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Capitulo 7 CONQUISTADORES PENDENCIEROS, 1402-1444 AVARICIA Y CABALLEROSIDAD, 1402-1404. En el afio 1402 se hizo a la mar en Francia una expedicién que se dirigia a las Canarias, al mando de Juan de Béthencourt, sefior de Grainville, na- tural de Normandia, y de Gadifer de La Salle, un noble pictovino. Habian combatido juntos en Téinez en 1390, cuando un ejército de cruzados lan- 26 un ataque sobre la ciudad de Mahdia, objeto de las ambiciones europeas desde hacfa mucho tiempo a causa de sus antiguos vinculos con el comercio del oro a través del Sahara. El oro de Africa fue, sin duda, uno de los gran- des alicientes que ahora atraian a Béthencourt y a de La Salle a las Cana- tias: se hablaba de descubrir la ruta que Ilevaba hasta el Rio de Oro, mas alla del cabo Bojador. Ahora bien, y pese a que su conducta posterior pu- diera parecer muy materialista, también les guiaba el mismo y tradicional espfritu caballeresco de muchos de los primeros exploradores: el deseo de adquirir fama gracias a sus buenas acciones, preferentemente al servicio de Cristo.' Aunque no se trataba de territorios musulmanes, se podfa en- tender que las Canarias constitufan la puerta trasera que conduciria al mun- do islamico. Por otra parte, la expedicién poseia informacién exacta sobre Canarias. Gracias a las conexiones familiares, Béthencourt conocfa los de- talles de la expedicién céntabro-andaluza de 1393 (uno de cuyos dudosos €xitos habfa consistido en la captura del rey y de la reina de la isla Lan- zarote), y un familiar francés, que también habia participado en aquella in- cursin, le proporcioné, ademds, apoyo econémico.? Los asaltantes de 1393 habfan regresado a casa convencidos de que la conquista de las islas orien- tales serfa sencilla, y los nuevos invasores buscaban hacerse con un sefio- rio propio, utilizando sus vinculos con la Corona francesa y la castellana, y albergando la esperanza de garantizarse el dominio sobre las islas. El rey francés, segtin parece, aprobaba su aventura, pero tenia la vista puesta en 112 EL DESCUBRIMIENTO DE LA HUMANIDAD otras direcciones, intentando sacarle provecho a la cafda del poder de Ri- cardo II en Inglaterra en 1399, y provocando alborotos contra los ingleses en Escocia. Desde el mismo momento en el que zarparon de La Rochelle en mayo de 1402, los dos comandantes descubrieron que ya no podian soportarse el uno al otro. Algunos autores han sugerido que tenfan objetivos muy di- ferentes: de La Salle era mas un cruzado roméntico, mientras que Béthencourt quiza buscara beneficios que le permitieran saldar sus deudas crecientes en Francia; tal vez incluso las indulgencias de cruzada recibidas del Papa no constituyeran mds que un medio de obtener més dinero, puesto que es- tos privilegios espirituales podfan venderse a buen precio a aquellos que desearan apoyar la expedicién.’ Béthencourt, no obstante, no deberfa ser juzgado demasiado duramente; la elegante crénica manuscrita Le Cana- rien’, procedente de la biblioteca de los duques de Borgofia, y ahora con- servada en la Biblioteca Briténica de Londres, contiene una invectiva sos- tenida contra él y omite mencionar los errores y los fallos de Gadifer de La Salle. Otra versién algo mds completa de la crénica, conservada en un manuscrito en Rudn, ofrece un punto de vista opuesto, mas favorable a Bé- thencourt, Igual que les ocurriera a los comandantes de la expedicién, tam- bién los dos autores religiosos de la crénica, Le Verrier y Bontier, al prin- cipio, colaboraron pero, a continuacién, tuvieron fuertes desacuerdos acerca de quién era el auténtico héroe de la aventura canaria. El viaje hacia el sur se enfrenté a muchos contratiempos. Navegaron en un trés bon navire, que el manuscrito de Londres representa en un hermoso dibujo, pero los pro- blemas empezaron muy pronto, al encontrar vientos contrarios en el gol- fo de Vizcaya, donde se cruzaron con un conde escocés y con algunos per- sonajes de dudosa reputacién que ejercfan con un cierto éxito su carrera de piratas. Estos tiltimos permitieron que Béthencourt se quedara una nue- va ancla que habian robado, un gesto que sdlo sirvié para crearles graves problemas a los exploradores; algo més tarde, mientras rodeaban la peninsula Ibérica, los castellanos detuvieron a de La Salle acusdndole de piraterfa, y necesité una argumentacién sélida y buenos racionamientos para salir de la prisi6n andaluza en la que lo habian encerrado, Alllegar, por fin, a Lanzarote, establecieron buenas relaciones con los. indigenas, y consiguieron fundar un fuerte en un lugar al que Ilamaron Ru- bic6n, en el extremo de la isla, desde donde realizaron incursiones a la ve- cina isla de Fuerteventura con el consentimiento tacito del caudillo local de Lanzarote. La crénica describe a este tiltimo como «el rey sarraceno», roy sarrasin, un término cuya intencién no era despreciar a su nuevo ami- g0, sino, por el contrario, la de hacerlo gozar de la estima de los lectores. CONQUISTADORES PENDENCIEROS, 1402-1444. 113 Los cronistas podian entonces describir a Béthencourt y de La Salle como e] parang6n de la caballerosidad, dos hidalgos que libraban un tipo de gue- yra conocida contra otros «sarracenos» poco amistosos en la isla que llevaba e] romantico nombre de Lanzarote, es decir, «Sir Lancelot», y cuyo puer- to, en el que habfan desembarcado, recibi6 el muy apropiado y artirico nom- bre de La Porte Joyeuse (Sir Lancelot habia vivido en La Joyeuse Garde). Sin embargo, no era exactamente la tierra de Arturo ni de Lancelot, y te- nfa poca riqueza que extraerle, salvo titulos vacios sobre tierras bastante ari- das. Los majoreros de Fuerteventura aprendieron muy pronto a no fiarse de Jos franceses, que no parecian ser mucho mejores que los cazadores de es- clavos espafioles de afios anteriores; la expedicién de 1393 habia causado un daiio inconmensurable alas relaciones entre canarios y europeos. Bé- thencourt regres6 a Castilla en busca de refuerzos y, sin consultar a Gadi- fer de La Salle, rindié vasallaje al rey de Castilla, Enrique II, quien le con- cedié un titulo sobre las siete islas Canarias. Puesto que, en cualquier caso, las anteriores expediciones castellanas a Canarias habian constituido iniciati- vas privadas, la corte de Castilla, sin duda, no vio ningtin inconveniente en ofrecer su patrocinio, siempre y cuando otros hicieran el trabajo en su nom- bre: si la empresa lograba éxito, muy bien, pero si fracasaba, al menos Cas- tilla habria proclamado un derecho que podia ser activado en el futuro. En algiin momento, la expedicién pictonormanda consiguié mas bar- cos y de La Salle inicié un viaje de reconocimiento en el transcurso del cual visité Gran Canaria donde, ya lo hemos visto antes, descubrié el testamento de uno de los trece frailes de Telde. Negocié ventajosamente con los ca- narios, canjeando el tinte conocido con el nombre de «sangre de dragén» y grandes cantidades de higos por mercancfas tan sencillas como anzue- los de pesca, agujas y viejas cazuelas de hierro. Después, pasé a una isla llamada «Enfer»: los autores de Le Canarien jugaron con la palabra indi- gena «Tenerife» para hacerla sonar muy parecida al vocablo francés que designaba al «infierno», puesto que era un hecho bien sabido que los vol- canes como el Teide constituian las puertas de entrada al inframundo del fuego eterno. A continuacién, ya de noche, la tripulacién llegé a las cos- tas de La Gomera. Capturaron a algunos gomeros que estaban cocinando y les llevaron de regreso a su barco, después de lo cual, las relaciones con los indfgenas se deterioraron gravemente y tuvieron que marcharse a toda prisa sin poder aprovisionarse de agua dulce.’ Le Canarien elogiaba los re- cursos naturales de las islas (esclavos, tintes y otros productos) y presen- taba las islas como conquistas valiosas donde abundaba el agua y cuyos clegantes bosques podian ser objeto de un lucrativo comercio, en forma de madera. Los franceses vieron en los indigenas a individuos curiosos y, en

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