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¿hombres o individuos?

Para cualquier totalitarismo, el individuo, sea o no judío, deber ser aniquilado (…)
Esta aniquilación del individuo es la del ser humano mismo, al que nadie ha visto
jamás existir bajo otra forma que la individual. (Revel 117)

Novela con dictador


Puros hombres encaja en la categoría de ‘Novela con dictador de la primera mitad
del S. XX’: su mirada está más dirigida hacia la recreación del ambiente social que hacia la
representación del dictador (Titei 69). De hecho, el dictador es una presencia invisible, del
cual no se tiene noticias directas, pero de quien se sabe es el motor central del país en
cuestión, el regidor de la nación y de la misma cárcel que contiene a los personajes de la
novela.
Los personajes no son especialmente memorables; es decir, se sabe bastante poco
de todos ellos. A pesar de tener asidero en la realidad, en las experiencias del mismo
Antonio Arraiz y de sus contemporáneos1; los presos de Puros hombres se entremezclan,
aparecen y desaparecen, entre retazos de historias, tan efímeras y aisladas como una folía
(cantada por los negros Cornelio y Julio), un corro llanero (a cargo de Zoilo), o un cuento
de tío Tigre y tío Conejo (cortesía del viejo Gaspar). Despuntan Gonzalo Ibarra, quien
sostiene el hilo del relato durante la segunda mitad del libro, y Matías, quien introduce al
lector en ese “mundo singular, que probablemente desconocía” (Arraiz 25).
Pero en líneas generales, los personajes y sus pequeños relatos se van tejiendo de
forma homogénea, resaltando la vida carcelaria antes que a los encarcelados. Se podrían
reiterar los comentarios de Alina Titei (en relación al Señor Presidente de Miguel Ángel
Asturias):

Asturias nos coloca de este modo ante una serie de cuadros-mosaico que
recomponen el espectáculo con acompañamiento grotesco de la humanidad
descarnada: la miseria abrumadora de los oprimidos (74)

Puros hombres es una serie de cuadros-mosaico. Su espectáculo es, si no grotesco, al


menos ‘brutal’ (como su autor lo ha expresado). Su estampa es la miseria abrumadora de
los oprimidos.

1
Es imposible no establecer conexiones con las Memorias de un venezolano de la decadencia de Jose Rafael
Pocaterra, donde hacen referencia a un tal ‘Quejas del alma’, por ejemplo (283).
Dominación total
Y ese es, probablemente, uno de los mayores aciertos de esta novela: transmitir la
igualación de los reos (y del individuo en general) como sistema de dominación total;
representar en el presidio el peso del poder del Tirano, que domina todas las instancias de
la vida. El régimen que somete a todos estos personajes asume que “en una población
dominada sobrevive una sola voluntad” (Arendt 416). Por esa razón, el bachiller Ibarra,
quien amenaza con romper la homogénea inactividad de los presos, quien interrumpe el
masificado desdén que demuestran con relación a su propio cuidado e higiene, debe morir
en un infructuoso plan de huida: “Algún día su espíritu descenderá sobre esta pobre gente”
(Arraiz 320).
¿Cómo no pensar en nociones como ‘proletariado’, ‘lumpen’, ‘populacho’, y
‘masa’, ante esta novela y frente a esa frase final? En Puros hombres hay representantes de
todas esas variadas nociones, pero sobretodo, se capta la capacidad de un régimen
totalitario para igualar, masificar y aplastar a toda la población. El miedo, a la porra de
Matías, a la tortura, y a la muerte (al negro Amargura), es el grillo más pesado de todos:

El miedo siempre guarda relación con el aislamiento ―que puede ser, bien su
resultado, bien su origen― y con las experiencias concomitantes de impotencia y
desamparo. (Arendt 414)

El miedo puede nacer del aislamiento pero también puede ser su causa, de modo que tanto
los ciudadanos libres como los presos son sometidos por el mismo yugo. Hannah Arendt lo
lleva a otro extremo:

No es sorprendente que algunos tiranos conociesen el terrorífico uso que puede


hacerse de la inclinación humana a olvidar y del horror humano a ser olvidado (…)
las prisiones recibían con frecuencia el nombre de “lugares del olvido” (415)

Rumores
¿Qué sobrevive a esa maquinaria de dominación? Lo más coloquial, lo más llano:
la anécdota (la de Raúl Silva y su Berenice), el chiste (del niño que quería comer agua con
jabón), y los rumores (del coronel Faustino). Los rumores nutren la vida del preso, dentro y
fuera de la cárcel. Si los rumores son naturales de la condición humana, el miedo los
acrecienta o los eleva a una posición más preponderante. Los rumores combaten y
alimentan la impotencia y el desamparo.
Esos rumores, que terminan formando parte de la propaganda totalitaria, que
replican el discurso dominante, son parte de la retórica de la tiranía. Basta remitirse a un
ejemplo clásico: el Macbeth de William Shakespeare, tal vez la mejor representación
teatral de un tirano2. Es curioso cómo este guion teatral hace uso de las conversaciones de
camino, entre gente común, para evidenciar la situación del reino. Tras la muerte del rey
Duncan, las escenas de los personajes principales del drama, son intercaladas con escenas
aisladas, interpretadas por personajes secundarios (en su mayoría) que dan fe de los
acontecimientos del régimen del tirano Macbeth, desde la perspectiva de sus súbditos3. Así
nos enteramos de las supersticiones que rodean la figura del tirano, las atrocidades que
comete y la traición popular de la que será víctima.
De la misma forma, los presos de Antonio Arraiz despliegan una madeja de
rumores, creencias y anécdotas (reales y ficticias) que sostiene la psicología del presidiario,
del sometido, del oprimido.
Tal parece que ese es el único espacio que les queda ante la presión igualadora de la
tiranía. Si, como dice Hannah Arendt, la ley delimita nuestra vida y en consecuencia
delimita nuestros espacios de acción libre; si el terror derrumba los límites que establece
esa ley, para fundirnos unos con los otros como un solo hombre y así desaparecer nuestros
espacios de acción (412); entonces el rumor que pervive en esos intersticios, ¿qué viene a
ser? ¿Una extensión de la propaganda y el terror? Es, al menos en parte, una evidencia más
del miedo igualador y aplastante.
Sin embargo, Antonio Arraiz lo acompaña de otros registros narrativos: las
historias y las músicas populares que viven en sus personajes, un resabio de la cultura
popular, un pequeño refugio de alma. Ese ‘capital’, tal parece, también sobrevive.

2
Esta cita de Hannah Arendt es suficiente para explicar la tragedia del Señor de Glamis y de Cawdor, que
pronto fue Rey: “El miedo en la tiranía no es sólo el de los súbditos respecto del Tirano, sino así mismo el
miedo del Tirano respecto de sus súbditos.” (Arendt 399).
3
Las escenas en cuestión son: Escena IV, Acto II; Escena VI, Acto III; Escena II, Acto V.
Bibliografía:
Arendt, Hannah. Ensayos de comprensión 1930-1954. Madrid: Caparrós Editores, 2005
Arraiz, Antonio. Puros hombres. Caracas: Monte Ávila Editores, 1990
Shakespeare, William. Macbeth. USA: Washington Square Press, 1959
Pocaterra, José Rafael. Memorias de un venezolano de la decadencia. Caracas: Biblioteca
Ayacucho, 1990
Revel, Jean-François. La gran mascarada. Ensayo sobre la supervivencia de la utopía
socialista. Madrid: Taurus, 2000
Titei, Alina. “El tirano esperpéntico y la estética modernista” en Colindancias: Revista de
la Red de Hispanistas de Europa Central. 2016: 67-78

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