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La Cli ́nica de la Pantalla y

la evaluación psicoterapeútica
Relectura del Psicodiagnóstico
(Vol. 2)

Presentar un libro vinculado al psicodiagnóstico, a la evaluación psicológica, es siempre una


buena noticia. Significa que se sigue pensando, descubriendo y sobre todo transmitiendo
nuestra práctica.
En esta ocasión el libro que me toca presentar es el volumen dos de Relecturas del
Psicodiagnóstico. La Cli ́nica de la Pantalla y la evaluación psicoterapeútica. Su autora, Helena
Lunazzi, acompañada en calidad de colaboradora por María Elena Ocampo y prologada por
Lidia Burde. Estos nombres anticipan una lectura interesante, cuidada e inteligente.
Si intentamos hacer de la presentación de este libro algo mas que darle la bienvenida a un
nuevo producto y presentarlo en sociedad, si además aprovechamos la ocasión para aprender
algo de su contenido y motivarnos a su lectura posterior, me sentiría, en lo personal,
satisfecha.

Una vez leído el volumen, me propuse pensarlo en diferentes aspectos constitutivos:

 La estructura

 La finalidad latente

 La finalidad manifiesta

 Los aportes teóricos

En relación a la Estructura de la obra, diré que es en primer lugar, didáctica y denuncia el


recorrido docente de la autora. Consiste en iniciar cada capítulo con un desarrollo seguido de
preguntas al lector, respuestas a preguntas esenciales y un resumen que sintetiza los aspectos
salientes de lo desarrollado.

En cuanto a la finalidad latente, entiéndase por tal, aquello que sobrevuela el escrito aunque
no se lo explicite específicamente (y no, por supuesto, las motivaciones latentes de la autora a
la hora de escribir el libro). En cuanto a la finalidad latente, decía, creo que se trata de una
“puesta en valor” del psicodiagnóstico, historia reivindicatoria, declaración de principios, o lo
que podríamos llamar un manifiesto como expresión de una “causa”. Puesta en valor oportuna
dado las amenazas que se alzan frente a nuestro territorio psicodiagnosticador: nuevos
procesos disociativos, fragmentación de nuestra práctica y retorno a visiones actuariales,
búsqueda de una supuesta objetividad identificada con “lo científico” que pretende barrer
solapadamente, y a veces no tanto, con los modos de acercamiento técnico a la subjetividad.
Un esfuerzo que se agradece desde ya.
La finalidad manifiesta dice la autora es “optimizar el encuentro del entrevistador y
entrevistado, en la que podri ́a ser la relevante experiencia de transitar un proceso
psicodiagnóstico; focalizando en las dimensiones psicoterapéuticas elicitables ( promovibles)
en el Proceso Psicodiagnóstico.
Se evoca, en este sentido, a Herbert Phillipson cuando subraya que “a menudo somos testigos
de importantes acontecimientos que no dejan de ser terapéuticos dentro del proceso
psicodiagnóstico”. Se refiere además a la situación de provocar insights dentro de la relación
psicodiagnóstica.
Así se explicita el propósito de proponer intervenciones que podri ́an promover dimensiones
psicoterapéuticas y demarcar sus li ́mites a partir de diseñ ar los encuadres apropiados que no
confrontan ni transgreden los encuadres tradicionales, los actualizan .

En este contexto se propone los aportes teóricos que parten de la conceptualización de la


pantalla, como un objeto mediador investido a partir del cual convocar y dar escucha para que
los contenidos no dichos puedan expresarse y mentalizarse.
En el capítulo 1. La clínica de la pantalla, luego de hacer presentes las inteligentes palabras de
Emmanuel Hammer, a veces olvidadas por quienes sostienen interpretaciones lineales de los
protocolos gráficos, la autora expresa de manera clara su propuesta: “volver terapéuticamente
relevante para el sujeto el espacio del psicodiagnóstico: hacerle lugar (…) Configurar un
dispositivo dentro del cual se propicie la construcción de alojamiento y se desestime el de
lugar de pasaje, el de espacios de anonimato, aptos para la construcción de sujetos sin
identidad, cuyo objetivo es la similitud “el No lugar”. Seri ́a el pasaje desafortunado, en nuestro
caso, por un proceso psicodiagnóstico, sin que nada se haya movido, reconocido, escuchado,
reflexionado”.
Y mas adelante, nos invita a reflexionar acerca de la banalidad de repetir intrucciones técnicas
de muchas décadas atrás, elaboradas con otros paradigmas, a menudo inspirados en el
modelo médico o en el enfoque positivista…
Nos invita también a cuestionarnos el lugar de autoridad que tenemos, a la hora de devolver
resultados a los consultantes y los efectos que la información de tales resultados conlleva.
Plantea una “potencia generadora de salud que se despliega en el psicodiagnóstico” que me
recuerda a los planteos anafreudianos sobre las potencialidades innatas a la salud que aquella
autora se esmerara en preservar.
Recorriendo pasajes valiosos de distintos autores como Green, Aulagnier, Frank, entre otros,
propone “generar en los entrevistados una experiencia que pretende abrir su demanda de
saber”.
Se pregunta: “¿cómo permanecer ajenos, como psicoterapeutas, a tan maravillosa polisemia
subjetivante?, ¿cómo preservar a la vez nuestro rol en tanto entrevistadores en un proceso
psicodiagnóstico, sin modificar las consignas de administración?, ¿cómo, sin embargo,
recuperar sin obturar manifestaciones de lo silenciado o de lo no inscripto?, ¿qué clase de
intervenciones son posibles, más allá de solo observar, registrar e informar a la persona que
deriva, en tanto rol de evaluadores?”. Designando su enfoque del Psicodiagnóstico como
“Cli ́nica de la Pantalla”, destaca la preciosa herencia que legara Herbert Phillipson y John
Boreham como innovadores en la conceptualización del vi ́nculo de colaboración entre el
psicodiagnosticador y el entrevistado.

Se lanza entonces a la tarea de configurar una situación de evaluación psicoterapéuticamente


relevante desarrollando los principales criterios teóricos y técnicos conducentes a crear
condiciones de producción de los acontecimientos que podri ́an posteriormente conducir a los
tratamientos psicoterapéuticos pertinentes.
Define el posicionamiento del psicólogo como entrevistador cli ́nico colaborativo,
especialmente cuando se trata de sujetos que se presentan como subjetivamente ajenos a sus
si ́ntomas, a promover experiencias que favorezcan el cambio de su posición subjetiva hacia
una protagónica.
En el Capi ́tulo 2 llamado “Desde lo silenciado e invisible hacia la construcción de sentido”,
propone una reflexión profunda sobre los procesos psicológicos que se promueven
cli ́nicamente mediante las técnicas proyectivas y las producciones como expresión
inconsciente de representaciones que se producen en la administración de la bateri ́a. Así, la
pantalla psi- codiagnóstica, surge como disparadora de cambios saludables.
Se refiere asimismo a los importantes desarrollos de la teori ́a del Apego y de la Mentalización
(Bolwy, Fonagy, Marrone) para favorecer experiencias reflexivas en los entrevistados. Función
reflexiva que resulta ser primordial para la diferenciación de la realidad psi ́quica y la realidad
externa, la representación del si ́ mismo y los procesos de mentalización.
En el capítulo 3, La Evaluación Terapéutica, plantea las diferencias y semejanzas entre
la Cli ́nica de la Pantalla y su contribución al psicodiagnóstico a partir de la implementación del
modelo colaborativo y el enfoque de Therapeutic Assessment (TA), liderado por Stephen Finn,
el cual ha logrado reconocimiento y desarrollo internacional concebido como “Innovación
Conceptual en Evaluación de la personalidad”. Diferenciación oportuna desde el punto de vista
epistemológico ya que en cada uno del estos enfoque se juegan diferentes conceptos de
hombre y de ciencia.
Sintetiza las diferencias planteando que en Therapeutic Assessment TA se busca la reducción
de los si ́ntomas mientras que en CP se busca que los si ́ntomas hablen y sean escuchados. Será
el deseo del sujeto quien elegirá como continuar. De una manera didáctica y clara se enuncian
los objetivos de cada una de esta modalidades con una actitud respetuosa y aguda.
Introduce, además, la cuestión de la triangulación epistemológica y metodológica como
necesaria para poder aunar los datos provenientes de los instrumentos inspirados en los
métodos de las ciencias duras y los que rescatan el territorio de la subjetividad.
Es en el capítulo 4, en el que Helena Lunazzi y Mari ́a Elena Ocampo se permiten un “Derecho
a réplica” respondiendo a críticas, malos entendidos, grietas y desconocimientos con que
muchas veces se denosta nuestro campo de saber psicodiagnóstico. Buenos tips para sostener
nuestros argumentos frente a banales ataques inspirados mas en ideologías que en
fundamentos científicos. Sin omitir las necesarias reflexiones sobre las responsabilidades que
nos caben respecto a la explicitación de los alcances y limitaciones de nuestros instrumentos y
las delimitaciones respecto de los fundamentos teóricos.
Para finalizar, quiero decir que muchos de los libros de los que aprendimos y con los que
enseñamos fueron y son escritos por autores, muchos de los cuales se encuentran entre
nuestras filas; lista larga desde M. E. Arzeno, M. L. Ocampo, G. Celener, A. Febbraio, S. Torres,
S. Russo, T. Vencía, M. Guberman, A. Pásalaccua, E. Kasero, S. Sneiderman, E. Sobrinas, M.
Braude, F. Silverstein, H. Lunazzi entre muchos otros que nos enorgullecen. Esto me hizo
pensar que si “nos” aprendimos y “nos” enseñamos y nos reunimos para contárnoslo, es
porque estamos sosteniendo un espacio, un área, una subdisciplina que llamamos
psicodiagnóstico, espacio que se ha hecho fuerte porque ha sabido cambiar para adaptarse a
los requerimientos de la realidad. En el curso de sus transformaciones no debe diluirse,
romperse sino, por el contrario, afirmarse y ofertar mejores opciones para la salud mental.
El trabajo de Helena contribuye a esa meta, una transformación sin degradación, sin perder lo
esencial que nos agrupa y convoca.

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