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Conocimientos
Conoce las técnicas avanzadas de la Psicoterapia Gestalt.
Relaciona los conocimientos de semestres anteriores para fundamentar la intervención
clínica.
Habilidades
Desarrollará las potencialidades individuales a fin de aplicarlas en la interrelación de la
situación terapéutica.
Integra y aplicará mediante prácticas controladas, la teoría y práctica inmersas, en una
situación terapéutica.
Actitudes y valores
Colabora con sus compañeros en las actividades a desarrollar.
Aplica los principios éticos del psicoterapeuta al trabajar con un paciente.
Reflexiona sobre su quehacer como profesionista al servicio de otros.
Competencias a desarrollar
Comunicación: expresar por escrito de manera clara y significativa, haciendo un
diagnóstico por escrito, del proceso de un paciente, desde la entrevista, diagnóstico y plan
de intervención. Pensamiento crítico: aplica de manera eficiente sus conocimientos para
realizar un diagnóstico y plan de intervención con pacientes.
Relaciones humanas: acepta sus capacidades y limitaciones en la intervención con un
paciente. Acude a supervisión para tener una actitud ética al inicio de su práctica como
psicoterapeuta.
Manejo con los demás: usar sus aprendizajes para moverse de una manera más creativa en
medio de los demás.
Liderazgo: aprovechar los aprendizajes para ser promotor de salud mental con sus
pacientes, así como con su entorno.
Integrar conocimientos: integra todos los conocimientos adquiridos en la Maestría, así
como otros conocimientos y experiencia propia, para realizar una intervención profunda y
ética al servicio de sus pacientes y de su entorno.
2
TEMAS Y SUBTEMAS:
2. LOS SUEÑOS
2.1. De S. Freud a F. Perls.
2.2. Los elementos del sueño.
2.3. El mensaje existencial.
2.4. Hacia la integración.
3. RECONSTRUCCIÓN EXPERIENCIAL.
2.1 Concepto
2.2 Proceso
2.3 Aplicación
4. PROCESOS DE PROFUNDIDAD
3.1. El trauma
3.2. Trabajo de Duelo
3.2.1. El terapeuta ante la muerte.
3.2.2. Las etapas del duelo.
3.2.3. Morir y la muerte.
3.2.4. El trabajo del duelo.
3.2.5. La recuperación trascendente.
3.3. Trabajo de Abuso
3.3.1. El incesto. De Tótem y Tabú al Aquí y Ahora.
3.3.2. La huella y sus repercusiones.
3.3.3. El trabajo del abuso sexual.
3.3.4. La recuperación a través de la integración.
Discusión de textos, vinculándolos con la situación actual del individuo y/en la sociedad.
Demostración de la forma de manejar cada una de las técnicas del programa.
Práctica de las técnicas entre compañeros.
Proponer en forma colaborativa, formas de intervención en psicología clínica, a la luz del
paradigma relacional.
3
ESTRATEGIAS METODOLÓGICAS DE APRENDIZAJE:
Lectura de bibliografía básica.
Indagar otras lecturas relacionadas con el tema, y aportarlas para su discusión en clase.
Practicar cada una de las técnicas con compañer@s del grupo. Si es posible aplicarlas
en su práctica con pacientes.
Llevar una bitácora de las prácticas y datos obtenidos.
Llevar a cabo la práctica clínica con un paciente y reportar por escrito: datos del caso,
diagnóstico, plan de intervención, sesiones de intervención.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA:
1. Robles, Teresa. (1990). Cómo se construye la realidad. En su: Concierto Para cuatro
cerebros en Psicoterapia. México: Instituto Milton H. Erickson de la Cd. de México.
pp. 33-53.
2. Polster, Erving y Miriam Polster. (2001). Fantasía. En su: Terapia guestáltica. Buenos
Aires: Amorrortu. pp. 241-250.
3. Robles, Teresa. (1990). Trazando Estelas en la mar… el trabajo con símbolos. En su:
Concierto Para cuatro cerebros en psicoterapia. México: Instituto Milton H. Erickson de
la Cd. de México. Pp. 152-173.
4. Fagan, Joen. (1993). Seminarios sobre los sueños. En su: Teoría y técnica de la
psicoterapia guestáltica. Argentina: Amorrortu. pp. 203-223.
5. Van Dusen, Wilson. (1999) Los sueños. En su: La profundidad natural en el hombre.
Chile: Cuatro Vientos. pp. 113-133.
4
Tema 3. RECONSTRUCCIÓN EXPERIENCIAL
6. Chávez Ríos, Rosario y Michel Barbosa, Sergio. (2000). Cap. 2: Más allá de la
psicoterapia experimental y Cap. 3: Expansión de conciencia y cambio terapéutico. En su:
Terapia de Reconstrucción Experiencial. Guanajuato: Óptima organización pp. 6-30.
7. Siegel, Daniel J. y Mary Hartzell. (2007). Cap. 8: Cómo nos desconectamos y nos
reconectamos: Ruptura y separación. En su: Ser Padres desde el Interior. Cómo una
mayor autocomprensión puede ayudarte a crear hijos más sanos. Trad. Alfredo
Amescua Villela. México: CEIG.
9. Canto para un hombre que agoniza. En Revista UNO MISMO. Vol. III (No. 5) 1992.
p. 66.
10. La Muerte, una graduación. En Revista UNO MISMO. Vol. IV. No. 10. pp. 44-49.
12. KEPNER, James. Tareas Curativas. (2003). Cap. I. En su: Psicoterapia con Adultos
Sobrevivientes de Abuso Infantil. Méxio: Traducción de Alumnos CEsIGue, 2002-2003.
5
ÍNDICE DE BIBLIOGRAFÍAS
BIBLIOGRAFÍA 1 .............................................................................................................. 7
BIBLIOGRAFÍA 2 ............................................................................................................ 21
BIBLIOGRAFÍA 3 ........................................................................................................... 27
BIBLIOGRAFÍA 4 ............................................................................................................ 39
BIBLIOGRAFÍA 5 ............................................................................................................ 57
BIBLIOGRAFÍA 6 ............................................................................................................ 68
BIBLIOGRAFÍA 7 ............................................................................................................ 78
BIBLIOGRAFÍA 8 ............................................................................................................ 99
6
BIBLIOGRAFÍA 1.
Robles, Teresa. (1990). Cómo se construye la realidad. En su: Concierto Para
cuatro cerebros en psicoterapia. México: Instituto Milton H. Erickson
de la Cd. de México. Pp. 33-53.
No podemos conocer la realidad tal cual es porque estamos limitados por nuestros sentidos.
Sabemos que hay sonidos cuya frecuencia perciben algunos animales, pero nosotros no.
Nuestra vista también tiene limitaciones en cuanto a la distancia y el detalle. A lo largo de su
historia, el hombre ha ido creando instrumentos para incrementar la capacidad de percepción
de sus sentidos. Ahora puede ver con el microscopio y con el telescopio lo que antes no veía con
sus propios ojos y ni siquiera soñaba que existiera. Al ir construyendo instrumentos que le
permiten una percepción diferente de las cosas, va construyendo nuevas concepciones de la
realidad.
Esto es muy claro en relación con la percepción del dolor. Podemos considerar al dolor,
desde el punto de vista orgánico, como una señal de nuestro cuerpo de que algún tejido está
siendo lastimado, pero sabemos también que tendemos a interpretar como dolorosas las
sensaciones que son desconocidas y, sobre todo, que se dan en un contexto en donde se espera
que haya dolor. En el caso de personas que sufren una intervención quirúrgica, por ejemplo, se
quejan más las que llegan a operarse con miedo, creyendo que van a sufrir mucho, o las que han
tenido experiencias traumáticas de este tipo. Algunos médicos saben bien que si explican al
paciente paso a paso lo que le van a hacer y lo que va a suceder durante el proceso de
recuperación, este se encuentra más tranquilo y reporta menos dolor. Si una persona sabe que
en el periodo postoperatorio la cicatrización se siente como un restiramiento de la piel y
comezón en la herida, cuando registre estas sensaciones serán para ella señales de que está
sanando y no le molestarán. Si no lo sabe, al sentirlas, probablemente diga que son dolorosas
(porque aprendemos que las heridas duelen) o cuando menos molestas.
Damos significado a los estímulos por nuestras experiencias previas y lo
reforzamos con base en coincidencias que se repiten. Es el caso de las supersticiones: si
derramamos sal, tendremos mala suerte, pero si echamos un poco de sal sobre nuestro
hombro, ésta queda conjurada. Como después de haber realizado esta acción protectora,
nada malo nos ocurre, nos convencemos de que eso fue gracias a la sal que tiramos por
encima del hombro. Así vamos construyendo la realidad. No podemos conocerla tal cual
es. La realidad no es sino una construcción personal y social, en cuanto que es compartida,
aparentemente, porque nunca sabremos si el blanco que yo veo es el mismo blanco que tú
ves. Entonces ¿cómo es que podemos ubicarnos y funcionar en esta realidad desconocida?
Ernst von Glasersfeld nos responde utilizando una metáfora. La realidad es como
una cerradura y nuestra construcción de ella, la llave que la abre. 1 Nunca conoceremos la
forma interna de la cerradura, ni siquiera es importante, lo que importa es abrir la puerta.
Y puede haber muchas llaves de formas distintas que abran la misma cerradura. Si una no
abre, no cuestionamos la cerradura, sino simplemente buscamos otra llave. Podemos ver la
actividad cognitiva del hombre, dice von Glasersfeld, como el estar forjando llaves con
cuya ayuda puede abrir caminos que lo conduzcan a los fines que elige. Las teorías, las
1
VON GLASERSFELD, Ernst, “Introducción al constructivismo radical”, en La realidad inventada, comp. P.
Watzlawick, Ed. Gedisa, Argentina, 1988, p. 23.
7
ideologías, todas las explicaciones del mundo, son llaves que abandonamos cuando
muestran sus limitaciones.
Antes, se creía que la tierra era el centro del universo y los planetas y el sol
giraban alrededor de ella, se podían medir las estaciones del año y predecir los eclipses
con bastante precisión. La llave abría las puertas necesarias. Cuando no abrió alguna
puerta nueva fue preciso probar otra llave y surgió la concepción heliocéntrica del
universo: la tierra y los planetas girando alrededor del sol, que sí abría esa cerradura.
No podemos tener información sobre lo que es la realidad (la forma de la
cerradura). Sólo tenemos información de lo que no es, si no abre la llave. Este último punto
queda claramente ilustrado con otra metáfora, ahora propuesta por Watzlawick:
2
WATZLAWICK, Paul, comp., La realidad inventada, Ed. Gedisa, Argentina, 1988, p. 18.
8
derivan dos presupuestos fundamentales: “Si quieres conocer, aprende a actuar” y “actúa
siempre de modo que se incremente el número de elecciones” (de llaves posibles).3 Antonio
Machado nos diría: “se hace camino al andar”4 y Carlos Castaneda, en boca de Don Juan:
“todos los caminos son lo mismo: no llevan a ninguna parte. Son caminos que van por el
matorral...” y “Mira cada camino de cerca y con intención. Pruébalo tantas veces como
consideres necesario. Luego hazte a ti mismo, y a ti sólo, una pregunta... ¿tiene corazón este
camino?”5 ¿Abre la puerta que tú quieres la llave?
Al interactuar con la realidad que no conocemos, construimos una realidad interna
que es la que nos determina, determina las siguientes percepciones del mundo que nos rodea,
determina cómo sentimos y en gran parte cómo actuamos. Esto es intuido por la sabiduría
popular y por algunos poetas. Un conocido refrán mexicano dice: “Cada quien habla según
le fue en la feria”. Ramón de Campoamor expresa en un poema: “En este mundo traidor/ nada
es verdad ni es mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira”.6
Y la realidad interna se construye en gran medida a partir de la posición que ocupamos
respecto de los demás. Cuando hay una discusión acalorada entre dos personas, por ejemplo
un adolescente y su padre, cada uno tiene su propia versión de lo sucedido, que surge de su
posición frente al otro. Son visiones distintas y hasta contradictorias y no es que uno diga la
verdad y el otro mienta, sino que cada uno tiene su propio punto de vista de lo que ocurrió. Y
si una tercera persona observó el altercado, ésta tendrá seguramente una tercera versión.
Además, todos sabemos que la discusión que se daría delante de un tercero sería diferente a la
que se daría encontrándose los dos implicados a solas. Las diferencias dependerían asimismo
de quien fuera el observador. No es lo mismo discutir ante la mamá, que puede tomar partido,
que delante de una visita de compromiso. En todos los casos el tercero se vería de alguna
manera afectado por la discusión que, incluso, podría llevarlo a actuar de alguna manera.
Así, el observador y lo observado se influyen mutuamente, forman una unidad. Pero además,
tanto el adolescente como el padre actúan uno frente a otro en forma congruente con una
visión previa que tenían de las cosas. Precisamente porque tenían dos versiones distintas surgió
la discusión. El observador también reaccionará frente a ellos de acuerdo con la realidad que
tiene ya construida de cómo debe comportarse un adolescente frente a su padre y éste frente a
su hijo.
Nuestra realidad interna nos lleva a actuar de determinada manera y al hacerlo
influimos sobre la realidad exterior, especialmente sobre los otros con quienes nos
relacionamos. Y así surgen las profecías que se autocumplen.
La muchacha que está segura de que los pretendientes que se acercan a ella, la invitan a
salir una vez y nunca más le vuelven a hablar, ha construido la realidad de que todos los
hombres la abandonan, o que siempre elige hombres abandonadores. No advierte que cuando
sale con alguien, como piensa que el otro se aburre con ella o no la acepta, su actitud es
distante o molesta y provoca en el muchacho lo que ella temía. Días después de la salida, si el
amigo le habla, ella le contesta con tono de reclamo, decepcionada de que sólo le llame para
ver cómo está y no la invite a salir. Precisamente ese tono de reclamo puede ser la causa de que
en el transcurso de la conversación el otro decida no invitarla, ni le vuelva a llamar, al menos
en un tiempo largo. Es obvio que ella no se da cuenta de sus actitudes. Sus acciones
3
VON FOERSTER, Heinz, “Construyendo una realidad”, en La realidad inventada, comp. P. Watzlawick, Ed.
Gedisa, Argentina, 1988, p. 55.
4
MACHADO, Antonio, “Cantares”, cantado por Joan Manuel Serrat en Dedicado a Antonio Machado, poeta,
Cara A, Discos Capitol.
5
CASTANEDA, Carlos, Las enseñanzas de Don Juan, Fondo de Cultura Económica, México, 1989, p. 134.
6
DE CAMPOAMOR, Ramón, Obras poéticas completas, Tomo I., Maucci Hermanos Casas Editoriales, México.
9
inconscientes confirman su profecía.
Una profecía que se autocumple, nos dice Watzlawick,7 es una predicción que por la
sola razón de haberse hecho se convierte en realidad y así confirma lo que profetizaba. La
certeza de que un hecho va a suceder, hace que se creen las condiciones necesarias para que
éste se dé, es decir, crea una realidad que no se habría dado sin él. Si construimos una realidad
con la convicción absoluta de que es así, nos condicionamos para actuar de modo que se
cumpla.
Sin embargo, las cosas no son tan sencillas porque dentro de nosotros hay por lo
menos dos construcciones de la realidad que derivan del distinto funcionamiento de nuestros
dos cerebros.
Jorge Abia
Octubre 8, 1986
Los seres humanos, igual que muchos otros animales, tenemos una organización en
la que resulta importante en el cuerpo aquello que es doble. La tendencia de la naturaleza
que parece empeñarse en diseñar conservando órganos duplicados es una ventaja
adaptativa muy fácil de reconocer, por el mero hecho de vivir. Dos piernas, dos manos, dos
ojos, ¿dos cerebros?, dos lados, dos, dos, dos que al trabajar en conjunto son más eficientes
y creativos, que la simple suma de cada elemento aislado.
7
WATZLAWICK, Paul, “Profecías que se autocumplen”, en La realidad inventada, comp. P. Watzlawick, Ed.
Gedisa, Argentina, 1988, pp. 82-98.
10
Resulta harto explicable que copiando esta forma que nos constituye, la
duplicación, la llevemos en la vida cotidiana como una lente, una especie de tinta que se
filtra en muchas de nuestras explicaciones de la realidad. Luego es posible entender, la
tendencia observada en las culturas actuales de occidente, a dividir y calificar las
experiencias en buenas o malas, fáciles o difíciles, cuerdas o locas. Primer paso en una
cadena de pensamiento donde lo que sigue es reflexionar, ello por lo general nos lleva a
reconocer una gama entre los polos opuestos, y de ahí a reubicar los sucesos con una mejor
integración.
Respecto de lo que sucede en oriente, se dice que en esas culturas la práctica de
dividir en dos y calificar, es mucho menos habitual, sin embargo, una mirada cercana
permite darse cuenta de que allá, igual que en cualquier parte de nuestro planeta, sin
importar las circunstancias particulares que se estén viviendo, toda persona ejerce la
actividad fundamental, de diferenciar para poder elegir. Aunque los orientales quizás
balancean mejor los extremos.
De todos modos cada individuo que se pregunta acerca del mundo tiene frente a sí
la tarea de descomponer, es decir, separar en partes, mediante el análisis, aquello que
aprendió a considerar incuestionable, para después criticar, enriquecer la visión de lo que
pensaba y recomponer una nueva síntesis personal. Tal proceso ocurre periódicamente y
gira de manera muy parecida a la labor de volar sobre un terreno, en círculos, para
conocerlo cada vez si no mejor, al menos con un arreglo que permita un manejo más
eficiente de la información sobre ese terreno en particular.
Para esta maravillosa actividad quizá más desarrollada en nuestra especie que en
otras del reino animal, existen los más diversos ritmos personales, que van fluyendo entre
nuestros mundos de conciencia, de lo que sí a lo que no es consciente, con lo cual se
construyen modelos particulares explicativos de la propia experiencia, que siempre están
sujetos a la posibilidad, otra vez doble, del cambio o el no-cambio, así se dan dos
alternativas y la dualidad reaparece.
El centro que reconocemos actualmente como procesador de estos datos es el
cerebro, un órgano constituido por redes celulares con diferentes funciones, y altísimas
capacidades de conexión entre esas redes, todas ellas organizadas para mantener la
estabilidad del resto del organismo y del cerebro en sí, tanto de las funciones que lleva a
cabo para conectamos al medio externo, como a las reflexiones íntimas de cada individuo.
Los dos tipos de actividades, aquellas que tienen que ver con el afuera y las que nos
relacionan con el adentro de nosotros, se unen en la vida cotidiana, en la que reconocemos
al menos cuatro niveles de funcionamiento: el biológico, es decir el cuerpo, el psicológico,
es decir lo que pensamos y sentimos, el social, esto es las relaciones grupales y de
organización entre grupos y el que se ha llamado trascendente, cuyo fundamento son
todas las preguntas que nos hacemos respecto de por qué, para qué, cómo llegamos a este
mundo y hacia dónde vamos.
Es claro que las personas ahondamos con intensidades variables las preguntas sobre
los temas relacionados con los niveles del vivir y más de una disciplina revisa la incógnita
del órgano que es el cerebro, igual que la de su expresión funcional, llamada mente.
Entre esas disciplinas, las que se ocupan de la salud, se han dedicado a estudiar durante
milenios tales materias y los que hoy trabajamos en ellas tenemos un proceso histórico que
en parte nos explica, otra vez una dualidad integrada, el pasado y el hoy o si se quiere, el
pasado-hoy expresado en un continuo, con su contraparte complementaria, el hoy-futuro.
Nosotros, los que escribimos este libro, al igual que muchos otros en el mundo y en la
11
historia, opinamos que es menester revisar cómo se formó a lo largo de siglos, el oficio que
realizamos, para ubicarnos en lo personal de manera crítica, corregir en lo posible
nuestros errores de apreciación, definir el camino del trabajo y poder preguntar a otros de
fuera, que piensan. Consideramos indispensable hacer un poco de historia, que ojalá vaya
por el sendero del placer de narrar informando y entreteniendo.
8
ASIMOV, Isaac, Los egipcios, Alianza Editorial, México, 1989, p. 95, y LYONS, A.S. y J.R. Petrucelli,
Historia de la Medicina, Doyma, España, 1984, p. 207.
9
COGLIATI, A. Luisa, The Medieval Health Handbook. Tacuinum Sanitatis, George Braziller, New York, 1976,
p. 11.
10
LYONS, Albert S. y Joseph R. Petrucelli, Historia de la Medicina, Doyma, España, 1984, pp. 77, 360-376.
12
La más perdurable actitud de Paracelso, fue la insistencia en el uso de agentes
químicos para curar la enfermedad, por lo que es considerado el p adre de la
farmacología, sin embargo tomaba en cuenta por igual aspectos personales e incluso
creencias esotéricas en boga durante su tiempo, para atender a sus pacientes. Visión de la
naturaleza que habría de cambiar.
La ideología sintetizadora fue poco a poco sustituida por la doctrina analítica que
desembocó en el pensamiento científico, para concretarse en las artesanías de la salud, con
la figura de Claude Bernard.11 Hombre que insistió en la importancia de trabajar con el
método de la demostración, para acumular evidencias acerca de los fenómenos naturales en
el cuerpo humano, concluir hechos y utilizarlos en el ejercicio de la medicina.
Con el paso del tiempo esas evidencias fueron llamadas científicas y en la base de
esta actitud se encontraba el positivismo. Según este tipo de juicio lógico acerca de la
realidad del proceso salud-enfermedad, aquello que es materialmente demostrable y
repetible un sinnúmero de veces bajo condiciones iguales, es una evidencia científica de la
realidad.
La estadística se sumó a las herramientas de la ciencia y agregó el concepto de que
la evidencia científica puede tener un margen de error, tolerable en un rango siempre menor
al 5% de probabilidad.
Este fue y sigue siendo un elemento muy importante de la eficiencia en el
mantenimiento de la salud, pero con mucho no es el único nivel a tomar en cuenta.
Durante la década de los 50’s empezaron a aparecer nuevas ideas que cuestionan el
concepto de que un fenómeno tiene una causa, se reflexionó a profundidad el hecho de que
la naturaleza tiene redes de interacción, donde un aparente resultado es sólo parte de una
cadena circular que vuelve a regresar sobre el primer eslabón, identificado al principio
como “la causa”, es decir que causa y efecto se influyen mutuamente en muchos procesos
naturales, lo cual es fácil de apreciar en los ciclos ecológicos y en los aspectos del
comportamiento humano. Por ejemplo: alguien teme ser rechazado y evita por lo mismo el
contacto social más allá de cierto límite, en consecuencia sus interacciones son limitadas
y no desarrolla popularidad en el grupo de personas a su alrededor, ello determina que a lo
largo del tiempo las personas que más interactúan puedan establecer un sentido de grupo,
con las ventajas y desventajas naturales de esa situación. Mientras tanto los miembros de
esa pequeña comunidad han experimentado que nuestro primer sujeto limita el contacto,
lo cual al ser reiterado en el tiempo, termina mirándose como una actitud rechazante, que
es generadora de una conducta que evita el contacto de las personas en el grupo con la
persona excluida, así el temor a no ser aceptado aumenta enredando la situación en un
círculo vicioso: miedo al rechazo-actitud rechazante-rechazo del grupo-más miedo al
rechazo.
Aquí se contemplan dos perspectivas y ambas son reales, la del grupo que enjuicia
como poco sociable al individuo temeroso del rechazo, y la de nuestro atemorizado
amigo, cada vez con mayor nivel de miedo y al mismo tiempo, más rechazado.
Realidades engarzadas que así seguirán a menos que algo diferente ocurra. Pero lo que
probablemente importa en este análisis, es que no hay causa, hay una red de
acontecimientos causales, que se reciclan influyéndose entre todos y cada uno de ellos.
Vale la pena destacar que los artesanos de hoy nos enfrentamos con la necesidad
11
LYONS, Albert S. y Joseph R. Petrucelli, Historia de la Medicina, Doyma, España, 1984, p. 503, y DE
MICHELI, S. Alfredo, “Epistemología en Medicina” en Ciencia y Desarrollo. Publicación del Consejo Nacional
de Ciencia y Tecnología (CONACYT), No. 79, Año XIV, México, 1988, pp. 89-91.
13
de trabajar en armonía, definida ésta en términos discutidos y compartidos con la persona
que consulta, para que se den aportes mutuos en una modalidad sistémica, es decir acorde
con la idea de red antes expresada,12 a veces de muy laboriosa consecución. Tal vez porque
ello supone establecer un ritmo cuya cadencia cae más bien en el terreno de la poesía, esa
arcaica descripción de la realidad que aquí tiene que ver, según discutiré más tarde.
En 1779 L. Ch. Mayer, anatomista alemán, alargó por primera vez el concepto de
localización de funciones o capacidades en el cerebro, suponía que la memoria estaba
localizada en la corteza, la imaginación y la razón en la sustancia blanca, la apercepción y
la voluntad en las regiones basales. Asimismo, mencionaba que el cuerpo calloso y el
cerebelo integraban todas esas funciones psíquicas.13
La tendencia a localizar en áreas cerebrales aisladas las funciones mentales provino
de F.G. Gall, con lo que se originó la Frenología, disciplina que derivó en el análisis de la
topografía craneal, que era un medio para definir las características humanas. Su curso por
la historia fue breve, ya que chocó con los filósofos de la época, quienes se opusieron a
los excesos descriptivos poco sustentables en los que se había incurrido, por ejemplo, el
hecho de asociar tendencias políticas con rasgos craneales.
Desde 1769, Haller expuso que el cerebro es un todo único que transforma las
impresiones en procesos psíquicos, y que debe considerarse como un todo capaz de
compensar.14
Se esbozó entonces el concepto que habría de ser validado más tarde por la
neurofisiología, la existencia de redes neuronales excitatorias e inhibitorias
interconectadas con capacidad de modulación.15
La Frenología ofrece un ejemplo muy interesante en cuanto a modelo de
conocimiento, pues aunque se basó en hechos que después han sido demostrados, esto es,
la existencia de núcleos específicos para ciertas funciones en el sistema nervioso central,
fue la tendencia in extremis lo que la llevó a desaparecer. 16
De aquí se desprende algo que es frecuente en la historia del conocimiento
biológico, hemos avanzado en la descripción y en la clasificación considerablemente más
que en su manejo. Quizá porque realizamos esta descripción sin compararla con alguna
plantilla crítica que sea suficiente para evitar fallas en la síntesis del conocimiento
adquirido. El uso de esta hipotética plantilla, disminuiría la dificultad en el uso práctico
de los conceptos.
El cerebro ofrece una complejidad que va más allá de las posibilidades de
entonces y ahora, de integrar sus funciones en un modelo total. La dificultad para la
integración conceptual se presenta porque el cerebro es una totalidad, instalada en un
cuerpo que le acompaña y del cual interdepende.
Para poder estudiar los conjuntos de actividades que codifica el sistema nervioso
central, de acuerdo con los reglamentos de la ciencia positivista, es necesario aislarlos,
12
VON BERTALANFFY, Ludwig, Teoría general de los sistemas, Fondo de Cultura Económica, México, 1968,
pp. 159-160.
13
LURIA, A. R., Las funciones corticales superiores del hombre, Fontamara, México, 1986, p. 6.
14
Ibíd., p. 7-9.
15
TAPIA, Ricardo, Las células de la mente, Fondo de Cultura Económica, México, 1987., pp. 116-122.
16
Ibíd.., p. 111.
14
separarlos de la integridad y observar en detalle, pero parcialmente, como se dan.
Todavía más complejo resulta estar cien por ciento seguros de lo concluido,
tomando en cuenta que muchos de los estudios realizados acerca del funcionamiento
cerebral, se realizan con personas que han sufrido modificaciones anatómicas por
accidentes que les ocurrieron, o después de intervenciones quirúrgicas.
Se estudian personas cuyos cerebros son diferentes de los habituales o funcionan
de manera distinta, sin embargo, estas condiciones ofrecen algunas de las pocas
posibilidades de investigación. Aun cuando muy probablemente las respuestas cerebrales
son distintas en órganos íntegros.
Sin embargo, contamos con lo que tenemos, y los estudios de investigación
neurofisiológica sí han aportado un inmenso avance en nuestra comprensión de cómo
actúa el cerebro.
La constatación es la aplicación de las conclusiones experimentales al trabajo con
personas enfermas que mejoran, a veces mucho, su calidad de vida, gracias a los
conocimientos derivados de la terquedad paciente e iluminadora de los investigadores, que
son los verdaderos científicos de las artesanías de la salud.
Ellos trabajan con los complejos niveles de la arquitectura cerebral, que es
variable en distintas zonas, la organización electroquímica que se dispone en circuitos con
núcleos específicos, la modulación de respuestas por influencias tanto ambientales como
del interior corporal (influencias intra y extracerebrales en el mismo organismo), la
disposición de diferentes funciones en ambos lados del cerebro, esto es lo que llamamos
asimetría cerebral, y por si fuera poco la integración de todos los aspectos mencionados. 17
17
Ibíd., p. 143, y ARDILA, Alfredo, Psicofisiología de los procesos complejos, Trillas, México, 1982, pp. 28.32.
18
Ibíd. pp. 28-32.
19
ARDILA, Alfredo, Psicofisiología de los procesos complejos, Trillas, México, 1982, pp. 55.
15
universos peculiares, dos cerebros que en condiciones normales viven colaborando en el
mismo cráneo, ciertamente dos modos de aprehender el mundo.
¿Y para qué dos cerebros? Buena pregunta. Los estudiosos de la evolución refieren
hechos muy interesantes como respuesta.
El antropólogo Ralph L. Holloway, encontró en fósiles de cráneos del homo habilis,
que resulta ser nuestro ancestro, datos que apoyan la presencia de un centro del lenguaje,
llamado área de Broca que aún tenemos los humanos. Este espécimen vivió hace
aproximadamente dos millones de años y ya era capaz de fabricar utensilios de piedra,
también fue el primer antropoide que construyó habitaciones.
Tal parece que el lenguaje, las herramientas y la cultura surgieron en la misma
20
época. En los antecesores del homo habilis no se identifican esas capacidades, y en él
empieza a ser clara la asimetría cerebral, que aunque se esbozó en otros primates humanos
no se manifestó del todo evidente.
Así parece que la ubicación de distintas funciones en cada uno de los dos cerebros se
dio al mismo tiempo que la capacidad de emitir lenguaje y el uso o fabricación de
instrumentos. 21 Si hemos de relacionar el nacimiento de la cultura de la misma manera en
que hace Holloway, con el cambio neurofisiológico, entonces podemos suponer que desde
esa época las sociedades humanas privilegiaron los aspectos de la comunicación verbal, a la
vez que un manejo, para entonces nuevo, del medio ambiente. Situaciones que determinaron
el desarrollo del que en la actualidad somos consecuencia.
La presencia de utensilios, habitaciones y lenguaje hablado que antes del homo
habilis no existían, modificó el universo hasta entonces no verbal de los primates
humanos. Sin que desapareciera esa comunicación, incluso vigente hasta nuestros días, en
un porcentaje mayor que la verbal, a saber, 65%. 22
Durante la evolución, algo ocurrió en uno de los cerebros, que determinó, que en
ese lado se instalara el habla y el control de una mano, que luego hemos identificado como
“más hábil”, porque si bien una mano dirige ciertas acciones predominando sobre la otra,
por lo general la derecha, la izquierda tiene la labor específica de auxiliar, es decir se
complementan.
Igual ocurre con el lenguaje ya que la información escueta verbal, se genera de
manera más frecuente en el cerebro izquierdo, mientras que el cerebro derecho imprime
tono emocional y matiz, tan importantes en la comunicación como la información
transmitida con palabras.
El sistema de habilidades repartidas, es productor de mayor número de
posibilidades de colaboración entre los dos cerebros. Otra vez dos áreas de acción para
enriquecer el conjunto.
El terreno de cómo funciona cada cerebro se enriquece cada día, aquí se mencionan las
ideas de las que existe mayor evidencia, pero quiero recordar que nunca son, igual que todo
en lo humano, verdad acabada. Lo que sabemos hasta ahora acerca del funcionamiento de
los dos cerebros, en humanos, corre a partir de modelos cuya condición básica es la
existencia de lesiones de orígenes diversos en distintas regiones cerebrales. Tales
20
SAGAN, Carl, Los dragones del edén. Especulaciones sobre la evolución de la inteligencia humana, Grijalbo,
México, 1984, pp. 113 y 129.
21
ARDILA, Alfredo, Psicofisiología de los procesos complejos, Trillas, México, 1982, p. 54.
22
DAVIS, Flora, La comunicación no verbal, Alianza Editorial, España, 1985, p. 42.
16
situaciones no corresponden al cerebro íntegro, pero constituyen un acercamiento que
proporciona información relevante.
Por otra parte, existen estudios en que se investigan cerebros humanos sin
lesiones, buscando correlacionar cambios en el aporte de sangre a diferentes zonas, con la
idea de que el aumento en el flujo sanguíneo indica un aumento de actividad en tal área.
Se ha encontrado que aún durante actividades que predominan en uno de los dos
cerebros, sucede que más de una región tiene cambios en ambos lados, ello confirma que
toda conducta tiene interacción entre los dos cerebros, 23 es decir que ambos se enteran de
la actividad que se está llevando a cabo.
Valga la explicación para prevenir en contra de la idea de seccionar al cerebro
conceptualmente en entidades independientes. Si usamos el término dos cerebros, es para
destacar que existen dos formas de registro, dos formas de aprehender el mundo, dos canales
paralelos para la misma información, en los cuales se cotejan distintos aspectos ante un
mismo fenómeno.24 Tanto que en personas con sección del cuerpo calloso, situación que
separa ambos cerebros, se observan aprendizajes distintos en cada lado, que incluso
pueden llegar a ser opuestos. 25
Hofstädter se refiere a esta situación expresando que un par de cerebros
conectados, normalmente es capaz de producir pensamientos por completo opuestos entre
sí, dependiendo de las circunstancias en que la misma persona se encuentre. Conservamos
coherencia mostrando un solo lado de nosotros cada vez, de acuerdo con las condiciones en
que estemos en ese momento dado,26 igual que ocurre con un prisma de muchas caras
cuando la luz lo toca desde ángulos diferentes.
Dentro de la neurofisiología, por tradición se clasifica al cerebro donde se producen los
aspectos verbales más complejos, y que es el mismo que dirige la mano “más hábil”, como
hemisferio o cerebro dominante, y al otro como menor o subdominante. Situación que con
mayor frecuencia ocurre en la raza humana, con la siguiente distribución: cerebro izquierdo,
dominante y cerebro derecho, menor o subdominante.
Dicho esto, aquí se presenta la lista de actividades en las que cada cerebro dirige
predominantemente el proceso.27
Cerebro izquierdo
23
OSTROSKY, Solís F. y Alfredo Ardila, Hemisferio derecho y conducta. Un enfoque neuropsicológico, Trillas,
México, 1986, pp. 43-44-
24
ARDILA, Alfredo, Psicofisiología de los procesos complejos, Trillas, México, 1982, p. 64.
25
Ibíd.., p. 76.
26
HOFSTADTER, Douglas R., Godel, Escher, Bach: una eterna trenza dorada, CONACYT, México, 1982, pp.
453-454.
27
Resumido de: ARDILA, Alfredo, Psicofisiología de los procesos complejos, Trillas, México, 1982, pp. 75-76,
y OSTROSKY, Solís, F. y Alfredo Ardila, Hemisferio derecho y conducta. Un enfoque neuropsicológico, Trillas,
México, 1986, pp. 33, 55-56, 81-83, y JONSON, Lynn D., “I Am Now Talking with Your Right Hemisphere: A
Critical Evaluation of the Lateralization Hipótesis”, en Ericksonian Psychoterapy. Volume I. Structures, J. Zeig
ed., Brunner/Mazel, New York, 1985, p. 450.
17
6. Manejo de información matemática;
7. Memoria verbal;
8. Aspectos lógico-gramaticales del lenguaje;
9. Organización de la sintaxis;
10. Discriminación fonética;
11. Atención focalizada;
12. Control del tiempo;
13. Planeación, toma y ejecución de decisiones;
14. Menos apto que el cerebro derecho para las tareas manipulativas y espaciales
(diseño con bloques, dibujos, etc.). A menos que se requiera la intervención de
códigos verbales, y
15. Menos apto que el cerebro derecho para distinguir frecuencias sónicas altas y para
la detección de texturas.
Cerebro Derecho
Los estudiosos de la psicología distinguen dos situaciones relacionadas con la impresión que
el mundo, tanto interno como externo, produce en los cerebros, se llaman sensación y
percepción. La sensación es el hecho simple de recibir información, la percepción es la
integración y la atribución de un sentido o un significado a ese estímulo dentro de una
18
vivencia total.28
Es verdad que cada cabeza es un mundo y esta metáfora es probablemente mucho
más descriptiva de la realidad interna cerebral, que lo que suponemos a primera vista, ya que
las células del sistema nervioso se conectan formando redes funcionales, que a su vez pueden
conectarse entre sí. Situación que nos da idea de la multitud de posibilidades de asociar
información en ese conjunto.
El sencillo experimento de preguntar a un grupo de personas que hayan compartido
alguna experiencia, acerca de lo que pasó, hace evidente la gran cantidad de distintas
versiones, incluso más de una por cada quien, ya que un mismo individuo puede variar la
inicial después de escuchar a otros en el grupo, o tras de reflexionar un rato.
Cualquiera puede además expresar impresiones diferentes de algo, según el estado
personal dado en ese momento, tanto emocional como físico, podemos opinar de manera más
o menos variable, si acabamos de despertar, que si tuvimos un día extenuante, que si recién
salimos de la regadera.
Tal es la diversidad humana y su variabilidad, basadas en la multitud de posibles
conexiones entre las células cerebrales y, si reconocemos que podemos ser semejantes a
prismas de diferentes caras, mostrando diversos lados de nosotros en situaciones cambiantes
de la vida, también estamos hablando entonces, de estados de conciencia.
Algunos de ellos lógicos y sencillos, por ejemplo, estar despierto, etapa en la que se
mantiene una conexión con el mundo exterior, percibiendo situaciones, evaluándolas para
darles una dimensión y un peso que son integrados dentro de la totalidad de la experiencia,
ello desemboca en una respuesta cuyo objetivo es manejar la circunstancia actual.
La percepción puede variar, dependiendo de nuestra condición personal, sin dejar de
mantener un rango dentro del que se modifica, es decir que se sostiene una continuidad
dentro de lo considerado lógico. A tales cambios se les llama estado normal de conciencia.
Término que implica el uso, dentro de ese estado, de una lógica regida por convenciones
aceptadas en la cultura que habitamos, como la serie de respuestas más frecuentes y alentadas
por el grupo social.
Siguiendo con la metáfora de que somos prismas, resulta que éste de los dos cerebros
puede mirar hacia adentro en circunstancias que modifican el contacto con lo que está afuera,
es decir que la atención puede volcarse al interior, lo cual ocurre también de manera normal,
y quiero decir con esta palabra, que ocurre naturalmente. En esas condiciones modificadas de
la conciencia es que se da lo que llamamos dormir, dormir soñando, y soñar despierto.
Estados que han sido catalogados como alterados, por el hecho de no seguir la lógica
del mundo despierto. Durante ellos se perciben los estímulos de forma diferente, algunos
pueden no ser percibidos, lo que ocurre de manera cambiante incluso en una misma persona.
Característicamente siguen un patrón con la lógica del mundo interno, que es
diferente de la social. También puede suceder que sean interpretados en un contexto nuevo y
relacionados o integrados con otros contextos, sin la coherencia del afuera y con la
sistematización del adentro.
Los estados alterados de conciencia se dan por vía natural al encontrarnos en algunas
circunstancias, o pueden ser inducidos artificialmente. A continuación se listan los que en la
actualidad son reconocidos:
28
ARDILA, Alfredo, Psicología de la percepción, Trillas, México, 1980, p. 335.
19
3. El ensueño durmiendo (soñar durante el dormir);
4. El trance natural o ensueño despierto (soñar despierto);
5. El trance inducido por música;
6. El trance hipnótico;
7. El estado inducido por diversas técnicas de meditación;
8. La deprivación sensorial;
9. Algunos estados psicopatológicos;
10. Efectos de algunos medicamentos (anestesia), y
11. Los efectos de intoxicaciones.
20
BIBLIOGRAFÍA 2.
Polster, Erving y Miriam Polster. (2001). Fantasía. En su: Terapia guestáltica.
Buenos Aires: Amorrortu. pp. 241-250.
Fantasía
La fantasía es una fuerza expansiva en la vida de una persona: se extiende y llega más allá de
los seres, el ambiente o la situación que constituyen su entorno inmediato. Estas extensiones,
a veces pueriles u obsesivas, como es el caso en muchos ensueños, otras veces pueden
adquirir una fuerza y una intensidad tales, que alcanzan una presencia más apremiante que
algunas situaciones de la vida real.
Walter Mitty, el personaje de James Thurber, representa las fantasías grandiosas y
fútiles de un marido dominado por su mujer. Pero el talento de Thurber trasforma esta
representación en un retrato más vivo, real y convincente que cualquier soñador ordinario.
El soñador suele ser reacio a encarnar sus sueños, aun en la fantasía, de modo que acaba
doblemente bloqueado: tiene miedo de los hechos o de sus propios sentimientos y —lo que
es peor— hasta de sus sombras. De ahí que el fantaseador caviloso rumie sólo temas
esquemáticos, despojados de la agresión, la sexualidad, los manejos hábiles, etc., y que este
sea el material que le hace vibrar las tripas. Cuando estas fantasías pueden aflorar en la
experiencia terapéutica, la renovación de la energía suele ser de tal magnitud que a veces
raya en lo inasimilable, y a menudo marca un nuevo rumbo en el sentido que el paciente
tiene de sí mismo.
La fantasía puede ponerse al servicio de cuatro fines principales: 1) entablar contacto
con un acontecimiento, un sentimiento o una característica personal resistidos; 2) restablecer
contacto con una persona que no está disponible, o con una situación inconclusa; 3) explorar
lo desconocido; 4) explorar los aspectos nuevos o desacostumbrados de uno mismo.
21
realmente en el patio de una escuela, pero gritó alarmado cuando apareció el cocodrilo —y esto es ya
una importante acción por derecho propio—. Después que lo hube apaciguado –acción colateral—
procedió a contar experiencias relevantes con su padre —otra acción expresiva—. Por lo demás,
continuó el impulso, y acabó por hablarle verdaderamente a su, padre, de modo que la fantasía tuvo el
efecto de estimular una acción en la vida real.
Pero aunque la escena imaginada no hubiera tenido un desenlace efectivo, el retorno y la
asimilación de sentimientos ya es, de todos modos, un adelanto importante. Esta es la segunda razón
que explica la eficacia de la fantasía. Experimentar terror, y salir con bien del trance, significa
que uno puede estar menos amenazado por los sentimientos que presume consiguientes a la acción
real: el terror pierde un poco de su ponzoña.
Si uno llora durante una fantasía, pasa por una prueba análoga y queda menos propenso a
eludir, en lo sucesivo, las experiencias que pueden llevarlo a llorar. El paciente que llega a tener una
experiencia sosegada de su propia sexualidad, o de su propio afecto por otra persona, o de su
propio rencor por haber sido maltratado, una vez que libera y asimila estas emociones, siquiera
sea en respuesta a una fantasía, puede incorporarlas más fácilmente a su repertorio habitual, en las
situaciones de la vida diaria.
El efecto restaurador que alcance la experiencia de la fantasía dependerá, naturalmente, de las
circunstancias. Puede ocurrir que el retorno, así sea imaginario, al acontecimiento temido resulte tan
devastador como se anticipaba, y deje al sujeto tan amedrentado que lo inhiba de toda exploración
ulterior. Importa, pues, que el terapeuta aguce la atención y afine la sensibilidad al introducir estas
experiencias, graduándolas con tino, y respetando la autorregulación del paciente como factor
primordial en el desarrollo de la fantasía.
En el caso que nos ocupa, la experiencia del paciente estuvo a punto de interrumpir su progreso,
en vez de facilitarlo. Es probable que sin mi intervención, que volvió a ponerlo en contacto conmigo y
le permitió sentir la insignificancia del incidente, todo hubiera acabado en una experiencia más
aterradora aún, confirmándolo en su medrosa actitud ante la vida.
2. Contacto con una persona que no esté disponible, o con una situación inconclusa
Además de infundir fuerza mediante la intensificación de la experiencia, la fantasía puede ser el único
camino de regreso a una situación genérica anterior. Un padre o una madre pueden haber muerto, un
viejo amor haberse ido a algún lugar lejano, un amigo de la infancia no interesar ya lo suficiente para
mantener un contacto real. Aunque las circunstancias de tiempo y espacio la hicieran accesible, podría
resultar demasiado intimidatorio o demasiado impolítico abordar directamente una situación real. En
tales casos adquiere un valor inapreciable la fantasía, porque recrea algo bastante aproximado a la
realidad, si bien relativamente inofensivo mientras no quede en murmuración, estrategia o cavilación
ociosa.
Trabajando con un grupo, desembocamos por azar en una mezcla extraña de fantasía y
realidad. Una persona que la primera noche de laboratorio se había enzarzado en una disputa, no se
presentó a la mañana siguiente. Varios miembros del grupo, que tenían asuntos inconclusos con esa
persona, se sintieron muy molestos. Un hombre en particular estaba profundamente afectado, por lo
que le pedí que cerrara los ojos, se representara al ausente y le dijera lo que quería decirle.
Enseguida se despachó a gusto, increpando a su fantasía visual con los ojos cerrados, y
mientras estaba en esto el objeto de la filípica entró en la habitación y se sentó sin hacer
ruido. El otro no tardó en abrir los ojos; advirtió que la persona a quien se había estado
dirigiendo se encontraba allí de cuerpo presente, y descubrió que ya no se sentía molesto con
él. Los dos pudieron entablar conversación desde un punto de vista nuevo, como si hubieran
explorado el problema originario.
22
Por regla general, las personas con quienes tenemos asuntos inconclusos no están
disponibles. Se han muerto, se han ido, se han desligado de nosotros, no pertenecen más a
nuestra vida, o ha pasado hace largo tiempo la ocasión de renovar los pleitos anteriores. Una
mujer, por ejemplo, sentía que la familia de su marido la había tratado desconsideradamente
en oportunidad de su matrimonio. Muchos años después, seguía resentida por ese trato,
como si hubiera sido una ofensa reciente. El tiempo había hecho imposible la reparación que
necesitaba, por lo que dio en imaginar un vasto consejo de familia el que concurría medio
centenar de parientes. Su fantasía montó una escena digna de las primeras películas rusas del
cine mudo, y los visualizó sentados, golpeándose el pecho, poniendo los ojos en blanco y
diciendo una y otra vez, con ademanes dramáticos: “¡Me arrepiento, me arrepiento!”. El
desarrollo completo de la escena imaginaria reveló a la mujer el absurdo que representaría
perseguir la reparación del viejo agravio y le permitió superar finalmente su resentimiento.
Otra paciente, una joven que había soportado a través de una pesadilla de tres meses
los tormentos de la cirugía plástica en gran escala, a raíz de un accidente automovilístico en
el que habla muerto su mejor amiga, sufrió una extraña emoción al ver el aviso fúnebre del
cirujano que la habla operado. Empezó por comentar que le parecía una estafa del destino
haber truncado la vida de este hombre a los cincuenta y ocho años, cuando presumiblemente
debía estar disponiéndose a trabajar con un ritmo más sosegado y a consagrar más tiempo a
los suyos. Le pregunté si en realidad no sentía que ella lo había defraudado, o quizá que
había sido defraudada por él. Resultó que tal era el caso, efectivamente: la joven había
necesitado del médico algo que no había obtenido. La falta de respuesta a sus temores y a
sus padecimientos había dejado en ella un horror casi automático a depender en cualquier
forma de alguien, y el sentimiento de su propia flaqueza, que hacía una montaña de las
menudas irritaciones de la vida. Desde entonces la paciente se había prohibido hablar de su
tristeza profunda, Le pedí que evocara la imagen del médico y le dijera en su fantasía lo que
a l a sazón le hubiera gustado decirle en la realidad. He aquí sus palabras:
“Doctor... ¿Se acuerda de mí? Parece que hace tanto tiempo... Cinco años... o seis quizá. Yo
tenía la cara completamente destrozada... y usted me la arregló. ¿Se acuerda? Quiero que
sepa que el modo… su modo de abordarme me causaba un miedo atroz... un miedo tan
grande que lo conservé mucho tiempo después de tener la cara reconstruida. Y supongo que
quiero hacérselo saber, porque yo me sentiría mejor si le hablara de esto, y se me ocurre que
de alguna manera usted tal vez pueda oír lo que digo y aplicarlo en otras personas a quienes
atienda... en otros pacientes. Todo lo que le pido es... que escuche... cuando le hablo o le
pregunto lo que me va a hacer y lo que va a pasar. Si usted puede contestarme esas
preguntas... bueno, entonces yo sabría que está ahí, que no es solo una cosa mecánica que
me está arreglando mecánicamente. Que… que está aquí como una persona y que yo estoy
aquí como una persona... Alguien que evidentemente necesita un poco de ayuda, pero a
pesar de todo es un ser humano. Y usted también lo es. Si se hubiera dado cuenta de eso, mi
relación con usted habría sido más fácil y yo me habría sentido infinitamente mejor. (En voz
muy baja.) Así es la cosa. (Con en hilo de voz.) Me parece que ya no me queda nada más que
decir. Espero que así sea”.
Un último ejemplo demostrará el poder de la fantasía para completar una experiencia trunca
con algo que pertenece irremisiblemente al pasado, o con alguien que ya no está presente,
pero a quien el sujeto permanece unido por una fuerte ligadura vital y compulsiva. Un
hombre, después de una serie de visualizaciones dispersas, una escena aquí, una imagen allá,
23
vio por fin el rostro de una muchacha a quien había conocido en otro país siendo muy joven,
tan joven que no supo que era amor lo que sentía por ella. Regresó a la patria cuando le
dieron de baja en el ejército, sin habérselo dicho nunca. Pero mientras estaba visualizándola,
le pedí que le hablara. Le confesó entonces sus sentimientos, y al hacerlo entró en contacto
con la suavidad escondida de su propia naturaleza, que rara vez había vuelto a
experimentar. Al abrir los ojos observó que se sentía como si despertara de un sueño.
3. Exploración de lo desconocido
Esta concepción ve en la fantasía algo más que un medio de acceder al pasado y subsanar
errores que derivan del bloqueo de la expresión o el agobio de circunstancias aplastantes.
Ve en ella el poder germinativo para desarrollar un fondo de vigilancia y preparación. Por
más que la espontaneidad sea un ídolo de la cultura humanista actual, se exagera
demasiado al presentarla como una condición sine .qua non de una vida buena. Muchos de
los acontecimientos que más cuentan en la vida de una persona requieren una intensidad de
foco que es preferible no dejar librada al azar. La acción espontánea que surge de la
exploración sensitiva de posibilidades y alternativas se asienta en el conocimiento y no en
el capricho.
Read cita un pasaje de Leo Frobenius que atestigua el respeto de los pigmeos
africanos por los preparativos de la fantasía. Frobenius les había pedido que lo
acompañaran en sus exploraciones para cazar un antílope, porque la provisión de víveres
mermaba. Los negritos contestaron que no podían salir enseguida porque la empresa
requería preparación, pero que estarían dispuestos al día siguiente. Frobenius, lleno de
curiosidad, se propuso averiguar en qué consistían los preparativos mencionados. He aquí,
en sus propias palabras, lo que ocurrió:
“Salí del campamento antes del alba y me arrastré a través de los matorrales hasta
el claro que los pigmeos habían buscado empeñosamente la noche anterior. A poco
29
H. Read, Icon and idea, Nueva York, Schocken Books, 1965.
24
aparecieron en la penumbra, y la mujer con ellos. Los hombres se agacharon, limpiaron de
maleza un cuadradito de terreno, y alisaron la superficie con las manos. Uno de ellos
dibujó algo con el índice en el espacio despejado, mientras sus compañeros murmuraban
una especie de fórmula o conjuro. Hubo entonces un silencio de espera. El sol se levantó
sobre el horizonte. Uno de los hombres, con la flecha ya dispuesta en la cuerda del arco,
fue a apostarse junto al cuadrado. Al cabo de unos minutos los rayos del sol cayeron sobre
el dibujo que estaba a sus pies. En ese preciso instante la mujer tendió los brazos hacia el
sol gritando unas palabras que no entendí; el arquero disparó la flecha y la mujer
volvió a gritar. Después los tres hombres se lanzaron a través de los matorrales; ella
permaneció unos minutos más allí y luego echó a andar lentamente en dirección al
campamento. Cuando desapareció, me adelanté hasta el cuadrado, y al bajar los ojos vi en
la arena el dibujo de un antílope de cuatro palmos de largo. La flecha del pigmeo se
proyectaba de su cuellos.”30
Como lo demuestra, sin necesidad de mis pruebas, este elocuente testimonio, los
primitivos reconocen que la espontaneidad se afianza en la preparación personal y que la
fantasía interviene en las actividades preparatorias.
El famoso futbolista Jim Brown ha dado una versión más moderna del valor que
cobra la fantasía en este aspecto. Según dijo, en su entrenamiento semanal para el partido
del domingo acostumbraba incluir una visualización anticipada de las incidencias que podían
presentarse. Esto lo disponía para un claro enfoque del juego, lo familiarizaba con las exigencias
que debería enfrentar y lo mantenía en un alto nivel de lucidez y estimulación.
Los preparativos de la fantasía se asoman al futuro, pero no lo predicen. No hasta, pues,
limitarse a imitar la fantasía: hay que lanzarse a descubrir, dentro de esta misma, las fuentes de la
propia creatividad, y enfocarlas de acuerdo con los requerimientos básicos de la tarea que se tiene
por delante. El imprudente que se confía a la pura espontaneidad subestima la dedicación
necesaria para un contacto auténticamente acorde con las exigencias del vivir.
Seth veía con pesimismo las probabilidades de un admirado colega suyo para obtener el
ascenso del que dependía su permanencia en la empresa donde ambos trabajaban. Si el hombre se
iba por no haber conseguido el ascenso, Seth quedaría en una posición insostenible. Era
importante, pues, que el jefe reconociera la necesidad de promover al otro. Con esta intención
había planeado un encuentro para acercarlos, pero no se le ocurría cómo conversar con ellos.
Escenificamos el diálogo: primero yo tomé la parte del jefe y Seth su propia parte; después
cambiamos los papeles y Seth hizo de jefe mientras yo hacía de Seth. En los dos casos la
conversación llegó a ser muy animada y aclaró varios puntos, entre ellos, que el encuentro previsto
no tenía por qué desembocar en una disputa. Además de mostrar a Seth las posibilidades tácticas
pertinentes, le despejó las ideas y lo puso sobre aviso para que no se encerrara en una actitud de
intransigencia ni presentara un ultimátum innecesario. Llegado el momento, la conversación real
se deslizó como sobre rieles, y Seth pudo crear un principio de armonía que condujo al ascenso de
su amigo. Y lo interesante es que en esa oportunidad no repitió casi nada del diálogo imaginado: la
conversación resultó nueva y completamente espontánea, pero la espontaneidad se fundó en una
mente despejada y en la más respetuosa concentración.
30
Ibíd.
25
del hombre que se ve a sí mismo como una persona invariablemente suave, incapaz de reunir la
suficiente fuerza agresiva para alcanzar lo que quiere, a quien se le pregunta qué imagina que
pasaría en ese momento si su agresión emergiera sin trabas. Se lo pregunté yo a Ned, uno de mis
pacientes, aguijoneado ya por mis provocaciones en intercambios previos, y contestó que temía
llegar a voltearme. Le pedí que cerrara los ojos e imaginara que él era la bocha y yo los bolos en
una partida de bowling. Imaginó que rodaba hacia mi con una fuerza tremenda —más como un
huracán que como una bocha—, me daba en pleno centro y me lanzaba hecho astillas por el aire.
Se sintió excitado, y a continuación imaginó que me asestaba otro golpe, un directo a la mandíbula
que me mandaba de nuevo al espacio, hasta que me perdía de vista. En este punto, Ned se asustó
y quiso que volviera. Le indiqué que me llamara con un grito. Tras una breve vacilación me gritó
que bajara, y en ese preciso instante reaparecí en su fantasía, ileso y mirándolo con benevolencia.
Suavizado con esto su ánimo, me sonrió y me abrazó –siempre en la escena imaginaria- y luego se
echó a llorar, enternecido por la afabilidad que apreciaba en mi actitud, a pesar de haber vuelto
contra mí toda la fuerza de su agresión. Cuando Ned abrió los ojos y me vio, me saludó como a un
amigo que regresa después de larga ausencia.
Valerie había llegado a su sesión de terapia agobiada por las innumerables derivaciones
de un paso decisivo que había dado recientemente. Ahora el conflicto era a quién contarlo, en qué
medida quería discutirlo con ciertas personas y con otras no, cómo reaccionarían algunas a su
decisión y qué estilos de interacción tendría que cultivar con todas después de esto. Mientras iba
describiendo estas posibilidades, empezó a responder a ellas en la forma de costumbre: poniendo
en marcha lo que habíamos dado en llamar su “piloto automático”, y cerrándose hasta operar a un
nivel funcional mínimo: postura rígida, respiración corta y deficientemente centrada, visión casi
turbia. Le pedí que cerrara los ojos y corrigiera su respiración, visualizando una escena de playa
donde el aliento pudiera adecuarse al ritmo de las olas y entrara lenta y regularmente, sin
apremio. Enseguida pudo verse que sus hombros contraídos limitaban la entrada del aire, por lo
cual le sugerí que la facilitara extendiendo los brazos sobre el respaldo del diván donde estaba
sentada.
Cuando lo hizo apareció en su cara una expresión radiante y empezó a respirar honda y
rítmicamente. Dijo que la imagen de la llegada de las olas se habla ampliado al extender los
brazos, y que ahora visualizaba una vasta rompiente cuyas poderosas olas corrían a volcarse
sobre una playa sembrada de guijarros, cubriendo algunos, echando a rodar otros, y lamiendo
apenas algunos más. Imitó con los brazos el movimiento expansivo de las olas, y mostró que
su respiración, libre ya, se adecuaba a ese ritmo, expandiéndose cuando aspiraba el aire y
comprimiéndose cuando lo exhalaba. Al abrir de nuevo los ojos, observó que tenía capacidad
y fuerza para enfrentar los problemas derivados de su decisión, y ya no necesitaba cerrarse
para manejar cuestiones embarazosas.
26
BIBLIOGRAFÍA 3.
Robles, Teresa. (1990). Trazando Estelas en la mar… el trabajo con símbolos. En su: Concierto Para
cuatro cerebros en psicoterapia. México: Instituto Milton H. Erickson
de la Cd. de México. Pp. 152-173.
Las estelas en la mar pueden trazarse cuantas veces sea necesario, esto corresponde a la
dinámica del inconsciente, siempre fluyendo, siempre transformándose.
Los símbolos son el lenguaje del cerebro derecho. Expresan los síntomas, así como los
recursos y los procesos que se dan en el inconsciente. Si bien en el cerebro izquierdo, que es
analítico y por lo tanto distingue y separa, el mapa no es el territorio; en el cerebro derecho que
integra, totaliza, condensa, el mapa ES el territorio; el símbolo ES lo que representa y , por lo
tanto, si lo modificamos, transformamos el síntoma; cuando creamos un nuevo símbolo,
generamos un nuevo proceso. Hay que ser muy cuidadosos en la terapia para crear símbolos
que deriven en procesos orientados a la salud, la integración, el bienestar. Ya que el inconsciente
se integra con energía libre, hasta dar un empujoncito para que cada proceso siga su camino: ya
sea desamarrando un nudo por ahí atorado si el empujón fue correcto, ya sea apretando otro que
apenas se estaba formando, si no lo fue.
Si queremos cambiar un afecto, depresión, por ejemplo, se puede inducir el trance a
partir de cómo se percibe (ver p. 96) y sugerir:
27
dice qué es, le pido que me lo describa interrogándole sobre sus
características como ya hice con el símbolo del problema, y después
continúo—: ahora, pon (describo el símbolo del problema) junto a
(describo el símbolo de los recursos) siente tu respiración y observa cómo
esa respiración hace que (el símbolo de los recursos al que llamo por su
nombre) ACABE, DESAPAREZCA, TRANSFORME o haga LO que sea
NECESARIO) hacer con (describo el símbolo del problema) para que “X” (el
síntoma) desaparezca... fíjate cómo sucede ¿YA TE DISTE CUENTA cómo
ESTÁ SUCEDIENDO? —cuando la persona dice que el cambio ya se dio,
pregunto por cada una de las sensaciones desagradables en que se
descompuso el afecto al iniciar el trance, sugiriendo que ya cambiaron, en la
siguiente forma—: ¿YA TE DISTE CUENTA QUE SIENTES AHORA
ahí adónde ANTES sentías... (la sensación desagradable)? –Antes de
terminar el trance, sugiero que el proceso continúa a través de los sueños
mientras la persona duerme profundamente y descansa y a través de cada
respiración-.
Desde el inicio sugiero que el símbolo aparece y construyo la realidad de que así es. Si
el paciente insiste en que no hay nada, le digo entonces que el símbolo es “nada” y empiezo a
pedir que lo describa. Esta descripción sirve para reforzar el trance y poder utilizar las propias
palabras del paciente para referirme al símbolo. La descripción de la respiración mantiene el
trance y sirve como puente para empezar a hablar de sus recursos. Algunas personas, al
concentrarse en su respiración, empiezan espontáneamente a transformar el símbolo del
problema. En este caso, así como cuando no aparece un símbolo de los recursos, la respiración
es el recurso. Y en cualquier caso es también la energía que realiza el cambio, poniendo al
sujeto como observador para impedir que haga intervenir su voluntad. Es muy importante
sugerir que aparezca el símbolo de ESO que produce el síntoma y no del síntoma. No se trata
de quitar un síntoma sin resolver el problema que lo originó porque aquel es sólo un indicador
de que ahí hay un nudo que desamarrar, y si el nudo sigue igual, vuelve a aparecer otro síntoma
en su lugar. La meta es cambiar ESO que lo originó, desatar el nudo que está en el fondo,
generar procesos. Y como ESO es muy complejo y es difícil saber todo lo que abarca, no
sugiero en forma drástica que se elimine, sino que dejo la puerta abierta para que se
reconstruya o desaparezca. Este es el único punto en que hay que ser tajantes, en asegurar que
el cambio se dé. Fuera de ahí, las estelas pueden trazarse y retrazarse en la mar del inconsciente
de modo espontáneo y nosotros sólo tenemos que dejar que fluyan y seguir acompañando el
proceso.
Es importante recordar que los símbolos fluyen con una lógica que no es a la que
estamos acostumbrados, y tener la mente abierta para seguir el proceso y no bloquearlo. Una
vez apareció como símbolo de lo que producía un dolor de cabeza, una taza de café
humeante y oloroso, y como símbolo de los recursos para hacerlo desaparecer, una flor.
Desde la lógica racional es difícil entender qué puede hacer una flor con una taza de café.
Con la respiración, la flor se metió en la taza, que se convirtió en maceta, absorbió el café,
creció y se transformó en una planta llena de flores y, por supuesto, el dolor de cabeza
desapareció. En otra ocasión, el símbolo de lo que causaba el problema era un sol
resplandeciente. El sol simboliza poder, genera vida, da calor, etc., y parecería más un símbolo
de recursos que de algo que provoca un problema. El símbolo de los recursos para acabar con
el sol o transformarlo, fue el trazo del perfil de un águila. Nos podríamos preguntar ¿qué puede
hacer esto con el sol? Cuando esa persona sintió su respiración, el trazo se fue convirtiendo en
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un águila con vida que cubrió con su cuerno al sol, absorbió sus rayos y voló perdiéndose en
el horizonte mientras atardecía. Al terminar el ejercicio, esta persona comentó que el perfil del
águila le había recordado su nariz aguileña y que se le ocurrió que el sol representaba la
imagen idealizada de su padre al que antes sentía que nunca podría alcanzar. Al cobrar vida
el águila con los rayos del sol, se estaba identificando con su padre y, una vez que lo
internalizó, emprendió el vuelo para separarse de él, que además, dejó de brillar sobre su
cielo.
Esta técnica es muy útil para controlar el dolor. Es interesante que cuando el símbolo
de los recursos no acaba definitivamente con el símbolo de ESO que producía el dolor, aunque
éste desaparezca, es un indicador de que hay algo que arreglar en el nivel orgánico. Una vez,
trabajando con un dolor por desgarre muscular, apareció como símbolo de lo que producía la
molestia, un tronco de árbol cortado con varios trinches de jardinero encajados. El símbolo
de los recursos fue un montón de heno que cubría todo. La imagen muestra por sí sola que era
una analgesia temporal y que la dificultad no estaba resuelta, puesto que en cualquier
momento el viento podía llevarse el heno y dejar al descubierto el tronco con los trinches
encajados.
En ocasiones sucede así, por ejemplo, el tenedor que representaba lo que producía la
neurodermatitis (ver p. 86). El hecho de que el símbolo de los recursos sea insuficiente para
acabar o transformar el símbolo de lo que produce el problema, es un indicador de que
necesitamos hacer algo más, una regresión como en ese caso, o promover otra dinámica hasta
que el problema se resuelva. Por ejemplo, algunas veces pido a la persona que entre en el
símbolo de la dificultad “para transformarlo desde adentro”.
Continúo insistiendo en el cambio hasta que se haya dado. Se puede también hacer
que el paciente entre en el símbolo de sus recursos y que éste a su vez entre en él mediante
su respiración y decir, si el símbolo es una luz blanca:
Métete dentro de esa luz y deja que te bañe, siéntela... ahora, deja que la luz entre
dentro de ti a través de cada respiración, siente cómo entra y va LLENANDO tu
cuerpo y tu mente, filtrándose en todas y cada una de tus células ¿YA TE DISTE
CUENTA cómo se siente estar lleno de esa luz, TENER A LA MANO todos
esos RECURSOS? Y ahora que ya estás LLENO DE LUZ, deja que esa luz
blanca bañe toda tu HISTORIA y la transforme y la RECONSTRUYA llenándola
con LINDOS MOMENTOS, encontrando y AMPLIFICANDO todas las
EXPERIENCIAS y APRENDIZAJES que HAY en ella y que tal vez ni siquiera
te habías dado cuenta... deja que bañe y llene toda tu historia transformándola y
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CAMBIANDO en ella LO que es NECESARIO cambiar para que tú ESTÉS
bien, COMO QUIERES estar.
31
ERICKSON, Eric H., Infancia y Sociedad, Hormé, Argentina, 1983, pp. 222-225.
31
lo importante fue asegurar que cada vez que había alguna molestia en la paciente o la sensación
de que algo de lo que ella observaba no le gustaba, yo sugería su transformación en la forma
más adecuada y aunque ni ella ni yo sabíamos qué era lo más adecuado, su inconsciente sí lo
sabía y lo hacía a través de su respiración. Terminé el trance en un momento en que todo
estaba bien. Además de desencadenar un proceso de cambio, me fue muy útil, para planear el
trabajo posterior, darme cuenta, entre otras cosas, de cómo le pesaban los valores y normas
religiosas, que había símbolos fálicos amenazantes que dejaban de serlo cuando aparecía la
iglesia en donde se casó, su temor a envejecer y, sobre todo, a ponerse fea, que más tarde
apareció como temor a crecer en general, a dejar de ser una niñita y convertirse en mujer.
32
Ver: ROSEN, Sydney, Mi voz irá contigo. Los cuentos didácticos de Milton H. Erickson, Paidós, Argentina,
1986, y Erickson, Milton H. y Ernest L. Rossi, The February Man: Evolving Consciousness and Identity in
Hypnotherapy, Brunner/Mazel, New York, 1989.
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cortarían la mano. Y junto al rey, del lado izquierdo, vio al verdugo encargado de ejecutar el
castigo. Era un hombre feo, bajo y musculoso, con una mirada negra, profunda y dura. El
príncipe se encontraba muy asustado.
Le pedí que sintiera su respiración y observara cómo ésta transformaba esa escena de
manera que él se sintiera BIEN, SIN amenazas de CASTIGOS, pudiendo DISFRUTAR lo
que le tocaba disfrutar en ese momento. A medida que fue respirando, la escena se aclaró
más aún, pudo distinguir los rostros de la gente que lo observaba y, entre ellos, el de su
madre, la reina. Ella se acercó, y desde su lado se dirigió al rey explicándole que no tenía
sentido exponer al príncipe a esa prueba porque ya en muchas ocasiones había demostrado
su honestidad y su valor. La multitud empezó a aplaudir el discurso de la reina mientras él
crecía y el rey envejecía. Al terminar, el anciano rey declaró que se daba cuenta de que el
príncipe era quien debía gobernar, por lo que abdicó en su favor. En medio de aclamaciones
del pueblo, el viejo rey se retiró y él subió al trono. Ahora, debía conducir a su pueblo y
gobernarse a sí mismo, hacer lo que quisiera y estuviera bien para él.
Sin embargo, cuando volteaba la mirada al verdugo, aún sentía miedo. Le pedí
entonces que le pusiera un nombre para que lo hiciera suyo. Lo llamó Loagrio, “porque así
eran sus ojos”. Le sugerí que ahora él mandaba sobre Loagrio y que toda esa FUERZA que
ANTES era una AMENAZA para él, AHORA estaba ahí PARA APOYARLO a lograr lo que
él deseara lograr y a vivir como quisiera VIVIR, DISFRUTANDO su vida y su PODER y lo
invité a probar que así era.
Apareció de repente en la recámara real con una mujer, y pidiéndole a Loagrio que
vigilara la entrada para que los dejaran tranquilos y nadie interrumpiera. Mientras Loagrio
cumplía su función, él empezó a vivir su sexualidad en una forma nueva y diferente,
aprendiendo a disfrutar lo que antes rechazaba.
En la siguiente sesión le pedí que observara qué metáfora representaba el problema
de la relación con su mujer en ese momento. Apareció una piedra preciosa sin pulir, pero él
no tuvo ganas de pulirla. Tenía demasiados resentimientos hechos nudo. Le propuse que los
sacara en la fantasía hasta eliminarlos por completo, para que no le hicieran daño a su cuerpo
ni a la relación (tenía colitis crónica y empezaba a presentar problemas en la piel). No quiso.
La sexualidad floreció en él, pero no quería vivirla con su mujer. No lo dejaba el
rencor. Necesitaba seguirla agrediendo con su distancia, así que las escenas en la recámara
real se trasladaron a la vida cotidiana con una amante. Un tiempo después, la esposa lo dejó.
No aguantó más seguir apareciendo como la mujer maravillosa y cargar el peso de los
resentimientos.
Desde la Teoría Psicoanalítica, podríamos con facilidad identificar a los personajes de
esta historia con las instancias psíquicas y su interrelación: Loagrio representaría a las fuerzas
del ello primero al servicio de un superyó rígido y sádico, el padre-rey y después sirviendo al
joven rey, un superyó flexible. El príncipe sería el yo; están presentes también la amenaza de
castración y los personajes del complejo de Edipo. Tal elucubración teórica puede servirnos
para hacer un diagnóstico, hipótesis o planear las intervenciones, sin embargo, no la
comentamos ni hacemos ninguna interpretación, no es necesario, porque el paciente
comprende los distintos sentidos de la metáfora. Uno de esos sentidos es que todos llegamos
en un determinado momento a ser reyes y a gobernarnos solos. El otro, que de la misma
manera que las dificultades se transforman en facilidades, lo que ANTES era amenazante,
AHORA puede ser nuestro aliado.
Habrá quien opine que el trabajo quedó incompleto, que debería habérmelas arreglado
para que, en alguna forma indirecta, esta persona se librara de los resentimientos contra la
esposa, que juntos pulieran esa piedra preciosa, la amante no apareciera. Yo le propuse trabajar
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el problema de la relación con su mujer y sacar el rencor contra ella, no sólo por el bien de su
matrimonio sino por su salud. Cuando se negó, respeté su decisión. Me parece que nadie
tiene derecho a determinar lo que es bueno para el otro. Esto iría en contra del hecho universal
de que una vez que el príncipe llega a ser rey, se gobierna por sí mismo. Además, pienso que
el desenlace no fue necesariamente negativo. Con la separación, se abrió para ambos la
posibilidad de probar nuevos caminos y, caminando, hacer uno que tuviera corazón.
De la misma manera que antes aprendimos a volver la vista atrás y mirar la senda que no
hemos de volver a pisar, ahora se trata de mirar hacia adelante, al futuro, y convertirlo ya en
presente en nuestra realidad interna, para probar y ensayar los caminos que nos llevan allá,
porque si bien “todos los caminos son lo mismo, todos van por el matorral”, en los que tienen
corazón nos sentimos uno con el camino y se hace gozoso el viaje. Por el contrario, el camino
que no tiene corazón, dice Don Juan en boca de Castaneda, nos hace maldecir la vida y nos
debilita.
La forma más sencilla de mirar al futuro, es a través del Ensayo. Pedimos al paciente
que se vea en un futuro cercano, en donde ya logró lo que quería lograr:
Con esto estamos grabando una nueva huella mnémica en el cerebro derecho, que es
atemporal, y por lo tanto aunque en términos del cerebro izquierdo esa escena está en el
futuro, es ya parte de su realidad interna, en donde sólo hay presente. Decimos que se da en un
futuro cercano, de modo que así sea y sugerimos que entre las múltiples alternativas para llegar
ahí, se ensayen diferentes a fin de elegir cuál es la mejor para él. Para evitar que no esté
tratando de comprobar en cada momento en su vida diaria si cambia o no, ni se autosugiera
que no pasa nada, le decimos que se asombrará al encontrarse actuando y sintiendo en una
forma nueva y diferente.
Podemos también hacer caminos con corazón utilizando metáforas. Mientras el
paciente cuenta y revive su problema, le pregunto:
¿Como podrías representar eso que estás viviendo en una metáfora? con los ojos
abiertos o los ojos cerrados, deja que APAREZCA una metáfora que representa
este problema. Lo primero que se te ocurra eso es... ¿YA TE DISTE CUENTA
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cuál es la metáfora? (si contesta que no, puedo sugerir) puedes representarlo
usando colores, plantas, animales, personajes o cualquier cosa, lo importante es
que lo primero que APAREZCA eso es.
Vuelve a mirar... (y describo la metáfora con sus propias palabras) pero ahora,
mientras la observas siente tu respiración... siente cómo el aire pasa a través de tu
nariz, entrando e INTEGRANDO LO que es BUENO para ti, y cómo pasa
saliendo y ECHANDO FUERA todo lo que si se quedara adentro te haría
DAÑO... siente cómo se mueven tu pecho y tu abdomen con cada respiración, tal
vez puedas incluso escuchar el sonido del aire pasando a través de tu nariz... y
observa, al mismo tiempo, cómo tu respiración CAMBIA ahí en... (la metáfora)
lo que hay que cambiar para que el PROBLEMA DESAPAREZCA y TU estés
BIEN como quieres estar ¿YA TE DISTE CUENTA cómo está CAMBIANDO?
¿qué está sucediendo ahí? (y continúo trabajando como ya hemos visto para
asegurar que el cambio se dé y sugiriendo que continúa con cada respiración).
La metáfora del mayor fue la siguiente: dos perros que querían ser amigos, uno grande y
uno chico, se ladraban, estaban tristes. Al transformarla, él se dio cuenta de que al principio
los dos tenían miedo, pero el grande se empezó a acercar al chico, a darle cariño, y el otro
respondió bien. El menor observó cómo primero se quedaron viendo y después poco a poco
dejaron de ladrar, se pusieron a jugar, se acariciaban y podían hacer cualquier cosa juntos.
La metáfora de éste último fue una puerta que se abría, pero cuando uno de ellos
entraba, el otro salía o se caía por una trampa en el piso. Si uno estaba adentro la llave del otro
no podía abrir. Se pasaban dando vueltas. Era muy fácil estar uno adentro, pero nunca los dos
juntos.
Ambos resolvieron el problema en trance dejando abierta la puerta y esquivando las
trampas.
Después de esta sesión, comentaron que en varias ocasiones, habían estado contentos,
y haciendo cosas juntos.
Los caminos que construimos sólo desde la voluntad y la conciencia, sin tomar en
cuenta lo que sentimos y deseamos, suelen seguir los esquemas del “deber ser” y de “lo
razonable” y son como recetas que nos tratamos de imponer, por eso, si insistimos en
seguirlos, nos debilitan y nos hacen maldecir la vida y, además, nos llevan a dar vueltas en
círculo. Los caminos que construimos transformando nuestras propias metáforas, son
caminos con corazón porque surgen desde adentro, y al recorrerlos, somos uno con ellos.
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BIBLIOGRAFÍA 4.
Fagan, Joen. (1993). Seminarios sobre los sueños. En su: Teoría y técnica de la psicoterapia
guestáltica. Argentina: Amorrortu. pp. 203-223.
En cierta oportunidad, Freud dijo que los sueños eran “el gran camino que llevaba al
inconsciente”. Yo creo que son en realidad el gran camino que lleva a la integración. Nunca
pude llegar a saber qué es el inconsciente, pero sí sabemos que los sueños son claramente
nuestro producto más espontáneo. Acontecen sin nuestra intención o esfuerzo deliberado. Si
quieren comprender qué hacen ustedes con sus sueños, les diré a continuación cuál es la
mejor forma.
Si quieren elaborar sus propios sueños, háganlo con alguna otra persona al lado,
porque —como trataré de destacar— en las cercanías del punto enfermo se volverán fóbicos.
Tratarán de evitarlo, de escapar, súbitamente sentirán ganas de dormir o recordarán que
tienen algo importante que hacer. Si están trabajando con un compañero, este podrá ver la
actitud fóbica que adoptan. Por lo general, el neurótico únicamente se engaña a sí mismo
aunque piense que engaña a los demás. Me gustaría ahora trabajar en forma un poco
sistemática. La elaboración onírica puede ser divertida. En realidad, es una tarea muy
honesta. Ustedes advertirán que los que trabajan con los sueños de la manera que yo sugiero
—o sea, sin interpretaciones, sin interferencias de nuestra computadora, el pensador—
extraen gran beneficio de ello.
Antes de proseguir con la teoría, quisiera que alguien viniera aquí conmigo. Se
ofrecen dos personas: una es Mary Anne, que ya ha trabajado conmigo en otra oportunidad y
está dispuesta a que elaboremos juntos un sueño.
Ahora, realizamos el sueño. Para ser sistemáticos, lo haremos en varias etapas.
Queremos devolver el sueño a la vida real. En primer término, la paciente narra el sueño
como si nos estuviera contando algo que le sucedió personalmente.
33
Trascripción de laboratorios realizados en el Instituto Esalen en 1966.
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dejaba llegar. ¿Por qué? Ya es hora de que lleguen, y yo sentí que ya era hora de que
llegasen. ¿Por qué no las hace venir? Y él dijo algo acerca de la playa. No quería que
vinieran. No era el momento. De modo que decidí ir nadando. Y le pregunté si las vacas
podrían sentirse molestas si iba nadando. Y me contestó que no.
Así que me saqué la combinación y me fui nadando. Y mientras nadaba, algo se
apoderó de mi mano: una mandíbula. Y luego algo se apoderó de mi otra mano. No mordía,
sin embargo, solo la tenía fuertemente apresada. No sé cómo hice para salir del agua. Creo
que conseguí liberar mi mano izquierda… salí del agua. Y en mi mano derecha tenía un
perrito pekinés que parecía cubierto de lodo, pero era uno de esos perros que cuidan el
ganado. Y se desprendió sin lastimar mi mano. Allí terminó el sueño.
P. (Perls): Hay mucho material en este sueño. ¿Puedes escoger una parte cualquiera y
repetirla en tiempo presente, como si la estuvieras soñando ahora?
M. A.: Me gusta la parte en que las vacas comienzan a salir del agua. Veo las vacas. Primero
veo una vaca saliendo del agua con su ternerito. Luego veo al hombre, ordenando a los otros
hombres que las hagan volver. Veo a todas esas vacas alzando los hocicos, como búfalos
olisqueando el aire. Luego se sumergieron.
P.: ¿Realmente las estás viendo en este momento, o dices que las ves solamente?
M. A.: Lo recuerdo.
P.: Pero no las ves.
M. A.: No.
P.: ¿Podrías volver a decir lo mismo tratando de ver?
M. A.: Veo a la vaca salir del agua con su ternerito. Y veo al hombre gritándole al otro
hombre. Y la vaca vuelve al agua, y todas las vacas se quedan en su sitio. Las veo olisquear.
P.: ¿Las viste esta vez? ¿Puedes ahora montar la escena? Eres la directora de la obra.
¿Dónde está el mar? ¿Dónde están las vacas? Comienza el psicodrama…
M. A.: El mar está allí. Todas estas personas son las vacas, y están debajo del agua,
olisqueando. Y entre el mar y el acantilado hay un poco de playa. Yo estoy encima del
acantilado. Y me duele mucho que ese hombre no deje salir a las vacas.
P.: Bueno, ahora actuémoslo. Díselo al hombre. Háblale, exprésale tu rabia.
M. A.: ¡Quiero que salgan esas vacas! Usted no tiene ningún derecho a decirle a esos
hombres que les griten con sus megáfonos a las vacas para que vuelvan atrás. Y de todos
modos, no sé cómo puede hacer que las vacas se queden en el agua con solo gritarles.
P.: ¿Qué te contesta?
M. A.: Contesta, “Pero soy yo el que conoce a las vacas. Soy yo el que sabe cuándo pueden
salir y cuándo no. Y puedo controlar a esos hombres con los megáfonos. Y conozco ciertos
sonidos mágicos al escuchar los cuales las vacas reaccionan… quedándose en el agua. Y yo
sé las cosas mejor que nadie”.
P.: Ahora, vuelve a representar ese rol dirigiéndote al público, a las personas que están aquí
presentes.
M. A.: Yo soy el que más sabe sobre esas vacas. Tengo una especie de visión interior y sé
que no deben salir del agua en este momento. No les corresponde estar aquí ahora. No las
quiero aquí. Se lo digo a estos otros... Les digo que las hagan volver... y ellas vuelven. Ni
siquiera me tengo que molestar en hacerlo yo.
P.: Díselo a las vacas.
M. A.: ¡Vacas, atrás!... ¡Oh, yo no quiero que se vuelvan, quiero que vengan!
P.: Tienes que luchar por el control de la situación.
M. A.: Sí.
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P.: Adelante, pues. Arregla cuentas con ellas. Veamos quién gana.
M. A.: Usted tiene ese mensaje secreto y conoce la clave. Y yo siento, en parte, que usted
sabe lo que hace, pero también siento en parte que quiero que esas vacas salgan... ahora. Y
toda esta gente quiere que salgan ahora. De modo que dígales que salgan... No suena muy
convincente lo que digo.
P.: ¿Quién afirma eso?
M. A.: Yo. Ya ves, lo que realmente pienso es que él probablemente sabe lo que hace.
P.: ¿Puedes decir esto mismo dirigiéndote a mi?
M. A.: ¿Sabes tú lo que haces? Cierta parte del tiempo, lo sabes.
P.: Bueno, todavía no veo integración alguna entre tú y ese hombre. Siguen peleados.
M. A.: Yo soy el hombre (golpea con los puños.) ¡Y esas vacas van a hacer lo que yo digo!
Y no doy…
P.: ¿A quién le estás pegando?
M. A. (golpeando con los puños): ¡A ti!
P.: ¿Me estás pegando a mí?
M. A.: No sé.
P.: ¿Le está pegando él a Mary Anne?
M. A.: Sí, me está pegando.
P.: ¿Cómo te sientes cuando el te pega?
M. A.: ¡Oh, Dios mío!
P.: ¿Te sientes “oh, Dios mío”?
M. A.: Ajá.
P.: Cuando él te pega, de pronto te vuelves creyente. ¿Tiene esto algún significado para ti?
M. A.: ¿Dios?
P.: Sí. ¿Descubres a Dios cuando te pegan?
M. A.: No.
P.: Pero, ¿él es Dios, por casualidad?
M. A.: No sé. Sí, creo... supongo que sí, que él es Dios. ¡Es un pegador omnipotente!
P.: ¿De modo que Dios es un pegador?
M. A.: Sí (golpeando con los puños). ¡Y ahora tiene una magnifica oportunidad!
P.: Muy bien. Ahora, conviértete en Dios y golpea con saña.
M. A. (golpeando): ¡Odio a la gente que no deja salir a las vacas! ¡Siéntense, vacas!
Siéntense, hermosas vacas. Yo abarco todo.
P.: Bien. Creo que has ganado algo de fuerza. Ahora quiero que representes a las vacas.
Creo que tendrás que trasladarte allí.
M. A.: ¿Con todas estas otras vacas? Yo soy la que sale primero del agua, olisquea la
playa… Soy la vaca… con cuernos. Y tengo conmigo un ternerito. Creo que él también tiene
cuernos. Nos acercamos al borde del promontorio. Estamos muy contentos de salir a la
superficie. Es magnífico estar fuera del agua. Pero vean ahora este cuerno grande que nos
grita. ¡Mi Dios, por qué tenemos que llevarle el apunte a un cuerno grande! De modo que
nosotras…
P.: Tú eres la vaca. Háblale a él. Eres una vaca alegre.
M. A.: Sí, saliendo del agua, “¡Escuche, maldito, allí arriba! (alzando la voz) ¿A mí me dice
que vuelva al agua? ¡No me muevo de aquí!” Y luego subo y le pego.
P.: Ahora, cambia de rol. Conviértete otra vez en Dios.
M. A.: Escúchame, vaca. Me importa un rábano que me pegues. Ya me han pegado antes.
Tengo este cuerno grande, y sé, por todos los diablos, que cuando lo haga sonar vas a
retroceder.
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P.: ¿Qué te responde la vaca?
M. A.: Se siente algo abatida. Dice, “No me animo... ¡No me animo a hundirle los cuernos
como usted sabe que quiero hacerlo!”
P.: Oh. Repítelo.
M. A.: No me animo a hundirle los cuernos como usted sabe que quiero.
P.: Vuelve a decirlo.
M. A.: ¡No me animo a hundirle los cuernos como usted sabe que quiero! (Pausa). ¡Pero
quiero hacerlo!
P.: Ahora la parte poderosa quiere volver a franquearse.
M. A.: Sí. La vaca está ahí parada. No comprende qué tiene que ver el cuerno con todo
esto… ¿no es cierto?... si ese hombre estuviera pinchándola con una horquilla, eso sería
normal. Pero ese cuerno...
P.: ¿Qué papel estás representando? Tú debes ser la vaca.
M. A.: No entiendo por qué este cuerno me paraliza. Su cuerno me paraliza… ¡Estoy
paralizada por él!
P.: ¿El tiene un cuerno?
M. A.: Tiene… bueno, el hombre de arriba le habla a este otro que tiene el cuerno.
P.: Pero las vacas también tienen cuernos.
M. A.: ¡Sí! ¡Yo también tengo cuernos! Podría enfilar derecho hacia su cuerno y hundirle los
míos y arrancarle la boca. Pero me quedare aquí, en la arena, sin retroceder. Usted puede
quedarse sentado allí arriba con su cuerno, y hacerlo sonar… y yo sigo paralizada, ¡pero no
retrocederé!
P.: Repite eso.
M. A.: ¡No retrocederé!
P.: Más fuerte.
M. A.: ¡No retrocederé!
P.: ¿Qué dice él?
M. A.: Dice… “Por Dios”… dice “si... este cuerno no es... tan contundente”. Dice… “¡Al
diablo con él!”. Y lo tira.
P.: De modo que vuelve a triunfar el oprimido. ¿Qué sientes ahora?
M. A.: Oh, no sé. Me siento como... agotada. Me pregunto si esta vaca tiene realmente…
fuerza suficiente para quedarse allí, o si se está engañando a sí misma, o si… si se muestra
desafiante por nada. Ese cuerno no es nada. Todo ese desafío y esa retirada son por nada, se
dan cuenta, por nada. Y sin embargo, todo ese tiempo… desperdiciando energías. Podría ir
allí con su ternero y tener pasto y agua. Y se queda en su lugar, sentada en la arena. Es mejor
estar allí que en el agua.
P.: Veamos si es cierto. Vuelve al agua y represéntala. ¿Qué tipo de agua es? ¿Es el mar?
M. A.: Sí, el mar. Está en calma…
P.: Representa al mar: Yo soy...
M. A.: Yo soy el mar. Y en cierta forma rodeo a todas estas vacas. Y las he nutrido, y las
quiero, y resulta que ellas se quieren ir.
P.: Háblales.
M. A.: Óiganme, todas ustedes, yo trato de que puedan nacer a la vida y vivir en este mar
que yo soy, yo las circundo, y además tienen a sus terneros, no veo por qué no son felices.
¿Por qué no se quedan aquí, pues? Es un lugar agradable. Salen a buscar aire... Allá arriba,
en la playa, tienen alguien que les dice qué deben hacer... es una seguridad. Quédense aquí,
vacas, conmigo. Déjenme que las acaricie, que las lama, vamos. Pasaremos un buen rato
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juntos.
P.: ¿Qué te preguntan las vacas?
M. A.: Oh, las vacas dicen: “¡No, por Dios! En este mar nos sentimos inquietas y
desgraciadas. Queremos mucho aire, no simplemente olisquearlo… olisquearlo de vez en
cuando. Queremos pasto y agua límpida. Queremos vivir. De modo que vamos a
abandonarte”.
P.: Muy Bien. Ahora, respóndeme: ¿Qué partes del sueño puedes realmente identificar como
propias?
M. A.: Soy la vaca, soy el hombre que las hace retroceder, soy el que mira desde arriba, soy
el perrito que se aferra a mi mano con sus dientes… En cuanto al mar, no sé. Cuanto más
pienso en él más antipático se pone… y es como si me dijera cada vez más, “quédate
conmigo y te daré miel toda la vida… un poco de LSD, calma y quietud, y serás feliz”.
P.: ¿Estás segura de que el mar representa la seguridad?
M. A.: Creo que sí.
P.: ¿La protección?
M. A.: Si, y saber donde está una parada. No puedo identificar…
P.: ¿No puedes identificar? Díselo al mar.
M. A.: Perdóname, mar. Ocurre que no te entiendo. No siento que yo y tú seamos una misma
cosa. Siento que me absorbes... Quiero desprenderme de ti, de tu oleaje y de todo lo que me
haces... el agua salada que se me mete en las narices. Y sin embargo, este mar es… en cierto
sentido amable, agradable, escurridizo y… No sé si yo soy amable y escurridiza. Tal vez…
podría ser el mar, yo.
P.: ¿Ah si?
M. A.: Soy el mar. Soy amable con ustedes, vacas, me escurro entre ustedes, hay por aquí
algunas plantas marinas que podrían comer, y algunas nutrias de mar que les harán pasar un
buen rato. Y yo soy el mar, porque el mar... Siendo el mar, lo soy todo. Abarco... pero sé que
en realidad no es así, porque sé que está esa tierra allí, y ese hombre con el cuerno… Creo
que el verdadero problema está en el hombre y el mar.
P.: ¿Qué representa el mar, y qué representa el hombre?
M. A.: No sé. El hombre, yo... pienso que podría ser mi padre… una fuerza dominadora y
que provoca rechazo, hacia la cual quiero ir y a la vez no quiero. Y el mar, pienso que… es
muy difícil para mí sentirlo. No sé lo que es el mar… lo que tú eres, mar. No sé lo que eres.
Pero, en parte, estás por ahogarme, y creo que para mí es mucho más difícil habérmelas con
este mar que con ese hombre. Creo entonces que, bueno... el mar es mi madre, pero
entonces... tal vez sea así, sin embargo. Tal vez este mar es muy… escurridizo y…
P.: Tú sabes muy bien que no me gusta hacer interpretaciones, pero esto me parece tan obvio
que voy a intervenir en este punto. A mi entender, el mar representa tu parte femenina, la
otra parte es la masculina. El mar es la parte femenina… la parte amable, acariciadora… la
otra es la parte combativa, dominante, tiránica. Creo, pues, que tienes razón al decir que esos
son los dos rivales. ¿Podrías, entonces, promover un encuentro entre esas dos partes tuyas?
M. A.: Bueno, eso es mil veces más fácil. La parte del hombre: como hombre, dirijo todo a
mi alrededor… hago retroceder las cosas, y tengo mis pies en la tierra, y… La mujer… es
muy difícil.
P.: Sólo quiero que le permitas al hombre ir hacia el mar y ver qué pasa.
M. A.: ¿Yo, el hombre, ir al mar?
P.: Sí, tú como hombre.
M. A.: Bueno, yo… como hombre, no tendría nada que ver con ese mar. Pero si tú me dices
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que vaya…
P.: Sí. Me interesa saber cómo habrá de manejar ese hombre al mar. Aparentemente, a las
vacas las puede manejar.
M. A.: Me saco la ropa y voy hacia el mar. Y sería una pequeñita, una diminuta manchita
nadando en ese mar con todas esas vacas y todas esas plantas acuáticas alrededor. ¡No
valdría un poroto, de manera que tendría que volver a salir!
P.: ¿Qué pasaría si el mar viniera hacia donde está el hombre?
M. A.: En ese caso el mar perdería su identidad, porque tendría que saltar a tierra, y ya no
sería más un mar… sería un pequeño arroyuelo. Y yo, como mar... no quiero ser un pequeño
arroyuelo. Quiero ser un mar. Y yo, como mar, le tengo rabia a ese hombre. Es distinto de
mí. El está de pie, y yo me derramo. Y no me gusta nada que sea distinto.
P.: Repítelo.
M. A.: No me gusta nada que sea distinto de mí. Yo quiero serlo todo.
P.: ¡Sélo, pues! Sé el mar, y sé el hombre. He aquí la esencia del asunto. En lugar de sufrir
un conflicto —esto o aquello, lo masculino o lo femenino—, sé ambas cosas. Esto se sabe
desde hace muchísimo tiempo, que el conflicto entre los ciclos masculino y femenino de una
persona origina neurosis. La integración produce el genio. Todos los genios tienen tanto
aspectos masculinos como femeninos. La persona verdaderamente madura es ambidextra. No
solamente usa ambas manos, sino que reacciona en forma a la vez afectiva y agresiva con
respecto al mundo.
Bueno, creo que ahora puedes continuar por tu cuenta. Gracias.
Como ven, hemos demostrado que todas las partes diferentes del sueño, que cualquier parte
del sueño… es uno mismo, es una proyección de uno mismo. Si existen aspectos
incompatibles, aspectos contradictorios, y se los hace entablar una lucha mutua, se vuelve al
eterno juego de los conflictos interiores. En todos estos encuentros se descubre que ambos
bandos son, al comienzo, hostiles; pero trabajando con ellos durante un lapso suficiente, se
llega a comprender… y a apreciar las diferencias.
Todavía no podíamos, empero, llegar al punto en que Mary Anne estuviera en
condiciones de apreciar la diferencia. El mar no es un hombre viril, y un hombre viril no es
el mar. Pero ambos tienen posibilidades potenciales que pueden ser en sí mismas útiles y
valiosas.
Y como todo empobrecimiento de la personalidad tiene su origen en una
autoalienación —en la renuncia a partes de uno mismo, ya sea por represión o por
proyección—, el remedio es, por supuesto, la re-identificación. Alcanzamos la identificación
representando las partes del sueño. Nos convertimos en esa parte hasta que comenzamos a
ver en ella una porción de nosotros mismos... y entonces vuelve a ser nuestra. Así
empezamos a crecer y a ganar en potencialidades y en madurez.
El enfoque psicoanalítico de un sueño consiste en hacer de él un juego intelectual
mediante las interpretaciones y los enunciados fijos seudo simbólicos: esto es sexual, el
cuerno es un símbolo fálico, la vaca es el símbolo de la madre. Pero la interpretación no nos
lleva muy lejos. Muy bien. ¿Quién se ofrece ahora para elaborar un sueño?
Sueño de Carol
C.: Soñé que tenía ante mis ojos un lago que se estaba secando. Hay en el medio del lago
una pequeña isla y un círculo de, bueno, de delfines. Son como delfines, salvo que pueden
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estar parados, así que son como delfines que fueran como personas. Están en círculo... algo
así como una ceremonia religiosa... muy triste. Me siento muy triste por que ellos pueden
respirar... están como bailando en círculo... pero el agua, su elemento, se está secando. Así
que es como una desaparición... como ver desaparecer a una raza de personas o de animales.
Y son en su mayoría hembras, pero hay unos pocos que tienen un pequeño miembro
masculino, de modo que hay también algunos machos. Pero no habrán de vivir lo suficiente
como para reproducirse… y su elemento se está secando. Uno está sentado aquí a mi lado.
Yo le hablo, y tiene púas sobre el vientre... como... como un puercoespín. Parece como si las
púas no formaran parte de él. Y yo pienso que el hecho de que el agua se seque tiene algo de
bueno. Pienso que… bueno, por lo menos, en el fondo, cuando toda el agua se seque, se
encontrará probablemente algún tipo de tesoro, porque habrá en el fondo del lago cosas que
habrán caído allí, como monedas o algo así. Miro con cuidado y todo lo que veo es una vieja
chapa, la patente de un automóvil. Ese es mi sueño.
Por favor, representa esa patente de automóvil.
C.: Soy una vieja patente de automóvil tirada en el fondo de un lago. Soy inútil, no tengo
ningún valor. No estoy oxidada. Soy de otra época, de manera que no puedo ser utilizada.
Me tiraron simplemente a la basura. Eso es lo que hice con la chapa de la patente… La tiré a
la basura.
P.: Bien. ¿Qué sientes con respecto al sueño?
C.: No me gusta. No me gusta ser una patente antigua, inservible.
P.: Habla sobre ello hasta que llegues a convertirte en la patente.
C.: Inservible… anticuada. La patente se usa para permitir… para permitir circular a un
automóvil... y yo no puedo darle a nadie permiso para hacer nada porque estoy anticuada. En
California le pasan un poco de goma adhesiva... se compra una etiqueta con el número y se
la pega en el auto… sobre la patente vieja. Así que tal vez alguien me ponga en su auto y me
pegue encima una etiqueta. Yo no…
P.: Muy bien. Ahora representa el lago.
C.: Soy un lago. Me estoy secando y desapareciendo... absorbido por la tierra… estoy
muriendo. Pero si soy absorbido por la tierra y me vuelvo parte de ella, puede ser que riegue
la zona circundante, de modo que... incluso el lago... incluso mis macetas... puedan crecer.
Nuevas, como si pudieran crecer (comienza a llorar) de mí…
P.: ¿Comprendes el mensaje existencial de todo esto?
C.: Sí, puedo... puedo crear. Puedo crear belleza... Ya no puedo reproducirme. Estoy como el
delfín... soy... Pero yo... —insisto en decir “alimento”—, yo... soy líquida, y como soy agua,
me convierto… riego la tierra y doy vida… haciendo que las cosas crezcan. El agua… ellas
necesitan tanto de la tierra como del agua… y del aire y del sol. Pero yo, igual que el agua y
el lago, puedo cumplir algún papel.
P.: Puedes advertir el contraste: en la superficie encuentras una cosa, un objeto material, la
patente del automóvil… la parte artificial tuya. Pero cuando profundizas más encuentras que
la muerte aparente del lago es en verdad fertilidad.
C.: Realmente no me gusta esta chapa… o permiso... o patente para…
P.: La naturaleza no necesita de ninguna patente para crecer. Nadie es necesariamente
inservible si es orgánicamente creativo... y tú acabas de descubrir que lo eres. Gracias.
Sueño de Jean
J.: Fue hace mucho tiempo. No estoy segura sobre cómo empezaba. Creo que, algo así como
si empezara en… el subterráneo de Nueva York... y como si yo estuviera pagando...
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colocando la moneda y pasando por el molinete, y luego caminara un poco por los
corredores y diera vuelta a una esquina, por así decir. Y me daba cuenta de que en algún
lugar allí dentro… en vez de ser un subterráneo, parecía… había algo así como… una cuesta
que iba hacia adentro de la tierra. En algún lugar de por allí, cuando descubría esa cuesta, mi
madre estaba conmigo. Bueno, puede ser que ella hubiera estado desde el comienzo... no
recuerdo. De todos modos, estaba esa cuesta. Era… lodosa y... resbaladiza. Y yo pensé,
“¡Oh, podemos bajar por aquí!”. Del costado o de alguna parte recogí una caja de cartón
caída y que estaba achatada, o tal vez yo la achaté. Sea como fuere, dije: “Sentémonos
encima de esto”. Y me senté en el borde y es como si la hubiera convertido en un tobogán. Y
le dije a mamá: “Siéntate detrás de mí”, y empezamos a bajar. Fue como si diéramos
vueltas… había otra gente... que parecían estar esperando, en fila. Pero luego es como si
hubieran desaparecido.
De todos modos, íbamos hacia abajo y dando vueltas. Y era... seguía hacia abajo y
abajo y abajo… y era como si yo me estuviera dando cuenta de que yo... estaba yendo hacia
las entrañas de la tierra. Y de vez en cuando me daba vuelta y preguntaba: “¿Divertido,
no?”. Tal vez estuviera un poco asustada, pero la cosa parecía divertida. Pero me preguntaba
qué encontraríamos al fondo.
De pronto, el terreno se niveló. Y nos levantamos, ¡y yo estaba pasmada! Porque
pensé: “¡Oh, Dios mío!, estas son… las entrañas de la tierra”. Pero en lugar de estar oscuro...
era como si viniera luz del sol de alguna parte... y era hermoso... oh, nunca estuve en
Florida, pero se parecía a Florida... las hierbas altas de Florida, con lagunas y cosas de ese
tipo. Y no recuerdo haber dicho nada particular, salvo tal vez algo así como… “¿Quién iba a
imaginarse esto?”.
Ahora bien: cuando alguien cuenta un sueño como este, se lo toma como un incidente
aislado, una situación inconclusa o una realización de deseos; pero si lo cuenta en el
presente, como un reflejo de su existencia, de inmediato toma un aspecto diferente. Ya no se
trata de un suceso ocasional.
Siempre pensamos en los sueños como algo nocturno; de lo que no nos percatamos
lo suficiente es que dedicamos la vida entera a soñar —con la gloria, con ser útiles o
bondadosos, o con cualquier otra cosa—. A causa de la autofrustración, el sueño se
convierte para muchos en una pesadilla. La misión de todas las religiones profundas, en
especial del budismo Zen, o de una buena terapia, es el Gran Despertar —el recobrar los
sentidos propios—, el despertar del sueño en que uno está, sobre todo de la pesadilla en que
uno está.
Comenzamos a ver, a sentir, a experimentar nuestras propias necesidades, a encontrar
satisfacción en lugar de representar roles y precisar tantos objetos de utilería —casas,
automóviles, trajes por docenas—. Nos cargamos con miles de lastres prescindibles, sin
advertir que, de todos modos, los objetos solo nos son dados por el lapso que duran. No
podemos llevarlos con nosotros.
Esa idea de despertar y llegar a ser real, de existir con aquello que tenemos, con
nuestra plena y real potencialidad, con una vida rica, llena de experiencias profundas,
alegría, rabia —de ser seres reales, no fantasmas—: he ahí el significado de la verdadera
terapia... de la verdadera maduración, del verdadero despertar... en vez de ese autoengaño y
fantaseo permanentes, persiguiendo metas imposibles, compadeciéndonos de nosotros
mismos por no poder desempeñar el papel que queremos, etcétera.
Bueno, ahora volvamos a la señora del sueño.
P.: Veamos, Jean. ¿Puedes repetir el sueño? Vívelo como si fuera tu existencia real, y trata
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de comprender algo más acerca de tu propia vida.
J.: Bueno, sé que en realidad no resulta claro hasta que me encuentro… el lugar se ha
convertido en algo así como… la parte superior del tobogán. Posiblemente no recuerde si
tenía o no miedo al principio. Oh, no debería decir esto... quiero decir… Creo que tengo…
P.: ¿Tienes miedo de descender?
J.: Creo que tengo un poco de miedo de descender. Pero luego parece como una…
P.: Pero tú debes descender.
J.: Creo que tengo miedo de descubrir qué hay allí.
P.: ¿No revela esto una falsa ambición... que has apuntado demasiado alto?
J.: Es verdad.
P.: Los existencialistas dicen: “Húndete, es divertido”. Por supuesto, nuestra mentalidad
repite aquí, “Estar bien alto es mejor que estar bajo”. Siempre queremos ir a algún lugar más
alto que.
J.: Sea como fuere, parece que yo tengo un poco de miedo de descender.
P.: Háblale al tobogán.
J.: ¿Por qué estás tan lleno de lodo? Eres resbaladizo y patinoso, yo podría dejarme caer
sobre ti y resbalar.
P.: Ahora representa al tobogán: “Soy lodoso y resbaladizo…”.
J.: Soy lodoso y resbaladizo… cuanto mejor uno se desliza, más rápido desciende. (Se ríe).
P.: Bien, pero, ¿dónde está la broma?
J.: (riéndose): ¡Soy resbaladiza!
P.: ¿Puedes aceptarte a ti misma resbaladiza?
J.: Creo que sí. Sí, parece que yo nunca… tú sabes… siempre cuando pienso que estoy
por… tú sabes, digamos, “Ajá, te agarré”, se escabulle... racionalización. Soy resbaladiza y
patinosa. Hmm. De todos modos, voy a descender, porque parece que va a ser divertido. Y
quiero saber dónde lleva y qué va a haber al final. Y parece tal vez… solo que ahora... al
mirar en torno de mí para ver que puedo utilizar para proteger mis pantalones, o quizá para
deslizarme mejor… descubro esa caja de cartón.
P.: ¿Puedes representar la caja de cartón? ¿Qué función cumple?
J.: Simplemente estoy para facilitar las cosas. Estoy, por así decir tirada por allí... como
abandonada… pero sí, sirvo para algo… puedo ser útil. No estoy simplemente abandonada
por allí, tirada…y podemos facilitar el descenso.
P.: ¿Es muy importante para ti ser útil?
J.: Sí. Quiero ser de provecho para alguien. ¿Basta ya de ser la caja de cartón? Tal vez lo
único que quiero es que se sienten encima mío. (Se ríe.) ¿No hay acaso en ese libro una
parte que trata sobre “Quién quiere compadecer a quien?”. Yo quiero que se compadezcan
de mí…o que se sienten encima… y me aplasten.
P.: Repite eso.
J.: Quiero que se me sienten encima y me aplasten.
P.: Díselo al grupo.
J.: ¡Uh, es difícil! (Se vuelve lentamente hacia el grupo.); ¡Quiero que se me sienten encima
y me aplasten! Hmm-m-m. (Grita.)
¡QUIERO QUE SE ME SIENTEN ENCIMA Y ME APLASTEN! (Golpea con los puños.)
P.: ¿A quién le pegas?
J.: A mí misma.
P.: Además de ti.
J.: Golpeo a mi madre, que se está dando vuelta... que esta detrás de mi... y me doy vuelta y
la veo.
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P.: Muy bien. Ahora golpéala a ella.
J.: Mamá, te estoy aplastando (¡ay!) ¡a ti! Y soy yo la que te voy a llevar a ti a dar un paseo,
en vez de que tú me digas que vamos a ir y me lleves donde quieras. (Grita.) ¡YO TE
LLEVO A DAR UN PASEO A TI!
P.: ¿Hay algo que te haya llamado la atención en la conducta que tuviste con tu madre?
J.: ¿Ahora?
P.: Me dio la impresión de que era una conducta demasiado exagerada como para ser
convincente. Le hablaste con rabia… no con firmeza.
J.: Creo que aún le tengo un poco de miedo.
P.: Eso es. Díselo a ella.
J.: Mamá, todavía te tengo miedo, pero te voy a llevar a dar un paseo, de todos modos…
P.: Muy bien. Pongamos a mamá en el trineo.
J.: Ahí te quedas. Esta vez irás atrás. ¿Estás lista? ¡Muy bien!
P.: ¿Irás tú adelante?
J.: Sí, yo… yo conozco.
P.: Estás en el asiento del conductor.
J.: No solo estoy conduciendo… lo hago con, bueno, con equilibrio.
P.: ¿Conduces un trineo pequeño?
J.: Jamás anduve en trineo, pero sí en esquís. Muy bien. Allá vamos. En este momento no sé
dónde vamos. Nos largamos, simplemente.
P.: Bueno, dijiste que es un viaje a las entrañas de la tierra.
J.: Sí, pero ahora no estoy tan segura de ello. Creo… realmente no… no llego a darme
cuenta hasta que advierto qué lejos que vamos.
P.: Lárgate, pues.
J.: Descendemos, ahora. Nos deslizamos, y luego llegamos a un lugar en que se da una
vuelta, y damos vueltas... y vueltas... y vueltas. Veré si ella sigue en su lugar. Allí está.
P.: Haz de todo un encuentro, siempre. He ahí lo más importante. Convierte todo en un
encuentro, en vez de charlar sobre.
J.: ¿Sigues allí?
P.: ¿Qué te contesta?
J.: “Sí, sigo aquí, pero es un poco asustante”, dice. ¡No te preocupes! ¡Yo me hago cargo de
todo! Lo estamos pasando bien. No se dónde nos lleva esto, pero ya lo vamos a descubrir.
“Estoy asustada”, me dice. Creo que yo... ¡No te asustes! Sigue bajando y bajando. Me
pregunto qué habrá allí abajo… si estará todo negro. No sé qué me dice ella.
P.: ¿Qué está haciendo tu mano izquierda?
J.: ¿En este mismo momento?
P.: Sí.
J.: Está sosteniendo mi cabeza. Yo…
P.: ¿Cómo la está sosteniendo?
J.: ¿Como si no quisiera ver nada?
P.: No quieres ver dónde vas… no quieres ver el peligro. Tengo un poco de miedo por lo
que habrá allá abajo. Podría tratarse de algo terrible, o simplemente de la negrura, o tal vez
incluso del olvido.
P.: Ahora me gustaría que penetraras en esa negrura. Aún no hemos hablado en este
laboratorio de la nada… del espacio en blanco, del vacío estéril. Pero me gustaría hacer
una breve excursión contigo ahora mismo. ¿Cómo se siente una en esa nada?
J.: La única nada es que estoy bajando, ahora. Sigo sintiendo que voy para abajo, y
entonces es algo excitante y apasionante porque yo me... porque me muevo, porque estoy
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bien viva. No tengo miedo en realidad. Es algo más, una especie de terrible excitación y...
el vaticinio de lo que descubriré al final... al final de esto. No es negro realmente. Ya ves,
en este momento es algo así como si siguiera bajando... por algún lado entra algo de luz.
No sé por dónde, pero entra un poco.
P.: Sí. Quiero abreviar un poco las cosas. ¿Adviertes que es lo que estás evitando en este
sueño?
J.: ¿Si advierto qué es lo que estoy evitando?
P.: Tener piernas.
J.: ¿Tener piernas?
P.: Sí.
J.: Piernas que me lleven…
P.: Sí. Confías en la caja de cartón y te apoyas en ella… y confías en que la gravitación
habrá de arrastrarla.
J.: Es posible… pasivamente, a lo largo del tiempo... a lo largo de la vida.
P.: ¿Por qué te opones a tener piernas?
J.: Yo simplemente… Lo primero que me vino a la cabeza es que... alguien querría
golpearme y tirarme al suelo. Luego me di cuenta de que, creo que tenía miedo de que mi
madre me... tirara al suelo. Ella no quiere que yo tenga piernas.
P.: Ahora celebra otro encuentro con ella sobre esto... ella no desea que tú te pares sobre
tus propias piernas, sobre tus propios pies.
J.: ¿Por qué no quieres que me pare sobre mis propias piernas? Ella me contesta, “Porque
tú eres desvalida y me necesitas”. No te necesito. Puedo arreglármelas sola en la vida.
(Pausa.) ¡Sí que puedo! Seguro que ella dijo, “No puedes”.
P.: Observa que tienes la misma rabia que antes, y la misma falta de firmeza falta de
sustentación. Como sabes, el chasis de abajo es para dar sustentación y el de arriba para
establecer contacto, pero si se carece de una buena sustentación, también el contacto es
vacilante.
J.: No debería mostrarme enojada.
P.: Yo no he dicho que no deberías mostrarte enojada, pero el enojo sigue siendo…
J.: Demasiado vacilante.
P.: Sí, demasiado vacilante.
J.: Tengo miedo de pararme sobre mis dos piernas y de mostrarme enojada con ella.
P.: Y hacerle realmente frente. Párate sobre tus piernas, y ahora encuéntrate con tu madre
y trata de hablar con ella.
J.: Sigo con miedo de mirarla.
P.: Díselo a ella.
J.: Tengo miedo de mirarte, mamá.
P.: ¿Qué verías si la miraras?
J.: ¿Qué veo? Veo que la odio. Te odio porque no me dejabas que me separara de ti ni
siquiera para cruzar el pasillo de la maldita tienda. (En voz alta y burlona.) “¡Ven aquí!
¡No cruces el pasillo!”. Ni siquiera puedo cruzar ese maldito pasillo. No puedo ir a
Flushing en ómnibus. No puedo ir a Nueva York hasta que haya entrado a la universidad.
(Grita.) ¡Maldita!
P.: ¿Qué edad tienes al representar este papel?
J.: Bueno, yo... estoy en la tienda, tengo solamente... cualquier edad entre l os seis y los
diez o los doce, qué se yo.
P.: ¿Qué edad tienes, en la realidad?
J.: ¿En la realidad? Treinta y un años.
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P.: Treinta y un años.
J.: Y ella está bien muerta.
P.: ¿Puedes hablarle a tu madre como una persona de treinta y un años? ¿Puedes asumi r la
edad que tienes?
J.: Mamá, tengo treinta y un años, y soy bien capaz de caminar sobre mis dos piernas.
P.: ¿Adviertes la diferencia? Mucho menos ruido y mucha más sustancia.
J.: Puedo pararme sobre mis dos piernas. Puedo hacer lo que quiero. Y puedo saber lo que
quiero. No te necesito. En realidad, ni siquiera cuando te necesité, estás acá [sic].
Entonces, ¿por qué sigues rondando?
P.: ¿Puedes decirle adiós? ¿Puedes enterrarla?
J.: Bueno, ahora sí puedo, porque estoy donde termina la cuesta, y cuando llego al final,
me levanto. Me levanto y camino por este hermoso lugar.
P.: Puedes decirle a tu madre: “Adiós, mamá, descansa en paz”.
J.: Creo que lo hice en el sueño. Adiós, mamá... adiós. (Llora.)
P.: Habla, Jean. Cuando tú le hablas a tu madre, le dices cosas magníficas.
J.: Adiós, mamá. No pudiste hacer otra cosa. No conocías ninguna forma mejor de hacerlo.
No fue culpa tuya si tuviste tres varones antes de mí. Querías otro varón, no me querías a
mí… y te sentiste tan mal al ver que era mujer. Hiciste lo posible por congraciarte
conmigo... eso es todo. No tenías por qué echarme tierra encima. Te perdono, mamá.
Descansa, mamá… Ahora puedo seguir sola. Seguro que sí. . .
P.: Jean, sigues conteniendo el aliento.
J. (tras una pausa): “¿Estás segura, Jean?” Mamá, déjame ir...
P.: ¿Qué te responde?
J.: “No puedo dejar que te vayas”.
P.: Ahora, dile esto mismo a tu madre.
J.: ¿No puedo dejar que te vayas?
P.: Debes retenerla. . . estás asumiendo el control.
J.: Mamá, yo no puedo dejar que te vayas. Te necesito. No, no te necesito.
P.: Pero la sigues necesitando, ¿no es así?
J.: Un poco. Hay alguien allí. Bueno, ¿y qué, si no hubiera nadie allí? ¿Qué pasa si todo
estuviera vacío y oscuro? Está todo vacío y oscuro... es hermoso. Dejaré que te vayas.
Dejaré que te vayas, mamá. (Suavemente.) Vete, por favor…
Estoy muy contento de que hayamos tenido esta experiencia, porque ella nos puede enseñar
muchas cosas. Ustedes advertirán que no fue una actuación teatral, ni una explosión de
llanto para lograr la compasión de los demás, o para ganar control de la situación, sino una
muestra de la capacidad para explotar en el pesar. Y esta “elaboración del duelo”, como la
llama Freud, es indispensable para crecer... para decirle adiós a la imagen de la infancia.
Esto es fundamental. Son muy pocos los que pueden verse a sí mismos como adultos.
Todos tienen que tener cerca suyo una imagen materna o paterna.
Este es uno de los pocos puntos en los que Freud equivocó el rumbo por completo.
Freud pensaba que si una persona no madura, ello se debe a que tiene problemas infantiles...
esto es totalmente erróneo. No madura porque no quiere asumir las responsabilidades
adultas. Crecer significa estar solo, y estar solo es un requisito previo a la madurez y al
contacto con los demás. La soledad es aún un anhelo de apoyo.
Jean acaba de dar un gran paso hacia su crecimiento.
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Sueño de Barry
B.: Fritz, quisiera elaborar un sueño que he tenido. Estoy en una especie de tobogán sobre un
trineo; el sueño comienza cuando tomo un trineo para bajar por ese tobogán. Es en medio del
bosque, y deliberadamente escojo un trineo demasiado ancho, siendo que la senda es
estrecha. Hay mucha gente a mi alrededor; ellos ven lo que yo hago, y yo tengo conciencia
de lo que estoy haciendo. Me observan. Quiero que vean que escojo un trineo que presenta
más dificultades. Subo, pues, a él, y voy hasta la punta de la cuesta, y comienzo a bajar. De
un lado hay un precipicio y del otro un cerro.
P.: ¿De qué lado está el precipicio?
B.: A la derecha.
P.: A la derecha. ¿Y a la izquierda está...?
B.: El cerro. Yo voy bajando muy bien. Cuando llego a la parte en que pega la vuelta... al
recodo... como una especie de promontorio de la cuesta, realmente… sale un animal de la
derecha, desde el precipicio. Es como una cabra montesa de dos cabezas, una encima de la
otra… encima de todo tiene una cabeza. Y se acerca a mi amenazadora cuando paso. Yo
saco mi cortaplumas y la pincho en la boca y deja de amenazarme. Luego llego al final de la
cuesta, y allí termina el sueño.
P.: Me gustaría que lo continuases. Continúalo, por favor. ¿Qué hiciste luego?
B.: Estoy al pie de la cuesta, en el trineo. Parece como un claro del bosque, y hay una o dos
filas de personas… están paradas, simplemente. El trineo se detiene. Estoy como a diez
metros de distancia, y me doy vuelta para mirarlos. Nadie se mueve, nadie dice una palabra.
Ahora, me veo a mi mismo caminando hacia la derecha primero y luego hacia la izquierda,
encaminándome hacia ellos pero en zigzag.
P.: Bien. Quisiera que repitieses tu sueño. Vuelve a emplear el tiempo presente, y presta
atención a tu voz.
B.: Voy a bajar por un tobogán en un trineo de bambú. Es una zona boscosa, y elijo un trineo
demasiado ancho para la estrecha senda por la que iré, lo cual lo vuelve más peligroso. Hay
muchas…
P.: ¿Escuchas tu voz?
B.: Sí.
P.: ¿Qué dice ella sobre el contenido del sueño?
B.: Mi voz no refleja el miedo que tengo; suena más firme. También siento que es más firme
ahora que la primera vez que conté el sueño.
P.: ¿Puedes llevar tu miedo al sueño... a tu relato del sueño?
B.: Cómo no. Tengo que correr esta carrera, y es un tobogán. Es una cuesta peligrosa, y sé
que lo es porque la senda es estrecha y hay a un costado un profundo precipicio. Un solo
desliz, y me voy a él. De modo que…
P.: Vuelve atrás nuevamente. ¿A quién le estás relatando el sueño?
B.: Creo que lo estoy relatando a todos los que están aquí y a ti.
P.: No. Yo pienso que se lo estás relatando a tu propia cabeza.
B.: Tengo que bajar por este tobogán, y es una bajada peligrosa porque es muy estrecha y
hay un profundo…
P.: Presta atención a tu voz. Vuelve a sentir la diferencia, la discrepancia entre el tono de tu
voz y lo que estás relatando.
B.: Tengo que correr esta carrera, y es una bajada peligrosa la que tengo que hacer, y me
asusta como el demonio.
P.: ¿Es realmente muy peligrosa?
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B.: Sí que lo es. Estoy muy asustado.
P.: ¿Y bajarás por allí, pese a todo?
B.: Sí, pese a todo, bajaré. No creo que pueda elegir otra cosa.
P.: ¿No puedes elegir otra cosa?
B.: No. Está todo el mundo mirándome. Todos ustedes están mirándome.
P.: ¡Oh! De modo que si no lo haces por ti, lo haces por nosotros.
B.: Tengo que demostrarles... este... tengo que demostrarles algo.
P.: ¿Quién soy yo para que tú tengas que demostrarme algo?
B.: (larga pausa): No sé quién eres tú. Todo lo que sé es que tengo que demostrártelo, y que
tengo miedo. Tengo miedo de ti y tengo miedo de lo que debo hacer.
P.: ¿Alcanzas a percibir ya en parte cuál es el mensaje del sueño?
B.: No estoy seguro de comprender bien lo que quieres decir.
P.: Bueno, quiero decir que tú te ves obligado a demostrar que no tienes miedo... que no eres
un cobarde. Eso se desprende de tu propio mensaje existencial, que es muy importante.
B.: Hasta ahora, lo más… lo más difícil que experimenté fue… cuando tú me dijiste que
trasuntara mi temor en la voz. Eso fue lo más duro.
P.: Sigue el hilo de la cuestión y cuéntale a los miembros del grupo algún temor tuyo que no
quieras mostrar.
B.: Sí. Tengo miedo de... este... de Bob. De manera que ayer me senté junto a él. Tengo
miedo de Bob, de manera que cuando vamos a entregarnos a meditaciones primero lo miro y
me digo “Tengo miedo de que me estrangules, pero me gustarla ser tu amigo”.
P.: Muy bien. ¿Puedes hacerme una demostración? Ven aquí. ¿Puedes ensayar eso conmigo?
¿Cómo hará Bob cuando esté por estrangularte?
B.: Quieres decir que… est e... ¿debo ser Bob o...?
P.: No sé si debes ser Bob. Sólo quisiera saber cuál es tu fantasía… cómo te estrangularla.
B.: Tú eres yo, y yo soy Bob, y tú dices…
P.: ¿Qué digo?
B.: Este... Tengo miedo de que vayas a estrangularme, así que empezaré yo. (Acerca sus
manos a la garganta de Perls.
P.: Un momento. ¿Qué sientes?
B.: ¡Tienes razón! ¡Exacto! ¡Eso es lo que voy a hacer!
P.: ¡Pero nadie estrangula a nadie de buenas a primeras! Debes sentir algo.
B.: Bueno, eso no me parece importante.
P.: Para mí es muy importante, porque yo seré la víctima. Me gustaría saber con quién tengo
el gusto.
B.: No creo que pueda explicar por qué motivo tú debes morir. Es… es lo que surge. Es lo
que siento. Y, por supuesto, ahora no lo siento. Es como si estuviera fuera de ello.
Simplemente estoy aquí parado.
P.: No lo creo.
B.: No sé. Mi mano izquierda está levantada.
P.: ¿Estás ahí parado como el Bob de tus fantasías?
B.: El se para así.
P.: Sigue.
B.: Eso es todo. El desarrolla cada vez más poder, y luego se acerca y coloca sus manos en
tu garganta. Pero yo no soy Bob.
P.: Si empiezas por…
B.: No quería que tuvieras miedo de mí.
P.: Si esbozas una sonrisa, ¿disiparás mis temores?
52
B.: Suena muy tonto.
P.: Sí. Creo que lo es. Alguien es tonto.
B.: ¿Cómo haré para que no me tengas miedo?
P.: No digas tonterías. El Bob de tu sueño, tal como tú lo imaginaste, es alguien a quien hay
que tenerle miedo. Ahora estás tratando de evitar la parte que infunde terror.
B.: La parte que infunde terror sería... si yo tuviera que estrangularlo.
P.: Sí, sí. Y quieres evitarla. A ver, inténtalo una vez más.
B.: Siento a la vez temor y ganas de rechazar a Bob. Me siento aterrorizado a la vez que trato
de convertirme en Bob. (Se queja.) Estoy temblando.
P.: ¿Puedes permitirte temblar?
B.: Es un verdadero placer.
P.: ¿Puedes hacer que participen del temblor tus músculos y tus hombros? (Exagera el
temblor.) Muy bien, empecemos de nuevo la cosa.
B.: Tengo que estrangularte, Barry, porque tú dijiste que eso es lo que temes, de manera que
debo hacerlo.
P.: ¡Lindo estrangulamiento! ¿Cómo hiciste para evitar estrangularme realmente? ¿Qué
sentiste?
B.: Sentí que te tenía bien agarrado, y que eso es todo lo que necesitaba.
P.: ¡Oh, gracias! Tener bien agarrado a alguien. ¿No te da miedo eso?
B.: De cualquier modo, eso es lo que quería de ti... tenerte bien agarrado. (Perls toma por los
hombros a Barry, que se muestra muy emocionado.) Me pareció que iba a tener que llorar,
pero no.
P.: Oh sí, todavía estás agarrado a ti mismo. Tomemos a algún otro. Dile a algún otro de qué
tienes miedo.
B. (larga pausa): Estoy tratando de hacer dos cosas al mismo tiempo: elegir a alguien y
descubrir de qué tengo miedo.
P.: ¿Puedes permanecer en ese proceso? Dinos cuáles son tus ensayos.
B.: Decidí averiguar primero de qué tengo miedo.
P.: ¿De qué manera?
B.: Bueno, me imagino algo, y hace apenas un momento tú has dicho q u e . . .
P.: Oh no, no te imagines algo. ¿Alguna cosa?
B.: Me imaginé a mí mismo en este punto junto al…
P.: Ah, entonces te imaginas a ti mismo.
B.: Junto al precipicio…
P.: Sí.
B.: Donde estuve ayer con una persona. Ella se acercó al vacío. Yo tenía miedo de acercarme
porque hay un lugar muy estrecho, así que… pero no me detuve. Fui hasta allí de todos
modos, sólo que caminando sobre mis manos y mis rodillas. Pero fui. Quería mostrarle que
tenía miedo, pero en cambio no quería dejar de ir a ese lugar.
P.: ¿Adviertes la conexión entre eso y el sueño?
B.: Bueno, volví a pensar en el precipicio, pero esa es la única conexión con... bueno, ocurre
simplemente que yo debo negar mi miedo. Tengo que mostrar que no tengo miedo. Y quería
contar mi experiencia de ayer. Yo… este… acababa de conocer a esa muchacha; era una
linda chica y quería caerle simpático. Ella dijo, “Ven, quiero mostrarte algo aquí sobre el
precipicio”, y yo le contesté “Yo también”. Y de inmediato comencé a sentir aprensión,
porque no veía aún dónde íbamos. Y llegamos al lugar, y ella… se acercó sin más. Hay un
tramo estrecho de unos dos metros, y luego se ensancha.
P.: Detente un momento, y cuéntanos acerca de la muchacha. Introduzcámosla a ella.
53
Escribe un diálogo para ti y ella sobre el tema “Vamos a ese sitio sobre el precipicio”.
B.: Ella me dice: “Vamos allá. Ven, quiero mostrarte cómo es ese pasadizo. Quiero que veas
el panorama que se aprecia desde allí”. Yo: “¿Podemos quedarnos aquí? Quiero ser amigo
tuyo, pero no ir allí. Tengo miedo de caerme al vacío”. Ella: “¡Jesús! Vete”. Yo: “Un
momento. Espera un momento. Iré contigo. Cambié de idea”. Y ella sacude la cabeza:
“Demasiado tarde, Barry”. Cometí un error, y me doy de puñetazos. “Idiota, ¿por qué no vas
allá a probar suerte?”. Pero ella ya se ha ido.
P.: Ese es el segundo mensaje que recibimos. Tú debes evitar verte rechazado por una mujer.
Su estima es tan importante para ti que estás dispuesto a arriesgar la vida por ella.
B.: Bueno, por supuesto, cuando escucho eso... este… me hace encogerme de miedo. Todo
es tan aburrido.
P.: Encógete de miedo, y monta en cólera.
B.: ¡Ah sí! ¡Muy bien!
P.: Ahora, dile eso a la muchacha.
B. (con rabia): ¡Vete al demonio!
P.: Descarga todo eso en la muchacha.
B.: ¿Quieres decir acaso que si no voy contigo, te irás? ¡Pues vete al diablo! ¡Vete! ¿Quién
te necesita? ¡Ahhh! (con disgusto) ¡Insoportable! (Voz muy fuerte.) Ya estoy por la mitad.
P.: Es difícil anular la proyección de un rechazo. Nos encanta nuestra capacidad de rechazar
a la gente que nos rechaza; nos encanta proyectar eso. Preferimos sentirnos rechazados que
tener el coraje de rechazar. La cuestión es esta: ¿pierde mucho tu vida si esa chica
desaparece?
B.: Bueno, quien dice eso... tú me entiendes, quien dice eso eres tú, no yo.
P.: Me gustaría conocer tu opinión. Sé que te estoy haciendo una sugerencia. Sé que yo
siento que si esa chica no te acepta tal como eres, sino que te impone una prueba de esa
índole, no merece estar en tu vida. Esa es mi opinión, pero yo no soy tú.
B.: No. Yo… este… no puedo correr ningún riesgo, no puedo cometer ningún desliz, no
puedo equivocarme ni una sola vez. Parece como si… este… una persona… una persona
es… se siente que… tú me entiendes, lo horrible que sería. Cuando lo digo parece sin
sentido, lo sé, pero eso es lo que siento aquí dentro.
P.: Exacto. Eso es lo que yo quería subrayar. Esa es una de esas expectativas catastróficas, y
tú te pasas el tiempo ensayando y vives sobre la base de esa expectativa sin verificar si
realmente se habrá de producir la catástrofe en caso de que la mandes a la chica al diablo.
Bien, veamos ahora qué tipo de muerte te atreverías a afrontar. ¿Puedes retomar el relato y
morir en el precipicio? Cáete y muere. Termina de una vez.
B.: Bueno. Ella está ahí, y yo en la parte ancha. Comienzo a arrastrarme por el pasadizo, a
ambos lados cae realmente a pico. Voy despacio, y una de mis manos se apoya falsamente
de este lado y… (grita).
P.: Cuenta ahora tu experiencia actual. ¿Qué sientes?
B.: Alivio cuando llego abajo. No fue tan horrible. No fue para nada horrible… solo una
mala caída.
P.: ¡Oh! ¿De modo que la muerte de un héroe ficticio no es tan horrible?
B.: Todavía estoy temblando.
P.: Sigue así. Creo que el temblor es muy importante, porque cuando tú te paras, lo haces
así. (Lo imita.) Como si tuvieras una armadura en la espalda.
B.: Bueno, en realidad no la tengo. Quiero ocultar el temblor. Todavía quiero ocultarlo.
Siento que no me gusta que todo el mundo vea cómo tiemblan mis manos. No me gusta
cómo me tiembla la voz… sé que ahora me está temblando.
54
P.: Díselo a los aquí presentes. Escoge a la persona a la cual te sea más difícil confesarlo.
B.: No quiero que veas que tengo miedo. No quiero que veas que estoy temblando, pues
entonces no querrías hacer nada conmigo. Te parecería que no merece la pena molestarse
por mí. O bien te alejarías de mí. No quiero que tú veas eso. Pienso que te habría de perder.
Pero, si de todos modos me he mantenido lejos de ti todo el tiempo, ¿cómo habría de
perderte?
P.: ¿Quién es eso?
B.: Mis manos están calientes.
P.: ¿Quién es eso? ¿Quién es eso?
B.: Tú. Yo dije “tú”.
P.: Pero dímelo a mí. Lo que dijiste antes.
B.: ¿Lo que te dije antes?
P.: Algo acerca del miedo que tienes de temblar.
B.: No quiero que tú me veas temblando.
P.: Adelante.
B.: Me estás sacando de clima. (Perls se levanta y le muestra cómo tiembla.) No tiemblas
igual que yo.
P.: Muéstrame cómo tiemblas tú.
B.: Yo tiemblo así, pero lo hago en serio. Tú no lo haces tan bien. Trata de mover la espalda.
No se mueve lo suficiente.
P.: Díselo a tu propia espalda.
B.: No te mueves lo suficiente.
P.: ¿Qué te contesta ella?
B.: Soy muy grande para moverme tanto.
P.: ¿Qué sientes?
B.: Bueno, de repente, siento ahora cierta fuerza en mi espalda. Es la parte mía que dice “No
necesitas temblar; yérguete y no tiembles, no actúes como el culo”.
P.: ¿Cómo hace el culo?
B.: Tiembla.
P.: ¿Eh?
B.: Tiembla.
P.: ¿Puedes hacer temblar a tu culo? El hecho de que puedas decirnos que tienes miedo de
hacer temblar a tu culo, ¿te amedrenta?
B.: Me siento incómodo de hacer temblar a mi culo en público.
P.: ¿Podrías demostrarnos que no te incomoda hacer temblar a tu culo delante de nosotros?
(Risas.)
B.: Pido disculpas por lo que estoy por hacer. (Risas.)
P.: Bien. Demos un paso más. Cuando te deslizas por la cuesta o tobogán puedes inmovilizar
a tu culo, ¿no es verdad? En ese caso no tienes ninguna necesidad de hacerlo temblar.
B.: El peligro es caer al precipicio. Yo, el trineo, todo.
P.: Pero no hay necesidad de hacer temblar al culo. Estoy seguro de que no tienes por qué
hacer temblar a tu culo. Te ubicas en ese vehículo y él te inmoviliza la espalda. Quiero que
bajes la misma cuesta de antes pero, en lugar de hacerlo por el tobogán, quiero que bajes a lo
largo de ti mismo y hagas temblar a tu culo.
B.: Me imagino a mi mismo en la punta del cerro. El camino pega unas vueltas así, y baja
hasta el fondo…
P.: Apunta al fondo. Sigue hasta el fondo.
B.: ¿Qué apunte al fondo?
55
P.: Apunta al fondo. Yo utilizaré esta parte del sueño. Comienza a temblar desde aquí hasta
llegar al fondo.34 Comienza a temblar en tu cabeza y en tus hombros.
B.: Mi culo es lo primero que tiembla.
P.: Muy bien.
B.: Me imagino a mí mismo deslizándome sobre mi culo con los pies en el aire. Y mis
manos vuelan, y mis pies vuelan, y yo tiemblo de pies a cabeza. (Con voz trémula.) Doy
vuelta esta curva y sigo hasta el fondo.
P.: Quiero que sigas así una y otra vez hasta que tengas una columna vertebral… treinta y
dos articulaciones.
B.: Bueno, ahora siento como si toda mi espalda se endureciera. Y me veo... por así decir,
nuevamente en la cima del cerro. Estoy en la misma posición. Estoy sobre mis partes
traseras, pero como arqueado… en la misma posición, salvo que controlo la situación. Y
bajo el cerro sobre mis ancas, y sigo lo más bien hacia abajo. Tengo perfecto control de la
situación, y me encamino derecho hasta el fondo.
P.: Hazlo otra vez… cada vez más rápido, más rápido. Da vueltas y vueltas y más vueltas.
B.: Aquí no puede adquirirse mucho impulso.
P.: ¿Te das cuenta cómo sigues aferrándote a esto?
B.: Lo estoy intentando. Estoy intentando mantener el control mientras bajo.
P.: ¿Y lo haces contrayendo los músculos?
B.: Tengo mejor control si me deslizo y me aferro.
P.: Uf… Decididamente no. La única forma en que puedes tener control es con una
adecuada coordinación.
B.: Eso es tan simple que no se adapta a… a lo que yo creo que debo hacer.
P.: ¿Cuántos músculos deberías emplear realmente para lograr la coordinación que te
permitiese dar esas vueltas?
B.: Muy pocos. Bastaría con que me relajase y me dejase deslizar. Lo he hecho un montón…
P.: Oh, sí. Bien. Háblanos de eso.
B.: Podría relajarme y deslizarme por la cuesta. Ya lo hice otras veces.
P.: Adelante. Hazlo.
B.: Me estoy deslizando.
P.: ¿Estás muerto?
B.: Por supuesto que no.
P.: Por supuesto que no.
B.: No es tan fácil matarme.
Observador: Cuando tú te referiste a la cabra montesa, tuve la fantasía de que aludías al
sexo.
B.: ¡Ah! Yo sentí que la cabra esa era importante, solo que... desapareció enseguida. Apenas
le di unos cuantos pinchazos con mi cortaplumas al pasar junto a ella, y desapareció.
P.: En este momento no quiero entrar en detalles acerca del contenido de las fantasías. Creo
haber recibido el mensaje principal: que debías proteger tu espalda, tu parte posterior; se
creaba así una coordinación deficiente. Restringes tu coordinación endureciéndote para no
temblar, pues piensas que temblar es malo. Pero si no gozas de libertad para temblar, no
gozas de libertad para hacer uso de tu organismo físico.
34
Juego de palabras intraducible: bottom quiere decir “fondo” pero también “trasero”. (N. del E.).
56
BIBLIOGRAFÍA 5.
VAN DUSEN, Wilson. (1999). Los sueños. En su: La profundidad natural
en el hombre. Chile: Cuatro Vientos. pp. 113-133.
LOS SUEÑOS
35
I. Oswald, Sleeping and Waking (Nueva York: Elsevier, 1962). M. Kramer, Dream Psychology and the New
Biology of Dreaming Springfield, III: C.C. Thomas, 1969).
L. Caligor y Rollo May, Dream Symbols, Man’s Unconscious Lenguaje (Nueva York: Basic Books,
1970).
E. Gutheil, What Your Dreams Mean (Greenwich, Conn.: Premier, 1957).
C. Hall, The Meaning of Dreams (Nueva York: Modern Library, 1950).
36
Sigmund Freíd, La Interpretación de los Sueños (Madrid: Alianza).
37
Fritz Perls, Sueños y Existencia (Santiago de Chile: Cuatro Vientos, 1974).
57
ALGUNOS HECHOS SOBRE LOS SUEÑOS
Una enumeración de los expertos actuales en sueños incluiría a los pocos psicoterapeutas
que los han utilizado y a las personas comunes que han aprendido a leer su mensaje. Hay
algunos hechos generales en los que la gente experimentada está de acuerdo.
58
9. Los sueños parecen ser un fenómeno completamente normal. Ocurren en los niños casi desde
que nacen. También pareciera que ocurren en los animales.
10. Algunas personas sienten que pueden diseñar sus propios sueños. En el mejor de los casos, uno
le puede inyectar unos pocos elementos al sueño, pero no estructurarlo todo. Algunos
acontecimientos que nos llamaron la atención durante el día y que luego fueron rápidamente
dejados de lado, podrán aparecer luego en forma de sueños nocturnos38. Bajo hipnosis, uno
puede sugerirle al individuo que sueñe con un determinado problema o acontecimiento. Estos
sueños también son muy simbólicos, ya que no es obvio cómo el soñador llega desde un
problema determinado hasta el sueño.
11. Los sueños son, en primer lugar, una representación simbólica o dramática de las preocupaciones
vitales de una persona en un momento dado. En realidad no se sabe por qué son tan simbólicos.
Una observación de Eugene Aserinsky en el laboratorio de Nathaniel Kleitman llevó a
una serie de valiosos descubrimientos acerca de los sueños39. Se pudo observar que mientras las
personas soñaban, presentaban movimientos oculares rápidos (MOR). Cuando mostraban MOR y
se les despertaba, declaraban que habían estado soñando en ese preciso momento. Despertados
sin MOR, declaraban que no habían estado soñando. Los trazados electroencefalográficos
también sirvieron para distinguir cuándo el individuo estaba dormido. El soñador se despierta
periódicamente del sueño profundo, sueña durante tres a sesenta minutos y luego vuelve al sueño
profundo sin actividad onírica. Un hombre de 75 años no sólo habrá pasado veinticinco años de
su vida durmiendo, sino que de éstos, cinco años han sido únicamente sueños. El tiempo que
toman los sueños es, a grandes rasgos, similar al tiempo que toman los acontecimientos en la
vida real. Los niños pasan el 60% de su tiempo soñando; el porcentaje de tiempo en que se está
soñando disminuye en la adolescencia, vuelve a bajar entre los 20 y los 30, para seguir
disminuyendo a lo largo de la vida. Las personas que tienen dificultades para recordar sus sueños
toman menos tiempo en cada sueño.
Los hallazgos más interesantes provienen de personas a quienes se les prohibió soñar. Si se
toman dos grupos de personas normales y a uno se le despierta cada vez que comience a soñar, mientras
que al otro grupo se le despierta el mismo número de veces, pero cuando no esté soñando, ambos grupos
habrán dormido la misma cantidad de tiempo, pero un grupo habrá sido privado de su actividad onírica.
Al cabo de tres a seis días, el grupo privado de soñar se mostrará muy irritable y con perturbaciones
emocionales. Luego de seis días, las personas que no han podido soñar comenzarán a hacerlo tan pronto
como cierren los ojos y será muy difícil despertarlas. Soñar no sólo es natural, sino que de algún
modo es fundamentalmente necesario, a pesar de que no sabemos por qué. Mi suposición es
que esto refleja una homeostasis o un ajuste dentro de los procesos mentales, y que
correspondiendo a esto y en un nivel superior, el ajuste se produce dentro de los propios
significados psíquicos en la vida del individuo. En el nivel psíquico, sospecho que tenemos
que vivenciar los significados, las preocupaciones, etc., que hubiéramos preferido mantener
alejados de la conciencia. Serán al menos vivenciados en forma simbólica durante el sueño, si
no en otro lugar.
38
H. Shevrin y Luborsky, “The Measurement of Preconscious Perception in Dreams and Images: An Investigation
of the Poetzl Phenomenon”, Journal of Abnormal and social Psychology 56 (1958): 285 f.
39
E. Aserinsky y N. Kleitman, “Two Types of Ocular Motility Occurring in Sleep”, Journal of Applied
Physiology 8 (1955): 1-10.
59
INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS
La mayor dificultad para entender los sueños consiste en que no se dan la molestia de hablar
nuestro lenguaje. En vez de intentar comprender el sueño desde el punto de vista de una
conciencia sobria y racional, deberá hacerse desde el estado más próximo, del estado de
ensoñación. Tome nota de todas las asociaciones. Aun cuando al principio no parecen
importantes, son la clave para entender el significado del sueño. Una vez que se ha
acostumbrado al curioso lenguaje de los sueños resulta más fácil descubrir sus significados.
En una oportunidad, cerca del Día de Acción de Gracias, se me ofreció un
nombramiento de profesor titular de psicología en una universidad muy importante. Al poco
tiempo soñé que me regalaban un gran pavo40. Estaba dichoso con él, hasta que arranqué uno
de los trutros y vi unas largas líneas blancas o gusanos en la carne. Al final, el sueño me dejó
esta sensación: “Qué suerte tengo, ¿pero qué es esta cosa blanca?”. De inmediato asocié el
pavo, Día de Acción de Gracias, con el honor que se me había conferido. Sin embargo, las
líneas blancas me dejaron perplejo. Al día siguiente iba saliendo del banco y vi la línea blanca
que divide el tránsito en la calle y súbitamente comprendí su significado. Aquel honor tenía un
defecto: tendría que manejar muchísimo para llegar a mí trabajo, muchas líneas blancas. Eso
es lo que echaba a perder el regalo del pavo. Una vez que se entiende el sueño, todas las partes
que lo componen cobran sentido en términos de las propias experiencias.
Descifrar el significado de un sueño requiere una adecuada comprensión de su
naturaleza. Es posible generar sueños y, por lo tanto, estudiar su mecanismo. Esto se ha
logrado hipnotizando a un individuo y luego sugiriéndole que sueñe con un determinado
problema. El sueño simboliza ese problema. Uno tiene que volver atrás a las experiencias
vitales del individuo y a sus asociaciones para ver por qué se escogió ese simbolismo. El
individuo no diseña el sueño. Bajo la sugestión hipnótica, el sueño sencillamente se forma
alrededor del asunto o del problema sugerido.
Recientemente se ha descubierto que este mecanismo puede ser autoinducido. Antes de
despertar completamente en la mañana, piense en algún asunto de su vida que le preocupe.
Mantenga esa preocupación unos momentos en la mente y de pronto podrá adentrarse en un
sueño. Una mañana generé alrededor de diez sueños de este modo. El problema principal era
que olvidaba lo que estaba pensando y me enredaba en el simbolismo del sueño. Este es uno
de los problemas que nos presentan los sueños. La persona reflexiona sobre algo que le
preocupa, se forma un sueño y se pierde la preocupación que representa. Finalmente escribí lo
que me preocupaba para no olvidarlo: “Voy a reflexionar sobre mi futuro”. De pronto vi a un
joven sentado en lo alto de un acantilado, con las rodillas entre los brazos, contemplando el
mar a la distancia. Parecía estar muy quieto y meditabundo. Pero a mi me preocupaba la falta
de seguridad del acantilado. Parecía estar hecho de piedra arenosa. Tenía muchas hendiduras.
También había pequeñas y fuertes matas de pasto de playa. Pensaba que todo esto podría
desmoronarse. Sus ojos contemplaban el mar a la distancia.
Ciertas asociaciones me ayudaron a comprender su significado. Desde joven he soñado
con circunnavegar la tierra en una embarcación pequeña. El joven con los ojos puestos en el
mar a la distancia me recordó aquello. Un viaje así me daría la gran oportunidad de reflexionar, tal como
lo hacía él. Aún estaba un tanto distante, pues se encontraba en la tierra mirando hacia el mar. Me
preocupaba su seguridad; sin embargo, él no estaba preocupado. Me preocupaba la posibilidad de que se
desmoronara; yo estaba preocupado de que este sueño de dar la vuelta al mundo se desmoronara. Los
matorrales de pasto me intrigaban aún más. Para entenderlos tuve que examinar la imagen muy de cerca.
40
Wilson van Dusen, Mind in Hyperspace (Ann Arbor: University Microfilms, No. 59-849, 1959).
60
Este pasto espinudo eran las muchas posibilidades, que se mantenían tenazmente. A pesar de que habían
pocas matas, parecían ser las responsables de que no se viniera todo abajo. No podía dejar de admirar la
tenacidad del pasto. El pasto espinudo me hizo recordar los numerosos puntos de opción en mi vida, cada
uno de los cuales era doloroso. Al contemplar la evolución total de mi sueño de dar la vuelta al mundo,
puede ver que éste involucraba una serie de pequeñas opciones dolorosas, pero que a la vez era fuerte, lo
suficientemente fuerte como para no haberse venido abajo. Mis preocupaciones eran innecesarias. El
joven no estaba preocupado. El barranco se veía antiguo; no habían habido movimientos de tierra
recientes y el pasto la sostenía. El material del acantilado era táctil, el tipo de piedra arenosa que yo
hubiera pensado esculpir tal como ya lo habían hecho el viento y la lluvia. De hecho, mi sueño era táctil,
maleable, esculpible; podía cambiar con el trabajo de mi propias manos.
Esta es la verdadera naturaleza del sueño. Es un reflejo de algún núcleo de reflexión sobre la
propia vida, que se representa visualmente como una escena y como acontecimientos. Todo lo que hay
en la escena es el soñador. Los sentimientos más conscientes son representados por otros. Mientras
más alejados y distantes los otros (por ejemplo, diferencia de edad, raza, actitud), más alejados y distantes
son esos aspectos de uno mismo. Incluso los objetos que aparecen en el sueño son parte de uno mismo.
En el sueño que acabo de describir, yo soy quien está preocupado de que todo se venga abajo. Este es mi
aspecto más consciente. El joven que está contemplando el mar está menos consciente. El no está
preocupado. El es más un potencial futuro. Los acantilados y el pasto son las circunstancias actuales de
mi vida, incluyendo puntos espinudos de opciones, tenacidad, etc. El océano, la expansión amplia del
mar, es lo que contemplo, lo que añoro. Su forma extensa, plácida, representa los sentimientos de un
joven meditando. Todo lo que hay en el sueño está diseñado a partir de la vida del individuo y es un
reflejo de ésta. Lo que no puede reconocer en esa vida, le aparece como “otro”, incluso en el sueño. Pero
así es como todos vivimos: ni en sueños ni en la vida reconocemos todos los sí mismos (selves) con que
hemos poblado nuestro ambiente.
Ahora que podemos comprender mejor los sueños, daré otras claves para trabajar y descubrir su
significado más allá de este asociarse a partes de él.
1. Suponga que todo lo que hay en el sueño es usted. Si está perplejo y no puede descubrir qué
significa una parte determinada, examínela en fantasía, como lo hice yo con las matas de
pasto.
2. Invierta los papeles. Si no puede reconocerse en un personaje del sueño, transfórmese
mentalmente en esa persona. Actúe el papel de esa persona y dígale al estúpido soñador qué
es lo que ella está tratando de decirle.
3. Parafrasee el sueño. Escuche en la paráfrasis su significado. En el sueño antes mencionado,
yo diría: “Alguien está mirando apaciblemente hacia el mar, pero yo estoy preocupado de
que no se vaya a derrumbar todo”. Podría reconocer mi “mirar hacia el mar” y mi
preocupación de que todo se fuera a venir abajo.
4. intente trabajar sus sueños cuando aún esté medio dormido. Cuando todavía pueda tentar su
camino de vuelta hacia él y entender, aunque sea a medias, el lenguaje simbólico de su yo
más interno.
5. Busque pequeños comentarios vergonzosos sobre usted en los sueños. La mayoría de los
sueños no son muy halagadores. Iluminan actitudes internas y sentimientos. En el
mejor de los casos, los elogios están mezclados con críticas retorcidas. Luego de
haber concluido mi disertación para optar al doctorado, que yo estimaba iba a ser
una brillante contribución al pensar, un sueño me la describió como una pintura
relativamente buena pero realizada en colores muy aburridos 41. Debo admitir que
41
Enciclopedia Británica (Chicago: William Benton, 1966), vol. I, p. 47.
61
era un tanto pesada y sombría. En el sueño, la pintura estaba guardada en un
armario. Por muy buena que haya sido la tesis, ha estado guardada dos décadas
desde aquel sueño.
6. No busque demasiado las premoniciones en los sueños. Estos suelen ser
premonitorios, pero rara vez uno sabe lo que están prediciendo sino hasta que el
acontecimiento predicho ocurre. Muchas veces los sueños predicen pequeñas
escenas que al parecer no revisten ningún interés. Una mujer soñó en colores con
un dibujo infantil. Incluso llegó a relatárselo a otra gente. Diez años más tarde lo
vio en un dibujo hecho por su hija de 10 años. ¿Pero qué importancia tiene esto?
Gran parte del poder premonitorio del sueño proviene de que éste posee la misma
información que usted. Con mayor frecuencia el sueño habla de su presente. Puede
reflejar sus temores futuros, en vez de reflejar el futuro con precisión. Si bien
puede predecir, rara vez éste es su objetivo.
7. En general, el sueño refleja sus pensamientos más profundos. La sabiduría del
sueño bien puede trascender su entendimiento ordinario.
8. Hay sueños “grandes”. Tienen un efecto mayor sobre el soñador, pueden ser de
colores intensos, pueden sentirse más impresionantes, despertar al soñador y se
recuerdan con mayor facilidad. Los sueños grandes suelen reflejar un vuelco
importante en la introvisión de la persona.
El soñador era un hombre gentil y bien educado. Se asociaba con el barroco, uno de los
periodos más hermosos de la historia mexicana, una época de belleza y vida grácil. Al
preservar la ciudad o pueblo alemán, estaba indicando que quería aferrarse a lo que era un
estilo de vida gracioso y artístico. Sin embargo, no logró retenerlo. Lo hermoso iba a ser
arrasado por una inundación —soldados en desfile, nazis agresivos-, una toma agresiva. Esta
tendencia contradictoria era más inconsciente en él. El soldado más viejo le recordaba a su
padre: un matón de cabeza dura disfrazado de apacible anciano. El casco nazi le recordaba la
ondulación de su propio pelo, un tanto largo. Al relatar su acalorado diálogo con el nazi, se
descubrió golpeándose las manos en forma agresiva. Niega cualquier interés en política, para
luego salir en defensa de los latinoamericanos. En la escena en que dispara muy de cerca y
donde se ve a sí mismo en el espejo, comienza a ver que es agresivo y que está afirmando sus
derechos y creencias. Ya no es el mexicano bien educado y complaciente. A medida que él se
hace más firme, los demás también lo hacen. La relación con su esposa es de naturaleza tan
íntima que a ella no tiene que explicarle nada. Ella es parte de su propio entendimiento.
El mensaje principal del sueño fue que a pesar de que hubiera querido preservar su
estilo de vida gentil, este lado suyo estaba siendo reemplazado por el hombre fuerte, casi
agresivo, capaz de enfrentarse a cualquier injusticia. No había reconocido esto en sí mismo,
aunque era muy sensible a verlo en los demás. Por lo tanto, prefería no encararlo en el sueño.
Tal vez pueda sobornar a alguien para salir del paso. O quizás baste con disociarse de estos
estadounidenses. Pero no es tan fácil. El soldado mayor, padre también, su propia identidad
más interior, más agresiva, lo ayuda a matarlo como algo distinto a él. Llegado el momento,
finalmente se ve a sí mismo como un hombre agresivo, con un enorme odio por el
imperialismo. Está bien ser así. Los otros también le están disparando a los nazis. Al final se
dice que todo saldrá bien. El peligro subsiste únicamente en tanto vea esta tendencia agresiva
como perteneciente a otros. En realidad, en la medida que llegó a reconocer su propia
agresividad, podría controlar mejor su propia situación. Ya no era un anacronismo barroco
apto para ser manejado por otros.
El sueño implicaba, de diversas maneras, que había comenzado a ver dentro de sí estas
tendencias nuevas que surgían en él. Esto se desprendía de lo amistoso del nazi, de su enojarse
igual que él, de su actuación frente al espejo, y por la capacidad de leerlo todo en su cara
demostrada por su esposa. Hasta que no hubo superado esta tendencia (sobornar al soldado,
negar su relación con los estadounidenses), la gente iba muriendo una a una. Cuando superó el
cambio en su propia imagen, vio que su agresión inconsciente era más agresiva que su
agresión consciente. La implicancia del final del sueño era que estaba defendiendo sus propios
derechos. Cuando sus propias tendencias imperiales se le hicieran conscientes, la gente tendría
más dificultad en pasarlo a llevar. Este fue un sueño relativamente largo y rico que ilustró el
poder que tiene un sueño cuando está en flor. Fue un sueño “grande”. Aun meses después lo
recordaba con facilidad, pues se relacionaba con un cambio importante que estaba ocurriendo en él. El
cambio aún no se había completado. Todavía tenía camino por recorrer. Puede que demore meses o
63
incluso años en completarse. Pero el significado esencial del cambio ya había sido comentado por este
sueño.
Uno puede disfrutar los sueños del mismo modo que se puede disfrutar una pintura o la riqueza
de una buena pieza de teatro. Algunos son como pequeñas obras de arte. El sueño que sigue se me
presentó cuando estaba por comenzar a escribir este libro.
Varias personas estamos trabajando con arcilla. Yo estoy en una sala y otra parte
del grupo en otra sala. Me parece que recién estoy despertando al proceso. No
debemos poner demasiada arcilla a la vez o se va a endurecer. Se pasa sobre
ella una especie de rastrillo que la corta en trocitos cuadrados de dos
centímetros, luego éstos se cubren con esmalte y se ponen en el horno. Serán
baldosines únicamente de color azul y blanco, porque estamos haciendo una
escena que representa una ola del mar. Me doy cuenta que el trabajo está por
terminar. La palabra “abraxas” está asociada a este trabajo.
Para analizar, esto: “Varias personas estamos trabajando con arcilla. Yo estoy en una sala y otra parte del
grupo en otra sala”. (Estoy por comenzar algo —un libro. Todos—, yo trabajando en ello). “Me parece
que recién estoy despertando al proceso”. (Hace muy poco tiempo que se me ocurrió que realmente
podría escribir un libro). “No debemos poner demasiada arcilla a la vez o se va a endurecer”. (Uno de mis
problemas es que se me vienen a la cabeza demasiadas ideas a la vez, y que éstas van en todas
direcciones. Si las coloco todas juntas a la vez, el resultado es demasiado abstracto o árido). “Se pasa
sobre ella una especie de rastrillo que la corta en trocitos cuadrados de dos centímetros, luego éstos se
cubren con esmalte y se ponen en el horno”. (El sueño me consuela diciéndome que el proceso de hacer
el libro es relativamente simple —se cortan en pequeños cuadrados como las páginas y cada página en sí
misma es relativamente sencilla). “Serán baldosines únicamente de color azul y blanco”. (Es simple —azul
y blanco—, páginas en blanco y negro —¿mi bote?—, ¿el mar?). “Porque estamos haciendo una escena
que representa una ola del mar”. (Dos asociaciones —la ola marina, una delicada representación de la
complejidad de la vida tal como este libro la quiere mostrar. Además, pudiera ser que el libro mismo me
permita hacerme a la mar). “Me doy cuenta que el trabajo está por terminar”. Este es el mensaje central
del sueño. Me dice que estoy trabajando con otras personas, o sea, que tengo ayuda. El proceso es simple
—mediante la construcción de muchos trocitos podemos captar una imagen de la vida. Recién estoy
despertando a esta posibilidad. “La palabra ‘abraxas’ está asociada a este trabajo”.
Este pequeño toque en el sueño tiene que ser explicado en extenso. Durante mucho tiempo
estuve tratando de distinguir qué provenía de mi propia voluntad y qué era autónomo o ajeno.
Eventualmente se me dieron muchas señales en las que poder basar esta distinción. La palabra “abraxas”,
más allá de sonar a griega, no me dice nada. Es una especie de firma del sueño que dice: “Firmado por
otro”. Cuando busqué esta palabra en el diccionario, descubrí que tenía varios hermosos significados. Los
griegos la grababan en un tipo especial de baldosas conocidas como piedras de abraxas. Esta práctica
provenía de Basílides y sus seguidores, gnósticos del siglo II que habían tenido algún contacto con San
Pedro, pero cuya doctrina se ha perdido. Las letras griegas de las palabras abraxas “forman el número 365,
y los Basílides daban nombre a las 365 órdenes de espíritus que emanaban en sucesión del ser superior. Se
suponía que éstos ocupaban 365 cielos diferentes; cada cual era similar pero inferior al que estaba encima
de él. El más bajo era la morada de los espíritus que formaban la tierra y sus habitantes, a quienes se les
había confiado la administración de sus asuntos. La piedra podía usarse para magia, pero su significado
más importante era que quien la llevaba comprendiera que era una emanación del ser superior. Desde
luego que me sentía honrado de tener a abraxas asociada a este trabajo.
Ya he dicho anteriormente que uno no siempre debe pretender encontrar elogios ni grandes
64
promesas en los sueños. En su simbolismo también hay enterradas unas cuantas críticas. Me dice que me
preocupo demasiado de que el libro pueda hacerse. A diferencia de mis expectativas, se hará en varios
trozos pequeños. También dice que no debo hacer demasiado a la vez o el trabajo morirá (se endurecerá).
Yo también pienso que una ola marina es algo demasiado vivaz como para ser representada por
baldosines blancos y azules, al igual que pretender captar la psiquis con palabras.
Sin embargo, es muy reconfortante recibir y comprender un mensaje como éste. El hecho de que
la fuente del mensaje sepa más que yo (abraxas) es parte de esta cualidad reconfortante.
El mayor valor de un sueño se obtiene cuando el individuo es capaz de leer hacia atrás los significados de
su propio sueño. Esto es, además del valor del sueño, parte del mecanismo homeostático natural de la
economía psíquica. Los únicos significados contenidos en el sueño que se pueden usar son
aquellos que uno puede relacionar con su propia vida. Un amigo inteligente podrá descubrirle a uno
el ánima o figura del alma en un sueño, pero esto no sirve de nada si no se relaciona con la propia forma
de vida. Incluso puede equivocarse. Pero aunque el amigo estuviese en lo cierto, esto no nos sirve de
nada. Recuerdo a un monje Zen que denominó a tales brillantes enunciados: flores en el aire (hermosas
pero irreales). Incluso el equivocarse en la interpretación de una parte de un sueño reviste cierto interés.
Es más probable asociar una parte de un sueño a una preocupación determinada si ésta es una
preocupación real en la vida de la persona. Y es probable que la asociación que usted haga sea más
adecuada que la que cualquier otro pueda formular. A medida que se vuelva más experto en asociar
significados con partes de sus sueños, se hará más diestro en distinguir una buena asociación de una que no
calza. Los significados más verdaderos y útiles son aquellos que sorprenden y choquean un poco y que
parecen hechos a medida para usted. Sólo quisiera agregar que pueden haber más significados que éstos.
Es posible que un sueño tenga simultáneamente diversos niveles de significados, por ejemplo, que hable
de sucesos de varios periodos de su pasado, que hable sobre preocupaciones del presente, que refleje
valores nuevos, que insinúe su futuro más probable —todo en un solo sueño. El hallazgo de un grupo de
significados que calzan al dedillo no excluye necesariamente a los demás. Pero, de todos modos, los que
pueden usarse son aquellos que se sienten como los más precisos.
Usted puede obtener varios beneficios del estudio personal de sus propios sueños:
Podemos ilustrar brevemente cada una de estas aplicaciones. Somos, por de pronto, bastante capaces de
olvidar nuestras propias necesidades. Si nos apartamos demasiado de ellas, el sueño dramatizará nuestra
carencia. Las necesidades sexuales son un buen ejemplo de esto. Por ejemplo, es normal que quienes de
momento no tienen un escape sexual, tengan o se acerquen al orgasmo en sueños. En los varones, esto
lleva a sueños en que hay eyaculación. Podemos ir más allá del mero descubrimiento de nuestras
necesidades sexuales si estudiamos cómo se representan en el sueño. Por ejemplo, un hombre que en
sueños hace el amor con una mujer determinada, haría bien en estudiarla, ya que ella también es
parte de él mismo. Podría intentar ampliar su imagen —ver sus características con los ojos de su
mente—, por ejemplo: “Soy una muchacha tímida, sensible, que espera que el hombre haga la primera
movida. Tengo la tendencia a sentirme sola, esperando que venga alguien”. El hombre tiene en él estas
65
tendencias y debe encontrarlas, unirlas y aceptarlas. Este es un significado que podría estar bajo una
sencilla necesidad sexual. Otras necesidades que frecuentemente se muestran en los sueños son la
necesidad de descansar, de estar solo o acompañado, de ser respetado por los demás, etc. Un individuo
que se exige demasiado podrá tener un sueño en que está cayendo al vacío o muriendo y, sin embargo,
los demás no lo notan. (Los demás son él mismo).
Incluso es posible que el individuo adopte un curso de acción determinado, que le parece muy
coherente, para descubrir que sus propios sueños le están dando un significado completamente distinto.
En una de mis primeras experiencias como miembro de un grupo de psicoterapia, los demás integrantes
llegaron a la conclusión de que yo los mantenía a distancia y que realmente no me unía al grupo. Yo
sostenía firmemente lo contrario, que realmente estaba con ellos. Esa misma noche soñé que examinaba a
las personas con un microscopio colocado al revés y esto las hacía parecer más distantes. El sueño fue
como un golpe de agua fría. Decía lo mismo que el grupo. Fui golpeado por el grupo y por mi propio
sueño; tuve que admitir, tanto a mí mismo como a los demás, que ellos tenían razón. Sólo entonces pude
integrarme más al grupo.
Todas las personas manifiestan variaciones tanto en sus estados de ánimo como en sus puntos de
vista. Un individuo podrá ponerse un poco paranoide por un tiempo, mientras que otro se deprimirá, etc.
Los sueños a menudo dan señales de que este cambio está por ocurrir. Cuando en sueños soy un poco
paranoide, me cuido durante un tiempo de no interpretar los motivos de los demás. De un modo similar,
algunos pueblos primitivos consideraban el sueño como una realidad. Si en sueños habían violado a la
mujer de otro hombre, le pedían perdón tanto a la mujer como al marido. Tal vez nuestra sociedad no sea
lo suficientemente madura como para tener una actitud tan abierta, pero al menos valdría la pena que el
soñador tuviera en cuenta durante uno o dos días sus tendencias innatas de asaltante.
Con frecuencia los sueños pueden hacer cambiar mi opinión sobre otra persona. Un caballero
podrá verse esa noche como una figura siniestra, o un amigo torpe podrá aparecer en sueños como muy
hábil. Yo tomaría esta información sencillamente como una posibilidad más con respecto al verdadero
carácter de la persona. Puede que se ajuste o no a la realidad. El caballero generoso podrá ser o no una
persona siniestra. Según el principio de que todas las partes del sueño son de uno mismo, este caballero
siniestro es un aspecto de mí mismo. Sin embargo, el sueño lo puede representar como figura siniestra
porque mi yo más profundo ve en él estos atributos. Puede ser que esta interpretación calce con la
realidad.
A través de los sueños se pueden descubrir los propios valores más profundos. Es muy fácil verse
atrapado en un mundo de trabajo cotidiano y descuidar tendencias internas que en realidad jamás han
visto la luz del día. Los sueños las mostrarán una y otra vez. Y no vayan a creer que todas las tendencias
internas tienen que ver con el sexo o con actitudes agresivas. Recuerdo a una mujer a quien le habían
enseñado que todos los indios americanos eran unos rufianes inútiles; sus sueños le ayudaron a sentir y
reconocer los valores que los indios habían llegado a poseer. Ella era en parte india y ella misma era
quien había sido disminuida y ahora era elevada. Recuerdo mujeres neuróticas que eran pésimas madres
y dueñas de casa, que fueron presentadas en sueños a la Magna Mater, quien gustaba de cuidar a todos. Y
he sabido de más de un criminal que en sueños mostraba preocupación por los demás. Usted podrá estar
convencido que es una persona realmente sincera y buena, para luego descubrir que en sueños está
haciendo pedazos y enterrando a sus amigos. El descubrimiento de sus tendencias puede conducir hacia
arriba o hacia abajo. Los amigos que está matando pueden ser aquellas personas que de verdad están allá
afuera y a la vez partes de usted mismo. De alguna manera, esas partes sucias y sombrías de los sueños
son más valiosas que las agradables revelaciones acerca de su propia grandeza. Todos sospechamos que
alguna grandeza tenemos, pero el lado oscuro es siempre menos conocido y aceptado.
66
RESUMEN
El sueño es un mensaje completamente formado que proviene de la “otra parte” de los individuos. Es
valioso por estar poco contaminado por deseos personales. Su mayor dificultad consiste en que el “otro
lado” no se toma la molestia de hablar nuestro propio lenguaje (a diferencia de la mayoría de los
visitantes extraterrestres que se ven en la televisión). El descifrar este idioma extranjero es un difícil y
delicado proceso personal. El hacerlo trae consigo una serie de ventajas. La clave central es que todas las
partes del sueño son uno mismo. El sueño está tomado de su vida y habla de ella. El misterio de las
opciones del lenguaje simbólico que utilizan los sueños se discutirá más adelante.
El sueño de Emanuel Swedenborg con que empieza este capítulo cobrará más sentido luego que
el lector tenga algunos antecedentes. Proviene de lo que seguramente constituye la serie de sueños más
antigua que jamás haya sido registrada. Sucedió durante el tiempo en que Swedenborg evolucionaba de
científico a psicóloga-místico. Había sido maestro en todas las ciencias de la época y fundado varias
ciencias nuevas. Los campos que dominaba eran tan diversos como la geología, la astronomía y la
anatomía humana. Era también una época en que estaba abocado al estudio de los sueños y estados
interiores. Había literalmente penetrado en su interior. Para él era un viaje sin ningún peligro. El verso
proviene de un himno religioso. Luego conocería el cielo y el infierno. Esto es todo lo que se conoce de
este sueño. No expuso ninguna asociación ni lo interpretó, como tantas veces había hecho con otros. Mi
suposición es que su significado le era claro.
67
BIBLIOGRAFÍA 6.
Chávez Ríos, Rosario y Michel Barbosa, Sergio. (2000). Cap. 2: Más allá de la psicoterapia
experimental y Cap. 3. En su: Terapia de Reconstrucción Experiencial. Pp. 6-30.
68
gran riqueza que hacía tolerable y hasta inevitable su lectura. Una idea destacaba:
El ser humano común y corriente en el proceso de explicarse el mundo, no era
básicamente diferente del científico de fo rmación académica Ambos personajes
están sujetos –proponía Kelly— a las mismas aberraciones en el desarrollo de sus
teorías de como funciona el mundo. En un momento cuando la teoría parece no
coincidir con la realidad, en lugar de cuestionar la susodicha t eoría –y ajustarla o de
plano declararla obsoleta- lo que finalmente resulta cuestionado, alterado y
distorsionado es la misma realidad. El lema pareciera ser “si la realidad no se ajusta
a tus teorías, cambia la realidad pero por el amor de dios no cambie s tus teoriza”.
Pues bien el rollo que en ese momento traía en mi cabeza, estaba
inspirado por el Doctor Kelly y el taller en honor a el se llamó “Constructor”. Sin
embargo más en la línea de la Psicología Cognoscitiva el adjetivo “personal” fue
reemplazado por el de “perceptual”, y así se inició oficialmente la etapa de los
talleres con el nombre de “Constructor Preceptúales” que dos años después fue
adoptado como materia optativa en el currículum de la Maestría de Desarrollo
Humano del ITESO de Guadalajara.
Todavía iban a pasar otros siete años para que mi teoría acerca de como
debería seguirse llamando mi taller, cediera finalmente ante la evidencia de una
nueva realidad. Mi admiración y afecto intelectual por la obra de George Kelly
seguían existiendo, pero nuestra relación no tenía por que ser de tipo matrimonial y
fue así que en mayo de 1990 durante el desarrollo del último taller de Constructos
Perceptuales –a partir de entonces la materia se llamaría “Terapia de
Reconstrucción Experiencial en el instituto de Posgrado de Terapia Gestalt
“INTEGRO” de Guadalajara, Sergio Vázquez, su Director, que ocasionalmente
asistía a los talleres de fin de semana y los salpicaba invariablemente con sus
ocurrencias me dijo “Oye tocayo sabes tu que la confesión al estil o de los católicos
puede llegar a ser en ciertas circunstancias una experiencia de cambio personal bien
impactante, y francamente lo tuvo me parece una confesión.
Se me ahogó en la garganta una contestación que aunque no alcanzo
expresión, no pude evitar visualizar con todas mis fuerzas era algo así como un
letrero de colores rojo y amarillo brillantes “¡Hay tocayo no mames!...” pero la
expresión se oía un tanto inadecuada, y total no la dije, me tuve que conformar con
una forzada actitud de empática condescendencia. Después de todo el era el director
que amablemente me invitaba y me ofrecía solidariamente un foro para la
exploración de mi propuesta terapéutica. Por lo menos yo también tenía que ser
educado con él, así es que le respondí pasando sobre mi autenticidad:
-Eso suena interesante, ¿podrías elaborar más la idea? El tocayo necesitaba
poquito para agarrar cuerda, y continuó –La confesión tiene cinco elementos básicos
que la conforman: examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de enmienda,
confesión de los pecados, y cumplir la penitencia.
-Y eso qué tiene que ver – l e pregunté algo divertido
-Verás tocayo –me dijo- tú estás proponiendo cuatro etapas en tu modelo de
cambio terapéutico, es decir: Exploración. Reconstrucción, Redecisión y Ensayo,
(ERRE) y francamente aunque tu no lo has formulado explícitamente hay algo entre
redecisión y acción que aunque de hecho facilitas, no has incluido formalmente en
tus etapas.
69
-A qué te refieres, -le pregunté con curiosidad-.
-Pos al acto mismo de la confesión tocayo, que en el fondo es como una
catarsis de reconciliación. Fíjate que con este elemento incluido, tu proceso
mantiene una secuencia paralela a la de la confesión.
-Me quedé pensando que en la confesión al menos como yo la había vivido - a
veces no me sentía muy reconciliado conmigo mismo. También pensé que las
penitencias solían ser tareas que nada tenían que ver con el pecado –y eso para mi
era un dato terapéuticamente relevante-. Sin embargo, como parte de mi actitud ante
la vida, decidí finalmente quedarme más con las similitudes de fondo, que con las
diferencias aparentes (cada vez más me convenzo que los seres humanos tenemos en
común mas de lo que en un primer nivel de conciencia pareciera). Continué con mi
taller y en el transcurso decidí efectivamente que la reconciliación merecía un lugar
propio en la secuencia del proceso de cambio E-R-R-R-E Resultaban inevitables
tantas erres para la nueva versión del modelo de cambio terapéutico.
Quedaba por resolver el problema del nombre. Cada uno de l os cinco
elementos realmente me parecía importante. Exploración, Reconstrucción,
Redecisión, Reconciliación y Ensayo, (ERRRE). Finalmente opté de manera
totalmente arbitraria por el de “Modelo Experiencial de Reconstrucción”. A lo largo
de todo este proceso (ERRRE) el factor “experiencial” se encuentra presente como
un ingrediente esencial para el cambio.
EXPLORACIÓN: Esta etapa que algunos de mis colegas han sugerido sea
llamada de acompañamiento, representa el punto de partida, y de alguna manera el
cimiento de un proceso que difícilmente puede avanzar sin el producto esencial de
esta etapa: el clima de seguridad psicológica implícito en las tres condiciones
necesarias y suficientes para el aprendizaje significativo (Rogers, 1969). Aunque
hay autores de distintas orientaciones que no consideran suficientes dichas
condiciones para el cambio personal, la empatía en la psicoterapia ha sido incluida
en diferentes enfoques. Kohut por ejemplo ha recupe rado explícitamente el
elemento empatía en su modelo de orientación psicodinámica. Bandler y Grinder
han incorporado la empatía en su versión de “espejeo” como recurso indispensable
en la promoción del cambio Explorar o acompañar implica entrar al marco de
referencia de la otra persona, y ello aunque en apariencia parece fácil, llega a ser
verdaderamente complicado cuando no se está dispuesto aunque sea
momentáneamente a renunciar a teorías y preconcepciones acerca de la conducta
humana y sus motivaciones. Escuchar con empatía significa por lo menos en ese
momento ponerse en los zapatos de la persona que comparte, a su ritmo aún sus
experiencias incongruentes. David Rimm (1983) una de las figuras más respetadas
en la década de los 80's en el campo de la terapias Conductual-Cognoscitivas, llegó
a afirmar que las tres condiciones propuestas por Rogers (congruencia, empatía, y
aprecio incondicional) podrían no ser suficientes para lograr un cambio terapéutico,
pero indiscutiblemente eran necesarias. Rimm no podí a concebir, como un terapeuta
podía ayudar efectivamente a un cliente que no se sintiera aceptado, respetado, y
70
entendido. Solo cuando el facilitador, ha sido capaz de entender y acompañar la
experiencia de un cliente “explorador de sí mismo”, estará en co ndiciones de
proseguir a la siguiente etapa y facilitar el proceso –en la persona facilitada- de
convertirse en “reconstructor de sí mismo”.
72
CAPÍTULO III: EXPANSIÓN DE CONCIENCIA Y CAMBIO
TERAPÉUTICO
Así pues aunque el psicoanálisis como método terapéutico tuvo como antecedente
inmediato el catártico. Freud solamente experimentó con dicho método, de 1889 a 1892
debido entre otras cosas a su dificultad para hipnotizar a algunos de sus pacientes como fue el
caso de Lucy R., a partir del cual se inició el cambio hacia la asociación libre (tomo X p. 96).
Así, la catarsis, hipnótica con todo su potencial de expansión de conciencia y
consecuentemente de impacto en el cambio terapéutico, se convirtió en el antecedente
inmediato –no en el método— del psicoanálisis43.
Para Charcot –desmitificador de la histeria como enfermedad femenina relacionada
con el útero- los síntomas histéricos representan imágenes traumáticas. Freud y Breuer en la
misma línea coincidían al vincular el fenómeno histérico con el trauma. Breuer —
considerado como el descubridor del método catártico, del cual se separó Freud
posteriormente— descubrió que los síntomas histéricos desaparecían definitivamente si el
recuerdo era revivido con la misma emoción experimentada en la ocasión traumática
original. Es probable sin embargo que los casos de remisión observados por Freud, antes de
renunciar definitivamente a la hipnosis, hayan influido en su desánimo por los métodos
catárticos. Es probable también que en el tratamiento de estos casos remisos, Freud no haya
prestado una suficiente consideración ecológica al síntoma. En otras palabras aunque una
conducta de origen neurótico llega a aparecer automáticamente al ser evocada por un
estímulo determinado, se pueden llegar a añadir con el tiempo ganancias secundarias
inicialmente ausentes. Así por ejemplo, podemos especular que si Ana O, hubiera recibido
atención especial y protección inaccesible para ella por otros medios cada vez que tenía
dificultad para beber, entonces el éxito de su tratamiento “catártico” puro y sin mayor
consideración de la ecología del síntoma, no se hubiera logrado.
A pesar de la aproximación inicial del Psicoanálisis con la catarsis –como
herramienta de cambio terapéutico vía expansión de conciencia- finalmente a nivel de
procedimiento, Freud poco hizo por mantener la idea original de “revivir para curar”. Así la
asociación libre quedó como el método básico en Psicoanálisis para facilitar el acceso y
exploración de material inconsciente. Sin embargo se pagó un alto precio al excluir casi en
su totalidad el elemento catártico. Al depender excesivamente del recurso verbal, y
promover implícitamente la intelectualización, se subutilizó uno de los recursos más
importantes en la promoción del cambio terapéutico, la expansión de conciencia, y se
fomentó paradójicamente con ello el fenómeno de la resistencia –facilitado por el ejercicio
lógico y racional— asociado al hemisferio izquierdo. En el mejor de los casos puede decirse
que la consigna Freudiana de “revivir para curar” era si acaso alcanzada por el camino más
largo.
43
Esquema del psicoanálisis. O. completas, tomo XVII, Pág. 219.
74
de información en el desarrollo y modificación de respuestas automáticas –ya sean traumáticas o
funcionales-.
Kamin (1972) realizó una serie de experimentos en su laboratorio de aprendizaje
animal con los que marca de alguna manera un hito en la conceptualización del aprendizaje
–particularmente del condicionamiento clásico- como un fenómeno de procesamiento de
información más que de contingencias espacio-temporales. En el estudio de Kamin, a un animal
se le somete en una primera etapa a una situación típica de condicionamiento clásico: es decir se
le presenta en contigüidad temporal un estímulo neutro (A) apareado con uno aversivo (S).
Obviamente, al probar la asociabilidad del estímulo “A” éste al ser presentado solo, si felicita la
llamada respuesta condicionada. Posteriormente, en una segunda etapa se le añade al estímulo
neutro “A”, otro estímulo neutro “B” de manera que éste según las leyes de la contigüidad al
finalizar los ensayos de esta etapa se asociaría con el estímulo aversivo y sería hipotéticamente
capaz de producir una respuesta condicionada equivalente a la elicitada por el estímulo aversivo
original (como de hecho lo hizo el estímulo “A” al finalizar la primera etapa). Cuando al
finalizar esta etapa se pone a prueba l a capacidad asociativa del estímulo b se observa s i n
embargo que éste, no desarrolló ninguna asociación aversiva, es decir no provoca respuestas
condicionadas (r.c) a pesar de haber tenido varios ensayos de apareamiento.
Pearce y Hall (1980) entre otros han teorizado sobre este hallazgo y propuesto
–elaborado sobre las ideas de Kamin- un modelo de procesamiento de información para el
condicionamiento Clásico, en el que la capacidad de procesar información de un organismo, es
decir de desarrollar asociabilidad entre dos estímulos, depende de las condiciones de
predictibilidad ambiental. Para Pearce y hall el proceso de condicionamiento de un organismo o
en otras palabras el desarrollo de un vínculo asociativo entre dos estímulos depende tanto de la
intensidad, como de lo inesperado o sorpresivo de la presentación de dichos estímulos.
La concurrencia de sucesos inesperados, en el contexto del aprendizaje y sobrevivencia
de las especies superiores (incluido el ser humano), está estrechamente vinculada con la reacción
producida ante cualquier estado de emergencia donde el organismo se ve amenazado por
estímulos que representan peligro de una manera biológica o aprendida desde un ruido fuerte,
hasta la presencia de un otro molesto, amenazante o simplemente inesperado -.
El estado de impredictibilidad, se encuentra estrechamente relacionado con el
término “expansión de conciencia”, que traducido al lenguaje de Procesamiento de
Información representa la capacidad por parte del procesador central (término
extrapolado de la cibernética y la computación) para adquirir o asimilar nueva
información. De acuerdo con Pearce y Hall (1980), Wagner (1973) y Ohman (1979)
entre otros, el “ensayar” o procesar centralmente ciertos eventos ocurridos, es
necesario para que se de el condicionamiento. En otras palabras, el ate nder o prestar
atención a un evento, lleva a que éste posteriormente sea almacenado en la memoria
a largo plazo para formar parte del repertorio de respuestas automáticas.
Existen innumerables versiones que intentan conceptualizar el desarrollo del
funcionamiento irracional – o patología humana- a partir de experiencias
traumáticas. La experiencia traumática en términos de Procesamiento de
Información, representa para el organismo un estado de gran expansión donde no
importa la frecuencia con la cual estímulos aversivos sean presentados. En otras
palabras si a una persona la ridiculizan en público o la muerde un perro o lo que sea,
el factor determinante de que ello se convierta en traumático no es tanto la
frecuencia objetiva como la subjetiva, es decir la r epetición interna o procesamiento
central del evento.
Desde la experiencia de la persona, el procesar lo traumático equivale a estar
75
rumiando, o dándole vueltas a las escenas o vivencias dolorosas, de manera que al
cabo de una o dos horas el videotape del original ya ha sido repasado cientos de
veces a niveles que fluctúan entre lo subliminal y lo consciente. Esto, como ya ha
sido ampliamente documentado por terapeutas y autores de orientación cognoscitiva
(Beck, Ellis, Meichenbaum) también produce un estad o emocional de incomodidad,
ansiedad, culpa, coraje inseguridad etc. La programación resultante de un proceso
GIGO 44, ilustra cómo a nivel de aprendizaje ni siquiera es relevante si la persona
vivió el suceso una o diez veces, lo distorsionó o lo inventó. E l procesador central
no distingue entre la realidad y la recreación mental de la escena; la frecuencia
subjetiva y la objetiva finalmente se confunden el resultado es el mismo. Los
hábitos conductuales o de percepción, se desarrollan finalmente en base a l a
frecuencia de un mensaje implícito, o de una secuencia de eventos explícitos. La
experiencia traumática aunque literalmente haya ocurrido sólo una vez, termina
siendo multiplicada y ello es lo que finalmente se traduce en un funcionamiento
neurótico.
Así pues a partir de las implicaciones clínicas del modelo de Procesamiento
de Información, el desarrollo de una patología o conducta disfuncional, está
relacionada con la repetición de un evento en términos de frecuencia subjetiva –no
necesariamente equivalente a la frecuencia objetiva-. De esta manera el reto de la
Terapia de Reconstrucción Experiencial está –por lo menos en una de sus
modalidades de intervención- en reproducir terapéuticamente las condiciones
originadotas del trauma. No es viable ciertament e pretender diseñar condiciones
ambientales de frecuencia objetiva para recomponer y reprogramar los aprendizajes
irracionales y autodestructivos. Sin embargo la hipótesis de saturación (priming
hypothesis) inspirada en los hallazgos experimentales de Kami n arriba
mencionados, nos lo ofrece la clave para el tratamiento de las automaticidades que
tanto hacen sufrir a la humanidad. Una versión sobresimplificada de esta hipótesis,
sugiere que la capacidad de procesar conjuntamente dos estímulos en el “procesad or
central”, es de capacidad limitada. Utilizando la analogía de un recipiente
representando la capacidad asociativa entre dos o más estímulos, podemos imaginar
como el recipiente correspondiente al toque eléctrico, se llena después de veinte
ensayos del estímulo “A” (una luz roja), cuando llegan los siguientes veinte
ensayos, cualquier chorrito adicional (de estímulo B, o luz verde) que intente entrar
al recipiente lleno, simplemente se desparrama, dejando al recipiente como en los
primeros veinte ensayos, es decir lleno hasta el tope de la luz roja.
En el contexto de las historias humanas, los aprendizajes destructivos se dan
entre dos estímulos que producen una respuesta automática disfuncional (perro -
mordida-miedo a todos los perros; papá-regaño o golpes-ansiedad ante figuras de
autoridad; etc.). Sin embargo, dada la capacidad del ser humano de decodificar
también lo explícito, no solamente lo tangible a través de los sentidos, los
aprendizajes destructivos también ocurren a manera de asociaciones entre l a
identidad de la persona y un adjetivo (yo -tonto, yo-incapaz, yo-perdedor, etc.). El
funcionamiento automático puede para fines descriptivos, ser reducido a una
ecuación cuya irracionalidad, cuando se encuentra a nivel de creencias básicas,
matiza prácticamente todas las áreas del comportamiento.
Así por ejemplo a partir de esta analogía de automaticidades como
44
GIGO en computación se refiere a la programación que resulta de meter información incorrecta, o basura, lo
que resulta de programación igualmente basura (garbage in, garbage out).
76
ecuaciones, un perro es igual a peligro; la autoridad es igual a amenaza, y así ad
infinitud. La ecuación autoridad=humillación sugiere la idea de exclusión. En otras
palabras la idea de papá o autoridad, habiendo sido saturado del estímulo
humillación excluye –ya no deja lugar- a otros estímulos o adjetivos –por ejemplo
juguetón, cariñoso, amistoso- que en posteriores experiencias pudieran incluirse a la
idea original.
El proceso terapéutico, como se ha sugerido al ser de naturaleza expansiva,
(de conciencia) tiene efectos integradores o incluyentes. Por ejemplo al ser
expandido el recipiente conteniendo la experiencia o asociación autoridad -
humillación, la experiencia de la autoridad se flexibiliza. Gómez del Campo (1992)
afirma que el cambio terapéutico y el perdón no son cuestión de amnesia. No se
trata de olvidar –como sugiere el concepto freudiano de represión se trata más bien
de resignificar, es decir aceptar experiencialmente que si bien hay o hubo papás que
responden con violencia, hay papás y autoridades capaces de responder de otra
manera y más aún, que ese niño es digno de ser querido y es valioso
independientemente que a veces no pueda o no quiera –o no haya podido o querido-
seguir las instrucciones de papá. En otras palabras en el mismo recipiente
informativo pueden convivir informaciones aparentemente incompatibles, de manera
inclusiva y contextualizada (papá violento-hijo valioso).
En el próximo capítulo se revisarán algunas aproximaciones al
funcionamiento automático desde la perspectiva del procesamiento humano de
información, se elaborará asimismo, sobre la estrategia terapéutica de cambio; de
automático excluyente a través de intervenciones “expansivas de conciencia” a lo
flexible incluyente.
77
BIBLIOGRAFÍA 7.
Siegel, Daniel J. y Hartzell, Mary. (2007). Cap. 8: Cómo nos desconectamos y nos reconectamos:
Ruptura y separación. En su: Ser Padres desde el Interior. Cómo una mayor autocomprensión puede
ayudarte a crear hijos más sanos. Trad. Alfredo Amescua Villela. México: CEIG.
CAPÍTULO 8
INTRODUCCIÓN
78
Puede ser difícil para un padre darle estructura y límites a su hijo y, simultáneamente,
ofrecerle una comunicación de colaboración y alineación emocional y conexión. ¿Cómo puede
lograr esto un padre? Una estructura balanceada y de conexión es una meta básica hacia la que
podemos aspirar pero que es imposible lograr en su totalidad. Conforme los padres aprenden a
balancear sus propias emociones sin vaivenes entre sentimientos de culpa y sentimientos de
furia contra sus hijos pueden estar mejor preparados para darle a su hijo tanto el apoyo como
la estructura que necesitan. Ser amable y empático consigo mismo le puede ayudar a no
involucrarse demasiado en sus reacciones emocionales hacía su hijo.
La comprensión por sí misma no puede impedir que se den estas desconexiones
disruptivas. Algunas sucederán inevitablemente. El reto que todos compartimos es abrazar
nuestra humanidad con humor y paciencia para que a la vez podamos relacionarnos con
nuestros hijos con apertura y ternura. Castigarnos continuamente por nuestros “errores” nos
mantiene involucrados con nuestros propios problemas y fuera de una relación con nuestros
hijos. Es importante aceptar la responsabilidad de nuestras acciones, pero no condenarnos a
nosotros mismos porque no podemos actuar de una forma idealizada o porque no hemos
avanzado más en nuestro proceso de desarrollo. Nosotros, así como nuestros hijos, estamos
haciendo lo mejor que podemos en ese momento y como ellos, estamos aprendiendo formas
más respetuosas para comunicarnos. No importa qué tan bien apliquemos los mejores
principios del parentaje, los malos entendidos y la disrupción en las conexiones con nuestros
hijos ocurrirán inevitablemente. Las desconexiones son una parte normal de cualquier
relación. Es más útil usar nuestra energía para explorar las posibles rutas de reconexión y ver
estas situaciones como oportunidades de aprendizaje, que castigarnos a nosotros mismos por
lo que pensamos de nuestras fallas. ¡Respira profundamente y relájate! Nos pasamos la vida
aprendiendo.
La conexión entre el hijo y alguno de los padres siempre está cambiando. Algunas veces
la comunicación es contingente y de colaboración y tanto el padre como el hijo se sienten
entendidos. Esta alineación y unión se siente bien. Cuando hay experiencias repetidas de
conexión, puede haber un sentido de resonancia en el que sentimos la presencia positiva de
otra persona dentro de nosotros y sentimos que estamos dentro de la otra persona.
Desconexión oscilante.
Ruptura benigna.
Ruptura por establecer límites.
Ruptura tóxica.
Pero este nivel ideal de conexión, por su misma naturaleza, no se puede sostener
consistentemente. Es inevitable que haya rupturas en esta maravillosa sensación de unión.
Estas interrupciones pueden tomar varias formas. En la experiencia cotidiana de vida, tanto los
padres como los hijos tienen necesidades oscilantes de conexión y soledad. La vida está llena
de esta tensión entre la conexión y la autonomía. Los padres entonados sienten estas
necesidades cíclicas del niño y le dan espacio para que se pueda dar una separación natural y
luego están disponibles cuando el niño necesita estar cercano a ellos. En ocasiones, la
79
necesidad de conexión del niño bien puede parecerles intrusiva a los padres que quieren tener
tiempo para sí mismos. Sin embargo, una madre puede necesitar primero darle tiempo a su
pequeño hijo antes de que pueda tener tiempo para sus propias necesidades. Los niños
mayores pueden entender y tolerar mejor la necesidad de los padres de estar solos porque ellos
también han experimentado más fronteras claras entre sus propias necesidades de conexión y
soledad. Los adolescentes son otra historia totalmente diferente, con frecuencia buscan estar
aislados de sus padres y buscan una mayor conexión con sus compañeros.
Si estás sintiendo la necesidad de estar solo, es mejor si puedes expresar esa necesidad
directamente a tu hijo. Poder decirle “Necesito un tiempo para estar solo ahora, pero en diez
minutos podré leerte ese cuento,” es mejor que tratar de ignorar al niño o resentir que el niño
te “fuerce” a pasar tiempo con él. Comunicarle a tu hijo que tus sentimientos y acciones son
por satisfacer tus propias necesidades y que no son el resultado de su comportamiento, la
búsqueda de soledad no será experimentada automáticamente como un rechazo personal por tu
hijo. Sin esta claridad respecto a tus propias necesidades, puedes crear una distancia de formas
menos saludables, al enojarte con tu hijo o pensar que tu hijo es muy “exigente.”
Otras formas de interrupción incluyen malos entendidos en los que alguno de los padres
no “recibe” los mensajes que está mandando su hijo. Tal vez el padre no estaba poniendo
atención en lo que el niño estaba comunicando porque el padre estaba preocupado. Tal vez hay
una falta de comprensión en lo que significan las señales. Frecuentemente los niños no dicen
en palabras lo que están pensando. Aun si el mensaje es ambiguo, el niño desea ser
comprendido. Un padre se puede concentrar sólo en el aspecto externo del comportamiento del
niño y no ver el nivel de significado más profundo. Los padres también pueden enviar
mensajes incongruentes, lo que confunde enormemente a los niños. Los padres tampoco dicen
siempre lo que realmente quieren decir y los niños tratan de descifrar los mensajes escondidos
en las señales conflictivas.
Todas estas situaciones de ruptura benigna pueden darse con frecuencia en nuestras
relaciones cotidianas con nuestros hijos. Cuando los niños se están sintiendo emocionales, ya
sea que estén emocionados o angustiados, pueden tener una mayor necesidad de ser
comprendidos. Es en estos momentos cuando aun las rupturas benignas pueden ser
particularmente dolorosas para los niños. Hacer reparaciones oportunamente y de manera
cariñosa es importante para que los niños construyan y mantengan un sentido de resiliencia y
vitalidad.
Los niños se benefician cuando los padres crean estructuras en sus vidas. Un niño
aprende qué comportamientos son apropiados dentro de la familia y en el entorno cultural por
los límites que les ponen los padres. Establecer límites puede crear tensiones entre los padres y
los hijos. Cuando un niño desea hacer algo y el padre no puede permitir ese comportamiento
se puede dar un rompimiento por establecer límites. Ese rompimiento en el momento en el que
se establecen los límites implica la angustia emocional del niño y una sensación de
desconexión con el padre. En esta situación, el deseo del niño de llevar a cabo cierta acción o
de tener algún objeto no es apoyado por el padre. Esta falta de entonación entre el padre y el
hijo puede dejar al hijo sintiéndose angustiado. El niño quiere algo que el padre no le puede
dar. Los padres no siempre pueden decir sí a lo que piden sus hijos. Si un niño pide helado
justo antes de cenar, exige un juguete cada vez que van a la tienda o trata de subirse a la mesa
del comedor, hay una necesidad parental para establecer límites. Estas experiencias del
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establecimiento de límites son cruciales para el niño. Implican que el niño desarrolle un
sentido de inhibición en el que aprende a que lo que quería hacer no es seguro o socialmente
apropiado dentro del entorno familiar.
Cuando un niño escucha un “no”, siente que su deseo o acción estaba “mal.” El padre
puede entonces ayudar a dirigir el impulso hacia una dirección más apropiada socialmente o
más segura. La clave para mantenerse conectado durante estas interacciones de
establecimiento de límites y realinearse con el estado emocional primario de tu hijo. Puedes
empatizar y reflejar en tu hijo la esencia de su deseo sin realmente satisfacer su deseo: “se que
te gustaría comer helado, ya casi vamos a cenar y tal vez puedas comer el helado después de
cenar.” Esta es una experiencia bastante distinta para el niño que sólo escuchar al padre decir:
“¡No! No puedes comerlo.”
Muchas veces, los comentarios empáticos y reflexivos le pueden ayudar a tu hijo a
superar su frustración por no obtener lo que quería. Sin embargo, aunque el padre le ofrezca la
respuesta de mayor apoyo, el niño puede sentirse angustiado y reacio por su deseo, sin
importar lo que tú digas o hagas. Permitirle a tu hijo que exprese esta molestia sin tratar de
castigarlo o darle gusto le puede dar la oportunidad para aprender cómo tolerar su propia
incomodidad emocional. No tienes que arreglar la situación cediendo o tratando de que se
deshaga de sus sentimientos incómodos. Dejar que tu hijo tenga su emoción y hacerle saber
que tú entiendes que es difícil no obtener lo que se quiere es la cosa más bondadosa y
saludable que puedes hacer por tu hijo en ese momento.
Los padres pueden aprender frecuentemente cómo ser padres más efectivos
reflexionando en las experiencias insatisfactorias o difíciles con sus hijos. Esta es la historia de
una madre que les puede ayudar a comprender mejor las dinámicas entre una madre y su hijo
durante la ruptura por establecer límites.
Son las 7:30 AM y la mamá está en la cocina preparando el desayuno mientras revisa
mentalmente todas las tareas de su lista de “qué hacer” del día. Jack de cuatro años, como
siempre, está lleno de energía y empieza a subirse a unas canastas que están apiladas a un lado
del refrigerador. “No te subas en esas canastas, no es seguro. Para empezar ¿qué andas
haciendo ahí arriba?” Pregunta la mamá.
“Quiero mi pasto del conejo,” contesta Jack.
Mamá definitivamente no quiere lidiar con las sobras del pasto del conejo de pascua de
las canastas, así es que miente y le dice que no hay pasto sobre el refrigerador. Como Jack
sabe que sí hay, la confronta diciendo “¡Sí hay!”. Mamá, sintiéndose culpable por haber
mentido, toma el pasto del conejo y a regañadientes se lo da a su hijo preguntándole, “¿qué
vas a hacer con esto?” Jack empieza a sacar el pasto de la bolsa y se dirige al comedor. “No
saques esa cosa de la cocina. No quiero que esté regado por toda la casa. Se atora en la
aspiradora.” Jack la ignora hasta que lo llama por su nombre con seriedad y él regresa a la
cocina. “Nada más estaba fingiendo,” dice mientras se dirige a su cocina de juguete y empieza
a “decorarla” poniéndolo pedazos del pasto del conejo encima.
Papá está leyendo el periódico en la mesa. Después de algunos minutos, mamá se voltea
y se da cuenta que ahora Jack está decorando la mesa de la cocina. Cada individual, así como
los saleros, ahora tienen pedazos de pasto de plástico a su alrededor. Mamá percibe esto como
un gran desorden que ella va a tener que arreglar y dice seriamente. “No pongas nada del pasto
del conejo en mi lugar.” Jack la ignora y “decora” su lugar. “La mayoría de los niños ni
siquiera tienen pasto del conejo cuando no es pascua,” dice, pero Jack sigue ignorando a su
mamá. “No estás escuchando lo que digo,” la mamá lo regaña.
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Papá trata de ofrecer algo de apoyo: “Tu madre no quiere pasto del conejo ahí.” Pero
Jack parece no escuchar y continúa jugando. Desesperada, mamá grita, “¡Quita ese pasto del
conejo de ahí!” Papá dice el nombre de Jack con un tono amenazador.
Jack, sintiéndose enojado porque le gritaron, responde, “OK, está bien” mientras quita el
pasto del conejo del lugar de su madre y lo tira al suelo. Este acto descarado de falta de respeto
hace que papá se enoje, salta y trata de arrebatarle lo que queda del pasto a su hijo. “¡Eso es
todo! ¡Se acabó el pasto del conejo!” grita, Jack grita, llora y trata de quedarse con la bolsa de
pasto, aullando, “¡pero hice lo que dijeron! ¡Lo quité!”
La mañana se ha convertido en un griterío mientras mamá y papá tratan de arrebatarle el
pasto. Tienen un fuerte sentido de qué tan ridículo es todo esto. Jack está enojado y
poniéndose más furioso a cada momento. Desesperados, los padres amenazan con alguna
consecuencia sin efecto como un “compromiso” mediante el cual el pasto del conejo toma un
“tiempo fuera” y lo ponen en la cómoda. Más tarde, cuando sus padres no están, Jack
convence a su niñera para que lo deje regar el pasto por toda la casa. “Seguro, mi mamá me
deja hacer esto,” le dice.
¿Cómo podría haber sido diferente esa mañana? Una solución obvia sería guardar el
sobrante del pasto del conejo si no existía la opción de jugar con él. Pero dar una solución
posterior a los hechos siempre es fácil. Hay muchos otros puntos en la comunicación en los
que el escenario se podría haber manejado de una manera más positiva. Estas son algunas
posibilidades, mamá podía haber dicho la verdad en relación a que el pasto estaba arriba del
refrigerador y podría haber puesto los límites en ese momento. “Sí, el pasto del conejo está
allá arriba, pero no es para que juegues con él ahora. ¿Te gustaría jugar con él cuando
terminemos de desayunar?”
¿Qué sucedería si mamá ya le hubiera dado el pasto para calmarlo y disminuir su
culpabilidad por haber mentido, antes de ver las dificultades venideras? Podía haber dejado de
preparar el desayuno y enfrentar la situación cuando sólo era una pequeña molestia. “Jack,
¡esto no puede ser así por ahora! Voy a guardarlo y luego puedes pensar en un lugar para jugar
sin que hagas un tiradero.” Establecer un límite al principio puede ser más efectivo y se le
puede dar seguimiento sin asustarlo o retarlo a entrar en una confrontación de poder.
Podemos imaginar la escena con distintas opciones en los puntos en los que la situación
se dirige hacia un conflicto mayor. En estos puntos, ¿qué podían haber dicho o hecho los
padres de distinta manera? No hay una sola respuesta, sino muchas elecciones posibles que los
padres podían haber hecho. Sin embargo, es importante que los padres tomen una acción en
lugar de sólo reaccionar verbalmente y amenazar al niño. Como podemos ver, Jack siguió
empujando la frontera para ver hasta dónde era “suficiente,” porque se establecieron los
límites con ambivalencia y hubo una falta de claridad y congruencia en los mensajes de su
madre. Ella estaba mandando señales confusas que lo animaban a tratar de averiguar qué
quería decir realmente y a poner a prueba los límites.
Volver a repasar la escena, pensando en otras posibilidades y anticipando los resultados
posibles, es un ejercicio interesante. Puedes querer pensar en alguna situación con tu propio
hijo cuando te enojaste y no estuviste satisfecho con el resultado. Trata de entender por qué tu
hijo puede haber respondido como lo hizo y lo que hubieras podido hacer para cambiar la
energía hacia una dirección más positiva.
Debemos ver dentro de nosotros mismos para tener una mayor claridad de los límites
que queremos poner y el mensaje que queremos enviar. Poner límites es una manera de
mostrar respeto por nosotros mismos así como con nuestros hijos; los límites son más
efectivos cuando los ponemos antes de enojarnos.
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RUPTURAS TÓXICAS
Las rupturas que implican angustia emocional intensa y una conexión desesperante entre
uno de los padres y un hijo se pueden experimentar como dañinas para el sentido del self del
niño y por lo tanto se llaman “rupturas tóxicas.” Los niños se pueden sentir rechazados e
irremediablemente solos durante estos momentos de fricción. Cuando uno de los padres pierde
el control de sus emociones y se embarca en gritos, insultos o comportamiento amenazador
hacia un niño, puede crear una ruptura tóxica. Las rupturas tóxicas se dan con frecuencia
cuando uno de los padres ha entrado en el camino de bajada. Para una persona en el estado del
camino de bajada, la comunicación flexible y contingente es imposible. Estas rupturas tóxicas,
la forma de desconexión más angustiante para los niños porque con frecuencia las acompaña
un sentimiento intenso de vergüenza abrumadora. Cuando se da la vergüenza, hay una
reacción fisiológica, los niños pueden sentir un dolor de estómago, pesadez en el pecho y un
impulso por evitar el contacto visual. Se pueden sentir desinflados y retraídos y empezar a
pensar que están siendo “malos” y defectuosos.
Cuando los padres tienen asuntos pendientes o no resueltos, corren un alto riesgo de
entrar en rupturas tóxicas con sus hijos. Los padres se pueden perder en las profundidades de
un estado del camino de bajada y aunque reconozcan la ruptura tóxica, seguramente no podrán
repararla hasta que se hayan centrado. Este centrarse con frecuencia requiere que un padre se
desconecte de la interacción con su hijo. No necesitan necesariamente crear una distancia
física, pero darse el espacio mental para centrarse usualmente es vital para que los padres se
puedan calmar. Si los padres permanecen en el camino de bajada y continúan tratando de
interactuar, estarán siendo emocionalmente reactivos y sus asuntos pendientes nublarán su
habilidad de ser padres efectivos.
Las rupturas tóxicas sostenidas y frecuentes pueden tener efectos negativos significativos
en el sentido creciente del self del niño. Es importante que se reparen estas rupturas de manera
empática, efectiva y oportuna para que no se dañe la identidad en desarrollo del niño.
Una vez que estamos calmados y podemos reflexionar en la situación, habremos dejado
el camino de bajada. Puede ser difícil que cualquiera de nosotros nos podamos percibir
lastimando o asustando a nuestros hijos, pero sí lo hacemos. Podemos estar reacios a sentir
que estamos fuera de control. Esto puede llevarnos a negar nuestro propio papel en la
conexión de ruptura tóxica con nuestros hijos. Es importante que nosotros aceptemos la
responsabilidad de nuestras acciones; un aspecto importante de la reparación es reconocer
nuestro propio papel en la conexión interrumpida: “Siento haberte gritado cuando llegaste
tarde a cenar sin haber escuchado lo que tenías que decir. Ya estaba oscureciendo y estaba
preocupado pensando que te había pasado algo. No quise asustarte gritando tan fuerte.
Realmente me excedí. Debí haberte escuchado primero y luego decirte que estaba
preocupado.” Reflexionar con el niño sobre la experiencia emocional interna del altercado
puede ser crucial tanto para el padre como para el hijo. Esta reflexión frecuentemente es
efectiva para reparar la ruptura, el sentido de vergüenza y humillación del niño por haber
recibido nuestro comportamiento del camino de bajada fuera de control.
Los diálogos y discusiones reflexivos entre los padres y el hijo acerca del nivel de la
experiencia interna, se enfocan en los elementos mentales que contribuyeron a, y que fueron
creados por la ruptura. De esta manera, el padre puede reflexionar en sus propias experiencias
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y reacciones internas así como en las del hijo. Al final, la meta es lograr un nuevo nivel de
alineación en el que tanto el niño como el padre se sientan comprendidos y conectados y
hayan recuperado su sentido de dignidad para sentirse bien consigo mismos y con la otra
persona.
Aunque se debe evitar que sucedan rupturas tóxicas, cuando ocurren, las podemos usar
como una oportunidad para una mayor visión interna y una mayor comprensión interpersonal.
En el proceso de reparación aprende que aunque las cosas se pongan difíciles a veces, se
puede volver a lograr la reconexión que trae consigo una nueva sensación de cercanía con el
padre.
LA EXPERIENCIA DE VERGÜENZA
REPARACIÓN
INICIAR LA REPARACIÓN
Cómo nos comunicamos con nuestros hijos ayuda a formar las maneras cómo aprenden a
regular sus propias emociones e impulsos. Al principio del libro hablamos de la importancia
de la región prefrontal del cerebro que ayuda a coordinar varios procesos importantes como el
darse cuenta de uno mismo, la atención y la comunicación emocional. La región prefrontal
también es crucial en el proceso de la regulación de las emociones. Una parte de esta área está
situada en un lugar donde se conecta directamente con las tres principales áreas del cerebro y
coordina sus funciones: (1) los procesos superiores del pensamiento de la neocorteza, como el
razonamiento y el pensamiento conceptual complejo; (2) el sistema límbico que genera la
motivación y la emoción en medio del cerebro; y (3) las estructuras bajas del tallo cerebral que
traen las señales del cuerpo y están implicadas en los procesos básicos como los instintos y la
regulación del ciclo sueño-vigilia y los estados de alerta y de excitación.
La región prefrontal se localiza arriba de la parte del sistema nervioso que regula los
órganos corporales como el corazón, los pulmones y los intestinos. Muchos investigadores
creen que las señales de esta parte del cuerpo entran al cerebro y ayudan a determinar cómo
nos sentimos. Resulta que la región prefrontal no sólo sirve como el “oficial ejecutivo en jefe”
y regula su funcionamiento. La región prefrontal tiene un mecanismo de “clutch” que ayuda a
balancear las funciones del acelerador y los frenos. La región prefrontal controla las ramas
simpática (acelerador) y parasimpático (frenos) del sistema nervioso autónomo. Cuando el
acelerador se activa, el corazón se acelera, los pulmones respiran más rápido y el estomago
empieza a revolverse. Cuando se aplican los frenos, suceden un conjunto opuesto de
reacciones y nuestros cuerpos se calman. Mantener el balance entre el acelerador y los frenos
es la clave para una regulación emocional saludable.
Cuando una persona se excita por algo, se activa el acelerador. Cuando decimos no, se
aplican los frenos. Puedes probar un experimento en casa que ilustra esto. Pídeles a algunos
amigos o familiares que se sienten y cierren los ojos. Pídeles que sólo se sienten
tranquilamente y observen sus sensaciones internas. Ahora di la palabra “no” y repítela clara y
lentamente cinco veces. Espera unos momentos y déjalos que se den cuenta de sus reacciones.
Ahora di la palabra “sí” clara y lentamente cinco veces. Después de darles tiempo para
reflexionar, pídeles sus respuestas. La gente frecuentemente experimenta el “no como una
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sensación de pesadez, retraimiento y una ligera incomodidad. Con “sí” comúnmente hay una
sensación de elevación, de regocijo, o de paz.
Se piensa que “sí” activa el acelerador; “no” activa los frenos. En el parentaje,
frecuentemente nos enfrentamos con la necesidad de poner límites. “No” se convierte en una
respuesta que los niños escuchan frecuentemente de nosotros, especialmente después de su
primer cumpleaños. Un niño de año y medio está emocionado explorando su entorno y ahora
tiene la habilidad motriz para convertir sus deseos en acción. Inevitablemente encontrará algo
que explorar que es peligroso y los padres querrán ponerle límites a su exploración. Cuando
establecemos un límite, se activa el acelerador del niño y luego se aplican los frenos. En una
situación ideal, cuando los frenos detienen su comportamiento, soltará su acelerador y
escuchará lo que le estamos pidiendo que haga.
Puramente en términos de funcionamiento cerebral, un acelerador activado seguido de la
aplicación de los frenos lleva a una respuesta del sistema nervioso de apartar la mirada, una
sensación de pesadez en el pecho y un sentimiento de desesperanza. Esto es similar al perfil de
vergüenza. Esta forma de vergüenza inducida por un “no” que establece límites es lo que
algunos investigadores llaman una clase “saludable” de vergüenza, a diferencia de la
vergüenza tóxica y humillante. Los niños aprenden a regular su comportamiento desarrollando
un “clutch” emocional, localizado en la corteza prefrontal que puede cerrar el acelerador
cuando se aplican los frenos y redirigir su interés en direcciones más aceptables. Los niños
aprenden que a veces lo que quieren hacer no está permitido y redirigen sus energías.
Los niños que no tienen estas importantes experiencias de establecimiento de límites
pueden tener un “clutch” emocional subdesarrollado, lo que es una base para la flexibilidad de
respuestas. Los padres que no quieren ser identificados como el “padre malo” con frecuencia
se resisten a establecer límites y no pueden darles a sus hijos estas importantes experiencias de
desarrollo. El “clutch” emocional de los niños no está suficientemente desarrollado para
permitirles recanalizar sus energías de maneras más productivas. Uno de nuestros papeles
como padres es facilitarles a nuestros hijos el desarrollo de su habilidad para balancear los
frenos y el acelerador que les permita demorar la gratificación y modificar sus impulsos. Esto
significa que nuestros hijos aprenden a escuchar “no” pero también mantener su espíritu y su
confianza en sí mismos. Estos son componentes esenciales de la inteligencia emocional. Tu
hijo está emocionado aventando juguetes o subiéndose a los muebles de la cocina. Decimos
que “no.” Se le da un enfrenón. Ayudamos a redirigirlo hacia acciones que satisfagan tanto su
energía como su deseo de movimiento así es que decimos, “puedes salir y jugar con esa
canasta de pelotas. Apuesto a que las puedes lanzar muy lejos,” o “los muebles no son para
subirse en ellos pero puedes salir y subirte en la torre junto a tu columpio, estoy seguro que
verás muy lejos desde ahí.” Ahora el acelerador se vuelve a aplicar cuando tu hijo siente tu
entonación con su estado interno de excitación por aventar o subir: suelta los frenos mientras
el acelerador ahora redirige el juego en actividades socialmente apropiadas. Establecer límites,
crear fronteras claras de comportamientos aceptables y ofrecer estructura les da a los niños
experiencias importantes que les permiten tener una sensación de seguridad. Experimentar
estos “no” esenciales les da la oportunidad de desarrollar la capacidad de autorregulación que
les permite aplicar los frenos y redirigir su energía en otras direcciones. El “clutch” emocional
de los niños que no han tenido la oportunidad de desarrollar este importante aspecto de
autorregulación frecuentemente revela una falta de habilidad para adaptarse con flexibilidad a
su entorno. “No” es seguido por un torrente de indignación y berrinches cuando su región
prefrontal no puede meter el “clutch” y crear una respuesta flexible. La desintegración que
sigue y el comportamiento inflexible es extenuante tanto para el niño como para los padres.
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Los padres les ayudan a los niños a regular este “clutch” emocional para poder balancear
su acelerador y frenos. Para poder hacer esto, un padre necesita poder tolerar la tensión y la
incomodidad que puede experimentar un niño cuando el padre establece un límite. Si un padre
no puede tolerar que el niño esté molesto es muy difícil para el niño aprender a regular sus
emociones. Es mejor mantener un “no” que establece límites con una explicación calmada de
los padres. Si siempre nos rendimos y le damos a nuestro hijo lo que quiere sólo para evitar
que se moleste, no estaremos apoyando que nuestro hijo desarrolle una habilidad saludable
para aplicar los frenos y redirigir una actividad. No es necesario o ni siquiera útil razonar
verbalmente con nuestros hijos en ese momento. Si sólo valoramos la mente lógica, nos
enfrascaremos en discusiones y negociaciones interminables y nuestros hijos pensarán que si
tienen un argumento razonable, siempre actuaremos de acuerdo a sus deseos. Algunas veces
esta bien decir, “No, eso no está bien,” o “Entiendo cómo te sientes, pero no voy a cambiar de
opinión.” No tenemos que explicar todas nuestras decisiones o dar una razón para todo lo que
hacemos y esperar que nuestros hijos estén de acuerdo con nosotros.
Si le gritamos al niño cuando se queja después de que decimos “no”, generaremos una
respuesta desafortunada profundizando la sensación de vergüenza tóxica y humillación. Con la
vergüenza tóxica, el niño se siente desconectado de nosotros, mal entendido y como si sus
impulsos fueran “malos” en lugar de mal encaminados y con la necesidad de recanalizarlos. Si
un tiño también experimenta la ira del padre, entonces la región prefrontal puede aplicar los
frenos (después del “no”) continuando la aplicación del acelerador (en respuesta a la ira del
padre). Esta es una situación tóxica, como tratar de manejar un carro pisando al mismo tiempo
el acelerador y el freno. El resultado de que el “clutch” emocional del niño fracase en soltar el
acelerador cuando se aplican los frenos es un estado de “ira infantil.” Los circuitos están
sobrecargados y el niño entra rápidamente en el camino de bajada. A veces, esa sobrecarga y
la situación del camino de bajada también se pueden dar en el padre.
Dan cuenta una historia de él con su hijo que ilustra la ruptura y la reparación.
Había hecho planes con mi hijo adolescente de doce años para ir a la juguetería a
comprar una pieza extra de equipo que queríamos para su juego de video. El único momento
en que podíamos ir ese mismo día era justo antes de una reunión muy importante. Sólo nos
quedaba media hora para el viaje a la tienda. Yo me sentía presionado e incómodo por el poco
tiempo disponible, pero no quería desilusionarlo y dije que sí cuando debería haber pospuesto
el viaje para otro día. No comimos y fuimos a la tienda y encontramos el artículo que
buscábamos. Mientras el empleado lo iba a traer, costaba veinte dólares, mi hijo tuvo unos
cuantos minutos para ver algunos programas nuevos y vio un nuevo videojuego de básquetbol
muy caro que quería comprar. Yo no estaba preparado para gastar más dinero o perder más
tiempo y le dije, “Tenemos que irnos y es mucho dinero.” Él quería usar parte de los sesenta y
cinco dólares que había ahorrado de sus domingos y haciendo tareas extras, pero lo traté de
convencer que considerara un juego más barato. Discutimos acerca de los méritos de su
elección del juego, el valor del dinero y que no necesitaba tener todo lo que sus amigos tenían.
Yo me sentía hambriento, presionado y preocupado por la reunión y estaba irritado
porque él no estaba satisfecho con los juegos que ya tenía y quería otra cosa. Empecé a
lamentarme de cómo la vida moderna americana está llena de cosas materiales y que es difícil
ayudarles a los muchachos a desarrollar buenos valores. Entonces empecé a darle el sermón
parental: “Bueno, cuarenta dólares es mucho dinero. Necesitas planear con tiempo este tipo de
90
compras. Necesitas apreciar las cosas que tienes, no puedes comprar todo lo que quieres.
Puedes pensar en esto esta semana y si todavía lo quieres el próximo fin de semana, te traigo
para que lo compres con tu propio dinero.”
“Tengo el dinero en casa. Y ya lo pensé, lo quiero comprar. Me he ganado suficiente
dinero y no me puedes impedir que lo compre,” dijo.
Respondiendo a su amenaza frente este reto estrictamente: “¡No lo vas a comprar! ¡Así
es que, vámonos!
Él respondió “Bueno. Cuando lleguemos a casa le diré a mamá y ella me va a traer y me
lo va a comprar.”
“No, ella no lo hará”
“Sí, lo hará,” me retó, “Ya verás, ella toma la decisión final, no tú. Ella me traerá de
regreso y lo voy a comprar.”
Incrédulamente respondí, “No lo hará. No vas a hacer que tu madre te compre esto.”
“Sí lo hará,” me volvió a retar, “Simplemente se subirá a su coche y me traerá de
regreso.”
“Deja de decir eso o simplemente no tendrás esta pieza del equipo que venimos a
comprar.”
“Le voy a decir que eres muy malo. Ella me traerá ahora.”
“Si vuelves a repetir eso una vez más, simplemente nos vamos a regresar a casa sin esta
pieza.”
“Bueno. Mamá también me la comprará.”
Aventé la pieza en el mostrador. Ahora que estaba entrando en mi desintegración
parental total, dije, “Ya estuvo. Vámonos.” Salí furioso hacia el carro. Cuando íbamos camino
a casa, él dijo entre lágrimas que creía que yo era un tipo muy sensible y que alguna vez, de
alguna manera, cuando menos lo esperara, se iba a vengar.
Esta amenaza me llenó el vaso y exploté en el camino de bajada. Empecé a insultarlo y
le dije que no podría jugar con su videojuego los siguientes diez meses.
Cuando llegamos a casa, él corrió con su madre y le dijo que lo había insultado y había
sido malo con él y empezó a rogarle que lo llevara de regreso a la tienda.
Él se fue a su cuarto y yo al mío. La sangre me hervía y sabía que no podía ver las cosas
con claridad y casi no podía contener mi furia. Realmente necesitaba calmarme y centrarme.
Respiré profundamente varias veces y caminé por el cuarto para tratar de sacar la tensión de
mi cuerpo. Pensé cómo podría aumentar las consecuencias hasta el año siguiente o
simplemente quitarle el videojuego para siempre. Cuando me empecé a calmar pensé en mi
hijo y en nuestra conexión rota. Habíamos pasado un buen rato jugando juntos. Yo estaba
emocionado para comprarle la pieza del equipo. Y luego pensé en su cara cuando me dijo que
quería un nuevo juego de básquetbol. Él estaba muy emocionado. Me estaba contando todas
las características de este juego y lo divertido que iba a ser y que él me iba a enseñar cómo se
jugaba para poder jugar juntos. Recordé que yo estaba preocupado por la reunión que tenía y
que me sentía contento porque podía cumplir con los planes que habíamos hecho y llevarlo a
comprar la pieza. No estaba preparado para pensar en una compra adicional de cuarenta
dólares, aunque era su dinero. Le envié una serie de mensajes confusos. Si estaba bien que
comprara un juego menos caro, ¿por qué no podía usar su dinero para comprar un juego más
nuevo y más caro? Realmente no tenía ningún sentido lógico y él lo sabía e incluso me lo dijo
en ese momento.
Pero yo no estaba abierto para escucharlo. Cuando él empezó a amenazar con que su
madre me llevaría la contra, me hundí por completo en el camino de bajada. Cuando ignoré
por completo su necesidad de autonomía (después de todo, era su dinero), él se defendió con
91
amenazas del rescate maternal. Qué triángulo. No ver el significado emocional de todo eso,
me había quedado centrado en los elementos externos: un “niño consentido” malagradecido
por la pieza que le estaba comprando ahora era tan irrespetuoso que no podía siquiera aceptar
un límite razonable en lo que podía comprar.
Establecer límites es importante y les permite a los niños aprender a tolerar la
frustración, flexibilidad de respuesta y un funcionamiento balanceado de su “clutch”
emocional. Por el otro lado, se les debe permitir a los niños tomar sus propias decisiones y
aprender de las experiencias de cometer ciertos errores. Aunque era totalmente razonable
limitar lo que mi hijo quería comprar, mi falta de habilidad para ver su frustración, expresada
por sus amenazas de “acusarme con su madre”, me llevó a frustrarme. Ya no podía ser un
padre efectivo. Me convertí en un saco de neuronas que reaccionaban simplemente
respondiendo con consecuencias parentales no efectivas y con un lenguaje inapropiado. Estaba
totalmente sumergido en el camino de bajada.
Una manera de ver esta situación era que propio acelerador y mis frenos estaban siendo
aplicados simultáneamente y ya no podía “manejar el carro” de mis emociones. El no haberme
entonado con su emoción por el juego pudo haber disparado mi propia condición de
sobrecarga de acelerador-frenos y él empezó a tramar su respuesta. Mi respuesta a esto fue en
paralelo y ninguno de nosotros se pudo comunicar efectivamente con el otro.
Después de reflexionar en toda la experiencia quería acercarme para reconectarme. Fui a
su cuarto y me senté en el suelo junto a la cama, en la que él estaba sentado llorando. Le dije
que sentía que nos hubiéramos peleado y que quería contentarme con él. Él simplemente
apartó la mirada, pero dejó de llorar. Le dije que lo que le había dicho estaba mal y que me
gustaría que averiguáramos qué había sucedido. Él habló del juego y que había estado
pensando en él por mucho tiempo. Sólo que yo no sabía esto, dijo, y que debería haberle
permitido comprarlo. Le hablé de cómo entendía yo lo que había sucedido y que estaba
preocupado y lo que me pasaba por la mente en ese momento. Le dije que me daba cuenta de
lo emocionado que estaba con el juego y por mis preocupaciones no había compartido esa
emoción. Él empezó a llorar. Lo abracé y le dije que había yo había sido muy tonto. Me
disculpé por haberlo insultado. Le dije que me había frustrado y que la consecuencia de diez
meses sin videojuego era exagerada.
Le dije que ahora entendía y respetaba la importancia de que él decidiera en qué gastar
su propio dinero. También le expresé lo que yo pensaba de su parte en la pelea, señalando que
él presionó demasiado los límites amenazándome con acusarme con su mamá y con
“vengarse”. Le dije que entendía que estaba enojado, pero que había presionado demasiado
aunque estuviera enojado. Yo había hecho lo mismo, le dije.
Le dije que su madre y yo hablaríamos más tarde para hacer un plan de cómo manejar la
situación. Más tarde ella y yo decidimos que quitaríamos la consecuencia exagerada y no
compraríamos las cosas hasta la siguiente semana. Más tarde, ese mismo día, tuvimos una
reunión familiar para revisar lo que había sucedido. Él y yo contamos nuestra historia acerca
del pleito en la juguetería y después de algunas lágrimas al volver a contar la historia, nos
reímos mucho cuando cada uno actuó el papel del comportamiento del otro. Él me imita muy
bien.
92
EJERCICIOS DESDE EL INTERIOR
REFLEXIONES EN LA CIENCIA
A Schore. “Early Shame Experiences and the Development of the Infant Brain.” En P. Gilbert
y B. Andrews, eds. Shame: Interpersonal Behavior. Psychology and Culture. Pp. 57-
77. London, Oxford University Press, 1998.
D.J. Siegel. The Developing Mind. New York: Guilford Press, 1999. Capítulos 6 y 7.
A. Sroufe. Emotional Development: The organization of Emotional Life en the Early Years.
New York, Cambridge University Press, 1996.
98
BIBLIOGRAFÍA 8.
Solomon, Marion F. y Siegel, Daniel J. (2003). Cap. 1 y 2. En Healing Trauma,
attachment, mind, body, and brain. Norton. U.S.A. pp. 1-99.
1
An Interpersonal Neurobiology
of Psychotherapy: The Developing Mind
and the Resolution of Trauma
Daniel J. Siegel
The field of mental health is in a tremendously exciting period. Recent find ings from
cognitive neuroscience have revealed some new insights into how mental processes
emerge from the activity of the brain. Independent advances in the science of
development, especially longitudinal studies in the field of attachment, shed new light on
how early experiences influence such fundamental processes as memory, emotion, and
the regulation of behavior. The often isolated fields of neurobiology and attachment have
a fascinating set of convergent findings relevant to the understanding of trauma.
Examination of these and other areas of research can offer us new ways of understanding
how the developing mind is shaped by the interaction of interpersonal experience and
neurobiological processes in the creation of the human mind. This approach has been
described as “interpersonal neurobiology” in earlier writings (Siegel, 1999, 2001a) and
will serve as the conceptual foundation for this chapter.
By drawing on a wide array of independent branches of science from
neurobiology to attachment, we can deepen our understanding of human experience and
the art of psychotherapy. An extensive interdisciplinary approach can draw on findings
from a wide range of isolated academic disciplines to find the convergence of
perspectives. Such a consilience (Wilson, 1998) or unity of knowledge helps us to
remain grounded in the “objective” empirical findings of science as we focus on the
equally real aspect of the “subjective” mental lives of our patient/clients. Such a
broadened view can enable practitioners to gain new insights into their own work and
also to propose some new possibilities that expand their therapeutic potentials and point
to new directions for the future. Our efforts to enhance and understand mental health can
be greatly nurtured by a scientifically grounded interdisciplinary focus on the mind, the
brain, and human relationships.
99
As relationships are created by the communication patterns between people, one can
envision that psychotherapy allows two minds to join each other as they share in the flow of
energy and information between them. This joining process may feel exhilarating, but how
does it promote change and healing? How do we incorporate the ideas about relationships and
development into our modern understanding of brain and mind? How can we move as
psychotherapists between the intersubjective nature of interpersonal communication and the
ways in which mental processes emerge from patterns of neural firing? Let us take this
seeming conceptual leap and build a practical bridge that is founded in science and can deeply
inform our understanding of subjective life and human development across the lifespan. Here
are some ideas that serve as building blocks.
The location of firing within the brain determines the nature of the emerging mental
process. The particular activation determines the nature of the representation. For example,
visualizing the Eiffel Tower in your mind may involve activation of areas of the occipital
cortex, in the back of the brain. Visualizing the Grand Canyon may involve similar areas, but a
distinct neural net profile of activation. What we don’t yet know is exactly how neural firing
patterns create the subjective experience of mental processes and representations. The brain
functions as an associational organ, making functional links among various representations
and processes. In this manner, when recalling the Eiffel Tower, you may first see the tower in
your mind’s eye, then sense the smell of baguettes, feel a romantic urge, and then recall
actually being there with your lover. These can all be triggered by the linguistic representation
of “Eiffel Tower” with the subsequent cascade of multirepresentational associational linkages.
This is the foundation for memory and imagination.
New neural connections in response to experience can be made across the lifespan. As
new synapses are formed in response to experience, we create the foundation for memory. In
this way experience, memory, and development are overlapping processes. Recent findings
from neuroscience also suggest that new neurons growing in integrating regions of the brain
may also continue to emerge across the lifespan. How experience especially that of
psychotherapy, may continue to create new neural connections and perhaps initiate the growth
of new integrative neurons is yet to be determined. We will be focusing on the process of
neural integration as the fundamental manner in which the brain creates functional linkages by
making neural connections across disparate regions. These pathways of neural integration are
the same pathways that help with self-regulation. As we’ll see, when we think about how to
help a traumatized individual to heal, we may be focusing directly on how the therapeutic
interpersonal experience enables integrative fibers to actually grow and thus enable new
abilities to be attained. We will have to await the empirical research to prove it, but this is the
central hypothesis for the view described in this chapter.
We will examine how traumatic experiences influence the development of the brain
and the mind and how these experiences and the adaptations to them can create clinical
difficulties. Then, we will offer an approach to psychotherapy that is based on an interpersonal
neurobiological understanding of development, mental health, and the power of relationships
to nurture and to heal the mind.
The human mind is a complex system. In order to deepen our understanding of the mind’s
response to trauma and how the healing process can occur, it is helpful to examine the nature
of complexity and its potential relationships to mental well-being.
100
The nonlinear dynamics of complex systems, revealed in the mathematically derived
probability perspective of chaos theory or complexity theory, can help us to understand how
systems capable of chaotic behavior organize themselves over time. The application of
complexity theory to mental processes is an exciting adventure into consilience and a
deepening of our ability to understand such processes as self-regulation, states of mind, and
interpersonal relationships. Complexity theory offers several conceptual foundations that can
serve as guide posts to creating a working definition of mental health (Siegel, 1999, 2001a).
A complex system is defined as one that is open, multilayered, and capable of chaotic
behavior. The behavior of the component parts of a complex system can be described by
assessing their emergent states as they change across time. These states involve the activation
or position of the component parts (water molecule position in clouds, neuronal activation
profiles for brains, and the flow of energy and information for minds). The nonlinear
dynamics of complex systems describe the ways in which small changes in initial input to the
system can lead to large and unpredictable outputs. A dynamic (complex) system can thus be
observed and its short-term states anticipated, but in the long run the emergence of overall
states cannot be exactly predicted. The human mind, and indeed pairs of minds and
communities of minds, meets these criteria for complex systems (Cicchetti & Rogosch 1987;
Fogel et al., 1998; Boldrini et al., 1998).
Here are some salient principles of complexity theory that are relevant to
psychotherapy and mental health:
1. Complex systems have a self-organizational process that emerges out of the nature
of the properties of their component parts;
2. The flow of states of the system has recursive features, both internal and external,
that reinforce the flow in a particular direction;
3. Both internal and external constraints, or features, determine the course of change
or trajectory of the system over time;
4. Self-organizational processes tend to move the system toward maximal complexity;
5. The ability to create maximally complex states offers the most stable, flexible, and
adaptive states to emerge. Complexity is a state of the system that flows between
sameness, rigidity, order, and predictability on the one hand and change,
randomness, chaos, and unpredictability on the other;
6. Complexity is achieved by the balancing of the two fundamental processes of
differentiation and integration; and
7. The inability of the system to move toward complexity can be seen as a form of
“stress” to the system.
One exciting idea that emerges from the application of complexity theory to mental
processes is this: Systems that are able to move toward maximal complexity are healthy
systems. They are the most stable, adaptive, and flexible. What a wonderfully concise
definition of well-being! Mental health can thus be defined as a self-organizational process
that enables the system—be it a person, relationship, family, school, community, or society—
to continually move toward maximal complexity.
The brain appears to be naturally driven, by both genetic information and the impact of
experience, to differentiate its circuitry. Such a process enables the brain to achieve an
unfathomable variety of cognitive processes. Some have estimated that the number of firing
patterns within the human brain is an astonishing ten times ten one million times (ten to the
millionth power)! Of course these are human brains that are making this estimation, so they
101
are a bit biased. Nevertheless, even the fact that we can reflect on our own mental processes is
quite amazing. We now believe that complex mental processes emerge from neural firing
patterns that are profoundly influenced by synaptic connections created by our inheritance and
our experiential history. One aspect of brain development is the specialization of function of
component parts that we have called differentiation. The other important aspect of
development is the bringing of these parts together into a functional whole in the process
called integration.
The complex web of interconnected neurons in the brain and the rest of the body
become functionally linked through neural integration, which enables the differentiated
circuits of the brain to become part of a coherent information processing system. Complex
mental processes thus depend upon widely distributed regions of the brain to be linked
together into a functional whole. Memory is one such process: The association of neuronal
firing from distributed areas of the brain is the essence of memory. We learn by how our
neurons create functional linkages in the moment of initial learning that then influence the
likelihood of these neurons firing together in the future. This view is called “Hebb’s
Hypothesis” and is named after the psychologist physician, Donald Hebb, who described the
phenomenon over fifty years ago summarized as “neurons which fire together, wire together.”
Memory is based on this process of integration. Learning requires that we create linkages to
alter the nature of our future neuronal firing patterns.
These dynamic processes create a flow that moves toward complexity by balancing the
differentiation (specialization) of components with the integration (bringing together as a
functional whole) of components of the system. In experiential terms, complexity flows
between boredom and anxiety. Optimal flow runs right down the middle and is experienced as
a kind of harmony. When a system does not move toward complexity, it can be seen as
“stressed.” Such deviations move the system to either side of complexity: rigidity (monotony)
on the one side, chaos (cacophony) on the other. A stressed system does not) function
optimally, oscillating to either side of complexity. This is the hallmark of unresolved
posttraumatic conditions. We can apply these ideas to optimal learning experiences. Learning
environments which bombard an individual with information that cannot be processed
effectively produce stress in that they overwhelm the system and lead to chaos and
uncertainty. Experiences that are under-stimulating create stress in that they are filled with
excessive sameness and predictability and do not enable the system of the student’s mind to
move toward complexity. In effective psychotherapy, the therapist offers the client a
relationship foundation and specific experiences that help to promote complexity during the
session and eventually to have the ability to self-organize and move toward complexity
outside the sessions.
The Mind
Psychotherapy focuses on healing the mind. But what is the mind? One way to address this
important question is by looking at the definition of the psyche. Webster’s Dictionary defines
psyche as follows: “1. the soul; 2. the intellect; and 3. in psychiatry—the mind considered as a
subjectively perceived, functional entity, based ultimately upon physical processes but with
complex processes of its own: it governs the total organism and its interaction with the
environment.” Within this definition one can see some profound and basic ideas. As
psychotherapists, we are helping the psyche grow and develop toward psychological health.
We are focusing on the soul, the intellect, the spirit and the mind. The idea of mind embraces
the central importance of subjectivity (not merely objectivity), of a process (not a static entity)
that has intimate origins in neurophysiological processes (the “physical”) and yet with
characteristics distinct from its physical origins. The profound importance of the psyche (and
the mind) is underscored by its role in governing the total organism—and its interaction with
the external world.
A variety of disciplines explore the nature of the mind in its ability to process
information and to regulate the function of the individual in adapting to the environment.
These various conceptualizations of mind often share the notion that the mind is more than a
physical entity—such as brain activity alone—and yet emerges from and also regulates the
“self” and the physiological processes from which it emerges.
The mind develops throughout life as we interact with others in our environment. The
genetically influenced timing of the emergence of specific brain circuits during the early years
of life makes this a time of exquisite importance for the influence of interpersonal
relationships—with parents and other caregivers—on how the structure and function of the
brain will develop and give rise to the organization of the mind. Overwhelmingly stressful
experiences may have their greatest impact on the growth of the mind at the times when
104
specific areas of the brain are in rapid periods of development and reorganization. For this
reason, the early years of life may be a time of enhanced opportunity as well as of
vulnerability. Trauma during the early years may have lasting effects on deep brain structures
responsible for such processes as the response to stress, the integration of information, and the
encoding of memory (De Bellis, 1999b; Teicher, 2002). As we will see, specific “states of
mind” can also be deeply engrained as a form of memory of trauma, a lasting effect of early
traumatic experience. States of fear, anger, or shame can then reemerge as a characteristic trait
of the individual’s responses.
The mind has an organization to its processes that can be described and studied. Mental
processes such as memory, emotion, attention, behavioral regulation, and social cognition can
be understood by examining the nature of brain activity. Recent technological advances have
permitted truly new insights into the nature of the mind. For example, our modern view of the
brain and its response to experience has shed some new light on how experience directly
affects gene function, neuronal connections, and the organization of the mind (Kandel, 1998).
Three principles serve as the backbone of an interpersonal neurobiology of the mind
that help us find a definition of the mind that is derived from a wide array of scientific
disciplines. The first principle is that the human mind is a process that regulates patterns in the
flow of two elements: energy and information. The second principle is that such a flow can
occur within one brain or among two or more brains. In this way, the mind is created in the
interaction between neurophysiological processes and interpersonal relationships. This is one
reason why the mind is not the same as the brain: Energy and information flow may originate
in neuronal processes, but can extend beyond a single brain, which is why interpersonal
relationships, such as psychotherapy, can be fundamental to altering the mind. In addition,
energy and information flow—the mind—can itself alter neuronal firing patterns. In this way,
alterations in mind, coming in part from interpersonal communication, can create lasting
changes in neuronal structure and function that can in turn powerfully transform the mind. In
other words, the mind can alter the brain and the brain can alter the mind.
The idea of flow is that something changes across time. It’s a dynamic process, like a
river. Energy is not some magical, mystical thing; rather, it is literally the physical property of
energy. It’s the flow of ions, for example, down the axonal length. Energy flow is about the
consumption of energy in the brain as neural circuits are becoming activated in the brain. The
other entity that flows within the mind is the processing of information. This information can
flow within one brain, or between brains. Deeping our understanding of these fundamental
components of the mind can help us to understand others, and ourselves, and perhaps offer
new ways of helping others heal.
These issues raise an important point about how experiences shape the mind, bringing
us to a third basic principle: The mind emerges as the genetically programmed maturation of
the brain responds to ongoing experience. This third principle enables us to examine directly
the notion that both genetic information and experience directly shape the connections within
the brain that shape the mind. It is not a matter of nature versus nurture, but rather it is that
nature needs nurture. Experiences shape the brain connections that create the mind and enable
an emerging sense of a “self” in the world.
How do the processes of the mind emerge from the neuronal activity of the brain? Recent
advances in brain imaging have been profoundly important in expanding our understanding of
how the brain gives rise to the mind-but they are not the same as visualizing the mind itself or
105
reducing the mind to only brain activity. Recent writings often focus on the mind as being
essentially equivalent to the brain. That is, if you put a person in a brain scanner and the brain
reveals certain activity, then somehow we are visualizing the mind. That view reveals what
can be called a “single skull psychology” which does not provide a complete picture that helps
us to fully understand mental health or the power of relationships to hour or to heal.
The brain is composed of billions of cells called neurons, which are long entities with a
central nucleus (containing genes) and long extensions called axons. At the axonal end, one
neuron connects to others at a small space called a synapse that enables packets of
neurotransmitters to be released. These chemicals can activate, or inhibit, the “downstream”
post- synaptic neuronal firing. Neuromodulators, another form of chemical that can be
released, can have more long- term influences on the probabilities of neuronal firing and on
the creation of new synaptic connections (Le Doux, 2002). Neural firing is the equivalent of
an electric current, known as an action potential, flowing to the dendritic receiving end and on
the axonal end where it will in turn lead to the release of neurotransmitters for the activation,
or inhibition, of the subsequent neuron. The key to the complexity of all of this is that an
average neuron connects directly to about ten thousand other neurons. Given that the adult
brain has over ten billon neurons, with over two million miles of length of axonal fibers, the
spiderweb–like connections create a virtually infinite variety of on–off patterns. It is the firing
patterns, or “neural net profiles”, that are believed to create mental process.
The brain itself is composed of a massively complex network of interconnected
neurons. The activity of neurons occurs in a network of activation –a certain portion of a
spiderweb–like neural network activate across time. It is the specific pattern of this brain
activity across that determines the nature of the mental processes created at a given moment:
the timing and location of neural activation within the brain determine the “information”
contained within the neural net patterns or neural “maps”. Activity in sensory regions may
mediate perception and the specific nature of this firing way signify the different aspects of
perceptual information: a visual stimulus, auditory input, or tactile sensation, for example.
Information carried within perceptual regions often becomes integrated into a larger “cross–
modal” perceptual system. Such an integrating process is an example of how the brain
functions as a hierarchical set of layers of relatively distinct component elements or processing
modalities whose neuronal activity may become clustered together into a functional whole.
This is one example of neural integration.
The brain as a system is composed of hierarchical layers of component parts that can
be analyzed at a number of levels: single neurons, neuronal groups, circuits, systems, regions,
and hemispheres. At birth the brain is the most undifferentiated of any “organ” in the body. As
development unfolds, neural pathways are created as synapses are formed which allow for the
creation of these component parts to become differentiated and to carry out such features as
attention, perception, memory, and emotional regulation. A huge number of genes encode for
the timing and general details of how circuits are to develop early in life. However, the
creation, maintenance, and elaboration of neural connections may often also require that they
be activated in a process sometimes called experience –or activity – dependent development.
Experience activates specific neuronal connections and allows for the creation of new
synapses and the strengthening of existing ones. In some cases, lack of use leads to impaired
synaptic neuronal connections and allows for the creation of new synapses and the
strengthening of existing ones. In some cases, lack of use leads to impaired synaptic growth
and to a dying away process –called pruning– in which connections are lost and neurons
themselves may die. Such a pruning process appears to be a major event during the adolescent
years, in which the huge increase in synaptic density created during the early years is then
106
pruned to the lower densities if the adult years (Spear, 2000). How genetically encoded
information interacts which environmental and interactive elements to determine the nature of
this important adolescent pruning period is open to future investigation.
The differentiation of the brain during the early years of life is dependent upon both
genetic information and proper experiential stimulation. It is for this reason that the early years
–when the basic circuits of the brain are becoming established that mediate such processes as
emotional and behavioral regulation, interpersonal relatedness, language and memory– are the
most crucial for the individual to receive the experience that enables proper development to
occur. Attachment studies suggest that these experiences are about the interactions between
the child and the environment, especially within the child’s social world, rather than merely
the sensory bombardment that some parents feel pressured to offer their children in the form
of visual or auditory stimulation in hopes of “building better brains”. As we’ll see, the
experiential food for the mind is in the form of collaborative communication rather than
sensory overload.
The activity of the brain processes information via patterns of neural activity, which
serve to “represent” aspects of the internal or external world. This mental symbol, code, or
image is conceptualized as being created within patterns of neural net firing, sometimes called
a “neural net profile” or neural map. For example, when we recall a visual image, such as the
house we grew up in, the firing of a pattern of neural circuits within our visual system is
similar but not identical to the pattern or map that fired when we were actually there years ago.
Memory, as with other mental processes including ongoing perception, is an actively
constructive process that draws on a range of neural systems and is shaped by a wide variety
of external and internal factors. Within the brain, the pattern of activation (energy) of
distributed neurons acts as a symbol (information) of some experienced event that is
constructed by the mind itself.
Let’s examine one way of thinking about energy and information flow as fundamental
to the neurobiological, subjective, and interpersonal nature of the mind. For example, when we
speak to each other with language, we transfer information through patterns of energy flow.
For spoken language, such energy flow is in the form of vibrations in air; for the written word,
the energy flow is in the form of photons passing from a page or screen to the retina of the
eye. In either form of communication, energy is transferred from one place to the brain, with
activation of perceptual circuits that lead to more complex language processing. Watch what
happens with information flow in this example. Read the following words: Eiffel Tower. Now
close your eyes briefly and notice what happens. After you open your eyes, think about what
you noticed. Did you see an image in your mind? For many people, an image of the Eiffel
Tower appears in their “mind’s eye.” Let’s look at how that might have happened.
In my brain, there is a pattern of neural activation which we will be focusing on, the
idea of this architectural structure that we label with the linguistic symbol, Eiffel Tower. My
nerves then connect to my fingers and I type the words, Eiffel Tower. You read these words
and the visual input on your retina then activates your optic nerve and the input activates
neural firing in various parts of your brain and in particular goes to the left side of your brain
where there are linguistics processing centers. If you’ve heard the term Eiffel Tower before
then, that energy flow has symbolic value. It contains information and then you have a whole
association of mental processes that are believed to come from the activation of specific
circuits in your brain. Some people may experience emotional sensations as well. Some even
get hungry for a baguette. You can have all sorts of sensations and the brain is all about
making associations and integrating different activation profiles. This is an example of the
flow of energy and information and it comes from my mind to yours. In this way, we can see
107
that the mind, in fact, is not just what happens in a single brain but that it can be created
between brains as well.
When we focus on the brain we must remember that we never mean to separate the
brain from the body. The brain is an integral part of the body that contributes to the creation of
“self.” Sometimes that integration of brain and body is broken, which is one aspect of the
consequence of trauma. When you see the word “brain” in this chapter, you should
automatically think to yourself, brain-body. We shall explore how certain parts of the brain
and other areas in the body perform specific functions as part of the integrated biological
system that creates the experience of mind. At times, the integration of this system may be
“dis-integrated” as in dissociative experiences, which can be understood as the disconnection
of anatomically distinct regions into a .functional disassociation. Understanding how the brain
(read “brain as an integral part of the body”) functions can enable us to have a deeper
understanding of the subjective experiences of the mind.
How does experience affect the brain? How can human relationships, supportive or
traumatizing, influence the activity and development of the brain? What are the mechanisms
by which interpersonal experience can actually shape; neuronal activity and growth? Some of
the more devastating effects of trauma occur within relationship-based experiences, such as
domestic violence or child abuse. Grounding ourselves in a neuroscience of relationships can
allow us in the field of mental health to approach our work with a deeper understanding of the
central importance of interpersonal experience in creating the subjective life of the mind.
As complex systems, the mind and the brain are regulated by a process that is
influenced by both internal and external variables known as constraints. Internal constraints
are the nature of the synaptic connections among neurons. External constraints include
environmental experiences, such as patterns of interpersonal communication with others in
emotionally significant relationships. Self-regulation is a key to mental health, as we’ll explore
in greater detail in the chapter. Psychotherapeutic relationships can enable external variables
to be altered in the form of two-person governed self-regulation. In turn, these experiences
(external constraints) can help modify the synaptic connections (internal constraints) that
enable the individual to achieve new levels of flexible and balanced forms of self-regulation
(self-organization enabling complexity to be achieved).
The simple idea is this: Human connections within relationships can shape the neural
connections of the brain from which the mind emerges. In this manner, relationships may not
only be encoded in memory, but may also shape the very circuits that enable memory to be
processed and self-regulation to be achieved. This is the source of the power of relationships
to nurture and to heal the mind. As relationships serve as an external constraint to modify the
trajectory of the system, the internal constraints become altered and the system then changes
its ability to move toward complexity and thus to achieve states of mental health.
Discoveries over the last several decades have resulted in a number of fascinating notions
about the divided brain and mental processes. Trevarthen (1996) as well as Tucker, Luu,
and Pribram (1995) have described the ways in which the right and left hemispheres of the
brain are dominant for the mediation of distinct modes of representational processing. From
before birth, the brain reveals an asymmetry in its structure and development. Comparative
zoology, the study of other animals besides ourselves, reveals that the nervous system is
asymmetric. In humans, studies of in utero development indicate an early difference in the
108
subcortical structures on the left and on the right in what are called dorsal and ventral trends.
When the baby is born, the connections among the neurons, especially in the cerebral cortex,
are very immature. There is a motivational drive from these asymmetries in the subcortex
that exists in utero to push for very different processing systems in the left hemisphere versus
the right.
The right hemisphere is dominant in its growth during the first three years of life. The
right side of the brain processes information as nonverbal signals in a holistic, parallel, visual
spatial manner. Self-soothing is also a major function of the right hemisphere. The right
hemisphere is usually dominant for nonverbal aspects of language (tone of voice, gestures),
facial expression of affect, the perception of emotion, the regulation of the autonomic nervous
system, the registration of the state of the body, and for social cognition including the process
called theory of mind. Some views suggest that the right hemisphere is able to experience
more intense emotionally arousing states of mind. Furthermore, the retrieval of
autobiographical memory appears to be mediated by the right hemisphere. Also, both the
registration and regulation of the body’s state appear to be predominantly mediated by the
right hemisphere. Recent studies of flashback conditions suggest an intense activation of the
right hemisphere visual cortex and an inhibition of left hemisphere speech areas (Rauch et al.,
1996).
The left side of the brain, in contrast, develops later on and is about linear processing
using linguistics in a logical fashion. Three L’s—linear, logical, linguistic! Left hemisphere
processing uses something called syllogistic reasoning, looking for cause-and-effect
relationships that can explain the rightness and wrongness of things. Now, if you think about a
coherent story, what is it? It’s the logical, linear telling of a sequence of events using words.
Stories can be depicted using other modalities, such as drawing, but we are focusing on the
language-based narratives now. The linear telling of a story is driven by the left hemisphere.
In order to be autobiographical, the left side must connect with the subjective emotional self-
experience that is stored in the right hemisphere. The proposal is this: to have a coherent story,
the drive of the left to tell a logical story must draw on the information from the right. If there
is a blockage, as occurs in PTSD (posttraumatic stress disorder), then the narrative may be
incoherent.
When one achieves neural integration across the hemispheres, one achieves coherent
narratives. The deeper healing process is the acquisition of neural integration which can be
achieved through the telling of coherent narratives as well as other ways. Trauma may induce
separation of the hemispheres, impairing the capacity to achieve these complex, adaptive, self-
regulatory states and revealed in incoherent narratives. Such separation may at times be due to
impaired growth of the corpus callosum that connects the two hemispheres to each other as
has been recently shown to be damaged in cases of early child abuse and neglect (Teicher,
2002; De Bellis et al., 1999a, 1999b).
As we’ll discuss below, impairment in representational integration in general including
the bilateral integration of information processing between right and left hemispheres in
particular may be a core deficit in unresolved trauma. Therapeutic interventions that enhance
neural integration and collaborative interhemisphere function may be especially helpful in
moving unresolved traumatic states toward resolution. The strategic activation of specific
information processing modalities may be a mechanism of action in the creation of coherent
narratives, as can be seen as an outcome in various approaches to the treatment of individuals
with PTSD. Cognitive behavior therapy (CBT), psychodynamic psychotherapy and eye
movement desensitization and reprocessing (EMDR) are approaches that each may be
successful to the extent that they selectively activate representational processes that are
109
dominant in each hemisphere and then promote their integration via simultaneous activation.
Such therapeutic experiences may move the brain to link these otherwise isolated processes
into a functional whole.
One of the many exciting findings of attachment research is that there is a group in
adult attachment studies called “earned secure.” (See Roisman et al., 2002, Phelps, Belskg, &
Cmic, 1998). These are adults who appear to have had difficult childhoods, but have come to
create a coherent narrative: They have made sense of their lives. The children attached to these
adults have secure attachments and do well! History is not destiny—if you’ve come to make
sense of your life. It isn’t just what happened to you that determines your future—it’s how
you’ve come to make sense of your life that matters most. Moreover, the experience in later
relationships can actually change the future development of the mind. It seems likely, based on
indirect evidence in humans, direct evidence in animal studies, and convergent findings from a
number of independent disciplines, that this effect is mediated through the impact of
experience on the unfolding of brain structure. What we do in psychotherapy is to constantly
work at deep levels with the body, with emotional and with many different elements of
memory, to help people make sense of their inner worlds and their interpersonal lives. Such a
making-sense process may depend upon various layers of neural integration.
As we explore the nature of trauma, we need to focus on how traumatic experience may alter
synaptic connections in a manner that impairs subsequent functioning in unresolved states.
One proposal is that trauma directly impairs the capacity to integrate a range of cognitive
processes into a coherent whole. When attachment experiences are not optimal, mental
processes may be shaped to adapt in ways that do not promote optimal well-being. These are
often organized adaptations that may restrict the flexibility of the individual to respond to new
environments in the future.
In the extreme situation when an organized adaptation is not possible, such as in
severe, early, and chronic abusive childhood experiences, recent research has demonstrated
that several areas of brain development are significantly damaged. Recent studies of brain
anatomy in abused children have demonstrated an associated reduction in overall brain size as
well as the specific finding of impairments in the development of the corpus callosum, the
bands of neural tissue allowing for the transfer of information between the two halves of the
brain (De Bellis et al., 1999a and 1999b). In addition, the cerebellar vermis may be damaged
and unable to support the inhibitory gamma amino butyric acid input to the hypothalamic
nuclei in the brain stem nor to perform its soothing function on the limbic structures (Teicher,
2002). In addition, the explicit memory and impair the acquisition of a sense of self in the
world. These direct brain insults, likely due to excessive stress hormone secretion that is
neurotoxic, produce an unfortunate cascade of recursive properties in which the child may be
limited in the capacity to integrate mental processes and soothe emotional lability.
Experience can be defined as the activation of neural firing patterns in response to an
internal or external stimulus. We now know that neural activation, under certain conditions,
can actually lead to the turning on of genes leading to a cascade of biochemical changes in the
neural cell that eventually enables proteins to be produced. In this manner, genes have two
functions: They en-code information in the sequence of their DNA nucleotides and they can
be transcribed into RNA and then translated into protein which enables neural connections to
be altered. In other words, experience (the activation of neural firing patterns) can activate
110
genes (thus leading to protein production) and therefore change brain structure (Meaney,
2001; Suomi, in press).
When overwhelmingly stressful experiences occur, the brain may respond with
excessive cortisol secretion which, if sustained, can lead to neuronal cell death. As neural
circuitry continues to develop, it may be those areas that are growing at a particular time and
those with increased cortisol receptors, such as in the hippocampus, that are especially
vulnerable to the neurotoxic effects of excessive and prolonged cortisol secretion.
There is no question that genes program the maturation of the brain. But experience
also shapes the structure of the brain. Kandel (1998) has demonstrated that the activation of
neurons (experience) can lead to the activation of genes. The ensuing production of protein
then enables new synapses to form. Recent studies in neurobiology suggest that new neurons
may also be able to grow from uncommitted stem cells after birth, and perhaps throughout life
(Benes, 1998). We do not yet know how experience may stimulate stem cell growth and
differentiation. Experience in general alters the mind by changes in the synaptic connections
among neurons. As clinicians, our goal is thus to explore the ways in which the therapeutic
relationship may be able to create lasting changes in our patients by way of changes in neural
connections. Experiences, such as those in psychotherapy, theoretically (this has not yet been
proven) should be able to change brain structure, not merely brain function. In this chapter we
are exploring some possible mechanisms by which relationship experiences may promote
mental health by altering the connections among neurons.
The exciting challenge we now have as modern psychotherapists is to learn about these
basic biological processes and begin the important work of determining what types of
experiences for which people can produce desired changes in brain structure and therefore
function. Such functional changes, if they are lasting, are likely due to changes in neuronal
connectivity. Of course some conditions may require a multimodal approach, involving
various dimensions of psychotherapy, family involvement, medications, and other forms of
treatment such as biofeedback or occupational therapy. In the second half of this chapter, we
will be focusing on the former dimension in exploring how the therapeutic relationship can be
harnessed to promote healing in an individual who has experienced trauma.
As psychotherapists, understanding how anatomically separate processes can be
disintegrated is useful in deepening our understanding of trauma and its treatment. That is,
instead of being integrated as a whole, anatomically distinct areas responsible for the creation
of particular forms of memory, for example, may be disassociated. This is one of the profound
effects of trauma. But here is the great thing: Our brains are extremely social. How one brain
interacts with another has important effects on how the brain functions. Social interactions are
one of the most powerful forms of experience that help shape how the brain gives rise to the
mind. We can come to believe this view not because we are therapists and we believe in this
idea; this scientifically validated perspective is true because of evolution. The human brain
reveals the fact that the processes involved in self-regulation, the creation of meaning, and
interpersonal communication involve overlapping neural circuits. These are the same circuits
that mediate emotion and seem to be part of the process that creates autobiographical memory.
So we have this exciting finding that emotion, self-regulation, and interpersonal
communication are mediated by similar regions, which tells us that we have to get out of a
single skull view of mind and brain.
As described earlier, the mind can be defined as a process that regulates the flow of
energy and information—not just within one person, but across individuals as well. The brain
becomes literally constructed by interactions with others. As we participate in the “co-
construction” of each other’s minds, intimately sculpting the unfolding of our mutually created
111
life stories, we find that our most intimate personal processes such as self are actually created
by our neural machinery that is, by evolution, designed to be altered by relationship
experiences. Thinking of minds in this interpersonal and neurobiological way gives us the
conceptual foundation in which we can smoothly shift our focus between neurons and
narratives.
In The Developing Mind, I offered a three-dimensional, readily accessible model of the brain.
It is actually right in the folded fingers that make up your fist. Here is a brief overview of that
model.
If you take your thumb and bend it into your palm and bend your fingers over the top,
you will have in front of you a surprisingly accurate model of the brain! This model helps to
illustrate the important relationships between structure and function in the brain. The brain has
billions of interconnected neurons and trillions of synaptic connections. When you read a
simple phrase, such as that “the hippocampus carries out explicit memory,” it is important to
be careful about oversimplifying what that actually means. Let’s look at the idea of “carries
out” or “is involved in” or “mediates” or “subsumes.” If I write that the hippocampus mediates
explicit memory, that’s true, but what does that mean? It doesn’t mean we take this part of the
brain called the hippocampus, put it in a test tube and say “remember”; it doesn’t work that
way. So we have to be careful not to be reductionistic about saying this part of the brain does
this and, therefore, it is the only thing that does this. A more accurate way of describing it is
that the hippocampus is essential for integrating a number of crucial processes that then create
the mental experience of this certain form of memory. Now that’s a lot of words to use so
authors use terms like it does, it mediates, it subsumes, it’s responsible for, or it’s needed for.
For example, the hippocampus isn’t fully developed until about 16-18 months of age, so you
don’t see explicit memory before then because this area of the brain isn’t ready to handle those
processes. This is an example of the utility of understanding brain structure, function, and
development.
There are 10 to 20 billion neurons in the adult brain, but of course we cannot review
them individually, so instead, we’ll divide the brain into three major areas and talk about what
role they play in the larger system. These areas are clustered together into anatomical groups
with functional similarities and linkages.
To return to our “folded fist” model, if you face your fingernails toward you, this
“person’s” eyes would be at the two center fingernails; the ears would be coming out the side,
the top of the head at the top of your bent fingers, the back of the head parts: at the back of
your fist, and the neck represented in the wrist. Here are the parts: Your wrist represents your
spinal cord coming up from your back. Then coming into the center of your palm symbolizes
tithe area of the brain stem. This first area, the lowest area of the brain, takes -in information
from perceptions and from the body, and it regulates states of wakefulness and sleep. This is
the basic part of the brain that is going to interface with the body and the outside world. It is
the first area of the brain, the lowest area the brain stem. Some call this the “primitive” or
reptilian brain. It is the place where body first meets brain.
If you raise your fingers up and look at the thumb curled it to your palm, this area
symbolizes the limbic structures that generally mediate emotion and generate motivational
states. Evolved first in mammals, these circuits are sometimes called the old mammalian brain
or limbic “system.” The limbic regions serve important emotional, motivational, self-
regulatory, and social functions. Mammals are social creatures, and our limbic circuits appear
112
to make the ability to perceive and respond to the internal states of others possible. These
crucial limbic functions influence processes throughout the brain; so don’t just think
“emotion” is only based in these limbic circuits. Emotion appears to influence virtually all
neural circuits and the mental processes that emerge from them. For clinicians, there are
several regions that are especially important to know. First, as we mentioned, is the
hippocampus, which is important in .explicit memory processing, part of the medial temporal
lobe memory system. Recall that the brain is divided into a left side and a right side which we
will discuss later, so there are really two hippocampi. But rather than continuing to write that
there is a left and a right hippocampus, I will just write the hippocampus knowing that there is
one on each side of the brain.
The amygdala, represented also on the second to last segment of your thumb, is more
toward the center of the temporal lobe. The amygdala is important for processing a number of
emotions, especially perhaps fear, sadness, and anger. Processing means generating the
internal emotional state and the external expression as well as the perception of such states in
the expressions of others. For example, the amygdala contains face recognition cells that
become active in response to emotionally expressive faces. The amygdala is one of the many
important appraisal centers that evaluate the meaning of incoming stimuli.
Then, toward your thumbnail, we can symbolize the anterior cingulate. Some people
think of this region as the chief operating officer of the brain. It helps coordinate what we do
with our thoughts and our bodies. Some authors would include the hypothalamus here too. The
hypothalamus is a crucial neuroendocrine center of the brain and enables neural processes to
coordinate with widely distributed areas of the body, including other areas of the brain itself,
through hormonal secretion.
Putting your fingers back over your thumb will reveal what symbolizes the third major
area of the brain—the cerebral cortex. Also known as the neocortex or cortex, this region sits
at the top of the brain; it’s the most evolved in human beings and has a number of lobes that
mediate distinct functions. When you saw the Eiffel Tower in the mind’s eye, for example, the
occipital lobe in the back of your brain was likely activating various layers of visual
processing. In mental health we are extremely interested in the frontal part of this part of the
brain, called the frontal lobe. Symbolized by the front of your fingers from the second to last
knuckles down to your fingernails, the frontal lobe mediates reasoning and associational
processes. The front part of the frontal lobe is called the prefrontal cortex, symbolized by the
part of your fingers from your last knuckles down to your fingernails.
The prefrontal cortex, like any part of the brain, can be divided in a number of ways.
The two major areas we will discuss are the side parts called the dorsolateral or just lateral
prefrontal cortex, where your two outside fingernails are. This subsumes working memory—
the chalkboard of the mind. The middle part, sometimes called the ventromedial prefrontal
cortex because it’s on the belly side in the middle, is also called the orbitofrontal because it’s
behind the orbit of the eyes. In the hand model, the orbitofrontal region is symbolized by the
middle two fingers, from the last knuckle down to the fingernails. What do you notice that is
unique about this region in your hand model of the brain? This part of the brain is unique
because it’s the only area of the brain that is one synapse away from all three major regions of
the brain. In other words, its central location anatomically enables it to integrate the cortex,
limbic structures, and brain stem into a functional whole. In this manner, the orbitofrontal
region is crucial in the process of neural integration. With sending and receiving neurons to
and from the cortex, limbic structures, and the brain stem, the orbitofrontal cortex is the
ultimate neural integrative region. This unique convergent structural position gives it a special
113
functional role in the complex system of the brain. The orbitofrontal region is extremely
important for a number of processes that we will review below.
Schore (1994) has contributed greatly to our understanding of the role of the
orbitofrontal cortex in affect regulation. One of the many important functions that the
orbitofrontal cortex is believed to be involved in is the regulation of the autonomic nervous
system. The autonomic nervous system is basically the branch of the nervous system that goes
from the brain into the rest of the body, especially controlling heart rate, respiration, and the
intestines. It has two branches: one is like an accelerator, the sympathetic branch. The other is
like the brakes, which is the parasympathetic branch. They come up through the brain stem
and are regulated by the orbitofrontal region, especially in the right hemisphere.
Linking the cortex, the limbic system components, and the brain stem together is a
powerful structural and functional role of the orbitofrontal cortex. Because of this unique
position, it is a key neural integrating region. Integration may be the central process that
enables self-regulation to occur. As we’ll discuss further, neural integration may be a key
process that is impaired in trauma, hence, such integration may be fundamental to mental
health and the healing of trauma.
Here are some of the functional features of the orbitofrontal region that suggest its
importance in creating complex mental processes that appear to depend upon neural
integration. In addition to (a) regulating the body through the autonomic nervous system, this
region is also involved in the (b) regulation of emotion, (c) emotionally attuned interpersonal
communication, often involving eye contact; (d) the creation of a sense of other people’s
subjective experience, called social cognition and based on the processes of theory of mind or
mindsight; (e) response flexibility, a term signifying the ability to take in data, think about it,
consider various options for responding, and then producing an adaptive, flexible response as
a part of executive functions, (f) the creation of self-awareness and autobiographical memory;
and (g) morality.
If the orbitofrontal region is impaired in some way or temporarily shut down for some
reason, the individual may experience a sense of disconnection from others and impairment in
a reflective sense of self while exhibiting the emergence of knee-jerk responses rather than
flexibility of response. One can hypothesize, for example, that flashback states involve the
entry into such a lower mode of responding where the mind has inhibited the involvement of
the orbitofrontal region and impairs a wide range of the processes that it mediates. Another
process that the orbitofrontal region is important in mediating is social cognition, the ability to
look at another person and sense his/her subjective experience of mind. Sometimes for kids
who are being traumatized its important not to have mindsight and they may be motivated to
not think about what is going on in the mind of the abuser. For this reason, it may be important
clinically to explore how mindsight may have been affected by traumatic experiences with
caregivers.
Tulving and his colleagues (1994; Wheeler, Stuss, & Tulving, 1997) have
demonstrated that the orbitofrontal region is involved in autobiographical narrative and the
creation of mental time travel: the integration of past, present, and anticipated future. This
raises the important notion of neural integration and its role in storytelling (Siegel, 1999). It
isn’t that the orbitofrontal region is doing this by itself; it’s that the region is in a unique
anatomical and functional position to coordinate separate elements into a whole functioning
process. One way of understanding unresolved trauma and unresolved grief is from the view
of impairments to the process of neural integration. Looking toward the function, and
dysfunction, of this important neural integrative region may help us gain insights into the
mechanisms of trauma’s disorganizing effects on the developing mind.
114
Trauma and Impairments to Neural Integration
Focusing on neural integration requires that we ask why integration would be so important. As
discussed earlier, the application of complexity theory suggests that a complex system has
innate tendencies toward complexity called self-organization. If the system is allowed to move
in its natural direction, it will move to achieve adaptive and flexible states of self-organization
that move it toward emerging states of maximizing complexity. Such a flow toward
complexity is achieved by balancing the fundamental processes of differentiation and
integration. A complex system view of self-organization may be the same process as a
psychologist’s and neuroscientist’s views of self-regulation. In other words, the brain has an
innate tendency of self-regulation or self-organization that moves its states of activation
toward what we can functionally define as “mental health.” It achieves this through neural
differentiation (circuits being specialized in their functions) and neural integration (circuits
being functionally clustered into a working whole). Looking toward brain regions that
subsume integrative functions may thus be a useful focus as we deepen our view into the
neural mechanisms of healing and mental well-being.
Similarly, as the brain gives rise to the mind, the mind itself can be seen as having an
innate tendency to heal itself. Trauma from this vantage point has blocked such inherent
movement toward complexity and well-being. The therapist’s role can thus be seen as the
process of joining with the patient’s mind in releasing the trauma induced blockages to an
inborn drive toward mental health. Michelangelo once stated that his job as a sculptor was not
to create a statue but rather to liberate the figure from the marble by removing the excess
stone. So too is it our job as therapists to help liberate the individual from the rigid adaptations
that are blocking the emergence of a differentiated and integrated individual’s innate
movement toward well-being.
Trauma can impair this natural self-organizational process toward complexity.
Achieving such complex states requires an emerging blending of the process of integration on
the one hand, with the process of differentiation on the other. The brain is genetically
programmed to differentiate its circuits, which are reinforced in various unique experiences
that we encounter throughout life. Integration is achieved by the brain during normal
development and can be impaired by trauma. Under non traumatic conditions, the unique
combination of integration and differentiation allows for a system to move toward complexity.
We’ll consider these concepts in detail shortly. I believe that the natural movement of
development across the life-span is to constantly be moving toward maximal complexity, but
if we have experiences that are suboptimal or traumatizing, then the brain may become
impaired in its ability to balance this integration—differentiation process. Its self-
organizational properties are impaired; it cannot move toward maximal complexity, and that’s
what mental disorder can be conceptualized as involving. This is the overarching paradigm of
an interpersonal neurobiology approach toward psychotherapy.
Once we embrace this general idea, then the concept of self-regulation falls into place.
What we’re going to look at is the way the brain—including the orbitofrontal region as part of
it, and the body—in which the brain is a fundamental part, and relationships in which all of
this is taking place, enable self-regulation. Self-regulation can be understood as a function of
the self-organization of a complex system. The natural healing tendency of the brain is to
move toward this balance of integration and differentiation within itself and with other brains.
Main and her colleagues (Main, 1999; Hesse, 1999) were able to show that the most
robust predictor of a child’s attachment to a parent is the coherence of that adult’s
115
autobiographical narrative. This finding has important clinical applications, public policy
implications, and helps us in our quest to under-stand the mind, the brain, and development.
We have seen that one of the hallmarks of trauma is that it leads to incoherent narratives. An
interpersonal neurobiology approach to narratives enables us to look at the much deeper
process of the mind that I believe creates incoherent narratives, and that is the process of
impairments to neural integration.
In order to pursue the relationships among coherence and complexity, we need to
explore more about how the brain becomes differentiated in its functions. Such differentiated
information processing can then become a part of an integrative process that enables maximal
complexity to be achieved. Such neural integration of differentiated elements is at the heart of
well-being and the resolution of trauma.
Memory
Memory processes are divided into two kinds. The first is implicit memory, a form of memory
that is devoid of the subjective internal experience of recalling. It doesn’t have a sense of self;
it doesn’t have a sense of time. So, for example, when you’ve learned to ride a bicycle, every
time you ride a bike you don’t say, “Oh, I remember being seven and riding a bike and my dad
did this or that,” you just ride the bike. That’s a behavioral aspect of implicit memory. In fact,
implicit memory has a number of components. It has a behavioral component, riding the bike
which is sometimes called procedural memory. It also has an emotional component. For
example, if you were bitten by a cat when you were six months of age before you had the
other kind of memory, when you see a cat you may feel fear; you just feel the fear, you don’t
say, “Oh, I was bitten by a cat, I remember that terrible experience.” In addition, implicit
memory has perceptual components such as seeing something early on in life and then having
a sense of familiarity, but not the internal sensation of remembering. Bodily memory should
be included in this list, but in scientific research it’s not yet studied, though it meets all the
criteria for implicit memory.
Implicit memory is mediated via brain circuits that do not involve the hippocampus
and are present at birth, and probably before. Implicit memory also includes the finding that
you do not need focal attention for encoding. Focal attention is the use of consciousness in the
involvement of the dorsolateral prefrontal cortex in working memory. It also involves
something called mental models or schema and the process of priming or readying the brain
for acting in a certain fashion. Recent discoveries in the development and neurobiology of
memory have yielded some exciting and relevant insights into the nature of how our minds
respond to experience and influence later functioning (Milner, Squire, & Kandel, 1998).
Implicit memory is NOT the same as non conscious memory in that the effects of the
recall are indeed within conscious awareness but are only experienced in the “here and now”
and not with the subjective sense that something is being recalled. These implicit forms of
memory are thought to be carried out in areas of the brain that subsume their functions such as
the amygdala and other areas of the limbic system (emotional memory), basal ganglia and
motorcortex (behavioral memory), and the sensory cortex (perceptual memory). These regions
are relatively well developed at birth and capable of responding to experience by alterations of
the synaptic connections within their circuitry, the essence of “memory encoding.”
Another important aspect of implicit memory is the ability of the mind to form schema
or mental models of experience. These generalizations can be across experiences and across
sensory modalities and reflect the brain’s inherent capacity to function as an “anticipation
116
machine”—deriving from ongoing experience an anticipatory model of what may occur in the
future. Making mental models conscious may be a part of a “self-concept.” Mental models can
also be seen within the “in-between-the-lines” themes of the narratives that structure both our
life stories and the manner in which we live our daily lives.
A second form of memory is called explicit memory. Explicit memory re-quires focal
attention for its encoding and appears to activate a region of the brain called the medial
temporal lobe, including the hippocampus. The post-natal maturation of parts of the
hippocampus may explain the delayed onset of explicit memory until after the first year of life.
When explicit memory is retrieved, it has the subjective sense of “something being recalled.”
When you remembered the Eiffel Tower, you might have thought “I’m remembering being
there,” which would reflect the tagging of explicit memory through the hippocampus with a
feeling of recollection.
Explicit memory includes two major forms: semantic (factual) and episodic
(autobiographical). This latter form of memory has the unique features of a sense of self and
time. Recent brain imaging studies suggest that episodic memory is mediated by a number of
regions including the orbitofrontal cortex. The maturation (synapse formation and
myelination) of this and related parts of the prefrontal cortex during the preschool years may
be the neurobiological basis for the emergence and continued development of
autobiographical memory and self-awareness during this period of childhood and beyond.
Tulving and colleagues (Wheeler, Stuss, & Tulving, 1997) used the phrase “autonoetic
consciousness” to refer to the ability of the mind to know the self and to carry out “mental
time travel”—seeing the self in the past, present, and possible future. The development of the
orbitofrontal regions during the first years of life may help us to understand the onset of this
autonoetic capacity during the toddler and preschool periods. The possible ongoing
development of this region may also explain the ways in which experience may continue to
shape the way we come to understand ourselves and the world in which we live throughout the
lifespan.
There is a tremendously exciting convergence of findings regarding the orbitofrontal
region which suggest a number of highly relevant processes subsumed by this coordinating
area of the brain that are relevant to autobiographical memory. As discussed earlier, the
orbitofrontal cortex is located in the prefrontal cortex just behind the eyes and sits at the
junction of the other limbic structures (including the anterior cingulate cortex, hippocampus,
and amygdala), the associational regions of the neocortex, and the brain stem. This
convergence area receives input from and sends neural pathways to a wide array of perceptual,
regulatory, and abstract representational regions of the brain. In this manner, the orbitofrontal
cortex integrates information from widely distributed systems and also regulates the activity of
processes ranging from memory representations to the physiological status of the body, such
as heart-rate and respiration. Self-awareness and autobiographical narratives may thus be
interwoven, in normal development and in trauma and its resolution, with the important
mental processes of the orbitofrontal cortex. Some essential points regarding the orbitofrontal
cortex include the following:
1. It has been suggested to be dependent upon attachment experience for its growth and
its mediation of emotionally “attuned communication” (Schore 1994, 1996);
2. It plays a primary role in mediating autonoetic consciousness (Wheeler, Stuss, &
Tulving, 1997);
117
3. It monitors the state of the body and regulates the autonomic nervous system as well
as being a primary circuit of stimulus appraisal which evaluates “meaning” of events
(Damasio, 1994);
4. It appears to be an important region subsuming social cognition and “theory of mind”
processing (Baron-Cohen, 1995).
Interestingly, the orbitofrontal cortex on the right side of the brain appears to be
dominant for most of these processes. Each of these basic aspects of the developing mind are
mediated by the same self-regulating, experience dependent circuits that have their initial
differentiation during the early years of life but may continue to develop across the life-span.
The following proposal regarding bilateral neural integration, memory consolidation,
and the resolution of trauma is based on a number of independent, empirically derived views
regarding memory, brain function, and the clinical findings of posttraumatic stress disorder.
This hypothesis has been offered as a possible integration of a range of convergent findings
and awaits future empirical studies to support its suggestions. The background findings
relevant to this hypothesis are as follows:
I have proposed that the autobiographical narrative process may be a fundamental part
of cortical consolidation. In this manner, dreams may be seen as an emotionally driven
narrative process that incorporates elements of distant and more recent past events as well as
ongoing perceptions and random activations in the re-organization (not new encoding) of
existing memory traces. This reveals how memory retrieval can be a form of memory
modification (Bjork, 1989). Unresolved trauma can be seen as an impairment in this
consolidation process of memory. Such an impairment may be revealed within the REM (rapid
eye movement) sleep disturbances and nightmares so prevalent in PTSD, as well as in the
incoherent narratives and intrusive implicit elements of memory that torment the individual’s
internal subjective world and interpersonal relationships.
Here is the proposal: Unresolved trauma involves the impairment of integration of
representational processes within the brain. This impairment can lead to an array of findings
within PTSD and also may make the individual vulnerable to entering inflexible, reactive
“lower mode” states of heightened emotion that lack self-reflection. At the core of “unresolved
trauma” is an impairment in a core process of neural integration. One expression of this
118
impairment can be seen in the blockage of the consolidation of memory (and the resolution of
the trauma) that occurs normally via a proposed bilaterally activating process in which the
right hemisphere becomes activated and creates an autonoetic retrieval state. The transfer of
information from the right to the left enables the left hemisphere to utilize these
representations as part of its autonoetic encoding state. In essence, the reactivated
autobiographical representations (right) become the basis for newly reorganized
autobiographical encoding (left). Dreams function within REM to enable this consolidation
process to occur. Narratives reflect an internal, nonverbal process of neural integration which
may become ultimately expressed in words. Coherent narratives —nonverbal or language-
based—emerge from such a bilaterally integrating process. The process of bilateral integration
can thus be proposed to be one of the core elements in resolution. The narrative process, so
fundamental to many forms of psychotherapy, may also facilitate (as well as reveal) this
integration across the hemispheres. It is important to note, however, that the core issue is one
of representational integration. These representations or mental images may be manifested in
an array of modalities, from various forms of perception (sight, hearing) to words. It is thus
quite likely that therapeutic progress (increased integration) may give rise to increased
coherence of autobiographical narratives. This suggests that the interpersonal sharing of the
internal experience in words alone may not be the core curative feature within therapy. Such
sharing may re-quire a range of representational modalities, divided at the most basic level
between the nonverbal and the verbal. The sense of safety and the emotional “holding
environment” of a secure attachment within a therapeutic relation-ship, discussed later in the
chapter, may be essential for these integrative processes to (finally) occur within the
traumatized person’s mind. Future re-search will be needed to examine whether this proposed
neural integration and resolution process is associated with alterations in neural function and
possibly changes in specific integrative neural circuits, such as those of the corpus callosum,
cerebellum, prefrontal, hippocampal, and anterior cingulate regions.
Emotion
Researchers have addressed the topic of emotion by looking at the level of psychological
function, attachment theory, and more recently at neurobiological substrates of emotional
development. An interpersonal neurobiological approach examines the fundamental role of
emotion by drawing on various levels of analysis—from neuronal processes to interpersonal
relationships—in viewing the individual mind as a system and the relationship between
individuals as a way in which two minds come to function as a dyadic system. This
perspective allows us to move back and forth between neuronal activity and mental function
and between individual and dyadic processes. From this vantage point, emotion is seen as a
way of describing an integrative process of the mind.
Scientific views of emotion are described in many different ways. Emotion includes
the categorical “feelings” like sadness, anger, shame that Darwin described 100 years ago. But
emotion is much more than that. Stern (1985) wrote about “vitality affects,” which are external
expressions of the ebb and flow of energy levels in the mind that are shared within attuned
communication. Stern was describing the expression of a central process called primary
emotion, which is the way that the mind orients itself and appraises things as good or bad, and
then leads to different states of arousal within the brain. These primary emotions are really
what emotional communication is about during reciprocal, attuned communication
119
fundamental to contingency. In this way, emotional communication is fundamentally
integrative as it links two minds together.
Though there are a wide range of details about how researchers attempt to define
emotion, many authors point to a number of common features (Sroufe, 1996; Garber &
Dodge, 1991). Emotion is often considered as a way in which the mind appraises the meaning
of a stimulus, is a response to engagement with the world, and prepares the self for action.
Emotion is also seen as having a number of levels of manifestation, including subjective,
cognitive, physiological, and behavioral components.
A fascinating recursive finding about the regulation of emotion has been noted by a
number of authors: Emotion is both regulated and is regulatory. In other words, the process of
emotion serves to regulate other mental processes and is itself regulated by mental processes.
This view supports the more recently held perspective that there are no discernible boundaries
between our “thoughts” and “feelings.” Emotion influences and is influenced by a wide range
of mental processes, in other words, emotion, thought, perception, memory, and action are
inextricably interwoven. This linkage is exemplified by the idea that perception is the brain’s
preparation for action: There is no perception without the potential for action upon incoming
stimuli. Thus, regions mediating “perception” are directly influenced by those which respond,
internally and behaviorally, to perceptual representations. Likewise, modern views of the brain
circuitry subsuming emotional processes support the view that all layers of the brain are
influenced by the emotion-generating regions. In fact, recent views of the neurobiology of
emotion suggest that the limbic regions—which include the orbitofrontal cortex, anterior
cingulate, hippocampus, and amygdala—have no clearly definable boundaries. This suggests
that the integration of a wide array of function-ally segregated processes, such as perception,
abstract thought, and motor action, may be a fundamental role of the brain. Such an integrative
process may be at the core of what emotion does and indeed what emotion is. In other words,
we can broadly define emotion as a process that emerges from neural integration.
As we’ve proposed, trauma may exert its effects by directly impairing the core
integrative capacity of the mind. In its essence, this means that trauma may cause neuronal
patterns to become engrained which restrict the ability of the brain to functionally cluster
independent modes of information processing. As we’ll see, such a restriction may occur
within a single brain (such as functional isolation of one hemisphere from the other) or
between brains (such as in rigidly constrained interpersonal communication typical of
intrafamilial child abuse). Resolution of trauma, from this perspective, requires movement
toward freeing the innate tendency of the mind to integrate its functions.
The brain as a system functions as a set of differentiated neuronal groups and circuits
that can be clustered into a functionally integrated set of activations. Edelman (1992) has
described the importance to such a cluster of interacting parts of having a “value” system that
can reinforce or “select” certain stimuli and neuronal responses over others. A range of
neuromodulatory systems, including the limbic regions, can be proposed to meet the criteria
for a value system of the brain. Such a value system must have extensive innervation to far
reaching areas of the brain, have the effect of enhancing the excitability and activation of
neurons, and influence their plasticity (the capacity to strengthen and form new neuronal
connections). In this manner, the limbic regions may be conceptualized as a primary source of
“value” for the brain. The central location of limbic structures, especially the orbitofrontal
cortex and anterior cingulate, may allow for these areas to play a crucial role in the neural
integration of neocortical, limbic, and deeper structures (responsible for states of alertness and
bodily function).
120
What we can now say about the neuronal functions directly related to emotion is that
there is believed to be an interdependence of several important domains of mental processes:
stimulus appraisal (the evaluation of meaning), neural circuit activation, social
communication, bodily state, and autonomic regulation each appear to be mediated by a
closely linked system of neural circuits. Interestingly, these elements of the “self” appear to be
fundamentally linked to the neural substrates of various forms of consciousness (Damasio,
1999). Emotion, bodily state, and a “core consciousness” of the self emerge from within the
same circuitry within the brain. The significance of this finding is that it explains how
communication within attachment relationships is the primary experience that regulates and
organizes the development of those circuits in the brain that mediate self-regulation and social
relatedness. A sense of self emerges directly from self-other interactions (Stern, 1985). Early
in life, when the infant’s brain is developing the circuitry responsible for these domains
attachment relationships help the experience-dependent growth of crucial neuromodulatory
regions responsible for emotional regulation (Schore, 1994). Trauma during this early period,
especially in those that may be genetically vulnerable to the effects of stress on the unfolding
of brain structures, may have devastating effects on the development of these basic mental
processes that create the self. As discussed earlier, the overwhelming stress of early abuse
appears to be associated with significant alterations in brain development and function (De
Bellis et al., 1999a, 19996; Teicher, 2002).
Emotion is fundamentally an integrative process. Sharing emotional states is a direct
route by which one mind becomes connected to another. The brain’s evaluation of the
meaning of events—the information—is linked to the activation of neural circuits—the
energy. Our internal experience of emotion becomes in essence the “music of the mind”—the
rhythmic flow of energy and information through our neural circuitry. Our interpersonal
sharing of emotion, seen within attuned communications of secure attachments, is the way in
which the flow of energy and information occurs—often nonverbally—between two
individuals’ minds. Such a sharing of nonverbal signals may be one way in which the right
hemisphere of one person “joins” with the right hemisphere of the other. The right hemisphere
may have a far greater role than the left in the regulation of bodily and emotional states as well
as in mediating social and emotional communication. This attunement of right-to-right
hemisphere may be crucial in establishing the secure attachment environment which may be
essential for effective therapy to occur. This therapeutic process thus enables the therapist to
serve in a similar role as an attachment figure: as a part of an interactive relationship that
enables the co-regulation of internal states to eventually lead to more autonomous self-
regulation of emotional states within the individual’s own mental processes.
Within neural circuits, the systems that mediate the perception of social
communication—especially the nonverbal messages within facial expressions, gestures, and
tone of voice—are closely linked to those that appraise the meaning of stimuli and regulate the
activation of the autonomic nervous system. These circuits appear to be predominantly in the
right hemisphere. Thus, information and energy flow are directly regulated by the regions that
carry out and perceive interpersonal communication! It is with this new awareness that we can
see the mechanisms underlying the long-held belief in how powerful human relationships are
in organizing our continually emerging minds. The nonverbal behavior of the therapist is
crucial for establishing a sense of safety and security within the fragile and vulnerable
conditions of psychotherapy. The distinct but equally important logical and linguistic output of
the left hemispheres of patient and therapist find a different manner in which the two come to
“join” in the therapeutic process, as discussed later in the chapter.
121
States of Mind and Self-Regulation
As discussed earlier in this chapter, the capacity of the mind to self-organize can be explored
by examining the nonlinear dynamics of complex systems, or complexity theory. Modern
applications of this systems view to the human mind have yielded some powerful ideas for
understanding development. In essence, these applications suggest a number of relevant
concepts: self-organization, the movement toward increasingly complex states of activation,
and the regulation of the state of activation of a system by both internal and external factors
called constraints. In early development, the parent’s mind acts to alter the present state of the
child’s mind and to help form the neural circuits which will enable the child’s brain to regulate
itself in increasingly sophisticated ways as the child matures. Interaction between parent and
child thus serves to help self-organization both in the interactive moment and in creating self-
organizational neural capacities for the future. Parental behavior that produces disorganization
within the child’s mind thus may create not only an impairment in functioning in the moment,
but, if repeated, a tendency to dis-integrate in the future. Such a form of self-dysregulation
may be at the heart of dissociation (Siegel, 1996).
122
The Development of “self” and consciousness
A number of authors have offered various views of how the sense of self can be understood.
Stern, a child psychiatrist, for example, has examined the ways in which the self develops
from within interpersonal relationships during the first few years of life (Stern, 1985).
Damasio (1999), a neurologist, has examined the neurological structures that subsume the
manifestations of various aspects of consciousness at the root of three very different forms of
self. In my own writing. I have examined an interpersonal neurobiology the of the sense of
self as it emerges from the various layers of neural integration and forms of memory. Because
the conceptualization of self is so fundamental to the notion of development and
psychotherapy, I will explore these and other perspectives in–depth and offer a new view of
the connection of the sense of self to mental/neural representation of self and sense of internal
coherence.
Stern has suggested that the self develops within stages during the first years of life.
Each domain of self experience begins at a certain age but then continues to play an important
role throughout the lifespan. From birth to two months. The infant’s emerging self begins in
which the body takes inn sensory data and ant the infant has the sense of emerging
organization of the world as directly experienced. From two to three months to seven to nine
months, the infant has the sense of emerging organization of the world as directly experienced.
From two to three months to seven to nine months, the infant has the onset of a sense of a core
self, one in which the infant’s sense of agency (the center of will), coherence (sensations of the
body), affectivity (emotionality), and continuity (the sense of self across the time in the form
of memory) are all central features. From nine months to around eighteen months, the
subjective self emerges in which there is a sense and self–with– other that involves the shared
attention, intention, and emotion between caregiver and child. By the second birthday, the
verbal self has begun in which words begin to be shared between self and other. Beyond this
period, a “narrative self” emerges in which autobiographical narratives play a major role in
defining the self.
Damasio has suggested that various neurological studies (of normal and disease brains)
can be examined to reveal three forms of self and two forms of consciousness. Within deep
structures in the brain that represent sensory information from the outside world (perceptions)
and form the body (via the “somatosensory system”) a proto–self is created. This can be seen
as a direct experience of the brain as it responds to its interaction with the outer and bodily
worlds. These can be called first–order neural maps. Within higher circuits in the brain are the
neural processes that create second– order map of the proto – self before interaction and then a
proto-self just following interaction with the world/body. This second–order map is in essence
a neural symbol of change; it compares the proto–self before and after the interaction. This
process of change defines the core self. The ability of the brain to focus attention on the
“object” that created the change in the proto–self –whether it is something in the world (a
physical object), something in the body proper, or an image in the mind itself– creates the
heightened sense of awareness Damasio calls core consciousness. Core consciousness is a
“here – and – now” experience of focused attention that is fundamentally a measure of how
the proto–self in changed by interaction with an “object” in the internal or external world.
Within this neural understanding, Damasio goes on to point out that a third grouping of
neural structures is essential for what he has called “extended consciousness.” Extended
consciousness involves third–order neural maps–neural representations of the changes of the
self in interaction with objects). Such a process allows the brain to create an “autobiographical
123
self” that records the history of the individual, compares it to present experience, and prepares
for the future.
Other scientists have provided still other terms for various forms of consciousness and
the neural structures that subsume their function. For example, Edelman (1992) has described
a primary form for consciousness that depends upon language for its functioning in liberating
the self from that “prison” in creating a sense of past and future. Tulving and colleagues
(Tulving et al., 1994, Wheeler et al., 1997) have described a form of “autonoetic
consciousness” that permits the self to create the experience of “mental time travel” that links
past, present, and future. Within this framework there is also a sense of a “noetic
consciousness”, a knowing of facts without the sense of self.
In my own writings, I have drawn on a number of these perspectives in examining how
interpersonal experiences may shape these higher, extended, autonoetic forms of
consciousness. The neural substrate that allows for the sense of self that “emerges” early in
life, the foundations for the proto-self, is likely in large part to be determined by genetic and
constitutional features. Thus, in neurologically normal individuals, there is likely a similar
mechanism involved in the creation of an emerging proto-self experience. This sense of self is
rooted in the interaction of the brain with its environment: the external world, the body proper,
and the mind itself (the neural flow of energy and information within the brain).
Neurologically impaired individuals may thus differ significantly in the manner in which this
emerging proto-self is organized and thus how the subsequent and more elaborated senses of
self (core, subjective, verbal, narrative) come to be formed.
Many of these authors’ views converge upon the notion, paralleled by studies of
implicit memory, that the brain can create a “here-and-now” experience of self. This core
ability of “living in the moment” may also have a large degree of genetically determined
neural structure to it. However, as Damasio has pointed out, one view of this core self is that it
is the neural mapping of the individual’s changing in response to interaction with an “object”
in the external or internal world. In this manner, the core self may indeed be subject to huge
degrees of impact by the environment. For example, if the environment is one of trauma and
stress, the core self will be impacted to a great degree. The sense of agency, coherence,
affectivity, and even continuity (memory) of the self in interaction with others will be severely
impaired in cases, for example, of familial child abuse (Siegel, 1995, 1996). For these reasons,
the deepest sense of self-awareness, of core consciousness, may be profoundly influenced by
early experiences in infancy even before explicit, autobiographical memory is available.
One aspect of the self is that of autonoesis as revealed in autobiographical narratives.
Attachment research shows, for example, that one of the most important predictors of an
infant’s attachment to the parent is the parent’s autobiographical narrative coherence.
Narrative coherence can be examined by determining the free and flexible flow of information
as individuals tell the story of their lives, beginning with memories of their earliest
experiences. The research instrument utilized to assess this coherence is the Adult Attachment
Interview (Main, 1995; Hesse, 1999), which is a narrative review by the parent of her
recollections of her earliest relationship experiences with her own parents. The relevant point
here is that one can view such autobiographical accounts as revealing the capacity of the mind
to achieve a certain amount of integration of functioning. I have called such a process one of
coherent autonoesis that reveals how an individual has “made sense” of his or her life
experiences. This integration appears to allow for the individual to have an internal sense of
connection to the past, to live fully and be mindful in the present, and to prepare for the future
as informed by the past and the present. In this manner, coherent autonoesis allows for the
124
fluid flow of past, present, and future. Such fluid and flexible reflections on the past, present
and future are the hallmark of coherent autobiographical narratives.
But why should such a self-reflective process of the parent be associated with the
child’s security of attachment? In the next section, I will offer some possible links between the
internal processes of autonoesis and the interpersonal connections of parent-child relationships
within attachment experiences that can serve as a guideline for the possible processes of
healing in psychotherapy.
These basic elements of what we can provide our children to develop secure
attachments are derived from research which also suggests that secure attachment is generally
associated with a child’s development of emotional competence, a sense of well-being, and
interpersonal skills. Security of attachment enables children to feel secure and be able to
explore the world around them. Studies reveal that security of attachment can change as
relationships change, and so it may never be “too late” to begin to offer children these basic
elements of secure attachment. Another point of optimism is that adults who have made sense
of their early family experiences, even those that have been particularly difficult such as
trauma or loss can do extremely well at providing a secure attachment for their own children.
Longitudinal attachment studies in children have found that securely attached children
appear to have a number of positive outcomes in their development. These include enhanced
emotional flexibility, social functioning, and cognitive abilities. Some studies suggest that
security of attachment conveys a form of resilience in the face of future adversity. In contrast,
a number of studies suggest that the various forms of insecurity of attachment can be
associated with emotional rigidity, difficulty in social relationships, impairments in reasoning,
difficulty in understanding the minds of others, and risk in the face of stressful situations.
Insecure attachment may predispose a child to psychological vulnerability.
What are the essential ingredients of the kinds of experiences that children need with
their caregivers to develop a secure attachment? We can outline five elements:
126
5. Coherent Narratives: As children grow past their second birthdays, storytelling
becomes a vital form of interpersonal communication and internal understanding. Narratives
help us to “make sense” of our lives and of other people. Stories enable us to understand the
complex social worlds in which we all live. Interestingly, studies have demonstrated that
parents who have come to make sense of their own early life relationships have the highest
likelihood of having children who are securely attached to them. It is not that the parents tell
these coherent stories to their children—but rather that there is some way in which a parent
who has achieved this form of coherent self-knowledge seems to offer children the contingent
communication that is at the root of the interactions that enable secure attachments to develop.
Helping parents make sense of their own lives may provide a direct route to helping their
children develop secure attachments (Siegel & Hartzell, 2003).
Lack of resolution of trauma can be seen as impairment in the innate capacity of the mind to
balance the differentiation and integration of energy and information flow. Integration can be
defined as the functional clustering of independent subcomponents into a cohesive whole at a
given moment in time. Integration also exists across time, and can be described as enabling the
mind to achieve coherence across its many states of mind. Within the brain, neural integration
can involve a wide range of layers of differentiated components, including clusters of neurons,
neural circuits, systems, and hemispheres. With names such as vertical, lateral, dorsal-ventral,
and spatiotemporal integration, the nature of this neural process can be described in quite
specific detail. At the core of neural integration is the process called emotion. Balanced
emotion is inherently integrative: It links subcomponents together in a functional whole.
Unbalanced emotion may be revealed in inflexible or chaotic states, as seen in various forms
in posttraumatic stress disorder and reflecting an inability to achieve complexity. Emotion is
also a fundamental part of self-regulation. In this manner, we can see that the proposal that
unresolved trauma exerts its effects by an impairment of integration implies that lack of
resolution is a form of self-dysregulation and emotional disequilibrium. Integration, self-
regulation, and emotion are thus inextricably intertwined neural processes that are impaired in
unresolved traumatic conditions.
Patterns in the flow of energy and information that become ingrained as restrictive or
chaotic states reveal a lack of resolution of trauma. As we’ve discussed such an impairment in
the system’s movement toward complexity directly interferes with its ability to adapt to
changes in the internal or external environment. Such impaired flexibility leads to dysfunction
in both the internal and interpersonal worlds of the individual.
129
A general approach to psychotherapy for individuals with unresolved trauma would be
to attempt to enhance the mind’s innate tendency to move toward complexity, both within the
brain and within interpersonal relationships. The measure of efficacy for such an approach
would be an enhancement in self-regulation and emotional processing. In addition to the
dissolution of the many and varied symptoms of posttraumatic stress disorder, we could also
predict a number of other fundamental changes in the individual’s functioning From a systems
perspective, therapeutic improvement would be revealed as a more adaptive flexibility of the
mind to respond to changes in the internal and external environments. Stability of mood would
replace emotional labiality. Increased capacity to experience a wider range and intensity of
emotion would emerge with an enhanced tolerance for change. Resolution would also be
revealed as a movement of the individual toward more differentiated abilities while at the
same time participating in more “joining” experiences. This increased individual
differentiation and interpersonal integration would reflect the mind’s movement toward
increasingly complex states. Overall, these changes would reflect not only the freedom from
posttraumatic symptomatology, but the enhanced capacity of the individual to achieve
integration (internal and interpersonal) and thus more adaptive and flexible self-regulation.
One outcome of this enhanced integration would be revealed within more coherent
autobiographical narratives for specific traumatic events as well as for the life of the individual
as a whole. Such a narrative process can be seen in both the personal stories that are told, as
well as the ways in which the individual’s life is lived. This latter aspect, called narrative
enactment, would be seen as the manner in which life decisions are made and the quality in
which daily life is experienced.
States of Mind
As described in the first half of this chapter, we can propose that the traumatic impairments to
neural integration have many layers of effects. One layer is on the isolation of the
representational processes of the right and left hemispheres. These two regions have
asymmetries in the developing embryo that give rise to quite distinct modes of constructing
reality (Tucker, Luu, & Pribram, 1995; Trevarthen, 1996). In reviewing a range of research
findings from laterality studies, emotion, and memory, the proposal can be made (as
summarized earlier in this chapter) that the process of integrating the modalities from the left
and right hemispheres enables traumatic memories to be processed in a new manner that
allows resolution to occur. This process may be a component of the emotionally attuned
communication and co-construction of narratives that are a foundation of numerous forms of
therapy. In this manner, both nonverbal and verbal communication enable patient and therapist
to “resonate” with each other in a fashion that begins to promote internal “resonance” or
integration within each person’s mind. The patient and the therapist are both impacted by the
experience of psychotherapy. Coherent narratives emerge from such an integrative process and
can be proposed to reveal, as well as promote, the resolution of trauma.
One view of development is that it involves the organization, disorganization, and re-
organization of patterns in the flow of states of mind. In this manner, development requires
periods of disequilibrium in order to move forward in its ever changing trajectory. In
unresolved trauma, such for-w and movement has stopped. Restrictive or chaotic states
preclude adaptive development from occurring. Such states inhibit the movement toward
complexity and reveal a “stressed” system. Therapeutic interventions that create new
associations of representations related to traumatic experiences are a start. Enabling more
global changes in the flow of states across time based on these representational activations is
one aspect of change that neural integration may be catalyzing. Such integration may indeed
occur within emotionally at-tuned, co-constructing therapeutic relationships that encourage the
processing of information in both the verbal and nonverbal domains.
We have the ability to have “observer” or “participant” recollections, possibly
reflecting our noetic and autonoetic reflections on personally experienced events, respectively.
Some suggest that the noetic, semantic, or factual elements of memory are stored
predominantly in the left hemisphere, whereas autobiographical (the sense of the self in the
past, not merely the knowledge of such an experience) representations are stored in the right
hemisphere. As discussed earlier, flashbacks appear to involve the intense activation of the
right hemisphere (visual cortex) in the setting of left hemisphere (speech area) deactivation. In
133
this manner, focusing attention on verbal and nonverbal dimensions of memory may “force”
the activation of both hemispheres in the therapeutic process of integrating autobiographical
and semantic representations of traumatic events. For some patients, the therapeutic technique
of facilitating the synchronous process of representational activation involving the circuits of
each hemisphere (as discussed above) may be sufficient to pro-duce excellent results. Others
may require additional therapeutic approaches to promote healing. Neural integration may be
at the heart of resolution, but the therapeutic strategies necessary to achieve it may vary
depending on the particular needs of a given individual.
One example of a strategic focus on neural integration involves the psychotherapeutic
processing of representations from both sides of the brain. Such a process, as described above,
seems to evoke a noetic/autonoetic encoding and retrieval state that enables memory to be
processed in an accelerated fashion. As the structure of memory may be layered by a wide
range of explicit components, such as periods of life, thematic elements, specific experiences,
and evaluative components, as well as the implicit elements of emotion, behavioral impulse,
perception, and bodily sensation, the therapeutic processing of traumatic memory may involve
the integration of a wide array of mental processes. These activated representations can then
be functionally linked to each other in truly new combinations that are likely mediated by the
creation of new synaptic linkages. Effective therapy does not only involve an intensely
emotional experience in the moment, but probably involves lasting changes in brain structure
and function.
Central in the encoding and retrieval of autobiographical memory appears to be the
region of the prefrontal cortex we’ve discussed at length earlier in the chapter, the
orbitofrontal cortex. As a region of the brain in the unique position of receiving and sending
input from and to a wide range of important regions, the orbitofrontal cortex plays a crucial
role in neural integration. Researchers have recently proposed that post traumatic stress
disorder may involve disruptions in the functioning of medial aspects of the prefrontal cortex,
including the orbitofrontal region (Bremner, 2002). The findings that this region is essential in
attachment, autobiographical memory, representation and regulation of bodily state, social
cognition, and the expression and regulation of emotion, further highlight the probable
importance of this area in the resolution of trauma. The ways in which the brain comes to
modulate states of mind in a more flexible manner, to tolerate a wider range of emotional
states, to gain access to and consolidate autobiographical memory, and to enable more
complex levels of interpersonal relatedness may each be mediated in large part by this region
of the brain. When we look to the mechanisms of resolution of trauma as being rooted in
neural integration, we may be well advised to look toward the integrative orbitofrontal region
in mediating the acquisition of mental coherence.
the interview works well with children 10 years of age and older, but may be difficult for those younger children
independently found to experience difficulties with language comprehension.
138
Disorganized Attachment Status in Infancy:
Unfavorable Sequelae
47
Some such behaviors are of course common in atypical samples, e.g., infants or young children diagnosed with
Down’s syndrome or autism (Main & Solomon, 1990); see also Pipp-Siegel, Siegel, & Dean, 1999).
139
parent tended to be controlling of that same parent. Some of these children harshly ordered the
parent about (“Sit down! I said, sit down!”, “I told you what to do—now do it!”) or humiliated
the parent by remaining silent in the face of the parent's repeated overtures—responses termed
Controlling-punitive. Others inverted roles with the parent by becoming excessively solicitous
(“Did you have a nice time while you were gone? Would you like to sit down and have me
bring you something?”), responses which were termed Controlling-caregiving (Main &
Cassidy, 1988). The development of D-Controlling behavior during middle child-hood in
children judged D with the same parent during infancy has been replicated in three further
studies (Wartner et al., 1994; Jacobsen et al., 1997, Jacobsen et al., 1992; and Steele, Steele, &
Fonagy, 1996b.), and D-Controlling behavior is now used to identify disorganization in later
childhood (van IJzendoorn et al., 1999; a system developed by Cassidy & Marvin, 1992, also
utilizes this category).
Viewed at the behavioral level, then, early disorganization following brief separations
from an unresolved caregiver appears to have vanished by middle childhood, having been
replaced by organized (albeit controlling) behavior.; When these same children are asked to
respond to imagined child-parent separations, however, states of fear and disorientation
reappear (Kaplan, 1987; see also Main et al., 1985). Using interview transcripts taken from an
adaptation of Hansburg’s Separation Anxiety Test (SAT, 1972, see also Klagsbrun & Bowlby,
1976), Kaplan presented six-year-olds with pictures involving separations ranging from a
goodnight kiss to a two-week parental leave-taking. The child was asked what he or she
thought the pictured child would do, and how the child might feel in response to these pictured
separations. Responses were transcribed verbatim. In “blind” analyses (i.e., working without
knowledge of early strange situation classifications), Kaplan identified the majority of the six-
year-olds who had been judged D with the mother during infancy Fearful-
Disorganized/disoriented (D-fearful). Indeed, many D children now demonstrated signs of
being “inexplicably afraid and unable to do anything about it” (Kaplan, 1987, p. 109).
The central responses leading to D-Fearful placement in Kaplan’s study were:
Asked what the pictured child would do, another previously disorganized child
– also with no personal loss experiences– responded:
And see, and then, you know what happens? Their whole house blows
up. See ... they get destroyed and not even their bones are left. Nobody
can even get their bones. Look. I’m jumping on a rock. This rock feels
rocky. Aahh! Guess what? The hills are alive, the hills are shakin’ and
shakin’. Because the hills are alive. Uh huh. The hills are alive. Ohh! I
fall smack off a hill. And got blowed up in an explosion. And then the
rocks tumbled down and smashed everyone. And they all died.
(Solomon & George, 1999, p. 17)
The association between the D-Fearful responses and infant D attachment with the
mother was marked, suggesting to Kaplan that, because many of the D children in this sample
had parents (termed unresolved/disorganized on the AA!) who were still experiencing
frightening ideation involving their own loss experiences, questions about separation might
have had a disorganizing effect on their offspring. In essence, Kaplan proposed that the
children’s fearful fantasies, silences, and disorganized language or behavior regarding parent-
child separations could well have been the product of repeated interactions with parents who
were themselves still fearful and confused regarding an important loss.
Jacobsen and her colleagues have replicated the relation between infant D attachment
status and Kaplan's D-Fearful responses to separation pictures at ages 6 or 7 (Jacobsen et al.,
1997; Jacobsen & Hofmann, 1997; see also Jacobsen, Edelstein, & Hofmann, 1994). Jacobsen
and colleagues (1994) re-ported that D-Fearful 7-year-olds in a large Icelandic sample had
negative feelings about themselves, and (perhaps due to anxiety) had notable problems in
drawing the correct deductions to verbally administered reasoning tasks in adolescence.
Employing doll play with 6-year-olds, Steele and colleagues (1995) also found themes of
violence, hurt, and illness significantly associated with infant disorganized attachment with the
141
mother (Steele et al., 1995). In a concurrent sixth-year assessment which utilized Main and
Cassidy’s (1988) D-Controlling category, Solomon's group (1995) replicated Kaplan’s early
findings with respect to the appearance of both catastrophic, chaotic fantasies in some
children, and silence or response inhibition in others (the children were termed D-Fearful).
Additional indices of continuing fear specific to children classified D with mother
appeared in a substantial portion of their family drawings (Kaplan & Main, 1986,48 replicated
in the Minnesota poverty sample by Carlson & Levy, 1999). Drawings by former D children
included, for example, floating, dismembered body parts, directly frightening elements (in one
case, skeletons), and scratched-out figures. Some D children were so dissatisfied with their
original drawing that they scratched it out, or else demanded another sheet of paper (see Main,
1995, for overview).
Another characteristic of child-mother and child-father dyads with whom the child had
been disorganized in the strange situation procedure was “dysfluent” conversation. Here,
based on transcripts taken from Main and Cassidy’s sixth-year reunion procedure (1988), the
child/parent conversation typically involved one or both partners stumbling in their sentences,
while the child rather than the parent (as is usual) provided conversational guidance or
“scaffolding.” An example (drawn from Hesse & Main, 2000, p. 1107) is as follows:
Child: Gosh, you were, uh, gone a long time, you look. .. Come sit down, Mom. Where—
where were you?
Mother: I was with ...with ... I’ve forgotten her name...
Child: Rachel, you were with Rachel...
Mother:… right, Rachel, and she was asking me a lot of questions. And you’re with...
Child:… Emma. You remember, this is Emma, and she showed me this sand-box.
Mother:… oh, is that it in the corner? Oh, it’s really cute, hon, you must have had fun.
Child: No, the sandbox is here. That’s the toy-box. Want to see it?
Mother: No, uh, no. We’re going to—I think they want us to leave now.
Child: Well, we—we can’t leave yet, Mom. You have to sign the forms.
In identifying and distinguishing former D from the remaining strange situation dyads
on the basis of conversational dysfluency, Strage (then a graduate student in psycholinguistics)
worked exclusively and deliberately from transcripts devoid of any accompanying cues to
nonverbal behavior, to “prosody,” or to emotional tone (Strage & Main, 1985).49 Strage and
Main found that children who had been disorganized with one parent (mother or father) but
not with the second parent were dysfluent in their conversation only with the first parent (see
Main, 1995). In sum, while previously disorganized children in the Bay Area sample had
developed an “organized” behavioral strategy for dealing with the stress of separation from the
48
Researchers with access to standard behavior-based (for example, Ainsworth strange situation procedures, or
Main and Cassidy’s sixth-year reunion procedure) assessments of attachment in their sample can write to Dr.
Nancy Kaplan, c/o the Social Development Project, the Department of Psychology, The University of California
at Berkeley, Berkeley, CA, 94720 to obtain training in the Kaplan and Main (1986) drawing system for 6-year-
olds. We do not recommend use of this system in the absence of better validated and established assessments, and
it should be noted that many secure young children seen outside of our standardized laboratory assessment
deliberately draw frightening pictures (for, example, at Halloween), or scratch out aspects of their pictures (in a
search for improvement).
49
The reader may note that Strange and Main (1985) has yet to be submitted for publication. This is because in
the strange situations to which conversational styles were being linked, one of the four major categories (Group
C, “insecure–ambivalent”, see below) was virtually absent, and we have yet to replicate our original results with a
sample having sufficient members of this category to identify a pattern.
142
parent via role-inverted or controlling behavior, marked indices of disorganization, fear, and
chaos remained evident at the level of representation.
Although to this point we have been concerned exclusively with predictions from
infancy to middle childhood, we should note that we have now been able to follow 15 former
D infants to age 19, when we have administered the AAI (Main, 2001: Main & Hesse, in
preparation). Although a majority of these young adults had been give an alternative “secure”
classification during infancy (i.e., D/secure—as infants, then, they would therefore have been
classified as “secure” prior to the recognition of D attachment), 14 out of the 1550 were found
insecure on the AAI by a “blind” coder who had had no part in our earlier projects, and several
were judged Cannot Classify (see Hesse, 1996, and p. 87). Another interesting finding
emerging from our study at age 19 was the reappearance in some former D infants of
disorganized behavior (e.g., facial grimace, upward eye roll) when videotaped responding to
an unexpected request to visualize themselves (Main, 2001).
The import of these findings to child clinicians is clear. However, this report may
additionally be of interest to those working with older individuals, since during therapy the
offspring of a traumatized caregiver might be expected to exhibit difficulties consonant with
the sequelae to early disorganization described above. As adult patients, then, some such
individuals may exhibit:
1. Recurring catastrophic fantasies (e.g., fear of death of important persons or the self, or
other catastrophes [including fear of nervous breakdown, see Hesse & Main, 1999]
based on no earlier or current experience discernible o self or clinician);
2. Attempts to control the clinician at times by becoming punitive or excessively
solicitous, especially when feeling frightened of, or perhaps even frightened for, the
clinician or other important persons; and,
3. In more extreme cases, cognitive confusion and blank spells (see Liotti 1993).
50
Twelve of these young adults had been assigned directly to the D classification in infancy: all 12 were judged
insecure on the AAI. Three had been assigned an alternative D classification (of these, one was secure on the
AAI), but because our original (1986) strange situation coding had been conservative with respect to D, we
presently include alternative D as “D” in our studies of this sample (Abrams et al., submitted; Main, 2001). The
coder for these interviews was Dr. Isabel Bradburn.
143
The Evolutionary Background to Attachment Theory
Elsewhere (e.g., Main, 1995; Hesse, 1999b) we have described the field of attachment as
developing in three principle phases. In the first, drawing on evolutionary theory and
observations of nonhuman primates, Bowlby (1969) called attention to the functioning of an
“attachment behavioral system” which, having primary and immediate responsibility for
regulating infant safety in the environments of evolutionary adaptedness (i.e., those in which
we originally evolved), unavoidably still leads the infant to continually monitor the physical
and psychological accessibility of attachment figure(s). The attachment system is now
understood to be present in adults as well, as illustrated in the “secure base” behavior which
leads each member of a well-functioning couple to turn to the other in times of stress (see
especially Bowlby, 1988). Responses to death of a spouse or partner also highlight the
continuing functioning of the attachment system during adulthood (Bowlby, 1980).
In the first volume of his trilogy, Bowlby (1969) presented and described the role
which he believed evolution must play in human motivation, and specifically with regard to
the functioning of the attachment behavioral system, which he viewed as central to
understanding mental health. However, Bowlby had other aims as well. Until then, the
clinician's primary source of data had been the speech, dreams, and retrospective accounts of
adults. Bowlby urged that a more prospective—and simultaneously, observational—approach
to the development of repression, defense, splitting, and other processes should be undertaken,
permitting theoreticians and researchers alike to work forward from a particular experience to
its sequelae. He took as his own point of entree protracted parent-child separations, in which a
toddler was placed for periods ranging from weeks to several months in an unfamiliar
(usually, hospital or “residential nursery”) setting. The sequelae to repeated or protracted
experiences of this kind were found to include not only anxiety and ambivalence with respect
to previously loved figures, but eventually a state of “detachment” in which ties to attachment
figures were no longer acknowledged, and previously affectionate (and hostile) feelings were
thought to have become repressed (Robertson & Bowlby 1952; Heinicke & Westheimer,
1966). During these traumatic separations, some young children also become disorganized
(Main & Solomon, 1990; see also Solomon & George, 1999).
The behavioral manifestations of human attachment are familiar to all of us, and while
most adults as well as (virtually all) infants are presumed to have attachment figures (persons
to whom they are likely to turn in situations of stress), attachment behavior is perhaps most
readily observed in the intense concern with the whereabouts of parental figures exhibited in
young children. As Ainsworth (1967) demonstrated, during infancy attachment is identified
with:
145
Perhaps this singular piece of apparent stupidity may be accounted for by the circumstance, that
this reptile has no [natural] enemy whatever on shore, whereas at sea it must often fall a prey to
the numerous sharks. Hence, probably, urged by a fixed and hereditary instinct that the shore is
its place of safety, whatever the emergency may be, it there takes refuge. (1839/1962 p. 335).
Turning now to human evolution, note that (in parallel to Darwin’s sea lizard), the
human infant alarmed by its attachment figure also has no inherent (i.e., instinctively
organized) means for separating the location of its “attacker” from the location of its haven of
safety. Confronted with circumstances unanticipated within its evolutionary history, then, it
should experience strong propensities to approach (as well as flee from) the place of threat.
Thus, obtaining proximity to or contact with the attachment figure is the young infant's normal
solution to all experiences of fright.
Here, we describe the “fright without solution” (Kaplan, 1987; Main & Hesse, 1992)
which, then, might well occur when the parent—normally the infant's biologically channeled
“haven of safety”—simultaneously becomes the source of its alarm (Hesse & Main, 1999,
2000). Such experiences should be inherently disorganizing, effecting emotion, behavior, and
attention; it would not be surprising if vulnerability to psychopathology is significantly
increased in the face of repeated early experiences of unsolvable fear.
In attempting to describe how the infant comes to organize its attachment to selected persons
under normal conditions, Mary Ainsworth embarked upon systematic observations of infant-
mother interaction in the home across the first year of life. These studies were undertaken
initially in Uganda (Ainsworth 1967) and later in Baltimore (26 dyads, Ainsworth, Bell, &
Stayton, 1971 Ainsworth et al., 1978). In conjunction with these investigations, Ainsworth
(and other researchers; see especially Schaffer & Emerson, 1964) observed that specific or
“focused” attachments usually develop by the third quarter of the first year of life, and appear
to be the outcome of contingent social interactions. It was noted that—precisely because
attachments are based on contingent social interactions—infants can develop attachments to
nonrelated individuals, including of course those who do not participate in their primary care.
For many infants, two or more attachment figures are eventually selected.
Ainsworth, like Bowlby (1969), believed that all infants but those raised in extremely
anomalous circumstances would form an attachment by the end of the first year of life. This
given, the central question regarding a normally raised toddler's parenting experience was not
whether she or he had become attached, but how the attachment to the primary caregiver(s)
had become organized. Considering the relation between attachment and survival, the infants
of insensitive and even maltreating parents were expected to be as fully (or “strongly”)
attached as the infants of sensitive and responsive parents (see, e.g., Crittenden & Ainsworth,
1989). In contrast, the organization of the infant’s attachment to a particular parent,
determined in part by examining the circumstances in which attachment behavior was
displayed, terminated, or else inhibited, was expected to differ across dyads.
Via exactingly recorded home observations across the first year of life (approximately
66 waking hours per dyad), ending with the brief, structured, strange situation procedure
(Ainsworth et al., 1978). Ainsworth and her colleagues described three organized patterns of
infant attachment behavior that were predictable from specific interaction patterns between the
146
mother and child (N = 26 Baltimore dyads seen in the home, 23 seen in the strange situation as
well). The strange situation is a 15—20 minute procedure where a parent and infant (12—18
months old) are brought into an unfamiliar playroom; a stranger is introduced to the dyad; and
the parent twice leaves, and twice returns (the infant is first left with the stranger and then left
alone during the second separation). The procedure was designed to combine several “natural
clues to danger,” as previously identified by Bowlby (1969, 1973), including unfamiliar
persons and settings, separation from the attachment figure, and being left entirely alone.
In keeping with Bowlby’s theorizing, Ainsworth had anticipated that by the time of the
second separation, all home-reared 12-month-old infants would exhibit some form of
attachment behavior, such as calling and crying (Ainsworth, personal communication, 1988).
Once the dyad was reunited, however, the mother’s presence was expected to provide
sufficient security to permit the infant to return to exploration and play. While the majority of
Ainsworth's Baltimore infants displayed this pattern of behavior (now termed secure, “B”),
“insecure” patterns of attachment behavior were also noted (termed A two and C).
Approximately 26% of infants showed few or no signs of missing the mother on separation,
often even when left entirely alone. When reunited, they actively ignored and avoided the
mother, moving away, turning away, and, if picked up (often, subtly), leaning out of the
mother's arms, indicating a wish to be put down. This attachment pattern was termed insecure-
avoidant (“Al). The remaining 17% of infants were distressed and preoccupied with the
mother throughout the procedure. In keeping with their persistent focus upon the mother,
many showed little or no interest in the toys or other aspects of the environment. Sometimes
exhibiting anger toward the mother, these infants were unable to settle upon reunion, and were
termed insecure resistant/ambivalent (“C”).
In later years, the worldwide proportions of infants judged secure, avoidant, or resistant
in strange situation studies have been found to be highly similar to those seen in Ainsworth’s
original sample (van IJzendoorn & Kroonenberg, 1988), and strange situation response
patterning appears to be independent of sex and birth order. Most important, strange situation
response is found predictable from maternal caregiving behavior in the home over the first
year of life, with sensitive and responsive caregiving predicting secure attachment, rejecting
caregiving predicting insecure-avoidant attachment, and inconsistent caregiving predicting
insecure-resistant/ambivalent attachment (Ainsworth et al., 1978; see De Wolff & van
IJzendoorn, 1997 for a meta-analysis of existing studies; see also Pederson, Gleason, Moran,
& Bento, 1998). Several subsequent investigations have found attachment to the mother stable
to at least 6 years of age (Main & Cassidy, 1988; Jacobsen et al., 1992, 1997; Wartner,
Grossmann, Fremmer-Bombik, & Suess, 1994; Ammaniti, Speranza, & Candelori, 1996).
Stability of response to the same person, however—even if indicative of continuing
emotional security with respect to that person—does not inform us as to whether security of
attachment influences emotional well-being in settings in which the attachment figure is
absent. This critical question was addressed in a series of studies of a large, high-risk poverty
sample pioneered by Sroufe, Egeland, and their colleagues, that included extensive
longitudinal observations of children in school and camp settings. Here, children judged
secure with mother during infancy were found to be more ego-resilient, more popular with
peers, more competent, and happier than formerly insecure children (Weinfield, Sroufe,
Egeland, & Carlson, 1999; see also Main, 1973, and Troy & Sroufe, 1987). In most samples,51
the infant’s attachment to its mother and father were found independent (i.e., the same infant
was often secure with one parent, but insecure with the other). Finally, a series of critical
51
Van IJzendoorn and his colleagues reported that, across samples, only a very small association can be
uncovered (van Ijzendoorn & De Wolff 1997).
147
investigations provided little support for the otherwise reasonable supposition that genetic
factors might contribute substantially to the “organized” categories of infant attachment
(Sroufe, 1985, van Ijzendoorn,, et al., 1992, Vaughn & Bost 1999); van Ijzendoorn, 2000).
In addition, Main and colleagues (1985) had shown that each of the organized
categories of infant strange situation behavior is predictable form parental discourse within the
Adult Attachment Interview (AAI), a structured, hour long procedure in which individuals are
asked to describe and evaluate early attachment – related experiences and their effects upon
personality and current functioning (see Hesse, 1999a, for overview).the interview (George,
Kaplan, & Main, 1984,1985, 1996) is transcribed verbatim and, utilizing a system developed
by Main and Goldwyn (e.g., Main & Goldwyn, 1984, 1998; Main et al., 2002), most
transcripts in low–risk samples can be assigned to one of three “organized” categories or
“states of mind with respect to attachment” –secure autonomous, insecure-dismissing, and
insecure–preoccupied52. Using the three way analysis of the “organized” categories these adult
attachment categories appear to provide discourse parallels to the three “organized” infant
categories53 of strange situation behavior, and an overview is provided in Table 2.1. Secure–
autonomous parents repeatedly have been found most likely to have secure infants, and
dismissing parents to have avoidant infants. Additionally preoccupied parents have
ambivalent/resistant infants markedly more frequently than expected by chance (see Hesse,
1999a; see also van Ijzendoorn, 1995). As noted earlier, however, some speakers –while
acceptably organized elsewhere within the interview– show indications of disorganization
and/or disorientation reasoning of discourse specifically in response to queries regarding
potentially traumatic events. These linguistic “slippages” predict disorganized/disoriented
infant attachment status with 57%, of such speakers having disorganized infants across
samples and markedly higher associations being reported when the researches had had more
training in identifying infant D attachment status.
TABLE 2.1.
AAI Classification and Corresponding Patterns of Infant
Strange Situation Behavior
52
Transcripts are assigned to the secure-autonomous category when the speaker remains coherent, consistent, and
collaborative throughout the interview, whether early life experiences were favorable or unfavorable. Dismissive
and preoccupied speakers lack the attentional flexibility and coherence evidenced in secure speakers, with
dismissing speakers being especially striking for their failure to provide adequate support for positive
descriptions of early experience, and preoccupied speakers seeming so excessively involved in early experiences
with parents as to fail to simultaneously monitor the discourse context (Hesse, 1996).
53
In direct parallel to “unclassifiable” infant attachment status as noted by Main and Weston (1981), a few
transcripts have insufficient overall organization to permit assignment to the dismissing, secure, or preoccupied
categories. These are currently termed “cannot classify” (see Hesse, 1996).
148
related experiences are favorable or physical contact. May maintain physical contact
unfavorable. Discourse does not notably briefly by second reunion, then settles and returns
violate any of Grice’s maxims. to play.
Not coherent. Dismissing of attachment-related Like secure infants, explores in the early episodes of
experiences and relationships. Normalizing the procedure. However, fails to cry on separation
(“excellent, very normal mother”), with from parent, then actively avoids and ignores
generalized representations of history parent on reunion, i.e., by moving away, turning
unsupported or actively contradicted by away, or leaning out of arms when picked up.
episodes recounted. Thus, violating of Grice's Little or no proximity or contact seeking, no
maxim of quality. Transcripts also tend to be distress and no anger. Response to parent appears
excessively brief (occasionally an attachment unemotional. Focuses on toys or environment
figure is contemptuously dismissed from throughout procedure.
discussion), violating the maxim of quantity.
Not coherent. Preoccupied with or by past May be wary or distressed even prior to separation,
attachment relationships/experiences, speaker with little exploration. Preoccupied with parent
appears angry massive, or earful. Sentences throughout procedure, may seem angry or passive.
often long, grammatically entangled, or filled Fails to settle and take comfort in parent on
with vague usages tangles (“dadadada,” “and reunion, and usually continues to focus on parent
that”). Thus, violating of Grice's maxims of and cry. May alternately seek and then resist
manner and relevance. Transcripts often contact. Fails to return to exploration after
excessively long, violating quantity reunion.
Note: Two-week training institutes in the analysis of both the organized and disorganized categories of infant strange
situation behavior are taught yearly by Alan Sroufe and Elizabeth Carlson of the Institute of Child Development,
University of Minnesota, and Minneapolis, MN, 55455. Two-week training institutes in the analysis of the Adult
Attachment Interview are held regularly by several certified trainers. A list of available AAI institutes can be
obtained from the first author.
Source: Permission to reprint an earlier version of this table, taken from Hesse (1999a), had been obtained from
Guilford Press. Descriptions of the Adult Attachment Classification System are taken from Main, Kaplan, Cassidy
(1985) and from Main and Goldwyn (1984-1998). Descriptions of infant ABC categories are taken from Ainsworth
and colleagues (1978), and description of the infant D category is taken from Main and Solomon (1990). Information
regarding a fifth, “cannot classify” category not described here (but prominent in clinically distressed and violent
samples) can be found in Hesse (1996). This table is updated from that printed in Hesse and Main (1999).
149
Disorganized Infant Strange Situation Behavior
Creeping rapidly forward to father as though to greet him at the doorway, the infant suddenly
stops and turns her head 90 degrees to the side. Gazing blankly at the wall with face
expressionless and eyes half closed, she slaps her hand on the floor three times. These gestures
appear aggressive, yet they have a ritualized quality. The baby then looks forward again, smiles,
and resumes her approach to her father, seeking to be picked up. (Main & Morgan, 1996, pp.
108–109).
150
The term disorientation was added to describe behavior which, while not overtly
disorganized, nonetheless indicated a lack of orientation to the present environment (such as
immobilized behavior accompanied by a dazed expression).54 the following is an example:
Upon reunion, a mother picks up her very active son, and sits down with him on her lap. He sits
still and closes his eyes. His mother calls his name, but he does not stir. Still calling his name, she
bounces him on her knee, and gently shakes him, but he remains limp and still. After several
seconds, he opens his eyes, slides off her lap and darts across the room to retrieve a toy. (Main &
Morgan, 1996, p. 124)
In total, Main and Solomon delineated seven “thematic headings” for the identification
of disorganized/disoriented behavior. These are presented in Table 2.2.
Bouts of disorganized/disoriented behavior sufficient for assignment to the D category
are often quite brief (not infrequently consisting of one episode lasting 10 to 30 seconds). For
example, if an infant froze inexplicably in a posture which required physical effort to maintain
(e.g., with one hand partially extended) for 20 seconds or more, it would be classified as D. As
has already been noted, the D category is always assigned together with a best-fitting, alternate
avoidant, secure, or resistant category (e.g., disorganized/avoidant or disorganized/secure).55,56
Lyons-Ruth and her colleagues have found that the second best-fitting category may
ultimately be related to differing precursors, that is, the behavior of the mothers of
disorganized/secure infants may differ markedly from those who are disorganized/insecure
(see Lyons – Ruth, Alpern, & Repacholi, 1993; Lyons – Ruth, 1996; see Lyons – Ruth &
Jacobvitz, 1999 for overview)
TABLE 2.2.
Disorganized/Disoriented Behavior Observed During the Strange Situation
1. Sequential display of contradictory behavior patterns. For example, the infant may
dash crying to parent, then inexplicably fall silent and turn away to the wall.
54
Directions for judging infants as disorganized were developed and refined through repeated study of 200 infant
strange situation videotapes designated “unclassifiable” within the original three-pad system—half drawn from
low-risk and half from high-risk and/or maltreatment samples.
55
Also, some infants are alternately unclassifiable or cannot classify.
56
Acceptable levels of reliability and stability were established for the disorganized strange situation category in
this and succeeding independent investigations, and, additionally, across studies, no significant sex differences
have been found (van IJzendoorn, Schuengel, & Bakermans-Kranenburg, 1999)
151
4. Stereotypies, asymmetrical movements, mistimed movements, and anomalous
postures. For example, the infant may rock hard on hands and knees immediately on
reunion, greet the parent with a one-sided smile, or repeatedly raise arms straight
forward at shoulder height, eyes closed.
5. Freezing, stilling, and slowed movements and expressions. For example, the infant
may move very slowly toward the parent, as though moving under water or against
physical resistance. Or, the infant may freeze all movements for 20 seconds, hands in
air.
6. Direct indices of apprehension regarding the parent. For example, the infant may
place hands to mouth at parent entrance with a frightened expression, or may back
against the wall with a fearful smile.
7. Direct indices of disorganization and disorientation. For example, the infant may
wander about the room in a disorganized fashion, turning in circles. Or, immediately
upon parent entrance the infant may turn and brightly greet the stranger, raising
arms.
Note: Disorganized/disoriented behavior is scored by instance on a 9-point scale, and infants scoring above a 5
are placed in the disorganized category. Training in the identification of disorganized/disoriented behavior is
provided yearly by Elizabeth Carlson at the Institute of Child Development, University of Minnesota.
Source: The above descriptions of disorganized/disoriented infant strange situation behavior are adopted from
Main and Solomon (1990), and from Hesse and Main (1999).
Despite the overtly unusual nature of many of these behaviors, a meta analytic
overview of studies of neurologically normal samples found no indication of a temperamental
or constitutional component in disorganized strange situation responses while, as with the
“organized” patterns of attachment, infants generally exhibit disorganized behavior in the
presence of only one of two parents (van IJzendoorn et al., 1999). (Recently, however—as
predicted by Main, 1995, 1999—an association between a particular genetic allele and infant
disorganization has been described, though the data suggest the importance of environmental
factors as well, since many of the infants carrying the allele were not disorganized (Lakatos et
al., 2000].) Disorganized behavior has also been observed in infants and older individuals who
are neurologically atypical (Main & Solomon, 1990; see also Pipp-Siegel, Siegel, & Dean,
1999), isolated, or simply overwhelmed or over stimulated by repeated or ex-tended
separations (Heinecke & Westheimer, 1966; Robertson & Robertson, 1971; Main & Solomon,
1990; Solomon & George, 1999; see Hesse, 1999b for overview). In addition, D behavior
(e.g., stereotypies and “freezing”) can result from pharmacological interventions (see Hesse,
1999 b).
However, since disorganization and disorientation also result from conflicting
behavioral tendencies (Hinde, 1966), it is not surprising that disorganized behavior has been
observed in experimental settings in which toddlers are deliberately given conflicting signals
(Volkmar & Siegel, 1979; Volkmar, Hoder, & Siegel, 1980), subjected to abrupt and
confusing changes in interactional behavior, or else exposed to “inescapable” situations
involving, for example, shame or embarrassment (see Main & Solomon, 1990, and Hesse,
1999b). Disorganized behavior in the presence of a particular parent may also result from
transient circumstances in the parent’s life, which leads to frightened behavior only
temporarily (a case of this kind in which an otherwise secure parent had just had a life-
threatening experience is discussed extensively by Ainsworth & Eichberg, 1991). Because
conflict arising in these latter situations is, however, either the product of experimental
152
procedures or presumed temporary, a focus upon ongoing and potentially disorganizing
aspects of parental behavior was initiated.
In 1990, Main and Hesse hypothesized that behavioral, emotional, and attentional
organization can ordinarily be maintained under the stress of the strange situation procedure
only so long as the attachment figure—whether sensitive or insensitive to infant signals and
communications in the home—has not been a direct source of alarm or fright (Main & Hesse,
1990, 1992). It was proposed, however, that organization might well break down in the face of
repeated exposure to the inherently highly conflictual situation in which the attachment figure
becomes alarming.
I keeping with this proposal, disorganized behavior has been observed in the great
majority (77%) of maltreated infants studied in the strange situation in two large independent
samples (Carlson, Cicchetti, Barnett, & Braunwald, 1989; Lyons-Ruth, Repacholi, McLeod, &
Silva, 1991; see van IJzendoorn, Schuengel, & Bakermans-Kranenburg, 1999, Table 5).
Further, a post-strange situation rise in salivary adrenocortisal (a physiological index of stress
for which the individual has no immediate behavioral strategy) has been found in disorganized
infants in two independent studies (Spangler & Grossmann, 1993; Hertsgaard, Gunnar,
Erickson, & Nachmias, 1995).
It is nevertheless necessary to account for the fact that 15% of infants observed in low-
risk samples (N = 2,104; van IJzendoorn et al., 1999) are disorganized, and that in several
studies the proportion of middle-class infants judged disorganized has ranged above 30% (e.g.,
Ainsworth & Eichberg, 1991). Further, direct maltreatment is unlikely to provide explanation
for the fact that in a study of children of mothers suffering from anxiety disorders, 65% of
offspring were found disorganized (Manassis, Bradley, Goldberg, Hood, & Swinson, 1994).
While of course it would be naive to argue that maltreatment is absent in low-risk samples, or
that it might not occur in some parents with anxiety disorders, it is highly unlikely that, for
example, 65% of mothers suffering from anxiety disorders would also be maltreating.
These findings, then, leave open the question of (a) what the parental correlates of
disorganized attachment might ordinarily be in non maltreating populations, and (b) how
disorganization arises under circumstances that do not involve directly maltreating behavior.
Ultimately, Main and Hesse concluded that frightened, dissociative, and anomalous forms of
(merely) “threatening” parental behavior could place the infant in a conflict situation similar
to one involving physically agonistic parental behavior (Main & Hesse, 1990; Hesse & Main,
1999; Hesse, 19996), and that behavior of this kind could be anticipated in parents in low-risk
samples who are still frightened, unresolved, and/or disoriented with respect to their own
experiences of loss or abuse.
Initial indirect support for the above was provided by an early investigation of the upper-
middle-class Bay Area sample (Main & Hesse, 1990). Here we found a substantial association
between the infant’s disorganized/disoriented behavior during the strange situation as
conducted with a given parent and linguistic slippages observed in that same parent’s
discussion of potentially traumatic events sufficient to warrant placement in the
unresolved/disorganized AAI category-(Main & Goldwyn, 1984, 1998; see Hesse, 1999 a,
Hesse & Main, 1999, and Hesse & Main, 2000, for an overview). In this study, it was reported
153
that 91% of mothers classified as substantially unresolved on the basis of disc
course/reasoning lapses had had disorganized infants five years earlier. In contrast, only 16%
of mothers who had experienced a loss, but showed little or no indication of disorganized
mental processes in discussing the loss, had had disorganized infants.
Ainsworth and Eichberg (1991) provided the first replication of the Bay Area findings.
Using a sample of 50 mother-infant dyads where coders of both the AAI and the strange
situation were blind to the alternative procedure, these authors found that mothers who had
simply experienced a loss—even a major loss of a family member—were no more likely than
other mothers to have disorganized infants. However, all eight mothers whose lapses in
reasoning or discourse during the AAI identified them as unresolved/disorganized had infants
who were judged D with them in the strange situation.
This study provided a particularly illustrative example of a lapse in the monitoring of
reasoning in a high-functioning mother. Immediately upon being queried regarding loss
experiences, she responded “Yes, there was a little man…” and then began to cry. The person
lost was an elderly man who had worked briefly for her parents when she was eight years old.
Jokingly, he had asked her to marry him when she grew up, and she had replied, “No, you'd be
dead.” Not long after this exchange, he died unexpectedly of a brain hemorrhage. Crying, this
mother told the interviewer that it was she who had killed him—”with one sentence”
(Ainsworth & Eichberg, 1991, p. 175). This lapse in reasoning was left unmonitored, leading
to placement in the unresolved/disorganized adult attachment category and, as expected, the
infant’s strange situation behavior was independently classified as disorganized. The reader
should note: (a) the existence of frightening ideation (having killed someone with a thought) in
this otherwise high-functioning mother, (b) whose loss experience would not normally have
been considered traumatic.
By 1994, unresolved/disorganized parental attachment status had predicted infant D
attachment in five further samples (summarized in van IJzendoorn, 1995). In four, the AAI
had been administered prior to the birth of the first child and the parent’s attachment status
was compared to infant strange situation response to the same parent at 12 months (Benoit &
Parker, 1994; Fonagy, Steele & Steele, 1991; Radojevic, 1992; Ward & Carlson, 1995; the
latter is a high-risk sample.57 Six additional investigations of the relation between unresolved
parental attachment status and infant D attachment have been conducted since this original
meta-analysis, with highly significant linkages reported for the majority (Hesse, 1999b).
To summarize, many independent investigators have found that (1) isolated, brief
linguistic indices of disorganization and disorientation in the parent’s AAI occurring
specifically in response to queries regarding loss or abuse experiences (the majority of
unresolved AAI’s are otherwise acceptably organized, whether secure or insecure), predict (2)
usually brief bouts of behavioral disorganization and disorientation in the infant. An overview
of this system of linguistic analysis is provided in Table 2.3.
The initial step leading toward the proposal that disorganized behavior might result not only
from direct physical abuse and other maltreatment (i.e., as a direct effect of trauma) but also as
57
Interestingly, the strength of the association is highly related to the amount of training researchers have had in
assessing disorganized strange situation behavior (van IJzendoorn, 1995).
154
a second generation effect of a frightened mental state mediated by more subtle forms of
parental behavior (Main & Hesse, 1990, 1992) came about via a closer examination of AM
passages where “unresolved/disorganized” slippages had been identified. Here it was found
that in most cases questions regarding a potentially traumatic event appeared to have sparked
or induced a momentary but dramatic alteration in the speaker's mental state. Many of the
more marked slippages suggested that the speaker was experiencing either (a) high levels of
absorption involving events which had not undergone normal processing (Hesse & van
IJzendoorn, 1999) or (b) intrusions from a secondary (normally dissociated) ideational system
regarding those experiences, which was incompatible with an ordinarily more prominent view
regarding these same events (Main & Hesse, 1990, 1992).58 As Table 2.3 indicates, examples
of absorption include unusual attention to detail during the discussion of a loss, or a sudden
shift to eulogistic (funereal) speech. Lapses in reasoning indicating intrusions from a
secondary, incompatible belief system also appeared —for example, in statements indicating
that a deceased person was believed still alive in the physical (as opposed to metaphorical,
metaphysical, or religious) sense. It appeared reasonable to speculate, then, that similar state–
shifts could occur in such individuals in other settings, being activated by (a) involuntary
intrusions from alarming memories or ideation and/or (b) aspects of the environment
idiosyncratically associated with those ideas or memories.
TABLE 2.3.
Identifying Unresolved/Disorganized Attachment Status within the Adult
Attachment Interview: Lapses in the Monitoring of Discourse and
Reasoning
1. Sudden changes in speech register (e.g., shifting from normal speaking patterns into
eulogistic/funereal speech, as, “She was young, she was lovely, and she was torn
from us by that most dreaded of diseases, tuberculosis”);
58
States of absorption and intrusions from secondary systems are compatible with Hilgard’s analysis of hypnotic
phenomena and trancelike states (Hilgard, 1977) and with Bowlby’s analysis of a case of unresolved mourning in
an adolescent girl (“Geraldine”, see Bowlby, 1980).
155
2. Placement of the timing of death at several widely separated periods (e.g., ages 9,
11 and 15 given for same loss experience at differing places in the interview);
3. Indications that self was responsible for the death where no material cause was
present (e.g., death caused by having thought something negative near the time of
the death);
4. Claims to have been absent at the time of the death, juxtaposed with claims to
having been present (e.g., stating regret at having been at home when other family
members were present at a drowning, then later speaking as though the self had
been present: “and we tried, but none of us could swim to her”).
Note: transcripts can also be assigned to unresolved/disorganized attachment status on the basis of reports of
extreme (disorganized/disoriented) behavioral reactions to loss or abuse: however, these are very rare in
samples of the kind discussed here. Training in identifying these lapses is provided in conjunction with
training in the Adult Attachment Interview (See table 2.1).
Source: The above examples of lapses in the monitoring of reasoning and discourse are taken from Main and
Goldwyn (1998), and further adapted from Hesse and Main (1999).
Thus, a theory was developing which might provide an explanation for how a
parent’s unintegrated or quasidissociated state could become associated with
disorganized behavior in the infant (Main & Hesse, 1990, 1992; Hesse & Main, 1999).
Entering such a state, the parent might exhibit:
Each of the above subtypes of behavior was expected to be frightening to the infant
(Hesse & Main, 1999). Depending on the nature and intensity of their own traumatic
experiences, it was reasoned that some unresolved parents might also
Although it was supposed that these latter three subtypes of anomalous behavior (4, 5
and 6) might not be frightening in themselves, they would nonetheless be unlikely to occur if
the parent had not entered some kind of an “altered” or dissociated state. Thus, the same
parent could potentially become directly frightening, frightened, or overtly dissociative at
other times as well.
These ideas necessitated empirical testing. Which led to the development of a coding
system for identifying such a parental behaviors (hereafter termed FR behavior; Main &
Hesse, 1992–1998). An overview of this system is presented in Table 2.4.
156
Unresolved/Disorganized Adult Attachment Status as Predictive of “FR” Parental Behavior
TABLE 2.4.
157
a
Exclude from consideration simple disciplinary actions, even if somewhat harsh, insensitive, or momentarily
frightening (e.g., shouting, or slapping of hand), or accidents involving the parent that momentarily frighten the
infant (e.g., stumbling and bumping infant’s head on wall), as long as parent’s state does not appear anomalous
(see text pp. 88-89).
b
Readers interested in a more complete description of this system should write to the first author at Berkeley.
Training institutes in the identification and scoring of FR behavior are being planned.
Source: This table is adapted from an earlier table published in Psychoanalytic Inquiry (Hesse & Main, 1999).
At the University of Texas, Jacobvitz, Hazen, and Riggs (1997; Jacobvitz, 1998)
administered the AAI to 113 mothers prenatally. In contrast to the Leiden study mothers were
required to feed their babies, play with them, and change their clothing on camera. In this
more stressful procedure, unresolved/secure and unresolved/insecure mothers were both found
far more likely to exhibit FR behaviors, as compared to either secure or insecure mothers who
were not unresolved.
Similar results have been obtained in a study of middle-class Bay Area families where
frightened/frightening behavior was observed in mothers and (separately) fathers during a
brief (30-minute) laboratory parent-infant play session (Abrams, Rifkin, & Hesse, submitted).
The parents of a substantial number of infants in this study had been seen in the AAI five
years following the play sessions and strange situations.59 In the Abrams and colleagues study,
assignment to unresolved/disorganized attachment status was based entirely on discourse
surrounding the discussion of loss experiences (abuse experiences were not included as there
were too few cases), and was also confined to individuals who experienced losses prior to the
play session.
As in previous investigations, FR behavior was found significantly related to
unresolved/disorganized status on the AAI. Moreover, there was a tendency for
unresolved/disorganized parents to display more dissociative (or dissociative-like) behavior in
particular than parents not judged unresolved/disorganized. This finding appears consistent
with the supposition that language and reasoning “slippages” in the AAI, which identify
unresolved attachment status, are most likely subtle indications of absorption and other
“altered states of consciousness” as described above. Relatedly, Hesse and van IJzendoorn
(1999) had discovered a significant relation between unresolved/disorganized attachment
status on the AAI and elevated scores on Tellegens’ Absorption Scale (Tellegan, 1982;
Tellegan & Atkinson, 1974).
Using a system for coding frightening and disruptive, confusing maternal behavior termed
AMBIENCE (the method includes several categories from an early version of Main and
Hesse’s FR system), Lyons-Ruth and her colleagues examined maternal behavior within the
Ainsworth strange situation, utilizing a high-risk sample. The aim of the study was to look for
behaviors specific to the mothers of infants found disorganized within the same procedure.
Here, FR behavior (as well as disrupted maternal communication and withdrawal) was found
associated with infant disorganization, and the parents of disorganized infants whose
alternative best-fitting classification was secure differed from those whose alternative best-
59
This in deliberate sequencing of events is based on the fact that the AAI was not devised until the children in
this study were 6 years of age.
158
fitting classification was insecure in that the former were more likely to exhibit
frightened/withdrawn behavior (Lyons-Ruth, Bronfman, & Parsons, 1999).
In addition, several investigators have now examined the relation between FR behavior
in the home, field, or laboratory, and infant disorganized attachment status assessed in
independent strange situations. In the Leiden study mentioned above, FR behavior observed in
the home at 10.5 months predicted disorganized attachment in strange situations conducted 2
to 3 months later (Schuengel et al., 1999). Using a simplified assessment of FR behavior,
researchers have also investigated the attachment and care giving behaviors of members of the
Dogan ethnic group in Mali, West Africa (True, Pisani, & Oumar, 2001). True and her
colleagues found maternal FR behavior observed in the home and clinic settings substantially
correlated with infant D attachment status in the strange situation.
The Bay Area study of 50 infant-mother and 25 infant-father dyads was the first to use
the most recent (1998) version of the FR coding system (Abrams et al., (submitted); the full
coding system is available as an appendix to Hesse, 1999b). Here, parents and infants were
videotaped in the laboratory in 18 minutes of free play, but—to create an opportunity for
observing infant obedience—parents were instructed to keep the infant away from certain
locations and objects. Free play was followed by Main and Weston’s (1981) 12-minute Clown
Session, and coders, scoring across the full 30 minutes of these two procedures, were blind to
infant strange situation behavior. The match between parental FR free play/Clown Session
classifications and infant D strange situation classifications was substantial for both mother-
infant dyads and (independently) father-infant dyads (each dyad, then, was observed both in
the play session, and again in the strange situation). In analyses of the six subcategories of
frightened/frightening parental behavior, dissociative or dissociative-like behavior emerged as
the primary predictor of infant disorganization. This result was anticipated, since dissociation
has been conceptualized as an alteration in consciousness in response to overwhelming
psychological trauma and fear (e.g., Breuer & Freud, 1895/1960; Liotti, 1992; Putnam, 1985;
Spiegel, 1990).
Earlier, it was mentioned that the D strange situation category evolved via the discovery that a
substantial proportion of infants could not be classified in Ainsworth’s original tripartite
system. Although almost all previously “unclassifiable” infants are now found to display
disorganized or disoriented behavior sufficient for placement in the D category, a (very) few
remain who do not meet these criteria. Thus, while showing few or no indices of
disorganization or disorientation, some infants still do not fit into Ainsworth’s three-part
classification system, and in our laboratory are termed “cannot classify” (CC).
The AAI classification system developed by Main and Goldwyn, and extended by
Hesse (Main et al., 2002), includes a fifth (rare) “cannot classify” category (CC). The category
is utilized when speakers exhibit a mix of discourse strategies and thus qualify for placement
in two different attachment categories (e.g., dismissing and preoccupied; see Table 2.1).
Individuals are also judged CC within the AAI when they fail to display any specific discourse
strategy. The apparent inability of adults placed in this AAI category to mobilize a consistent
discourse strategy is conceptually similar—at a global level—to the local breakdowns in
strategy characteristic of disorganized infants and unresolved adults (see Hesse, 1996). Yet,
CC appears to be a separate category in its own right, being relatively rare in middle-class low
159
risk samples and having been found associated with severe pathological outcomes (see Hesse,
1996, 1999a, 1999b).
As attachment is conceived of as a relational process between caregiver and infant, it
would seem likely that in parent-child interactions leading to infant CC status experiences
similar to (albeit perhaps more extreme or anomalous than) precursors to the D category might
be found. Relatedly, Abrams and colleagues (2002) found that both of the parents of the CC
infants in their sample were judged FR within the play session.
Taken as a whole, these studies provide correlational60 support for the by hypothesis
that FR behavior might be one important mediator in the relation between unresolved (adult)
and disorganized (infant) attachment status. It should be noted that (a) FR behavior may be
most likely to appear in stressful settings; and consequently (b) these conditions will produce
stronger relations between unresolved maternal and disorganized infant attachment status. In
other words, parents who are vulnerable to lapses in organization/emotion regulation might,
when stressed, display breakdowns or a collapse in care giving strategy which is manifest as
frightened/frightening behavior. Stress might also elicit breakdowns in care-seeking strategies
on the part of disorganized infants.
The following is a general description of frightening and frightened parental behaviors
which are not expected to produce disorganization. (A more extensive description is found in
Hesse & Main, 1999.) Discussion includes the behaviors delineated in the six categories of the
FR system presented in Table 2.4, and illustrative case examples. We also consider the ways
in which each type of FR behavior may be directly (categories 1 to 3) or indirectly (categories
4 to 6) frightening and/or disorganizing to the offspring. The reader should recall that in all
studies (other than the original 1990 report by Main & Hesse, which focused on non blind
anecdotal observations), observers of parental behavior were blind to both the AAI and infant
strange situation behavior.
Maltreating parental behavior normally arises from pathological conditions. There are,
however, several forms of frightened and threatening parental behavior that occur frequently
but would not be anticipated to produce disorganization (Hesse & Main, 1999). For example,
Campos and his colleagues have demonstrated that infants as young as 11 months are highly
alert to frightened expressions on the part of the parent which indicate danger. In Campos's
studies infants have, for example, been observed to monitor and respond to parental
expressions of apprehension or alarm as the infant approaches what appears to be a dangerous
“visual” cliff by inhibiting further movement (see Klinnert, Campos, Sorce, Emde, & Svedja,
1983; Kermoian & Campos, 1988).
Fearful parental expressions in the “real” world can also, of course, indicate
approaching danger (e.g., the appearance of a potentially aggressive animal), or the possibility
that the infant’s actions may have immediately dangerous consequences (e.g., the toddler’s
movement toward oncoming traffic). In circumstances such as these, however, what is
alarming—that is the source of the alarm—is external to the parent. The alarming stimulus
will therefore ordinarily be both discernible and comprehensible, as will be made obvious in
the parent's orientation, and the infant will be free to approach the parent. Moreover, when
60
Ultimately, experimental evidence will be needed. One form of evidence which could readily be collected
would involve observing physiological (and perhaps also facial) responses to varying FR behaviors (e.g., haunted
voice, “predatory” movements) in adults.
160
most parents themselves accidentally do something to frighten the infant, they are ordinarily
likely to immediately provide comfort, contact, or (in clinical terms) “repair” (see especially
Lyons-Ruth & Jacobvitz, 1999, and Lyons-Ruth et al., 1999).
Consider in addition the “normal” contexts in which threatening parental behavior
arises. It is not unusual for a parent to become angry and/or threatening in disciplinary
interactions—for example, when the child runs out into the street. At such times, the parent
may not only sharply raise his or her voice, but even spank the child, or slap the child’s hand.
Here again, however, the motivation or stimulus for the parent’s behavior is both external to
the parent and readily comprehensible. In addition, via compliance the infant or child can in
principle terminate the “frightening” parental behavior. Finally, the child is often subsequently
able to (or even encouraged to) approach the parent, since the ultimate aim of such interactions
is usually protective. This too provides an opportunity for “repair.” Thus, parental expressions
of fright or threat as just described, are discernible and comprehensible, while the expressions
themselves are not anomalous (Hesse & Main, 1999).
If our line of reasoning is correct, in direct contrast to the above, parental behaviors which are
mediated primarily by internal factors related to unresolved experiences of trauma and fear
should in general interfere with the regulated functioning of the offspring’s attachment
behavioral system. This is because the parent's psychological state will most likely be
“altered” when these behaviors occur. The behaviors themselves can be delineated as follows.
161
devoiced or “haunted” quality. Another mother of a disorganized infant grunted and growled
in a deep, aggressive, male voice while smiling and apparently pleasantly attempting to
engage her infant in play. These sounds were sufficiently anomalous that earlier observers of
the same videotape had assumed they were mechanical, and originated from outside of the
room.
Another type of behavior which most observers would consider indicative of entrance
into a dissociative state consists in lengthy “freezing” of all movement, including half-closed,
unblinking eyes. Here the parent is completely unresponsive to, or appears to be unaware of,
the external environment, including the movements and vocalizations of his or her infant. We
have observed several unresolved/disorganized parents freeze all movement as just described,
and recently Jacobvitz (see Lyons-Ruth & Jacobvitz, 1999) has reported observing an
unresolved/disorganized mother enter a trance while being filmed in a feeding interaction in
the home. This mother sat immobilized in an uncomfortable position with hand in air, blankly
staring into space for 50 consecutive seconds. In total, she entered apparently altered states for
5 out of the 20 minutes of feeding. Dissociative or trancelike behavior this pronounced is
assumed to be rare in low-risk samples, and would receive the highest score (9) on the 1 to 9
point FR scale.
In a recent Bay Area study of 75 middle-class parent-infant dyads, a marked relation
between FR scores assigned specifically for dissociative-like behavior in the free play/Clown
Session and the degree to which the infant had shown disorganization with the same parent in
the Ainsworth strange situation procedure was found for both mother-infant and father-infant
dyads (Abrams et al., 2002; see also the significant relation between maternal dissociative
behavior and infant disorganization found in the Leiden sample by Schuengel et al., 1997a,
1997b).
Clearly it seems plausible that at high levels of intensity and/or in stressful situations,
dissociative parental behavior could in itself be sufficiently alarming to leave the infant
without a strategy for maintaining behavioral, emotional, and attentional organization. For
example, in three separate instances in which a parent used devoicing (“haunted”) tones in
addressing the infant, the infant’s behavior immediately became disorganized. Similarly, two
infants seen in the strange situation immediately “froze” (Main & Solomon’s [1990]
guidelines identify freezing and stilling as forms of disorganized/disoriented behavior) as soon
as the parent entered a trancelike state. When marked, then, many types of dissociative
behavior might be alarming, while at the same time leaving the infant with “nowhere to go”
(since the parent appears to be “absent”). Thus, a state of “fright without solution” could well
be created.
162
disorganized infant crawled toward her infant and then, simulating “mauling” behavior, turned
her over with fingers extended like claws (see Schuengel, van IJzendoorn, Bakermans-
Kranenburg, & Blom, 1997a). Another mother clawed repeatedly toward her infant's face,
while the mother of an unclassifiable infant61 tossed her toddler in the air while making growl-
like sounds and baring her teeth.
Recent observations in the free-play laboratory context by Abrams and colleagues
(submitted) and in the home by Jacobvitz at Texas (Jacobvitz, Hazen, & Riggs, 1997;
Jacobvitz, 1998; see also Lyons-Ruth & Jacobvitz, 1999) have continued to confirm the
existence of anomalous forms of threat behavior in parents independently identified as having
disorganized infants. These behaviors have included not only teeth-baring but additionally
hissing, deep growls, and even one-sided lip-raising (in essence, vestigial canine exposure, a
threat gesture noted by Darwin in 1872). None of these behaviors and expressions appeared to
be playful, and most seemed to arise “out of nowhere,” and then disappear.
The approach-flight conflict leading to disorganization within the context of
(anomalous) threatening parental behavior should, of course, be similar to that described
earlier in cases of battering. Because most of the anomalous forms of parental threat just
described appear suddenly, briefly, and without apparent context, we infer that fleeting
affects—frightening, partially dissociated memories or thoughts associated with the parent's
own trauma or fearful ideation—may drive the abrupt appearance and disappearance of these
behaviors. It should be noted that in the Bay Area study of 75 infant-parent dyads described
earlier (Abrams et al., submitted), scores for these anomalous forms of parental behavior were
in themselves found moderately associated with infant disorganization.
61
As noted earlier, the identification of disorganized infant strange situation behavior evolved out of an
examination of infants whose strange situation behavior was unclassifiable. Schuengel and his colleagues this
infant’s strange behavior as not only failing to fully fit to the traditional A, B and C attachment categories, but to
the D category as well (Schuengel et al., 1997). Our own (still informal) ongoing analyses of strange situation
behavior are continuing to suggest that unclassifiable infant strange situation attachment status correlates similar
to that of disorganized attachment status.
163
connection to earlier personal or familial experiences of loss through automobile or other
accidents. This is, of course, only one example. A parent who suddenly looks about or reacts
to an unchanged benign environment with fear provides a more general illustration.
Although a parent engaged in an anomalous display of fright may or may not also be in
a dissociative state, it is reasonable to speculate that this kind of unintegrated fear could be the
product of a somewhat altered and anomalous state of consciousness. The fearful parent might
therefore be simultaneously alarming and unavailable, placing the infant in a disorganizing
situation involving “fright without solution” (Kaplan, 1987; Main & Hesse, 1992).
Frightened Behavior where the Infant Becomes the Source of the Parent’s Alarm
In some cases a parent who remains frightened by partially dissociated experiences may come
to confuse or identify the infant with the original traumatic experience. One
(unresolved/disorganized) parent was observed backing away from their infant during the
separation episode of the strange situation, while stammering in an unusual voice: “D-don’t
follow me, d-don’t” (Main & Hesse, 1990). During the succeeding reunion, the infant stilled
against the parent with eyes dazed for over one full minute, and was judged disorganized.
Parents have also been seen stepping cautiously from place to place as though attempting to
keep the offspring at the greatest possible distance, or even trying to “escape” by moving out
of reach as if the infant was, for example, a potentially dangerous animal.
How can such anomalous responses to an infant be accounted for? Consider the
unresolved mother of a disorganized infant discussed by Ainsworth and Eichberg (1991). This
mother appeared to retain the childhood belief that, at age eight, she had killed her caretaker
“with one sentence!” Thus, if at times this speaker believes that children have the power to kill
through thoughts or words, the idea that it is possible to be killed by one’s own offspring could
also be present. “Anniversary” reactions occurring when an offspring reaches the age at which
the parent lost an important person may therefore not only be mediated by for example, the
renewed onset of depression, but also in some situations by the re-arousal of anxiety and
fright. Fear of the offspring in traumatized parents is therefore perhaps not as unlikely an
outcome as might be imagined (see Hesse & Main, 1999).
In a case where the source of danger is thought by the parent to emanate from the
infant, the infant’s position would become especially perplexing and disorganizing, and could
lead to the following experiences, observations, or suppositions, however inaccessible to
consciousness and/or infantile in form:
The final three subcategories delineated in the FR coding system may not in themselves lead
directly to an approach-flight paradox for the infant. Nonetheless, they each suggest alterations
in normal consciousness which should increase the likelihood that the anomalous behaviors
capable of directly producing disorganization will appear at other times. This was the case in
the 30-minute laboratory observations of parental FR behavior discussed above, where the
majority of parents who displayed timid, sexualized, or disorganized behaviors also displayed
more directly frightening (threatening, frightened, or dissociative) behaviors (Abrams, 2000;
Abrams et al., submitted).
165
submission to obviously painful slapping, hitting, or hair-pulling on the part of the infant. In
these latter more extreme cases, the infant was definitively disorganized, or else unclassifiable.
The above behaviors may suggest that some parents at times feel the infant to be
“superior” and/or to have relatively greater power. This accords with George and Solomon’s
(1996) interview-based finding, that the parents of disorganized children sometimes report that
the child has supernatural capabilities, and that (as identified from a care giving interview)
these parents feel helpless with respect to their offspring who are, correspondingly, perceived
as powerful.
Because an infant in fact has no capacity to control, harm, or protect the parent, we
may, ask why, from an evolutionary vantage point, behavior of this type would arise. Recall,
then, that in ground-living nomadic primates at least two relatively universal tendencies are
assumed to be aroused in conjunction with heightened states of alarm.63 The first is to take
flight from the perceived source of danger and the second is to gain proximity to an
attachment figure who provides protection. Thus, the parent as well as the infant should
experience a volition to see; a haven of safety if sufficiently alarmed. In most parents it seems
likely that any propensities to seek the offspring as a haven of safety are either absent or a-e
over-ridden, so that alarm stemming from an environmental source most often elicits a
protective, as opposed to a protection-seeking, response (Cassidy, 1999).
Some parents in unresolved mental states may at times nevertheless experience a
disoriented volition to seek the offspring when alarmed (Hesse & Main, 1999). This
anomalous inclination would no doubt be involuntary, and intended to reduce parental fear. If
acted upon, however—even as a momentary inclination—the infant’s immediate confusion
and fear could easily be heightened. If, then, the frightened (hence, frightening) parent
approaches the infant for protection, an approach-flight paradox could well be created, since
the source of the infant's alarm (the frightened, proximity-seeking parent) will stimulate strong
simultaneous inclinations to increase proximity as well as distance.
SEXUALIZED BEHAVIOR
We have rarely observed overtly sexualized parental behavior in parent/child dyads in low-risk
Western strange situation samples. Nevertheless, mild forms of these behaviors do occur. For
example, Abrams (2000) noted one parent of a D infant who suddenly and briefly, grunted and
twisted her body suggestively towards her infant with a “come-hither” expression. In a few
samples, intimate kissing of the infant has been observed.
63
In order individuals, both the protective and agonistic systems may also become activated.
166
and some such behaviors, even during infancy, have been regarded as (at least phenotypically)
dissociated (Liotti, 1992; Main & Morgan, 1996). Abrams and colleagues (submitted) found
that two mothers of disorganized infants momentarily appeared “blind” (both facially and by
changes in movement pattern) during the play session, whereas to that point the functioning of
their eyes had appeared normal. A “sudden blind look to eyes” had previously been identified
only in infants. Another parent of a D infant abruptly began to move in a stiff, asymmetrical,
robot like manner indicative of neurological impairment. Assuming no momentary
neurological interference (the mother moved normally at other times) this behavior was
inexplicable, suggesting a momentary “collapse of attentional and behavioral strategy” (Main
& Hesse, 1992; see Hesse, 1999 b). Abrams and her colleagues speculated that this
“dissociation of movement” could have been caused by a lapse in procedural memory (e.g.,
memory for muscle movement), perhaps comparable to the concept of a lapse in explicit
(verbal) memory.
Conclusion
Although D attachment in infancy is clearly a risk factor, we by no means believe that all, or
even most individuals who have been disorganized will not fare well in later r development.
Nonetheless, within this presentation (see also Hesse & Main, 11 1999), outlined a pathway
64
Intellectual, introspective, artistic; and other advantages may at times be primed by early disorganized
attachment. A discussion of these “positive” outcomes (potentially driven, for example, by increased capacities
for absorption) is, however, beyond the scope of this paper.
167
from certain anomalous forms of parental behavior to a variety of unfavorable outcomes for
the offspring, which may otherwise have appeared untraceable with respect to a direct
experimental source. First, by studying the lapses in the monitoring of discourse or reasoning
which occurred as parents of disorganized infants discussed loss or abuse experiences within
the AAI, we discovered “parapraxes”65 or slips in the parents’ language which were predictive
of parapraxes in the infant’s actions (Main & Hesse, 1990). ). It was presumed that these slips
in language or reasoning stemmed from sources internal to the parent; that they resulted from
states of mental disorganization and conflict surrounding frightening experiences; and that
they would be found associated with the sporadic appearance of corresponding
(frightened/frightening) parental actions. Above, we have reviewed a number of recent studies
providing corroboration for each of these hypotheses.
In essence, we have advanced an extension of attachment theory (Hesse & Main, 1999,
2000; Main & Hesse, 1990) which focuses upon a previously underemphasized aspect of the
role of fear within the attachment relationship. Correspondingly, we have suggested a new
mechanism by which the traumatic experiences of one individual can indirectly affect the
development of a second. Specifically, it has been en proposed that the infant repeatedly
frightened by its parent does not just experience negative and disturbing emotion(s) or
ordinary conflict, but additionally is subjected to a biologically channeled paradox in which
simultaneous propensities to approach and to take flight from the parent which cannot be
over–ridden (“regulated”) are activated. Finally, we have extended Bowlby’s emphasis upon
the role which direct experience plays in the development of psychopathology in the
individual (Bowlby, 1969, 1980) by pointing to the powerful indirect influence of events
which occurred in the previous generation and have become associated with (sometimes
anomalous) fears and fantasies.
Thus, as first suggested by van IJzendoorn (personal communication, 1997), we have
broadened our understanding of what “real” events are to include a parent’s (often
indeliberately) fear– evoking responses that are predictive of specifiable “second–generation”
effects for the child. Form this point of view, the parents’ frightening experience itself is of
course not “real” for the second generation. What is real, however, is the developing child’s
interaction with a parent whose behavior at times reflects their own original traumatic
experiences and/or ideation.
65
Readers outside of the analytic community may be less familiar with the term “parapraxis”, indicating a”…
faulty action due to the interference of some conflict, or train of thought.” Freud (1901/1960) used parapraxes
(often but not always slips of the tongue or slips of the pen) to demonstrate the existence of unconscious mental
processes in healthy individuals.
168
BIBLIOGRAFÍA 9.
Canto para un hombre que agoniza. En Revista
UNO MISMO. Vol. III (No. 5) 1992. p. 66.
169
Algunos días más tarde me hallaba con uno de los pacientes más antiguos cuando
empezó a agonizar: no podía respirar y forcejeaba, asustado. Ningún aparato, ningún
remedio o traqueotomía hubiera podido ya sostener sus desintegrados pulmones. Ya no
podía tomar ni tragar nada, y en su absoluto cansancio, no había ya casi nada que pudiera
devolver al mundo. Me subí a la cama de hospital y me coloque detrás de él como una
partera, con el corazón y la mente en sintonía con los suyos, con las piernas cruzadas cerca
de su cintura, y suspendiéndolo, sostuve el frágil cuerpo por los codos. Al principio traté
de que ambos rezáramos juntos, en silencio, pero instintivamente me incliné sobre su oído
izquierdo y empecé un canto gregoriano en un pianísimo casi inaudible: el “kyrie” de la
Misa de los Ángeles, el “Adoro te devote”, el “Ubi caritas”, el “Salve Regina”.
Inmediatamente se acurrucó en mis brazos y comenzó a respirar con regularidad, y
los dos empezamos a respirar al mismo tiempo. Era como si la canción lo estuviera
ungiendo, compensándolo par los modos en que —quizás— no lo habían tocado, o en que él
no había podido responder cuando lo tocaron durante su vida. Los cantos parecían
devolverle el equilibrio disolviendo miedos y compensándolo por aquellas cosas que aún
lo herían. ¿Cómo podía el sonido producir un efecto menos intense? Entonces me di cuenta
de que esos antiguos salmos son el lenguaje del amor. Contienen el ardiente vigor de miles
de personas que han cantado estas plegarias por cientos de años. Era como si no
hubiéramos estado solos en esa habitación. Cuando el corazón le dejó de latir, me quede
inmóvil durante un largo rato. El silencio sereno que reemplazó la lucha de ese hombre, y
que estaba presente en la habitación, sigue penetrando en el centro de mi vida, casi veinte
años más tarde.
170
BIBLIOGRAFÍA 10.
La Muerte, una graduación. En Revista
UNO MISMO. Vol. IV No. 10. pp. 44-49.
LA MUERTE,
una graduación
Valerie Elia
dialoga con
Elisabeth Kiibler-Ross
Usted trabaja mucho con niños moribundos y dijo que son diferentes de los
niños sanos y posiblemente también de los adultos moribundos.
Sólo son diferentes los chicos que estuvieron enfermos por mucho tiempo, porque
su reloj espiritual comienza a funcionar antes. En los niños normales, esto suele no ocurrir
hasta la adolescencia. Pero un niño de nueve años que tuvo leucemia desde los tres, pasó dos
172
tercios de su vida en un hospital, sin ir a la escuela, sin amigos. Hay mucho sufrimiento, y
esto estimula el desarrollo prematuro del reloj espiritual. Por eso los chicos que han estado
enfermos son muy diferentes de los que mueren jóvenes, atropellados por un automóvil.
¿Estos chicos son capaces de compartir sus experiencias? Usted se refiere a
ellos como teniendo experiencias extracorpóreas. ¿Pueden compartir estas
experiencias con sus padres?
Depende de la clase de padres que tengan. La mayoría de mis pacientes pequeños
pudo compartir esas experiencias.
¿No es esto demasiado amenazante para ellos?
Para cierta gente lo es, pero pienso también que están preparados por la enfermedad
del chico y están abiertos a diferentes cosas de las que antes no eran receptivos.
Es difícil enfrentar la muerte de un niño. ¿Por qué cree usted que algunos
nacen solamente para pasar unos pocos días en este mundo?
Pienso que los pequeños que mueren jóvenes vienen al planeta Tierra como
maestros. Y la muere de un niño es una enseñanza increíble. La gente cambia totalmente,
como 180 grados.
¿De manera que usted cambia por las experiencias que ellos tienen?
Sí.
¿Y usted los ve como “elegidos”, y no como infortunados?
No, no son infortunados. Ellos están en la “escuela” sólo por un breve tiempo, en
tanto nosotros, pellejos viejos, debemos aprender durante cincuenta, sesenta, setenta,
ochenta, noventa años (risas).
¿Quiere decir que, en realidad, aprendieron tanto que pueden irse pronto?
Sí, o que vinieron con un propósito específico: ayudar a sus padres a tener mayor
comprensión, amor o compasión.
Es también por medio de los niños creo, que usted aprendió de Ángeles
guardianes y otras cosas que suenan a fantasía de escuela dominical.
¡Oh, mucho! Y cuando ingresan al primer grado sus padres les dicen: “No hables
con esos amigos imaginarios. Ya eres un chico grande”. Y eso les hace callar la boca. Pero
al estar moribundos los perciben nuevamente y siguen hablando con ellos.
¿Cada persona tiene un ángel guardián?
Sí.
¿Qué papel juegan en nuestra vida? Obviamente, no nos ayudan a evitar
tragedias.
No. Lo que no les está permitido es ayudarnos a interferir con nuestra libertad de
elección. La libertad de elección es el más grande de los dones de Dios. Pero somos
responsables por todas las elecciones y de cada consecuencia de esas elecciones. Las
tragedias son oportunidades de crecimiento y de aprender por qué estamos en un cuerpo
físico. Nadie gustaría de una vida donde todo está servido en bandeja de plata, carente de
tormentas de viento.
¿Y los guías están allí para consolarnos?
Nos guían, nos conectan con la gente apropiada en el momento oportuno, en el lugar
correcto. Literalmente nos guían para que nos mantengamos en camino, en la ruta principal,
para que podamos cumplir la misión o el propósito que elegimos antes de nacer.
Si conectamos eso al concepto de sincronicidad de Karl Jung, ¿el ángel guardián
nos ayuda a reconocer ese evento sincrónico?
Sí. No hay coincidencias. Yo las denomino “manipulaciones divinas” si en toda su
vida no chequea más que las llamadas coincidencias, entonces sabrá hasta qué punto es
173
guiado, dirigido y amado.
¿De manera que todo tiene significado?
Sí, significado positivo.
174
Así hubiera transferido el problema. Pensaba que era asunto de los religiosos. Y
entonces, por primera vez en mi vida encontré a un verdadero sacerdote que practicaba lo
que predicaba y mantuvimos horas y horas de encendidas discusiones. Decía: “La medicina
sería una maravilla si se pudiera contestar a una sola pregunta: ¿Qué es la muerte?” Y
porque siempre, desde su púlpito, decía “Pedid y seréis satisfechos”, lo desafié diciendo:
“Pediré a Dios que me ayude a instigar la muerte –no el morir, la muerte- para lograr una
definición absoluta y precisa”. Porque si supiéramos qué es la muerte nos ahorraríamos
muchos sufrimientos, dolores de cabeza y problemas con la familia y los pacientes. Y
apuntando al cielorraso con un dedo dije: “Estoy pidiendo que me ayude a investigar la
vida después de la muerte”. Cinco días después tuve mi primer paciente con una
experiencia cercana a la muerte. Esto fue mucho antes de la publicación de la experiencia de
Moody. Y así, cada vez que inquirí algo obtuve una respuesta. Pero sólo cosas que
necesitaba, no cosas que quería. Hay una gran diferencia entre ambos conceptos.
Y entonces, después de la aparición del libro de Moody, del cual escribí el prólogo,
pedí a mis ayudantes que por favor me ayudaran a ir más allá. Necesitaba continuar su
investigación, no sólo para tener experiencias cercanas a la muerte, sino para saber qué es
el más allá. Y al poco tiempo, algunos días después, se me presentó el caso de una india
norteamericana atropellada en una carretera por un conductor que huyó y la dejó al costado
del camino gravemente herida con lesiones internas. No estaba visiblemente herida. No es
normal para una mujer yacer en una banquina. Ningún coche se detuvo para auxiliarla. Un
hombre —del tipo que llamo “los buenos samaritanos”— se detuvo y le preguntó qué
podía hacer por ella. Con gran serenidad la mujer le respondió: “No hay nada más que
alguien pueda hacer por mí.”
Pero el hombre no se fue. Se sentó junto a ella, en el pasto, y unos quince o veinte
minutos después la mujer observó que seguía a su lado. “Puede ser que algún día pueda hacer
algo por mi”, dijo ella. Y el pedido fue que algún día visitara a la madre, que vivía en una
reserva indígena y le diera un mensaje: “Dígale que estoy bien. No sólo estoy bien, también
me siento feliz porque pronto estaré con mi padre”. Y murió en los brazos del extraño. Bien,
este hombre quedó tan conmovido que se apartó de su camino y manejó más de mil
kilómetros para visitar a la madre de la víctima, que no estaba desolada por la muerte de su
hija sino muy, muy consciente del mensaje porque su marido, el padre de la muerta, había
fallecido una hora antes del accidente que mató a la hija, a mil kilómetros de distancia. Fue
un corolario absolutamente inesperado.
Esto confirmó su idea de que al morir encontramos a aquellos que quisimos...
No a todos, pero si hubo amor genuino...
¿Fue el conjunto de estas experiencias lo que le dio el coraje para hablar de estas
cosas?
Se abusó tanto de mí, fui tan rechazada y bautizada “Señora Muerte” y cosas
semejantes... Tuve que soportar toda esta segregación hace mucho tiempo, cuando
comencé a trabajar con pacientes moribundos. Así, cuando alguien en una conferencia se
puso de pie y me preguntó: “¿Qué ocurre cuando un niño muere?” supe que la pregunta
había sido planteada en el lugar y en el momento justo. Por primera vez trascendí al
público. Pero, como ve, no fui linchada, sobreviví. Recibí cartas desagradables y algunas
personas dijeron “¡Qué pena, solía ser una científica y buena médica y ahora anda en esto!”
Pero el problema era de los demás, no mío. Si usted sabe algo, y puede probarlo y
verificarlo, pienso que tiene la obligación de compartirlo con la gente. Eso ayudó a
millones de personas.
175
¿Tuvo usted alguna experiencia extracorpórea que lo afirmara en sus
conclusiones?
He tenido varias experiencias.
¿Fueron atemorizantes?
No. Fueron deliciosas, absolutamente deliciosas. Pienso que una vez tenidas estas
experiencias la mayoría de las personas no quieren volver. Yo sabía que mi tarea no estaba
terminada; por eso debía volver.
¿Su tarea no está terminada?
Obviamente, no. Por eso sigo aquí.
Me pregunto cómo compare sus puntos de vista sobre la muerte con los de otros,
por ejemplo con los del Libro Tibetano de los Muertos. ¿Piensa usted que después de la
muerte atravesaremos un proceso de purificación, en el cual deberemos experimentar
los dolores que infligimos a los demás, una suerte de reencarnación kármica?
Cada ser humano lo hace cuando realiza su propia revisión. Usted debe revivir cada
acción, cada pensamiento, cada palabra que pronunció.
¿Cada uno de nosotros tiene esto encomendado?
Cada uno debe hacerlo por sí mismo. Y entonces usted también conoce las
consecuencias de cada acción, cada palabra y cada pensamiento. Y esto es —hablando
simbólica, no literalmente- atravesar el infierno, porque entonces ya sabemos acerca de toda
la ayuda recibida en vida, cómo todo se forzó para ayudarnos en el camino correcto, hacia la
derecha o la izquierda, y cuán poco lo apreciamos hasta estar en contacto con nuestro guía.
Entonces esto es una revisión, un tipo de purificación, y por lo tanto no hay
infierno.
No hay más infierno que el creado por nosotros mismos. Recuerdo que cuando quise
adoptar veintiocho bebés de los asilos de Virginia, se desató un infierno. Dispararon con
armas a través de la ventana de mi dormitorio. Tuve que volver a casa con un patrullero
policial delante de mi coche y otro detrás.
Eso porque trató de adoptar…
Sí, traté de adoptar veintiocho bebés. Quise utilizar mi granja pare que chicos
huérfanos o que no conocieron a sus padres tuvieran un lugar donde crecer con amor y
comida saludable. Cultivaba vegetales como para sustentar a cien personas y soy totalmente
autosuficiente. Tengo mi propia embarcación, mi madera, mis cultivos y vivo sola en una
granja de 150 hectáreas. Pensé que no habría mejor manera de usar el lugar que adoptando
veintiocho bebés para darles una oportunidad de vivir. Pero cuando solicité autorizaciones
pare adaptar la granja para tener esas criaturas, estalló el infierno. Me amenazaron con una
quema de cruz del Ku Klux Klan, querían quemar la granja y disparaban a través de la
ventana de mi dormitorio. Convirtieron mi vida en un infierno. Sabía que esto era una
prueba y que si podía conservar la cordura y seguir viviendo sin temor de que en cualquier
momento una bala me buscara desde la foresta, entonces podría crecer. Y esto lo sigo
aprendiendo lenta y gradualmente.
Usted dijo que, una vez que conocemos la muerte, jamás volvemos a tener miedo.
¿Cómo cree que este conocimiento afecta el modo de vivir? Con frecuencia pienso en la
muerte como algo muy remoto y que la vida es la causante de temores. ¿Cómo este
conocimiento de lo que es la muerte cambia nuestra experiencia de vida?
Si usted sabe que la muerte es solamente la transformación a una forma de vida
diferente, entonces nadie desaparece, nadie se desvanece en la nada, y continuamos
creciendo y aprendiendo ilimitadamente. Es como pasar de segundo a tercer grado o del
176
séptimo al octavo. Se vive de una manera muy diferente al saber que debemos continuar
creciendo y aprendiendo.
¿Podría definir, entonces, que es nuestro tiempo en la Tierra?
Nuestro tiempo en la Tierra es la única instancia en que podemos aprender a dar y
recibir, donde podemos aprender a amar a los demás como a nosotros mismos. Es un lugar
para aprender “Tu voluntad, no mi voluntad”. En última instancia esto no es demasiado
difícil de aprender. Pero lo que nunca nos enseñaron es “Tu tiempo, no mi tiempo”, porque lo
quieren de inmediato. Entonces hay que aprender la virtud de la paciencia. Esto no puede
aprenderse del otro lado.
Me pregunto si en su profesión, con toda esta tarea pionera que realiza con los
muertos, no sintió la tentación de inflar el ego posiblemente extraviarse en este sentido.
Los chicos moribundos nos mantienen muy humildes. Si cometemos un error en la
interpretación de su vida simbólica, dicen: “Eres estúpida”. Con esto quiero mostrar que son
directos, honestos. Cuando incurrimos en charlatanería nos lo dicen directamente en la cara.
178
BIBLIOGRAFÍA 11.
Yalom, Irvin D. (1984). La muerte y la psicoterapia. En su: Psicoterapia
existencial. España: Herder. pp. 195-259.
LA MUERTE Y LA PSICOTERAPIA
Una “situación límite” es un hecho, una experiencia urgente, que impulsa a la persona
a enfrentarse con su “situación” existencial en el mundo. La confrontación con la propia
muerte es una situación límite por excelencia y posee la capacidad de provocar un cambio
radical en la manera de vivir la persona en el mundo. “Aunque el hecho físico de la muerte
destruye al individuo, la idea de la misma puede salvarle.” La muerte actúa como catalizador
capaz de hacer progresar al individuo de un estado del ser a otro más elevado: de un estado
de incertidumbre por cómo son las cosas a otro de admiración por el hecho de que sean. La
conciencia de la muerte nos aleja de las preocupaciones triviales y comunica a la vida una
profundidad, una agudeza y una perspectiva enteramente diferentes.
En capítulos anteriores mencioné ejemplos, extraídos de la literatura y de informes
clínicos, de individuos que, después de una confrontación con la muerte, se han visto
sometidos a una transformación personal radical. El Pedro de Tolstoi, en Guerra y Paz, y el
Iván Ilich, de La muerte de Iván Ilich, son ejemplos evidentes del “cambio de personalidad” o
“crecimiento personal”. Otra muestra sorprendente es el popular héroe milagrosamente
transformado: Ebenezer Scrooge. Muchos olvidan que la transformación de Scrooge no fue
simplemente el resultado natural de que el color del leño de navidad derritiera su semblante
helado. Lo que cambió a Scrooge fue una confrontación con su propia muerte. El fantasma del
futuro de Dickens (el fantasma de la navidad futura) empleó una forma may efectiva de terapia
de choque existencial. A Scrooge se le permitió ver su propia muerte, oír hablar sobre ella a los
miembros de su comunidad, observar cómo varios extraños se disputaban sus bienes
materiales, incluidas su ropa de cama y su camisa de dormir. Igualmente pudo presenciar su
propio funeral y, por último, en la escena postrera de su transformación, leyó en el cementerio
su propio nombre inscrito sobre su tumba.
179
Confrontación con la muerte y cambio personal: mecanismo de acción
Una gran multitud de personas, entre ellas pude reconocer a mi madre, cantaba: “No puedes ir, tienes un
cáncer, estás enferma. Los cánticos continuaron indefinidamente. Después escuché la voz tranquila y reconfortante de mi
padre, ya muerto, que me decía: “Sé que padeces, como yo, un cáncer pulmonar, pero no te quedes en casa a comer sopa de
pollo y a esperar la muerte, como hice yo. Ve a África. ¡Vive!”.
El padre de Eva había muerto hacía muchos años de un largo proceso de cáncer. Ella le
vio por última vez varios meses antes de su muerte, y le había entristecido no sólo el hecho de
que muriera, sino en las circunstancias en que lo hizo: ningún miembro de la familia se había
atrevido a decirle que tenía un cáncer. Así, el símbolo de quedarse en casa y comer sopa de
pollo era bastante preciso: la vida que le restaba y su muerte fueron sombrías y carentes de
fortaleza. El sueño fue un excelente consejero; Eva lo interpretó al pie de la letra y alteró
radicalmente su vida. Habló con su médico y le exigió toda la información existente sobre su
cáncer, insistiendo en que quería participar en todas las decisiones que se tomaran en relación
con su tratamiento. Restableció antiguos vínculos amistosos; compartió sus temores con otros
y les ayudó incluso a sobrellevar la tristeza que sentían. Realizó, en efecto, su último viaje al
África, el cual, aunque breve debido a su enfermedad, le dejó la satisfacción de haber bebido
hasta la última gota de vida.
Este hecho puede resumirse de una manera muy sencilla: “la existencia no puede
posponerse.” Muchos pacientes cancerosos afirman vivir la vida con una mayor intensidad. Ya
no posponen el vivir para el futuro. Se dan cuenta de que sólo se puede vivir realmente en el
presente; de que, en realidad, no se puede saltar el presente, ya que éste lleva el mismo ritmo
que la persona. Incluso en el momento de pasar revista a la propia vida —y hasta el último
momento—, la persona sigue allí presente, experimentando y viviendo. El tiempo eterno es el
presente, no el futuro.
180
Recuerdo una paciente de treinta años que vivió obsesionada por la imagen de sí
misma, ya anciana, pasando sola las navidades. Atormentada por esta imagen, pasó buena
parte de su vida de adulta tras la búsqueda desesperada de un compañero, en una persecución
tan frenética que atemorizaba y ahuyentaba a todos los posibles candidatos. Rechazó el
presente y dedicó su vida a descubrir nuevamente la seguridad que experimentaba durante la
niñez. El neurótico altera el presente tratando de encontrar el pasado en el futuro.
Naturalmente, esto constituye una paradoja, pero de ello nos ocuparemos más adelante: es
precisamente la persona que no quiere “vivir” la que está más angustiada ante el hecho de
morir. Kazantzakis se planteó: “¿Por qué no abandonar el festín de la vida como un invitado
plenamente satisfecho?”66
Un profesor universitario, tras un fuerte enfrentamiento con el cáncer, decidió disfrutar
del futuro en el presente inmediato. Descubrió, con asombro, que podía elegir no hacer
aquellas cosas que no deseaba hacer. Cuando se recuperó de la operación y regresó a su
trabajo, su conducta experimentó un cambio notable: se desprendió de todas las pesadas tareas
administrativas y se dedicó íntegramente a los aspectos más interesantes de su investigación,
gracias a lo cual llegó a alcanzar bastante fama en todo el país.
Fran, bajo los efectos constantes de una depresión y un profundo temor, llevaba quince
años soportando un matrimonio claramente insatisfactorio al que no se decidía a renunciar. ¡El
último obstáculo para la separación fue el enorme acuario que el marido tenía en la casa! Ella
quería permanecer en la misma casa, para que sus hijos continuaran viendo a sus amigos y
asistieran al mismo colegio; sin embargo, le resultaban insufribles las dos horas diarias que se
requerían para la alimentación de los peces. Por otra parte, el acuario no podía trasladarse a
otro lugar, pues el costo era elevadísimo. El problema parecía insoluble. (En esas trivialidades
suele desperdiciarse una vida.)
Por entonces Fran contrajo una forma maligna de cáncer en los huesos, que la hizo
enfrentarse con el hecho elemental de que ésta iba a ser su única vida. Explicó que se había
dado cuenta de pronto de que el reloj no se detiene jamás, y de que, cuando lo hace, es para
siempre. Aunque su enfermedad era tan grave que necesitaba desesperadamente el apoyo físico
y económico de su marido, tomó la valiente decisión de separarse, decisión que había estado
posponiendo desde hacía una década.
La muerte nos recuerda, pues, que la existencia no puede posponerse, que todavía
hay tiempo para vivir. Si uno es lo bastante afortunado como para tener un encuentro con su
propia muerte, experimentar la vida como la “posibilidad de las posibilidades”
(Kierkegaard)67, y saber que la muerte es la “imposibilidad de ulteriores posibilidades”
(Heidegger)68, puede entonces darse cuenta de que, mientras viva, tiene la posibilidad de
alterar la propia vida hasta —pero sólo hasta— el último momento. Sin embargo, si uno
muere esta noche, todas las intenciones y promesas que tenía para mañana quedan sin realizar.
Esto fue lo que aprendió Ebenezer Scrooge. En realidad, el patrón de su transformación
consistió en un retroceso sistemático de todas sus maldades del día anterior: dio una propina al
cantor de villancicos a quien había maldecido; hizo un donativo para los obreros despedidos y
por él escarnecidos; abrazó al sobrino a quien había maltratado, y regaló carbón, comida y
dinero a Cratchit, a quien había tratado como un tirano.
66
N. Kazantzakis, The Odyssey: Amodern Sequel, trad. Kimon Friar Simon & Schuster, Nueva York 1958;
versión castellana en Obra completa, Planeta, Barcelona.
67
S. Kierkegaard, citado en R. May, The Meaning of Anxiety, ed. Rev. W.W. Norton, Nueva York 1977, p. 37.
68
M. Heidegger, Being and Time, Harper & Row, Nueva York 1962, p. 294; versión castellana: El ser y el
tiempo, F.C.E. México 1974.
181
¡Cuenta los favores de que disfrutas! Otro proceso de cambio provocado por una
confrontación con la muerte, puede ilustrarse claramente con el caso de una paciente cuyo
esófago había sido invadido por un cáncer. El hecho de tragar le resultaba muy difícil; y, con
el tiempo, tuvo que limitarse a los alimentos líquidos. Un día, hallándose en un restaurante, no
pudo tragar un poco de caldo completamente líquido; entonces miró a los demás comensales
de las otras mesas y se preguntó: “¿Se dan cuenta de la suerte que tienen de poder tragar?
¿Acaso piensan en ello alguna vez?” Se aplicó a sí misma este principio elemental y se dio
cuenta de lo que podía hacer y de lo que podía experimentar: los hechos triviales de la vida, la
belleza del entorno que la rodeaba, la vista, el oído, el tacto y el amor. Nietzsche expresó este
principio en un hermoso pasaje:
De semejantes abismos, de enfermedades tan graves, regresa uno como recién nacido; con una piel nueva más
sensible e impresionable, con un gusto más delicado para la dicha, con un paladar más refinado para todas las cosas buenas,
con sentidos más alegres y despiertos, con una segunda inocencia para percibir la felicidad. Más parecido, en definitiva,
a un niño y, sin embargo, cien veces más sutil que antes69
¡Cuenta los favores de que disfrutas! ¡Qué pocas veces sacamos provecho de esta
simple sentencia! Generalmente, lo que tenemos y lo que podemos hacer se nos pasa
completamente inadvertido, distraídos como estamos pensando en aquello de lo que
carecemos y en lo que no podemos hacer, o impedidos por preocupaciones insignificantes y
amenazas a nuestro prestigio y orgullo. Teniendo presente la muerte, pasamos a un estado de
gratitud y de aprecio por los incontables dones de la existencia. Esto es lo que quisieron
decir los estoicos cuando aconsejaron: “Contempla la muerte si quieres aprender a vivir”70.
Por tanto, no se trata de fomentar la preocupación morbosa por la muerte, sino de tenerla
siempre presente con el fin de aumentar nuestra conciencia y enriquecer nuestra vida. Como
dijo Santayana: “El fondo oscuro que proporciona la muerte hace resaltar en toda su pureza
los colores vivos de la existencia”71.
Desidentificación. En su trabajo clínico cotidiano, el psicoterapeuta encuentra
individuos en grave estado de angustia por acontecimientos que normalmente no justifican su
aparición. La angustia es una señal de que la persona percibe una amenaza para la
continuidad de su existencia. El problema es que la persona neurótica tiene una seguridad
tan precaria, que prolonga innecesariamente el perímetro de sus defensas. En otras palabras,
el neurótico no sólo defiende su parte esencial, sino que lucha con la misma intensidad para
proteger muchos otros atributos (trabajo, prestigio, actitudes, vanidad, potencia sexual o
aptitudes atléticas). Por tanto, muchos individuos se alteran ante las amenazas a su carrera o
a cualquiera de sus atributos externos. Creen ciertamente que “yo soy mi carrera” o “yo soy mi
atractivo sexual”. En esta situación, el terapeuta procura decirles: “No; usted no es su carrera,
no es su cuerpo espléndido, no es madre o padre o un hombre sabio o la eterna enfermera.
Usted es usted, su parte esencial. Trace una línea alrededor de su esencia. Todo lo demás,
todo lo que queda fuera de esa línea, no es usted. Aunque todo eso se desvaneciera, usted
seguiría existiendo”.
Desgraciadamente, estas exhortaciones tan simples casi nunca son efectivas a la hora
del cambio. Los psicoterapeutas buscan, pues; otros métodos para fortalecer el poder de sus
69
F. Nietzsche, The Gay Science, trad. W. Kaufman, Random House, Vintage, Nueva York 1974, p. 37; versión
castellana: La ciencia gaya, Olañeta, Barcelona 1979.
70
M. Montaigne, The Complete Seáis of Montaigne, trad. D. Frame, Stanfors University Press, Stanford, Calif.
1945, p. 65; version castellana: Ensayos completos, 3 vols. Iberia, Barcelona 1968.
71
G. Santayana, citado en K. Fisher, Ultimate Goals in Psychotherapy, “Journal of Existentialism” 7 (invierno
1966-67)215-32.
182
exhortaciones. Uno de los que yo he utilizado con los grupos de pacientes cancerosos, y con
mis alumnos, es un ejercicio estructurado de “desidentificación”72. El procedimiento es simple
y se aplica aproximadamente entre treinta y cuarenta y cinco minutos. Creo un ambiente
tranquilo y distendido y pido a los participantes que confeccionen una lista, en tarjetas
separadas, de las ocho respuestas más importantes que puedan aportar a la pregunta “¿quién
soy yo?”. A continuación, les pido que revisen las respuestas y que clasifiquen las tarjetas en
orden de importancia. Entonces les pido que mediten la respuesta de la última tarjeta y la
posibilidad de renunciar a ese atributo. Pasados dos o tres minutos, les indico empleando el
sonido de una campanilla para que no se distraigan) que pasen a la siguiente tarjeta, y así
sucesivamente hasta que se hayan despojado de los ocho atributos. Después, es aconsejable
ayudar a los participantes a reintegrarse llevando a cabo el mismo procedimiento al revés.
Este ejercicio tan elemental genera poderosas emociones. Una vez lo apliqué a
trescientos individuos que formaban parte de un centro de educación para adultos; años
después, los participantes me seguían hablando de la importancia tan enorme que el
procedimiento había tenido para ellos en ese momento. La desidentificación es una parte
importante del sistema de psicosíntesis de Roberto Assagioli. Este terapeuta ayuda al
individuo a llegar hasta el “centro de la conciencia de sí mismo” pidiéndole que imagine que
de su cuerpo se desprenden, de una manera sistemática, las emociones, los deseos y,
finalmente, el intelecto73.
El individuo que padece una enfermedad crónica y que se enfrenta con su situación de
una manera adecuada, suele pasar espontáneamente por este proceso de desidentificación.
Recuerdo el caso de una paciente que se había identificado siempre estrechamente con su
energía y sus actividades físicas. El cáncer la había debilitado hasta tal punto, que ya no
podía practicar el paracaidismo, ni esquiar, ni montar en bicicleta, circunstancias que la
sumieron, durante largo tiempo, en una gran tristeza. El radio de acción de sus actividades
físicas disminuyó inexorablemente, pero, con el tiempo, fue capaz de superar el problema. Al
cabo de varios meses de tratamiento terapéutico, pudo aceptar sus limitaciones y decirse a sí
misma “no puedo hacerlo” sin sentirse despreciable y fútil. Entonces transmute su energía en
otras formas de expresión que se hallaban dentro de sus límites. Se fijó varios proyectos
factibles: completar sus negocios personales y profesionales, expresar sentimientos a otros
pacientes, a dos amigos, médicos y niños. Mucho después pudo dar otro paso fundamental:
se desidentificó de su energía y se dio cuenta de que existía independientemente de ella y de
cualquiera de sus otras cualidades.
La desidentificación es un mecanismo de cambio obvio y muy conocido, ya que la
trascendencia de las cosas materiales y sociales siempre ha formado parte de las tradiciones
ascéticas, pero su empleo no es muy corriente en la práctica clínica. Es la conciencia de la
muerte la que promueve un cambio de perspectiva y permite al individuo distinguir entre lo
esencial y lo accesorio, reinvertir el primero y despojarse del segundo.
72
Me fue sugerido por James Bugental.
73
R. Assagioli, Psychosynthesis, Viking Press, Nueva York 1971, p. 116.
183
La conciencia de la muerte en la psicoterapia cotidiana
184
función. No obstante, en mi opinión, este tratamiento es un “encuentro fallido”, un ejemplo
de oportunidades terapéuticas no aprovechadas.
Comparo este caso con el de otra paciente que se encontraba en una situación vital
casi idéntica y a la que vi recientemente. En su tratamiento, traté de agudizar el
estremecimiento en lugar de anestesiarlo. La paciente experimentó entonces lo que
Kierkegaard llamaba “angustia creadora”, que nos llevó a terrenos muy interesantes. Era
cierto que tenía problemas de autoestimación, que sufría del síndrome del “nido vacío” y que
sus sentimientos hacia su hijo eran ambivalentes: le amaba, pero también sentía hacia él
resentimiento y envidia por las oportunidades vitales que ella nunca había tenido (y,
naturalmente, se sentía culpable debido a estos sentimientos “innobles”).
Seguimos estudiando su caso hasta plantearnos algunas cuestiones fundamentales.
Ciertamente, podía encontrar múltiples ocupaciones para llenar su tiempo; pero, ¿cuál era el
significado del miedo al “nido vacío”? Siempre había deseado la libertad y, una vez que la
había conseguido, estaba aterrorizada. ¿Por qué?
Un sueño nos ayudó a comprender el significado del estremecimiento. El hijo que
acababa de partir para asistir a la universidad había sido acróbata y malabarista durante su
adolescencia. El sueño consistía en que ella sostenía en su mano una diapositiva donde
aparecía su hijo haciendo malabarismos. Sin embargo, la diapositiva era muy peculiar, porque
la imagen aparecía en movimiento: se veía al hijo ejecutando multitud de movimientos
simultáneos. Sus asociaciones con respecto al sueño se referían al tiempo. La diapositiva
había captado y enmarcado el tiempo y el movimiento. Mantenía todo vivo y, al mismo
tiempo, en suspensión. Paralizaba la vida. “El tiempo continúa avanzando”, afirmó, “y no sé
qué hacer para detenerlo. Yo no quería que John creciera. Disfruté mucho de los años que
pasó a nuestro lado. Pero, me guste o no, el tiempo sigue avanzando. Se mueve para John y
también para mí. Es algo terrible de comprender, de comprender realmente”.
Este sueño nos hizo entrar de lleno en el problema de su propia muerte. En lugar de
llenar su tiempo con distracciones, aprendió a meditar y a apreciar el tiempo y la vida de una
manera más profunda que antes. Se acercó al terreno de lo que Heidegger llama el ser
auténtico: se sorprendía no de la manera como son las cosas, sino de que éstas sean. A mi
juicio, la terapia ayudó más a la segunda paciente que a la primera. Sería imposible demostrar
esta conclusión mediante los resultados obtenidos en las pruebas normalizadas; de hecho, es
probable que la segunda paciente continuara experimentando más angustia que la primera.
Pero la angustia forma parte de la existencia; ningún individuo que no se detenga en su
desarrollo y creatividad, se vera jamás libre de ella. No obstante, este juicio de valor trae a
colación numerosas preguntas acerca del papel del terapeuta. ¿No está pretendiendo
demasiado? ¿Acaso el paciente solicita sus servicios para que le sirva de guía hasta llegar a
la conciencia existencial? En efecto, la mayoría de los pacientes acuden diciendo: “Me siento
mal, ayúdeme a sentirme mejor”. En este caso, ¿por qué no emplear los medios más rápidos y
eficaces a nuestra disposición, como, por ejemplo, un tranquilizante farmacológico o una
modificación de la conducta? Estas preguntas, que pueden aplicarse a todas las formas de
tratamiento basadas en la autoconciencia, deben tenerse en cuenta, y volverán a surgir una y
otra vez en el resto de este libro.
En el tratamiento de cada paciente surgen situaciones que, si el terapeuta hace
hincapié en ellas con sensibilidad, lograrían incrementar la conciencia del paciente de las
dimensiones existenciales de sus problemas. Las situaciones más obvias son las inexorables
alusiones a nuestra propia finitud y a la irreversibilidad del tiempo. Si el terapeuta persiste, la
muerte de alguna persona cercana conduce siempre a un incremento de la conciencia de la
muerte. En torno a la muerte existen muchos componentes —la pérdida propiamente dicha, la
185
ambivalencia, la culpa, la interrupción de unos planes vitales— que deben analizarse
profundamente durante el tratamiento. Pero, como apunté anteriormente, la muerte de otra
persona empuja a uno a enfrentarse más de cerca con la propia; y, sin embargo, este hecho se
omite generalmente del trabajo terapéutico. Algunos psicoterapeutas opinan que la persona
que acaba de perder a un ser querido se encuentra ya demasiado abrumada para aceptar la
tarea adicional de enfrentarse a su propia finitud. Sin embargo, yo sostengo que esa
suposición es errónea: algunos individuos experimentan un considerable desarrollo como
resultado de una desgracia personal.
La muerte de otra persona y la conciencia existencial. En efecto, para muchos, la
muerte de un ser cercano permite el reconocimiento último de la propia muerte. Paul
Landsburg, refiriéndose a la muerte de una persona querida, afirma:
Hemos constituido un “nosotros” con la persona muerta. Y es a través de este “nosotros”, del poder
específico de este nuevo ser completamente personal, como llegamos a la conciencia de que también nosotros
tendremos que morir... Mi comunión con esa persona parece rota, pero esa comunión era, hasta cierto punto, mi
propio yo, por lo cual siento la muerte en el centro de mi propia existencia74.
John Donne vino a expresar lo mismo en su conocida frase: “Y, por tanto, nunca
preguntes por quién doblan las campanas. Doblan por ti”75.
La pérdida de un progenitor nos pone en contacto con nuestra propia vulnerabilidad:
si nuestros padres no han podido salvarse, ¿quién nos va a salvar a nosotros? Tras la partida
de nuestros padres, no existe ninguna valla entre nosotros y la tumba. Por el contrario, nos
convertimos en la barrera entre nuestros hijos y la muerte. Es muy ilustrativa la experiencia
que tuvo un colega después de la muerte de su padre. Hacía ya tiempo que pensaba que se
tendría que producir algún día, así que recibió la noticia con aceptación. Sin embargo, cuando
subía al avión para asistir al funeral, entró en una situación de pánico. Aunque era un viajero
muy experimentado, repentinamente perdió la fe en la capacidad del avión para despegar y
aterrizar, como si su escudo frente a la muerte se hubiera hecho pedazos.
La pérdida del cónyuge suele provocar el enfrentamiento con el aislamiento básico:
hace que aumente nuestra conciencia de que, por mucho que nos esforcemos por recorrer la
vida en compañía de otra persona, existe una soledad básica a la que nos tenemos que
enfrentar. Nadie puede morir con nosotros ni en lugar de nosotros.
Si el terapeuta analiza detalladamente las asociaciones y sueños del paciente en
situación de duelo, descubrirá evidentes pruebas de su preocupación por la propia muerte. Por
ejemplo, un paciente narró la siguiente pesadilla que tuvo después de enterarse de que su
esposa padecía un cáncer incurable:
Estaba viviendo en mi antigua casa (una casa que había pertenecido a la familia desde hacia tres
generaciones). Un monstruo, semejante a Frankenstein, me perseguía incesantemente. Sentía pánico. La casa se
hundía, los mosaicos se desprendían y el techo tenía goteras. El agua caía sobre la cabeza de mi madre. (Su madre había
muerto hacia seis meses.) En mi lucha con el monstruo, tomé una navaja curva con un mango que parecía una guadaña. Le
aseste una cuchillada y lo empujé para que cayese del tejado. Se quedó abajo, tendido en el pavimento. Pero, después de
un rato, se levantó y volvió a perseguirme por toda la casa.
La primera asociación del paciente en relación con este sueño fue la siguiente: “Sé que
soy como un automóvil que ha recorrido ya cien mil kilómetros.” El simbolismo del sueño,
ciertamente, era obvio. La muerte inminente de su esposa le recordaba que su vida, igual que
74
P. Landsburg, citado en J. Choron, Death and Western Thought, Collier Books, Nueva York 1963, p. 16.
75
J. Donne, Complete Poetry and Selected Prose, Modern Library, Nueva York 1952, p. 332.
186
su casa, se estaba deteriorando. La muerte le perseguía inexorablemente, y la veía
personificada, como cuando era niño, en un monstruo al que no podía vencer.
Tim era otro paciente cuya esposa tenía un cáncer en la fase final. La noche siguiente a
su hospitalización, ya moribunda, por graves problemas respiratorios, tuvo el siguiente sueño:
Acababa de regresar de un viaje y me sentí empujado hacia la parte trasera de la casa. Alguien me había
encerrado en un cuarto lleno de muebles viejos apiñados, madera polvorienta y cubierto de tela metálica para gallineros.
No había ninguna salida. Parecía una obra de teatro de Sartre. Me sentía sofocado, pero no podía respirar porque tenía un
peso encima. Tomé una caja de madera de construcción primitiva o un embalaje hecho de tablas; se había golpeado contra una
pared o contra el suelo y tenía una esquina aplastada. Esa esquina aplastada se destacaba en mi mente; la veía como
resplandeciente. Decidí hablar del asunto con el jefe, que se hallaba en el piso de arriba. Subiría y me quejaría. Hablaría con el
vicepresidente. Subí por una escalera extraordinariamente elegante, con balaustrada de madera y piso de mármol. Pero mi
enojo fue mayúsculo: no me atendieron, se deshicieron de mí. De pronto me sentí muy confuso, pues ignoraba ante
quién debía quejarme.
Las asociaciones que hizo Tim a propósito del sueño indicaban que la muerte cercana de
su esposa le obligaba a confrontar su propia muerte. La imagen más destacada del sueño, la
esquina aplastada y “resplandeciente” de la caja de madera, le recordó la lámina aplastada de
su automóvil a resultas de un grave accidente que pudo costarle la vida. La caja de madera
rústica le recordaba también el ataúd sencillo que debería encargar para el entierro de su
esposa (según el ritual judío). En el sueño, Tim atraviesa la misma situación que su esposa. Es
él quien no puede respirar. Es a él a quien empujan, atrapan y aplastan con un peso enorme
encima. El sentimiento principal del sueño era la ira y también la confusión. Estaba muy
enojado por las cosas que le sucedían, pero ¿ante quién podía protestar? Cuando despertó, era
cuando, en medio de una gran confusión, se preguntaba quién sería la persona adecuada, allí
arriba, para efectuar una consulta.
En la terapia, este sueño despejó la vista de un interesante panorama. Permitió al
paciente, que se hallaba anteriormente en situación de pánico, aclarar sus sentimientos y actuar
con ellos de una manera más positiva. Se sentía abrumado por la angustia de la muerte, que
había intentado resolver evitando físicamente a su esposa y dedicándose a una sexualidad
compulsiva. Por ejemplo, se masturbaba varias veces al día en el mismo lecho donde yacía su
esposa (en el capítulo IV me referí brevemente a este paciente). A medida que fuimos
avanzando en el análisis de su angustia por la propia muerte, consiguió permanecer junto a su
esposa, consolarla y reconfortarla, con lo cual se evitó la enorme carga de culpabilidad que
hubiera experimentado a su muerte.
Cuando ésta se produjo, la terapia giró alrededor de la pérdida de su esposa y de su
propia situación existencial, que ahora veía con mayor claridad. Por ejemplo, era una persona
que buscaba frenéticamente el éxito y la realización; pero, al morir su esposa, empezó a
preguntarse: “¿Para quién estoy trabajando? ¿A quién le importa?” Poco a poco Tim empezó
a vislumbrar lo que no había podido ver antes, porque se lo impedían los cuidados constantes
de su esposa y su obsesión por el sexo: su aislamiento y su propia finitud. Su conducta
inmediata a la muerte de su esposa fue de absoluta promiscuidad; pero, poco a poco, se fue
desencantando de la búsqueda de sexo, hasta que se planteó la pregunta de qué era lo que
quería hacer con su propia vida. Empezó así un periodo terapéutico francamente fértil, y en
unos cuantos meses Tim experimentó un significativo cambio personal.
La pérdida de un hijo suele ser la más amarga de todas, porque estamos en duelo
simultáneamente por nuestro hijo y por nosotros mismos. En tal situación, la vida parece
golpearnos desde todos los ángulos. Al principio los padres se lamentan de la injusticia que
reina en la tierra, pero después empiezan a comprender que lo que parecía una injusticia es, en
187
realidad, una indiferencia cósmica. También caen en la cuenta de sus limitaciones: como
nunca antes en la vida se encuentra la persona más motivada para actuar y al mismo tiempo
más impotente; ni siquiera es capaz de proteger a un niño indefenso. Poco a poco va
surgiendo otra verdad: tampoco nosotros estamos protegidos.
Los estudios psiquiátricos sobre el duelo no hacen suficiente hincapié en esta
dinámica, sino que resaltan más bien el sentimiento de culpa (asociado, según se cree, con la
hostilidad inconsciente) que los padres experimentan ante la muerte de un hijo. Richard
Gardner76 estudió empíricamente el duelo en el caso de los padres, entrevistando
sistemáticamente y efectuando pruebas psicológicas a una muestra de padres cuyos hijos
sufrían diversos tipos de enfermedades incurables. Aunque quedó confirmado que los padres
experimentan una gran culpabilidad, los datos indicaban que la culpa, en lugar de provenir de
una “hostilidad inconsciente”, constituía con mucha mayor frecuencia un intento de los padres
de aliviar su propia angustia existencial, de “controlar lo incontrolable”. Después de todo, si
uno se siente culpable de no haber hecho algo que debía hacer, implica que había algo que
uno podía hacer, lo que constituye un sentimiento mucho más reconfortante que los crueles
hechos existenciales de la vida. La pérdida de un hijo abre otra perspectiva sorprendente a
los padres: señala el fracaso de sus propios planes de inmortalidad, puesto que, al morir el
hijo, ellos ya no serán recordados por nadie, ni su semilla se prolongará hacia el futuro.
Puntos de apoyo. Cualquier cosa que sirva de reto al enfoque permanente del
paciente con respecto al mundo, puede ser utilizado por el terapeuta como punto de apoyo
para desbrozar las defensas del paciente y crearle un nuevo panorama de las posibilidades
existenciales de la vida. Heidegger señala que sólo nos damos cuenta del funcionamiento de
la maquinaria cuando se descompone77. Sólo cuando se eliminan las defensas contra la
angustia de la muerte, nos damos cuenta de que era en realidad de lo que nos protegían. Por
tanto, el terapeuta siempre podrá encontrar la angustia existencial bullendo en el fondo de
los acontecimientos principales de la vida de un paciente, especialmente si se trata de hechos
irreversibles. La separación conyugal y el divorcio son ejemplos primordiales. Se trata de
experiencias tan dolorosas, que los terapeutas generalmente cometen el error de concentrarse
en el alivio de la pena, perdiendo así una espléndida oportunidad de efectuar una labor
terapéutica más profunda.
Para algunos pacientes, la situación límite no es tanto el fin de una relación como el
inicio de una nueva. El comprometerse tiene una connotación definitiva; muchos individuos
son incapaces de estabilizarse en una relación permanente porque para ellos eso significaría
que “todo ha terminado”, que se acabaron las demás posibilidades y los sueños gloriosos de
continuar ascendiendo. En el capítulo VII expondré la forma en que las decisiones
irreversibles provocan angustia existencial precisamente porque excluyen las demás
posibilidades y sitúan al individuo frente a la “imposibilidad de otras posibilidades”.
El paso a la edad adulta suele ser particularmente difícil. En los últimos años de
la adolescencia y primeros de la juventud las personas sufren de una aguda angustia ante la
muerte. De hecho, un síndrome clínico típico de los adolescentes que se llama “terror de
vivir” se ha descrito de esta manera: una marcada hipocondría y gran preocupación por el
envejecimiento del cuerpo, por el paso rápido del tiempo y por la inexorabilidad de la
muerte78.
76
R. Gardner, The Guilt Reaction of parents of Children with Severe Pshysical Disease, “American Journal of
Psychiatry” 126 (1969) 82-90.
77
Heidegger, Being and Time, p. 105.
78
S. Golburgh y C. Rotman, The Terror of Life: A Latent Adolescent Nightmare, “Adolescence” 8 (1973) 569-74.
188
Los terapeutas que tratan residentes médicos (por ejemplo) suelen encontrar una
considerable angustia existencial en el individuo que, cerca de los treinta años, está
finalmente completando su formación y, por primera vez, tiene que prescindir de su identidad
de estudiante y empezar a actuar como persona adulta y como profesional. He observado
durante mucho tiempo que los residentes psiquiátricos, cuando se acerca el final de su
entrenamiento profesional, pasan por un periodo de turbulencia interna, cuyas raíces van
mucho más allá de las preocupaciones financieras inmediatas, la selección de un
consultorio o el establecimiento de un sistema de comunicaciones para la práctica
privada.
Jaques, en su esplendido ensayo sobre La muerte y la crisis en la mitad de la
vida, hace hincapié en que la idea de la muerte atormenta especialmente a la persona que
se encuentra en la mitad de la vida 79. Esta es la época en que la persona empieza a
preocuparse por el pensamiento, a menudo inconsciente, de que “ha dejado de crecer
para empezar a envejecer”. Después de haber pasado la primera mitad de la vida en “la
realización adulta independiente”, uno suele llegar a la etapa culminante de su existencia
(Jung decía que los cuarenta eran “el mediodía de la vida”)80 justo a tiempo de darse
cuenta de que lo que queda por delante es la muerte. Así lo expresó durante su análisis
un paciente de treinta y seis años que había desarrollado una creciente conciencia de la
muerte: “Hasta ahora, la vida parecía el ascenso por una colina, contemplando el horizonte
a lo lejos. De pronto, veo que estoy en la cúspide de la montaña; desde aquí puedo ver la
ladera descendente y, a lo lejos, el final del camino. Aunque está bastante lejos todavía, sé
que allá, al final, lo que hay es la muerte.” Jaques señaló lo difícil que era trabajar
atravesando las distintas capas de negación de la muerte, y relató un ejemplo en el que
enseñó a uno de sus pacientes a tener conciencia de la muerte, analizando su incapacidad
para sentir pena por la muerte de sus amigos.
Una amenaza al éxito de la propia carrera o la perspectiva de tener que retirarse
(especialmente en individuos convencidos de que la vida era una espiral ascendente
infinita), pueden actuar como potentes catalizadores para aumentar la conciencia de la
muerte. Un estudio reciente de individuos que habían efectuado un cambio importante de
carrera en la mitad de su vida, reveló que la mayor parte de ellos había tomado la decisión
de cambiar o de simplificar su vida en el contexto de una confrontación con su situación
existencial 81.
Algunas fechas importantes, como cumpleaños y aniversarios, también pueden
constituir útiles instrumentos para el terapeuta. El dolor producido por estas señales del
paso del tiempo suele ser bastante profundo (y, por esta misma razón, el individuo se
defiende mediante una formación reactiva, en forma de estrepitosa celebración). Hasta
una mirada penetrante en el espejo puede abrir la brecha de la conciencia existencial. Una
paciente me confesó que solía pensar: “Soy un gnomo pequeño. En mi interior sigo siendo
una niña, pero exteriormente soy una anciana. Me parece tener dieciséis años y, sin
embargo, voy a cumplir sesenta. Se que es perfectamente lógico que los demás envejezcan,
pero de alguna manera nunca pensé que yo también lo haría.” La aparición de
características de la vejez, tales como la pérdida de energía, las placas seniles en la piel,
las articulaciones rígidas, las arrugas, la calvicie, o el simple reconoci miento de que uno
empieza a disfrutar con los placeres “de viejos” —observar, andar, pasar ratos serenos y
tranquilos— puede actuar como acicate para la conciencia de la muerte. Lo mismo puede
79
E. Jaques, Death and the Mid-Life Crisis, “International Journal of Psychoanalysis” 46 (1965) 502-513.
80
C. Jung, citado en D. Levinson, The Seasons of a Man’s Life, Alfred A. Knopf, Nueva York 1978, p. 4.
81
D. Krantz, Radical Career Change: Life Beyond Work, Free Press, Nueva York 1978.
189
decirse de ojear fotografías de otros tiempos y observar el parecido entre uno mismo y los
padres cuando ya se consideraban viejos, o el encuentro con viejas amistades que nos
confirman cómo ha pasado el tiempo. El terapeuta encontrará multitud de estímulos de este
tipo. También puede provocarlos el mismo deliberadamente, pero con mucho tacto.
Como dije en el capítulo I, Freud no tuvo escrúpulos al pedirle a Fraulein Elisabeth que
meditase junto a la tumba de su hermana.
Una orientación cuidadosa de los sueños y fantasías proporciona interesante
material para incrementar la conciencia de la muerte. Todos los sueños angustiosos son
sueños de muerte. Las fantasías de terror, como la irrupción de agresores desconocidos en
el propio hogar, cuando se analizan, conducen siempre al miedo a la muerte. Las
discusiones sobre programas de televisión inquietantes, películas o libros, pueden servir
también de gran ayuda.
Una enfermedad grave constituye un catalizador tan evidente, que ningún
psicoterapeuta debe dejarla pasar sin sacarle partido. Noyes estudió a doscientos pacientes
que habían tenido la experiencia de hallarse cerca de la muerte, debido a una enfermedad
repentina o a un accidente, y encontró que una elevada proporción (25%) había adquirido
un sentido nuevo y poderoso de la omnipresencia y cercanía de la muerte. Uno de ellos
comentó: “Antes pensaba que la muerte nunca llegaría y que, si llegaba, sería cuando yo
tuviese ochenta años. Pero ahora se que puede suceder en cualquier momento y lugar donde
uno viva. La persona tiene una percepción muy limitada de la muerte hasta que se enfrenta
con ella.” Otro describió su recién adquirida conciencia de la muerte en estos términos: He
visto la muerte en el patrón de la vida y la he afirmado de una manera consciente. No tengo
miedo de vivir porque siento que la muerte forma parte del proceso de mi ser.” Aunque
algunos de los pacientes de Noyes confesaron experimentar un mayor terror a la muerte
y un mayor también sentido de vulnerabilidad, la gran mayoría afirmó que el
incremento de su conciencia de la muerte había sido una experiencia positiva que se
había traducido en un mayor aprecio por la vida y una distribución más constructiva de
sus prioridades vitales 82.
Ayuda artificial para incrementar la conciencia de la muerte. Aunque los
símbolos de la muerte abundan, los terapeutas opinan que son pocos los que poseen
fuerza suficiente como para vencer las negaciones del paciente siempre alerta. En
consecuencia, muchos terapeutas adoptan técnicas más estimulantes para inducir a sus
pacientes a enfrentarse cara a cara con la muerte. En épocas anteriores, los símbolos,
intencionales o accidentales, solían ser mucho más numerosos que en nuestros días. Era
precisamente para recordar la transitoriedad de la vida que la celda del monje medieval
solía estar adornada con una calavera. John Donne, el poeta y clérigo británico del
siglo XVII, se ponía un sudario cuando leía a sus fieles el sermón Mira hacia la
eternidad. Montaigne, en su espléndido ensayo De que filosofar es aprender a morir, dijo lo
siguiente de los símbolos intencionales de la muerte:
...Ubicamos nuestros cementerios junto a las iglesias y en los lugares más céntricos de las ciudades para
que (como decía Licurgo) la gente común, las mujeres y los niños, se acostumbren a no tener pánico cuando vean
un hombre muerto, y para que la visión constante de huesos, tumbas y procesiones fúnebres nos recuerden
nuestra condición... Antes se creía que el regocijo de las fiestas aumentaba cuando éstas se mezclaban con la
muerte/Acompañando la comida con la visión de guerreros en combate/Y los gladiadores se desplomaban
entre las copas y derramaban sobre las mesas del festín su sangre generosa... Y los egipcios, después de
sus fiestas, mostraban a sus invitados una majestuosa imagen de la muerte mientras el anfitrión les decía:
“Bebed y regocijaos, porque después de muertos seréis así...”
82
R. Noyes, Attitude Changes Following Near-Death Experiences, “Psychiatry”.
190
Por esto me he habituado a tener a la muerte siempre presente, no sólo en mi pensamiento, sino también
en mis palabras. Y no hay nada que investigue con mayor afán que la muerte de los hombres, sus palabras, sus
miradas, su entereza en ese momento, y observo con gran atención la muerte en todas las historias. Esto se
comprueba por la abundancia de mis ejemplos ilustrativo; siento un especial cariño por el tema. Si yo hiciera
libros, confeccionaría un registro, con comentarios, de diferentes muertes. El que enseñe a los hombres a morir,
les habrá enseñado a vivir 83.
Algunos psicoterapeutas que han utilizado el LSD como ayuda terapéutica, han
informado que uno de los mecanismos de acción más importantes que se observan es
que el LSD provoca una dramática confrontación del paciente con la muerte 84. Otros
afirman que algunos medios de terapia de shock (choque eléctrico, Metrazol o insulina)
causan el mismo efecto a través de una experiencia de muerte y renacimiento 85.
Algunos directores de grupos terapéuticos de encuentro han empleado una forma
de “terapia de choque existencial”, pidiendo a los miembros del grupo que escriban su
propio epitafio. Los laboratorios de “destino” para ejecutivos acosados por el tiempo,
suelen comenzar mediante el siguiente ejercicio estructurado:
En una hoja de papel en blanco dibuje una línea recta. Uno de los extremos de esa línea representa su
nacimiento; el otro extremo, su muerte. Dibuje una cruz para representar el punto donde usted se encuentra
ahora. Medite sobre ello durante cinco minutos.
83
Montaigne, Complete Essays, p. 62.
84
A. Kurland y cols. Psychedelic Therapy Utilizing LSD in the Treatment of the Alcoholic Patient, “American
Journal of Psychoanalysis” 21 (1940) 179-200.
85
I. Silbermann, The Psychical Esperience during the Shocks in Shock-Therapy, “International Journal of
Psychoanalysis” 21 (1940) 179-200.
86
Me fue sugerido por James Bugental.
87
P. Koestenbaum, Is There an Answer to Death?, Prentice-Hall, Englewood Cliffs, N. J. 1976, p. 31-41, 65-74.
191
cada etapa de la vida. Durante el periodo dedicado a la vejez y a la muerte, estos
participantes pasaban varios días viviendo como las personas ancianas. Aprendían a andar
y a vestirse como tales, se empolvaban el cabello y trataban de imitar a los viejos que
habían conocido de cerca. Visitaban incluso un cementerio cercano. Paseaban solos por un
bosque, imaginaban su muerte, cómo los amigos descubrían su cadáver y como se
realizaba su entierro 88.
Tenemos noticia de varios talleres de aumento de la conciencia de la muerte, en los
que se han empleado ejercicios estructurados para proporcionar al individuo un encuentro
con su propia muerte89. Por ejemplo, W.M. Whelan describió un taller que consistía en una
sola sesión de ocho horas, con un grupo de también ocho miembros, y con el siguiente
programa: 1) Los miembros completan un cuestionario sobre la angustia de la muerte e
intercambian opiniones sobre los puntos que provocan angustia. 2) En un estado de
profundo relajamiento físico, imaginan, con todo lujo de detalles y con los cinco sentidos
completamente despiertos, su propia muerte. 3) Se les pide que elaboren su escala de
valores y que imaginen una situación en la que un refugio para ataques nucleares sólo
puede albergar un número limitado de personas: cada uno de los miembros del grupo tiene
que buscarse un argumento basado en su jerarquía de valores para justificar el hecho de
albergarse en el refugio (según los autores, este ejercicio está diseñado para recrear la
etapa de “negociaciones” de Kûbler-Ross). 4) También en estado de relajación, se les pide
que fantaseen la enfermedad que habrá de llevarlos a la muerte, su incapacidad para
comunicarse y, finalmente, su propio funeral90.
Interacción con los moribundos. Por muy misteriosos que parezcan estos
ejercicios, no son sino simulaciones. Aunque uno puede dedicarse durante un tiempo a
cualquiera de estos ejercicios, muy pronto se restablecen las defensas en forma de
negación, y uno se acuerda de que todavía existe y de que simplemente ha estado
observando las experiencias descritas. Fue precisamente debido a la persistencia y la
ubicuidad de la negación para aliviar el miedo a la muerte, que hace varios años empecé a
tratar individuos con una enfermedad mortal. Dichos individuos se encontraban en medio
de una situación de urgencia, y no podían evitar lo que les estaba sucediendo. Sostenía la
esperanza de poder ayudarles y, además, de aplicar en sus casos lo que había aprendido en
el tratamiento a pacientes físicamente sanos. (Es difícil expresar esta idea, porque la
esencia misma de este enfoque es que, desde el comienzo de la vida, la muerte forma parte
de la existencia. En consecuencia, emplearé la expresión “psicoterapia cotidiana” o, mejor
aún, “psicoterapia para aquellos que no se hallan en peligro inminente de morir”.)
Las sesiones de terapia de grupo que se efectúan con pacientes moribundos suelen
ser conmovedoras, llenas de afecto y de intercambio de conocimientos. Muchos pacientes
sienten que han aprendido muchas cosas acerca de la vida, pero también se sienten
frustrados en su deseo de ayudar a los demás. Uno de ellos comentaba: “Siento que tengo
mucho que enseñar, pero mis estudiantes no quieren escuchar.” He tratado de idear sistemas
para hacer partícipes a los pacientes de psicoterapia cotidiana de la sabiduría y capacidad
de los moribundos. Describiré, bajo dos enfoques diferentes, algunas de las experiencias
88
E. Aronson, comunicación oral 1977.
89
J. Laube, Death and Dying Workshop for Nurses: Its Effects on Their Death Anxiety Level, “International
Journal of Nursing Students” 14 (1977) 111-120; P. Murray, Death Education and Its Effects on the Death
Anxiety Level of Nurses, “Psychological Reports” 35 (1974) 1250; J. Bugental, Confronting the Existential
Meaning of My Death Through Group Exercises, “Interpersonal Development” 4 (1973) 1948-63; y W. Whelan y
W. Warren, A Death Awareness Workshop: Theory Application and Results, manuscrito inédito, 1977.
90
Whelan y Warren, Death Awareness Workshop.
192
limitadas que he tenido en este campo: 1) Invitando a los pacientes de psicoterapia
cotidiana, como observadores, a las reuniones de grupo de pacientes con enfermedades
incurables. 2) Introduciendo un individuo con un cáncer en la etapa final en un grupo de
psicoterapia cotidiana.
Observación de un grupo de cancerosos graves, por pacientes de psicoterapia
cotidiana. Uno de los pacientes invitado como observador en los grupos de pacientes
cancerosos fue Karen, a quien ya me referí en el capítulo IV. El conflicto dinámico
principal de Karen era su búsqueda desesperada de una persona dominante —un salvador,
en última instancia—, manifestándose en forma de masoquismo psíquico y sexual. Karen,
cuando era necesario para obtener la atención y protección de una figura “superior”, era
capaz de imponerse limitaciones y de causarse daño. La reunión que presenció fue
especialmente conmovedora. Una de las pacientes, Eva, anunció al grupo que acababa de
enterarse de que el cáncer se le había reproducido nuevamente. Confesó que aquella
mañana había realizado una acción que había pospuesto durante largo tiempo: había
escrito una carta a sus hijos, dándoles instrucciones acerca de cómo debían distribuirse una
serie de objetos de un puro valor sentimental. Al colocar la carta en su caja fuerte, se había
dado cuenta con más claridad que nunca de que realmente estaba a punto de dejar de
existir. Como relaté en el capítulo IV, comprendió que, cuando sus hijos leyeran la carta,
ella ya no estaría allí para observarles ni para responderles. Según confeso, le hubiera
gustado vivir esta experiencia de confrontación con la muerte cuando tenía veinte años, en
lugar de esperar hasta ahora. En cierta ocasión, con motivo de la muerte de uno de sus
maestros (Eva era directora de una escuela) en lugar de esconder la muerte a los
estudiantes, había tenido el acierto de celebrar un funeral con la asistencia de todos y
discutir abiertamente el tema de la muerte —la muerte de las plantas, animales y seres
humanos— con los niños. Otros miembros del grupo aportaron su experiencia de completa
comprensión de su propia muerte y de los beneficios que habían obtenido de dicha
comprensión.
Se desató un interesante debate, cuando uno de los miembros relató que una de sus
vecinas, en perfecto estado de salud, había muerto repentinamente durante la noche. “Esa
es la muerte perfecta”, comentó. Pero otro manifestó su desacuerdo y, en diferentes
momentos, expuso varias razones convincentes para demostrar que ese tipo de muerte era
la más desafortunada: la persona que acababa de morir no había tenido tiempo de ordenar
sus asuntos, de completar sus negocios inconclusos, de preparar a su marido y a sus hijos
para su muerte y de atesorar el final de su vida como algunos de los miembros del grupo
habían aprendido a hacerlo. “De todas maneras”, añadió el primero, “ésa es la forma como
me gustaría morir. Siempre me han atraído las sorpresas”. Karen experimentó una fuerte
reacción por la reunión que había observado. A partir de entonces, adquirió una
comprensión profunda acerca de sí misma, tal como describí en el capítulo IV. Por
ejemplo, se dio cuenta de que, debido a su miedo a la muerte, había sacrificado una buena
parte de su vida. Había tenido tanto temor a morir, que todos los planes de su vida giraban,
en último instancia, en torno a la búsqueda de un salvador; por tanto, había simulado estar
enferma cuando era niña y también durante la edad adulta, para permanecer cerca de su
terapeuta. Mientras observaba el grupo, se percato con horror de que hubiera estado
dispuesta a padecer un cáncer para poder participar en ese grupo y sentarse a mi lado y, tal
vez, tomar mi mano (la sesión terminó con un periodo de meditación durante la cual todos
nos dimos las manos). Cuando señalé lo que era obvio —esto es, que ninguna relación es
eterna y que yo, igual que ella, moriría—, confesó creer que nunca estaría sola si pudiera
morir en mis brazos. La siguiente sesión contribuyó a que Karen entrase en una nueva
193
etapa de su terapia y considerara la posibilidad de darla por terminada, un hecho que
anteriormente nunca había estado dispuesta a aceptar.
Otra paciente de terapia cotidiana que participó como observadora en el grupo fue
Susan, la esposa de un eminente científico, quien le había pedido el divorcio cuando ella
tenía cincuenta años. Durante su matrimonio, había llevado una vida poco independiente,
sirviéndole y secundándole en sus realizaciones. Este modelo de vida, bastante frecuente
entre las esposas de hombres más o menos afamados, le había acarreado mentalmente
algunas consecuencias trágicas. En primer lugar, no había vivido su propia vida; en sus
esfuerzos por hacer méritos ante la figura dominante, había perdido la noción de sus
propios deseos, de sus derechos y de sus placeres. En segundo lugar, debido al sacrificio
de sus propios anhelos, intereses, deseos y espontaneidad, había pasado a convertirse en
una compañera menos estimulante, lo que hizo que aumentaran considerablemente sus
riesgos de divorcio.
Durante la terapia, Susan atravesó una profunda depresión y, gradualmente, empezó
a analizar sus sentimientos activos, no los sentimientos reactivos a los que siempre se había
limitado. Sintió su propia ira, profunda, intensa y vibrante; sintió su dolor, no por la
pérdida de su marido, sino por la pérdida de sí misma durante todos esos años; se sintió
ultrajada por todas las restricciones que había consentido. (Por ejemplo, para asegurarse su
marido de unas condiciones de trabajo óptimas en el hogar, a ella no se le permitía ver la
televisión, hablar por teléfono ni ocuparse del jardín mientras él estaba en la casa, pues su
estudio tenía vista al jardín y su presencia le distraía.) Como corría el peligro de que el
dolor por haber desperdiciado su vida llegara a ser superior a sus fuerzas, nos fijamos
como tarea terapéutica revitalizar el resto de su vida. Al cabo de dos meses de terapia,
asistió como observadora a una desgarradora sesión del grupo de cancerosos. La
experiencia la conmovió profundamente e, inmediatamente, se sumergió en un mar de
labores productivas, que, finalmente, le permitieron comprender que el divorcio había sido
su salvación en lugar de su perdición. Concluida la terapia, se trasladó a otra ciudad; varios
meses después me escribió una carta, en la cual, entre otras cosas, decía lo siguiente:
En primer lugar, he pensado que el grupo de cancerosos no necesita que le recuerden la inevitabilidad de la
muerte. La conciencia de la muerte ayuda a esas mujeres a contemplar las cosas y los hechos en su justa medida y
a corregir el sentido del tiempo tan deficiente que normalmente se posee. La vida que me queda tal vez sea muy
corta. Pero es un tesoro, ¡no hay que desperdiciarla! Hay que sacar el mayor provecho de cada día. ¡Redefinir los
propios valores y verificar las prioridades! ¡No hay que posponer las cosas! ¡Hay que hacerlas!
Sin ir más lejos, yo he desperdiciado buena parte de mi vida. Algunas veces sentía que era únicamente una
espectadora que observaba el drama de la vida desde una butaca, siempre deseando y esperando que algún día yo
también me encontraría en el escenario. Por supuesto que ha habido muchas épocas en las que he vivido intensamente;
pero, la mayor parte del tiempo, la vida me parecía un ensayo para la “verdadera” vida que vendría después. Pero
¿qué sucede si la muerte llega antes de que haya comenzado la “verdadera” vida? Sería trágico caer en la cuenta de
que uno apenas ha vivido cuando ya es demasiado tarde.
91
J. Fowles, Daniel Martin, Little, Brown, Boston 1977, p. 177.
194
Son muchos los datos que poseo sobre este experimento. Después de cada reunión,
solía escribir un sumario detallado, incluyendo una revisión del flujo narrativo y otra del
proceso, que enviaba a todos los miembros del grupo por correo (técnica que he utilizado en
los grupos durante muchos años)92. Además de estos sumarios, poseo mis propios informes
particulares. Por otra parte, como diez residentes psiquiátricos observaron cada sesión a
través de un espejo de un solo sentido, con el fin de entablar debates sobre su contenido, este
grupo se estudió minuciosamente. Seleccionaré y presentaré los puntos más sobresalientes
de las observaciones e informes referentes a los doce primeros meses que siguieron al
ingreso de Charles en el grupo.
Este lo componían pacientes externos de psicoterapia, que se reunían una vez por
semana durante una hora y media. Formamos grupo abierto: a medida que los miembros
mejoraban y “se graduaban”, se iban incorporando otros nuevos. En el momento del ingreso
de Charles, dos pacientes cumplían ya dos años de permanencia en el grupo, y otros cuatro
llevaban periodos que fluctuaban entre los tres y los dieciocho meses. Las edades iban de los
veintisiete a los cincuenta años. La psicopatología de los pacientes era de tipo neurótico o
caracterológico, aunque dos de ellos tenían rasgos limítrofes.
Charles era un dentista divorciado de treinta y ocho años que, tres meses antes de
acudir a mi consulta, se había enterado de que padecía una forma de cáncer que no tenía
curación médica ni quirúrgica. En nuestra entrevista inicial, me dijo que no creía necesitar
ninguna ayuda para enfrentarse con su enfermedad. Había pasado muchos días en
bibliotecas médicas, familiarizándose con el proceso, el tratamiento y el pronóstico de su
cáncer. De hecho, me mostró un gráfico que había dibujado con el probable curso clínico de
su caso; a través de él había llegado a la conclusión de que disponía de un año y medio a tres
años de vida útil, después de lo cual sobrevendría un periodo de un año de declinación
rápida. Recuerdo haber tenido dos impresiones muy fuertes durante esa entrevista inicial.
En primer lugar, me maravillaba su carencia de sentimientos manifiestos: se le veía
desprendido, como si estuviera hablando del caso de un extraño que había tenido la
desgracia de contraer una rara enfermedad. En segundo lugar, aunque me sacudió su
independencia de toda reacción afectiva, me llamó la atención el hecho de que esta
circunstancia le resultaba extraordinariamente provechosa en su caso. Insistía en que no
necesitaba ayuda para enfrentarse al miedo a la muerte, pero solicitaba asistencia para
sacar mejor partido de la vida que le quedaba. El cáncer le había impulsado a hacer un
balance de los placeres que estaba obteniendo de la vida; así, se había dado cuenta de que,
aparte de su trabajo, las gratificaciones que recibía y que podían considerarse
significativas eran escasas. Deseaba ayuda especialmente para mejorar la calidad de sus
relaciones interpersonales. Se sentía alejado de los demás y echaba de menos el calor
humano que otras personas experimentaban en su entorno. Sus relaciones con la mujer con
quien vivía desde hacia tres años eran tensas, y deseaba ardientemente poder llegar a
expresar y recibir el amor que existía entre ellos sólo de forma rudimentaria.
Hacía algún tiempo que estaba buscando una persona con cáncer que entrara a
formar parte de nuestro grupo de psicoterapia general, y Charles me pareció el candidato
perfecto. Deseaba obtener ayuda en aquellos terrenos en que la terapia de grupo es más
eficaz. Además, me pareció que su presencia ayudaría considerablemente a los demás
miembros del grupo. Era evidente que Charles no estaba acostumbrado a pedir ayuda: su
petición sonaba extraña y torpe; pero, al mismo tiempo, era urgente y sincera, y no podía
desatenderse.
92
I. Yalom, y cols. The Written Summary as a Group Psychotherapy Technique, “Archives of General
Psychiatry” 32 (1975) 605-13.
195
La terapia de siete individuos diferentes en la red de un grupo terapéutico resulta
particularmente compleja. Así, durante el periodo que hemos elegido, se desataron una serie
de acontecimientos interpersonales e intrapersonales extraordinariamente intrincados; de
ellos nos ocupamos y resolvimos en la medida de nuestras posibilidades. No podría
describirlos todos, por lo cual prefiero hacer hincapié en Charles y en el impacto mutuo que
tuvo lugar entre él y el resto del grupo.
Adelantaré la conclusión de que la presencia de un individuo que tenía la muerte de
frente no hundió al grupo: la atmósfera no se tornó morbosa, el tono emocional no se vistió
de crespones negros y las perspectivas no se convirtieron en limitadas y fatalistas. Muy al
contrario, esto sirvió de acicate para que los demás pacientes profundizaran el nivel de su
análisis. El grupo no se convirtió en monolítico, sino que se enfrascó en la discusión de una
amplia gama de temas vitales. Hubo ocasiones en que predominó la negación masiva, y
durante muchas semanas pesó sobre sus miembros el cáncer de Charles.
El descubrimiento de uno mismo es esencial en la psicoterapia, tanto de grupo como
individual. Al mismo tiempo es importante que los pacientes no vivan el grupo como una
confesión forzosa. En consecuencia, durante la sesión de orientación que tuve con Charles
antes de su ingreso, me esforcé por señalarle (como lo hago con todos) que, para obtener
ayuda del grupo; debía ser absolutamente honesto tanto en lo referente a su condición física
como a sus preocupaciones psicológicas, aunque siempre llevando su propio ritmo. En
consecuencia, sólo después de diez semanas de su permanencia en el grupo, fue informado
éste de que tenía un cáncer. Considerando el asunto retrospectivamente, me parece que s u
decisión de posponer la revelación fue correcta. En este sentido, el tratamiento que se le
dispensó nunca fue como el de un “paciente canceroso”, sino como una persona que tenía
cáncer.
Uno de los axiomas básicos de la terapia interactiva de grupo es que su desarrollo
debe propiciar la creación de un microcosmos social para cada uno de sus miembros. Todos,
tarde o temprano, comienzan a relacionarse con el resto de la misma manera como se
relacionan con personas ajenas al grupo. Por consiguiente, cada uno labra su propia
estructura interpersonal. Esto no se hizo esperar en el caso de Charles. En las primeras
reuniones, el grupo advirtió que se mostraba siempre indiferente y propenso a formarse un
juicio sobre cada afirmación de sus compañeros. Poco a poco, comprendieron que estaba
aislado, que le costaba mucho acercarse a la gente, que no podía experimentar ni expresar
sus sentimientos y que se criticaba a sí mismo.
Se mostraba particularmente impaciente y condescendiente con las mujeres.
Concretamente a una de ellas la consideraba como “una mariposilla infantil” o una
“superficial”, porque sus opiniones no tenían mucho peso para él. Con otra se mostraba
impaciente por su falta de lógica mental y generalmente rechazaba sus comentarios
intuitivos alegando que eran simples “interferencias”. En una ocasión en que los otros tres
hombres del grupo se hallaban ausentes, Charles permaneció prácticamente en silencio,
pues consideraba que no valía la pena participar en un grupo estrictamente femenino. El
reconocimiento, la comprensión y la resolución de sus actitudes hacia sus compañeras
contribuyó en buena medida a que comprendiera algunos de sus conflictos básicos con la
mujer con quien vivía.
Aunque estos acontecimientos eran importantes en el conflicto interpersonal de
Charles y sirvieron para llevarle al terreno que más le interesaba resolver, para el grupo
continuó siendo un enigma. Periódicamente, durante sus primeras sesiones, los demás
miembros expresaban que no lo conocían realmente, que permanecía escondido, irreal y
distante. (Otro de los axiomas de la terapia de grupo es que cuando alguien oculta un
196
secreto importante, tiende a inhibirse globalmente. Además, se muestra muy cuidadoso si
surge alguna pista que pudiera revelarlo.) Finalmente, en la décima sesión, todos,
pacientes y terapeutas, animaron a Charles a que compartiera una porción mayor de sí
mismo; fue entonces cuando relató lo del cáncer, más o menos con la misma actitud con que
me lo había planteado a mi durante sus sesiones individuales previas: frío, seguro de sí
mismo y con muchos detalles científicos.
Las reacciones que el hecho provocó fueron ante todo sumamente individuales.
Varios hablaron de su valor y del modelo que él representaba para el grupo. Uno de los
hombres estaba muy impresionado por la forma en que Charles hablaba de su meta de
sacar el mayor partido posible del resto de sus días. Este paciente, llamado Dave, se dio
cuenta de que él también había estado posponiendo su vida y de que la actual le resultaba
poco gratificante.
Dos de los miembros reaccionaron de un modo gravemente inoportuno. Una fue
Lena (a quien describí en el capítulo IV), que había perdido a sus padres cuando era muy
niña y, desde entonces, vivía aterrorizada por la muerte; buscaba un protector y se
mostraba pasiva, dependiente e infantil. Tal como podía esperarse, Lena se horrorizó y
respondió de una manera iracunda y extraña, dando por sentado que Charles padecía el
mismo tipo de cáncer que mató a su madre: con todo lujo de detalles, comenzó a describir
los cambios físicos y el debilitamiento que había experimentado su madre. La otra paciente,
Sylvia, que contaba cuarenta años y sufría de una gran angustia ante la muerte,
inmediatamente reaccionó con rabia ante la pasividad con que Charles aceptaba su
enfermedad. Le recriminó no haber investigado otras fuentes posibles de curación:
curanderos, “Letrile”, cirujanos psíquicos de las Filipinas, megavitaminas, etc. Cuando
otro de los pacientes acudió en auxilio de Charles, se produjo una fuerte discusión. Sylvia
estaba tan asustada por el cáncer de Charles, que intentó provocar una pelea para tener una
excusa que le permitiera abandonar el grupo. Durante todo ese año, sus reacciones ante
Charles siguieron siendo turbias; su contacto con él le provocaba una gran angustia y una
breve descompensación, que finalmente se resolvía positivamente. Como el caso clínico
de Sylvia ilustra claramente algunos principios importantes del tratamiento de la angustia
ante la muerte, lo describiré detalladamente un poco más adelante en este mismo capítulo.
A lo largo de las cuatro semanas siguientes, asistimos a varios hechos importantes.
Una de las participantes, enfermera pediátrica, describió por primera vez la estrecha
relación que había mantenido con uno de sus pacientes, un niño de diez años que había
muerto hacia varios meses. Confesó que era dolorosamente consciente del hecho de que, en
el corto lapso de diez años, este niño había vivido una vida más plena que la suya. Su
muerte, junto con la enfermedad de Charles, la impulsó a romper las restricciones que ella
misma se había impuesto y a profundizar en su propia vida.
Otro paciente, llamado Don, sostenía conmigo una lucha de transferencia desde
hacia varios meses. Aunque en el fondo anhelaba mi orientación y guía, me desafiaba de
una manera muy destructiva. Por ejemplo, sistemáticamente se las arreglaba para
encontrarse con alguno de sus compañeros fuera de las sesiones. Aunque en varias
ocasiones habíamos dicho que esto perjudicaba el trabajo del grupo, Don se sentía a gusto
acumulando aliados para enfrentarse conmigo. Pero, a raíz de la revelación de Charles,
sus sentimientos hacia mi experimentaron un cambio; en consecuencia, la tensión y el
antagonismo que existía entre nosotros disminuyeron de forma notable. Don señaló cuánto
había cambiado yo en las últimas semanas; aunque se mostraba incapaz de expresar lo que
sentía, en un momento declaro: “De alguna manera ahora se que usted no es inmortal.”
Pudo hablar detalladamente de su deseo de encontrar, en última instancia, un salvador: de
197
su creencia de que yo era infalible y de que podía planificar su futuro con gran seguridad.
Pudo expresar asimismo su ira por mi aparente negativa a darle lo que él sabía que yo era
capaz de dar. La presencia de Charles le evocaba que yo, al igual que él, tenía que
enfrentarme a la muerte, que ese hecho nos unía y nos igualaba a todos y que, tal como lo
había expresado Emerson: “Mantengámonos fríos, porque dentro de cien años todos
seremos uno.” De repente, pues, la batalla contra mí se le antojó ridícula y trivial.
Pero volvamos al caso de Lena. Su relación con Charles era extremadamente
compleja. Al principio, su enfado respondía a que Charles también la abandonaría, como lo
habían hecho su madre y su padre. Empezó a recordar, por primera vez, los detalles de la
muerte de su madre (cuando Lena tenía cinco años) y durante mucho tiempo revivió la
experiencia en su mente: así, recordaba que, cuando murió, su madre se encontraba ya
físicamente muy ajada. Y es también con esta circunstancia que hay que relacionar la
anorexia que Lena contrajo a raíz de la revelación de la enfermedad de Charles. Su
dinámica, pues, se aclaró considerablemente: se sentía tan abrumada por la muerte de las
personas cercanas, que prefería mantenerse en un estado de animación suspendida. Su
fórmula era: “Si no tienes amigos, no pierdes nada.” Tenía a sus cuatro abuelos, ya
ancianos, y vivía esperando la noticia de la muerte de alguno de ellos. Su temor era tan
grande, que se privaba del placer de estar cerca de ellos. Una vez confesó al grupo: “Me
gustaría que se murieran todos cuanto antes, para acabar con esto de una vez.” Poco a poco,
fue rompiendo sus patrones y, aunque con mucho resentimiento, logró acercarse a Charles.
Cautelosamente, empezó a rozarle cuando, por ejemplo, le ayudaba a quitarse el abrigo.
Charles se había convertido para Lena en la persona más importante de todo el grupo; y
esto, al aceptar el hecho de que se sentía a gusto estando cerca de él, llegó a ser más
poderoso que el dolor de la posible separación. De este modo, Lena pudo establecer otras
relaciones importantes, en su vida, gracias a los beneficios que, con el tiempo, le
proporcionó su relación con Charles dentro del grupo. Por ejemplo, recuperó el peso que
había perdido, desaparecieron sus intentos de suicidio, mejoro su depresión y, después de
tres años sin trabajar, obtuvo un interesante empleo de considerable responsabilidad.
Otra de las participantes obtuvo igualmente grandes beneficios por el hecho de
“sentarse en la primera fila”. Era divorciada y tenía dos hijos pequeños, pero, por regla
general, experimentaba hacia ellos resentimiento e impaciencia. Sólo una vez, cuando
uno de ellos se encontraba gravemente enfermo, había podido expresar sus senti mientos
de ternura. Su relación con Charles constituyó un vívido recordatorio del paso del tiempo
y de la finitud de la vida. Poco a poco fue capaz de expresar a sus hijos su cariño sin
necesidad de que estuvieran enfermos, de que sufrieran un accidente o de cualquier otra
advertencia de su mortalidad.
Aunque en el grupo se experimentaron profundas emociones, nunca fueron tan
complejas como para que no pudieran ser asimiladas y resueltas por sus miembros. Sin
duda, fue debido en gran parte a la presencia de Charles, quien nunca parecía experimentar
afectos muy profundos. Esto supuso una gran ventaja en la dinámica general, porque
permitía ir identificando las emociones y que éstas se fueran presentando gradualmente y
en proporciones asimilables. Sin embargo, llegó el momento en que también se puso en tela
de juicio el estilo de emocionalidad restringida de Charles. Una sesión que se efectuó dos
meses después de la revelación de Charles, fue muy ilustrativa a este respecto. Charles,
simulando tener prisa, comenzó la reunión de una manera poco usual: afirmó que quería
plantear al terapeuta varias preguntas muy específicas. Pero éstas fueron muy generales,
por tanto no se podían ofrecer respuestas precisas y enérgicas. En concreto, solicitó
información sobre técnicas que acortaran la distancia que le separaba de los demás y
198
consejos para resolver un conflicto que tenía con su mujer. Su planteamiento de estas
cuestiones recordaba el estilo preciso de un ingeniero eficiente, y era evidente que
esperaba respuestas muy concretas.
El grupo intentó responder a las preguntas de Charles; pero, como él insistía en
obtener respuestas del líder, frustró todos los intentos de sus compañeros. No obstante,
todos se negaron a callar y expresaron su resentimiento por no tomarles en consideración.
En concreto, uno adelantó si la cualidad un poco frenética de las preguntas de Charles
respondía a su sentimiento de hallarse en el límite y a su necesidad de obtener una máxima
eficiencia de la terapia. Poco a poco, el grupo fue ayudando a Charles a expresar lo que le
había estado consumiendo en los últimos días. Por fin, con lágrimas en los ojos, confesó
que le habían conmovido terriblemente dos acontecimientos: había visto en la televisión
un extenso programa sobre la muerte de un niño que padecía de cáncer; por otra parte,
debido a su profesión de odontólogo, había asistido a una conferencia larga y horrorosa
sobre cáncer de boca.
Con esta información, el grupo volvió a analizar la extraña conducta de Charles.
Su insistencia en recibir del terapeuta respuestas precisas, era una expresión de su deseo de
que se ocupasen de él. Lo había planteado así, según dijo, porque tenía miedo de expresar
abiertamente sentimientos “efusivos”. En efecto, si se le demostraban de forma efusiva
sentimientos reprimidos, se sentía abochornado.
Las preguntas iniciales de Charles ya pudieron ser contestadas, pero no a través
del “contenido” (es decir, de sugerencias específicas del terapeuta), sino por medio del
análisis de los “procesos” (en una palabra, del análisis de sus relaciones con los demás).
Cayó en la cuenta de que los problemas íntimos que tenía con otras personas, incluyendo
su ex esposa y su actual compañera, estaban relacionados con la paralización de sus
afectos, con su miedo a los sentimientos “efusivos” de los demás, con su espíritu crítico
y su rechazo del resto del grupo en la esperanza de obtener una solución sistematizada de
la autoridad.
Varias semanas después, tuvo lugar un episodio similar que corroboró y reforzó lo
que Charles había aprendido. Comenzó la reunión con una actitud muy agresiva. Con
frecuencia se quejaba de la pensión que tenía que pagar a su ex esposa; por otra parte citó
un artículo periodístico que había aparecido ese mismo día en el que se hablaba de que las
mujeres y sus abogados estaban exprimiendo a los inocentes maridos en los juicios de
divorcio. A continuación, hizo extensivas estas observaciones a las mujeres del grupo y se
mostró despreciativo hacia la contribución que ellas aportaban. Cuando el grupo volvió a
analizar lo que le sucedía, Charles relató otros acontecimientos emocionantes que le
habían sucedido en los últimos días. Su único hijo acababa de dejar el hogar para asistir a
la universidad, y el último día que pasaron juntos fue, según él, muy decepcionante.
Había deseado expresar a su hijo cuánto le quería; sin embargo, durante la última comida
que hicieron juntos no articularon palabra, y Charles estaba desesperado por haber perdido
esta maravillosa oportunidad. Tras la partida de su hijo, se preguntaba “que iba a suceder
ahora”, sentía que “todo había terminado” y que entraba en una etapa nueva y definitiva de
su vida. No temía el dolor ni la muerte, añadió, pero sí la incapacidad y la indefensión.
Evidentemente, todo el mundo compartía el miedo de Charles a la incapacidad y a
la indefensión; pero estos sentimientos eran más intensos en su caso, porque era incapaz
de revelar su vulnerabilidad o de pedir ayuda. En esa sesión en particular, en lugar de
plantear una descripción de su dolor y una petición de ayuda, Charles mostró una actitud
distante y beligerante. Su cáncer le convertiría algún día en una persona dependiente de
los demás, y esta idea le torturaba. Poco a poco, el grupo le ayudó a mitigar sus temores,
199
permitiéndole expresar sus sentimientos de vulnerabilidad y formular peticiones de ayuda
a los demás.
Otro de los pacientes, llamado Ron, llevaba más de dos años en el grupo y podía
considerarse que estaba ya preparado para “graduarse”, pero todavía meditaba esta
posibilidad. Se había enamorado de Irene, una de las mujeres del grupo. Pero a ella su
presencia le impedía desenvolverse a gusto. Cuando los miembros de una terapia de grupo
forman un subgrupo o una pareja cuyos intereses son más importantes que su dedicación a
la meta primaria de la terapia, el trabajo de todo el conjunto se ve seriamente
comprometido. Esto era lo que había sucedido con Ron e Irene. En una sesión, no
solamente apoyé la decisión de Ron de abandonar el grupo, sino que se lo exigí de una
manera abierta, lo cual influyó para que diera por terminada su participación. La sesión
siguiente a la partida de Ron fue muy agitada. Otro de los axiomas de los grupos
terapéuticos reducidos es que los miembros, cuando se enfrentan a los mismos estímulos,
responden a ellos de una manera especialmente individual. Sólo puede haber una
explicación posible de este fenómeno: cada uno tiene su propio mundo interno. Por tanto,
la investigación de las respuestas variables ante un mismo estímulo proporciona resultados
muy satisfactorios en la terapia.
Las respuestas de Sylvia y Lena fueron las más sorprendentes, porque ambas se
sentían particularmente amenazadas. Estaban convencidas de que yo había obligado a Ron
a abandonar el grupo, opinión que no compartían los restantes miembros. Más aún, mi
decisión les pareció, a Sylvia y Lena, muy arbitraria e injusta. Estaban enojadas, pero no
se atrevían a expresarlo por temor a que también las expulsara a ellas.
El análisis de esos sentimientos nos condujo a los sistemas defensivos principales
de Sylvia y Lena, basados en la creencia de que existía un salvador. Les atemorizaba tanto
que las abandonase, que se esforzaron por tranquilizarme y contentarme. Ambas
deseaban permanecer a mi lado en un nivel inconsciente, por lo que se resistían a curarse.
En un nivel consciente, se negaban a comunicar al grupo cualquier cambio que pudiera
ser considerado positivo. La presencia de Charles ayudó a subrayar sus temores de
abandono y, en el fondo, de morir. Las dos fueron comprendiendo poco a poco que
habían tenido reacciones exageradas ante la situación; que la partida de Ron era lo más
justo para él y para los de más; y que nadie, en fin, debía tener miedo de que le echaran
del grupo. Con el tiempo comprendieron también que su reacción ante este incidente era
el reflejo de su conducta general, de su dependencia, de su temor a ser abandonadas y de
sus tendencias autodestructivas.
Charles experimentó también una reacción muy fuerte ante la partida de Ron, la
misma que fue experimentando posteriormente conforme iban despidiéndose los demás.
Confesó que sentía un dolor físico en medio del pecho, como si le estuvieran extrayendo
algo; pero luego confesó que se sentía extremadamente amenazado por la posibilidad de
la disolución del grupo. En una reunión, Charles, el mismo que unos cuantos meses antes
había dicho que era emocionalmente estéril y que nadie significaba nada para él, manifestó
al grupo lo mucho que lo apreciaba y le agradeció, con lágrimas en los ojos, el haberle
salvado la vida.
En cierta ocasión, un joven del grupo hizo la curiosa observación de que envidiaba
a Charles por tener esa enfermedad mortal; si el tuviera una enfermedad mortal, se
sentiría impulsado a sacar mayor provecho de su vida. El grupo no tardó en recordarle que
ciertamente padecía de una enfermedad mortal y que la única diferencia entre Charles y
los otros era simplemente la de sentarse en la primera fila, en lugar de hacerlo en la última.
200
Charles solía plantear a menudo esta cuestión. En una ocasión memorable, uno de los
pacientes mayores se lamentó de que había “desperdiciado” su vida: había perdido tantas
oportunidades, había dejado pasar tantas amistades potenciales y tantas posibilidades
profesionales... Sentía una gran compasión por sí mismo, y se negó a experimentar el
presente a través de sus remordimientos con respecto al pasado. Charles le señaló, con
mucho tino y eficacia, que, aunque no podía considerar como pérdida su vida anterior, en
ese momento preciso la estaba “desperdiciando”.
De vez en cuando, los miembros del grupo se acordaban de que Charles tenía un
cáncer incurable y que moriría en un futuro próximo. Periódicamente, cada uno
escenificaba una confrontación con la muerte de Charles y con la suya propia. Uno de los
participantes, que había negado siempre la muerte, comentó que el deseo de vivir de
Charles, su valor y su modo de contemplar su propia muerte, le había ayudado a aumentar
su fortaleza y le había proporcionado un modelo tanto para vivir como para morir.
En el momento de escribir este estudio, Charles continúa siendo un miembro
activo del grupo. Ha vivido mucho más tiempo del que le fijaban los pronósticos y se
encuentra en buenas condiciones físicas. Más aún, ha realizado todas las metas que en un
principio se impuso con la terapia. Se siente más humano y ya no se encuentra aislado; se
relaciona de forma más abierta e íntima con las personas. Por otra parte, ingresó, junto
con su compañera, en una terapia para parejas y sus relaciones han mejorado
ostensiblemente. Su presencia en el grupo ha impresionado profundamente a casi todos
los demás miembros; esta experiencia les ha hecho pasar, de sus preocupaciones
existenciales relativamente estrechas, a un deseo de sumergirse en la vida de la manera
más amplia e intensa posible.
93
G. Zilboorg, Fear of Death, “Psychoanalytic Quarterly” 12 (1943) 465-75.
202
inconsciente original de la angustia ante la muerte se ve agravado por las horribles
deformaciones de la muerte que suelen poseer los niños.
Como resultado de la represión y de la transformación, la terapia existencial se
ocupa de la angustia al parecer sin relación con ningún otro núcleo existencial. Más
adelante, en este mismo capítulo, me ocuparé de los pacientes que sienten una angustia
manifiesta ante la muerte, y también la necesidad de profundizar en ella en el curso de una
terapia extensa e intensa. Pero incluso en aquellos tratamientos en los que la angustia ante
la muerte nunca llega a ser explícita, el paradigma que ella constituye puede incrementar la
eficacia de la labor del terapeuta. El terapeuta cuenta con un marco de referencia que aumenta
considerablemente su eficacia. Así como la naturaleza aborrece el vacío, el hombre aborrece
la incertidumbre. Una de las tareas del terapeuta es incrementar el sentido que tiene el
paciente de la seguridad y el dominio. A este respecto, es particularmente importante que
una persona sea capaz de explicar y ordenar los acontecimientos de su vida de una manera
coherente y con arreglo a patrones susceptibles de pronosticar. Identificar un hecho y su
localización dentro de una sucesión causal, es comenzar a experimentarlo como un hecho
controlado. Por tanto, nuestra experiencia interna y nuestra conducta dejan de ser de terror,
extrañas o descontroladas; en su lugar, actuamos (o tenemos una determinada experiencia
interna) porque existe algo que podemos señalar e identificar. El “porqué” proporciona un
dominio (o un sentido del mismo que, fenomenológicamente hablando, es equivalente al
dominio sensu stricto). Creo que el sentido de poder que emana de la comprensión tiene
cabida incluso en el ámbito de nuestra situación existencial básica: todos nos sentimos
menos inútiles, menos desvalidos y menos solos, a pesar de que, por ironía del destino, lo
que acabamos de comprender es precisamente lo contrario, es decir, que todos estamos
básicamente desvalidos y solos frente a la indiferencia cósmica.
En el capítulo anterior presenté un sistema explicativo de la psicopatología basada
en la angustia ante la muerte, y es importante tanto para el terapeuta como para el paciente.
Cada terapeuta emplea un sistema explicativo —un marco de referencia ideológico— para
organizar el material clínico al que se enfrenta. Pero, por muy complejo y abstracto que
sea y por muy arraigado que esté en las estructuras inconscientes, tanto que no pueda
transmitírsele de una manera explícita al paciente, siempre servirá para incrementar, de
diversas formas, la eficiencia del que lo emplea.
En primer lugar, un sistema de creencias proporciona al terapeuta un sentido de
seguridad, por las mismas razones por las que las explicaciones ofrecen seguridad a los
pacientes. Al permitir al terapeuta ejercer el control del material clínico del paciente, para
no sentirse abrumado por dicho material, el sistema de creencias le proporciona confianza
en sí mismo y dominio, que, a su vez, transmite al paciente y hace que deposite su
confianza en él, lo que constituye una condición esencial del tratamiento. Además, el
sistema de creencias le sirve para aumentar su interés por el paciente, interés que facilita
ostensiblemente el desarrollo de las necesarias relaciones entre terapeuta y paciente. En
este sentido, creo que la búsqueda de una explicación causal genética (esto es, “¿qué razón
hay en la historia del pasado de este paciente para que sea como es? ”) constituye un
estímulo equivocado para el proceso terapéutico. No obstante, la explicación del pasado
suele desempeñar una importante función en la terapia: proporciona al terapeuta y al
paciente un proyecto conjunto deliberado, una base intelectual que sirva de fundamento al
trabajo, que permita reunir y soldar las piezas, mientras el verdadero agente del cambio,
que es la relación terapéutica, germina y madura.
Este sistema de creencias proporciona consistencia a las observaciones que hace al
paciente; le permite saber qué es lo que debe explorar y dónde no vale la pena presionar,
203
para no confundir al paciente. Aunque el terapeuta no efectúe observaciones exhaustivas y
explícitas acerca de las raíces inconscientes de los problemas, con perspicacia y un buen
sentido de la oportunidad, puede hacer comentarios que se “conecten” en un nivel
subverbal profundo con el inconsciente del paciente, para lograr que éste se sienta
comprendido al máximo. Un sistema profundamente arraigado en los niveles más íntimos
del ser, tiene la ventaja de demostrar al paciente que no hay terrenos tabú, que puede
hablarse de cualquier tema y, además, que sus preocupaciones más profundas no son
idiosincrásicas, sino que son compartidas por todos los seres humanos.
El sentido de seguridad que el terapeuta obtiene cuando recurre a un sistema
explicativo de la psicopatología, beneficia a la terapia por su naturaleza variable. Así,
existe un grado óptimo de seguridad: cuando ésta es demasiado baja o demasiado alta,
los efectos son contraproducentes. Cuando tiene poca seguridad, por las razones ya
señaladas, retrasa la formación de un nivel mínimo de confianza. El exceso de seguridad,
por otra parte, genera rigidez. El terapeuta rechaza o distorsiona los datos que no cuadran
en su sistema; además, evita enfrentarse, y ayudar al paciente a que lo haga, a uno de los
conceptos primordiales de la terapia existencial: que la incertidumbre existe, pero que
todos debemos aprender a convivir con ella.
204
A lo largo de más de ocho años de análisis y de terapia dirigida por psicoterapeutas
competentes, todas estas explicaciones, y muchas otras más, se analizaron
exhaustivamente sin el menor efecto en su impulso sexual compulsivo.
Durante mi trabajo con Bruce, me llamaba la atención la riqueza del material
existencial que presentaba. Su compulsividad se podio entender como un escudo para
evitar la confrontación con su situación existencial. Por ejemplo, era evidente que temía
estar solo; siempre que se hallaba alejado de su familia, se las arreglaba para no pasar una
noche solo.
La angustia puede ser una guía útil, y hay momentos en que el terapeuta y el
paciente deben fomentarla abiertamente. En consecuencia, cuando Bruce hubo mejorado
lo suficiente, en cuanto a su capacidad para tolerar su angustia, le sugerí que pasara una
noche completamente solo y que anotara todos sus pensamientos y sentimientos. Lo que
experimentó aquella noche fue sumamente importante para la terapia. Miedo cerval seria
la única expresión adecuada para describirlo. Por primera vez, desde su infancia,
descubrió que tenía miedo de lo sobrenatural. Por una mera casualidad, tuvo lugar una
interrupción de la corriente eléctrica, y Bruce experimentó un gran pánico ante la
oscuridad. Imaginaba que había una mujer muerta acostada en la cama (que se parecía a la
vieja de la película El exorcista), que en la ventana aparecía la cabeza de un muerto;
tenía miedo de que le tocara “algo que parecía la mano de un esqueleto cubierto de
trapos”. Se sintió muy aliviado por la presencia de un perro y, por primera vez, comprendió
el fuerte vínculo que existe entre algunos individuos y sus animales domésticos: “Lo que se
necesita no es un compañero humano, sino que algo vivo esté cerca de uno”, comentó.
El terror de aquella noche se fue transformando gradualmente, mediante la labor
terapéutica, en conocimiento profundo de sí mismo. El haber pasado una noche solo, aclaró
suficientemente la función que para él cumplía el sexo. Al no contar con la protección que
éste le brindaba, Bruce cayó de lleno en la angustia ante la muerte; las imágenes eran
cristalinas: una muerta, una mano de esqueleto, una cabeza de muerto. ¿Cómo era que el
sexo protegía a Bruce de la muerte? De diferentes maneras, cada una de las cuales fuimos
analizando en la psicoterapia. La compulsividad sexual, como todos los demás síntomas, es
rígida. Para empezar, el sexo era una forma de desafiar a la muerte. En él había algo que le
asustaba; sin duda estaba entremezclado con anhelos incestuosos escondidos y con temores
de una represalia en forma de castración, y por “castración” no me refiero a una castración
literal, sino a una aniquilación. De este modo, el acto sexual era contrafóbico. Bruce se
mantenía vivo introduciendo su pene en el vértice de la vida. Vista de esta manera; su
compulsividad sexual se correspondía con sus otras pasiones: el paracaidismo, el alpinismo
y el motociclismo.
El sexo constituya también un medio de derrotar la muerte, reforzando la creencia
de Bruce en que él era especial. Se mantenía vivo, en cierto sentido, porque era el centro
de su universo. Las mujeres revoloteaban a su alrededor, y todas le adoraban. Existían sólo
para él. Nunca se le pasó por la mente que ellas pudieran tener vidas independientes. Se
imaginaba que permanecían esperándole en un estado de animación suspendida; que, como
los flageladores de José K., en El juicio de Kafka, estaban allí, esperándole, cada vez que
él abría sus puertas, y si él no estaba a su lado, se congelaban en una especie de
inmovilidad. Naturalmente, el sexo le servia también para evitar que se produjeran las
condiciones necesarias para una verdadera confrontación con la muerte. Bruce nunca había
tenido que enfrentarse al aislamiento que acompaña a la conciencia de la propia muerte.
Las mujeres eran “algo vivo y cercano”, como el perro en la noche del terror. Bruce nunca
estaba solo: o estaba con una mujer en la cama (un esfuerzo frenético por fundirse con una
205
mujer), o buscando una o acabando de separarse de otra. Así, su búsqueda no era
verdaderamente de sexo, ni siquiera era el resultado de esas fuerzas infantiles, de esa
“materia prima de donde más adelante surge el sexo”, como lo ha expresado Freud 94, sino
que era una búsqueda destinada a la negación y al alivio de su temor a la muerte.
Más adelante, en una ocasión tuvo un encuentro sexual con una bella mujer,
precisamente la esposa de su jefe inmediato. Estuvo considerando cuidadosamente esta
oportunidad y habló del asunto con un amigo, quien trató de disuadirle, haciéndole ver sus
posibles repercusiones negativas. Bruce sabía también que el precio que tendría qu e pagar,
en términos de angustia y culpa, sería muy alto. Finalmente, en medio de grandes
sufrimientos, por primera vez en su vida decidió renunciar a una conquista sexual. Durante
nuestra siguiente sesión terapéutica, me mostré de acuerdo con él en que su decisión había
sido la mejor.
La reacción que tuvo después de esta decisión fue muy ilustrativa. Me acusó de
arrebatarle los placeres de la vida. Se sentía “acabado”, “liquidado”. Al día siguiente,
cuando normalmente hubiera estado dedicado a algún ejercicio sexual, se dedicó a leer un
libro y a tomar un baño de sol. “Esto es lo que quería Yalom”, pensó, “que me volviese
viejo y me sentara al sol a calentar mis huesos como un perro”. Se sintió especialmente
inútil y deprimido. Esa noche tuvo un sueño que estimula, mejor que cualquiera de los
sueños que he conocido, el empleo del simbolismo onírico:
Tenía un hermoso arco con flechas, y me vanagloriaba de que era una obra de arte que poseía cualidades
mágicas. Usted y mi amigo X no estaban de acuerdo, y señalaban que se trataba de un arco y de unas flechas
bastante vulgares. Pero yo argumenté: “No; es mágico, mire estos rasgos y estos otros” (señalando hacia dos
protuberancias). Usted insistía: “No; es muy corriente”; y continuó tratando de demostrarme que el arco estaba
fabricado de una manera muy elemental, y que lo que le daba forma era un conjunto de ramitas con una cuerda.
Lo que ilustra el sueño de Bruce de una manera tan hermosa es que el sexo es un
medio de derrotar la muerte. Ésta se halla en relación con trivialidades y formas ordinarias.
La magia es lo que le permite a la persona trascender las leyes de la naturaleza, trascender lo
ordinario, negar la propia identidad primitiva que condena al ser a una muerte biológica. Su
falo era un arco con flechas de una cualidad mágica, que le permitía elevarse por encima de
las leyes naturales. Cada uno de sus contactos amorosos constituía, de un modo mágico, una
vida en miniatura, aunque cada una de ellas era un laberinto que terminaba en un callejón sin
salida; sus aventuras, consideradas sin solución de continuidad, le proporcionaban la ilusión
constante de que la línea de su vida se prolongaba.
Cuando analizamos el material derivado de esas dos decisiones importantes —la de
pasar un tiempo solo y la de no aceptar una invitación sexual—, se fue iluminando poco a
poco su patología sexual y muchos otros aspectos de su vida. Por ejemplo, siempre se había
relacionado con los demás de una manera muy limitada y aderezada por el sexo. Cuando se
desvaneció su compulsividad sexual, comenzó a preguntarse por primera vez: ¿qué quiere la
gente?, una pregunta que nos empujó a una fructífera exploración de la confrontación de
Bruce con su aislamiento existencial. Describiré esta fase de la terapia de Bruce en el
capítulo IX. En realidad, el curso de este tratamiento ilustra la interdependencia de todas las
preocupaciones esenciales. La decisión de Bruce y su resistencia posterior a aceptar dicha
decisión, en el sentido de rehusar una invitación sexual, era la punta de un iceberg que
indicaba la presencia de otra preocupación existencial extraordinariamente importante, la
94
S. Freud, Three Essays on the Theory of Sexuality, vol. VII en Standard Edition, Hogarth Press, Londres 1957;
(publicada originalmente 1905), p. 125-231; versión castellana: Tres ensayos sobre teoría sexual, Alianza,
Madrid 1980.
206
libertad, y también el problema de asumir su responsabilidad, que es el tema del capítulo VI.
La desaparición gradual, en fin, de su compulsión sexual, le obligó a afrontar otra
preocupación esencial: la carencia de sentido vital. Al transformar su principal raison d’être,
Bruce empezó a confrontar el problema del propósito de la vida, tema que trataremos en el
capítulo IX.
Finalmente, el material de transferencia relacionado con su deseo de obtener del analista una formula
mágica condujo a la interpretación de que concebía el análisis como una protección frente al miedo de morir, protección
que nadie era capaz de brindarle. Este descubrimiento produjo un giro sorprendente y casi dramatizo. Así, hizo
posible analizar su miedo permanente a la muerte a través de sus quejas hipocondríacas, su lucha desesperada con el
miedo a la nada durante la primera parte de su periodo de latencia y su deseo, finalmente, de prolongar el análisis
de forma indefinida.
Ningún artificio había logrado que abandonara en el acting out la fantasía de que sus perversas actividades
provocarían la ira del analista, quien consecuentemente le pegaría. Cualquier interpretación de éste le servía para
gratificar su deseo de que le regañasen y pegasen; el silencio era para él equivalente a los enfados de su padre. Su
análisis parecía haber llegado a un impasse... Finalmente, el terapeuta interpretó que, a través de la fusión con el
analista (padre), deseaba obtener protección frente a la muerte, lo que provocó un verdadero río de material
terapéutico. “La muerte está y siempre ha estado revoloteando a mi alrededor.” Recordó incluso que de niño pensaba
mucho en ella. “He resuelto mi miedo a la muerte mediante la sumisión... El hecho de que me violen analmente
significa para mi una protección frente a la muerte.” Y se lamentaba de que nadie le hubiese dicho esto
anteriormente.
95
M. Stern, Fear of Death and Neurosis, Journal of American Psychoanalytic Association, (Mayo 1966) 3-31.
207
En este caso, como en el primero, el análisis de la transferencia fue la vía regia a
las capas subterráneas de la angustia ante la muerte. El concepto histórico de la
transferencia (esto es, la transferencia del afecto de una catexis anterior a la actual) sólo
tiene un valor limitado en el proceso real de la psicoterapia. Lo importante es la función
inmediata, aquí y ahora, de la distorsión del paciente. En el caso referido por Stern, su
paciente descubrió que utilizaba al terapeuta de escudo para protegerse de la conciencia
y del miedo a la muerte. Gradualmente pudo confrontar su muerte e incluso llegar a
comprender que no sólo su transferencia, sino también sus síntomas, representaban
formas mágicas e infantiles de mantener presente la muerte (por ejemplo, la bebida era
una representación de “una fusión estática y simbólica con la madre, como defensa ante
la muerte”).
Cada uno de estos pacientes alcanzó con el tiempo una mejoría notable; pero
también debemos señalar que “el cambio dramático en las situaciones terapéuticas de
estos pacientes pudo deberse a que la interpretación del miedo a la muerte se introdujo al
cabo de varios años de tediosa labor de per-elaboración, en el momento en que apareció
en el horizonte la posibilidad de terminar el análisis”. En todos los individuos neuróticos
existe un substrato de angustia ante la muerte que se puede per-elaborar en una terapia a
largo plazo, proceso que el terapeuta facilita interpretando los síntomas del paciente y la
transferencia en tanto que mecanismos de defensa frente a aquella.
La muerte no puede dejarse de lado a la hora de explorarse profundamente uno
mismo, porque una de las tareas principales del adulto maduro es llegar a un compromiso
con la realidad de la declinación y la disminución personal. La Divina comedia, que Dante
escribió cuando apenas contaba treinta y tantos años, es susceptible de varias
interpretaciones, pero ciertamente refleja la preocupación del autor por su muerte
personal. Los primeros versos describen la espantosa confrontación con la propia
mortalidad, que suele acaecer en la mitad de la vida:
Al mediar la carrera de nuestra vida, perdí el camino certero y, extraviado, me encontré en una oscura
selva. ¡Ah, cómo describir hasta qué punto aquella selva, cuyo recuerdo hace revivir mi pavor, era tupida,
áspera y salvaje! La angustia que despertaba en mí, en muy poco cedía a la de la propia muerte 96.
La persona que llega a la mitad de la vida sin haber logrado establecerse en la vida marital o profesional y
sin haberse defendido por medio de actividades maniacas y de negación, con el consiguiente empobrecimiento
emocional, se encontrará mal preparada para enfrentarse a las demandas de esta etapa y para disfrutar de su
madurez. En tales casos, la crisis de la mitad de la vida y el encuentro del adulto con la concepción de la vida
ante la inminencia de la muerte personal, se convertirán en un periodo de trastornos psicológicos y colapso
depresivo. Éste puede evitarse fortaleciendo las defensas maniacas, frenando la depresión y el sentimiento de
persecución por el envejecimiento y la muerte. Pero entonces se produce una acumulación de la angustia
persecutoria, a la cual el individuo tendrá que enfrentarse cuando se vea obligado a reconocer la
inevitabilidad del envejecimiento y la muerte.
96
Dante Alighieri, La Divina Commedia, Casa Editrice Nerbini, Florencia s.a.; existen varias versiones
castellanas.
208
Los intentos compulsivos que hacen muchos hombres y mujeres al llegar a la mitad de la vida para
permanecer jóvenes, la preocupación hipocondríaca por la salud y la apariencia física, la aparición de
promiscuidad sexual para demostrar juventud y potencia, el vacío y la falta de disfrute auténtico de la vida y la
frecuencia de las preocupaciones religiosas, son patrones muy conocidos a este respecto. Todos ellos no son
sino ensayos para ganar la carrera contra el tiempo 97.
Con frecuencia, los terapeutas encuentran pacientes para quienes la angustia ante
la muerte desempeña claramente un papel esencial y explícito. Estos pacientes suelen ser
difíciles de soportar, porque, una vez que se dan cuenta de que no hay otra alternativa
que enfrentarse con el asunto de la muerte, sus terapeutas comprenden que carecen de los
instrumentos conceptuales necesarios para guiarles.
Este caso era el de Sylvia, a quien ya me referí en este capítulo porque formaba
parte del grupo de terapia en el cual se introdujo a Charles, el paciente con cáncer
avanzado. Sylvia, de treinta y seis años, era una arquitecta divorciada con una excelente
posición económica que había estado en psicoterapia durante los últimos diez años. Era
alcohólica, depresiva crónica, ansiosa, obesa, solitaria y estaba sujeta a una gran variedad
de padecimientos psicofisiológicos, incluyendo dolores de cabeza, urticaria, dolores de
espalda, dificultades auditivas y asma. Tenía graves problemas con su hija de trece años
y con sus dos hijos mayores, quienes, debido a su alcoholismo y a su conducta
impredecible, habían elegido vivir con el padre. Todas las terapias a las que se había
sometido anteriormente (individual, de grupo y familiar) habían fracasado. Una terapia
especializada en un grupo de alcohólicos, de año y medio de duración, le ayudó a controlar
un poco la bebida; pero, en todos los demás aspectos, permanecía presa de sus tensiones,
por lo que la terapia era simplemente una “operación de mantenimiento”.
La entrada de Charles en el grupo (del que ella formaba parte desde hacia varios
meses) alteró radicalmente el curso de su terapia, pues, al verse obligada a confrontarse
con la idea de la muerte, surgieron varios temas importantes en su cuadro clínico.
La primera reacción de Sylvia cuando Charles informó al grupo que padecía un
cáncer incurable, fue irracional. Anteriormente describí la ira que desplegó hacia él por
aceptar el cáncer pasivamente y por no haber buscado algún otro tipo de ayuda diferente a
los sistemas médicos convencionales. Dos semanas después de que Charles confesara su
enfermedad, Sylvia tuvo una reacción de pánico. Acababa de comprar un sofá de cuero
para su casa, pero su olor la perturbaba de una manera extraña. Más aún, acogió en su casa
a un invitado que era pintor y Sylvia llegó a la conclusión de que los vapores que se
desprendían de las pinturas al óleo eran tóxicos. Una noche, experimentando en la cara
una urticaria leve, despertó aterrorizada con el convencimiento de que iba a morir como
resultado de un fallo respiratorio por su reacción alérgica al sofá y al olor de las pinturas.
Su pánico llegó a tales extremos, que acabó llamando a una ambulancia en plena noche.
Volvió a beber y, tres semanas después del ingreso de Charles, fue arrestada por
conducir en estado de ebriedad. Ella declaró que su manera de conducir era un equivalente
del suicidio, y que éste era un modo de lograr el control sobre la muerte, porque
proporciona un control activo sobre la propia suerte, en lugar de permanecer esperando a
“que algo horrible se lo trague a uno”. Su grado de angustia continuó siendo elevado
durante varias semanas, y llegó a sentirse tan incómoda que planteó la posibilidad de
97
Jaques, Death and the Mid-Life Crisis.
209
abandonar el grupo: consideraba que estaba de más en él y que incluso yo quería que se
retirase. Más adelante, debido a sus dolores de cabeza, la envié a un internista para un
examen físico, a raíz de lo cual cayó en una aguda depresión que le llevó a interpretar este
hecho como un intento mío de desembarazarme de ella. Así, cuando ingresaron en el
grupo varios miembros nuevos, creyó que llegaban para reemplazarla.
Una vez superada su angustia inicial, Sylvia no sólo dejo de evitar a Charles, sino
que empezó a relacionarse con él, al principio en forma de tentativa y después de una
manera mucho más positiva. En ciertas sesiones en las que Charles se mostraba
deprimido o ansioso, era precisamente ella quien tomaba la iniciativa de preguntarle en
voz alta si estaba preocupado por su cáncer o porque el tiempo se le escapaba de las
manos. Gradualmente, Sylvia comenzó a pensar y a hablar libremente de sus
preocupaciones principales: del envejecimiento, del miedo a contraer cáncer y de su
terror a la soledad. Se mostraba preocupada por la muerte de su madre, y recordaba con
minuciosidad las circunstancias que la rodearon, cosa que no había podido hacer en los
últimos quince años. Estos temas habían estado siempre latentes, pero no se habían
abordado durante la terapia.
El caso de Sylvia demuestra palmariamente que el marco de referencia del
terapeuta controla el contenido del material que aporta el paciente. Por ejemplo, Sylvia
venía padeciendo de insomnio desde hacía quince años, para lo cual la habían tratado
numerosos clínicos con los más diversos enfoques y tipos de sedantes. Varias semanas
después de que Charles entrara en el grupo, ella volvió a describir el síntoma crónico de
su insomnio, pero, esta vez, debido a que el terapeuta estaba interesado en otro tipo de
problemas, agregó que durante años se había despertado todas las noches, entre las dos y
las cuatro de la mañana, sudando y repitiendo “no quiero morir, no quiero morir”.
Durante sus diez años de terapia (incluyendo los dos años que llevaba conmigo), nunca
había hecho esta confesión a ningún terapeuta.
Cuando aludía a la angustia ante la muerte como base esencial de la constitución de
su patología, muchos síntomas y acontecimientos, aparentemente sin sentido, se
acomodaron en un patrón coherente. Sus ataques de pánico, con los que solían comenzar
sus crisis de comida y bebida, casi siempre se iniciaban como consecuencia de algún
insulto a su cuerpo o de un proceso de enfermedad y deterioro físico. Por otra parte, su
angustia ante la muerte se acentuaba siempre que se encontraba sola. El mensaje implícito
que le transmitía a su hija de trece años era: “No crezcas ni me abandones. No puedo
soportar la soledad. Necesito que permanezcas siendo tan joven como eres ahora y que te
quedes a mi lado. Si tú no creces más, yo no envejeceré.” Esta actitud afectaba mucho a su
hija, quien daba muestras de una conducta delictiva.
El principal mecanismo de defensa de Sylvia contra la angustia era su creencia en
la existencia de un salvador, convicción que se encontraba en la raíz de su oralidad
generalizada (manifestada en parte por su obesidad y alcoholismo) y que se evidenciaba
claramente en su relación con la terapia y los terapeutas. Siempre era obsequiosa y
deferente con ellos, porque lo que más temía era que la rechazaran o la abandonaran. Por
este motivo exageraba su necesidad del terapeuta, ocultaba todos los progresos que hacía
y se presentaba como una persona particularmente confusa e indefensa. Parecía que su
tarea en la terapia era presentarse como una persona tan débil, que el terapeuta se viera
obligado a llevarla de la mano y socorrerla.
210
Cuanto más se enfrentaba a estos hechos, Sylvia experimentaba más angustia.
Como fuera necesario entonces atenderla con más frecuencia que la de las reuniones
semanales del grupo, comencé a recibirla en una serie de sesiones individuales, en las
cuales tratamos directamente su preocupación por la muerte.
El fallecimiento de su madre, por un cáncer cervical, había constituido el
acontecimiento más doloroso en la vida de Sylvia; no podía recordarla sin sentir horror.
A la edad de veinticinco años, había abandonado a su familia y se había instalado junto
al lecho de muerte de su madre, para cuidarla durante el último mes en que vivió. En esa
etapa, la madre permanecía casi siempre inconsciente o en un estado de conciencia
altamente irracional, con alucinaciones y rasgos paranoides. Por otra parte, al no controlar
los intestinos y los esfínteres, en todo momento requería los cuidados de Sylvia.
Finalmente, murió bañada en excrementos de un hedor insoportable, emitiendo extraños
ruidos y echando sangre y mucosa por la boca. Sylvia recordaba que en aquellos
instantes sentía la cabeza separada del cuerpo, hinchada y que en cualquier momento le
estallaría (de modo semejante a los dolores de cabeza que experimentaba después del
ingreso de Charles en el grupo).
Durante su infancia Sylvia tuvo muchas experiencias aterradoras con la muerte. Su
abuelo había muerto cuando contaba siete años, y su abuela, seis meses después. Decía
recordar haberla visto en el ataúd y haber pensado que ella le cortaba la garganta. (Ya en
la edad adulta, creía recordar que a su abuela la habían operado de la tiroides.) Por otra
parte, cuando Sylvia contaba doce años, un compañero de colegio se ahogó y ella asistió a
su funeral, hecho que la impresionó profundamente. Por lo demás, Sylvia había sido una
niña bastante enfermiza, y su madre le confesó varias veces (a ella y a algunos de los
amigos y parientes) lo cerca que había estado una vez de la muerte. Así, durante sus cinco
primeros años, en varias ocasiones padeció pulmonía; y, a los seis, se rompió un brazo y
se le descubrió una osteomielitis crónica. A esa edad fue necesario operarla, y recordaba
con horror la mascarilla sofocante de la anestesia, la cual, desde entonces, vino a
producirle una gran angustia. Así, cuando nacieron sus hijos, sufrió ataques psi cóticos
pasajeros.
Su recuerdo más remoto era que “estaba muerta” siendo muy pequeña, y que una
tía le daba masajes en las piernas para que volviera en sí. Creía que, probablemente,
estuviera en coma y recordaba como su tía lloraba. Recordaba también que todo el cuerpo
le dolía intensamente cada vez que ésta le tocaba, pero ella no podía hablar ni decirle que
no la tocara. El siguiente recuerdo que tenía era de encontrarse muerta y flotando fuera de
su cuerpo, tratando desesperada e infructuosamente de volver a introducirse en él.
Además de estas experiencias prematuras, que la pusieron en contacto con la
muerte “demasiado pronto y con excesiva intensidad”, existen otros varios factores
importantes en la vida de Sylvia que le impidieron desarrollar las defensas
convencionales contra el miedo a morir. No tenía ninguna confianza en su madre ni en su
padre. Este abandono a la familia cuando ella era muy pequeña, y los recuerdos que tenía
de su madre indicaban que era una persona irresponsable y en la que no se podía confiar:
entraba en situación de pánico cuando alguien enfermaba o sufría algún daño físico,
viéndose obligada a llamar a algún familiar para que cuidase del enfermo. De ella, Sylvia
no había recibido nada ni emocional ni material; cuando era preadolescente, se iba de la
casa durante muchos días seguidos en compañía de un hombre, dejando a Sylvia a cargo de
la responsabilidad familiar. La madre se había enfrentado a su propia muerte con un terror
espantoso; de este modo, se convirtió en un modelo que sensibilizó a Sylvia aún más en lo
relativo al terror de morir. (Muchos pacientes afirman que la manera como sus padres se
211
enfrentan a la muerte . es sumamente importante para conformar su propia actitud hacia la
misma. Esta observación encierra algunas consideraciones obvias para el tratamiento de
los pacientes moribundos: una manera de mantener un sentido vitalista hasta el final, es
considerar el ejemplo que uno está dando a los demás.)
La angustia ante la muerte en el caso de Sylvia estaba perfectamente fundamentada.
Había tenido un contacto muy estrecho con la muerte demasiado pronto, y su madre le
había recordado con frecuencia que había estado a punto de morir. Además, no había
podido desarrollar las defensas convencionales basadas en la negación para protegerse de
la muerte. De sus padres no podía esperar protección ni salvación: su padre había muerto, y
su madre se hallaba abrumada por su propia vida. No había podido confinar la muerte en un
rincón remoto ni tampoco llegar a creer en su propia inviolabilidad. La muerte constituía una
presencia inminente; había estado a punto de ser su víctima más de una vez. Su
vulnerabilidad y fragilidad no podían ser, pues, mayores.
Sylvia recordaba haber tratado de refugiarse en la religión. Así, había pedido a su
abuela que le demostrara la existencia de Dios, porque, de existir, podría salvarla de la
muerte o bien cuidarla cuando muriese. La familia pertenecía a una de las denominaciones
baptistas, que tienen una concepción muy tétrica del infierno. Varias veces, cuando había
estado tan enferma durante su infancia, había hecho un convenio con Dios: “Si me salvas la
vida, yo me haré monja y te dedicaré mi vida.” Ahora, después de varias décadas, Sylvia
continúa arrepintiéndose de no haber cumplido aquella promesa.
Las sesiones individuales que dedicamos a la anamnesis de la muerte fueron muy
provechosas: Sylvia pudo darse cuenta del miedo que la inspiraba y del papel que había
desempeñado en su vida. Dentro del grupo, comprendió que sentía terror a envejecer y que
sus defensas eran muy pobres, pues consistían en una maniobra de “congelamiento y
camuflaje”. En otras palabras, había suspendido su crecimiento y su vida llevada por la
creencia mágica de que la muerte no se la llevaría si permanecía inmóvil. Por esta razón,
descuidó su apariencia física y su vitalidad se vio durante largas temporadas bastante
menguada. Se volvió obesa porque mantenía otra creencia mágica al respecto: si lograba
evitar el adelgazamiento que había sufrido su madre, continuaría viva. (Hattie Rosenberg
describió una dinámica idéntica en una de sus pacientes)98. La suspensión que había
experimentado su vida se puso de manifiesto un día en el grupo, cuando uno de los
hombres le llevó flores con motivo de su cumpleaños. Para su sorpresa, descubrió que
deseaba tener un amante y que se había perdido muchas experiencias en los últimos años
por estar siempre en esa posición limítrofe entre la vida y la muerte.
También reconoció que se había tratado a sí misma como a una moribunda y que
había exigido a los demás el mismo trato. Una vez, mientras el grupo le reprochaba sus
meditaciones hipocondríacas, exclamó: “¿Cómo podéis tratarme así si me estoy
muriendo?” De pronto comprendió el absurdo de su exclamación, pero también recordó
que esto lo había dicho muchas veces sotto voce.
El trabajo de Sylvia en el grupo se concentró en su relación con Charles y conmigo.
Su trato con Charles se volvió mucho más real: dejó de negar su enfermedad, así como de
aconsejarle que buscase un curandero y de competir con él en lo referente a quién se hallaba
más cerca de la muerte. Paulatinamente, fue mostrándose menos segura de mi
omnipotencia. Aunque trataba de aferrarse a su idea de que yo era superior, también
comprendió que se sentía molesta cada vez que yo me equivocaba. Por consiguiente, tuve
mucho cuidado de no asumir en ningún momento un papel de omnisciencia y mostrarme lo
98
H. Rosenberg, The Fear of Death as an Indispensable Factor in Psychotherapy, “American Journal of
Psychotherapy” 17 (1963) 619-30.
212
más abierto y transparente posible. La mejoría de Sylvia era evidente y sólida. Empezó a
enfrentarse a la muerte, en lugar de quedarse paralizada ante ella. Comprendió que para
escapar a la angustia ante la muerte había tratado de fundirse con el terapeuta y sus
amigos. Hasta la televisión le servía para ese fin: cuando sentía un miedo exacerbado de
morir, se ponía a mirar la televisión durante largos periodos, porque “el simple hecho de
escuchar una voz me permite saber que sigo viva”. Dejó de tener miedo a la soledad y
comenzó a plantearse la posibilidad de vivir satisfactoriamente, aunque no tuviera una
relación de dependencia con un hombre o con un niño. (Hay un viejo proverbio que dice:
“El que lleva consigo la luz, no teme la oscuridad.”)
Empezó a cuidar su apariencia física, a adelgazar y a fomentar su vida social fuera
del grupo. Durante dos años, su único mundo había sido el grupo, por eso comprendimos
que estaba a punto de terminar su terapia cuando un día anuncio que saldría media hora
antes porque tenía un compromiso para cenar. Lo más sorprendente de todo fue, sin
embargo, su declaración de que desde hacia varias semanas venía meditando sobre la
muerte de su madre, no como la obsesión de antes, sino como una meditación consciente
acerca de los aspectos horripilantes del hecho en sí, con el plan deliberado de llegar a
dominar la situación familiarizándose con ella. La decisión era especialmente importante,
ya que, por primera vez, no había respondido a una sugerencia del terapeuta, sino a sus
propios planes. Durante años la había obsesionado la idea de que moriría a la misma edad
que su madre. Como el grupo observara que ya no hablaba de esta obsesión, ella alegó:
“Desde hace mucho tiempo ya no pienso en eso; ya no forma parte de mi experiencia.
Ahora me dedico a vivir.”
Llegó a la firme decisión de concluir su participación en el grupo, pero, tal como
era de esperarse, se recrudecieron nuevamente muchos de sus síntomas. Tuvo varias
pesadillas, pánicos nocturnos por la muerte y deseos imperiosos de contar con una figura
superior para que la auxiliase. No obstante, esta exacerbación de la sintomatología fue
breve, tal vez porque el terapeuta ya le había advertido que esto le ocurriría cuando tomara
tal decisión. En su última sesión, nos narró el siguiente sueño:
Me encontraba en una cueva grande, donde había un guía que, creo, me había prometido mostrarme algo
fabuloso. Pero en la cueva no había ni pinturas ni nada semejante. Entonces me condujo a otra habitación,
rectangular y tal vez del mismo tamaño que ésta, pero tampoco había nada en las paredes. Por último, lo único que
pude ver fue un par de ventanas que daban a un cielo gris y un conjunto de robles. Cuando ya salíamos, el guía
experimentó un cambio: de repente se mostró con el pelo rojo y de un magnetismo increíble, hasta el punto de que
yo pensé que era eléctrico. Entre nosotros existía un vínculo muy fuerte. Poco después volví a verle, pero parecía
haber perdido todo su magnetismo y había vuelto a ser un hombre normal con sus pantalones vaqueros.
213
recordatorios de la muerte), de la misma forma como se había enfrentado a su angustia ante
la muerte: en lugar de dejarse envolver, le hizo frente y avanzó hacia la angustia para llegar
a experimentar una vida mucho más rica que la que había vivido hasta entonces.
Problemas de la psicoterapia
99
J. Breuer y S. Freud, Studies on Hysteria, vol. III en Standard Edition, Hogarth Pres, Londres 1964; (publicada
originalmente 1895), p. 268; versión castellana: La histeria, en Obras completas, vol. 1, Biblioteca Nueva,
Madrid 1973.
214
considerábamos que esta superficialidad era de naturaleza defensiva y que constituía una
señal de la profundidad del miedo y la desesperación que sentía. En consecuencia,
respetamos esta dinámica y en adelante decidimos conducir el grupo con extrema
cautela.
Bastante después, comprendimos que nosotros, mi colaborador y yo, habíamos
desempeñado un papel activo en mantener al grupo en un nivel superficial. Cuando
aprendimos a tolerar nuestra propia angustia y a seguir el rastro de los datos aportados por
los pacientes, se acabaron los temas escabrosos y aprendimos a tratarlos todos de una
manera explícita y constructiva. No obstante, las conversaciones solían ser
extraordinariamente dolorosas también para nosotros. Así, otros colegas, que observaban
el grupo a través de un espejo, se veían frecuentemente obligados a retirarse para
controlar sus emociones. La experiencia con moribundos ha obligado a muchos
terapeutas a realizar su propia terapia. En estos casos, los resultados han sido siempre
muy satisfactorios, puesto que muchos de ellos no habían transmitido su preocupación
por la muerte en sus primeras experiencias terapéuticas de corte tradicional.
Si el terapeuta desea ayudar a sus pacientes a confrontar e incorporar la muerte a
sus vidas, debe haber pasado personalmente por una per-elaboración de estas cuestiones.
Un símil interesante lo constituyen los ritos iniciáticos de los curanderos en las culturas
primitivas, en muchas de las cuales la tradición obliga al chamán a pasar por alguna
experiencia estática acompañada de sufrimiento, muerte y resurrección. A menudo, la
iniciación es una enfermedad verdadera y se elige como chamán al individuo que pasa
más tiempo oscilando entre la vida y la muerte. La experiencia suele ser por lo general
una visión mística. Para tomar un ejemplo bastante común, un chaman tungus (tribu
siberiana) ha afirmado que su iniciación consistió en una confrontación con los chamanes
anteriores, quienes le rodearon, le clavaron flechas, cortaron su carne, le extrajeron
algunos huesos, bebieron su sangre y después lo volvieron a unir 100. Algunas culturas
exigen que el chaman novicio duerma en una tumba o permanezca amarrado varias noches
seguidas en un cementerio 101.
Muchos terapeutas evitan discutir sobre la muerte con sus pacientes, no como
resultado de una negación, sino debido a una decisión deliberada y basada en la creencia
de que dicho tema agrava la condición del paciente. ¿Por qué alborotar un avispero? ¿Por
qué sumergir al paciente en un tema que incrementara su angustia y acerca del cual nada
puede hacerse? Todo el mundo tiene que enfrentarse a la muerte. ¿Acaso no tiene ya el
paciente neurótico suficientes problemas como para abrumarlo aún más con el recuerdo
del trago amargo que nos espera a todos los humanos?
Estos terapeutas creen que una cosa es analizar y examinar los problemas
neuróticos; en este sentido, sí pueden ser útiles. Pero explorar la realidad verdadera, los
amargos e inmutables hechos de la vida, no sólo les parece absurdo, sino también
antiterapéutico. Por ejemplo, el paciente que no ha resuelto sus conflictos edípicos vive
atormentado por toda clase de fantasmas, pertenecientes a una constelación de
acontecimientos externos e internos que ocurrieron mucho tiempo antes y que persisten en
su inconsciente. Por tanto, responde a las situaciones cotidianas de una manera
100
M. Eliade, Shamanism: Archaic Techniques of Ecstasy, Princenton University Press, Princeton, N. J. 1964, p.
43; versión castellana: El chamanismo, F.C.E., Madrid 1976.
101
Ibíd., p. 45.
215
distorsionada y reacciona ante el presente como si se tratara del pasado. El consejo del
terapeuta es obvio: centrarse en el presente, poner al descubierto los demonios del pasado,
ayudar al paciente a desintoxicar hechos, intrínsecamente benignos, que el individuo
experimenta irracionalmente como si fueran nocivos.
Pero, ¿y la muerte? No se trata de un fantasma del pasado ni es intrínsecamente
benigna. Entonces, ¿qué hacer con ella?
Incremento de la angustia en la terapia. En primer lugar, es cierto que la reflexión
sobre nuestra finitud puede despertar angustia. El enfoque terapéutico al que me estoy
refiriendo aquí es dinámico y revelador; no se trata de una terapia de apoyo o de repr esión.
La terapia existencial aumenta el malestar del paciente. No es posible sumergirse en las
raíces de la propia angustia sin experimentar, durante un tiempo, un crecimiento de la
angustia y depresión.
El caso de Sylvia es un buen ejemplo. Tras la revelación de Charles de su cáncer,
experimentó un brote violento de angustia y un recrudecimiento de muchas de sus defensas
primitivas contra la misma. Antes me referí a dos pacientes de Stern, en un análisis
individual de larga duración, que sólo habían concluido su terapia después de una per-
elaboración explícita y exhaustiva del terror cerval que sentían hacia la muerte 102. Cuando
sus respectivas terapias entraron en el terreno de la angustia ante la muerte, todos
experimentaron un recrudecimiento evidente de la disforia. Uno de ellos efectuó una per-
elaboración de su fantasía en que el analista le protegería de la muerte, pero, cuando se dio
cuenta de que no existía un salvador, cayó en una profunda depresión. “Su hiperactividad
en el trabajo y en las distracciones se convirtió en un sentimiento de indefensión, de
confusión vital y de disolución de su identidad. Esto le indujo a una regresión a los deseos
simbióticos ambivalentes, y le despertó anhelos de incorporación oral con su esposa y con
el analista y una tremenda ira contra ambos.” También el otro paciente se percató de que
sus defensas neuróticas no le protegerían de la muerte, y su análisis siguió un derrotero
similar. “Se sintió deprimido y confuso y experimentó un recrudecimiento de muchos
patrones infantiles, a través de los cuales intentó construir una última trinchera contra la
muerte.” En los otros cuatro casos relatados por Stern, hubo también disforia temporal y
depresión cuando los individuos confrontaron el trauma de la muerte futura.
Bugental, en su excelente trabajo sobre este tema, se refiere a esta fase del
tratamiento como la “crisis existencial”, una crisis inevitable que tiene lugar cuando las
defensas elaboradas frente a la angustia existencial se quiebran, permitiendo al individuo
conocer verdaderamente su situación en la vida 103.
Desde el punto de vista conceptual, el terapeuta debe tener presente que la angustia que
rodea a la muerte es al mismo tiempo de carácter neurótico y normal. Todos los seres
humanos la sufren, pero en algunas es tan exacerbada, que se extiende a muchos otros
terrenos de la experiencia y provoca un aumento de la disforia y/o una serie de defensas
frente a la misma que constriñen el desarrollo, originando a continuación la aparición de una
angustia secundaria. La razón por la cual algunos individuos se derrumban ante las
situaciones que todos debemos afrontar, encierra una cuestión que ya he planteado: el
individuo, debido a una serie de experiencias fuera de lo común, se encuentra
anómalamente traumatizado por la angustia ante la muerte, sin conseguir elaborar las
102
Stern, Fear of Death.
103
J. Bugental, The Search for Authenticity, Holt, Rinehart & Winston, Nueva York 1965, p. 167.
216
defensas “normales” contra ella. El terapeuta encuentra entonces una falla en la regulación
homeostática de la angustia ante la muerte. En sus manos está enfocar la dinámica actual
del paciente que está alterando dicha regulación. Creo que una regla particularmente útil al
caso es la siguiente: la angustia ante la muerte es inversamente proporcional a la satisfacción de
la vida.
John Hinton relató varios hallazgos interesantes en sus investigaciones104. Estudió
sesenta pacientes con cáncer en su fase terminal y relacionó sus actitudes (incluyendo su
“sentido de satisfacción y plenitud de la propia vida”) con sus sentimientos y reacciones
durante la última etapa de su enfermedad. El sentido de su satisfacción vital se evaluó a partir
de entrevistas mantenidas con el paciente y con su cónyuge.
Los sentimientos y reacciones durante esta etapa final del cáncer se calcularon por el
mismo procedimiento y por escalas de evaluación que efectuaron las enfermeras y los
cónyuges. Los datos revelaron un grado muy elevado de correlación: “Cuando la vida
resultaba más satisfactoria, la muerte, en cambio, menos penosa... Cuando la satisf acción
vital era menor, la enfermedad y su desenlace se tornaban más conflictivas.” Cuanto menor
era la satisfacción vital, mayores eran la depresión, la angustia, el hastío y las
preocupaciones por la enfermedad y el tratamiento.
Estos resultados parecen contradictorios, pues, aparentemente, cabria pensar que los
insatisfechos y desilusionados deberían sentirse más aliviados ante la posibilidad de la
muerte. Pero ocurre exactamente lo contrario: el sentido de plenitud y el sentimiento de
que la vida se ha cumplido satisfactoriamente, mitigan el terror de la muerte. Nietzsche, en
una de sus características hipérboles, afirmó: “Todo aquello que ha alcanzado la
perfección, la madurez, busca la muerte. Lo que no ha llegado a madurar, desea la vida. El
que sufre, quiere vivir, en la esperanza de alcanzar algún día la plenitud y el goce,
anhelando lo que está más allá, lo que está más alto y lo que brilla más”105.
Es innegable que la meditación sobre este pensamiento es fundamental para un
terapeuta. Si puede ayudar al paciente a experimentar mayor satisfacción por la vida, podrá
también aliviar su exceso de angustia. Naturalmente, esto puede convertirse en un círculo
vicioso, puesto que es debido al exceso de angustia ante la muerte que el individuo lleva
una vida restringida, dedicada más bien a conseguir la seguridad, la supervivencia y el
alivio del dolor, que a lograr el desarrollo y la plenitud. Searles plantea el mismo dilema:
“El paciente no puede enfrentarse a la muerte a menos que sea una persona completa; si n
embargo, sólo puede convertirse en una persona verdaderamente completa enfrentándose a
ella.” El problema (que, según Searles, es especialmente crítico en los pacientes
esquizofrénicos) es que: “la angustia derivada de la finitud de la vida resulta excesiva para
que la persona se enfrente a ella, a no ser que se encuentre sostenida por el conocimiento de
que es una persona completa... Nadie puede encarar el prospecto de su muerte inevitable sin
haber tenido la experiencia de vivir plenamente; pero el esquizofrénico nunca ha vivido
plenamente106.
Existe otro pilar donde el terapeuta puede apoyarse. Se parte de la base de que éste
no debe sentir un temor reverencial al pasado. No es necesario que alguien experimente
cuarenta años de existencia plena e integrada para compensar otros tantos de vida
ensombrecida. A través de su confrontación con la muerte, el Iván Ilich de Tolstoi llegó, a
una crisis existencial y, pese a restarle sólo unos pocos días de vida, se transformó de tal
104
J. Hinton, The Influence of Previous Personality on Reactions to Having Terminal Cancer, “Omega” 6 (1975)
91-111.
105
F. Nietzsche, citado en N. Brown, Life Against Death, Vintage Books, Nueva York 1959, p. 107.
106
H. Searles, Schizophrenia and the Inevitability of Death, “Psychiatric Quarterly” 35 (1961) 631-55.
217
manera, que fue capaz, retrospectivamente, de dar un significado auténtico a toda su
existencia.
Cuanto menor es la satisfacción vital, mayor la angustia ante la muerte. Este
principio lo ilustra claramente uno de mis pacientes, llamado Philip, un ejecutivo de
cincuenta y tres años con mucho éxito en su trabajo. Philip había sido siempre un trabajador
empedernido: trabajaba de setenta a setenta horas por semana; siempre se llevaba a casa una
parte del trabajo y, durante un periodo reciente de dos años, estuvo trabajando en la costa
oriental y pasando los fines de semana en su casa, situada en el litoral occidental.
Experimentaba muy poca satisfacción vital: su trabajo le aportaba seguridad, no placer; si
trabajaba mucho no era porque quería, sino para calmar su angustia. Apenas conocía a su
familia. Hacia años que su esposa había tenido una experiencia extramarital breve, y él
nunca se lo había perdonado; no tanto por el hecho en sí, sino porque el asunto le había
quitado mucho tiempo de su trabajo. Su familia había sufrido mucho por esta vida de
alejamiento, y él nunca había acudido a esta fuente potencial de amor, satisfacción y
significado para la vida.
Entonces sucedió un desastre que despojó a Philip de todas sus defensas. Debido a
un periodo de crisis en la industria aeroespacial, su compañía quebró y pasó a formar parte
de otra corporación. De pronto, Philip se encontró sin empleo, siendo él consciente de que,
debido a su edad y a su prestigiosa posición ejecutiva, le sería casi imposible encontrar
otro empleo similar. Se halló inmerso en un estado de angustia muy pronunciada, por lo
que decidió entrar en psicoterapia. Al principio, su angustia se centraba totalmente en el
trabajo: cavilaba incesantemente acerca de su empleo; se despertaba puntualmente a las
cuatro de la mañana, y permanecía acostado durante horas meditando sobre el trabajo:
cómo darles la noticia a sus empleados, cómo arreglar el traspaso de su departamento,
cómo expresar la furia que sentía por la manera cómo lo habían tratado, etc.
Philip no pudo encontrar otro empleo y, a medida que se acercaba el día de su
despido, fue experimentando un gradual nerviosismo. Paulatinamente, y gracias a la
terapia, logro desprender su angustia de la preocupación por el trabajo, a la que se aferraba
con frenesí. Era evidente que lo que sentía era una gran angustia ante la muerte. Todas las
noches le atormentaba un sueño, en el cual daba vueltas alrededor de un “pozo negro”. Otro
sueño terrorífico y recurrente consistía en que iba caminando por la angosta cresta de una
empinada duna de la playa, estando siempre a punto de perder el equilibrio. Una y otra vez
despertaba de este sueño murmurando: “¡No lo haré!” (Su padre había sido marino y había
muerto ahogado antes de que él naciera.)
Philip no tenía apuros económicos: le habían entregado una liquidación generosa
por sus servicios y acababa de heredar una suma cuantiosa que le proporcionaba una
seguridad adicional. Pero, ¿qué hacer con el tiempo? Como nada tenía para él un
verdadero significado, se hundió en la desesperación. Una noche ocurrió un incidente
importante. Sin poder conciliar el sueño, a eso de las tres de la mañana bajó para tomar
una taza de té y ponerse a leer. Entonces, escuchó un ruido en la ventana, se aproximó a
ella y se encontró cara a cara con un individuo imponente que tenía la cara cubierta con
una media. Después del susto, de la alarma y de la partida de la policía, Philip empezó
realmente a sentir pánico. De pronto, le vino a la mente un pensamiento que le hizo
estremecerse de arriba a abajo: “Podía haberles sucedido algo a Mary y a los niños.”
Cuando me describió este incidente, durante nuestra siguiente sesión, contándome su
reacción y sus pensamientos, en lugar de reconfortarle y consolarle, le recordé que algo
les pasaría necesariamente a Mary, a los niños y a él.
218
Durante un tiempo, Philip se sintió inseguro y aturdido. Ya no funcionaban sus
habituales estructuras de negación: su trabajo, su creencia de que era especial, su ascenso
a la gloria y su sentido de invulnerabilidad. Igual que se había enfrentado al la drón
enmascarado, al principio titubeando y después con paso más firme, se enfrentó a los
hechos de la vida: la falta de fundamentos, el paso inexorable del tiempo y la inevitabilidad
de la muerte. Esta confrontación le aportó un sentido de urgencia y se dedicó a trabajar de
lleno en la psicoterapia para obtener alguna satisfacción y dar un sentido a su vida. Nos
concentramos especialmente en su vida íntima: una fuente importante de satisfacción vital
de la que nunca había disfrutado.
Philip había reforzado tanto su creencia de que era especial, que le aterrorizaba
enfrentarse a sus sentimientos de indefensión y a compartirlos con otros. Yo le aconsejé
que le contara a todo el mundo la verdad —que le habían despedido de su empleo y que le
sería muy difícil encontrar otro—, para que pudiera obtener respuestas a sus
sentimientos. Al principio rehuyó mi consejo, pero poco a poco aprendió que, si
compartía su vulnerabilidad, se le abrirían las puertas de la intimidad. En una sesión le
ofrecí enviarle su currículum a un amigo mío, presidente de una compañía del ramo en el
que antes trabajaba, pues tal vez tuviera un empleo para él. Philip me dio las gracias de
una manera cortes y formal, pero, cuando se metió en su coche, “lloró como un niño” por
primera vez en treinta y cinco años. Hablamos mucho acerca de esa emoción, de lo que
significaba, de los sentimientos que le acompañaron y de la razón por la cual no había
podido llorar delante de mí. Cuando aprendió a aceptar su vulnerabilidad, se fue
iluminando poco a poco su sentido de comunión, al principio conmigo y después con su
familia, logrando así una intimidad con los demás que no había podido alcanzar
anteriormente. Su orientación en el tiempo cambió de una manera radical: dejó de
sentirlo como a un enemigo al que había que soslayar o matar. Ahora, con suficiente
tiempo libre, empezó a saborearlo y a sacarle partido. También comenzó a cultivar otros
aspectos de sí mismo, durante varias décadas ocultos, y dio rienda suelta a la expresión
de su creatividad a través de la pintura y la literatura. Después de ocho meses sin empleo,
Philip obtuvo un puesto interesante en otra ciudad. En nuestra última sesión, me confesó:
“Lo he pasado muy mal durante los últimos meses. Pero, con todo, me alegro de no haber
encontrado otro empleo inmediatamente. Estoy muy satisfecho de haber vivido esta
experiencia.” Lo que Philip había aprendido era que no se puede vivir la vida de espaldas a
la realidad y a la muerte, porque esto restringe las experiencias y nos conduce a nuestra
propia destrucción.
Otro mecanismo que ofrece al terapeuta una base para afrontar la angustia ante la
muerte es la “desensibilización”. “La desensibilización con respecto a la muerte” es una
expresión común y degradante, porque constituye una yuxtaposición de las más profundas
preocupaciones humanas y de las técnicas mecanicistas. No obstante, resulta difícil evitar
el empleo de esta expresión cuando se habla de los mecanismos que utiliza el terapeuta
para resolver la angustia ante la muerte. Parece que uno se acostumbra a cualquier cosa,
hasta a morirse. El terapeuta puede ayudar al paciente a manipular su terror ante la muerte
por medio de técnicas similares a las que utiliza para vencer cualquiera de los demás
temores. Así, puede exponerle una y otra vez al temor, en dosis pequeñas; ayudarle a
manipular el objeto temido y a examinarlo desde todos los ángulos posibles.
219
Montaigne era muy consciente de este principio cuando escribió:
Me parece, sin embargo, que existe una manera de familiarizarnos con la muerte y de acostumbrarnos a ella hasta
cierto punto. Podemos tener una experiencia de contacto con ella que, aunque incompleta e imperfecta, nos resulte
útil, porque nos fortalezca y asegure. Si no podemos alcanzarla, sí acercarnos y reconocerla; y, aunque no
penetremos hasta sus repliegues más profundos, al menos conoceremos las vías de acceso a ella 107.
107
Montaigne, Complete Essays, p. 268.
220
y el éxito, la muerte se equipara curiosamente con el fracaso. Cada uno de estos temores
secundarios, examinados por separado y en forma racional, resultan menos aterradores que
toda la G e s t a l t . Todos revisten un aspecto obviamente desagradable del hecho de morir;
sin embargo no tienen, ni por separado ni en conjunto, por qué originar una reacción
catastrófica. No obstante, es significativo que muchos pacientes, cuando se les pide que
analicen sus temores secundarios hacia la muerte, llegan a la conclusión de que no se trata de
ninguno de los mencionados, sino de algo primitivo e intangible. En el inconsciente del
adulto mora el terror irracional del niño: la muerte para éste es una fuerza malvada, cruel y
mutilante. Recordemos las terroríficas fantasías de los niños con la muerte que relaté en el
capítulo III, concepciones de la muerte mucho más horribles que las del adulto maduro.
Estas fantasías, igual que los temores edípicos o de castración, son elementos inconscientes
y atávicos que merman la capacidad del adulto para reconocer la realidad y responder a ella
adecuadamente. El terapeuta se enfrenta a estos temores del mismo modo que con todas las
demás distorsiones de la realidad: intenta identificar, iluminar y disipar estos fantasmas del
pasado.
108
Whelan y Warren, Death Awareness Workshop.
109
D. Kaller, An Evaluation of a Self-Instructional Program Designed to Reduce Anxiety and Fear about Death
and of the Relation of That program to Sixteen Personal History Variables, “Dissertation Abstracts” 35 (Mayo
1975) 11 p. 7125-A.
110
E. Pratt, A Death Education Laboratory as a Médium for Influencing Feelings Toward Death, “Dissertation
Abstracts” (1974) 4026 (B)
111
Laube, Death and Dying Workshop.
221
ningún resultado inmediato en lo relativo a la angustia ante la muerte, pero la redujo
considerablemente después de cuatro semanas 112.
112
Murray, Death Education.
222
BIBLIOGRAFÍA 12.
Kepner, James. (2003). Tareas Curativas. Psicoterapia con Adultos Sobrevivientes
de Abuso Infantil. Cáp. 1. Traducción de Alumnos
CESIGUE, 2002-2003.
El modelo de tareas curativas para los sobrevivientes del trauma de abuso está basado en
principios y conceptos derivados de la terapia Guestalt. El modelo está orientado a la
estructuración de las tareas para el cliente y el terapeuta. En nuestro viaje de curación de
experiencias de una vida difícil, estas tareas influyen en las opciones hechas sobre la
sincronización y la naturaleza del trabajo terapéutico. No hay respuestas fáciles y, en mi
experiencia, no existe magia que pueda simplificar o reducir al proceso curativo. Aún aquellos
que dan “terapia breve” reconocen que estos hechos no son favorables para rápidas soluciones,
que los sobrevivientes frecuentemente necesitan un contexto correlativo en curso para la
curación, y el tratamiento puede ser solamente “tan breve como sea posible” (Dolan, 1991).
Pero hay algo de sentido en el proceso de curación, y hay ciertas interpretaciones que
pueden ayudar a prevenirlo de ser más difícil y doloroso de lo que necesita ser. El modelo de
tareas curativas es una guía para dar sentido a este proceso. La curación no puede ser libre de
dolor, pero ciertamente debemos enfocarlo a minimizar, tanto como sea posible, los efectos
traumáticos del tratamiento en sí.
223
La curación del impacto del abuso en la niñez y el trauma es fundamentalmente un proceso
de crecimiento.
En la curación como crecimiento, tan opuesta a una progresión lineal hacia la cura,
nosotros tratamos ciertos hechos de maneras algo más consumadas y diferenciadas, de la
misma manera en la que aprendemos alguna tarea compleja, hablar, leer o escribir, por ejemplo.
Nosotros no alcanzamos un estado y nos movemos hacia el siguiente, dejando el previo atrás.
Más bien, el proceso de curación es más como la creación de una pintura de óleo: el fondo es
pintado y luego algunos detalles son añadidos, y el tono y lavados son extendidos en el conjunto.
Pero la pintura no está terminada todavía, el fondo aun tiene que ser refinado con algunos
detalles y luego más detalles serán añadidos y cambiados, y cuando estos elementos tomen un
nuevo peso e interacciones, el tono y matiz del lienzo serán cambiados y refinados por el artista.
Cada parte de la pintura apoya y refina la parte previa y es apoyada y refinada a su vez.
Para expresar esta idea de otra manera, el crecimiento procede en forma de espiral.
Nosotros analizamos hechos y tareas complejas con creciente maestría, tolerancia y capacidad.
Nos aproximamos a riesgos intolerables en cada nuevo nivel de la espiral. En cada vuelta, en
cada pase, una nueva reorganización del campo completo, del guestalt completo, ocurre cuando
nuevas capacidades son integradas y asimiladas, viejos traumas son destruidos, abandonados, y
un nuevo yo emerge en compromiso con el mundo. Las tareas de crecimiento que yo
considero como centrales en la curación de un trauma que se dio en la niñez son descritas en la
sección siguiente.
El apoyo es el fondo de relación del ambiente que provee el contexto para todo
crecimiento y desarrollo. Es la estructura esencial de apego y relación para dar importancia y
responder a otros, por cuyas acciones aprendemos a afirmar nuestra propia existencia, confianza
básica, y a interesarnos por nosotros mismos. La mayoría de los sobrevivientes, por virtud de la
distinta falta de apoyo que recibieron, y a su actual necesidad de ayuda, dada la abrumadora
calidad de sus síntomas y a su experiencia de vida, encuentran esta tarea crucial para la
creación de un adecuado marco sistemático para la vida y crecimiento.
En el desarrollo humano, el apoyo es la base interpersonal fundamental sobre la cual
otros desarrollos deben descansar. El infante o niño es fijado en un campo interpersonal de
guardianes, la familia y la comunidad (Stern, 1985; Winnicott, 1960, 1988; Bowlby, 1969). La
alteración del desarrollo es tan común, de hecho, virtualmente clara; en el contexto del abuso
significa que los sobrevivientes frecuentemente recuerdan el abuso sin el útil y adecuado
apoyo en el presente porque se adaptaron ellos mismos a vivir sin él en el pasado, y sin apoyo,
poco puede hacerse.
Debido a que el sobreviviente era un niño cuando el abuso ocurrió y tenía poco poder o
capacidad para mantener sus límites con integridad, la mayor parte del contexto del abuso se
llega a absorber y es experimentado como información acerca de él mismo o ella misma, en
vez de ser considerado como una experiencia en relación a otra. Si no se nos permite o no
somos capaces de actuar a nuestro propio favor, escapar, empujar o detener lo que está
ocurriendo, entonces convertimos tales impulsos, los cuales están dirigidos en el ambiente, en
alguna otra dirección. Usualmente son dirigidos hacia uno mismo (retroflectados), así que nos
convertimos en personas frías, auto castigadoras, o personas llenas de auto restricciones y
cuidado, y dichos impulsos son incorporados (introyectados o reprimidos), llegamos a estar
llenos de creencias, opiniones de sí mismo, y así, los cuales son de hecho material ajeno e
inapropiado para nuestras necesidades. Si el ambiente nos avergüenza o nos humilla, entonces
podríamos llegar a sentir que somos tímidos o carentes de valor. Si el secreto nos es
preguntado, podríamos llegar a ser reservados, callados y a estar llenos de secretos que aun
nosotros desconocemos.
Lo que es esencialmente contextual; -un compromiso entre el niño y un ambiente
particular-, será percibido como personal cuando es removido de su contexto. Por la virtud de
los límites colocados en la habilidad del niño para compenetrarse fructíferamente con el
ambiente, y porque el niño tiene que actuar sobre sí mismo o sí misma para manejarse o
adaptarse, las adaptaciones vienen a ser experimentadas como si tuvieran algo que ver con el
lado del niño que se comprometió. En vez de ser capaz de responder a lo vergonzoso diciendo,
“Deja de hacerme sentir mal”, el niño(a) siente que él (ella) es malo (a). Si para evitar el castigo
impredecible el niño tiene que restringir su comportamiento para que no sea notado, él o ella
desarrollan músculos tensos y una postura de rechazo.
225
Así, en el actual comportamiento, “estilo de personalidad”, las relaciones
interpersonales y síntomas actuales, nosotros vemos que en gran parte es de hecho una
representación del contexto del abuso, que es una absorción de o adaptación al contexto
traumático, derivado del ambiente o aprendido en relación a él. La revocación envuelve la
restauración de la relación propia del organismo con el ambiente a través del trabajo
expresivo, representación terapéutica, y diálogo, como también a través de las acciones de la
vida real. Dicho trabajo intenso es apropiadamente hecho sólo cuando el apoyo adecuado y
las funciones propias existen para el sobreviviente, que nos permitan tratar con esta tarea de
una manera que no sea en sí traumática. Cuando las realidades de la historia del
sobreviviente son completamente confrontadas, el sobreviviente debe también lamentarse y
llegar a un acuerdo con las pérdidas sufridas a través del abuso: la pérdida de la niñez, la
simple lucha por vivir, la pérdida de una imagen idealizada del padre o madre.
Reconsolidación
226
Tareas curativas y la fase de curación
Curso de la Terapia
Expresar sentimientos.
Fase de deshacer, Dirigirlos hacia personas apropiadas en el pasado.
rehacer y dolor Permitir los sentimientos para cerrar el ciclo completo
Fortalecer la independencia.
Fase de Traer perspectivas.
reconsolidación Reconocer y afirmar el desarrollo del conocimiento
trascendente en el paciente.
230
Enfoque con medicamentos psicotrópicos
Reducir la intensidad y el flujo de afecto.
Fase de apoyo Controlar la escena retrospectiva.
Es una parte de sostener el entorno.
231