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01 de abril de 2019

¿Quién se robó el PBI?


Por Marcelo Justo

En octubre me invitó la Universidad de Misiones a hablar sobre el impacto económico-


social de los paraísos fiscales, tema que cubro desde hace casi tres años en el programa
de radio y podcast Justicia Impositiva, que financia la Tax Justice Network. Los Panama
Papers y otros escándalos mediáticos han puesto el tema en el radar, pero su centralidad
en el actual modelo económico capitalista va mucho más allá del revuelo que causan los
trapos sucios financieros de multimillonarios, celebridades o corruptos.

Una estimación conservadora del semanario The Economist calcula que hay unos 21
billones de dólares, es decir, casi una tercera parte del PBI mundial, en estos centros
offshore. Según Nicholas Shaxson, autor de la magnífica historia de las guaridas fiscales,
“Las islas del Tesoro”, más de la mitad del comercio mundial circula en papel por estas
guaridas: la mitad de los activos bancarios y una tercera parte de la inversión extranjera
directa pasan por estos centros del secreto financiero.

La timba financiera que domina buena parte de la economía global no sobreviviría sin
estos canales de circulación. Las multinacionales son los principales responsables de estos
flujos ilícitos (un 65 por ciento, según estima Raymond Baker, en “El talón de Aquiles
del capitalismo”), un dato que sorprendió a la audiencia de la Universidad de Misiones
conformada por estudiantes de ciencias de la comunicación y profesores.

En comparación, la corrupción política, que tanto furor causa en los medios, representa
menos del 5 por ciento de los flujos ilícitos. La cobertura es inversamente proporcional a
su importancia: mucho metraje para celebridades o figuras públicas, casi nulo foco
mediático en las corporaciones productivas, bancarias, financieras o tecnológicas.

No es por supuesto la única distorsión generada en los medios y luego esparcida a amplios
sectores de la sociedad. Una de las frases más conocidas para cuantificar la supuesta
corrupción K es “se robaron un PBI”, que si la memoria no me engaña fue “acuñada” por
Leonardo Fariña, que vuelve a estar en el candelero como actor de reparto del “D’Alessio-
Stornelli gate”. Otra manera más hiperbólica de satanizar al kirchnerismo es el “se
robaron todo”, es decir, ya no un PBI sino el inconmensurable “todo”, una manera de que
no haya resquicio ni escapatoria, que no quede ni un espacio político K que no esté
poblado por ladrones con ganzúa, antifaz y maletines.

Las dos frases son insostenibles. Si se hubieran robado “todo” no habría habido fondos
para pagarles a maestros, financiar la salud, la seguridad, la justicia, hacer infraestructura,
lanzar el Arsat y el larguísimo etcétera de la era kirchnerista. Lo mismo vale para el PBI:
¿en qué bolsillos, bolsos, valijas y containers cabrían 500 mil millones de dólares?

La cuantificación de los estragos que causan los paraísos fiscales es una estimación dada
la estructural opacidad del mundo offshore, pero es infinitamente más precisa que estas
burradas analfabetas. Enfoquémonos en Argentina. Según un estudio comisionado por las
Naciones Unidos, nuestro país se encuentra entre los cinco con mayor evasión o elusión
fiscal de las multinacionales: 21 mil millones de dólares anuales. Antes de que el
macrismo lo cerrara, el Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo de la
Argentina, el Cefid-AR, calculó que el total de los capitales fugados al exterior por
residentes argentinos casi equivalía al PBI de la época K: unos 400 mil millones de
dólares en 2012.

Uno de los asistentes a la conferencia, el tesista de la carrera de Antropología Social de


la Universidad de Misiones Guido Diblasi, cazó al vuelo el alcance de estas cifras. “Esos
sí que se robaron un PBI”, dijo. No se me había ocurrido el paralelo, pero inmediatamente
noté el potencial que tenía. Le prometí que, si me permitía robarle la idea, lo usaría en
una nota citando la fuente. En eso estoy ahora.

El problema es qué hacer con esta fuga de capitales. La preocupación del grueso de la
población no señala a las guaridas fiscales como un problema primario porque tienen en
su vida cotidiana urgencias más acuciantes –desde el desempleo a las tarifas o el hambre–
y porque el tema tiene algo de realidad abstracta, técnica y lejana. No lo es: por ahí se va
un PBI. Pero puede resultar árido, plagado de jerga técnica y opacidad leguleya.

Un dato elemental ayuda a visualizar el impacto estructural que tiene el mundo offshore
en la vida cotidiana tan marcada hoy por la deuda, el FMI y un ajuste eterno: lo que no se
recauda, se sustrae al gasto público, que baja la calidad y el alcance de las prestaciones y
con frecuencia tiene que endeudarse para ofrecer la cobertura mínima. En otras palabras,
con un PBI fugado, el problema no es que se gasta mucho como dice la ortodoxia, sino
que se recauda poco y mal.

En cuanto a la solución, en mi programa “Justicia Impositiva”, me he encontrado con dos


escuelas. Una dice que en la era actual de la globalización no se puede hacer mucho sin
un acuerdo internacional porque cualquier medida meramente nacional será fácilmente
perforada por un sistema ultrasofisticado. La otra escuela admite esta realidad, pero
entiende que el problema es urgente y que hay espacios a nivel nacional y regional para
actuar.

Entre estas dos posiciones soy ecléctico, pero como están las cosas pienso que en
Argentina ya no es cuestión de escuelas: es cuestión de necesidad. Sin cerrar al menos un
poco ese grifo, será muy complicado sostener una política nacional y popular. A nivel
global existen iniciativas meritorias, pero insuficientes: la ley del Pacto Ético en Ecuador
que prohíbe que funcionarios públicos tengan activos en paraísos fiscales, la exclusión de
empresas offshore de los contratos municipales en más de 30 ayuntamientos de España,
o el reporte país por país para las multinacionales de la Organización para la Cooperación
y Desarrollo (OCDE).

En este país capaz de tropezarse tantas veces con la misma piedra tenemos además la
materia gris necesaria para planificar esta lucha. El Cefid-AR fue un ejemplo de estudios
en este campo. Especialistas como Jorge Gaggero, Magdalena Rua, Verónica Grondona,
Juan Valerdi, por nombrar algunos, hurgaron con precisión quirúrgica en los mecanismos
utilizados y el impacto que provocó en todo el tejido económico-social. El problema que
veo hoy es otro. Por razones obvias, el tema no está en la agenda del oficialismo, pero me
da la impresión de que tampoco tiene la centralidad que se merece en la agenda de la
oposición que, en caso de ser electa, tendrá una losa pesadísima que levantar: mejor estar
minuciosamente preparados para ese momento.

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