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Desde que Heráclito el oscuro definiera la realidad cambiante que nos rodea, la
filosofía inició un camino de incesante discurrir. Cuando volvemos a los mismos
parajes para bañarnos de nuevo en el río, siempre hay un cambio, aunque sea
imperceptible. No es la misma agua y no será el mismo baño. Con un poco más de
perspectiva que la duración de una vida humana, nada permanece.
Las ciencias evolucionaron que ha sido una barbaridad. Unas veces se distinguieron
en el método y otras en el objeto. Hoy nuestro mundo está plagado de ellas, así
como de normas y de teorías. Si es más complejo o más sofisticado no seré yo
quien lo diga, pero hay unas cuantas constantes que no están lejos del primer
espíritu de la filosofía. De eso trata la enseñanza, de formar las mentes con los
conocimientos que recibimos en legado y que aumentamos día a día. Y al mismo
tiempo, ciudadanos conscientes de las normas que rigen nuestra colmena, cada vez
más grande y entreverada.
“¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén, la Academia con la Iglesia?”, preguntaba
Tertuliano (De Praescriptione, 7) dos siglos después de Cristo. A diferencia de los
esfuerzos reconciliadores de un Clemente de Alejandría, Tertuliano inauguró una
actitud de confrontación entre la herencia clásica grecolatina y el mundo judaico
que, a través de la cristiandad, se extendía por todo el mundo. Si bien, entrada la
Edad Media, los escolásticos intentaron mantener un balance entre los clásicos y
las raíces bíblicas del cristianismo, pareciera que la pregunta inicial de Tertuliano
mantuviera gran vigencia entre los cristianos y los no cristianos de tiempos
contemporáneos: se suele considerar que el cristianismo sólo ha contribuido al
desarrollo de la fe en nuestra civilización, mientras que la herencia clásica es la
única en haber inspirado el espíritu científico de nuestros días, pues sus dotes
racionalistas forman el proceder científico. Así, pues, a juicio de buena parte de los
intelectuales contemporáneos, Atenas no tiene nada que ver con Jerusalén: los
griegos fundaron nuestra razón y ciencia, los judíos y cristianos nuestra religión.
Pero, dejando de lado esta breve objeción a la imagen anticientífica del cristianismo,
también hay que considerar que, en modo alguno, el mero ejercicio racional es
garante del desarrollo científico. Si bien la ciencia no puede prescindir de
procedimientos racionales, cuestión que le debemos a los griegos, irónicamente, la
ciencia está en buena medida inspirada en una determinada fe. Se trata de una
premisa que, desde los días de Comte y el surgimiento del positivismo, es
difícilmente aceptable por las comunidades científicas. Ciertamente, la lista de
aspectos irreconciliables entre fe y ciencia es larga: un cuerpo que muere no puede
regresar a la vida, una mujer no puede parir sin tener relación sexual, etc. Pero el
error de Comte y los positivistas ha sido la carencia de un sentido histórico en su
estudio de la ciencia, pues la ciencia es un movimiento intelectual con una historia
específica. Contrariamente a lo que se supone es usual, los dogmas de fe cristianos
permitieron el cultivo de cosmovisiones y actitudes que favorecieron el auge de la
ciencia, de forma tal que su participación en el origen de la ciencia es bastante
amplia.
""Por absurda que hoy parezca, esta proposición tiene un carácter científico, en la
medida en que es verificable y propone un principio unificador. Empédocles de
Agrigento (s. V a. C.) propuso la teoría de los cuatro elementos, que recuerda los
principios de la tabla periódica que hoy se usa en Química.
Otro protocientífico célebre fue Aristóteles (s. IV a. C.), que consideraba que el
mundo obedece ciertas leyes que pueden descubrirse. En Biología, se recuerda su
clasificación de los animales –que en algunos aspectos coincide con la actual- y
también sus intentos de desentrañar el desarrollo de las aves observando dentro
del huevo.
Arquímedes (s. III a. C.) es recordado por el principio de su nombre sobre lo que le
sucede a un cuerpo cuando se sumerge en un líquido. Fundó la estática y estudió
las leyes que rigen el funcionamiento de las máquinas.
Tolomeo (s. II a. C.) nos legó un sistema astronómico que hasta hace poco se usaba
en la navegación.
Los primeros siglos de la Edad Media parece que fueron realmente oscuros, en
cuanto a lo que nos ocupa, en la sociedad cristiana. Pero la tradición científica
griega fue continuada y desarrollada por los árabes. Entre ellos hubo tradiciones de
tolerancia y de discusión pública y una cierta separación entre teología y filosofía,
que permitieron ese desarrollo.
En el siglo XVII, Galileo culminó todo esto dando nacimiento a la ciencia moderna,
que es experimental y tiende a ser cuantitativa. Aunque parece claro que no realizó
muchos de los experimentos que describió, también parece verdad que realizó
algunos de los más importantes. Galileo, además de dar una gran importancia a la
experimentación y a la observación controlada –no tanta como se le suele atribuir,
pero mucha más de la que concede el historiador idealista Koyré-, aplicó
sistemáticamente el lenguaje matemático a la física.
Estos hitos responden, una vez más, a las transformaciones que había sufrido la
sociedad occidental. Las ciudades bullían de ingenieros, artilleros, artistas,
terratenientes, banqueros y comerciantes, para quienes la aplicación de la
matemática era fundamental, igual que la geometrización del espacio y la
linealización del tiempo: para que sus ingenios fuesen eficaces, para que sus
plantaciones fueran productivas, para representar con más realismo, para
comerciar, pagar jornales o especular,… Además, se había asentado una visión
más favorable del trabajo manual, herencia de algunas órdenes religiosas, lo que
favorecía el recurso a la experimentación.
Como se puede ver por todo lo anterior, los orígenes de la ciencia no se puede decir
que sean independientes de la sociedad, pero tampoco se puede decir que se
deban a la influencia directa de fuerzas sociales, sino a través del intermediario de
las visiones del mundo que se van difundiendo debido a las condiciones sociales. Y
esto no vale solamente para los orígenes, sino también para lo que ocupa a la
ciencia en cada momento y para la concepción de las teorías científicas.
EVOLUCION DE LA CIENCIA
Louis Pasteur, el bacteriólogo quien descubrió que las bacterias eran un elemento
altamente patógeno y el origen de un sinfín de enfermedades, junto a Pasterur
destacar la figura del alemán Robert Koch descubridor del génesis de la
tuberculosis, ambos descubrimientos son centrales para la medicina y la mejora de
la calidad de vida de la humanidad. Carlos Darwin planteo la evolución de los seres
vivientes, esta evolución se da mediante la selección natural y la sobrevivencia del
más apto. Carlos Marx reformador revolucionario de la economía y la historia.
Mucho del pensamiento científico actual no puede entenderse sin abordar la obra
de este pensador, su aplicación del método dialéctico a la historia genero la
interpretación materialista de la historia, cuyo sustrato es que la mayoría de los
hechos tienen un fuerte componente económico, explicitando que no es la única
categoría a analizar para comprender la marcha de la historia.
La visión general de grandes aportes a la ciencia, tiene una idea sustentada en otras
ideas anteriores y ambas generan una nueva idea, pero siempre
complementándose o tomando como plataforma la idea anterior, aquí se aplica el
concepto de continuidad de la ciencia, con un hilo conductor. Desde el principio del
libro ese hilo conductor entrelaza un capitulo con el siguiente, y un científico que se
basa en el descubrimiento o en el trabajo de otro científico, para crear o perfeccionar
un descubrimiento. Cada uno de los científicos fue superado, siempre tomando su
investigación como plataforma, para confirmarla o negarla.
¿Qué aportes ha hecho la ciencia?
Algunos de los descubrimientos hechos por varios científicos, fueron ignorados por
décadas y hasta por cientos de años, y luego finalmente aceptados. Entre muchos
de estos descubrimientos existe una interrelación y continuidad de los
descubrimientos, o perfeccionamiento, por el mismo científico que lo creó o por otros
científicos que aportaron o perfeccionaron dichos descubrimientos.
Pero como era posible que tal fenómeno evolutivo se produjera si la tierra, se
pensaba tenía unos 6 mil años de existencia, no fue sino hasta que se planteó la
posibilidad de que la tierra fuera mucho más antigua de lo que se creía, la puerta de
creer que la tierra era más vieja, se abre con el naturalista francés GeogesBuffon,
quien planteó que la tierra podía tener hasta setenta y cinco mil años, no es sino
con el medico escoces James Hutton, en su libro Teoría de la Tierra, donde se
comienza a plantear la idea de la edad de la tierra con millones de años.
Darwin expuso en noviembre del 1889 sus argumentos en favor de la tesis de que
el hombre había aparecido sobre la Tierra por medios exclusivamente naturales.
Y hoy en día la evolución no es materia de debate en la comunidad científica, ósea
es incuestionable la evolución.