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UNIVERSIDAD
IBEROAMERICANA
CIUDADDEM~XICO®
r¡t ulo original en alemán: Das Ende der Kunstgeschichte. Eine
/{(Vision nach zehn /ahren. © Verlag C.H. Beck oHG, München
¿('02.
UNIVERSIDADIBEROAMERICANA
BIBLIOTECAFRANCISCOXAVIERCLAVIGERO
ISBN 978-607-417-102-0
PRIMERA PARTE
LA MODERNIDAD EN EL ESPEJO
DE LA CULTURA CONTEMPORÁNEA
SEGUNDA PARTE
Bibliografía, 247
Palabras preliminares para la edición
en español
Das Ende der Kunstgeschichte. Eine Revision nach zehn /ahren (El fin
de la historia del arte: una revisión diez años después( y en inglés en
2003 como Art History after Modernism (La historia del arte después
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de la modernidad) , implica unirse a un proceso autoreflexivo de la dis-
ciplina de la Historia del Arte, en el cual tanto esta publicación, como
su antecesora, The End of the History of Art? (El fin de la historia del
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arte?) , jugaron un papel fundamental. Como indica el prólogo del au-
tor a la edición en inglés, que incluimos a continuación, no se trata
de un proceso cerrado, sino un planteamiento sobre las implicaciones
de los cambios en la producción artística y sus presupuestos históricos
para la construcción de narrativas disciplinarias y el planteamiento de
metodologías de estudio. Junto con otros libros publicados en los años
ochenta y noventa como Rethinking Art History: Meditations on a Coy
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Science (Repensando la Historia del Arte: Meditaciones sobre una
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ciencia tímida) de Donald Preziosi y After The End of Art (Después
del fin del arte) de Arthur Danto5, invita a una reconsideración del
objeto de estudio, los modos de trabajo disciplinares y el papel emer-
gente de la interdisciplina y la transdisciplina en función de nuevas
paradigmas y contextos del pensamiento, de la producción artística y
de la cultura material y su recepción. Los resultados de esta reflexión
en términos de prácticas de investigación y escritura se darán de ma-
nera diferente en cada contexto y frente a distintas problemáticas de
estudio, pero uno de ellos, sin duda, es el auge del género ensayístico
que acepta abiertamiente sus límites y su carácter personal, como es
el caso de este texto, aún cuando se sustenta en el conocimiento teóri-
co y práctico sumamente sólido y diverso de Hans Belting.
La traducción al español se ha realizado a partir de la edición
en inglés de 2003, a petición del propio Belting, ya que, como acla-
ra en el prólogo de dicha edición, realizó algunos ajustes con respecto
al texto en alemán de 1995 para su publicación en los Estados Unidos,
y quería que estas reflexiones más recientes estuvieran presentes en
la versión en castellano. Asimismo, prefirió que se retomara para esta
edición el título del texto publicado en inglés, que resalta el aspecto
epoca! de la reflexión en estos ensayos y el papel central que da a las
transformaciones en el arte contemporáneo y sus implicaciones para
el estatuto de la escritura sobre el arte.
Esperamos, con esta edición en español, entonces, contribuir
al acervo de textos teóricos disponibles para estudiantes y estudiosos
hispanoparlantes, y así motivar el diálogo de este público, desde su
propia producción, con las reflexiones contemporáneas sobre el arte
y sus narrativas.
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Prólogo de Hans Belting
a la edición en inglés (2003)
nuevo
"LA HISTORIA DEL ARTE DESPUÉS DE LA MODERNIDAD" ES EL TÍTULO
de un ensayo originalmente llamado "¿El fin de la historia del arte?"
El cambio de encabezado alude a la variable importancia de aquel
arte que tiene repercusiones en el discurso de la historia del arte, al
margen de que los historiadores del arte asuman o no las conexiones
entre ambos. El Arte Moderno, que ha tenido en Europa su historia
más larga, siempre ha sido algo más que una práctica artística. Es
también el modelo que ha permitido a la historia del arte establecer
una progresión ordenada y lineal. "La historia del arte después de la
modernidad" significa no sólo que el arte aparece hoy distinto. Tam-
bién significa que nuestro discurso sobre el arte ha tomado una nueva
dirección -si es que es posible afirmar que se dirige hacia algún lado.
Desde entonces hemos descubierto que el arte moderno se enraizaba
en una tradición artística mucho más larga que había sido negada por
el advenimiento de la modernidad. Voluntariamente o no, nos vemos
enfrentados también a la disolución de la importancia universal del
arte occidental y de su historiografía. Recientemente hemos empeza-
do a admitir cambios que afectan hasta el canon de la historia del arte
que ahora reaparece como una preocupación occidental muy local, a
pesar de sus pretensiones universales. Esto no significa que la discu-
sión tradicional de la historia del arte esté al borde del colapso, pero
nos invita a reabrir la discusión sobre la necesidad de comunicarnos
con las tradiciones no-occidentales.
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La historia del arte después del modernismo
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La historia del arte después del modernismo
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PRIMERA PARTE
LA MODERNIDAD EN EL ESPEJO
DE LA CULTURA CONTEMPORÁNEA
1. ¿Epílogos para el arte
o para la historia del arte?
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consenso. Cada concepto está marcado por una carta de visita que
introduce a su usuario y sirve para confinar el concepto general a un
sentido individual. Cualquiera que se encuentre hablando de cultura
es rápidamente informado de que tal cosa en realidad ya no existe,
salvo en la industria y los medios de comunicación. Los conceptos y
las teorías se han encontrado con el mismo destino con el que el arte
se encontró hace ya tiempo: la única manera en que pueden legiti-
marse es cuestionándose a sí mismos. Por supuesto, muchos se ganan
la vida contribuyendo con las transformaciones que mantienen vivo
el debate pero hoy la teoría -por más que se autoexculpe- engrana
con el epílogo en todos sus temas y en sus reglas de discurso igual
que en un principio la modernidad tenía el aspecto de prólogo, era
militantemente adicta al futuro e intolerante con el presente. En ese
momento, el enemigo era la noción misma de historia que hoy te-
memos perder, pues lo que ahora vemos como historia es la misma
modernidad que alguna vez intentaron crear.
Un epílogo a un paradigma anterior coteja el presente con mode-
los que ya no puede satisfacer. En nuestro caso, este modelo es la cul-
tura de la modernidad con la que nos identificamos tan enfáticamen-
te como nuestros ancestros alguna vez se identificaron con la religión
o la nación. Esta identidad colectiva no se encuentra en una localidad
sino más bien en un tiempo perdido de trastornos y utopías en el que
todas las miradas se enfocaban en un futuro ideal. La pérdida de esta
perspectiva no significa sin embargo el final de la modernidad, sino
más bien la imposibilidad de su conclusión pues no tenemos otra
opción. Ésta es la razón por la que simpatizo con el término "sobre-
modernidad" o hipermodernidad, tal y como lo utiliza el antropólogo
francés Marc Augé para definir el tiempo presente.
La modernidad ha tomado miles de formas y discutimos sobre si
sigue viviendo en ellas o si bien ya ha sido abandonada. La historia
también, dada por muerta desde hace mucho tiempo y con razón,
se resiste a doblegarse y de manera ubicua se sigue oyendo su voz.
Finalmente, las artes clásicas que hemos dejado tan ceremoniosa y
finalmente atrás siguen existiendo en contra de todas las expectativas
y han encontrado precisamente en este hecho un nuevo poder y una
nueva libertad. Esto no significa, sin embargo, que todavía vivamos
con los antiguos retos y oportunidades que alguna vez obsesionaron
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2. El sentido de la historia del arte
en la cultura contemporánea
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del arte que coexisten codo a codo, de la misma manera en que coexis-
ten hoy los estilos artísticos. Los artistas, por su parte, abandonaron
una concepción lineal de la historia que los forzaba a llevar el arte
hacia el futuro a la vez que mantener la guerra con las viejas formas.
Se liberaron tanto de un modelo como de una historia incompatible
y abandonaron también los viejos géneros y medios cuyas reglas de-
pendían de un progreso constante para continuar. Los artistas dejaron
de reinventar el arte, pues se trataba de algo plenamente establecido
comercial e institucionalmente -curiosamente con la admisión de
que era y sería una ficción, negando así cualquier relevancia del arte
en la vida real. Los críticos de arte dejaron de escribir historia del
arte en el sentido tradicional, al tiempo que los artistas dejaron de
pagar su deuda a este tipo de historia. Así, el viejo juego fue interrum-
pido, por no decir que hace ya tiempo que presenciamos otra par-
tida mientras seguimos consultando los viejos libros de texto y no
acertamos a comprender qué está sucediendo. Hablar sobre un fin
no debería confundirse con desear el fin del arte, que, como un cuadro,
encontró en la historia del arte un marco a la medida. La historia del
arte ideal era una narrativa sobre el significado y el curso del arte his-
tórico. Si hoy esta imagen no cabe ya en su antiguo marco es porque
hemos llegado al final de un viejo y exitoso juego académico. Era el
marco lo que convertía todo lo que estaba dentro en un cuadro y era la
historia del arte la que reunía en ese cuadro, donde aprendimos a verlo,
el arte de los siglos pasados. El marco era lo único que le daba cohesión
a la imagen. Todo lo que había dentro era privilegiado sobre todo lo
que se había quedado fuera, igual que en un museo se colecciona y se
muestra sólo el arte que ya ha entrado en la historia. La era de la histo-
ria del arte como disciplina académica coincide con la era del museo.
¿La era de la historia del arte? Una vez más hace falta definir
conceptos. La idea de una historia del arte general no se estableció
sino hasta el siglo x1x,mientras que el material que gradualmente fue
acumulando provenía de todos los siglos y milenios anteriores. Pon-
gámoslo de otro modo: el arte se había estado produciendo durante
mucho tiempo sin la menor intención de adecuarse al curso de la
historia del arte. La comparación con el museo es otra vez sugerente.
Los museos también se llenaron con obras de arte que fueron creadas
mucho antes de que estas instituciones existieran y que no hacían
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1. La Cmnde C(l/erie en el Museo de l Louvre, París. Fotografía del siglo
x1x.© Musée Carnava let/ Koge r-Viollet.
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ninguna referencia a ellas (fig. 1 ), pero más tarde, los artistas vivie-
ron con los museos y con la conciencia de una historia del arte, o en
todo caso en oposición a ella. Podemos distinguir la era de la historia
del arte de todas las demás eras carentes de marco dentro del cual
ver el arte. Mi argumento alude a este marco: pareciera que sacar el
arte de ahí ha dado lugar a un discurso nuevo e incierto sobre el arte
que a su vez se transfiere al arte mismo. Igualmente, los artistas han
abandonado desde hace tiempo lo que llaman el "marco rígido" de los
géneros artísticos que les parecía restrictivo. Creen que dentro de este
tipo de marcos, el público también está forzado a una "contemplación
rígida", incluso cuando, como en el caso del cine, el marco contiene
una gran cantidad de movimiento. Todo género ha demostrado ser un
marco que definía lo que habría de convertirse en arte, pero el signi-
ficado del marco que mantiene al espectador a una distancia pasiva,
también se aplica a la situación general en la que la cultura se ma-
nifiesta a sí misma. Parece que el concepto prevaleciente de cultura
está restringido al de una cultura histórica que, en retrospectiva, po-
dría ser igualmente resistida o reverenciada. El debate sobre "el arte y
la vida" es, por lo mismo, sugerente al insinuar que el arte se encuentra
siempre fuera del alcance la vida: en el museo, en la sala de conciertos,
en los libros. La mirada del experto sobre un cuadro enmarcado era
una metáfora de la actitud de la persona cultivada hacia la cultura
como ideal: siempre permanecía entre el público, mientras que los
artistas y los filósofos "hacían" cultura.
En contraste, hoy la gente ya no se apropia de la cultura para dis-
frute propio sino como espectáculo colectivo. Puede haber muchas ra-
zones para ello, por ejemplo, que no estamos tanto produciendo cultu-
ra como reproduciendo la cultura de otros tiempos. Así, está creciendo
el deseo de una cultura que sea entretenimiento más que educación
y que ofrezca un espectáculo del cual formemos parte. Los artistas
reaccionan a este deseo de entretenimiento y ejecutan la historia del
arte como un remake en el que se mezclan la nostalgia y la libertad
que rechaza la autoridad histórica del arte. En lugar de continuar re-
presentando la cultura y la historia, el arte se vincula hoy con rituales
de rememoración o (dependiendo de la audiencia) de resistencia.
Las nuevas formas de exposición confirman la observación de que
la relación entre la cultura y el arte está cambiando, lo que a su vez
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La historia del arte después del modernismo
nos ofrece otro argumento a favor del "fin de la historia del arte" (véa-
se figs. 26 y 27). Hasta ahora, se daba por hecho que las exposiciones
de arte trataban sobre arte y servían a la experiencia de la historia del
arte en el sentido del arte autónomo; ahora cada vez más, las exposi-
ciones ponen en juego la cultura o los mensajes de la historia del arte
para el visitante de un museo más que para el lector de un libro. La
razón por la que se organizan este tipo de exposiciones tiene menos
que ver con el arte mismo que con la cultura, cuya ejecución visible
requiere un arte que sea convincente. Para la Bienal de Venecia de
1995, el concepto de Jean Clair no fue una retrospectiva del arte mo-
derno sino que, bajo el título de Identity and the Other (La identidad y
el otro), hizo una sinopsis de ideas sobre la humanidad y la naturaleza
humana en las que el arte reflejaría los cambios radicales en el con-
cepto del cuerpo y especialmente del "yo".
En la medida en que el arte ha sido siempre una categoría privile-
giada de la cultura, ha gozado de plena autonomía en su propio terre-
no: ahí estaba libre no sólo de las restricciones sociales, sino también
de otras tareas culturales. Tolerar el arte libre y dejarlo seguir su pro-
pio camino eran motivo de orgullo para una cultura. Se consideraba
una invasión cada vez que el arte era forzado a acoplarse a un molde
ideológico o político, pero hoy, las voces que reclaman la apropiación
del arte son crecientes y no necesariamente ideológicas o políticas.
Más bien, la cultura se refuerza con sus últimas reservas para obtener
reconocimiento y sube o baja según el negocio de la autopromoción,
del que el arte está obligado a ser un reflejo convincente.
Este tipo de observaciones generales dejan de lado las cuestiones
sobre quién participa en la historia del arte, y quién se beneficia de
ella. Los artistas, los historiadores del arte y los críticos no compar-
ten la misma imagen de una historia del arte en la que, sin embargo,
están todos involucrados. La alianza entre artistas y críticos, ambos
participantes en la producción de la historia del arte, se vio sometida
a un incierto examen hace tiempo. Los artistas eran responsables del
futuro; los historiadores del arte del pasado. La historia, que sacaría a
la luz quién tenía la razón (en arte), era preocupación de los críticos y
los historiadores, aunque esto dejó de ser cierto cuando las estrategias
de comercialización de las galerías comenzaron a dictar qué era lo que
eventualmente llegaría a ser historia del arte. Durante mucho tiempo,
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La historia del arte después del modernismo
de arte oscila entre la pura idea del arte y un mero objeto, pierde su
antiguo derecho de autonomía. Si una obra se transforma en teoría o,
al revés, si niega cualquier perfil estético mediante el cual la teoría po-
dría distinguirla del mundo común, entonces la teoría del arte clásica
pierde terreno rápidamente.
El problema, si es que todavía existe, emerge sólo cuando la filoso-
fía del arte pretende tener el monopolio, algo que en la modernidad es
tan imposible de sostener como la idea de una historia del arte lineal
y homogénea. ¿Por qué ha de haber muchas corrientes si todas caben
en una sola teoría? Las teorías, obras de arte y movimientos artísticos
todos compiten entre sí en el mismo nivel; incluso los discursos adop-
tan una forma juguetona, polémica y artística, algo que antes sólo se
daba en la práctica creativa. Una nueva antología de más de mil pági-
nas que presenta la teoría del arte del siglo xx en una única sucesión
cronológica es, en toda su variedad, como la historia del arte misma,
y se subtitula adecuadamente "Una antología de ideas en transforma-
ción" (Art in Theory. An Anthology of Changing Ideas).
En 1984, al mismo tiempo que aparecía mi ensayo anterior, Ar-
thur C. Danta publicó sus visiones sobre el fin de la historia del arte,
que son también una declaración sobre la teoría del arte. En una ver-
sión revisada de 1989 que apareció en la publicación periódica Grand
Street, sostiene que hoy, desde de que el arte ha comenzado a plantear
la pregunta filosófica sobre la esencia del arte, está "haciendo filosofía"
en el medio del arte y por lo tanto está dejando atrás su propio terri-
torio. En su publicación anterior, The Transfiguration of the Common-
place (La transfiguración del lugar común), Danta ya había insistido
en el hecho de que el arte, imposible de distinguirse ya fenomenoló-
gicamente de los objetos comunes, tendía a convertirse en un acto
filosófico. En una frase hegeliana añadía que "de ahora en adelante,
los artistas ya no necesitan definir el arte para ellos mismos, de modo
que se han liberado también de su historia previa que hacía lo que la
filosofía hace ahora por ellos".
He exagerado este punto para revelar el ideal del filósofo que se
trasluce. Pero la cuestión que Danto planteó ha sido intrínseca a la
historia del arte durante mucho tiempo, tal vez desde que alguien
comenzó a reflexionar sobre el arte. La cuestión ha levantado la sos-
pecha de que la noción del arte podía ser una ficción. La visión de
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3· La crítica de arte frente a la historia del arte
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de Marce! Duchamp, que reflejaba sus obras en textos que muy pronto
se volvieron imposibles de distinguir de sus creaciones visuales, de tal
modo que causaban más confusión que las obras mismas. Por ejem-
plo, escribió los primeros textos que se convertirían en el comentario
al Gran vidrio antes de que la parte central de la obra siquiera existiera
(fig. 3). Joseph Kosuth declaró que Duchamp le había devuelto al arte
su verdadera identidad cuando planteó el "problema de la función" y
descubrió que "el arte no es nada más que la definición del arte".
En mi ensayo "Das Kleid der Braut" (El vestido de la novia), intenté
revelar el comentario en la obra de Duchamp y la obra en el comenta-
rio, sin hacer distinciones entre lo que Duchamp mismo no había se-
parado. El Gran vidrio supeditó todos los comentarios sobre su trabajo
al convertirlos en comentarios sobre el comentario del artista que era
ya parte de la esencia de su obra. André Breton, sin haber visto la
obra, utilizó esta oportunidad de manera más productiva que ningún
otro. Duchamp recorrió en efecto todas las variaciones posibles del
comentario sobre arte al publicar el mismo su trabajo y continuar
reinterpretándolo durante décadas, determinando y envolviendo así
en el misterio toda la historia de su recepción. De este modo, el lugar
del Gran vidrio no puede distinguirse de su lugar (o de su gradual
desaparición) de la historia de la recepción. Obra y texto se volvieron
tautológicos en este proceso. Los estudios del arte tradicionales no
tienen mucho uso para una situación como ésta, ya que deben ceñirse
al reporte de la génesis (y finalización) de la obra, esto es, a describir
eventos que en un caso como éste son sólo secundarios.
La cuestión sobre la función del comentario dio otro giro con la
llegada a escena de los artistas conceptuales, que acusaron al arte tra-
dicional de "formalista". Estos artistas estaban decididos a recurrir al
concepto de arte tal cual, lo que también significaba que le dieron
prioridad a sus propias "propuestas" sobre las obras. Como remarcaba
Joseph Kosuth en Art After Philosophy (El arte después de la filosofía,
1969), estos artistas ya no querían crear obras de arte sino sólo plan-
tear preguntas. Hacer arte, tal y como lo entendían, significaba lanzar
dudas sobre el arte mismo a la vez que producir comentarios sobre el
arte. El punto álgido de esta nueva campaña se alcanzó en 1969 cuando
en su publicación periódica, el grupo Art & Language abrió la cuestión
sobre si su artículo central podía pertenecer a "la categoría de obra de
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Thls book does not alm at belng an objectlve and general analysis of the phenomenon of
art or llfe, bu! 1 rather an attempt to flank (both llfe and art) as accompllces of the chan-
gas and attltudes In the development o! !her dally becomlng.
The book dos no! attempt to be objecllve slnce !he awareness of objectivlty Is false cons-
clouaness.
The book, made up of photographs and wrltten documenta, bases lts crltlcal and editorial
aaaumptlons on !he knowledgethat crltlcism and lconographlc documente glve llmlted vlslon
and partial percepllon of artlstlc work.
The book, when not reproduces the documentation of artlstlc work, refutes the lingulstlc me-
dlatlon of photography.
The book, even though 11wants to avold the logic of consumptlon, Is a consumer's item.
The book lnevltably transforms the work of the artlst lnto consumer goods and cultural
gooda, a means of satlsfaylng the cultural frustretlons of the reader.
The book propases a way for the publlc to take par! In artlstlc events, but does not lm-
pase 11upon them.
The book narrows and deforms, given its llterary and visual oneness, the work of the artist.
The book is a precarlous and contlngent document and Uves hazardously in an uncertain
artisllc-social sltuatlon.
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SPIRALlEOIZIONI
6. Sand ro Chia, retrato ele Achille Bonito Oliva. ilustra ción de la por ta
da de Achille Bonito Oliva, // sogno del/'arte. Tra avanguardia e tran -
savanguardia, Milán: Spiralli Edizioni , 1981.
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Es e ntr e ten ido ve r a los mi smo s indi v iduo s qu e había n esc rit o
co mentario s, esc ribi e nd o ahora - des pu és de un dece nt e int ervalo -
"hi stor ia", ya sea m edi ant e la rev isió n de los co mentario s de años atr ás
o, s impl eme nt e, utili za ndo su prop ia m emori a co mo prueba de la hi s-
toria de l arte: "rec uerdo qu e fue así y no de otro modo ". De hecho,
la in fo rm ació n y la int erpr etación se un en y los aut ores utili za n sus
propia s fuent es del mi smo modo e n que lo hace n los a rti stas. Come n-
za mo s a simp atiza r co n es ta pr ác tica cuando inclu so otro s autor es,
qu e no pu ede n se r un a fue nt e, deja n ele e nco nt ra r place r en el report e
hi stór ico, en la in formació n tout court, e in ve nt an sus propia s teo rías
a modo de ent rar perso nalm ent e e n el abarro tado m ercado ele la lit e-
ra tu ra so br e a rte. En tocia teo ría hay algún gra do de ag res ió n o sumi -
sión - a l marg en de l lugar que ocupe en la tr ayec to ria aca démi ca de
su autor . Si fuéramo s hon es tos, pr e ferirí a mo s sa ber có mo fuero n e n
rea lid ad las cosas y compr end er lo qu e fue la cultur a occi dent a l, m ás
qu e esc uchar co n reti ce ncia un co nfu so con cie rto de teo ría s qu e, al
final , só lo rep rese nt an a sus aut ores .
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4. La inoportuna herencia de la modernidad:
el estilo y la historia
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1 historia" y un "nuevo arte".
El resultado es lo que hoy llamamos modernidad. Igual que el
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"verdadero" estilo en arte, la lógica imperativa de la historia era algo
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.
más que un mero concepto. Se basaba en modelos con los que la so-
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ciedad podía identificarse o a los que podía atacar. Esto explica que el
k'it debate iconoclasta del arte del siglo xx se convirtiera en una cuestión
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7. Los fuluri stas en París, 19 12. De izq ui erda a derecha: Luigi Russolo,
Cari o Carra, Fili ppo Tommaso Mar in etti , Umber to Boccioni y Gino
Severin i.
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bras clave son suficientes para evocar los eslogans que acompañan el
concepto de "historia" contra la odiada "tradición" y que declaran a la
"tecnología" como la sucesora de la "cultura" humanista y del nuevo
"estilo" producido por la gente y para la gente, como el verdadero re-
emplazo de lo "individual", de la "persona" de la era burguesa. Incluso
la guerra inminente era bienvenida como una fuerza que transforma-
ría la sociedad de arriba abajo con mayor rapidez. La Mona Lisa, que
había sido recientemente robada del Louvre (¡qué presagio!), repre-
sentaba el epítome de una cultura inmóvil que los artistas deseaban
eliminar -aunque se metieran en contradicciones al producir pintu-
ras y esculturas que, por otro lado se niegan a reconocer lo alejadas
que están del tiempo y del movimiento.
Un año después, Julios Meier-Graefe, que siempre había sido un
hombre fuerte de la modernidad, escribió dos textos contra el estado
del arte y de la cultura y los publicó bajo el título Wohin treiben wir?
(¿Hacia dónde vamos?) (fig. 8). Todos sabemos que los profetas tien-
den a decepcionar y Meier-Graefe no sería la excepción, pues desde
nuestra perspectiva histórica, la modernidad comenzó en la época en
la que él escribía, mientras que él creía que estaba siendo testigo de la
agonía de su propia era moderna. En este ensayo, Meier-Graefe, que
todavía trabajaba en su celebrado Entwicklungsgeschichte der moder-
nen Kunst (Historia del desarrollo del arte moderno), había perdido
contacto con su tiempo y por lo tanto se equivocaba. Aun así, al cri-
ticar su propia época nos dice cosas que han dejado de ser obvias y
logra elucidar una etapa en el debate que merece ser reconstruida al
hablar de la modernidad.
Lo que le preocupa es la ruptura con la tradición, pues esto signifi-
ca un declive en el ideal del individuo creativo que él tanto respetaba
al haber crecido en el seno de la sociedad burguesa. Con una distancia
de veinte años, recuerda sus primeros viajes a París con una clara nos-
talgia: "En esa época, Manet llevaba ya años muerto, Cézanne había
desaparecido, Degas se había convertido en un agrio anacoreta. De
los artistas jóvenes, Van Gogh había muerto recientemente y Gauguin
se había convertido en nativo. Lo que había que ver sin embargo,
eran sus obras, un panorama completo y palpable. Todos los días se
revelaba una nueva obra, cada semana una nueva serie." El arte con-
temporáneo y los cubistas, a los que Meier-Graefe aceptaba sólo con
50
8. Portada de Julius Meier-Graefe, Wohin lreiben wir? Berlín: Fischer Ver-
lag, 1913.
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9- Raoul Hausma nn , Cabezo mecánica : El esp1ritu de 11uestru eporn,
1921. Musée d'art moderne , París. ADAGI',Pans/,n~ IAAI', MPxico , 2007.
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yes y la historia del arte no parecía presentar nada más que el in-
maculado academicismo de la disciplina. Se alcanzó el punto álgido
del debate cuando el Tercer Reich lanzó su veto al arte moderno igual
que la Unión Soviética lo había hecho antes, y cuando ese veto se
aplicó también a la historia del arte escrita, dentro de la que la odiada
modernidad no podía ser discutida.
Los eslogans de los artistas y los discursos de la historia del arte
estaban sorprendentemente conectados. La "abstracción", que se alejó
de toda realidad no artística, y el análisis formal, que negaba el con-
tenido, se correspondían mutuamente y esto también sucedía con el
"arte concreto", en el que nada importaba más que la forma y el color,
mientras que los objetos y temas cotidianos se volvieron irrelevantes.
Pero el arte puro, igual que el estilo puro, fue rápidamente abando-
nado en favor del análisis y del realismo. Los realistas volvieron un
ojo crítico sobre su propia sociedad para retratar la "verdad desnuda",
mientras los historiadores del arte miraron hacia la historia social del
arte aun cuando seguían estudiando a los viejos maestros. Los surrea-
listas buscaron, por un lado, el inconsciente para así retratar la "reali-
dad interior". Muy pronto, los iconólogos se dedicarían a examinar los
símbolos de la humanidad, pero en lugar de estudiar el inconsciente,
se concentrarían en el ámbito del conocimiento cultural y en lugar de
mirar las imágenes irracionales de los sueños individuales, se limita-
rían obstinadamente a los elementos racionales de la tradición.
La historia del arte escrita entonces no surgió en la atmósfera en-
rarecida del academicismo puro y, al contrario de lo que uno quisiera
suponer, no se dedicó enteramente a las necesidades internas de su
propio campo, sino que se comprometió con el debate de su tiempo,
incluso a veces de manera indirecta y contradictoria. En la moder-
nidad temprana, sus pensamientos siempre estuvieron concentrados
en la imagen abstracta de una historia del arte que seguía sus propias
reglas. En esto se correspondía con la autorreflexión que planteaban
los artistas, pues toda su actividad estaba dirigida a culminar en un
arte objetivo y universal para el futuro. Los historiadores del arte y los
artistas estaban igualmente comprometidos con un ideal de moderni-
dad colectivo. Sólo aquellos que estén de acuerdo en este punto coin-
cidirán con el argumento de este libro, el argumento sobre la historia
de la historia del arte y su razón de ser en el presente.
56
5. El culto tardío a la modernidad:
Documenta y el arte occidental
57
10. Visitant es a la entrada de la ex po sició n Arte degenerado e n e l núm . 4
de la Ga le ries tra sse, Múni ch , 1937.
58
la historia del arte después del modernismo
59
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Hans Belting
64
6. Arte occidental: la intervención de Estados
Unidos en la modernidad de la posguerra
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mostrado en 1944 ni más ni menos que por Barnett Newman, contra-
}, decía aquella tradición europea de la que los artistas del Nuevo Mun-
(f¡ do querían liberarse. La imagen ideográfica, tal y como fue promovida
I'
1.
:
65
12. Adolph Gottli eb con su colecció n, 1942. Del folleto de la exposición
lmag e and Refl ec tion, Nueva York , 1989. Fotograba de Aaron Siskincl .
© Aaron Siskincl Founclation.
66
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67
1 3. GPorge SPgal, l'ortrnit o/ Sydney Jwiis with a f\lundrio11,19(,7. Mu,eum
ol Modern Art, Nut•va York. Coleccion dP Syd ney y l larr iet Jani, ©
T lw GPorge ami IIPIPn SPgal Foundation /vA(,A,Nut•v<1York/ soM/\AI',
Mexirn, 2007.
68
La historia del arte después del modernismo
acoger no sólo dos géneros, sino dos concepciones diferentes del arte.
Un nuevo realismo estadounidense había reemplazado la abstracción
geométrica europea, que -como una especie de icono histórico- se
había convertido en una mera cita dentro de la instalación.
Los acontecimientos artísticos del final de la guerra, narrados infi-
nidad de veces, se han convertido en parte del mito del arte moderno
y le recuerdan a los norteamericanos ese momento heroico de su es-
treno en el mundo cultural que se dio paralelo al ascenso de Estados
Unidos al poder político y económico mundial, algo alarmante pues
uno preferiría dar otro tipo de razones para justificar el éxito cultural.
La modernidad norteamericana, al menos en algunos centros dentro
d.e Estados Unidos, manifestó una cultura a escala internacional fren-
te a la cual Europa pronto se vio limitada a ser la segunda voz y a
reaccionar más que a actuar. Sólo entonces los dos hemisferios toma-
ron un camino simultáneo, y muy pronto se comprobó que sólo una
cultura prevalecería vinculándose al mercado que compartían.
A pesar de esto, el dialogo entre el Viejo y el Nuevo mundos siguió
determinando los hechos artísticos. En Europa, la vanguardia parecía
liberarse con éxito del peso de la historia del arte, y sin embargo -o
tal vez precisamente por la misma razón- liberaba también al arte.
En 1960 llegó una nueva "hora cero" del arte cuando el grupo alemán
Zero intentó introducir un arte más allá de la abstracción, un "arte
absoluto" en el que la idea y la obra se fusionaran. Era sin duda una
época optimista que se jactaba de haberse liberado de la figuración y
cuando Yves Klein alimentaba la esperanza de que la historia del arte
había llegado a un clímax en el que la evolución histórica finalmente
colapsaría. Pero esta utopía terminó siendo otra ficción.
En 1960 y 1961 el conocido crítico de arte Pierre Restany hizo
un último intento desesperado por marcar una línea entre el arte del
Viejo y el Nuevo mundos. Los Nuevos Realistas en Francia, de quienes
era portavoz, pronto se vieron envueltos en una competencia inútil
con los artistas pop de Nueva York que, a su vez, durante un tiempo y
a pesar de sus protestas, fueron definidos como neo-dadaístas. Ambos
parecían tomar como modelo ideal el readymade, que ya no era en-
, tendido como el "AcMEdel rechazo" para hacer arte, sino como un nue-
vo medio de expresión en el que la "realidad alcanzaba a la ficción".
En una exposición conjunta de artistas norteamericanos y franceses
69
Hans Belting
70
r'·
l.
71
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La historia del arte después del modernismo
que los historiadores del arte, en la medida en que son sus contempo-
ráneos, están escribiendo, incluso cuando no se refieren unos a otros
explícitamente. La cultura norteamericana, tal y como ha sido descrita
desde un punto de vista alemán por Gert Raeithel, está basada en
un sistema de valores distinto, cuyos efectos se revelan en la escena
académica misma. Las batallas domésticas en la academia estadouni-
¡: dense hacen difícil, y a veces imposible, que los visitantes europeos,
1:: ignorantes de los nuevos términos en boga, participen en las discu-
~·. siones en curso. La historia del arte ha sido descrita muchas veces
t,
f'1 como una importación europea que fue enseñada por emigrantes en
¡.., las universidades estadounidenses. Así, el término "nueva historia del
¡. arte" apareció como un intento de liberar la disciplina académica de
¡ este peso y de norteamericanizar los temas y los métodos. Hoy, parece
w
~¡), que la historia del arte vista como un marco global ha pasado a ser
~1'1
1t,
I,;;
,, tentación o por miedo, aunque esa impresión de unidad total no resis-
.,.
tiría al escrutinio. Los dos hemisferios se alejan más de lo que estamos
,· dispuestos a admitir. Por las mismas razones, podemos dudar de si el
1/;
arte occidental todavía puede ser narrado en los mismos términos.
Aunque el intercambio artístico continúa a una escala sin preceden-
tes, los artistas involucrados manejan visiones muy diferentes sobre
lo que están haciendo, sobre la manera en que ven la historia como
sentido en su trabajo y sobre la manera en que se interpretan unos a
otros. Podemos incluso especular que la vieja narrativa de una historia
del arte unificada estaba destinada a colapsar en cuanto la "simbiosis"
dentro de la cultura occidental posterior a la segunda guerra mundial
se completara. Durante un tiempo, su interacción favoreció la idea
de un arte y un lugar comunes en la historia del arte, pero este deseo
73
Hans Belting
apareció cada vez más como una ficción necesaria que, como mucho,
sobrevivía exclusivamente en el ámbito del mercado del arte.
Los protagonistas de cada hemisferio que lograron mantenerse
dentro de la escena artística fueron en un momento dado Andy War-
hol y Joseph Beuys, y el contraste entre ellos revelaba un conflicto más
profundo. Muchos recuerdan todavía la aparición de ambos artistas,
cada uno personificando su propio mito del arte moderno, en una
galería en Múnich en 1980 en la que Warhol exponía sus retratos de
Beuys (fig. 14). Esto fue apenas unos años después de que Beuys cau-
tivara al medio artístico norteamericano utilizando rituales encanta-
dores casi atávicos (el "episodio del coyote") y de que fuera aclamado
en el Museo Guggenheim como un profeta del arte europeo. Warhol,
el virtuoso oráculo de la sociedad estadounidense, al principio fue
desairado a favor del culto a la naturaleza de Beuys. Quizá cada uno
estilizaba su arte en favor o en contra de los medios de comunicación
en un sentido opuesto. Aun así ofrecieron el espectáculo, no sólo de
un encuentro personal, sino de un encuentro entre los dos hemisfe-
rios que, con sus ilusiones, estaban a la vez conectados y separados.
Cabe recordar que nadie esperaba un retrato de Warhol hecho por
Beuys. Todos sabían entonces, como ahora, que Beuys no hacía re-
tratos. Todos los que visitaron la exposición podían paradójicamente
convencerse una vez más de que cuando Warhol pintaba a alguien
tampoco estaba haciendo un retrato. El simple hecho de que hubiera
colocado muchas cabezas de Beuys juntas, obras que contenían una
o varias cabezas, era prueba de ello. Eran, como siempre con Warhol,
clichés captados por los medios de comunicación que reducían no
tanto a la persona sino su "imagen" a un mero eslogan visual. Era
precisamente aquí en donde Warhol representaba los lugares comu-
nes estadounidenses que, nos guste o no, estetizaba más que criticaba
-en otras palabras, los transfería a una forma de arte que era comple-
tamente incomprensible para los críticos europeos en 1960 cuando le
conocieron por primera vez.
Se puede discutir una y otra vez sobre el "arte occidental", pero qui-
zá no se debería perder mucho tiempo con este tema, pues entretanto
las metas del arte han tomado otras direcciones. Si el arte hoy se refie-
re de algún modo a la historia, es cada vez menos a la llamada historia
del arte y cada vez más a la historia de un grupo particular o de una
74
Ln historio del r,rre despue~ riel modernismo
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7. Europa: el este y el oeste en la encrucijada
de la historia del arte
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La historia del arte después del modernismo
'
~:
ra monolítica en ocho años, pero al mismo tiempo desató el levanta-
miento húngaro del mismo año, 1956, que fue brutalmente reprimido
¡
f,
por los soviéticos. No fue sino hasta fines de los años sesenta que una
escena artística alternativa comenzó a ganar influencia -paradójica-
mente el mismo tipo de influencia que el arte subsidiado de la RDA
había estado forjando. Desde que los olvidados representantes nativos
de la modernidad no-oficial empezaron a ver la luz han sido celebra-
r dos con entusiasmo en exposiciones como la que se organizó en 1991
~ en el Museo Ludwig de Budapest. Sólo hoy es posible la discusión
sobre la cultura estalinista y estamos aprendiendo a comprender que
el estalinismo, con todo y su parte húngara, era considerado como
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La historia del arte después del modernismo
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La historia del arte después del modernismo
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Europa-Europa, presentaba al sorprendido visitante la imagen nítida de
una vanguardia europea oriental del gusto de Occidente, mientras que
la mayor parte de la producción artística de esta se habría obviado para
f} no arruinar la imagen deseada. En su lugar, la galería incluyó dentro
',1,
83
15. Jon Grigoresc u pint a su mu ral parn la t•xpo, ición Wande rlieder en el
StedC'lijk Muscum , Anl', ter dam, 199 1. Fotogra f1<1de Qucntin Bertoux
repr odu cida en Vrij Ne derlan d. Amslercla m: Sticht ing, 199 1, no. 5.
84
La historia del arte después del modernismo
85
8. Arte global y minorías: una nueva geografía
de la historia del arte
86
La historia del arte después del modernismo
Aquello a lo que nos referimos como historia del arte es, desde
hace mucho, una narrativa acerca del arte europeo en la que, a pesar
de todos los reclamos de identidad nacional, la hegemonía europea se
mantiene incuestionable. Pero esta imagen amable se ha vuelto con-
tradictoria para todos aquellos que ya no se ven representados en ella.
¡,'; La protesta se elevó primero en Estados Unidos, que ahora domina la
i{
escena del arte. Hace mucho tiempo desde que el Museo de Arte Mo-
~ derno dividió sus salas de exposición equitativamente entre arte eu-
ropeo anterior a 1945 y arte norteamericano de la posguerra. Hace
J más todavía que Alfred H. Barr Jr. escribió, en la década de los años
1
~ treinta, sus legendarios catálogos de exposición en los que la historia
f del arte moderno estaba representada en diagramas que de 1890 a
t 1935, la explicaban de una manera didáctica y casi mesiánica (fig. 16).
Ahí el arte europeo todavía monopolizaba esta historia y se presen-
taba cronológicamente de acuerdo con una estructura normalmente
utilizada para describir genealogías y la evolución científica.
Estos días no sólo se está rescribiendo el arte norteamericano
anterior a 194s: el arte de las minorías, especialmente el arte de las
mujeres, ha tomado un lugar prominente como tema a discutir. La
parte "negada" de la historia le dio la razón a la sospecha de que la
historiografía oficial había sido directamente "inventada"; el tema
surgió precisamente de esta "revisión". En Europa, donde la sociedad
multicultural no está aún bien desarrollada, todavía es el feminismo
el que reclama la atención hacia la participación de las mujeres en la
narrativa de la historia del arte, de modo que se pueda rastrear una
identidad olvidada para, eventualmente, darle al arte hecho por mu-
jeres el peso adecuado. En Estados Unidos, los intereses regionales
están pidiendo igualmente una revisión de la historia del arte: el oeste
o noroeste americanos son temas para exposiciones regionales y los
artistas locales comparten la invención de las tradiciones locales. Nor-
malmente la disputa sobre la "verdadera" historia del arte se hace oír
en este tipo de exposiciones en las que los visitantes son invitados a
"descubrir" cosas que no pueden encontrar en la historia escrita. Este
tipo de muestras son, o bien organizadas por grupos individuales, o
bien dirigidas a dichos grupos.
Incluso el llamado arte global, en el que cada parte del mundo
debe estar representada, ha defendido derechos que por más que estén
87
Govgo•n d. 190)
1890 S.vrot d 11111 1890
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1925 1925
1930 1930
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La historia del arte después del modernismo
l
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tingue de la "esfera profana"-, asevera que las innovaciones se ori-
ginan fuera de este archivo, o en su contra, y sin embargo adquieren
significación sólo cuando forman parte de este archivo, ofreciendo así
la "memoria cultural" que garantiza la sociedad. Groys sostiene que la
crítica cultural proviene de aquellos grupos que no han conseguido
encontrar "representaciones culturales en los archivos establecidos".
La imagen de la historia del arte a la que me refiero es precisamente
este "archivo cultural" en el que los eventos que han tenido lugar en
el arte, ordenados según su importancia, forman los elementos de esa
misma construcción a la que llamábamos la historia del arte. Pero el
marco dentro del cual la cultura se convierte en memoria significa-
tiva no es tan firme e inmutable como este esquema podría sugerir.
El archivo no puede absorberlo todo sin transformar fundamental-
mente su propio contenido y significación. Mientras más vasta y más
rápida es la incorporación de lo nuevo, menos se puede garantizar
la jerarquía que representaba. Protegerse de lo nuevo simplemente
89
Hans Belting
significaba que el archivo sólo lo admitía una vez que se había vuelto
compatible con la jerarquía ya existente en el archivo. El mecanismo
de expansión constante no garantiza la continuidad de la memoria
cultural. Del mismo modo, abrir el archivo a otras culturas supone
la transformación de la cultura hegemónica. Somos testigos de de-
sarrollos similares en el ámbito político: los viejos Estados se están
disolviendo en culturas étnicas con las que los grupos o las regiones
individuales desean identificarse.
Aquí estamos abordando cuestiones que pertenecen a un contex-
to más amplio. En una civilización planetaria, el proyecto occidental
de la modernización tecnológica del mundo se ha convertido en una
amenaza a la diversidad cultural. Genera fácilmente el equívoco de
que la modernidad occidental contiene todas las bendiciones de una
cultura global, igual que los misionarios en otros siglos buscaron ex-
pandir el cristianismo por toda la tierra. Hans Magnus Enzensberger
escribe en su ensayo sobre los derechos humanos "Aussichten auf den
Bürgerkrieg" (Prospectos para una guerra civil) que "sólo Occidente
elabora una retórica del universalismo" que no reconoce "ninguna
diferencia entre lo cercano y lo lejano" porque es "incondicional y
abstracto". Desde un punto de vista occidental, todos los conflictos his-
tóricos consisten en una "crisis en el proceso de asimilación. La mo-
dernización global es entendida como un proceso lineal e inexorable."
Podemos añadir que el llamado mundo del arte ofrece una compen-
sación folclorista que no se supone que pueda competir seriamente
con el modelo occidental y que presenta la cultura del "tercer mundo"
exclusivamente bajo las condiciones de una "reserva" exótica.
Por esta razón, Constantin von Barloewen apuntó al error de que
vivir en el proyecto de una modernización global significa respetar a
las naciones pero no a las culturas. Este error se agrava por el hecho
de que la modernización se entiende como sinónimo de la importa-
ción de los medios de comunicación occidentales, que no sólo infor-
man sobre el mundo occidental, sino que pro<;iucen un espejismo de
proximidad y accesibilidad a Occidente, e incluso a su cultura. Se trata
básicamente de un nuevo colonialismo que en el ámbito del arte sólo
da opción a "tomarlo o dejarlo", mientras que las "licencias étnicas"
son toleradas y bienvenidas como coartada siempre y cuando se man-
tengan dentro ciertos límites.
90
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La historia del arte después del modernismo
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j' El triunfo global de los medios de comunicación masiva transfor-
(
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ma cualquier hecho cultural en un hecho mediático que parece haber
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ocurrido en los medios o haber sido creado para ellos. Las culturas
f individuales se prestan a la memoria globalmente accesible en cuanto
i,
~ pasan a formar parte de los archivos digitales en el disco duro de una
computadora y son distribuidos por los medios. La cultura global cele-
bra su propia omnipotencia porque reemplaza a la memoria personal
con una memoria tecnológica omnipresente. Así, esta cultura global es
de hecho un fantasma de los medios que prometen la misma participa-
\:
f: ción cultural para todos, independientemente del origen o del estatus
l•
¡. social. Igualmente, el arte mundial, libre de las barreras del lenguaje,
¡ es aclamado como símbolo de una nueva unidad mundial, aunque
l,,, sólo ofrezca los ingredientes de una nueva cultura mediática contro-
lada también por Occidente. El concepto de "arte del mundo" debe
enraizarse en una historia mundial del arte que no existe y que no
puede existir como un modelo de memoria común. El llamado museo
imaginario que, después de 1945, promovía André Malraux, al tiempo
que acumulaba arte del mundo -en forma de textos y fotografías
impresas en las páginas de un libro-, era una idea europea con un
significado europeo.
La cultura académica y literaria, en la que las narrativas de la his-
toria del arte siempre han tenido su lugar, ahora es reemplazada por
la cultura de los medios, que tiene unos criterios muy distinto. A su
propia manera, el turismo ha propagado la concepción errónea de que
el viajero comprende cualquier cosa que pueda visitar. La presencia
del mundo tal y como es representado en los medios genera la idea
equívoca de que el arte del mundo es igualmente accesible. El arte
mundial se ha coleccionado físicamente en Occidente durante mu-
chos años y por eso parece que forma parte de la cultura occidental
-mientras que las culturas nativas aparecen carentes de un discurso
apropiado. Fuera del mundo occidental, el interés en la propia cultura
tiene una finalidad distinta, pues los nativos tienen la impresión de
que fueron robados por la civilización occidental cuando involunta-
riamente les cedieron su propia herencia artística.
El arte global, que pertenece a todos y a nadie, no crea una iden-
tidad igual a la que emerge dentro de una cultura con tradiciones
comunes, pero todavía se le confunde con el arte exótico o primi-
91
Hans Belting
92
La historia del arte después del modernismo
la historia del arte, si es que tiene alguna tradición, no es una que po-
dríamos admitir. El ejemplo de China revela la otredad de una tradi-
ción no-europea de la historia del arte. Finalmente, mucho antes de las
culturas históricas conocidas, incluida la nuestra, ya existía la cultura
prehistórica de la Frühzeit des Menschen (La humanidad temprana),
por citar el título del libro de Denis Vialou. Por razones obvias, la cul-
tura tardía resistió a cualquier intento (incluido el de la Teoría estética
de Theodor W. Adorno) de integrarse dentro de una historia del arte.
La cuestión del arte y del fenómeno estético implícito en el término,
tal y como se entiende hoy, siempre estuvo fuera de lugar. Nuestro
discurso del arte no fue inventado para ningún material prehistórico,
y no le servía. La llamada historia del arte es entonces un discurso con
una utilidad limitada a una idea también limitada del arte.
He aquí el porqué de que la cultura tribal -sí, me atrevo a de-
cirlo- no tenga arte. Incluso cuando sus imágenes muestran el más
alto nivel artístico, servían a otros propósitos, como la religión o el
ritual social, que pueden ser mucho más significativos que crear arte
tal y como lo entendemos nosotros. Este tópico se convirtió en algo
embarazoso cada vez que se pretendía exhibir arte del mundo y por
lo mismo se evitaba deliberadamente. Así, la enorme exposición mon-
tada en 1989 en París reveló el desesperado esfuerzo de Jean-Hubert
Martin por reabrir el fenómeno contemporáneo del arte del mundo.
El título Magiciens de la terre (Magos de la tierra) eludía la palabra
arte, aunque esta idea fuera la justificación última para exhibir a estos
"magos de la tierra" en un museo de arte en el que artista y artesano
compartían la contemporaneidad de sus visitantes. No es mi intención
desacreditar este esfuerzo temprano por lidiar con la nueva coexisten-
cia de los artistas occidentales y no-occidentales, que no comparten
un concepto común del arte. Más bien este tipo de esfuerzos revela
los conflictos que emergen a ambos lados de la barrera, que rodea, por
un lado, los territorios defendidos por la historia del arte tradicional y,
por otro, la manera de pensar de los creadores no occidentales.
Se planteó a los críticos la incómoda pregunta sobre lo que tenían
en común el trabajo del minimalista Richard Long titulado Mud Cir-
cle con el objeto ritualista de los yuendumu, un grupo de aborígenes
australianos, que era su vecino en la exposición (fig. 17). Ambos ob-
jetos ofrecían analogías formales que fácilmente se prestan a la con-
93
17. Expos icion Magiciens de la lerre, París. 1989. El Mud Circle de Ri-
chard Long junt o a un a composición hecha por un miembro ele la et
nia ym•nclumu , Australia. Cen tre natio11ald'art et de culture , Georges
Pornpidou , París.
94
La historia del arte después del modernismo
95
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96
18. Nam Ju ne Paik, Electm11ic Super f-lighwa y, \L V Bienal cil' Veneci,1,
1993. Cortes ía de Kr n Hakut a/ Nam )un e Paik Stuclios.
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la producción de un arte cuyos temas son más importantes que sus
credos artísticos.
El mundo de hoy es una diáspora, según en el conmovedor Primer
manifiesto diasporista escrito en 1989 por el artista judío Ronald B.
Kitaj, que nació en una familia inmigrante en Estados Unidos y que
ahora vive en Inglaterra. Una diáspora significa vivir extraterritorial-
mente y buscar inútilmente la propia identidad. Como sabemos, entre
los judíos de antaño, la prohibición de producir imágenes visuales se
relajó con la diáspora, de modo que el arte judío sólo pudo ser produ-
cido en el exilio. Pronto todos los judíos se encontraron viviendo en la
diáspora, por lo menos hasta que se fundó el estado de Israel, y encon-
traron en su arte un medio de identidad que siempre estuvo conec-
0 tado con su religión. Hoy, la diáspora ya no es un destino judío como
~
~
1 nos asegura Kitaj, sino que se aplica a todo los que "no se sienten en
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global, y usurpa o reemplaza la vieja percepción de identidad que du-
rante tanto tiempo estuvo ligada a la historia del arte de Occidente.
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99
9. El espejo de la cultura de masas:
la revuelta del arte contra la historia del arte
100
La historia del arte después del modernismo
101
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102
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2 1. Richard Hamilt on. /u sl Wlwt Is lt Tlwt Makes Today's Homes So Dif
Jerent, So Appealing?, collage, 1956. Kunsthall e, Tübingen. Colección
Georg Zund el. © DAc~. Londres/ ,oMAA I' , México, 2007.
105
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106
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109
22. Robert Rauschenbe1g , l'r>rsi111111011
, S('l'igr,IÍ1a sobr<' Jj¡ •1110, 196+ Co
lección Caste lli, Nuc•va York. © Rolwrt Rausdwnbe1g/vM,A, NuPvd
York/sm1AAI',Mexico, 2007.
110
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10. La temporalidad del videoarte
112
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La historia del arte después del modernismo
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116
23. Nam )un e Pail.., TV B11ddlw. Stedelijk Museum , Árnsterdam . Cortes1a
de Ken Hal..uta/ Nam )un e Paik Studi os.
24. Nam )une Paik, Hydra·Buddhn, 1984. Cortesía de Ken Haku ta/ Narn
)un e Paik Studi os.
117
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118
La historia del arte después del modernismo
que "el medio del video es el narcisismo", en otras palabras, "es una
imagen de la auto-contemplación", en la que el yo del artista "es arran-
cado de la historia ... en tanto fuente de significado" para su trabajo.
La retransmisión sincronizada presenta este yo como algo "dividido y
duplicado". La estética particular, una "condición más bien psicológica
que física", plantea una "diferencia total" con las demás artes visuales.
De ahí que no estuviera dispuesta a "hablar de un medio físico en
relación con el video", ya que carece de la facticidad de un "objeto-
estado, separado del propio ser del artista". Además del argumento
político en su crítica, su análisis también tiene que ver con mi tema,
pues cuestiona las credenciales del arte tecnológico dentro de la na-
rración tradicional de la historia del arte en tanto crónica y registro de
eventos y obras dentro del marco de la historia y la evolución (de las
artes en general). En mi argumentación no sólo es relevante el tiempo
inherente al videoarte, sino también la temporalidad implícita en su
exhibición pública.
Desde entonces el video se ha desarrollado en muchas direccio-
nes distintas, pero sus reflejos continúan hechizándonos. Artistas de
video muy renombrados como Gary Hill o Bill Viola todavía utilizan
el cuerpo como un medio vivo que les permite entrar en diálogo
con el espectador. A este respecto, cuando Rosalind Krauss hablaba
de la pérdida del texto no se refería a la pérdida de un texto específico
(como un guión por ejemplo), ni tampoco a la redundancia del tex-
to en el video, sino a la pérdida del hipertexto que controla el signi-
ficado social y la función de la obra. De este modo incluso el texto al
que llamamos historia se disuelve en ese incierto terreno de la comu-
nicación que es la conciencia individual.
Muchos artistas de video son conscientes de este peligro e inten-
tan contrarrestarlo mediante una toma de postura crítica frente al
medio, lo que tiende a seducir a un nuevo público del arte fascinado
con el poder de sus imágenes fotográficas y fílmicas. He elegido a este
respecto a dos artistas norteamericanos suficientemente conocidos
como para distinguir su utilización del video y la videoinstalación.
Bill Viola y Gary Hill estaban ambos fascinados con la posibilidad que
ofrece el video para darle acceso a una experiencia subjetiva del tiem-
po que nada tiene que ver con la noción pública del tiempo histórico.
En una entrevista de 1993, Hill definió el tiempo como "algo que es
119
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25a-d. Gary H ill, lna smuch As Jt Is 1\/wa ys Alreorly Ta/..iny /'/(Ice, vidl'Oin,ta
!ación, 1990. Thc Metropo litan Mu,eum ol Art, Nueva Yorl-..DetallP,
de los monitores mostrando íragnwn tos del rostro , un pie, una orp
ja, el vientr e y una uña sobre una pagina impr e,a. Corte,1a Donalcl
Young Gallery, Chicago.
12 1
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122
L!l histori!l del arte después del modernismo
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11. La narrativa del arte en el nuevo museo:
la búsqueda de un perfil
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inimaginables, abre las puertas para que las exposiciones le den voz a
estas demandas incompatibles.
Hoy, la institución se alimenta de los debates en torno a sus salas
de exposición y continúa tocando la misma canción bajo las más di-
versas condiciones. Cuando el Museo de Arte Moderno de Nueva York
abrió la exposición High and Low en 1990, parecía estar renunciando
al ideal del templo exaltado de la alta modernidad y así provocó pro-
testas en contra de la "profanación del templo", en el que parecía que
el vulgar modelo de la publicidad se había instalado. Como explicó
Arthur C. Danto en esa ocasión, el concepto burgués del museo como
templo, en lugar de escuela del arte, seguía vigente incluso cuando era
la modernidad lo que se consagraba. Todavía en 1958, Ad Reinhardt
reivindicaba vehementemente el museo como "altar" y no como lugar
de entretenimiento. Tres años después, Claes Oldenburg dio el giro al
intercambiar el altar por la tienda en su Store Manifesto.
A pesar de todo, el museo de hoy no se ha convertido en una tien-
da departamental, pero está listo para utilizar las técnicas de la publi-
cidad para poner en escena el arte más controvertido bajo la mejor
luz posible. Una institución que cada vez se parece más al teatro por
su cambiante repertorio favorece la mise-en-scene más sensacional.
También tiende a parecerse una zona de libre comercio, en la que el
premio es el reconocimiento dentro de la escena artística. Muchas
veces se cuestiona si el nuevo arte pide espacio en el museo o si es el
museo el que está a la caza del nuevo arte. Sin el museo, el arte de hoy
no sólo se encontraría sin hogar, sino que también perdería la voz y
se volvería invisible. A cambio, el museo, incluso con sus carencias a
la hora de acoger al arte contemporáneo, se estaría dando por vencido
si cerrara las puertas al nuevo arte. Esta forzada alianza borra efecti-
vamente cualquier otra opción al museo.
En los años setenta todavía era posible hablar de una "crisis del
museo" del mismo modo que se podía hablar de una "crisis del arte".
Mientras tanto, sin embargo, esta crisis de identidad ha dado lugar a
un auge de los museos en el que los ambiciosos curadores y el público
se acomodan voluntariosamente por igual y al margen de cualquier
principio. La nueva tolerancia del museo, tan aclamada, no tiene la
forma que se esperaba. En lugar de servir a un público más amplio
con una selección de arte más liberal, el museo se encuentra en las
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26. Robert Wilson , instalación utilizando una figura de Auguste Rodin,
Museum Boyman s-van Beuningen Rótterdam , 1993, sala 3. Fotograíía
tomada de Robert Wilson y Talitha Schoon , Robert Wilson. Portrait,
Sti/1 Lije, Lanclscape, Rótterdam: Museum Boyman s-van Beunin gen,
1993. Catálogo de exposició n.
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27. Petcr Greenaway, Watching Water, instalación en el Palazzo Fortun y,
Venecia, 1993. Tornada de Peter Grcenaway, Watching Water , Milán:
Electa, 1993, p. 23. Catálogo de expos icion. Cortesía de Peter Cree
naway/ Peter Greenaway Events.
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nación como la dueña de estas obras. Una vez que adquirieron su esta-
tus en el museo ya no estaban sujetas al tiempo vivo y, al contrario, se
hicieron venerables en el nombre de una historia convertida en arte.
El museo de arte se integró firmemente en las democracias mo-
dernas, en donde, en nombre del Estado, hizo visible la historia, tanto
la cultura histórica como el arte que se había convertido en historia.
Parece que nos pertenecen a todos y sin embargo -o por la misma ra-
zón- no tenemos derecho a tomar el "templo del arte", cuya entrada
está guardada por el Estado. La representación (la historia del arte) y
el cuerpo representado (el Estado-nación) coincidieron de tal manera
que son casi indistinguibles y por lo tanto están igualmente sujetos
a la protesta pública, como fue el caso en 1994 de la Galería Nacional
de Berlín cuando, de entre sus vastos fondos de arte del siglo xx, eligió
exponer las pinturas de artistas tan establecidos en Alemania oriental
como Willi Sitte y Wolfgang Mattheuer. Los medios de comunicación
acusaron al museo de "contrabandear" con piezas que insultaban sus
sentimientos y que violaban el honor del país. Es sorprendente que
provocaran tanto malestar unas pinturas de museo cuya exhibición
pública parecía inmerecida. La cuestión de la representación del mu-
seo, como acto oficial y público, de hecho concernía a las instituciones
más que a los artistas individuales.
Este tipo de debates también ocurren en los países ex socialistas,
en donde no ha habido ni una tradición impoluta del museo ni una
idea democrática de Estado. Ya que era el partido, en el nombre del
Estado, el que había nacionalizado los tesoros artísticos de la Iglesia al
transferirlos a los museos, las propias iglesias hoy reclaman que sus
tesoros les sean devueltos, lo que significaría despojar los museos pú-
blicos. Así, los altares góticos en Polonia y los viejos iconos en Rusia
están siendo reclamados porque las iglesias se ven a sí mismas como
las legítimas dueñas y herederas de la historia. En Rusia, la propie-
dad del antiguo icono de la Virgen de Vladimir, que una vez llevó el
titulo honorario de Patrona del País, se ha convertido en la manzana
de la discordia entre la Iglesia y el Estado. El presidente Boris Yelt-
sin decidió al final que el icono pertenecía al Estado, pero que podía
ser utilizado por la iglesia durante los actos litúrgicos (fig. 28). Este
caso es revelador, ya que cuestiona, no sólo los derechos de propiedad
del museo, sino también la primacía del valor artístico sobre el más
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28. El pre sidPntP Bori, Yelbin y l'i pdtriarrn Alexei 11en el convento de
San Sergio de la Trinidad, cerca de Moscu, frente a una réplica del
icono de la Santa Trinidad de RublPv, 1992. Agencia I rL.
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SEGUNDA PARTE
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EN SU PREFACIO A LAS CONFERENCIAS MELLON, ARTHUR C. DANTO SE-
'~' ñalaba la diferencia que distingue al arte moderno del arte contem-
poráneo. Esta diferencia, explica, es el resultado de la profunda crisis
t sufrida por la modernidad en los años sesenta. "Las grandes narrati-
vas maestras ... no sólo han llegado a su fin ... [sino que] el arte contem-
poráneo ya no se deja representar por ellas." La historia del arte, que
'
siempre había enmarcado lo que sucedía en el arte, era una narrativa
maestra de este tipo y también fue aplicada al arte moderno en la
'
medida en que éste seguía las líneas de la evolución y el progreso. Por
lo tanto, la crisis de la modernidad también afecta a la práctica de la
~ escritura de la historia del arte y a la fe en la continuidad sin fisuras
t del arte. No basta con reservar esta práctica para el arte del pasado e
'f
incluir la modernidad, ya que el arte es continuo y por lo tanto nece-
sita también de una descripción continua. De este modo se plantea la
cuestión sobre si el arte todavía puede ser visto en términos históri-
cos, después de todo estos términos se hicieron obsoletos y en retros-
pectiva aparecen igualmente cuestionables. La salida fácil de inventar
una historia del arte para el arte contemporáneo no es una solución
mientras cualquier narrativa sea rebatida por lo que están haciendo y
pensando los artistas.
Pero ¿_quéfue exactamente la crisis de la modernidad y cómo se
relaciona con el tema de un libro que, de entrada, no tiene que ver con
el arte? "Sólo desde que se vio claro que cualquier cosa podía ser una
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J
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1
L'histoire de l'art est terminée (La historia del arte ha terminado) co-
menta que, desde que los artistas perdieron la fe en lo nuevo por lo
nuevo, ya no se espera que inventen el "futuro no escrito del arte". "No
i'¡:
es el arte lo que ha muerto. Es su historia en tanto progresión hacia
•.
r~.
i
dilema desde su convicción en el acto social, ya que veía a la sociedad
como la única realidad que le quedaba al arte.
Otros habían buscado otras salidas y lo habían hecho mucho an-
'1 tes. La historia del arte conceptual se ve bajo una luz distinta cuando
en lugar de considerarse como una corriente artística única o como
un mero episodio, se ve como el síntoma de una crisis que ya no le
permite al arte materializarse en la creación de obras formales (o ex-
posiciones concretas), y que ya no confirma la lógica institucional del
mercado del arte y del museo. El adiós a la realidad de la obra, en tan-
'·, to testigo en una secuencia histórica, también significaba alejarse del
! ritual del arte de ser materializado (otros dirían, reificado) en objetos
f1.1
dotados de un aura simbólica. La pérdida de la fe en la producción
!'.
¡+'
de obras también supone la pérdida de ejemplos seguros con los qué
discutir sobre la historia del arte.
,,··.· El asunto puede resumirse en las opiniones del artista conceptual
>'
Joseph Kosuth cuyos ensayos eran la contraparte secreta a los escritos
;;.
ií de Danto. El ensayo de Kosuth "El arte después de la filosofía" ( 1969)
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148
30. Renato Guttu so, El simp osio de los artis tas, acr ílico y técni ca mixta
sob re pape l, 1973. Grafis Arte, Liorna ( 1975). © SJAE,RomahoMAAP,
México, 2007.
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r.
¡:
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31. Diego Velázquez, Las Menina s, ól(c'Osobre tela, 1656. Museo Nacional
del Prado , Madrid.
152
32. Richard Hami lt on, Las Meninas de Pirnsso, tercer estud io, lápi 7 y tint a
sobr e papel, 1973. Colección de Rit a Do nagh, Nor th End. © DAC,,Lon -
dr es/~OMAAI',M éx ico, 2007.
1 53
33. Robert Rauschenberg , Centenniol Certificate , A1A11, litografía a color,
1969. The Metropolitan Must•urn of Art , Nueva York. Florence am i )o
,e ph Singn Collcction. © Robert Rauschenberg / Autori7acla por VAGA,
Nueva York/~o~IAAI',México, 2007.
1 54
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155
e:
~-
La historia del arte después del modernismo
1 57
13. La historiografía del arte como tradición
artísticos, había comenzado con la historia del arte escrita por Giogio
Vasari, florentino por elección, en sus Vidas de los más ilustres pinto-
res, escultores y arquitectos, publicada por primera vez en 1550. En su
introducción a la segunda parte del libro anota, valientemente, que
nunca quiso simplemente ofrecer una lista de artistas y obras, sino
que intentaba explicar el desarrollo de las cosas al lector, ya que la
historia era ªel verdadero espejo de la vida humana" y, como tal, era
capaz de revelar las intenciones humanas y las acciones a lo largo del
desarrollo del arte. Por lo tanto, pretendía presentar el legado artístico
separando "lo bueno de lo mejor, y lo mejor de lo excelente". Sobre
todo, pretendía "descubrir las causas y las raíces de cada estilo y reve-
lar las artes tanto en su ascensión como en su decadencia."
Desde que Vasari escribiera estas envidiables palabras llenas de
autoestima, sus sucesores se han sentido igualmente obligados a pre-
sentar un perfil de la historia del arte capaz de establecer un pará-
metro contra el cual todas las obras individuales pudieran medirse,
y que además ofreciera un marco dentro del cual todo encontrara su
sitio. Pero una historia tan legible tenía que ser primero inventada
como un esquema coherente, mientras que en contraste, las obras que
tenía que acoger existían como una realidad tangible. Inicialmente, la
empresa tomó la forma de una narración directa que el autor podía
dirigir cuidadosamente para que todo resultara según el plan. Pero
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con obras de arte y que hasta podía alegar en contra del conjunto de
obras asequibles si resultaban insatisfactorias. Era por lo tanto para-
dójicamente posible hablar de la ausencia del arte en la historia cuan-
do la producción artística existente lo contradecía. Como concepción,
el arte era o absoluto (en el siglo xvm) o retrospectivo (en el xix). Aun
así, la narrativa aceptada era la histórica, que se convirtió en la matriz
descriptiva para organizar el discurso. La entidad de lo que se llamaba
arte se deducía de un esquema universal llamado historia del arte. In-
versamente, todo lo que entró en este marco por necesidad tenía que
haber nacido ya como obra de arte, llevara o no la noción moderna
de arte desde su origen. La escuela vienesa de historia del arte, que
dominaba el campo desde finales del siglo XIX, concebía todo (desde
el periodo romano tardío hasta el arte moderno) como parte de una
historia del arte única que confirmaba la unidad en un arte mundial
concebido como arte occidental. Este universalismo autocomplacien-
te era alimentado posiblemente por las ambiciones inherentes a la
hegemonía imperial austriaca, cuya expansión hacia el este, después
de todo, había trascendido las fronteras culturales de Austria.
En un principio, sin embargo, la historia del arte tal y como se
enseñaba en la academia en la Francia de Luis XIV -con el propósito
de ser practicado por los jóvenes pintores- cubría un campo sor-
prendentemente pequeño, al estar dividida en una sección "clásica" y
otra dedicada al" arte más reciente". Éste sería todavía el caso en 1793
y de nuevo en 1803 cuando el Louvre se abrió al público. La planta
baja estaba reservada a la escultura antigua y la planta alta al arte del
Renacimiento italiano y a la pintura francesa hasta el siglo xv11,mo-
destamente flanqueada por las "escuelas" flamenca y española. Para
los periodos que no contaban con arte en este sentido limitado, no
había necesidad de involucrar la atención de la historia del arte. Los
llamados primitivos, en ese momento un término comodín para cual-
quier arte anterior al Renacimiento, aparecían en esta época algo
fuera de lugar sobre las paredes del museo al no poder ser incluidos
en la "era del arte". Por supuesto, los "primitivos" fueron vistos den-
tro de fronteras que cambiaban constantemente y finalmente, hacia
1900, se encontraron dentro del arte "prehistórico" que nadie quería
incorporar a los objetos de estudio de la historia del arte. El abbé
Luigi Lanzi, que publicó su Historia de la pintura italiana en 1792,
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con el propósito de crear arte otra vez, sino para saber filosóficamente
lo que es el arte." El experto en arte que veía la "imitación" como el
sentido y la fuerza detrás de la historia, es reemplazado por el filóso-
fo, para quien el arte incorpora una etapa pasada en la historia de la
"mente". En vista de que, como mantiene Hegel, el arte ya no ofrece
"satisfacción total", la "ciencia del arte" sirve para responder a la nueva
"necesidad" de definir el papel del arte, un papel que ya se ha agotado.
La nueva "ciencia del arte" mira el arte a vista de pájaro, desde donde
su historia puede verse espacialmente, esto es, como el panorama
de una evolución universal. El arte es simplemente la materia prima
para "el pensamiento de la contemplación", que sabe más de lo que el
arte mismo ha sabido nunca. De hecho, Hegel intentó privar de sus
derechos a las estéticas de todos los artistas y a toda la crítica de arte
aplicada en favor de una nueva variante de historia global.
A los ojos de Hegel, el arte, como símbolo visible de la Weltans-
chauung, no tenía un significado autónomo sino que representaba "las
visiones del mundo esenciales inherentes en su concepto". La revisión
que hace Hegel de la función del arte en la sociedad humana, que
muchas veces se menosprecia como la "estética del conformismo",
tuvo sin embargo un efecto duradero en la escritura del arte sucesiva,
incluso después de que se abandonara el "sistema" de Hegel. La tarea
histórica y global del arte es "el efecto y la progresión del arte mismo".
Al hacer visible cualquier idea tópica en una sociedad dada, el arte
"en todas las etapas de su progreso ayuda a liberarse del conformismo
que ha incorporado". Una vez que "el conformismo se ha agotado" y
los símbolos respectivos han sido ampliamente establecidos, pierde
su "interés absoluto". Así, el arte de vez en cuando se "libra de su con-
formidad" y para compensar esta pérdida lanza una nueva actividad
creativa. Pero en los tiempo modernos, asegura Hegel, el arte ya no
está ligado a un "conformismo particular" y por lo tanto pierde su
autoridad para actuar como un medio de representación. Todo lo que
le queda al artista individual es reflejar una visión personal del arte.
"No ayuda en nada apropiarse de las visiones del mundo del pasado",
como lo hicieron los pintores nazarenos al convertirse al catolicismo
romano. Para Hegel, la esencia misma del arte ya se había agotado
en una historia que, para él, era la que posibilitaba la escritura de la
historia del arte a posteriori.
165
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Una vez que la época clásica había pasado, dejó de tener sentido
la imitación desde una distancia que está para siempre fija. Pero no
es sólo el arte clásico sino el arte mismo lo que ya ha sucedido en
la historia. En tanto revelación visible de la mente, su función en una
historia del arte universal sólo puede ser vista en retrospectiva. De
ese momento en adelante, el arte sería entendido como una actividad
del pasado cuando se le medía, en una famosa frase de Hegel, contra
su "destino más elevado". Desde que perdió su "pasada necesidad en
el mundo real", ha sido desplazado "más hacia nuestra imaginación".
Hegel añade que, "atraída por la presencia estética, la obra de arte ya
no conserva el contexto religioso e histórico" dentro del que nació.
"Emerge como una obra de arte que se vuelve autónoma" y, como
resultado, goza de una nueva vida en el enclave del museo o en su
calificación para el discurso de la estética.
Es por ello que el arte puede ser visto sin la distracción del tema
o del simbolismo. Si el espectador es un historiador en lugar de un
contemporáneo, se encuentra con el arte en el archivo de la cultura. La
estética de Hegel coincide con el auge. de la cultura burguesa, en la que
la reflexión sobre el arte se convirtió por primera vez en tema de una
disciplina académica recién nacida. Hegel ofreció un modelo filosófico
para esta disciplina, en la que el arte se transformó de una práctica
viva en un tema de la memoria en forma de historia. Por más esfuerzos
que se hagan por renovar el discurso de Hegel, no pueden compensar
su creencia errónea al juzgar la historia desde una posición indepen-
diente, esto es, desde una posición fuera (o posterior) a la historia.
Es por eso que la llamada "muerte del arte" de la que hablaba
Gianni Vattimo en su ensayo "El fin de la modernidad", debe de ser
traducida a nuestra propia experiencia en la que ha de ser comen-
tada. Cuando Vattimo habla de la "utopía de una sociedad en la que
el arte ya no existe como un fenómeno específico: [y en donde], en el
sentido hegeliano, ha sido suspendido en una estetización general de
la existencia", el término "arte" tiene que ser reconsiderado. La "explo-
sión de la estética fuera de sus fronteras tradicionales" puede ser una
experiencia contemporánea, pero difícilmente puede ser derivada de
Hegel, quien, como representante de su propia época, ofrecía un tipo
de ontología del arte (incluso aplicándola sólo en retrospectiva) y así,
en principio, también ofrecía los argumentos para la creación del nue-
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La historia del arte después del modernismo
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fue efectivo-, los historiadores del arte y los artistas separaron sus
caminos y, pronto, la historia del arte emergió como una disciplina
académica independiente. A los historiadores del arte ya no les inte-
resaba el arte de su propia época, pues sólo el pasado parecía haber
producido un arte digno de tal nombre. Inversamente, los artistas ya
no buscaban modelos en el pasado, sino que se dirigieron con la mis-
ma energía hacia el futuro, sobre el que la historia no tenía ningún
poder. Ambos bandos estaban preocupados por el pasado, pero en un
sentido opuesto: uno lo tomaba como su ideal para recobrarlo en la
práctica viva, el otro, como un peso del cual liberarse.
El efectivo término de "vanguardia", utilizado en las visiones que
ambos dirigían a la nueva soc;edad y al nuevo arte, nunca se ha despo-
jado de su sentido militar, pero ahora se ha convertido en historia. Más
que un ejército guiado por un pequeño destacamento de avanzada, la
vanguardia explora los caminos en los que la batalla ha de ser peleada
y ganada. En las visiones de los artistas y de los utopistas sociales, la
vanguardia estaba guiando al resto de la sociedad hacia el futuro al
que ésta les seguiría. El progreso, que résume el concepto lineal de
historia, es la tarea de una élite que pudo definirlo para ella misma
mientras creyó que la historia estaba de su lado. Era una élite com-
puesta por revolucionarios que sucedieron a las élites anteriores de
la educación y el poder. Aunque estigmatizados como soñadores in-
capaces de reconocer la realidad, el vanguardismo creyó que podía
anticipar el cumplimiento de la historia en el futuro. Los historiadores
del arte, si prestaban atención al arte reciente, pronto se sintieron en
desacuerdo con una evolución que no podían medir con sus paradig-
mas establecidos -hasta que el éxito de la vanguardia los forzó a
apropiarse, a grandes rasgos, de su modelo de historia.
Desde que fue utilizado por primera vez por Saint-Simon, el tér-
mino "vanguardia" se convirtió en un lema en el ámbito socialista, en
donde justificaría las visiones de una nueva sociedad. En el ámbito
artístico fue el grito de guerra de los refusés, que rompieron con el
arte de salón y ejercitaron su músculo creativo contra las convencio-
nes académicas. En los sueños tempranos de la utopía, los pensadores
sociales y los artistas estaban unidos por los mismos sentimientos, en
los que la renovación del arte se veía también como la promesa de una
renovación social. En la práctica histórica, sin embargo, la armonía
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La historia del arte después del modernismo
entre los dos campos, entre la autonomía del arte y el compromiso so-
cial, terminó en conflictos que aparecerían repetidamente durante la
modernidad. Pronto se reconoció que la historia del arte era distinta
de la historia social o política, por más que se acercaran entre sí.
Finalmente, la vanguardia representaba el arte moderno de for-
ma tan triunfal, que este último parecía sinónimo de la historia de
la vanguardia -y fue exhibido como tal, de modo que el progreso
se registró como un punto de partida hacia nuevos credos artísticos.
Así, hubo irritación cuando, alrededor de 1960, la dirección lineal del
progreso se volvió incierta y el modelo admitido -como si no hu-
biera otra opción- se derrumbó. Al referirse a la "muerte de la van-
guardia", los críticos de arte se consolaban dando un giro completo y
hablando del "mito de la vanguardia", como si esta última hubiera sido
una simple fantasía. Otros, que se resistieron a perder un paradigma
querido, proclamarían la emergencia de una "neovanguardia" o inclu-
so de una "transvanguardia" para salvar la continuidad de la moderni-
dad. Por una extraña media vuelta, habían convertido a la vanguardia
en la tradición más importante, igual que los conservadores se habían
aferrado antes a su propia tradición.
De manera significativa, la crisis de la vanguardia era el fruto de
su éxito. De pronto, incluso el público en general se encontraba espe-
rando una nueva vanguardia, tanto como antes se había resistido a
ella otorgándole la deseada identidad del eterno enemigo. En la mo-
dernidad reciente, la vanguardia a pesar de su gesto amenazante de
revolución, o precisamente por ello, había encontrado una aceptación
pública que la había privado de sus oponentes necesarios. El desea-
do poder del arte sobre la vida al final resultó en su confinamiento
dentro de una escena artística en la que, al igual que en el deporte, el
público general espera aplaudir el último record. Un efecto colateral
no deseado del éxito de la vanguardia fue la apropiación "del arte de la
publicidad", en donde sus ideas creativas se convirtieron en una prác-
tica consistente del diseño. Esto desató una rivalidad con lo que hasta
entonces había sido la vanguardia, hasta que la publicidad de la van-
guardia ya no podía distinguirse de la vanguardia de la publicidad. En
1962 el crítico de arte norteamericano Harold Rosenberg analizaba en
su libro La tradición de lo nuevo la paradoja de exaltar la vanguardia
hasta convertirla en una tradición indiscutida. En una exposición en
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14. Métodos y estrategias
de una disciplina académica
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vida" era derrotado por la "vida" o por sus propias ilusiones. El arte
abstracto floreció en las visiones privadas de los artistas individuales y
en su variante de posguerra se alienó todavía más de la cultura de ma-
sas que los nuevos realistas intentaron contraatacar alrededor de 1960.
Los artistas conceptuales pronto denunciaron la realidad del arte
como una ficción deseada, mientras que los pintores fotorrealistas
atrapaban al mismo espectador con juegos de percepción. En la medi-
da en que el arte está inextricablemente ligado a su entorno siempre
cambiante, desacredita retrospectivamente cualquier "narrativa maes-
tra" que pretenda describirlo como un fenómeno independiente.
Mientras tanto, la disciplina de la historia del arte, para hacer la
autocrítica sobre sus métodos, se refugia en su propia historia y revela
así que ha alcanzado el alejandrismo de una situación cultural tardía.
Para hacernos una idea del estado actual de las cosas, uno debería
inspeccionar las variantes nacionales y rastrear la historia del arte
en países como Inglaterra, en donde la historia del arte no tiene una
tradición académica muy larga, o Estados Unidos, donde hace tiempo
que se liberó de la influencia de los inmigrantes alemanes. Fue allí
donde la disciplina le dio la bienvenida a especialistas de otros cam-
pos gracias al hecho de que, en retrospectiva, sus acercamientos eran
mucho menos canónicos que en Alemania. En Francia, filósofos como
Louis Marin antes de su muerte prematura, y en Italia miembros de la
escuela de Umberto Eco como Ornar Calabrese, enseñaron la historia
del arte desde pensamientos distintos. La "nueva crítica" en Estados
U nidos y la estética de la recepción y la deconstrucción desempeña-
ron también su papel en la práctica académica.
En Estados Unidos, Arthur C. Danto ha reabierto el discurso de la
historia del arte desde la perspectiva filosófica y también se ha unido
a mi argumento sobre el "fin de la historia del arte" (véase cap. 2). En
La historia de la historia del arte, Vernon Hyde Minor examina los
distintos métodos de la disciplina y añade un resumen de la semiótica,
los estudios de género y la deconstrucción, dando la impresión de que
la revisión completa del canon está hecha. Nos enfrentamos a una des-
centralización de las estrategias de la disciplina académica que disuel-
ve y contradice la unidad anterior de objetivos y significados, y que sin
duda puede provocarnos nostalgia cuando recordamos lo que la histo-
ria del arte ha sido y cuán convencida estaba de su propia misión.
184
15. ¿Obra de arte o historia del arte?
CADA VEZ QUE LA EXPLICACIÓN HISTÓRICA DEL ARTE PARECE ESTAR AGOTA-
da como tema por derecho propio, la obra de arte, que por lo menos
tenía una existencia tangible, atraía toda la atención. La obra de arte
tiene su propia e indiscutible realidad y es por ello que nos gustaría
creer que siempre ha sido la primera y mayor preocupación de la
historiografía del arte. Pero la situación se revela muy distinta cuando
inspeccionamos la literatura sobre el arte: en el siglo xvm la forma
preferida de hablar sobre el arte era como un ideal frente al que las
obras individuales sólo servían como ejemplos; en el siglo x1x,la nue-
va preocupación por la "historia del arte" redujo otra vez las obras a
meras pruebas que se insertaban dentro del marco del estilo, eran
testigos útiles de ese proceso de desarrollo. En ambos casos, las obras
se clasificaban detrás de temas más importantes como el "arte" o la
"historia del arte". Fue mucho más tarde, incluso después de la pos-
guerra, cuando el arte contemporáneo ya había empezado a cuestio-
nar el concepto de la obra, que la disciplina situó su credibilidad en el
hecho de que poseía las obras en las que se materializa visiblemente
este tipo de patrón temporal.
La obra de arte representa un unidad particular que requiere un
acercamiento igualmente particular: la interpretación. Ésta no está a
priori ligada a un método específico, pues una obra es accesible desde
diferentes métodos y permite todo tipo de cuestionamientos. El juego
de la interpretación necesita solamente una obra y una persona, el
185
Hans Belting
intérprete, que reclama los mismos derechos que la obra de arte. Una
obra dada tiene que ser entendida y su observador quiere entenderla.
Incluso en el mundo antiguo, los poetas intentaban elaborar respues-
tas adecuadas a las obras de arte visuales argumentando que éstas eran
silenciosas y, por lo tanto, necesitaban de un intérprete que las hiciera
hablar. En ocasiones utilizaban la técnica de la ekphrasis incluso para
comentar obras que no existían tan convincentemente, y las obras
realmente cobraban vida en su descripción ficticia. La reinvención de
la obra en cuestión a favor del intérprete sigue siendo una tentación
hasta hoy: muchas veces estamos listos para hacer que la interpreta-
ción sea convincente procurando lo que es necesario o deseable.
Marce! Duchamp quebrantó la realidad de la obra, en oposición a
la ficción de una historia de los estilos y las ideas a gran escala, al lle-
var a cabo el acto simbólico de convertir los readymades en obras de
arte. No le importaba tanto el aspecto funcional de estos readymades
y que por lo tanto fueran distintos a los objetos "hechos", es decir, a
las creaciones personales. Al contrario, insistía en el reconocimiento
de que el aspecto material de la obra, en tanto objeto fabricado, no era
suficiente para convertirla en obra de arte. Por más sólidamente que
ésta exista, la obra de arte sólo adquiere su condición mediante una
transferencia simbólica. Esta visión supone, además de ironía, cono-
cimiento histórico. Nunca fue la realidad del objeto, sino la idea de
"arte" lo que decidía el asunto; el objeto era el vehículo de la idea
-incluso de la idea de "historia del arte"- que uno quería leer en
él. La ecuación de obra e idea emergió en un momento clave de la
modernidad.
Pero el marco de referencia que representaba la unidad de la obra
de arte no se agota hasta que entra en juego el artista, tradicionalmen-
te el creador o autor de la idea. Un objeto dado era el continente de su
concepto, que a su vez se convertía en una percepción dirigida a una
tercera persona, el espectador. El artista se comunicaba con el espec-
tador exclusivamente por medio de la obra, es por ello que intentaba
que la obra hablara por él o ella. La relación entre el artista y su obra
es tan difícil de definir como la relación entre el arte como idea y la
obra como objeto. El artista aparece como un creador independiente
mientras que la pieza individual, por más terminada y completa que
pueda parecer, siempre forma parte de una serie mayor de obras in-
186
',:
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~· La historia del arte después del modernismo
!V,'
terdependientes. El artista podía incluso estar en contra de su propia
creación simplemente por el hecho de que podía producir otras que
expresarían mejor y más comprehensivamente sus ideas. El interés
central del estudio del arte era por lo tanto estudiar al artista en sus
obras y analizar bajo esta luz su desarrollo personal, de lo que resulta
que para llevar a cabo este proyecto el estudio del arte necesitaba a las
obras como evidencia. La noción de la obra del artista (l'oeuvre) servía
entonces como un término genérico que envolvía las producciones
individuales como un todo.
La constelación de artista, obra y pieza queda manifiesta en una
fotografía del pintor Fernand Léger publicada en el catálogo de la
primera edición de Documenta que sirve a mi argumento (fig. 37).
En tanto autorretrato, la escena parece haber sido preparada por el
mismo Léger, a pesar de que él mismo es el sujeto. Dos grandes pin-
turas suyas llenan el campo visual hasta salirse del marco y así revela
su obra como una unidad incompleta que, en última instancia, sólo
existe en su producción como un todo. La cabeza y los hombros del
artista emergen en una esquina vacía y, así lo parece, en un intervalo
entre las dos pinturas. Con esta puesta en escena, Léger hace refe-
rencia al autorretrato de Nicolas Poussin de 1650 (fig. 38), a quien
admiraba como representante del clasicismo francés. En un texto que
escribió sobre el color, recomendaba que todos los extranjeros debían
de estudiar Francia visitando primero el Louvre en donde estaban
las pinturas de Poussin. En un ensayo de 1945 se refiere a Poussin al
describir el contraste entre "objeto" y "sujeto". Desde su perspectiva,
en el arte moderno el arte, en su lucidez, estaba destinado a triunfar
sobre el sujeto en su sentimentalismo. Llevada más lejos, la relación
entre objeto y sujeto tenía que extenderse a una relación entre la obra
y su creador: éste tenía que darle prioridad a la obra como testigo de
un mundo moderno y objetivo en lugar de utilizarla para su propia
expresión.
Por esta razón, Léger se esconde detrás de unas pinturas en las que
la figura humana ya ha desaparecido o se ha descompuesto, mientras
que Poussin esconde con su propio cuerpo sus obras, que se acumulan
en el fondo en una composición similar. El autorretrato de Poussin es
una obra por derecho propio, mientras que la fotografía de Léger no
lo es. El cambio de soporte permite a la fotografía capturar la realidad
187
37. Fern and Lége r en ~u estudi o alrededor ele 1950. Fotog rafía incluid a en
el catálogo de la exposición Docum enta 1 (Kasse l, 1955), sección 4, il.
3. Muni ch: Preste! Verlag, 1955. © ADAL I', París/soMAA
I', México, 2007.
188
38 . Nicola s Pou ss in , Autorre tra to, ó leo sob re tela, 1650 . Museo dPI Louvre,
Parí s. Fotog raíía © Ot h er Im ages.
189
Hans Belting
190
La historia del arte después del modernismo
sión ejercida inicialmente desde fuera, hasta que fue la escena artís-
tica misma la que socavó el concepto desde dentro. Externamente, la
crisis salió a la luz cuando André Malraux, reutilizando un concepto
temprano de estilo, publicó su Museo imaginario: un museo ficticio
que emplazaba las obras por sus cualidades formales y de acuerdo
con nociones de arte en las que el arte del mundo se había converti-
do en una serie de clichés fotográficos que funcionaban como meras
ilustraciones. El museo real, con su número limitado de obras, cedía
frente a un libro cuyo potencial ilimitado de ilustraciones y textos
desencadena una visión global del arte de todas las épocas y de todas
las culturas. La re-creación literaria junto con la reproducción visual
generaron una nueva experiencia del arte. Una fotografía contempo-
ránea muestra a vista de pájaro el salón de Malraux, en donde, duran-
te la preparación del libro, se extiende sobre el piso un panorama del
arte (aunque no un panorama coherente de la historia) (fig. 39). Geor-
ges Duthuit atacó duramente el concepto de Malraux en una crítica en
i dos volúmenes en 1956, El museo inimaginable, en los que acusaba al
t escritor de reducir las culturas y las obras de arte a una serie de "ficcio-
nes volátiles": "Después de la vida novelada sigue el arte novelado, y
cualquier experiencia directa de la obra en sí es repudiada" a favor de
las bellas ilustraciones y de la imaginación que las ha puesto en juego.
Pero su crítica pronto fue olvidada y en su labor posterior como mi-
nistro de cultura, Malraux tuvo la oportunidad de probar su proyecto
en nuevos y espectaculares eventos. Todavía recuerdo a Wolfgang Fri-
tz Volbach previniendo a los alumnos de leer a Malraux, porque podía
robarles la fe en la historia del arte.
Su libro, que es una especie de sucedáneo de la colección de arte,
presenta una selección de analogías sorprendentes, en las que el "ar-
te puro" busca la mirada del observador liberada por completo de
todas las precondiciones históricas y temáticas -incluso separadas
de la existencia misma de la obra. Aquí, las obras ya no son entidades
en sí ni se refieren a los artistas históricos, más bien re-emergen como
vehículos de la autoexpresión de la humanidad, como especies inmor-
tales que Malraux buscó en sus rastros más distantes e inaccesibles.
Al contrario de las famosas teorías que avanzó Oswald Spengler en su
libro La decadencia de Occidente (1918-1922), quería celebrar la crea-
tividad humana tal y como podía verse reflejada en sus creaciones.
191
39. And ré Ma lrau x, El m useo imog inario, par te 1 (Par ís, 195 1), p. 62. Noc he
de Migue l Ánge l d esc rit a co m o "fr ag m e nt o" e n e l libr o de Ma lrau x.
192
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1 94
40. Jean-Luc Godard, La ronda nocturna de Remb randt , sti/1de la pelicula
Pasión (1983), detalle.
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Londres por los críticos, que exigían una explicación, les puso una
cinta en la que se oían gritos humanos. "Este simple gesto debería
ser suficiente. El público había entendido la intención abstracta." En
otra ocasión, señaló con lacónica ambigüedad: "Mis pinturas son las
cenizas de mi arte." También quería liberar al teatro de la producción
escenificada. El vacío le parecía el último refugio del "Absoluto" y así
inauguró una no-exposición en una galería vacía.
En las mismas líneas, Klein estuvo pronto determinado a transfor-
mar el acto creativo en un evento independiente: el "performance". En
sus Antropometrías de la época azul utilizó, en sus propias palabras,
cuerpos femeninos desnudos como "pinceles vivos" que, sin embargo
no tocó, igual que tampoco puso una sola mano sobre la obra (fig. 41).
Más bien la obra fue producida en presencia de un público invitado y
acompañada por música de cámara, mientras modelos vivas transfe-
rían el "pigmento puro" azul sobre el lienzo con sus propios cuerpos,
bajo la dirección del artista que, vestido a la manera de un conductor
de orquesta, llevaba a cabo el mito de la creación artística. Podemos
preguntarnos si después de tanta reflexión, todavía se puede alcanzar
la inocencia necesaria para crear obras de arte como las que conoce-
mos y si la obra que se produce a sí misma todavía podía seguir el
curso de la historia del arte con éxito. Es dudoso que su posición en
la historia del arte haya estado alguna vez en la mente de los viejos
maestros mientras producían sus mejores obras. Aun así el, estudio
del arte siguió obsesionado con la presencia de las obras y las redes-
cubrió cuando nada provisto de sustancia parecía durar. Incluso la
enigmática metamorfosis por la que Yves Klein alcanzó el gesto utó-
pico del creador-artista-actor, no evitó que sus intérpretes siguieran
hablando de "obras".
La situación puede resumirse como sigue: la historia del arte,
como sabemos, analiza obras que incluyen la representación. Pero
también está relacionada con la autorrepresentación cuando utiliza
un tipo particular de discurso, el discurso de la historia del arte. El
viejo procedimiento de explicar el mundo por medio de la historia
ha sufrido mientras tanto la crisis de la representación. Las dudas
acerca de los derechos exclusivos sobre la explicación también han
infiltrado otras ramas de la investigación. En el caso del arte, las cosas
parecían estar bien siempre y cuando el comentario eligiera un papel
196
1,1
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16. La historia del arte frente a los estudios
de los media
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(
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'
' La historia del arte después del modernismo
'
' cutir el arte contra los medios no artísticos y viceversa. Puede ser,
'
r sin embargo, que el dualismo tópico entre el arte en el absoluto o los
medios de comunicación masiva fuera del mundo del arte, aparezca
f como un obstáculo a la hora de abrir la obra de arte más allá de sus
k fronteras tradicionales. Sin embargo, este dualismo no hace justicia
a los periodos históricos en los que estas fronteras eran mucho más
1
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'
fluidas. Hoy, nuestro mundo se está llenando de imágenes y símbolos
en los que las distinciones entre los medios y la realidad se han vuelto
borrosas, como lo describió Susan Sontag en su libro Sobre la foto-
grafía. También se incita a los artistas contemporáneos a reflexionar
sobre los signos y la ficción de los medios, de la misma la manera en
que antes reaccionaban frente a la experiencia de la naturaleza. Inclu-
so en la modernidad clásica, la producción artística había renunciado
al paradigma de la naturaleza como campo de referencia exclusivo. El
arte contemporáneo continúa por esta línea al analizar las ficciones
de los medios de comunicación, que han creado su propio tipo de
realidad al interferir con nuestra mirada y con el mundo.
Hay un ingenuo reduccionismo en juego cuando los historiado-
res del arte todavía dejan cualquier teoría de los medios en manos
de las tecnologías visuales modernas, como la fotografía, el cine y el
video, al tiempo que se reservan las imágenes históricas como arte
propiamente dicho. Puede concederse que los inicios de la teoría de
los medios han tenido lugar en los estudios sobre cine y otros campos
afines, pero esto no es razón para dejar las cosas como están. Podemos
también añadir que las teorías de los medios actuales hace tiempo que
dejaron de consultar las teorías del arte, e incluso Marshall McLuhan
confesó que debía su inspiración a la crítica de arte cuando escribió
su texto fundamental La novia mecánica. También podemos sentir-
nos inclinados a darle la vuelta a la pregunta, cuando descubrimos la
introducción del discurso del arte en donde quiera que las fronteras
del espectáculo y la información han quedado atrás. Los límites del
arte atraviesan los medios visuales contemporáneos e ignoran así los
reclamos territoriales de varias de las disciplinas académicas en cues-
tión, incluso cuando estas últimas aspiran a que el mundo sea ordena-
do de acuerdo con sus propias preocupaciones.
Se acepta que los estudios de los medios y la historia del arte difie-
ren profundamente en sus intereses. Es por lo tanto impensable que
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Hans Belting
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La historia del arte después del modernismo
!!
necía sólo a la esfera del arte o si servía también en los términos de un
medio público a la sociedad. Este falso argumento que confrontaba
el arte con la sociedad o viceversa, apareció durante el curso de un
\•
desarrollo en el que la disciplina tendió a reclamar todo lo que perte-
necía al pasado por ser arte, al margen de que estos objetos hubieran
/,
i. sido o no creados bajo una noción de arte. Hoy la solución puede ser
un nuevo tipo de iconología (si se me permite usar este término, no
en el sentido de Erwin Panofsky, sino en la manera en que lo utiliza
W. J.T. Mitchell) que integraría el tema del arte en un contexto más
amplio. Este acercamiento también haría justicia a los medios visua-
les en general, se llamen o no arte. Si se acepta esta visión, entonces el
arte podría llamarse histórico y, como tal, considerarse un fenómeno
cambiante de la misma manera que hablamos de la colección de la
historia del arte o de la teoría del arte que no existían entonces. En
mi libro Likeness and presence (Semejanza y presencia) distinguía la
era de la imagen de la era del arte, tal y como sugería en el subtítulo
del libro. Esto significa que la noción de arte después de la antigüedad
se volvió otra vez una fuerza impulsora en la producción de arte del
Renacimiento en adelante. Ya que cualquier discusión de este tipo
todavía está sujeta a las dudas y a la controversia (los medievalistas no
están preocupados por ubicar sus temas dentro de esta perspectiva,
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17. El mito de la modernidad en el espejo
de la historia del arte
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EVERYTHING IS PURGED FROM THIS PAINTING
BUTART, NO IDEASHAVEENTERED
THIS WORK.
.p. John Balde,sari. tela en blanco con el ep 1grafp "Todo '>l' ha purgado de
esta pint ura meno, el arte , ninguna idl'a ha entrado en P'>ta obra", acri
lico ,ob re tela, 1966 1968. Sonnabrnd G,dlery, Nueva York. © John
Baldessa ri/ John Balclessari Studio.
2. 12
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18. ¿Posmodernismo o post-historia?
t:
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Hans RPitiny
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La historia del arte después del modernismo
artistas a crear el contexto del arte más que arte en el sentido tradicio-
nal. La instalación inauguró un espacio en el que los espectadores se
volvían activos. Las instalaciones son efímeras por definición y, como
tales, sólo sobreviven en los libros que registran los eventos pasados en
lugar de describir la historia del arte como una lógica que se manifiesta
en la evidencia de los objetos que quedan, tal y como se hacía antes.
En su libro The Anxious Object (El objeto ansioso) de 1964, Harold
Rosenberg describe la "estética de la impermanencia" y discute sobre
la temporalidad del arte tal y como se materializa en los objetos tran-
sitorios. "La obra de arte de corta vida, tal y como la dramatizó Tin-
guely en su escultura autodestructiva, escenifica el arte como evento."
Y otra vez, "la estética de la impermanencia convirtió la obra de arte
en un intervalo en la vida del artista y también en la del espectador".
Rosenberg todavía estaba bajo el hechizo del espectáculo que Jean
Tinguely montó el 17 de marzo de 1960 en el jardín de esculturas del
MOMA de Nueva York (fig. 43). Una fantástica parodia de una máquina
217
41- )t>anTinguely, Homena¡e a Nueva York, 17 de marzo de 1960. Museo
de Arte Moderno , Nueva York.© AllAC,I', Paris/~oMAAI',México , 2007.
2 18
J
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l su momento en la historia.
Ya en 1962 en su ensayo "La obra abierta", Umberto Eco descri-
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¡ La historia del arte después del modernismo
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44. An,w y l'atri cls Poin •,, La mu erte del [¡igwJ/e Encl..lodes,e nsa mblaje ,
1983. Bienal ele Venecia, 198+ © ADAC,1', l'arí s/',o~lAAI' , M ex ico, 2007.
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19. Prospero's Books
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45. Pe ter Gree naw ay, /onu s, 1992. Ca ja de pin tu ra d e a lta de fini c ión e lec -
tr ó ni ca e n )apón . Mot iu s ele los Ja rdin es Bobo li Fa trn an Turtl e Tax i.
Co rt esía d e Pe te r Gree n away / Pe ter Greenaway Eve nt ~.
230
Lo historia del arte clespues del moclernis111
0
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Jluns Belting
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46. John Gielgud , toma fija de la pcl1cula de Pcter Grecnaway. Tomada de
Petcr Greenaway, Prospero's Buo/..s: /\ Film of 5/wk espeore's The Tem
pest, Nueva York: Four Walls Eight Wind ows, 199 1, p. 119. Cortesía de
Peter Greenaway/ Peter Greenaway Event~.
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20. Marco Polo y otras culturas
pero sus implicaciones para el tema de este libro van a quedar inme-
diatamente claras. La coexistencia del arte no-occidental en la escena
artística contemporánea ha alcanzado una gran importancia en las
últimas dos décadas, como puede verse en las nuevas bienales que
emergen en todo el mundo. Así, la historia del arte, en su aplicación
más reciente, ya no puede obviar esta situación. Por otro lado, no es
suficiente más atención, ya que se necesita un discurso atrayente para
lidiar con este fenómeno. Es obvio que no tenemos a la mano un dis-
curso que integre el nuevo tema y no puede ser inventado a voluntad,
ya que la historia del arte, a la que uno podría llamar un artefacto
peculiar del pensamiento, se ha desarrollado durante un largo periodo
de tiempo y dentro de tradiciones propias. Puede bastar con estable-
cer esta embarazosa constelación y así confrontar la historia del arte
con el tiempo presente, esto es, con su nueva situación en el mundo.
La relevancia de este tema será resaltada en el contexto del pri-
mitivismo. Fue en 1984 que William Rubio, en su famosa exposición
Primitivismo y el arte del siglo xx, concentró por última vez el tema de
la "influencia" del llamado primitivismo en la modernidad temprana.
Cinco años después, Jean-Hubert Martín presentaba por primera vez
el nuevo panorama del arte contemporáneo occidental y no-occiden-
tal en sus dos exposiciones en París en 1989. Las tituló Mágiciens de
la terre (Magos de la tierra), y sólo ofrecía de cada artista el nombre, el
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La historia del arte después del modernismo
CENTRO Y PERIFERIA
En la novela de !talo Calvino Las ciudades invisibles, el viaje-
ro veneciano Marco Polo conversa con el gobernante mongol en los
jardines imperiales de China, siempre rondando la cuestión de cómo
describir el mundo, o más precisamente, las ciudades del vasto im-
perio mo'ngol por las que Marco Polo ha pasado. Finalmente, "Kublai
Khan se dio cuenta de que las ciudades de Marco Polo se parecían to-
das" y de hecho, eran prácticamente intercambiables. Sólo más tarde
conoció la razón de esa similitud. Marco Polo nunca nombraba la ciu-
dad que tenía siempre en mente, pero confesó libremente cuando se
le preguntó: "cada vez que describo una ciudad para ti estoy hablando
de Venecia".
Cuando el Marco Polo histórico escribió sus Viajes escribía para
Venecia, no sobre ella. Quería dar la impresión a sus lectores de que
estaba describiendo un mundo que no conocían ni podían concebir.
Pero el exotismo, que ya era popular en la Edad Media, era simplemen-
te el otro lado de la misma moneda. Lo exótico, como lo completa-
mente ajeno, hacía posible que desde Venecia todo pareciera distinto.
La relación entre centro y periferia, tan discutida hoy, ha cambiado
muy poco desde entonces, a pesar de toda nuestra experiencia con
el colonialismo y el postcolonialismo. Hoy podemos viajar alrededor
del mundo a la velocidad de la luz e invocar tierras distantes des-
de nuestros hogares con sólo apretar un botón. Pero ¿significa esto
que entendemos mejor el mundo?, ¿o es que la "autopista electrónica"
sobre la que Nam June Paik, el Marco Polo moderno, habla con tan-
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creada escena artística era el refugio para un arte que acababa de per-
der su anterior contexto. Ofrecía un sustituto para el viejo contexto,
en el que el arte todavía tenía una función viva. Las iglesias y los cas-
tillos se convirtieron en museos. Una pizca de conciencia histórica re-
lativiza así rápidamente la antítesis tópica que divide a Occidente del
resto del mundo. La escena artística de hoy no era en esa época sino
el producto de la secularización que ahora ya ha alcanzado a muchas
otras culturas. Los objetos que encuentran su lugar en los museos ya
están alienados de su contexto original, igual que, por el contrario,
una cultura extinta sólo puede ser recolectada en un museo de objetos
o en una literatura descriptiva-a menos de que sea perpetuada en el
ritual (compensatorio} de la llamada recreación artística, que siempre
supone una especie de epílogo de una cultura. Esto caracteriza a nues-
tra propia era moderna, que se embarcó tanto en la rememoración de
su pasado, como tendió a librarse de dichas preocupaciones, desarro-
llando así una visión distante alejada de su propia cultura, su religión
y sus mitos.
Pero en Occidente estamos lidiando con un proceso que tardó si-
glos en agotarse. Esto significa que la modernidad occidental, exten-
dida a lo largo y ancho del mundo por el colonialismo, difícilmente
puede ser una solución prefabricada para otras culturas. Si tomamos
esta idea seriamente, nos vemos obligados a llegar a la conclusión
utópica de que las otras culturas deberían producir su propia moder-
nidad y avanzar una opción cultural compatible con la secularización,
en lugar de su símil occidental. Sólo entonces podrían crear un nuevo
contexto para sus propias tradiciones y andar por su propio camino
hacia la modernidad. Pero carecen de las estructuras sociales y econó-
micas para hacer esto (y a veces hasta de su propia herencia cultural,
que en su aspecto material ha sido anexada desde hace tiempo por
Occidente). La sombra de Occidente, de la que por el momento no
es posible escapar, se cierne sobre ellos. Ya que no se vislumbra una
solución fácil para esta parte del mundo, Occidente se queda con la
paradójica responsabilidad sobre una serie de eventos que no debe-
ríamos y no podemos controlar. Del mismo modo, la modernización,
por más que sea recibida por los "otros" con gratitud como una herra-
mienta para su desarrollo, hasta ahora no ha sido sino colonialismo
disfrazado de cultura.
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La historia del arte después del modernismo
MODERNIDAD Y PRIMITIVISMO
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greso utópico a las raíces. Así, el joven Picasso y sus amigos quisieron
reinventar el arte moderno introduciendo precisamente máscaras del
arte tribal. Y fueron los artistas los que, desafiando a los etnólogos,
declararon estos artefactos como el único arte "auténtico". Hoy, hace
mucho que hemos aceptado esos intentos tempranos por integrar la
producción pictórica de las culturas primitivas en el vocabulario del
arte moderno.
Porque se enamoró de su propia nostalgia, la modernidad occi-
dental se apropió de lo que no era suyo. Tuvo que elegir entre dos
visiones irreconciliables: o bien clasificar el arte no occidental como
material étnico o, al contrario, estetizarlo para insertarlo sin fisuras en
el concepto occidental c\e arte. O el arte era idéntico al arte occidental
o servía como una evidencia bienvenida de la creatividad humana, en
el sentido en el que André Malraux soñaba con un arte mundial pur-
gado de todo contenido y, como tal, asequible a todas las comparacio-
nes. La conexión entre las dos opciones se explica sola. El respectivo
concepto de arte está inventado por la modernidad, lo mismo que
el concepto etnológico que distinguimos del arte. Igualmente moder-
na es la duda sobre si hemos inventado una cultura nueva y mejor o
si hemos perdido toda la cultura: en nuestro caso, si hemos liberado al
arte para que sea lo que quiera ser o si el arte puede a partir de ahora
encontrarse sólo en otro lado, en el paraíso de una cultura pura. Los
conceptos de arte moderno y arte primitivo están así íntimamente
relacionados por su misma antítesis.
NUEVAS FRONTERAS
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Dos ESCENARIOS
Nuestras especulaciones sobre el arte en otras partes del mun-
do están guiadas por experiencias limitadas a la escena artística occi-
dental. Después de todo, los "otros" son otros porque piensan distinto
sobre las mismas cosas, en nuestro caso, sobre el arte. La escena ar-
tística occidental es como un escenario dominado por el mercado del
arte. Este escenario es muy diferente en países como Marruecos o
Siria, en donde el arte no tiene instituciones ni suficiente privilegio ni
puede depender de un público que tenga un nivel de respuesta míni-
mo. Las nuevas bienales pretenden profesionalizar e institucionalizar
el arte local, pero siguen estando lejos de crear una escena artística
global que, cuando tenga éxito, pueda transformar también la escena
occidental. Por un lado está el mercado del arte en Occidente, podero-
so pero susceptible a la crisis, y dentro del cual los nombres estableci-
dos emergen y caen como los índices de la bolsa. Aquí la "posición de
la historia y de la historia del arte" de una obra a veces importa más
que el incierto tema de la calidad, este tipo de posición es en efecto
lo que llamamos historia del arte. El contenido es usualmente menos
relevante a menos que le añada aura al perfil profesional que se le da
a una obra dada. Dejando atrás las consideraciones estéticas en un
sentido general, el puro profesionalismo es decidido por una escena
internacional dominada por la jerarquía de nombres y precios. Aquí,
cualquier cosa de más que se le otorgue al arte no occidental cae bajo
sospecha, porque pone en peligro el tipo de cambio prevaleciente.
El pluralismo pide una cierta dosis de buena voluntad o le concede
a algún arte el encanto de la ingenuidad, una cualidad que aprecian
sobre todo los pequeños inversores. Aunque podemos celebrar el uni-
versalismo, secretamente preferimos mantenerlo bajo control, esto es,
bajo nuestro control.
Y luego está el otro escenario que sólo permite especulaciones
preliminares. El arte es una nueva experiencia en otras culturas y
debe todavía establecer sus propias exigencias. Está siendo expuesto
a preguntas y respuestas sobre temas públicos y privados que son
relevantes en un lugar en particular. En los países subdesarrollados, el
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Hans Belting
246
Bibliografía
Los epílogos aparecen cuando hablamos del "fin", como en el "fin del
arte" o "el fin de la vanguardia" o en construcciones que comienzan con el
prefijo "post"; pero también desempeñan un papel en los títulos de libros
como On the Museum's Ruins, como lo formuló Douglas Crimp (1993); véase
el capítulo 11. Sobre el "fin de la vanguardia", véase el capítulo 13; sobre el "fin
de la historia", el capítulo 18. Heinrich Klotz y Charles Jencks promovieron el
concepto de posmodernidad en el debate sobre la arquitectura en los años se·
tenta. En el contexto del arte, el concepto de la era post·fotográfica ya aparece
como subtítulo del estudio de W. J. T. Mitchell sobre los medios electrónicos
The Reconfigured Eye (Cambridge, Mass., 1992). El término "post·humano"
parecía un mal presagio en el lema del nuevo movimiento artístico exhibido
en 1993 por J. Deitsch en la Deichtorhallen de Hamburgo. El ensayo de Ben·
jamin, "Das Kunstwerk in Zeitalter seiner technischen Reproduzierbarkeit",
primera y tercera versiones, en Walter Benjamin, Gesamelte Schriften (Frank·
furt am Main, 1991), vol. 12, pp. 413 ss.; Hans Sedlmayr, Verlust der Mitte: Die
bildende Kunst des 19. und 20. Jahrhunderts als Symbol der Zeit (Salzburgo,
1948). Sobre el simbolismo del cuerpo en la obra de Gary Hill, véase la in·
stalación Inasmuch as it is Always Already Taking Place ( 1990 ); capítulo 10.
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Sobre Rusia, véase Boris Grays en conversación con Ilya Kabakov, "Rus-
sland and dem Buckel", en Parkett, núm. 34 ( 1992): pp. 30 ss.; Ilya Kabakov
y Boris Grays, Die Kunst des Fliehens: Dialogue über Angst, das heilige Weiss
und den sowjetischen Müll (Munich y Viena, 1991). Sobre los rusos en Nue-
va York, véase por ejemplo, Alexander Kosolapov, catálogo de exposición
(Nueva York, 1990). Sobre V. Komar y A. Melamid, véase por ejemplo Europa,
Europa, vol. 1, pp. 270 ss., y vol. 4, pp. 67, con biografías y literatura. Duran-
te mucho tiempo la Colección Costakis fue la única fuente de información
sobre la vanguardia rusa en Occidente, véase Russische Avangarde aus der
Sammlung Costakis, catálogo de exposición (Munich, 1984). Sobre la vanguar-
dia rusa en el Berlín de los años veinte, véase Fritz Mierau, Russen in Berlín,
1918-1933: Eine kulturelle Begegnung (Weinheim y Berlín, 1988).
W. A. L. Beeren, Wanderlieder, catálogo de exposición (Amsterdam, 1991),
incluye el texto de Heiner Müller "Stirb schneller, Europa", pp. So ss.; cf. tam-
bién F.A. Hetting, "Wanderlieder", en Kunstforum (1992) con una fotografía
del mural de Jon Grigorescu titulado Recommandation pour Colonia.
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A. Danta, After the End of Art: Contemporary Art in the Pale of His-
tory (Princeton, 1997), pp. 14 ss. [esp. Después del fin del arte: la historia del
arte y el linde de la historia (Barcelona, 2001) ]; cf. The Transfiguration of the
Commonplace (Harvard, 1981 ), pp. 6 ss.; y Beyond the Brillo Box (Nueva York,
1992), pp. 5 SS.
Hervé Fischer, L'histoire de l'art est terminée (París, 1978). Sobre la obra de
Guttuso, cf. Guttuso: Das Gasmahl, catálogo de exposición (Frankfurt am Main,
1974), ilustración 3 (Conversation with the Painters, 1973). Sobre Guttuso, véa-
se Guttuso. Opere dal 1931 al 1981, catálogo de exposición (Venecia, 1982).
Sobre el dibujo de Richard Hamilton, Picasso's Meninas, Study III ( 1973;
56 x 76 cm; en la colección de R. Donagh, North End), cf. el catálogo de la ex-
posición Nachbilderde G. Ahrens y K. Sello (Hannover, 1979), ilustración en la
p. 205; y Richard Hamilton: A Complete Catalogue of Graphic Works, 1939-83
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(Nueva York, 1964), pp. 25 ss. ("Past and Possibility"); ídem, The Re-Definition
of Art: Action Art to Pop to Earthworks (Nueva York, 1972), pp. 212 ss. ("D.
M.Z. Vanguardism"); Christopher Finch, "On the Absence of an Avant-Garde",
en Art Studies for an Editor: Twenty-five Essays in Memory of M. S. Fox (Nueva
York, 1975), pp. 168 ss.: Eduard Beaucamp, Das Dilemma der Avantgarde:
Aufstitze zur bildenden Kunst (Frankfurt am Main, 1976); T. W. Gaethgens,
"Wo ist die Avantgarde?", Kunstchronik, núm. 30 ( 1977), pp. 472 ss.; S. N. Had-
jinikolau, "L'ideologie de l'avantgardisme", Histoire et Critique des Arts (julio
de 1978); véase también el número especial "Fine delle Avanguardie?" de la
publicación periódica Ulisse, vol. 32, núm. 4 (1978); K. Honneg, "Abschied
von der Avantgarde", Kunstforum, núm. 40 (1980), pp. 86 ss.; finalmente
Achile Bonito Oliva, Tra Avanguardia e Transavanguardia (Milán, 1981). En-
tre las publicaciones subsecuentes se incluye Jean Clair, Considérations sur
l'état des Beaux Art: Critique de la modemité, (París, 1983); Suzi Gablik, Has
Modernism Failed? (Londres, 1984); Diana Crane, The Transformation of the
Avant-Garde: The New York Art World 1940-1945 (Chicago, 1987); Andrew
Benjamín, Art, Mimesis and the Avant-Garde: Aspects of a Philosophy of Dif
ference (London, 1991).
El punto clave de la discusión está marcado por Soby y Rosenberg: James
T. Soby, Modem Art and the New Past (Oklahoma, 1957), describe el signifi-
cado de la tradición para el modernismo, mientras que Harold Rosenberg en
The Tradition of the New (Londres, 1962), ataca la aceptación de la noción de
modernidad como una nueva tradición.
Sobre la discusión del estilo en la crítica del arte, véase Werner Hager
y Norbert Knopp, eds., Beitrtige zum Problem des Stilpluralismus (Munich,
1977). Sobre la fascinación con el estilo en la modernidad temprana, cf. el
éxito de la tesis doctoral de W. Worringer, "Abstraktion und Einfühlung: Ein
Beitrag zur Stilpsychologie" ( 1908) [esp. Abstracción y naturaleza (México,
1953)]. Cf. también M. Schapiro, "Style", en H. Kroeber, ed., Anthropology To-
day: An Encyclopedic lnventory (Chicago, 1953), pp. 287 ss.; Jan Bialostocki, Stil
und Ikonographie: Studien zur Kunstwissenschaft (Dresde, 1978) [esp. Estilo
y naturaleza: contribución a una ciencia de las artes (Barcelona, 1973)]; J.
Adolf Schmoll gen. Eisenwerth, Epochengrenzen und Kontinuittit: Studien zur
Kunstgeschichte (Munich, 1985); Friederich Mobius y Helga Sciurie, eds., Stil
und Epoche: Periodisierungsfragen (Dresde, 1989).
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(1931), reeditado en ídem, Kunst und Warheit, 2" edición (Mittenwald, 1978),
107. El tema desde entonces ha sido tratado comprehensivamente por Oskar
Batschmann, Einführung in die kunstgeschichtliche Hermeneutik, 3ª ed. ( 1984;
Darmstadt, 1988).
La psicología del arte tuvo sus inicios optimistas en el texto de Ernst
Kris Psychoanalytic Explorations in Art (Nueva York, 1952); y Rudolf Arn-
heim, Kunst und Sehen (Berlín, 1965) [esp. Arte y percepción visual (México,
1999)]. Se puede encontrar un estudio contemporáneo en Rosalind E. Krauss,
The Optical Unconscious (Cambridge, Mass., 1993) [esp. El inconsciente óptico
(Madrid, 1997)], donde aventura algunas tesis sobre el arte moderno. Entre
las obras de Ernst H. Gombrich, véase especialmente Art and Illusion: A Study
of Pictorial Representation (Princeton, 1960) [esp. Arte e ilusión (Barcelona,
1982)]; sus otros escritos no se relacionan directamente con este tema.
La relación de las artes visuales no puede igualarse con el realismo al uso.
Para una definición socio-histórica de la realidad, véase Peter L. Berger y Tho-
mas Luckmann, The Social Construction of Reality: Treatise in the Sociology
of Knowledge (Nueva York, 1967). El debate sobre el realismo se puede encon-
trar en Reinhold Grimm y Jost Hermand, eds., Realismustheorie in Literatur,
Malerei, Musik und Politik (Stuttgart, 1975). Para acercamientos a la sociología
)
del arte moderno, véase Albert Gehlen, Zeitbilder, 3• edición (Frankfurt am
Main, 1960); y Peter Gay, Art and Act: On Causes in History - Manet, Gropius,
Mondrian (Nueva York, 1976). La situación del siglo x1x es abordada desde
una perspectiva totalmente diferente por Barbara Novak, Nature and Culture:
American Landscape and Painting, 1825-1875 (Londres, 1980); T. Clark, The
Painting of Modern Lije: Paris in the Art of Manet and his Followers (Prince-
teon, 1984); Michael Fried, Courbet's Realism (Chicago, 1990).
Arnold Hauser, The Social History of Art and Literature, Vol. 1 (Nueva
York, 1951) [esp. Historia social de la literatura y el arte (Barcelona, 1988)];
cf. también Frederick Anta!, Florentine Painting and its Social Background
(Londres 1947); Francis Haskell, Patrons and Painters: A Study in the Relations
Between Italian Art and Society in the Age of the Baroque (Oxford, 1963); E.
Castelnuovo, Arte, industria, rivoluzioni: Temi di storia socia/e del/'arte (Turín,
1985) [esp. Arte, industria y revolución: temas de historia social del arte (Bar-
celona, 1988)]; Jutta Hereld y Norbert Schneider, Sozialgeschichte der Malerei
vom Spdtmittelalter bis ins 20. fahrhundert (Colonia, 1993). Sobre la historia
de la recepción, véase Wolfgang Kemp, Der Anteil des Betrachters (Munich,
1983) e ídem, ed., Der Betrachter ist im Bild (Colonia, 1985). El tema se hizo
popular en los estudios de literatura alemana con el texto de Hans R. Jauss Li-
teraturgeschichte als Provokation (Frankfurt am Main, 1970) [esp. La historia
de la literatura como provocación (Barcelona, 2000)].
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tory of the World in 10 1/2 Chapters (Nueva York y Londres, 1989) [esp. Una
historia del mundo en diez capítulos y medio (Barcelona, 1991)], passim.
Sobre la película Passion de Jean-Luc Godard (1982), véase sus escritos en
f. L. Godard par f. L. C., ed. de A. Bergala en Cahiers du Cinéma ( 1985), pp. 484
ss.; Jean-Louis Leutrat, Des traces qui nous ressemblent (París, 1990); Joachim
Paech, Passion, oder, Die Einbildung des Jean-Luc Godard, Cinematograph, vol.
6 (Frankfurt am Main, 1989).
La película de Jean Rivette La Bel/e Noiseuse (1991) está basada en la
novela de 1831 de Honoré de Balzac Le Chef-d'oeuvre inconnu. Sobre Yves
Klein, véase Krahmer (capítulo 6) y también el catálogo de la retrospectiva de
1983 en el Centro Georges Pompidou con textos en las pp. 189 ss. y"Quelques
extraits de mon journal en 1957'' en el catálogo Art et Création [París], núm.
1 ( 1968).
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1984). Sobre la post-historia, cf. Gehlen, Zeitbilder, 1986, ídem, "Ende der Ge-
schichte?" en ídem, Einblicke (Frankfurt am Main, 1975), pp. 115 ss.; Wolf Lep-
enies, Melancholie und Gesellschaft (Frankfurt am Main, 1969); H. Lefevre, La
fin de f'histoire. Epilogomenes (París, 1970); Lutz Niethammer, Posthistoire: Jst
die Geschichte zu Ende? (Reinbek, 1989); Wolf Lepenies, Aufstieg und Fa// der
lntellektuellen in Europa (Frankfurt am Main, 1992), pp. 73 ss. También hay
que recordar los puntos de vista de artistas como Donald Judd (véase arriba)
y H. Fischer (véase el capítulo 12).
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