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“La crueldad, como cualquier otro vicio, no requiere ningún motivo para ser
practicada, apenas oportunidad.”
Solo era cuestión de hacerse valer. Muertos contra vivos, y viceversa. Una vez
ejecutado el primer movimiento, en el cual los resucitados arrancaron a merendarse a
sus parientes, vecinos y amigos, no hubo otro remedio que replegarse, esconderse, y
huir como las ratas. Después del primer y violento envite, el enemigo reclutó más
muerte, creció en número, y multiplicó sus deletéreos efectivos hasta hacerse marabunta
de villas y urbes. Sin embargo, y para su desgracia, la ausencia de una conciencia
asociativa les impidió ser el temido azote del apocalipsis que todos temían al principio.
La gente al fin comprendió que nadie los iba a salvar. Ni las bombas, ni las
oraciones.
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