un gravísimo e irreparable daño para la Iglesia si se suprimiese la
confesión individual de los pecados graves, o si se perdiese de vista la necesidad de una mediación
eclesial y sacramental en la reconciliación con Dios. Quien sólo se confiesa con Dios, acaba
confesándose sólo consigo mismo. El mismo esfuerzo que lleva consigo el verbalizar los pecados para
poderlos declarar a otro, es una prueba más de que no nos enteramos de verdad de nuestros pecados
hasta que intentamos verbalizarlos para poderlos confesar.
Por eso, entre otras cosas, es tan necesario confesarse. La urgencia de clarificar nuestra vida
moral para podérsela contar a otro nos sirve más que nada para clarificarla de cara a contárnosla a
nosotros mismos. La no verbalización es un caldo de cultivo para todo tipo de ambigüedades, y nos
impide enfrentarnos de verdad con la realidad de nuestro pecado. En cambio, cuando uno es
plenamente consciente de la gravedad de lo que hace, y está sinceramente arrepentido de ello,
encuentra un gran consuelo en la confesión, en la cual uno se siente liberado, acogido y perdonado, y
experimenta cómo la Iglesia le acompaña y apoya en su lucha contra el pecado. Muchos de los que se
avergüenzan de confesarse en la iglesia, no sienten ninguna vergüenza de contar esas mismas cosas en
el bar o en el sofá de un psicólogo. Es sólo ante el sacerdote ante quien se avergüenzan de hablar,
porque la confesión ante el sacerdote lleva consigo una aceptación de que esos comportamientos son
indignos y una voluntad y compromiso de intentar evitarlos en adelante.

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