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La Función del Psicólogo

En la actualidad, la concepción de la atención psicológica ha experimentado importantes


cambios con respecto a la visión que se tenía en el siglo XX, estableciendo nuevos parangones que
apuestan por un papel del psicólogo más abierto, espontáneo y consustanciado con el apoyo que
requieren los sujetos ante diversas situaciones de la vida cotidiana, que no puede calificarse en
términos de psicopatologías. En tal sentido, se ha ido incrementando la tendencia de que las
personas acudan a consulta psicológica por motivos que se corresponden con las nuevas realidades
y demandas que exige la sociedad actual y es así, como se están presentando diagnósticos, cada vez
más, relacionados con otros problemas que pueden ser objeto de atención clínica.
Tales problemas pueden suelen asociados a conflictos en las relaciones paterno-filiales, al
deterioro de la relación conyugal, al duelo y la melancolía, al estrés laboral, al estrés derivado del
estado de hipervigilancia en la crianza de los hijos o en el cuidado de familiares con discapacidad o
enfermedad crónica, estados depresivos derivados de un dolor físico permanente y la sensación de
soledad, cada vez más latente debido a los cambios en las relaciones sociales que supone el mundo
globalizado e interconectado. Ante tales circunstancias, la intervención del psicólogo se ha
extendido más allá de la atención en los casos más evidentes de trastornos mentales, en los cuales,
había estado confinada la profesión y por ello, Echeburúa y otros (2012), destacan que estos
problemas que no reflejan un cuadro clínico de enfermedad psicopatológica derivan de una
demanda de mejor calidad de vida por parte de las personas y tienen su génesis en la informidad
personal y el malestar emocional.
En consonancia con lo anterior, es menester analizar las funciones del psicólogo en el marco
de las nuevas exigencias de la sociedad actual, en concordancia con los ámbitos de desempeño
profesional, los cuales, se han venido ampliando hacia otras esferas que, además de los problemas
anteriormente esbozados, involucran actuación clínica del psicólogo, como lo expone Klappenbach
(2000). De este modo, lo que antes era restringido solo para la profesión médica como la aplicación
del psicoanálisis y la psicoterapia, hoy en día forma parte de la incumbencia y del campo de acción
del psicólogo en cinco áreas fundamentales: socio-institucional-comunitaria, educacional, laboral,
jurídica y clínica.
El área socio-institucional-comunitaria fue establecida a partir de la resolución nº 2447 del 20
de septiembre de 1985 y destaca la participación del psicólogo en la orientación y asesoramiento en
los conflictos, necesidades y alteraciones que involucran la convivencia en el grupo. De allí, que
tendrá una función de prevención e intervención de los principales problemas que aquejan a las
personas en el marco de una comunidad, además de brindar apoyo en el ámbito jurídico desde se
incumbencia como psicólogo, lo cual, se proyecta en la asesoría ante situaciones de violación de
derechos y en la elaboración de normas de convivencia dentro de la comunidad.
Con respecto al área educacional, Klappenbach (2000) hace un contraste diacrónico entre las
dos últimas resoluciones vinculadas con el ejercicio de la Psicología en Argentina, la de diciembre
de 1980 y la de septiembre de 1985. En la primera, se sugería que el desempeño profesional del
psicólogo se centrara en la asistencia y asesoramiento psicológico dentro del proceso educativo,
haciendo énfasis en la estructura de la organización educativa y el papel de la orientación
profesional y vocacional. En la resolución de 1985, se corroboró lo establecido en la resolución
anterior y se amplió la demarcación de la actuación del psicólogo, abarcando el asesoramiento
dentro del vínculo que existe entre el centro escolar y la comunidad en el que se encuentra.
En el área educativa, Uribe (2012), también agrega que las funciones del psicólogo se
orientan hacia tres importantes áreas de acción, a saber: 1) la evaluación psicológica, 2) la
psicopedagogía y 3) la orientación y asesoría. La evaluación psicológica incluye las funciones de
diagnósticos enfocados en un posible proceso de asesoría y orientación y de atención psicológica
clínica. En esta área, el psicólogo también realiza funciones de orientador vocacional y de analista
de las posibles profesiones y ocupaciones que puedan desempeñar los estudiantes en un futuro.
Él área psicopedagógica de la psicología en el ámbito educativo involucra todas aquellas
acciones lideradas por el psicólogo en aras de favorecer los aprendizajes, atendiendo a los distintos
estilos particulares de los estudiantes y a las condiciones intelectuales de éstos. Por último, en el
área de orientación y asesoramiento, el papel del psicólogo se orienta en el vínculo entre el
estudiante, la familia y la escuela, brindando apoyo en lo que tiene que ver con los casos específicos
que son remitidos por los profesores y los estudiantes y representantes que buscan atención
psicológica de forma voluntaria. Asimismo, el psicólogo realiza funciones derivadas de esta área
relacionadas con la formación para padres, docentes y personal directivo acerca de tópicos
puntuales que atañen el ámbito de la psicología.
Por otro lado, Klappenbach (2000), contrasta el ámbito de desempeño profesional del
psicólogo en el área laboral demarcado por la resolución de diciembre de 1980 en el
“asesoramiento y asistencia psicológica en el campo de la actividad laboral, comprendiendo la
estructura y dinámica organizativa de la institución donde se desarrolla tal actividad, la selección de
personal y su orientación en tanto participe de la misma” (Klappenbach, 2000, p. 435). Sobre este
particular, la resolución de 1985, plantea un espacio de acción más amplio que abarca además de lo
anterior, la elaboración de perfiles psicológicos requerido para el ejercicio de determinadas
funciones dentro de la organizaciones, la intervención para favorecer un clima de trabajo motivador
para los empleados y la realización de acciones preventivas y paliativas vinculadas con los
accidentes laborales.
En el área jurídica, según lo expone Klappenbach (2000), la resolución de diciembre de 1980
establece que el psicólogo tiene importantes funciones, tanto en el derecho público como en el
privado. En cuanto al ámbito público, proporciona desde la visión psicológica, información
relevante en investigaciones de delitos e infracciones, y es fundamental en el estudio y tratamiento
psicológico del interno en centros penitenciarios. En tanto que en el ámbito privado, participa en el
asesoramiento y asistencia en casos de adopción, establecimiento de guardas y custodias, divorcios,
entre otras situaciones que involucran a la familia. Al respecto de esta área jurídica, la resolución de
1985, reafirma este tipo de funciones por parte del psicólogo y además incluye, acciones vinculadas
con la promoción de los derechos humanos.
En cuanto al área clínica, que es la interesa a los objetivos de esta investigación, la resolución
2447 de 1985, esboza cuatro funciones básicas del psicólogo y que, representan un alcance
significativo con respecto a las restricciones que limitaban el ejercicio profesional en otrora. De allí
que, en esta área, el psicólogo está llamado a promover la salud mental y prevenir los factores
desencadenantes de alteraciones psicológicas. Asimismo, está en potestad de realizar diagnósticos y
tratamientos psicológicos, incluyendo la psicoterapia desde cualquier perspectiva teórica y las
acciones de rehabilitación psicológica.
En atención a lo anterior, conviene destacar la distinción que hacen Echeburúa y otros (2012),
en torno a las funciones de los psicólogos clínicos y los psicólogos sanitarios generales. De manera
que, las funciones del psicólogo clínico que ha recibido una formación sanitaria especialista, se
orientan hacia la realización de diagnósticos, tratamientos y rehabilitación en caso de trastornos
mentales y de índole emocional, relacional y comportamental. En tanto que, las funciones del
psicólogo sanitario general plantean un ejercicio que abarca la promoción de la salud mental y la
prevención de problemas y trastornos de carácter psicológico y su desempeño profesional no debe
irrumpir la espera de acción de los especialistas, como es el caso de los psicólogos clínicos y los
psiquiatras. En tales circunstancias, el psicólogo sanitario general ofrece una atención primaria que
remite al especialista indicado.
De allí que para los mencionados autores, aunque las funciones del psicólogo clínico que
debería haberse formado en un programa de residencia de cuatro años a tiempo completo, están
muy claras, las funciones del psicólogo general sanitario son un poco ambiguas y en el plano
normativo, solo se sitúan en el ejercicio privado de la profesión, por lo cual, esboza una serie de
campos de acción del psicólogo general, enmarcadas en cuatro niveles fundamentales:
1. En el nivel de prevención primaria, el psicólogo está llamado a implementar planes de
educación encaminados a informar a la población acerca de la necesidad de desarrollar hábitos
adecuados de alimentación, de prevenir el uso de sustancias adictivas, la consolidación de
habilidades sociales y de control de impulsos.
2. En el nivel secundario de prevención, el psicólogo general ejecuta acciones para proporcionar
asistencia psicológica a personas que están afrontando un problema psicológico que no puede
considerarse como una patología mental. En este caso, se refieren al apoyo psicológico en las
situaciones de divorcio, el estrés laboral, las relaciones intrafamiliares, la resistencia a buscar
ayuda profesional para solventar los conflictos del mundo interno y externo, la intervención en
los problemas psicológicos que son derivados de una enfermedad física crónica como la
obesidad, la hipertensión, la diabetes, la epilepsia, el dolor crónico, entre otras.
3. En el nivel de prevención terciario, el papel del psicólogo general se orienta al desarrollo de
funciones enmarcadas en el apoyo en los programas de rehabilitación psicológica de personas
que están han vivido una experiencia traumática en cuanto a su salud física, como es el caso de
pacientes que tenido un paro cardiaco, que presentan infertilidad, que están pasando por un
tratamiento oncológico, que han tenido un trasplante de órganos o se están recuperando un
proceso de larga hospitalización.
4. El último nivel de prevención cuaternaria representa el ámbito de acción en el cual, el psicólogo
general realiza funciones paliativas en casos de personas que han sido diagnosticadas
inadecuadamente, sea por negligencia o por sobrediagnosticación con un trastorno mental,
cuyos criterios no están demarcados claramente y que pueden deberse solo a un problema de
atención psicológica.
En función de las variables de este estudio, enfocadas en la caracterización de los estados de
melancolía y la excitación maníaca, conviene ahondar en las funciones del psicólogo clínico, las
cuales, según Amoros (1980), se enfocan en diagnosticar, tratar e investigar las alteraciones del
comportamiento del ser humano. De manera que, es menester del psicólogo clínico comprender y
explicar el cómo y el porqué de la actuación de los individuos con psicopatologías o con estados de
afectación psicológica derivados de diversos problemas, y, en función de eso; implementar
estrategias que permitan modificar la conducta hacia patrones de comportamiento adecuados. De
allí, que la tarea del psicólogo clínico no se limita a identificar los síntomas psicopatológicos
existentes en el cuadro clínico de un paciente, sino que va más allá, intentando explorar las
fortalezas del sujeto que coadyuven a superar esa situación.
Sobre este particular, el citado autor agrega que hay dos ámbitos fundamentales en el ejercicio
de la psicología clínica, que son el diagnóstico y la consejería psicológica. En torno al primer
campo de acción referido al diagnóstico o evaluación psicológica, las funciones del psicólogo
clínico se concentran en la observación, la realización de entrevistas y la aplicación de pruebas, bien
sea de carácter proyectivo o psicométrico. Todo esto con el fin de precisar los criterios objetivos que
permitan ubicar al examinado dentro de un determinado trastorno o de otro problema que amerite la
atención psicológica, identificar los rasgos de personalidad y precisar las condiciones en las que se
encuentran cada uno de los elementos del examen mental; tales como la memoria, la percepción, la
conciencia, el lenguaje, el juicio, la emocionalidad, la atención, la inteligencia, entre otros.
Sin duda, un diagnóstico acertado obedece a la pericia objetiva del psicólogo, sin dejar de
lado, la cualidad humanista que debe caracterizarlo, a objeto de poder ganarse la confianza del
sujeto que está siendo evaluado y así poder obtener la más fidedigna información. Esto es lo que se
conoce como el rapport entre la persona y el psicólogo, lo cual, es fundamental para ganarse la
disposición del examinado, sin que sienta una irrupción en su espacio vital. Justamente, entablar el
rapport es una de las funciones clave del psicólogo clínico, tanto en el ámbito del diagnóstico como
en la consejería y es la base del éxito para su todo su trabajo psicoterapéutico.
El campo de la consejería psicológica, según afirma Amoros (1980), involucra las funciones
más loables del psicólogo, ya que, refiere al tratamiento psicoterapéutico y la rehabilitación mental
del paciente. Esto significa ir más allá de la mera evaluación para adentrarse en la resolución de los
problemas psicológicos que aquejan al sujeto, en la aplicación de estrategias psicoterapéuticas para
superar los conflictos del mundo interior y en general, para favorecer el bienestar emocional y
psíquico de las personas. De este modo, el psicólogo clínico desarrolla funciones orientadas a
generar transformaciones en el ámbito actitudinal, afectivo y comportamental de los individuos, a
fin de que reconozcan sus potencialidades y debilidades para que se desenvuelvan adecuadamente
en la vida cotidiana.
En este sentido, el trabajo del psicólogo como psicoterapéutica no se limita al tratamiento de
personas que evidencian alteraciones mentales, sino que también brinda atención a los sujetos con
condiciones psicológicas estables que "en determinadas circunstancias tienen problemas vitales
diversos que angustian y desconciertan, creando perturbaciones emocionales que motivan conductas
negativas (Amoros, 1980, p. 369). De manera que, la consejería psicológica incluye una serie de
funciones enmarcadas en la resolución de los conflictos que alteran el aparato psíquico del
individuo, propiciando los cambios necesarios suprimir las actitudes inadaptadas, las perturbaciones
emocionales y las conductas inadecuadas, tanto en pacientes diagnosticados con algún trastorno
mental o en personas que atraviesan por problemas que ameritan atención psicológica.
Para cerrar, es menester destacar que en el abordaje de la melancolía y la manía, que como lo
expresa Kraepelin (citado por Ramírez, 2009), son alteraciones psicológicas estrechamente
relacionadas en algunos cuadros clínicos como los estados mixtos maniacos-depresivos, los estados
depresivos circulares, la demencia maníaco-depresiva y los estados de excitación maníaca con
alternancia de estados de depresión; las funciones psicoterapéuticas del psicólogo están lógicamente
enmarcadas en el área clínica. Esto significa que, en el desempeño profesional el psicólogo clínico
debe mostrar un amplio conocimiento de todo el bagaje teórico-práctico que contribuye a una
evaluación acertada de las condiciones psicológicas del sujeto y un apoyo psicoterapéutico
adecuado. A la vez, que sus funciones están permeadas por todos principios deontológicos que
establecen los estatutos, ordenanzas y códigos de ética de la profesión, como es el caso de la Ley
Nº 5.045, que fija todas las disposiciones jurídicas y éticas para el ejercicio de la Psicología.
Ley Provincial Nº 5.045 - Profesión del psicólogo
La Ley Nº 5.045 de la provincia de Mendoza, vigente desde el 5 de noviembre 1985,
establece todos los estatutos éticos, legales y laborales que concierne al ejercicio profesional libre e
independiente de la Psicología y que demarcan las funciones a seguir en cada una de las áreas en las
que se desempeña. Así, en su Artículo 1, destaca que esta profesión solo puede ser ejercida por las
personas que hayan egresado de la carrera de Psicología en cualquier universidad y cuyos títulos
contemple lo establecido en la Constitución Nacional y la Ley de Educación Superior.
En el Art. 2 se agrega que para el ejercicio de la Psicología en la Provincia de Mendoza se
requiere que el profesional demuestre que posee el Título de Licenciado en Psicología, Doctor en
Psicología o Psicólogo; conferido por una universidad nacional de dependencia pública o privada o
por una universidad de reconocido prestigio internacional, con la habilitación de una universidad
nacional. Asimismo, se admite el ejercicio de la profesión por parte de psicólogos extranjeros,
previo cumplimiento de las normas laborales establecidas y para casos específicos para lo cual, sus
servicios requeridos, lo que significa; que no puede ejercer la Psicología de forma privada. Además,
el carácter ético de la Ley Nº 5.045, impide el ejercicio de la profesión a personas que hayan sido
excluidas por una sanción disciplinaria dentro de su desempeño profesional o que hayan incurrido
en algún delito que atente contra la salud de los ciudadanos.
Los Artículos 6 y 7 describen el ejercicio profesional del Psicólogo en los términos de
considerarlo como el profesional capacitado y autorizado para aplicar cualquier tipo de test, sea
psicométrico o proyectivo, indicado y validado para la evaluación psicológica del sujeto en
cualquiera de sus dimensiones: inteligencia, personalidad, afectividad, pensamiento, entre otros.
Asimismo, se estipula que el Psicólogo tiene la potestad de aplicar tanto individualmente como
grupalmente, las técnicas psicoterapéuticas que más considere idóneas, de acuerdo con los diversos
métodos y paradigmas existentes. Todo esto, puede ser desarrollado por el psicólogo en cualquier de
los distintos campos de acción existentes: psicología clínica, social, educacional, laboral y jurídica.
De este modo, en el Art. 8 de la Ley Provincial Nº 5.045, se continúa exponiendo las distintas
funciones del psicólogo de acuerdo a los campos de acción. Así, se plantea que el trabajo del
psicólogo, en cualquiera de los ámbitos de actuación, contempla tres dimensiones desde las cuales,
se desempeña: la promoción y prevención, el diagnóstico y el tratamiento.
En el campo educacional, se hace especial énfasis en la promoción y prevención,
precisamente porque el escenario educativo es el más idóneo para implementar estrategias que
contribuyan con el bienestar y la calidad de vida de los educandos y sus familiares; además de que
se cuenta con el valioso apoyo del personal docente para ejecutar esto. En este sentido, las
funciones del psicólogo se encaminan hacia la orientación general del proceso de aprendizaje, tanto
desde el punto de vista pedagógico, como el vocacional y profesional. También, cumple un rol de
asesoría en cuanto a la organización de la estructura del centro escolar, a fin de crear un ambiente
idóneo para el aprendizaje; a la vez que, orienta y asiste a todos sus miembros en la comprensión de
los factores psicológicos que influyen en el aprendizaje. A su vez, tiene la función de plantear
sugerencias en el plano curricular y en el didáctico, en aras de que favorezcan el aprendizaje de los
contenidos, a partir de la implementación de las estrategias didácticas y las técnicas de evaluación
más adecuadas. Esto con el fin de prevenir los diversos problemas de aprendizaje y de desempeño
académico derivados de variables psicológicas.
En la dimensión de diagnóstico, las funciones del psicólogo educacional, de acuerdo a la
citada ley, se concentran en la evaluación de los rasgos de personalidad y de las potencialidades de
los estudiantes para guiar el proceso de orientación vocacional, en aras de garantizar el éxito en la
selección de una carrera profesional. Además, el psicólogo en esta esfera de acción está llamado a
identificar los estilos de aprendizaje, así como las posibles dificultades de aprendizaje y los
problemas de conducta en los educandos. Adicionalmente, tiene la función de evaluar el
funcionamiento de la institución para detectar los inconvenientes, que incidan en el bienestar
psicológico de los agentes involucrados. En atención a esto, el psicólogo está llamado a desarrollar
actividades que impliquen el tratamiento psicológico de los aspectos negativos vinculados con los
problemas de conducta, las dificultades de aprendizaje y las relaciones interpersonales de los
miembros del centro educativo.
En el campo de acción jurídico, la Ley Nº 5.045 de 1985, establece que el desempeño
profesional del psicólogo se ubica en instituciones de carácter penitenciario, jurídico y forense y en
la dimensión de promoción y prevención sus funciones implican la implementación de actividades
orientadas a prevenir el delito en cualquiera de sus formas, brindar asesoría y asistencia en centros
penitenciarios a cualquiera de sus miembros, sean reclusos, familiares y custodios. Asimismo,
orienta los procesos de adopción, divorcio y cualquier proceso vinculado con el derecho de familia.
En la dimensión de diagnóstico, la mencionada ley sostiene que en el campo jurídico, el
psicólogo puede desarrollar evaluaciones psicológicas de ingreso, permanencia y excarcelación de
los privados de libertad en centros penitenciario. Asimismo, el psicólogo en este campo tiene la
potestad de evaluar las conductas delictivas para construir los perfiles criminales de delincuentes de
alta peligrosidad, así como la realización de peritajes forenses en caso de la consumación de delitos.
Por ello, la dimensión de tratamiento dentro de esta esfera de acción comprende el desarrollo de
funciones enmarcadas en el abordaje psicoterapéutico de delincuentes y familiares que estén en
proceso de rehabilitación dentro de los centros de reclusión, tanto para adultos como para menores,
a fin de favorecer su reinserción en la sociedad.
De acuerdo con la Ley Nº 5.045, el campo laboral implica la ejecución de funciones por parte
del psicólogo, que en la dimensión de promoción y prevención se encauzan hacia la realización de
acciones que promuevan un ambiente de trabajo agradable y motivador, por lo cual, brinda apoyo
en la prevención de accidentes laborales, plantea sugerencias en la construcción de los perfiles
requeridos para determinados cargos, participa en el proceso de selección y adiestramiento del
personal, provee orientación en el desarrollo de la carrera dentro de la empresa, analiza los factores
psicológicos intervinientes en la organización, de acuerdo a los distintos puestos de trabajo y
unidades de mando y a su vez, proporciona asistencia en los casos de culminación de la relación
laboral.
En la dimensión de diagnóstico, el psicólogo laboral hace evaluaciones de las potencialidades
intelectuales, físicas y actitudinales del personal, a objeto de proponer promociones, rotaciones,
capacitaciones o remociones del cargo. Asimismo, está llamado a realizar diagnósticos regulares del
clima organizacional y de las relaciones interpersonales dentro de la organización, a fin de
identificar o evitar posibles alteraciones. Por otro lado, en la dimensión de tratamiento, el psicólogo
laboral puede realizar funciones tendientes a aplicar técnicas psicoterapéuticas, tanto de forma
individual como grupal, en casos de inconvenientes que afecten las relaciones entre los miembros y
alteren el clima organizacional.
Por otro lado, en el campo de acción social, el psicólogo se desempeña en diversos escenarios
que abarcan sobre todo, el abordaje de grupos y comunidades, ya que, como lo explica la Ley Nº
5.045, la influencia de la convivencia del ser humano en una comunidad u organización interviene
en los rasgos personales y la conducta. De este modo, el psicólogo en el ámbito social ejecuta una
serie de funciones en el seno de las comunidades, instituciones y fundaciones de carácter social,
centros de investigación psicológicos, políticos y antropológicos.
En la dimensión de promoción y prevención de la esfera social, el psicólogo tiene la función
de orientar y asesorar a las instituciones y grupos comunitarios acerca del desenvolvimiento
armonioso de la dinámica social, ayudando a identificar los factores psicológicos inmersos en los
hechos de carácter social y en la simbiosis del grupo, así como a determinar los roles de cada
miembro y el papel del aprendizaje y la comunicación en la retroalimentación de cada una de las
personas que lo conforman. De allí que, en la dimensión de diagnóstico en el área social, el
psicólogo desarrolla funciones enmarcadas en la evaluación de las características psicológicas del
grupo como un ente homogéneo y la detección de las variables psicológicas generadoras de
bienestar colectivo o conflictividad social. Asimismo, diagnostica los factores psicológicos que
orientan una determinada tendencia de opinión pública, a la par de que, está llamado a evaluar los
aspectos psicosociales y sociodinámicos que influyen en la conducta particular de los sujetos que
conforman la comunidad o grupo.
En lo que respecta al trabajo terapéutico, la referida ley sostiene que el psicólogo desempeña
funciones dirigidas a tratar las perturbaciones que alteran la dinámica armoniosa del grupo,
organización, comunidad o de una persona en particular dentro del grupo, implementando
estrategias de psicoterapia grupal e individual, según sea el caso. Aquí, es importante destacar el rol
que puede tener un psicólogo en conjunto con el acompañante terapéutico para favorecer la
integración de un paciente dentro de la simbiosis del grupo, fungiendo como mediador para enlazar
los vínculos del sujeto con la comunidad, a objeto de lograr una adaptación exitosa en la sociedad
que beneficie las relaciones interpersonales, tal como lo esgrime Segui (2013).
En el marco de las observaciones anteriores y considerando las variables de este estudio, es
oportuno reseñar lo plasmado en la Ley Provincial Nº 5.045 de 1985, en cuanto a las funciones que
desarrolla un psicólogo en el área clínica. Dichas funciones en la dimensión de promoción y
prevención están referidas a las actividades de protección e implementación de programas junto con
equipos multidisciplinarios, que promuevan el bienestar mental y emocional de las personas, tanto
en el entorno familiar como en el social. Esto implica intervenir preventivamente, en situaciones
críticas que experimentan las personas, grupos o instituciones; a objeto de sortear posibles
psicopatologías. Asimismo, el psicólogo en este campo de acción representa un importante aliado
en la comprensión y asimilación de las distintas fases evolutivas del ser humano, por lo cual, tiene
la tarea de orientar los procesos de transición de la niñez, adolescencia, adultez y vejez; con el
propósito de evitar alteraciones psicológicas derivadas de las crisis existenciales que pueden
presentarse con el paso de una etapa a la otra.
En la dimensión de diagnóstico del área clínica, la citada ley subraya que el psicólogo está
autorizado para ejercer funciones de evaluación en tres ámbitos: la evolución del ser humano, la
personalidad y el contexto familiar. En cuanto al diagnóstico del proceso evolutivo, el psicólogo
evalúa los niveles de maduración, las capacidades intelectuales correspondientes a cada etapa, el
desarrollo psicomotriz y la manifestación de actitudes e intereses. Con respecto al diagnóstico de
personalidad, las funciones del psicólogo se concentran en hacer detecciones de síntomas tempranos
de trastornos, asimismo, determina la existencia de criterios diagnósticos vinculados con alguna
psicopatología y realiza diagnósticos diferenciales para descartar signos en un cuadro clínico que
pueda confundirse con una condición o patología en particular. En el ámbito familiar, el psicológico
tiene la función de evaluar las variables de carácter genético o ambiental que pueden incidir en las
conductas, condiciones o patologías de un sujeto.
Finalmente, es en la dimensión de tratamiento del área clínica donde la Ley Nº 5.045, describe
las funciones del psicólogo como psicoterapeuta y su papel en la rehabilitación mental de las
personas para que logren superar los síntomas de diversos trastornos o las consecuencias derivadas
de otros problemas de atención psicológica, aplicando las técnicas más idóneas de acuerdo las
particularidades de cada caso. Como ejemplo de esto y haciendo alusión a los propósitos de esta
investigación, este ámbito de acción involucra la labor psicoterapéutica del psicólogo que puede
implementar la técnica del dispositivo de acompañamiento terapéutico en el abordaje psicoanalítico
de los casos de melancolía y excitación maníaca.
Antecedentes Históricos del Acompañamiento Terapéutico
De acuerdo con Macías (2013), el acompañamiento terapéutico (en lo sucesivo AT), se
comienza a gestar en Argentina hacía la década del 60, debido a la intención de cambiar la
concepción que se tenía de los llamados manicomios. En torno a esto, Segui (2013), agrega que el
acompañamiento terapéutico surge como respuesta a las diversas reformas que se fueron
desarrollando en ámbito del tratamiento de enfermedades y problemas en el área de la psiquiatría.
Estos cambios fueron producto de la incorporación de nuevos elementos en el diagnóstico y
tratamiento que anteriormente no eran considerados. De manera que, el análisis del contexto social
y familiar, el trato que se le había dado a la persona afectada y la aceptación de que la solución del
problema no solo podía hallarse en un centro asistencial; fueron cruciales para dar los primeros
pasos en la implementación del AT.
Paralelamente, en esos tiempos, añade Segui (2013), en diversos países de Europa y
Norteamérica se desarrolla un cuestionamiento profundo de las concepciones que se tenían de la
praxis psiquiátrica consiste en aislar a los pacientes en manicomios, cuyos resultados en el proceso
de recuperación y rehabilitación eran por lo general, ineficaces y traían como consecuencia el coste
innecesario de la internación. Asimismo, en este proceso de reflexión y transformación que condujo
a la práctica del AT, fueron significativos los siguientes hechos:
1. La alarma que se produjo en el ámbito de salud a partir de la controversia de que la mitad de las
camas en la hospitalización alrededor del mundo eran ocupadas por pacientes psiquiátricos.
2. La influencia del psicoanálisis y de la perspectiva sociocrítica de la psiquiatría comunitaria.
3. El rechazo a la psiquiatría convencional orientada a la aplicación de métodos agresivos en
manicomios donde se confinaba al paciente y se aislaba de sus familiares y seres queridos, lo que se
denominó antipsiquiatría.
4. Los avances de la empresa farmacéutica en cuanto a la generación de nuevos medicamentos para
el tratamiento farmacológico de pacientes psiquiátricos.
5. El cierre paulatino de hospitales psiquiátricos, conocidos como manicomios, cambiando a la
concepción del modelo del hospital de día, que implicaba la salida regular del paciente psiquiátrico,
a objeto de que tuviera la oportunidad de interactuar socialmente y esto favoreciera su recuperación.
Esta tendencia transformadora de la práctica psiquiátrica, también estuvo inspirada, según los
términos de Rossi (2007) por los movimientos innovadores que se fueron desarrollando en diversos
países, entre los que destacan: los principios reformistas de la Psiquiatría institucional y sectorial de
Francia, los trabajos de la comunidad antipsiquiátrica y terapéutica de Inglaterra, el desarrollo del
área social y comunitaria de la Psiquiatría en Estados Unidos y por las experiencias de
desinstitucionalización y reinserción social de paciente psiquiátrico basados en la Psiquiatría
democrática practicada en Italia.
Otro antecedente significativo que contribuyó al surgimiento del AT en Argentina y que es
reseñado por Pulice (2011), es el trabajo de Mauricio Goldenberg, que consistió en la creación hacía
el año de 1956, de un servicio de salud mental dentro de un hospital general argentino, en el cual, se
implementó una estrategia de tratamiento psiquiátrico innovadora, consistente en conformar
equipos multidisciplinarios para abordar al paciente, a la par de que se hizo hincapié en la
promoción y prevención desde la asistencia a las comunidades.
A propósito de esto, vale acotar que en varias partes del mundo se desarrollaron otras
experiencias significativas que abonaron el terreno para la aparición del AT, las cuales, según los
términos de Segui (2013), estaban referidas a la consideración de una figura de asistencia y
acompañamiento de los pacientes con alteraciones psiquiátricas en diversas actividades y
circunstancias, tanto en los centros asistenciales como fuera de ellos. De este modo, en Francia
existía la figura del “animateur”, cuyas funciones estaban centradas en reforzar la socialización de
los pacientes, en Canadá se habló de un interviniente clínico, que fue crucial en el tratamiento de
personas con psicopatías. En Inglaterra y Bélgica se implementaron los dispositivos de enlace,
mientras que en España se puso en práctica la continuidad de cuidados que era realizada por un
monitor de tiempo libre. En tanto que en Brasil y Argentina surgió la figura del amigo cualificado,
que más tarde se denominaría acompañante terapéutico y era el encargado de asistir al paciente
fuera de la institución de salud en la que estaba internado.
A inicios de la década de los 70, se va perfilando la figura de los acompañantes terapéuticos
como un recurso de importante impacto en la consecución del tratamiento psicoterapéutico de los
pacientes fuera de la internación hospitalaria y se constituía en una arista del triángulo terapéutico
que junto con el trabajo psicoterapéutico y el tratamiento farmacológico podría garantizar una
mejoría satisfactoria (Chirullo, 2015). En este sentido, según explica el citado autor, vale resaltar el
hecho histórico que significó la puesta en práctica de un programa en el Hospital de Día
perteneciente al Hospital Carolina Tobar García de Buenos Aires, que consistió en el trabajo de
orientación, ayuda y asistencia; desarrollado por un grupo de estudiantes de Psicología quienes
fueron entrenados para acompañar a pacientes con síntomas psicóticos durante las salidas del
hospital; con el fin de éstos adquirieran destrezas para desplazamiento en la ciudad, desarrollaran
actividades de forma autónoma e interactuaran con la familia y la comunidad.
Este tipo de acciones, según lo apunta Rossi (2007), sentaron las bases para el surgimiento de
la noción del AT, en el marco de un movimiento reformista conocido como “Campo de Salud
Mental”, que pretendía toda una transformación basada en los postulados del psicoanálisis de las
preconcepciones existentes y técnicas tradicionales de tratamiento de personas con psicopatías. La
década del 70, marcada por un contexto sociopolítico conflictivo y dictatorial fue el contexto donde
se fue gestando el AT y la forma en la que se concibió aún perdura en la actualidad.
El periodo de inestabilidad política de fin de la dictadura y regreso de la democracia que
caracterizó a la década de los años 80 en Argentina, fue el escenario propicio para que se
estableciera definitivamente la figura del acompañante terapéutico, ya que, según los términos de
Segui (2013), se dieron ciertas circunstancias que favorecieron el auge de este dispositivo, a saber:
1. El creciente interés por el psicoanálisis como una forma innovadora y alternativa a los más
arraigados y tradicionales paragones del tratamiento terapéutico psicológico y psiquiátrico, lo que
significaba una propuesta revolucionaria que de la mano de Enrique Pichon-Rivière pretendía
incluir el psicoanálisis en el hospital.
2. El creciente uso del AT por parte de familias acaudaladas que no querían la reclusión de su
familiar en hospitales psiquiátricos, sino que preferían que un profesional se encargara de esos
exclusivamente en su hogar. Sin embargo, debido a la progresiva repercusión de este dispositivo su
aplicación se fue ampliando a otros niveles socio-económicos.
3. El sustancial aumento de estudiantes en la carrera de Psicología, lo que contribuía a que muchos
de los recién egresados y estudiantes avanzados tuvieran una oportunidad laboral inmediata para el
ejercicio profesional.
4. La organización del primer encuentro académico referido al AT hacia el año de 1983 y la
publicación del primer libro sobre el tema en 1985, por parte de Susana Kuras y Silvia Resnizky, el
cual se tituló: “Acompañantes Terapéuticos y Pacientes Psicóticos”.
En torno a esta última circunstancia, referida al abordaje en el ámbito académico del AT,
Chirullo (2015) agrega que fue fundamental para sentar los cimientos teóricos y técnicos del
ejercicio profesional de esta figura que sin duda, representa un complemento significativo en el
tratamiento clínico de un paciente con alguna patología o alteración mental. Fue a partir de estos
eventos académicos que se fue llevando un registro científico de los alcances de esta forma
terapéutica que pone en contacto al paciente con la cotidianidad, a su vez, que se fue
conceptualizando y teorizando acerca de los roles, objetivos y estrategias que definen al
acompañante terapéutico.
En la década de los años 90, se producen varios hechos significativos que van a contribuir con
la expansión del AT como dispositivo adjunto de un proyecto clínico para el abordaje clínico de
pacientes. Es, precisamente, hacía 1994 cuando según Chirullo (2015), se lleva a cabo el Primer
Congreso de Acompañamiento Terapéutico en la ciudad de Buenos Aires, teniendo entre sus
organizadores a figuras de notable trascendencia en el área, como son: Gabriel Pulice y Federico
Manson. De allí que, la intención de este tipo de eventos era la de congregar a todas aquellas
personas que ejercían esta actividad y reunir toda la producción intelectual presentada en memorias
y libros que enriquecieran en ámbito académico y científico sobre el tema.
Todas estas circunstancias históricas tuvieron cierta similitud con lo experimentado en otras
latitudes en torno a la implementación del AT. Por ejemplo, en Brasil como lo señala Segui (2013),
la implementación del AT se refuerza durante esta década, ya que, se consolida con los ideales
reformistas que se pusieron en práctica en la campo de la salud, considerándose como una
alternativa innovadora y emergente frente al modelo de internación de los pacientes con
psicopatologías. De igual modo ocurre en Chile con un movimiento reformador que va a tener a su
punta de lanza el Plan Nacional de Salud Mental y Psiquiatría, caracterizado por proporcionar una
continuidad de cuidados en el seno de las familias con todos los recursos disponibles en la
comunidad y el involucramiento de los familiares como parte de un proceso terapéutico basado en
la adaptación al contexto cotidiano. A propósito de esto, cabe destacar que el citado autor afirma
que la figura del cuidador y orientador domiciliario surge a partir de 1989 y poco tiempo después se
le comienza a reconocer como acompañante terapéutico.
El nuevo milenio representa el período de afianzamiento institucional del AT, ya que como lo
destaca Chirullo (2002), los principios teóricos y fundamentos clínicos de este dispositivo, son
incorporados en los programas académicos de la Facultad de Psicología de la Universidad de
Buenos Aires, en la forma de una asignatura de carácter electivo, lo cual, junto con el proceso de
formación técnica ya existente desde 1986, formaba parte de ese reconocimiento de la comunidad
académica del dispositivo en el marco del tratamiento clínico de las personas con trastornos
mentales o condiciones graves de atención psicológica.
Precisamente, es durante este período, según lo expuesto por el citado autor, cuando en el año
2001, se desarrolla en Córdoba el segundo Congreso de AT y en el año 2003 se materializan dos
eventos de importante notoriedad en el campo. Tales eventos son: 1) la realización del Primer
Congreso Iberoamericano de AT, contando con la participación de representantes de Argentina,
Colombia, Brasil, Chile, México, Perú y Uruguay y 2) la conformación de la Asociación de
Acompañantes Terapéuticos de la República Argentina, por sus siglas AATRA.
Chirullo (2015), resalta otros eventos de relevancia para la consolidación del AT, que se
desarrollaron en años posteriores, como lo fue, la realización en 2006, del Segundo Congreso
Iberoamericano en Brasil y la institucionalización de la figura del acompañante terapéutico a partir
de 2010, con el reconocimiento en la Ley Nacional de Salud Mental de Argentina, en la modalidad
de abordaje y la publicación de un código de ética de la profesión.
En consonancia con todo lo planteado vale decir que el AT, se constituye en una valiosa
herramienta para complementar el abordaje terapéutico de los estados de melancolía y excitación
maníaca, ya que, son entidades explicadas desde el psicoanálisis y este dispositivo está basado en
los principios psicoanalíticos. De manera que, en el caso específico de estos estados
psicopatológicos, según lo expresa Ledesma (2013), el tratamiento con AT tendría como meta lograr
que el paciente transite por un proceso de duelo normal, volviendo a tener interés por el mundo
exterior, tal como lo tenía antes de la pérdida del objeto amado que lo condujo a ese estado.
Objetivos Generales de un Dispositivo de Acompañamiento Terapéutico
Segui (2013), expone que dentro de los objetivos generales de un dispositivo de AT, se
encuentra el interés por ampliar el contexto del trabajo terapéutico hacia los diversos escenarios,
fuera de la institución psiquiátrica, donde el paciente requiere ir ganando confianza y adaptación
para desenvolverse, los cuales, pueden ser la calle, el hogar y otros lugares de esparcimiento. Esto
significa, sumergir a la persona afectada por una psicopatía en lo que debe ser su cotidianidad en el
ámbito familiar, cultural y social, con el apoyo permanente de un profesional que le guiará
terapéuticamente en ese proceso de adaptabilidad.
Este objetivo, según lo reseña el citado autor, deriva en la consecución de una serie de metas
enmarcadas en el favorecimiento del proceso de recuperación de todas las facultades y habilidades
adaptativas del paciente para hacer frente de manera independiente a todas las exigencias de la vida
cotidiana. Además de contribuir con la normalización de las relaciones interpersonales en aras de
propiciar la integración en el entorno familiar, social y laboral y de este modo, generar un cambio
que ayude a tener una percepción clara del mundo y una calidad de vida idónea.
Otro objetivo que Rossi (2011) plantea contextualizándolo a la noción de encuadre dentro del
AT, es el concerniente al establecimiento de coordenadas que orienten el proceso de integración a la
vida cotidiana en los diversos ámbitos, precisando un contrato que demarque normativa, temporal y
espacialmente los alcances del AT con cada uno de los agentes involucrados: paciente, familia y el
equipo de asistencia profesional. Esto significa que el encuadre dentro del AT debe pautar un
objetivo claro desde el inicio del proceso, incluyendo elementos que son constantes, pero que
pueden experimentar transformaciones, conforme se van asumiendo nuevos desafíos basados en la
mejoría del paciente.
A partir de los planteamientos de Pulice (2011), en torno a la función del AT, se puede extraer
otro objetivo general que se cierne sobre la significatividad que tiene la implementación de este
dispositivo en el tratamiento de un paciente, ya que, proporciona una vía para instaurar patrones de
comportamiento adecuados en las diferentes circunstancias de la vida cotidiana. Para lograr esto, el
acompañante terapéutico debe asumir el rol de mostrarse al paciente como un modelo a seguir, en
cuanto a las formas adecuadas de actuación frente a determinadas situaciones. Esto implica que el
AT tiene como objetivo ofrecer al paciente un modelo de identificación a seguir que desmonte los
estereotipos de actuación desvirtuados, que han imposibilitado su adaptación a la cotidianidad.
Además de constituirse en un ejemplo a seguir, el acompañante terapéutico también tiene una
función de orientar y auxiliar al paciente en responsabilidades que aún no puede desempeñar por sí
solo, según lo expone el referido autor. Ejemplo de esto, puede ser la planificación y materialización
de algunas actividades como recordar tomar el medicamento, asistir a la consulta, organizar
actividades recreativas y de esparcimiento, entre otros. A partir de esta tarea se puede dilucidar otro
objetivo fundamental del AT, que consiste en brindar apoyo en actividades cotidianas que el
paciente no realizaría de manera independiente, ya que, implican un importante esfuerzo de
voluntad para salir de los mecanismos estereotipados que ha entramado desde su patología mental.
Otro de los objetivos que se puede extraer a partir de las ideas de Pulice (2011), involucra
desarrollar las potencialidades y fortalezas que han sido detectadas en el paciente en las
evaluaciones diagnósticas, a fin de disminuir las debilidades inhibitorias que le impiden explorar su
capacidad creativa y configurar unos rasgos de personalidad tendientes a superar los obstáculos y
plantear retos personales que contribuyan con su recuperación y adaptación a la cotidianidad. Cabe
destacar que todo esto, debe hacerse sin imposiciones para que no se generen condiciones
contraproducentes que propicien la ansiedad y la angustia, y, a su vez, con mucho entusiasmo para
que el paciente se sienta motivado a reconocerse como un ser valioso con muchas virtudes que
puede desarrollar en interacción con su entorno familiar, social y laboral.
En este punto conviene hacer referencia al objetivo del AT, que según Segui (2013), consiste
en enlazar con el equipo terapéutico por medio de dos vías: 1) Proporcionar información acerca de
la evolución del paciente en el proceso de reinserción y adaptación a la vida cotidiana y 2)
Representar el rol del terapeuta en la cotidianidad, implementando en el marco de las interacciones
con la realidad y las relaciones interpersonales, las estrategias psicoterapéuticas sugeridas por el
equipo multidisciplinario de asistencia. Por tal motivo, el AT también tiene dentro de sus objetivos
“la prevención de recaídas ya que aporta información de las situaciones que en la cotidianeidad del
paciente exponen su falta de defensas y se trabaja para fortalecerlas” (Segui, 2013, p. 41).
En definitiva, como lo reseña Ledesma (2013), los objetivos del AT, también van a depender
de cada caso en particular, pero la finalidad última de la implementación de este dispositivo será
siempre la de apoyar a los pacientes en el restablecimiento de las relaciones interpersonales,
orientar el manejo de las crisis en los contextos cotidianos, reducir o suprimir los períodos de
internación en centros asistenciales psiquiátricos, favorecer su adaptabilidad al contexto familiar,
social y laboral, ayudando a que asuma actividades y responsabilidades de forma autónoma
progresivamente, y estrechar lazos con los recursos que se ofrecen desde el seno familiar y
comunitario, los cuales, son positivos para el tratamiento terapéutico. Esto significa que, en el caso
particular que aborda esta investigación, en el tratamiento de los estados de melancolía y excitación
maníaca los objetivos del AT, estarán encauzados a restituir su relación con el mundo exterior, en el
marco de la superación del duelo por el objeto amado perdido.
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