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CONSUMO PROBLEMÁTICO DE NUEVAS

TECNOLOGÍAS
Unidad temática I: Sobre los consumos
problemáticos y las adicciones
Profesora Lic. Menichelli Melina

Introducción a las características del contexto social del


siglo XXI: El consumo en la cultura contemporánea.

¡Bienvenid@s a esta primera clase!

“La época nos construye”

Z. Bauman, Vida de consumo (2007)

Para dar inicio a este bloque temático, vamos a comenzar desarrollando una
serie de transformaciones a nivel económico y sociocultural que se suscitaron
en los últimos 50 años y a partir de las cuales las instituciones cambiaron
manifestándose en dos procesos sociales denominados desinstitucionalización
e individualización.

El llamado proceso de desinstitucionalización implica que las instituciones


clásicas como lo son la escuela, la familia, la religión, la fábrica, etc.; ya no son
capaces como antes de construir las pautas de vida de las personas que
forman la sociedad, quedando las mismas en la esfera de las decisiones
personales.

Las instituciones que hace 50 años estaban atravesadas por mandatos sociales
que decían, por ejemplo, que había que casarse y formar una familia además
de conseguir un trabajo estable y duradero. Pensemos en el trabajo, antes era
usual que los oficios se heredaran o que las personas fueran ascendiendo y
creciendo laboralmente dentro de una misma institución.
La desinstitucionalización es un proceso que configura de manera distinta a
las normas, los valores y a los individuos, donde las instituciones ya no son
capaces de producir a los sujetos.
En la idea de individualismo cada uno puede trabajar, siguiendo el ejemplo, de
lo quiere, de lo que le gusta, ya no viene dado de antemano.
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La individualización es la fragmentación de las formas sociales existentes a


partir de la cual queda en la esfera individual la construcción de las pautas de
vida. Es decir, que se socializa la ilusión de que “cada uno tiene la libertad de
hacer lo que le gusta”.
Estas transformaciones de las instituciones y de la sociedad son estudiadas
por filósofos y sociólogos quienes coinciden en el análisis realizado por Michel
Foucault1 sobre el pasaje de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control.

Este autor definía a la sociedad disciplinaria a partir de la constitución de


lugares de reclusión como la cárcel, la escuela, la fábrica, los hospitales, los
manicomios. Donde la característica principal es la construcción de
instituciones que tienen una modalidad basada en el encierro y el
disciplinamiento.

Según Foucault, son tipos de dispositivos que permiten la fabricación del


“individuo disciplinario” y entonces desde esta perspectiva la subjetividad es
resultado de los mecanismos de normalización en el individuo, es decir, de la
forma en que los dispositivos disciplinarios se articulan entre sí y producen un
tipo de mentalidad congruente con las condiciones culturales existentes.

El individuo no deja de pasar de un espacio cerrado a otro, cada uno con sus
leyes: primero la familia, después la escuela (“acá ya no estás en tu casa”),
después el cuartel (“acá ya no estás en la escuela”), después la fábrica, de tanto
en tanto el hospital, y eventualmente la prisión, que es el lugar de encierro por
excelencia2.

Lo que se busca a raíz de esta metodología es imponer los valores y las


maneras para ser a través de las instituciones y el valor social que tiene para
la época.

Las sociedades disciplinarias disponían de una secuencialidad relativamente


estable que ayudaba a la formación de los sujetos dentro de los objetivos de
cada institución, y estos objetivos permitían el paso de esos sujetos a la
institución siguiente “de la escuela al cuartel, del cuartel a la fábrica”3.

Pero lo que Foucault también sabía era la brevedad del modelo: las disciplinas
a su vez sufrirían una crisis en beneficio de nuevas fuerzas que se irían
instalando lentamente, y que se precipitarían tras la segunda guerra mundial
en una crisis generalizada de todos los lugares de encierro.

Las instituciones clásicas comienzan a ser lugares de discusión y debate. Por


ejemplo, en la crisis del hospital como lugar de encierro, la sectorización, los
hospitales de día y la atención a domicilio, pudieron marcar al principio nuevas
libertades, pero participan también de mecanismos de control que rivalizan
con los más duros encierros. Las discusiones sobre la enseñanza y la posible

1Michel Foucault, fue un filósofo, historiador de las ideas, psicólogo y teórico social
francés (1926-1984).
2
Deleuze “Posdata sobre las sociedades de control”.
3 Deleuze “Posdata sobre las sociedades de control”.
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incorporación de tecnología digital al aprendizaje, el trabajo en casa, son


algunos ejemplos sobre cómo se flexibilizaron las instituciones.

Son las sociedades de control las que están reemplazando a las sociedades
disciplinarias. Según el filósofo y pensador Gilles Deleuze, en la sociedad de
control los límites de las instituciones son más lábiles y abiertos.

Quizás la referencia más constante en relación a las sociedades de control sea


la vigilancia. El control no necesita de la modalidad del encierro, como ocurre
con la disciplina, para ejercer la vigilancia sobre los sujetos. Por eso la vigilancia
en la era del control está más relacionada con tecnologías que con
instituciones, al punto que las primeras rompen los tabiques de las segundas.

“Si las disciplinas moldeaban los cuerpos constituyendo hábitos


principalmente en la memoria corporal, las sociedades de control modulan los
cerebros y constituyen hábitos principalmente en la memoria espiritual”4.

El sociólogo y filósofo italiano, Mauricia Lazzarato propone, entonces, situar


las sociedades de control a través de un conjunto de técnicas de control cuya
operatoria se basa más en grabar consignas variables en la memoria, a través
de las tecnologías de información y comunicación, que en tallar consignas fijas
en subjetividades encerradas.

Cuando hablamos de subjetividades lo hacemos en el sentido que nos


comparte Foucault, quien concibe al sujeto como producto del discurso en dos
diferentes sentidos: como sujetos que personifican las formas particulares de
conocimiento que el discurso produce, y como lugares para el sujeto
(posiciones subjetivas). Desde esta perspectiva el sujeto es producido “como
un efecto” a través y dentro del discurso, en el interior de formaciones
discursivas específicas e históricamente situadas.

Los instrumentos que utiliza el sistema actual para producir masivamente la


subjetividad son los medios de comunicación de masas, la publicidad, los
sondeos, las estadísticas, las encuestas, que fabrican la opinión a gran escala.
Se trata de sistemas de conexión directa entre las grandes máquinas
productivas, las de control social y las instancias psíquicas que definen la
manera de percibir el mundo (Guattari, 1986 y 1992).

«Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería


básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían
con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que, gracias
al consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre.»

Aldous Huxley, ‘Un mundo feliz’ (1932)

4
Mauricio Lazzarato. Políticas del acontecimiento. Buenos Aires, Editorial Tinta
Limón, 2006, página 100.
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Esta fragmentación de las formas sociales


existentes, a partir de la cuales se traslada a la
esfera individual la construcción de las pautas de
vida, donde las instituciones ya no nos articulan
diciéndonos qué tenemos que hacer para
pertenecer a la sociedad, nos lleva a preguntarnos
entonces ¿qué es lo que nos articula?

Al unísono de este proceso de


desinstitucionalización e individualización empieza
a emerger lo que se denomina la sociedad de
consumo. Estamos hablando de una sociedad que
se empieza a organizar y ordenar a través del consumo de todo tipo de objetos
y también, de modelos e ideales, de programas de televisión, etc.

El consumo se erige como un constructor de orden social en el cual prevalece


el tener ante el ser, el poder adquisitivo y el tipo de consumos que una persona
realiza suelen ser ejes constructores de identidad y, por lo tanto, del lugar que
esa persona ocupa en el mundo. Propiciando de esta manera, una nueva forma
cultural, política y económica que se encuentra ligada al capital financiero, a
las lógicas del mercado, las cuales propician la construcción de subjetividades
consumistas e individualistas.

Sociedad de consumidores

Decíamos que en la actualidad vivimos en una


sociedad denominada de consumo y sabemos que
los contextos sociales en los que se desarrollan las
personas generan efectos directos sobre su
construcción como tal, lo que significa que son
formadores de identidad y de pertenencia.
Cada época delimita las condiciones de posibilidad de devenir sujetos, y
nuestros modos de vivir. En la actualidad, todas nuestras subjetividades y
vivencias se encuentran atravesadas por las lógicas de consumo.
¿Qué significan las lógicas del consumo? Significa que circulan ciertos
discursos y tendencias que marcan ideales y modelos a seguir que delimitan
nuestros modos de vida: ideal de constante felicidad, de belleza y juventud; la
inmediatez de la satisfacción, el tener en detrimento del ser. Esta lógica no
opera únicamente para satisfacer necesidades y deseos, sino a la incitación del
deseo de deseos siempre nuevos.

La era consumista que vivimos se basa en la ferviente necesidad de sacar


nuevos productos al mercado para saciar las ansias de renovación de la
sociedad. Los productos duraderos ya no son importantes, en esta era priva
lo efímero y lo nuevo para sorprender a los compradores.
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A medida que avancemos en el desarrollo de este curso, veremos como este


cambio influye en nuestra manera de concebir e interactuar con el mundo.
Para dar cuenta de esta transformación social, tomaremos el análisis realizado
por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, quien acuñó el concepto de
modernidad líquida para justamente teorizar sobre lo efímero que marca la
época actual.
La realidad líquida para este autor consiste en una ruptura con las instituciones
y las estructuras fijadas del pasado, tal como desarrollábamos al inicio. En la
vida líquida la sociedad se basa en el individualismo y se ha convertido en
algo temporal e inestable que carece de aspectos sólidos.
La individualización una tendencia exitista y exacerbada hacia el narcisismo, la
identidad relacionada con el tener y no con el ser y ese tener se plantea de
manera inmediata y en cambio constante.

Todo lo que tenemos es cambiante y con fecha de caducidad, en comparación


con las estructuras fijas del pasado. Retomado los ejemplos pensemos en
aquellas parejas que han estado casi toda la vida juntos, la misma con la que se
casaron cuando las fotos eran en blanco y negro. Personas que han tenido
el mismo trabajo desde que salieron de la universidad con 23 años y esperan
sostenerlo hasta su jubilación.

Estas son las características de la sociedad de consumo en que estamos


actualmente insertos y nos atraviesa por lo tanto a todos. Todos somos
consumidores.
De esta manera, podemos afirmar que los sucesos históricos tienen impacto
en la conformación de la percepción del mundo de los sujetos y es por ello que
requiere ser problematizado.

La complejidad del campo de los consumos problemáticos

Pensar sobre las problemáticas del ser humano requiere que complejicemos
nuestra mirada acerca de la salud de una manera integral y en términos
relacionales.
Decíamos que desde hace medio siglo vivimos en una sociedad de consumo,
¿Es casual que en las últimas décadas hayan aumentado las problemáticas
relacionadas con el consumo?
Sabemos que desde épocas muy remotas los seres humanos, por diferentes
razones han recurrido a sustancias en búsqueda de efectos que alteren la
mente y el comportamiento. Entre las posibles razones encontramos
evidencias religiosas, medicinales, existenciales o simplemente por cuestiones
recreativas.
Los príncipes, por ejemplo, desencadenaban sus incontenibles fantasías a
través de los alucinógenos, los poetas estimularon su imaginación creativa y
los guerreros pretendieron templar su valor usando drogas capaces de
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permitir la supervivencia en una atmósfera invadida por la sensación fatídica


de muerte.
Existe evidencia arqueológica y antropológica sobre los consumos en la
historia. Pero esos consumos distan sobre cómo se produce el acto de
consumir en la actualidad.

El consumo en otros tiempos era reglado de una manera particular, lo que


significa que, por ejemplo, no se consumía en cualquier momento, sino que se
lo hacía en momentos generalmente vinculados a cuestiones religiosas o para
celebrar algún acontecimiento significativo. Usualmente no consumía
cualquier miembro de la comunidad, sino que eran personas autorizadas y con
el saber para hacerlo.

En nuestra sociedad actual observamos que consumen todo tipo de personas,


en cualquier momento o lugar, y aparecen constantemente nuevas drogas que
apuntan a tener un efecto cada vez más rápido y a ser cada vez más baratas,
es decir, que conllevan la posibilidad de ser adquiridas de manera más fácil.

Pero ¿Acaso no sucede lo mismo con los demás objetos de consumo?


Pensemos en los teléfonos. Hace varias décadas atrás, existía aquel teléfono
negro, que toda familia aspiraba a tener y que respondía estrictamente a la
necesidad de comunicación con personas que estaban lejos o a situaciones de
“emergencia”. Cuando una familia accedía a aquel aparato negro, el acto de
demandar el teléfono se terminaba. Era usado con cierto objetivo específico,
lo usaban los adultos y se cuidaba de no hablar de más.

En la actualidad, la mutación que se produce del teléfono clásico hacia los


teléfonos inteligentes nos demuestra una transformación social en relación a
su uso. Ya que además de satisfacer la necesidad básica de comunicarse a
través de un llamado, los teléfonos inteligentes nos conectan con plataformas
de contenido, podemos sacar fotos, así como realizar y reproducir videos,
efectuar compras en línea a través de internet, reproducir música y muchas
otras funciones más.

Si retomamos lo desarrollado al inicio de esta unidad, podemos afirmar que


vivimos en una cultura que valora la satisfacción rápida e inmediata, el
consumo por el consumo, donde el sistema nos propone todos los días,
siguiendo con el ejemplo, un nuevo modelo de teléfono con una serie de
funciones que nada tienen que ver con la necesidad que vienen a satisfacer (la
comunicación) y que, además, quien no lo tiene parece quedarse afuera de la
sociedad.

Según Bauman, esta modernidad liquida en la que vivimos, se caracteriza ante


todo y fundamentalmente, por una renegociación del significado del tiempo,
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algo hasta ahora inédito. En este sentido, podemos pensar en los tiempos de
espera para el consumo actual.
Antes las personas solían durante mucho tiempo ahorrar para poder comprar
algún bien durable, hasta existía una libreta del ahorro. Hoy, una persona puede
acceder de forma inmediata a prácticamente cualquier bien a través del
sistema de cuotas, comprar y pagar después. El ejemplo más claro de esta
modalidad de consumo son los sistemas de ventas telefónicas que proponen
el slogan ¡Llame ya!
La publicidad nos muestra, todos los días, que la solución a los padecimientos
subjetivos puede darse a través del consumo.
Éste es el contexto en el que inscriben las problemáticas relacionadas con el
consumo de diversos objetos y si bien no es una causa determinante absoluta
de las adicciones, pero sí es el escenario donde las mismas tienen lugar.
Proponemos, por lo tanto, ampliar y complejizar la mirada, dejando de centrar
la atención solamente en el objeto de consumo o en el sujeto, para comenzar
a pensarlo de manera relacional.

Conceptualizaciones sobre consumos problemáticos y las adicciones


desde una perspectiva de salud mental

Para comprender la problemática de los consumos en el siglo XXI es


fundamental entender que, si el consumo es el ordenador social, el consumo
se torna problemático en sí mismo porque merece una reflexión de sobre qué
es lo que se construye en una situación de consumo. Para lograr esta
comprensión en necesario pensar los consumos problemáticos a partir de la
existencia de una interacción dinámica y constante entre tres elementos que
forman parte del fenómeno:

SUJETO CONTEXTO

OBJETO DE
CONSUMO
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La relación dinámica entre los tres elementos invita a pensar en el problema


de los consumos desde una mirada multidimensional que incluya a salud y
enfermedad mental, social y funcional, entendidos como un constructo cultural
y social, ligados necesariamente a un contexto determinado.

Desde nuestro punto de vista necesitamos cambiar el tipo de enfoque dejando


la necesidad de centrarnos en cada uno de los constituyentes de la
problemática para pasar a una perspectiva relacional.
El consumo problemático es un proceso multidimensional en el que
interjuegan la sustancia, los procesos individuales del sujeto y la organización
social en la que se produce el vínculo de los dos elementos anteriores,
incluyendo las dimensiones política y cultural.

Problematizando el consumo

Pensar en un problema nos lleva a recordar que en ciencia la palabra problema


alude a aquello que se quiere conocer o investigar.
Entendemos entonces que abordar los problemas de consumo implica estudiar
los atravesamientos del consumo en nuestras vidas ¿Qué rol ocupa en nuestras
vidas? ¿Qué papel juega en los padecimientos que vivimos? ¿De qué manera
nos influye y nos condiciona?
Por un lado, el consumo funciona como forma de evitar el dolor, de sostener
un estado de continua felicidad. Consumimos para tapar la angustia, como
forma de resolver los problemas, para llenar el vacío. Desde la intervención de
salud este es el quid de la cuestión. Porque el acto de consumir inicialmente
no es lo que nos lleva al sufrimiento, al contrario, el consumo es lo que viene a
aliviar el sufrimiento.
Entonces, cuando una persona atraviesa una situación de consumo
problemático, nos encontramos con un sujeto que ha encontrado una
respuesta ante sus padecimientos a través de sus consumos. Este es el recurso
que empieza a aparecer como salida o tramitación de ciertos padecimientos.
El consumo puede o no ser problemático para una persona.
Es importante realizar la distinción de los consumos problemáticos de no
problemáticos, debido a que todos somos consumidores, nuestra vida está
atravesada por las lógicas que venimos planteando.
Hay consumos que tienen cierto grado de moderación que podrían no afectar
de manera significativa áreas fundamentales de la vida de una persona. No
obstante, la posible condición de no problemáticos no significa estar exento a
los riesgos y problemas.
A través de nuestros diferentes roles sociales podemos oficiar de herramienta
de problematización, lo cual quiere decir construir preguntas respecto de qué
papel, a qué le está encontrando respuesta, qué está evadiendo, con ese
consumo.

En este sentido, podemos decir que todos los consumos se pueden


problematizar, ya que siempre pueden incorporarse en un espacio de reflexión
y de escucha.
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De esta manera, es fundamental que inicialmente identifiquemos:


• El consumo como problema
• Problematizar el consumo
• Distinguir el consumo problemático del consumo no problemático.

Entonces ¿Que entendemos como consumo problemático?

Vamos a tomar la definición establecida en el Plan Integral para el Abordaje


de los Consumos Problemáticos (Plan IACOP), Ley 26.934 promulgada en
el año 2014, la cual denomina como consumo problemático a:
“Aquellos consumos que –mediando o sin mediar sustancia- afectan
negativamente en forma crónica la salud física o psíquica del sujeto y/o sus
relaciones sociales (…) pueden manifestarse como adicciones o abusos al
alcohol, tabaco, drogas psicotrópicas (legales o ilegales) o producidas por
ciertas conductas compulsivas de los sujetos hacia el juego, las nuevas
tecnologías, la alimentación, las compras (…)”

Resaltemos que se incluye el consumo sin sustancia psicoactiva y en este


sentido, se amplía el espectro de la problemática. Y lo fundamental es pensar
cuál es la relación que una persona establece sea con una sustancia psicoactiva
o cualquier objeto de consumo, o inclusive con un comportamiento
compulsivo. Lo más contingente siempre es el objeto, ya que éste puede variar
de manera indefinida y lo que se sostiene es la conducta compulsiva.

Previamente a lo establecido por el plan IACOP, se sancionó la Ley Nacional


de Salud Mental Nº 26.657 en el año 2010, con un radical cambio de
posicionamiento en torno a esta problemática: las adicciones dejan de
pertenecer específicamente al ámbito de la justicia para permitir su
incorporación en el campo de las numerosas incumbencias actuales de la salud
mental. La adicción ya no remite a una conducta delictiva, sino a una
problemática en salud que debe ser abordada en consecuencia.
El nuevo paradigma permite la remoción del carácter punible del consumo
problemático; de hecho, pretende disolver la distinción entre sustancias
legales o ilegales, ubicándolas en un continuo que integre los riesgos que
acarrean, y promoviendo la idea fundamental y reformadora de que el
problema no es de sustancias, sino de personas. La peligrosidad de la sustancia
deja de quedar determinada por el régimen legal de proscripción, y la seriedad
del problema se traslada de lo “ilícito” del acto al concepto de daño o riesgo.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), se pronuncia respecto del uso
problemático como aquél que afecta negativamente, en forma ocasional o
crónica, uno a más aspectos de la vida.

a) Su salud física/mental
b) Sus relaciones sociales primarias – familia, pareja, amigos
c) Sus relaciones sociales secundarias – trabajo, estudio
d) Sus relaciones con la ley

¿Cuándo hablamos de adicción? Cuando se desarrolla una dependencia física


y psíquica hacia un objeto de consumo. Esta dependencia hace que el sujeto
se pierda en el objeto, pierda la libertad de tomar decisiones y construir un
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proyecto de vida. Es preciso tener claro que la adicción siempre es


problemática. No es lo mismo que sea necesario consumir una sustancia
porque resulta insoportable no consumirla a consumir como forma de
entretenimiento un fin de semana, por ejemplo.
Es por ello que consideramos importante pensar esta problemática desde una
mirada multidimensional de la salud que “emerge como algo más que la
distinción binaria entre estados plenos de salud y enfermedad o padecimiento.
Se la entiende más bien como un continuo de grados diversos de bienestar
físico, mental, social y funcional, construidos cultural y socialmente, ligados
necesariamente a un contexto determinado” (Girón Daviña, 2010).

Entonces cuando hablamos de adicción estamos delimitando que el sujeto ha


desarrollado una relación de dependencia con algún objeto de consumo, a
partir de la cual ha perdido el control sobre sus actos en relación al hecho de
consumir, predominando una conducta compulsiva. En las personas donde el
consumo se vuelve el centro de toda la atención a modo de imperiosa
necesidad, experimentan el síndrome de la abstinencia una vez que se alejan
del objeto de consumo sufriendo angustia, ansiedad, irritabilidad y la conexión
o el consumo se realiza no tanto buscando la satisfacción (como en un inicio),
sino para evitar el malestar de esos síntomas.

A modo de cierre para esta primera unidad, resaltamos la importancia sobre la


complejidad del problema y el modo en nos interpela haciendo que sea cada
vez más imperioso abrir la mirada ampliando los objetos con los que un sujeto
puede establecer una conducta toxica y compulsiva.
Dentro de los consumos de esta época se instalan las nuevas tecnologías con
una impronta de cotidianeidad en los últimos años que nos lleva a los planteos y
conceptualizaciones que realizaremos a partir de las siguientes unidades.

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