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Gustavo ARBALLO
arballo@gmail.com
Resumen
Es importante aclarar desde el principio que al postular “diez puntos para el control
de constitucionalidad” la lista que presentaremos no tendrá pretensión de completitud. Su
formulación decimal es mera coincidencia y no pretende afirmar una suerte de decálogo
canónico. Es posible que pueda hacerse otra similar en la que aparezcan otros puntos de
control aquí no tratados. También es posible que puedan organizarse o agruparse de modo
diverso al que aquí usaremos en la exposición.
Ello viene a cuento para subrayar que, desde una perspectiva histórica, no es difícil
postular que en cierta medida estaremos revisando los postulados puntos de control en
orden de aparición, ya que los estratos de control que desarrollamos al principio son los que
responden a sistemas mas “clásicos” del control de constitucionalidad, caracterizados por
una limitación ostensible en el rango detectable de problemas de constitucionalidad (en una
identificación clásicamente concebida como “ultima ratio”) como en el espectro de
respuestas de la judicatura (que en buena medida aparecían reducidas a una sola: la
invalidación para declarar inconstitucional una norma, suprimiéndola del ordenamiento)
La otra exigencia del estrato del control de formación no se detiene en el quién sino
en el cómo. En concreto, deben identificarse si se dan en el caso los presupuestos de
existencia de una norma válida (o bien, los presupuestos establecidos para la validez de la
acción ejecutada).
En un primer nivel podríamos ubicar aquí el nivel formal más evidente (su vigencia
temporal no suspendida ni pospuesta, la publicación formal en un boletín oficial, etc.).
Luego, en un segundo nivel se podría verificar si previo a todo ello se siguieron los
procedimientos exigibles para la sanción de la norma: revisar formalmente la conjunción de
condiciones constitucionales (como mayorías especiales, cámara de origen, etc.) o
reglamentarias cuya inobservancia hubiera supuesto un vicio o acarreado nulidad del acto.
No obstante, existen paulatinas aperturas que se darían a partir del caso “Soria de
Guerrero” de 1963, donde se abre la brecha para el control judicial cuando se verifique la
falta de concurrencia de los requisitos mínimos exigidos por la Constitución para la sanción
de una norma. Esta posibilidad aparece modernamente saldada con resultado positivo en el
caso “Nobleza Piccardo” de 1998 en el que la Corte invalidó una ley que al haber tenido
modificaciones en la Cámara revisora debió haber vuelto a la Cámara de origen.
Al tiempo, este autor no se pronuncia con una solución categórica ante la aparición
de defectos deliberativos:
“No decimos aquí que una norma producto de una ficción de debate debe ser
automáticamente anulada. Lo que decimos es que, frente a tal circunstancia, la
presunción de constitucionalidad de la que gozan normalmente las leyes debe
invertirse. Debe asumirse, entonces, que la norma del caso no se encuentra basada
en razones públicas, sino en presiones corporativas que socavan la imparcialidad
que debe caracterizar a las decisiones legislativas (y) en consecuencia, debe
someterse dicha norma a un ´escrutinio estricto´, antes que a un análisis laxo”
(Gargarella, 2014:29).
Nótese que el principio de “no regresividad” tiene, con todo, una función
únicamente “defensiva”, y no “expansiva”, de derechos. En este punto cabe preguntarse si
no existe la posibilidad de una justiciabilidad que tenga este último efecto: si los principios
constitucionales pueden leerse no en una clave meramente “programática” sino como
“mandatos de optimización” -entendiendo, con Alexy (1986:86), que los principios
constitucionales pueden leerse como “normas que ordenan que algo sea realizado en la
mayor medida posible, dentro de las posibilidades jurídicas y reales existentes”- entonces
debería existir un mecanismo judicial que permita exigir el cumplimiento de tal mandato.
La lógica de ubicar este punto de control en este estrato implica que es irrelevante
que el espíritu desigualitario sea la expresión o la intención del legislador, porque lo único
que importa será si es desigualitario su efecto. Esto último puede ser relevante a la hora de
reclamar, y de justificar, acciones positivas de compensación o de “discriminación inversa”
para grupos desaventajados.
Junto a ello, las últimas décadas vieron la difusión creciente del parámetro de
control a la luz del “principio de proporcionalidad”, adoptado primero por la jurisprudencia
de tribunales constitucionales europeos como los de España y Alemania, y luego también
por la mayoría de los tribunales latinoamericanos, e incluso por tribunales locales
argentinos. Como se resalta en el prólogo a la última edición de la importante obra de
Carlos Bernal Pulido sobre el tema, David Beatty (2004:162) ha llegado a proclamar a la
proporcionalidad como “un criterio universal de constitucionalidad”, buscando analogías
entre tribunales de diversas tradiciones que la asumen como un criterio de decisión.
Adoptando una u otra operatoria, está claro que estos mecanismos de análisis no
pueden hacerse cabal y completamente en abstracto, sino que requieren una revisión
circunstanciada a la luz de los resultados (comprobados o estimables) de cómo se
desenvuelve la aplicación de una norma en esas dimensiones de análisis.
Por tal razón, el control de proporcionalidad es un control que presupone una
revisión no “abstracta”, sino “situada”, referencial y contextualizada, de efectos generales y
particulares de una norma o accionar estatal. Y esto implica que ya sea en su forma
“clásica” de razonabilidad, ya sea la luz del principio de “proporcionalidad” -con su amplio
acervo de reglas, fórmulas y criterios identificados por autores como Bernal Pulido (2014),
Alexy (1986) o Clérico (2009)- es claro que el control de constitucionalidad moderno no
puede considerarse completo sin algún tipo de teoría o metodología de ponderación de
derechos.
VI.4. Digresión: Mas allá del “control de implementación” (¿es posible realizar un
“control de eficacia”)
En primer lugar, una ley manifiestamente ineficaz podría ser descalificable a la luz
del examen de proporcionalidad, en tanto aparece comprendido dentro del examen de la
“adecuación” o “idoneidad” de la intervención para alcanzar el fin propuesto que es uno de
sus tres subprincipios (y por lo tanto aparecería allí subsumido como un caso especial).
Mas allá de ello, si una norma es ineficaz al punto que su efecto es frustratorio de
derechos constitucionales, no cabe duda de que se podría declarar su inconstitucionalidad.
Concedido ello, debe decirse que en la mayoría de los casos la ineficacia no será
manifiesta o extrema. Esto no obsta a que con un criterio de prudencia judicial se pueda
establecer un mínimo de realización de derechos exigible (o de “idoneidad”, siguiendo el
lenguaje del examen de proporcionalidad)
Es importante tener en cuenta que los análisis de eficacia pueden ser revisados en el
tiempo, y por eso reevaluados a la luz de los resultados de la aplicación. Puede conjeturarse
por eso que un aval inicial judicial puede ser insostenible si pasado el tiempo la legislación
propuesta se revela –a la luz de su aplicación ulterior- claramente inadecuada o restrictiva.
Y más allá de la conjetura: un ejemplo muy sugestivo se da en la evolución del criterio del
juez Fayt en cuanto a la constitucionalidad de la incriminación de la tenencia de
estupefacientes para consumo personal. Este magistrado, que en 1990 votó con la mayoría
de “Montalvo” para validar el tipo penal incriminante, luego cambia su criterio y suscribe
el fallo “Arriola” de 2009 para sostener su inconstitucionalidad. En su voto particular en
esta causa, Fayt explica en su voto (cons. 12) que
Del voto citado se desprende la posibilidad del reexamen que Fayt realiza, no
considerando los aspectos jurídicos o lógicos del encuadre de la legislación impugnada,
sino evaluando explícitamente sus efectos, y –en lo que aquí nos importa- su pérdida de
eficacia como un factor decisivo para el balance de restricciones.
En este último estrato de controles cabrá tener en cuenta, como matiz enriquecedor
de estos puntos de control, el llamado “efecto horizontal” de la constitucionalización: el
hecho de que la supremacía constitucional también se proyecta sobre actos de particulares,
como quedó sentado en nuestra jurisprudencia desde 1958 a partir del caso “Samuel Kot
S.R.L.” en relación al amparo.
VI.1. Punto 9º. Control de desarrollo normativo
VII. CONCLUSIONES
Una de las conclusiones básicas que surgen a partir de las muy sucintas
descripciones es que cada uno de los “puntos de control” responde a una lógica distinta, y
evalúa aspectos distintos de una norma. En cada punto de control pueden operar cargas
probatorias diversas y exigencias interpretativas disímiles. También puede implicar que en
función de ello se prediquen distintas pautas para determinar la legitimación y para
discernir los “remedios” apropiados para cada problema.
Esta misma vinculación puede formularse en diversos sentidos y esto nos lleva,
directamente, a la conclusión que exponemos en nuestro último punto.
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BIBLIOGRAFÍA
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BEATTY, D. (2004), The ultimate Rule of Law, Oxford: Oxford University Press.
JURISPRUDENCIA
Editorial Río Negro S.A. c. Provincia del Neuquén, Fallos 330:3908 (2007).
Mendoza, Beatriz Silvia y otros c. Estado Nacional y otros, Fallos 331:1622 (2008)
DE OTROS TRIBUNALES
SUPREMA CORTE DE LOS ESTADOS UNIDOS, Marbury v. Madison, 5 U.S. 137 (1803)