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Sánchez Leal Yhadran Michel

El problema del movimiento. Heráclito, Parménides y los pluralistas

Los filósofos griegos

William K.C. Guthrie

La totalidad del capítulo II aborda la temática de la concepción de movimiento


de la que disponía cada filósofo pre-socrático. Hablar de movimiento en la
antigüedad, significa hablar del principio fundamental común que constituía a la
realidad, en otras palabras, significa hablar del arjé en la physis, pero en la physis
en tanto physis, o sea, en su sentido primitivo, en tanto naturaleza y no en tanto
física.

El primer filósofo que aborda Guthrie es a Heráclito. Heráclito proponía como


arjé en la naturaleza el fuego. Pensaba que el fuego jugaba el papel de generar una
destrucción en la naturaleza, esto es, de corromperla, de cambiarla desde la matriz.
Para “El oscuro” todo está en movimiento y no puedo no estarlo, ya que todo en la
naturaleza está en constante pugna entre los contrarios, por lo tanto, cuesta admitir
y creer que la realidad se mantiene en el mismo estatus quo. Si todo en la naturaleza
es una lucha de contrarios, entonces, significa que la naturaleza se desarrolla
dialécticamente, y que el tiempo siempre esta sucediendo. El logos en Heráclito es,
básicamente, aquello que brinda estabilidad al devenir: a aquella lucha de contrarios
que se ejecuta en la realidad, a la guerra misma de la existencia: guía el desarrollo
del cambio.

El segundo filósofo que trabaja es Parménides. Parménides proponía como


arjé el Ser. El nivel de abstracción que realiza Parménides es fabuloso. Y es tan
fabuloso que a partir de su planteamiento filosófico, va a dar formalmente apertura
a lo que, en las filosofías posteriores a él, se va a conocer bajo el nombre de
ontología.

Parménides parte de una premisa muy sencilla: “Las cosas son o las cosas
no son”. Como antagónico de Heráclito, Parménides sostiene que es imposible el
movimiento, ya que si las cosas cambian, según la tesis heracliteana del
movimiento, entonces, la cosa como tal, pasa del ser al no-ser, o sea, pasa de ser
una cosa, un ente, etc., a ser otra totalmente diferente. Sin embargo, en ese proceso
del ser al no-ser, Parménides divisa una falencia: que es que el ser no puedo no-
ser, esto es, que no puede el ser pasar a no-ser, ya que el no-ser no es, y como no
es, entonces es imposible que el ser cambie, mute, en ese proceso del no-ser, en
ese proceso hacia la nada, ergo, el ser es lo único que existe y es imposible la
posibilidad de un movimiento. El movimiento hace ese tránsito del ser a la nada,
pero como la nada no-es, entonces el ser no puede no-ser, ya que el no-ser no es.

El siguiente al que hace el tratamiento es Empédocles. Para Empédocles el


arjé son los 4 elementos, agua, tierra, fuego y aire, que se unen o desunen por dos
fuerzas que rigen la realidad: el amor y el odio. Por un lado, el amor, para
Empédocles, une a los 4 elementos y se crea así una armonidad –similar a la de los
pitagóricos-, en los cuerpos. Por otro lado, el odio, desune a los 4 elementos que se
encontraban en armonía, y genera con ello un caos o una lucha en el mundo. Por
ello, es sencillo conjeturar que para Empédocles no hay dioses, sino que todo lo
que hay en la naturaleza, se debe única y exclusivamente a la unión de los 4
elementos.

Con Anaxágoras se trata la dicotomía materia-espíritu. Para él, el espíritu es


aquella entidad que gobierna el orden que se impone sobre la materia. Según
Anaxágoras el espíritu juega el papel de regulador de la materia desordenada.

Por último, se aborda la cuestión la teoría atómica. Particularmente liderada


por Demócrito. Demócrito creí que, a diferencia de Heráclito, Empédocles o
Anaxágoras, la materia estaba constituida por pequeñas partículas indivisibles e
incapaces de ser percibidas por los sentidos. A estas pequeñas partículas difíciles
de apreciar a simple vista, la teoría atómica antigua las denomino bajo el nombre
de átomos.

Demócrito creía que estas pequeñas partículas, además de su imposibilidad de ser


percibidas por los sentidos, eran sólidas, duras e indestructibles, que se unían, en
un vacío, para formar la materialidad de la realidad.

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