Vous êtes sur la page 1sur 44

LOWELL GUDMUNDSON

COSTA RICA
antes del
CAFE:
SOCIEDAD Y ECONOMIA
EN VISPERAS
DEL BOOM EXPORTADOR

Editorial Costa Rica


CAPITULO III
LA MUJER, LA FAMILIA Y EL HOGAR

Sobre el tema de la mujer y la familia existe poco en la


literatura costarricense, salvo los retratos biográficos de he­
roínas de la élite.1 Sólo muy recientemente los historiadores
han dado la consideración seria a la razón socioeconómica del
hogar campesino como la básica unidad productiva y social,
en la cual participa directamente, con bastante relevancia,la
mujer como productora y reproductora. Subyace en la mayor
parte del trabajo historiográfico sobre el tema en Costa Rica
la idea muy generalizada de un patriarcado precapítalista,
enunciada claramente primero por Meléndez en los siguientes
términos:

La cohesión familiar, dentro de la estructura tradicional


de la sociedad agraria, üevó a la conformación de una
sociedad patriarcal, en la que los hijos difícilmente po­
dían conseguir iiberarse. Era el padre el señor de la casa,
al que nadie pedía cuentas; en este tipo de sociedad pa­
triarcal, todos le obedecían sin discu tirle cosa alguna los
restantes miembros de la familia.2

A la par de esta idea del patriarcado aparece, a menudo, ex­


plícitamente o no, la noción del impacto liberador de la cafi-
cultura, lo que permitió una más fácil formación del hogar y
un descenso en la edad promedio en las primeras nupcias.3
Ambas hipótesis -la del modelo patriarcal y la del impacto
liberador del café - merecen un análisis detallado.

EL MODELO PATRIARCAL: TAMAÑO Y ESTRUC­


TURA DE LA FAMIUA Y DEL HOGAR. La caracterización
hecha por Meléndez de la sociedad patriarcal nos ofrece un

120
planteamiento de la posición ideológica dominante en la so­
ciedad iberoamericana pasada y presente. Aunque no se sugie­
re que éste no fuera el caso ideológicamente, en lo que se
refiere a Costa Rica necesitamos conocer la relación precisa
entre la ideología social dominante y la práctica histórica.
¿Cuán perfecta fue la coherencia entre la teoría y la prácti­
ca? A continuación afirmamos fundamentalmente el argu­
mento de que cualquier planteamiento extremo del modelo
patriarcal contribuye poco para informar nuestra visión de la
sociedad precafetalera costarricense.
Si en verdad los hijos encontraron dificultades para inde­
pendizarse del control paternal, entonces podríamos esperar
como norma precafetalera, tanto hogares más o menos nume­
rosos y complejos, como una formación tardía de familias.4
Dejaremos de lado, por el momento, la cuestión de los meca­
nismos de control sobre los hijos adultos que vivían aparte de
sus padres, tema a discutirse más adelante cuando hagamos
referencia a los patrones de la herencia. Aún cuando tratare­
mos posteriormente y con más detalle la cuestión de la edad a
la hora de formarse el hogar, los datos sobre el tamaño y la
composición de éste no indican nada que se aproxime siquie­
ra a la norma de familias grandes y multigeneracionales.
La cuestión de la estructura del hogar en la sociedad pre-
capitalista, así como el impacto del capitalismo o de la mo­
dernización sobre ella, va mucho más allá del caso de Latino­
américa. El debate, generado por el trabajo pionero de Laslett
sobre la historia de la familia inglesa, sigue causando furor en
la literatura, con su secuela en el despertar del interés entre los
historiadores latinoamericanistas.5 Claro es que ya no resulta
defendible en el contexto europeo o en el de las Américas
una correlación simple entre el surgimiento del capitalismo y
el patrón de la familia nuclear limitada. Sin embargo, son en
yan medida desconocidas o sólo parcialmente comprendidas
las características precisas de la estructura de la familia preca-
pitalista latinoamericana, como bien lo sabe el estudioso de
las sociedades esclavistas americanas. En el caso específico de
Costa Rica antes del café, hay abundante evidencia, no sólo
del fenómeno típicamente hispanoamericano de una difun­
dida independencia femenina como cabeza de familia, sino

121
también de un patrón residencial de la familia básicamente
limitada y nuclear en toda la sociedad.
Relativamente pocas familias extendidas o multigenera-
cionales convivieron bajo el mismo techo. Las más de las
veces, la principal variante de la estructura y experiencia fa­
miliares dentro de los hogares con ambos padres, era la de los
hijos que vivían con su padre y una madrastra, la que traía al
seno familiar a sus propios hijos habidos en un matrimonio
anterior, que es el caso extremo de complejidad de este tipo.
Sin embargo, por otra parte, la mayoría de estas segundas
nupcias para los viudos, se realizaba con mujeres bastante me­
nores que no se habían casado anteriormente. La otra excep­
ción principal al patrón de la familia nuclear simple fue la
de los hogares encabezados por mujeres, tanto viudas como
madres solteras, en donde muy a menudo convivían con la
familia principal otros miembros adicionales. Estos miembros
adicionales del hogar encabezado por mujeres eran con fre­
cuencia primos, tíos, sobrinos, yernos y concuños. Este patrón
de la familia esencialmente limitada y nuclear dentro de la so­
ciedad costarricense, precedió al surgimiento del capitalismo
agrario y permaneció sin transformación radical en su compo­
sición básica a través del curso de la transición al monocultivo
cafetalero.
La mayoría de los hogares entre 1843 y 1844 tenía me­
nos de seis miembros. El valor numérico del tamaño prome­
dio de los hogares encabezados por varones variaba desde
4.85 en los pueblos hasta 5.37 en los cuarteles centrales de las
ciudades (Véase Cuadro 13 y apéndice 4). Los hogares enca­
bezados por mujeres (con ausencia del padre, por lo tanto)
variaban en tamaño promedio desde 3.79 en los pueblos hasta
3.95 en las ciudades. Así, el tamaño promedio global del
hogar en esta sociedad oscilaba entre 4.5 y 5 personas, inclu­
yendo a los sirvientes. Una estructura del hogar bastante sim­
ple y reducida fue la norma para esta sociedad, Dentro de las
mismas familias nucleares, una vez excluidos a todos aquellos
registrados como sirvientes, y con el varón cabeza de familia
con una edad entre los cuarenta y cincuenta años, el número
promedio de hijos residentes alcanzó su punto máximo de
unos tres o cuatro, número que disminuye posteriormente

122
Cuadro 13
DISTRIBUCION POR TAMAÑO DEL HOGAR, 1843-1844

Centro de las ciudades de San José, Cartago, Heredia y Alajuela:


Hogares encabezados por yaren es:
Casos Personas
T»m. (W hoger N ú m ^ o % % acum . Nú mar o ° h % * c u m . TamaAo prom edio
1-3 personas 597 27 27 1,473 12 12
4*6 personas 944 43 70 4,699 40 52 5.37
7-9 personas 481 22 92 3,697 31 84
}0 + personas 179 8 100 1.942 16 100
To t i l 2,201 100 — 11, e u 100 -
Percent*}* 65 - - 72 - -

Hogares encabezados por mujeres:


1-3 personas 531 50 50 1,292 28 28
4-6 persenas 442 38 88 2,121 46 74 3.95
7*9 personas 112 10 98 870 19 94
1 0 + personas 25 2 100 296 6 100
Total 1,160 100 — 4,579 99 -
P orcentaje 35 - - 28 - -

Todos los hogares:


1-3 per sodas 1,178 35 35 2,765 17 17
+ 4 personas 1.386 41 76 6,820 42 S9 488
7*9 pei*ina£ 593 U 94 4,567 28 87
1 0 + personas 204 6 100 2.238 14 101
T o tal 3,361 100 - 16,390 101 -

Pueblos y suburbios circunvecinos a las cuatro ciudades:


Hogares encabezados por varones:
1-3 personas 1.975 30 30 4,520 14 14
4-6 perscoaa 3,069 46 76 14,673 46 60 4.85
7-9 personas 1,311 20 96 10,097 31 91
iC rf p e a o n a s 260 4 100 2,843 9 100
T o tal 6,625 100 - 32,133 100 -
Percentaje 77 - - 81 - -

Hogares encabezados por mujeres:


1-3 perdonas 1,020 50 50 2,259 29 29
4-6 personas 822 40 90 3,920 31 80 3.79
7-9 personas 169 8 98 1,293 17 97
1 0 + personas 21 1 99 221 3 100
T otal 2,032 99 - 7,693 100 -
P orcentaje 23 - - 19 - -

Todos los hogares:


1-3 personas 2,995 35 35 6,779 17 17
4-6 personas 3,891 45 80 18,593 47 64 4.60
7-9 p « so n a s 1,480 17 97 1 l r390 28 92
1 0 + p tta o n a s 281 3 100 3,064 8 100
T o tai 8,657 100 - 39,826 100 -

FU E N T E S: A N C R , C e r n e e » , N o v Ó S64 (I M S ) , 6 5 4 7 ( 1 8 « ) , 5 4 2 5 11 8 4 4 ), G oberna­
c ió n , N a. 2 4 9 0 6 (1 8 4 4 )

123
{Véase el Cuadro 14). Encontramos que can una edad prome­
dio de aproximadamente unos 24-26 añas en varones casados
en primeras nupcias, se aprecian niveles de mortalidad dema­
siado deprimentes, además de las pocas segundas nupcias para
las viudas; esto condenaba a la falta de frecuencia de hogares
multigeneracionales bajo el control patriarcal residente, a
pesar de los incentivos ideológicos involucrados.

Cuadro 14
T A M A Ñ O M E D IA N O DE F A M IL IA S ' ENCABEZADAS POR VA RO NES.
POR EDAD Y REGION, 1843-1844.

T a m tA p m e d ia n o d * la f a m ilia c o n la
• d a d d a l v tr o r t a b a z « da fa m ilia N ú m a f o ite c a n *

Rag»6 n M anor da 3 0 3 0 -3 9 4049 M iv c rd tS l M ano» d e 3 0 3 0 - 3 9 4 0 4 9 ú* 5 0

H e n d ía
C iu d a d c e n tr a ! 3 4 5 4 79 (1 3 97 &5
P u e b lo s i b 6 S 342 501 2$b 419

A llu d i
C iu d a d c e n t i a ! 3 4 5.5 5 61 77 44 45
P u e b lo s 3 5 fe b 2& 1 314 225 240

S an J o s é
C ío d a d c e n tr a l 3 4 5 b 1 68 1 73 1 39 191
P u e b lo s 3 5 6 5 494 492 530 437

C w ta q O
C iu d a d c e n tr a l 3 4 .5 6 «> 1S I 246 19 6 244
P u e b lo s ^ 3 4 5 4 $63 516 357 428
P u e b lo s in d íg e n a * 3 4 6 4 &S 78 bb 45

]. E l vaJor repertorio uichjyt ¿ casos m u y infrecuentes de virote» salinos o v i u d a e n c a b e z a n d o honres.


E l n ú m e t o m e d i a n o de hijoft p r é s e n o s e n e l h ó q a i s e n a c a á d e e p o r d e b a jo del ( a m a ñ e d e f a m ilia r e p o r t a ­
d o . Se e b i n i n u c r « t o d o s lo s v i v ie n te s , a i í c a n t o > f o d c s le« hogare-s o b v ia m e n te de h ija s tr e s
le n d o n d e las e d a d e s de lo s n iñ o s e r » n m e n o s d e 1 5 a ñ a s m t n c r e s a q u e ) la r e p o r t a d a o e n to rn ad a p a r a la
s n j d r e del hi>gai).
2. I n c lu y e aJ C a r m e n . G u a d a lu p e y L a P u e b la
3 I n c lu y e a lo s p u e b l e s in d íg e n a s u m t á é n .

F U E N T E S : C u a d r o 13.

Los hogares complejos o compuestos que fueron repor­


tados en Cartago en 1844 (excluyendo a aquellos con sirvien­
tes solamente), tendían a aparecer con más frecuencia como
casos en donde las mujeres, los viudos y los solteros eran
cabeza de familia, y en menor proporción los hogares con pa­
dre y madre residentes (Cuadro 15). Como es de esperar, los
hogares compuestos, así como el tener sirvientes, eran más
frecuentes en el centro más pudiente de la ciudad que en el
suburbio artesanal. Más importante aún fue el hecho de que
la co-residencia multigeneracional dentro de una estructura

124
familiar nuclear, correspondía a tan sólo 5 de los 233 hogares
en el Centro (la mitad occidental) y 4 de 300 casos en El Car­
men.6 Además, varios hogares reportaron sirvientes con el
mismo apellido de uno de los cabeza de familia, sin indicar
una relación de parentesco entre sirviente y patrón. El hecho
de agregar al hogar a los familiares o parientes lejanos tam­
bién condujo a mayor complejidad, aún cuando los sirvientes
siguieran formando parte del más importante componente
foráneo del hogar.

Cuadro 15
HOGARES COMPUESTOS Y HOGARES CON SIRVIENTES:
CARTAGO, 1844

P or canta i «
con »fv te n tv s
T ota) d » Porcentaje (te h o p r e « con Porcentaje de <M m ivn p
ftw río ________________________ h o g a r « S r v i» n m * a r . Sirvienta» n*iy. h o y a » comp. »p u lid o

Caí lago (lad o oeste) 233 38 58 25 H


E¡ Carmen 300 13 20 13 11

T tp o t <ft> hoy » com puastai:

Yerno- N ieto « (da h¡|«i


E b rrioy ttpo da ho^af N u «» m a * a » soltera«) Herm*no*~Cuñ*doe T ¡ » P r i m o » T o t*l

Cartazo {la d o oeste)


Varón cabeza de familiar
Casado 5 4 ? 2 2 20
Viudo/Soltero - 3 - y 4 14

Mujer cabeza de familia; -


Viuda 1 a 9
Soltera y desconocida 1 - 7 i 6 15

Tota] de h o^ires com p. 6 a 22 10 12 58

El Carmen
Varán cebera d e familia:
C assóo 4 i 9 _ 15'
Viudo/Sol tero ~ i - 9 1 11

Mujer cabeza de familia;


Viuda i _ 6 - _ 7
Sol tara y desconocida 1 - 3 1 - 5

T ota) de h o n r e s comp. 6 2 18 10 1 38

1 Dentro de familias nucleares no reentradas com o h o n re s compuestos Por lo menos un ¿rviente


del mismo apellido (vis a vis el w ó n cabeza de familia, su mujer o la mujer cabeza de fam ilia] fue
declarado.
2. Uo e a te n id o o niño sin rd ación b id ó p e a fue incluido com o parte de otra f&miba.

F U E N T E S : A N C R ,G o b e rn a c ió n ,N o . 24906 (1844).

125
1
f

En vez de limitar el modelo patriarcal, o el de la familia


multi-generacional (tri-generacional o stem family), a la co-
residencia física, como muchos han criticado con razón en la
obra posterior de Laslett, un análisis más significativo deberá
incluir tanto el proceso de formación de la familia, como los
lazos entre familiares a través de las generaciones, sin estre­
char el enfoque a la vivienda en sí.7 Si los datos del Cuadro
15 sugieren que en Cartago era poco frecuente la convivencia
de familias verdaderamente extendidas o multigeneracionales,
y por implicación en el resto de Costa Rica, este hecho en sí
no resulta ser más que una respuesta parcial al problema del
patriarcado. El control sobre los hijos adultos no-residentes
por medio de las reglas de la ha'encia, pudo haber sido, con
toda probabilidad, de igual importancia para mantener la
influencia paternal. Además, aún cuando aparecen pocos ho­
gares compuestos (más allá de aquellos con sirvientes) en los
registros censales de Cartago, y aún menos familias multigene­
racionales, esto no significa que tal experiencia fue igualmen­
te poco frecuente para los ancianos. Dada la alta mortalidad
en general, y como resultado la de una pequeña población an­
ciana (véase la figura 2, capítulo siguiente), ésta bien pudo
haber esperado convivir con sus hijos o nietos adultos en al­
gún punto de su vida, aún cuando la gran mayoría de los ho­
gares en un momento dado carecieron de miembros más allá
de la familia nuclear (y a veces sirvientes).
En términos muy generales se puede estimar que la mor- í
talidad infantil (de los menores de un año de edad) corres- ¿
pondió a aproximadamente el cincuenta per ciento de las
defunciones en años normales, con quizás el setenta por cien­
to entre los niños menores de cinco años de edad. Los perío­
dos de crisis aumentaron característicamente la mortalidad
infantil en particular. Pérez estima que a mediados del siglo
diecinueve, en Costa Rica la esperanza de vida al nacer era
algo menos de treinta años de edad, y que al cumplir los vein­
ticinco años era de apenas otros treinta años.8 En otras pala­
bras, de aquellos que cumplían los veinticinco años de edad
aproximadamente la mitad no sobrevivía a los cincuenta y
cinco años. Así, una gran parte de los hogares formados no
enfrentaron el problema de la separación del hogar de los rü-

126
ños antes de la muerte del padre. Dicho de manara aún más
sencilla, los ancianos podían esperar convivir con otros a me­
nudo, pero eran muy pocos los que sobrevivían hasta la ancia­
nidad, lo que garantizaba que la mayoría de los hogares no
sería confrontado con el problema por mucho tiempo, cuan­
do no es que dejaba de existir del todo.
La poca frecuencia de hogares compuestos aparece algo
sobreestimada en el Cuadro 15, dado que tarde o temprano en
todos los hogares los miembros llegaran al grupo de edades
en donde podía esperarse que los ancianos sobrevivientes
conviviesen con las generaciones menores. No obstante, aún
tomando en cuenta una visión dinámica del proceso genera­
cional, las cifras para Cartago no dejan lugar a dudas en cuan­
to a que, la co-residencia de distintas generaciones dentro de
una familia dada, no fue la experiencia a lo largo del tiempo
de una gran minoría de hogares. Más importante es lo que su­
gieren los datos sobre la servidumbre la que, bien como una
foma de protección social (la orfandad, etc.), bien como em­
pleo productivo directo y la co-residencia dentro de los hoga­
res encabezados por mujeres, fueron las formas dominantes
de hogares complejos. A esto tenemos que agregar, per su­
puesto, el caso de familias »paradas que se unían mediante
las segundas nupcias de los viudo6 con mujeres más jóvenes, a
veces con hijos habidos en matrimonio anterior. Al lado de
esto, la familia nuclear limitada continuó siendo claramente
la norma residencial en un momento dado, lo que hizo que
las relaciones familiares estuvieran ampliamente basadas en
factores condicionantes y contextúales, tales como los pape­
les sexuales, la diferenciación socioeconómica, la variación
regional y los patrones de la herencia. Es a estos factores que
debemos dirigir nuestra atención, si esperamos llegar a una
comprensión de la formación de la familia y del hogar, de su
relación precisa al modelo patriarcal y del impacto de la revo­
lución productiva causado por el café.

EL CONTROL SOBRE LAS MUJERES, LOS PAPELES


SEXUALES Y EL CICLO GENERACIONAL. Si la subor­

127
dinación de la mujer fue la norma tanto social como ideo­
lógica, se dieron en la sociedad costarricense excepciones no
casuales a la regla, como bienio expresa el antropólogo francés
Meillassoux:

La noción de mujer cumple así, en la sociedad domésti­


ca, funciones precisas pero variables con la edad. El pa­
pel social de la mujer comienza en la pubertad, con la
aparición de sus capacidades potenciales de reproducto­
ra. Pero esta cualidad de hecho, le es negada institucio­
nalmente: sólo el hombre posee la capacidad de repro­
ducir el lazo social... Casada, vale decir potencialmente
fecunda, su condición está subordinada a las reglas de
devolución de su descendencia. Menopáusica y abuela,
en revancha, queda liberada de esas obligaciones y se
desarrolla socialmente, adquiere una autoridad que le
era negada en tanto esposa y madre. Viuda e incapaz de
procrear, su condición se aproxima a la del hombre, a
quien puede substituir, ...es al perder sus capacidades
fisiológicas de reproducción que es susceptible de adqui­
rir las capacidades sociales.9

Aunque la experiencia investigativa inicial de este autor


fue específicamente con las sociedades afhcanas, la anterior
cita se refiere también explícitamente a la sociedad industrial
moderna. Dentro de la sociedad hispanoamericana, las viudas
en particular tendían a desempeñarse dentro de roles sexuales
de más flexible definición. En una sociedad en donde las se­
gundas nupcias para las viudas eran relativamente poco comu­
nes, y en donde ios viudos característicamente se casaban en
segundas nupcias con mujeres mucho más jóvenes, un grupo
permanentemente amplio de mujeres adultas podía hallarse
probando, no necesariamente de manera consciente, los lími­
tes de los papeles sexuales definidos por los varones. Como
bien describe Silvia Arrom esta situación en la tardía colonia
mexicana, la mujer promedio podía contar con pasar un ter­
cio de su vida soltera, un tercio casada y un tercio viuda y
relativamente independiente.10 El que éste no fuese un orden
sexualmente igualitario, aún para las viudas, no cabe duda.

128
No obstante, la permanencia de mujeres independientes cabe­
za de familia llevó a una cierta flexibilidad y ambigüedad, que
dehieron ser continuamente rede finidas en cuanto a los pape­
les sexuales dentro de las sociedades agrícola y urbana.11
Otra excepción parcial a la regla de dominio varonil fue
la de las madres solteras encabezando hogares, un número
sustancial en todos los casos, pero particularmente en los cen­
tros urbanos y loe suburbios artesanales. En efecto, estas mu­
jeres no apropiadas fueron un rasgo permanente de la socie­
dad localy su dominio varonil, aún cuando constituyeron una
contravención de su ideología enunciada. El que muchas
madres solteras fueran las concubinas más o menos perma­
nentes de varones que encabezaban otros hogares, resulta
evidente. Sin embargo, muchas probablemente no estuvieron
tan permanentemente ligadas o subordinadas a varones que
encabezaban otros hogares, y dirigían ellas mismas unidades
productivas relativamente independientes, aún cuando po­
bres. Estas mujeres se desenvolvían dentro de algo asi como
un mercado paralelo al del matrimonio, en el cual las mujeres
tendían a tener mayor decisión en la formación de uniones,
por más temporales que fueran. Dado que la propiedad en
común no resultaba de estas uniones, la mujer así involucrada
estaba obligada a concertar el mejor acuerdo posible a corto
plazo. Así, la entrada a tal relación relativamente precaria,
dependía mucho más de la actitud femenina que de las mejo­
res intenciones de su padre, o de los deseos del pretendiente.
Estas mujeres se enfrentaban con unas condiciones extrema­
damente difíciles y desventajosas, pero, en todo caso, en un
sentido se les obligaba a la toma de decisiones independien­
tes, al igual que sucedía con las viudas, que fueron conduci­
das a papeles sexuales modificados dentro del orden de supre­
macía masculina.
En el Cuadro 16 presentamos la información sobre las
mujeres como cabeza de familia. Desde cualquier ángulo las
mujeres formaron una parte principal entre los que encabeza­
ban hogares, de un mínimo de quizás el veinte por ciento de
todos los hogares en las aldeas, hasta un máximo de más del
cuarenta por ciento en las ciudades centrales y los suburbios
artesanales. Cuando se reporta de manera confiable el estado

129
Cuadro 16
PORCENTAJE DE MUJERES CABEZA DE FAM ILIA
POR REGION, 1843-1844

Porcentaje Porcentaje de
da mu ¡eres Total de población de hogares
Región y fecha cabeza de familia hogares encabezados par mujeres

San Jasé 1843


Ciudad central 33.6 1,071 26.7
Pueblos 19.3 2,261 15.6

Heredia 1844
Ciudad central 3X5 553 24.9
Pueblos 25.4 2,200 19.1

Alajueia 1843
Ciudad centra] 39.2 395 29.1
Pueblos 21.1 1,718 19.7

Cartago 1844
Ciudad œnlral y
suburbios artesanales 34.6 1,342 29.6
Pueblos 27.2 2,478 22.5
Ciudad central 38.1 446
El Carmen 29.3 300
Guadalupe 24.3 259
La Puebla 42.9 338
Pueblos mestizos 27.8 1,955
Pueblos indígenas 29.2 387
Turrialba 14.0 136

FUENTES: ANCR, Congreso, Nos. 6564 (1843), S425 (1844), 6547 (1843), Go­
bernad cu, No- 24906 (1844).

civil para las mujeres, Ja distribución parece ser de dos viudas


por madre soltera en las aldeas, hasta quizás una distribución
casi pareja entre los dos grupos en las ciudades centrales. Co­
mo es de esperarse, conforme más pobre o menos prestigiosa
la mujer, o cuyo padre carecía de las onzas con qué prometer
en matrimonio a su hija, mayor fue la incidencia de la mater­
nidad soltera.12 En el suburbio artesanal mulato de Cartago
(La Puebla), más del cuarenta por ciento de todos los hogares
eran encabezados por mujeres y casi un cuarenta por ciento
de éstas, madres solteras. En los suburbios artesanales tanto
de Cartago (Guadalupe, Carmen, Puebla) como de San José

130
(lado sur de la ciudad, Desamparados, etc.), las cifras para las
madres solteras también eran particularmente elevadas. Sin
embargo, aún en los barrios elitistas de la sociedad la frecuen­
cia tanto de viudas como de madres solteras que encabezaban
hogares, fue notable.13 La ilegitimidad estaba generalizada en
todo nivel de la sociedad, por cuanto era mayor la frecuencia
en sus escalafones más bajos.
Al considerar en su conjunto a todos los hogares encabe­
zados par mujeres, podemos ver claramente que una minaría
muy grande de niños pasó sus años formativos hasta la adoles­
cencia en un hogar en donde el varón cabeza de familia estu­
vo ausente. Este hecho en sí pudo haber tenido mucho que
ver con la insistencia y rigidez ideológicas alrededor de los
papeles sexuales, ideología social que encabezaba precaria­
mente una estructura hogareña frecuentemente de varón
ausente. Paradójicamente, las mujeres cabeza de familia ocu­
paron la primera línea de defensa en transmitir, mediante la
socialización infantil, un régimen que las explotaba directa­
mente y las ignoraba ideológicamente.
Los papeles sociales y económicos de la mujer eran me­
nos restringidos de lo que se podría suponer.*4 Como hijas y
esposas laboraban en las tareas tanto agrícolas como artesa-
nales dentro del hogar, aún cuando su empleo fuera del hogar
no fue permitido muy a menudo, salvo entre las familias más
pobres. Las esposas de la élite solían estar fuertemente invo­
lucradas en las operaciones diarias de los negocios, sobre todo
en la trata de bienes comerciales y del café. Como lo indicó
un viajero de mediados del siglo, las señoras eran buenos
hombres de negocios en Costa Rica, supervisando directamen­
te las empresas tanto del comercio al por mena:, como las
agrícolas, especialmente las primeras.15 Cuando estas mujeres
quedaban viudas solían administrar sus mismas propiedades,
a menudo por considerables períodos de tiempo, dada su baja
frecuencia de segundas nupcias.16 Las esposas campesinas
también deben de haber desempeñado funciones dobles como
costureras e hilanderas con bastante regularidad, cuando no
se encontraban ocupadas en la manufactura artesanal comple­
mentaria específicamente destinada a los mercados urbanos.
Las mujeres cabeza de familia reportan una variedad de

131
oficios en las ciudades centrales y menos en las aldeas donde
a menudo no se declaraban oficios específicos más allá de los
de labradora o hilandera. En San José, Cartago y Heredia,
estas mujeres a veces trabajaban fuera del hogar como em­
pleadas asalariadas o a destajo en la artesanía, particularmen­
te en la manufactura de ropa, antes de que estas actividades
fuesen limitadas por la importación de los textiles ingleses.
En Heredia encontramos mujeres como pureras (elaboración
de puros o cigarros) y hasta jornaleras, designación raramente
hallada entre las mujeres de la década de 1840. El servicio
doméstico también fue para las mujeres un importante oficio
fuera del hogar, pero trataremos aparte más adelante sobre
esta categoría. Las mujeres solían reportar poco o ningún
capital en los censos de 1843-1844, aunque se dieron excep­
ciones en el caso de viudas muy pudientes (véase el Cuadro
17). Mas, pese a tal pobreza declarada, resulta evidente según
los registros mortuales del siglo diecinueve, que la mayoría de
las viudas aldeanas eran en realidad parcelarias de una especie
u otra. Además, la herencia por partes iguales significó que
pocas mujeres jóvenes, y aún menos las viudas, contaran ya
sin propiedad alguna.
El café y el capitalismo agrario significaron múltiples
cambios en los papeles productivos y la independencia de la
mujer. Con la masiva importación de bienes de consumo pre­
viamente elaborados en el país, y sobre todo por mujeres que
trabajaban en el hogar o en el taller, la importancia e indepen­
dencia económicas de aquellas, así como la diversidad de sus
papeles, tendían a ser rede finidas y restringidas. Dentro de la
empresa transformadora el principal cambio fue el paso de los
oficios de telar, hilar y tejer hada el de coser, con el empleo
de las recién importadas telas inglesas. Aunque pudo haberse
requerido un menor número de horas y de trabajadoras para
lograr el mismo fin después del surgimiento de las importacio­
nes, el gran aumento en la riqueza y consumo locales en gene­
ral probablemente llevaron al hecho de que mucho más mano
de obra podía emplearse en la elaboración de ropa, de lo que
hubiese sido el caso si las importaciones hubieran reemplaza­
do la manufactura local sin expandir también los mercados de
consumo.

132
Cuadro 17
MUJERES CABEZA DE FAM ILIA Y
CAPITAL DECLARADO, 1843 1844

Número de % con Capital, Capital dedarado (pesos)


hogares capital mediano 0 1-100 101500 501 '999 1,000 +

San Jw e 1843
Ciudad 356 21 100 251 39 24 2 10
Pueblos 441 31 24 300 U5 7 i IB

Heredia 1844
Ciudad 179 5 100 170 4 - - 5
Pueblos 559 38 30 37S 150 22 6 1

Alajuela 1643
Ciudad 173 ie 50 142 25 6 -

Pueblos 375 29 40 267 97 9 i 1

San José 1844


Provincia 80S 50 20 405 343 35 2 20

E&craii 156 14 50 135 20 l - -

Asem 30 43 17 13 - - -

1 De La» que declararon aL-gun capital

FUENTES: ANCR, Congreso, No*. 6564 (1843), 5425 (1844), 6547 (1843), 5430(1844),
5431 (1844), 6550(1843).

La principal redefinición del trabajo productivo femeni­


no, al igual que con el conjunto de la sociedad, se dio hada
las tareas agrícolas rurales dentro del cultivo cafetalero. En el
agro las mujeres se mantuvieron como propietarias de la tie­
rra, labrándola en su calidad de hijas, esposas o cabezas de
hogares independientes, aún cuando tradidonalmente trabaja­
ban en las tareas más livianas del deshierbe, recolección y lim­
pieza del café. El trabajo asalariado estacional, especialmente
en la recolección y limpieza del café, bien pudo haber reem­
plazado gran parte de la previa dedicadón de la mujer campe­
sina a la producdón artesanal en las regiones de mayor mono­
cultivo cafetalero, quizás elevando inicialmente la contribudón
femenina y por consiguiente el ingreso económico al hogar.
No obstante, la economía de mercado y su ideología social
eventualmente lograron redefinir el trabajo femenino, igno­
rando aquello que carecía de remuneración monetaria direc­
ta. En todos los censos dedmonónicos el número de mujeres

133
que declaraban su oficio se aproxima a un tercio de todos los
declarantes, indicando tan sólo que casi todas las mujeres
cabeza de familia consideraban tener algún oficio digno de
reportarse, por más impreciso que fuera (véase el Cuadro 18).
Sn embargo, en el oenso de 1927, esta participación numéri­
ca se redujo a poco más del diez por ciento, de acuerdo a una
serie de modernos juicios de valor introducidos por primara
vez en este censo. Si la remuneración monetaria directa y la
disponibilidad en el mercado de trabajo asalariado podrían
considerarse como la base de la actividad económica y del
estatus ocupacianal, entonces las mujeres tendrían que haber
estado inactivas y sin oficio. Mas, lo que gana el análisis del
mercado laboral en el proceso, lo pierde el historiador.17 Ali­
mentándose en la ideología patriarcal preexistente, las clási­
cas definiciones capitalistas de la actividad y valor económi­
cos tendieron a solidificar una ideología social que relegaba el
trabajo femenino a un plano más y más imperceptible en el
que la falta de remuneración monetaria justificaba su conti­
nua explotación mientras afirmaba su insignificancia. El café
y el capitalismo agrario no derrocaron la participación de la
mujer como cabeza de familia, artesana y parcelaria, pero sí
llevaron a cambios tanto estructurales como ideológicos en la
sociedad, en muchos sentidos especialmente onerosos para las
mujeres en Costa Rica, al igual que en muchas otras naciones.

Cuadro 18
MUJERES DECLARANTES DE OFICIO, 1843 1927

P ix c an ta ja fem a tv n o dv lo i d K b n m « T otal d a m ujara* dactaranta*

Valla Vafia
AAo Ctantral San J o * Carago Majuela Hacadia Cantral Sen Jo*4 Carta go A liju a ia Hat«d¡»

1 6 4 3 .4 4 1 _ 24 30 27 - 79 7 1 1 4 2 54 8 738
1864 33 M 32 29 38 15830 5254 3402 3768 3386
1883 35 29 40 40 39 16770 6591 4805 3 00 7 2367
IB M 31 26 32 39 36 16461 6720 420S 3203 2333
1927 1J - ~ ~ - 16764 - - - -

1. Estas cifras son de m ujeres cabeza efe fam ilia, sin impe* U r la d e c la r a r e n de oficio. Esto p ro b ab le
m e n tí fo rm ó p a rte de la definición em plead a en los cen so s de 1864*1892 tam b ién , in c lu y e n d o a
las m u je reí m ay o re s de 14 a ños sin gran p recisió n en c u a n to al o/>cio d e s e m p e ñ a d a
Las cifras p a ra la pro v in cia de San José en 18 4 3 -1 8 4 4 no incfciyen a Escazú, Pacaca, A sem o
C u rn d a b a t

FU EN TE S' Véase el r u a d lo l y ios censo s p u b lic ó le s de 1864, 1BS3, 1892 y 1927.

134
EL CAFE Y EL PATRIARCADO: LA FORMACION
DE FAMILIAS Y LA HERENCIA. Como hemos esbozado
arriba, el modelo rural democrático sugiere un aumento en 1a
tasa de crecimiento de la población a través de la transición
a la caficultura, invocado luego como una causa principal de
la acelerada expansión territorial en el mismo período. Aun­
que trataremos más ampliamente las implicaciones demográ­
ficas y geog'áficas de esta hipótesis en el capítulo siguiente,
su relevancia resulta también aquí directa. Quizás, más fuerte
que el argumento de Meléndez por un patriarcado precapita­
lista, el modelo rural democrático en Costa Rica supone tanto
una edad promedio declinante para la formación de familias,
como un mayor número de niños dentro de ellas, como res­
puesta al mejoramiento material, y quizás a la proletariza-
ción, dentro del carden agrocapitalista y su nueva racionalidad
sistèmica.18
En realidad, varias combinaciones distintas de factores
demográficos pudieron haber sido congruentes con un au­
mento en la tasa de crecimiento. Sin embargo, descontando
cualquier descenso radical en la mortalidad a lo largo del pe­
ríodo, la edad promedio de las mujeres en las primeras nupcias
adquiere una posición crítica en esta hipótesis.19 La forma­
ción más temprana de familias podría ser ligada lógicamente a
la proletarización, suponiendo que los proletarios se hubieran
casado algo más temprano que los pequeños propietarios, o
bien en mejores condiciones materiales permitiendo así una
más fácil formación de nuevos hogares en general.20 Aún
cuando no son procesos o argumentos mutuamente excluyen-
tes, este último es el que más a menudo se sugiere como causa
de este hipotético aumento en la tasa de crecimiento de la
población. No obstante, la poca evidencia que ya existe, pare­
ciera indicar que pudo haberse dado un descenso de menos
de un año en la edad promedio en las primeras nupcias a tra­
vés de la segunda mitad del siglo diecinueve, con un aumento
otra vez, ya para el año de 1950. El café y su ruralización de
la sociedad decimonónica pudo haber tendido a aumentar en
algo las tasas globales de crecimiento al redistribuir la pobla­
ción hada el campo, en donde imperaban edades promedio
más bajas en las primeras nupcias. No obstante, cualquier

135
cambio de este tipo no fue, ni un descenso radical capaz de
explicar per sí mismo la acelerada migración, ni parece haber
estado ligado al crecimiento de un proletariado rural caracte­
rizado por una edad declinante en las primeras nupcias a tra­
vés del siglo diecinueve.
En el Cuadro 19 hemos organizado los datos provenien­
tes de distintos estudios parroquiales decimonónicos, así
como nuestros limitados datos basados en los censos de 1843-
1846, con respecto a la edad en las primeras nupcias y la de
formación de nuevos hogares, respectivamente.21 En todos
los casos compara hles, es decir las áreas rurales o agrícolas
durante el siglo diecinueve o principios del veinte, la edad
promedio en las primeras nupcias para las mujeres, oscilaba
entre 19 y 21 años, y la de los varones entre 24 y 26 años, sin
que se aprecie una tendencia clara o marcada hacia abajo o
hacia arriba. En los pocos estudios parroquiales en donde los
datos de las edades se encuentran disponibles, y desglosados
por períodos, no existe evidencia alguna de cifras declinan­
tes.22 En la antigua zona cafetalera de San Pedro, en las afue­
ras de San José, así como en el centro de Cartago, existe
nueva evidencia, basado en el primer caso en el método fran­
cés de reconstitución de familias, que sugiere un aumento en
la edad promedio o en las primeras nupcias para las mujeres
a finales del siglo pasado y principios del actual, lo que con­
dujo a tasas de crecimiento y tamaño promedio de familias
más reducidas. Tal desarrollo puede haber sido contrarrestado
por la continua emigración hada las áreas con patrones de
formación de familias más jóvenes, pero jamás contribuyó a
una explosión en la tasa de crecimiento nacional.23 En el cén­
trico pueblo cafetalero de Santo Domingo de Heredia no se
dio a lo largo del tiempo una tendencia general hacia arriba o
hacia abajo (Cuadro 20). No hubo una diferenda apreciable
entre las cónyugues de los jornaleros y las de los labradores-
agricultores en cuanto a su edad promedio en las primeras
nupcias, aunque los varones del primer grupo comenzaban
ya a mostrar, a principios del siglo veinte, una característica
diferenciación hada el matrimonio en una edad menor. Ade­
más, el número promedio de hijos menores de cinco años de
edad por mil mujeres entre 15 y 44 años de edad, no aumen-

136
Cuadro 19
EDAD DE PRIMERAS NUPCIAS Y DE FORMACION
DE NUEVOS HOGARES, 1843 1950'

Edad prom edio


Edad mediana da formación
da primera* nupcias de nu*ro( hogares2
Región y fecha Mujeres Varones Mujeres Varones

Cartazo, Provincia,
1844 — 21.5 27.4
San José, P rw ñcia,
1843 - — — 24.6
Ciudad centra] — — 26.2
Pueblas - - - 23.7

Escazú, 1843 - - - 24.2

Alajuela, Provincia,
1846 - - 21.7 25. S

Heredia, Provincia,
1844
du d ad central - _ — 26.4
Pueblos - - 24.9

Heredia, Provincia
1846 - _ 20.8-21.9 25.7
Qudad central - - 21.4-22.3 7 25.6

Alajuela, Provincia
San Ramón IB80-1910 19.6 24.6 - —

Palmares 1879-1910 20.1 24.4 - -

Naranjo 1873-1910 2o.a 25.5 -

Atenas 1850-1910 20.9 24.7 - -

San José, Provincia


Desamparados 1888-1910 20.9 24,2 - -

Guadalupe 1851-1910 20.8 24.6 - -

San Vicente 1851-1910 20.4 24.0 - -

Costa Rica 1950 22.0 26.2 _

Areas urbanas 23.1 26.4 - —

Areas rurales 21.4 26.1 - -

l. Edad media reportada en los registros parroquiales. Edad promedio de for­


mación de nuevos hogares fue calculada empleando la fórmula desarrollada
por John Hajnal, Age s t Marriage and ProportionsM azrying, POPC/LATION
STUD1ES 7, 2 (ncviembte de 1953), pp. 111-136, basado en las proporcio­
nes casadas hasta la edad de 45 54. Las cifras para 1950 también son m e­
dianas y basadas en este m étodo.

137
2. £1 cálculo se h a o con la fórmula de Hajnal, empleando la separación física
del hogar en lugar del m atrim onia
3. Tras eliminar a todas las mujeres cabeza de familia de estado civil des­
conocido.
4. La población no-srviente únicamente.
5. Véase la nota 3.
6. Los valeres dependen de la asignación de mujeres cabeza de familia de esta­
do civil desconocido.
7. Véase la nota 6.

FUENTES: ANCR, Gobernación, Nos. 24905 (1846), 24906 (1844), Congreso,


6564 (1843), 5425 (1844), 5431 (1844), Municipal Hereda, No. 481
(1846); Yolanda Dachner Trujillo Historia demográfica de ¡a Parro­
quia de Desamparados (18251910), p. 98; Censo publicado de 1950.

Cuadro 20

EDAD DE PRIMERAS NUPCIAS POR OFICIO:


SANTO DOMINGO DE HEREDIA, 1888-1930

Edad mediana de primeras nupcias

Esposas de
Labrador- Esposas de Labrador-
Período Jornaleros Aflricultor Jornaleros Agricultor

1888-1900 24 25 20 20
1901-1913 24 26 21 21
1925-1930 23 26 20 20

Porcentaje casado antes de los 2 5 años de edad.

1888-1900 55 48 80 80
1901-1913 54 39 79 76
1925-1930 57 39 79 75

FUENTE: Datos parroquiales de Santo Domingo reentrados per el Lic. Edwin


González Salas y analizados, an división ocupacicnal, en su Tesis de
Licenciatura titulada, Santo Domingo de Heredia: Análisis demográfi­
co y socio-económico, 1 853-1920 {UniversidadNacional, 1978).

tó sustancialmente a través de todo el período (véase el Cua­


dro 27, capítulo siguiente), lo que sugiere una edad promedio
en las primeras nupcias y unos niveles de fertilidad matrimo­
nial estables a través de la transición cafetalera decimonónica.
Bien podría plantearse como hipótesis el que las co nd icio n es

3 38
materiales precafetaleras fueron suficientemente benignas
como para permitir el matrimonio relativamente temprano,
hecho que la prosperidad cafetalera (sin una amplia proletari-
zadón inicial) no redujo sustancialmente.
Aún se podría argumentar que se diera tal descenso du­
rante el período 1800-1850, dado los limitados y muy im­
perfectos datos empleados aquí. No obstante, la tesis clásica
siempre se ha basado en el impacto del café durante la segun­
da mitad del siglo diecinueve. Al suponer que la edad prome­
dio de la menstruación haya sido aproximadamente a los 15
ó 16 años de edad para las mujeres en esta sociedad, entonces
ninguna reducdón radical entre los 19 y 20 años como edad
de primeras nupcias sería efectiva para duplicar o triplicar las
tasas de crecimiento de la población. Sin embargo, la tradido-
nal celebración del quinceavo cumpleaños para las muchachas
estaba destinado a indicar la disponibilidad en el mercado
matrimonial.
Una fertilidad natural y una tasa de crecimiento demo­
gráfico estable, entre 2.0 y 2.5 por ciento por año, parecen
haber caracterizado a la sodedad costarricense durante todo
el siglo diecinueve, a pesar de la revolución productiva de la
caficultura. Si el modelo patriarcal tuvo influencia en la Costa
Rica precafetalera, entonoes, su mayor relevancia, al igual que
con toda ideología social, radicó en su legitimación de la dis­
tribución del poder, pero no como realidad práctica o expe­
riencia normativa. Además, el café no fue, ni responsable por
su rápido decaimiento mediante una precipitada disminudón
en la edad de formación de nuevos hogares, ni llevó rápida­
mente a crear familias nucleares más yandes, como respues­
tas a sus exigencias laborales, oportunidades de enriqueci­
miento o impacto proletariza dar.
Una versión más flexible del .modelo patriarcal, mientras
se admita el carácter excepcional de la co-residencia física,
abarcando varias generaciones y quizás hasta la transmisión
directa de la propiedad de la tierra a un solo heredero, enfo­
caría al control paternal sobre el cuándo y cómo de la distri-
budón precisa de la propiedad en herencia. En esto probable­
mente se encuentra el fondo del uso que hace Meléndez de
tal concepto, y de su afirmación de que el control patriarcal

139
se extend/a también hasta los hijos casados.24 Aún otra va­
riante de este tipo de modelo patriarcal ha sido planteada por
Samuel Stone. Este afirma que los patrones de herencia de la
élite antes del café se basaban en la repartición por igual, aun­
que también sostiene que esta misma élite seguía siendo terra­
teniente y unificada a través del período colonial. Con el sur­
gimiento de la oligarquía cafetalera, afirma Stone, se desarrolló
una forma disfrazada déla primo geni tura, dejando únicamen­
te al hijo favorecido como grati cafetalero de segunda genera­
ción, y a los demás herederos como resentidos potencialmen­
te, profesionales, políticos o empleados.25 Así, para Stone,
el patriarcahsmo adquiere un significado social mayor con el
café, lo que lleva rápidamente al conflicto político por líneas
partidistas.
La hipótesis de Stone es tanto internamente coherente
como atractiva. Sin embargo, se basa en el análisis de tan sólo
una historia familiar, la de los Montealegre, empleando una
correlación algo cuestionable entre el estatus profesional, la
caficultura y la militancia político-partidista.í6 Stone condi­
ciona este punto al señalar cómo la influencia de la élite (7a
clase) se extiende así, paradójicamente, hasta controlar las
actividades de sectores no-cafetaleros, en particular las pro­
fesiones libres y la educación. El punto básico planteado aquí
es el del ocaso de la herencia por partes iguales entre la élite,
lo que explicaría esta diferenciación conflictiva.
La hipótesis de una primogenitura disfrazada entre las
familias de la élite cafetalera, está lejos de confirmarse con
base en la poca evidencia disponible hasta ahora de los regis­
tros mortuales decimonónicos. Aunque la céntricao princi­
pal hacienda cafetalera pudo haberse mantenido intacta con
un hijo, esto no se hacia a expensas de los demás herederos,
ni de manera tal que se les apartase de la economía cafetalera,
empujándolos hacia otras actividades, tales como las profe­
siones libres.27 Se tomó gran cuidado en asegurar la herencia
por partes iguales en la práctica, a veces hasta basada en la
separación previa, en vida, del hijo mayor, al que se la daban
Otras propiedades cafetaleras aparte de la misma hacienda
familiar o principal.28 Además, cuando no se podía emplear
la riqueza comercial o las tierras periféricas, para dividir los

140
bienes por igual entre todos los herederos sin fraccionar a la
propiedad de la tierra, el hijo encargado del manejo de la
hacienda era obligado a reconocer derechos o acciones de
igual valor a todos los sobrevivientes. Muchos llegaron a ha*
cerse profesionales, pero estos segundones no estuvieron muy
a menudo separados tan claramente de la caficultura y de sus
intereses, mucho menos sus antagonistas. Los grupos de la
élite extendieron su influencia para incluir a principios del
siglo veinte las profesiones libres y la burocracia. Si esto sig­
nificó la diferenciación, conducente a la división y al conflic­
to gubernamental, resulta ser aún un interrogante difícil de
contestar. Sin embargo, en las etapas iniciales de la transición
cafetalera, la unidad de la élite no estuvo seriamente socavada
por un patrón de herencia reorientado hacia la primogenitura,
por más que la repartición por igual se convirtiese en la prác­
tica en un complejo problema.
En el nivel de la masa la herencia por partes iguales llevó
bastante directamente al problema del minifundio en las re­
giones más densamente pobladas. Evidencia de este fenómeno
puede verse en todos los censos agrícolas de principios del
siglo veinte, así como en los estudios de las haciendas, lo que
demuestra cómo estas propiedades estuvieron rodeadas por
pequeñas parcelas. Al igual que con la élite, los parcelarios
intentaron evitar una reducción en su base territorial al man­
tener la parcela familiar en manos de un sólo heredero y dis­
tribuir derechos o acciones en los ingresos, o en la venta final
de la tierra a los demás hijos. Evidencia de tal estrategia apa­
rece muy a menudo cuando vemos cómo los grandes terrate­
nientes intentan consolidar sus haciendas mediante la compra
a los parcelarios circunvecinos. Estos grandes terratenientes
estaban obligados a tratar con varios individuos distintas y sus
derechos particulares sobre una sola parcela muy pequeña.29
Más allá de este tipo de evidencia indirecta sobre los pa­
trones de herencia populares conocemos poco todavía. Dado
que los testamentos formales raramente fueron redactados o
registrados, el campesinado más pobre no aparecía muy a me­
nudo en la documentación notarial y testamentaria decimo­
nónicas. Sin embargo, la hipótesis que nos guía en nuestras
continuas investigaciones, es la de que los hijos de los peque­

141
ños productores más acomodados predominaron en las migra­
ciones decimonónicas, empleando la ayuda familiar como una
forma de herencia anticipada para sufragar los costos del tras­
lado, y evitar asi la división minifundista de la parcela fami­
liar y la movilidad descendente que esperaba a aquellos que
se quedaban atrás. En todo caso, podría ser seriamente errado
el considerar como el patrón de herencia sólo los bienes deja­
dos en testamento y su distribución. Tanto entre la élite co­
mo entre la masa, los registros mortuales señalan a menudo
anticipaciones de la herencia, para dar a uno o varios herede­
ros un comienzo en la vida mucho antes de la división de la
propiedad en testamento.30 La investigación futura tendrá
que dar cuenta no sólo de la división mortual, sino también
de más amplias estrategias familiares para mantener el estatus
y la riqueza, o por lo menos para perderlos más lentamente.

LA FORMACION DE LA FAMILIA Y LA DIFEREN­


CIACION REPRODUCTIVA EN LA COSTA RICA DE
MEDIADOS DEL SIGLO DIECINUEVE. Costa Rica entró
en la transición cafetalera con una dicotomía ciudad/aldea o
urbana/rural, ya bien establecida, tanto en términos socio­
económicos como demográficos. Estas divisiones espaciales y
regionales tuvieron un impacto más profundo sobre la estruc­
tura de población y las características demográficas que el
causado por la diferenciación socioeconómica interna, tanto
en ciudades como en aldeas. Como hemos visto en el Cuadro
14, hubo a menudo diferencias sustanciales entre los cuarteles
céntricos de las ciudades y las aldeas circunvecinas en cuanto
a la edad promedio en las primeras nupcias, debido sobre
todo al marcado predominio femenino y a la población gene­
ralmente mayor de edad existente en las ciudades. Quizás la
manera más sencilla de representar este comportamiento re­
productivo espacialmente diferenciado, es con una medida de
la edad para el matrimonio (o a la unión consensual) y del
acceso al mismo por parte de las mujeres, así como las tasas de
reemplazo de las poblaciones de las ciudades y de las aldeas.
En las ciudades centrales la gente era, no sólo maycr en

142
su edad promedio, sino que se caracterizaba también por una
más frecuente servidumbre y maternidad para las mujeres sol­
teras jóvenes, debido al fuerte predominio femenino y a la
mayor concentración de la riqueza allí. En el Cuadro 21 se
refleja esta diferencia en la edad promedio en las primeras
nupcias en el porcentaje de mujeres casadas alguna vez (las
esposas o viudas, incluyendo aquellas de las uniones con­
sensúales), entre quince y treinta y cuatro años de edad. La
población principalmente mestiza de las aldeas ofrecía sus­
tancialmente mayor acceso al matrimonio para las mujeres
jóvenes que sus contrapartes de las ciudades, lo que lleva a
importantes diferencias en los patrones demográficos en
general.
Estas diferencias regionales en la formación de la familia
también tuvieron su impacto social en Las proporciones dife­
renciales de reemplazo dentro de la población. La variación
más importante de nuevo es la que se da entre la ciudad cen­
tral y las aldeas circunvecinas. Dado el fuerte predominio
femenino, una población mayor de edad en general y menor
acceso al matrimonio entre las mujeres jóvenes, las tasas de
reemplazo y de fertilidad general de la población citadina
eran marcadamente inferiores a las de las aldeas en la Costa
Rica de mediados del siglo diecinueve, como fue el caso tam­
bién en todos los períodos posteriores. Las diferencias entre
ciudad y campo en la edad promedio y el acceso al matrimo­
nio, fueron menos marcadas en 1844 que en 1950, pero en
ambos momentos mostraron la misma tendencia: edades
mayores y restringido acceso al matrimonio. Este hecho
tuvo claras implicaciones para la evolución social y racial de
la crecientemente homogénea y mestiza población nacional.
En el tanto en que los españoles y los afro-costarricenses, la
élite agricultor-comerciante y los artesanos, tendieron a con­
centrarse en los cuarteles céntricos de las ciudades, sus capaci­
dades de reemplazo como componentes de la población fue­
ron significativamente inferiores a las de sus contrapartes al­
deanos.3 1 Este fue el caso, pese al hecho de que las familias
nucleares solían ser tan fecundas en las ciudades como en las
aldeas. La mayor facilidad de acceso, un más temprano ma­
trimonio para las mujeres y una más equilibrada estructura

143
sexual en general, causaron el que la población aldeana au­
mentase más rápidamente, aún cuando sus tasas de fertilidad
matrimonial y de mortalidad infantil no hayan diferido sus­
tancialmente de aquellas de la población citadina. Así, alguna
migración hacia las ciudades fue continuamente necesaria
tan solo para mantener a la porción urbana relativa en la
distribución regional de la población.

Cuadro 21
PORCENTAJE DE M U J E R E S /liG Í/^ VEZ CASADAS
POR EDAD Y REGION, 1844-1B461

Porcentaje do mujeres
da «dadas Número de Casos
Región y fecha 15-19 20-24 25 29 30-34 15-19 20-24 25-29 30-34

Heredia, Prcvinda, 1846 15 51 71 76 713 757 597 560


Ciudad central 7 36 65 70 117 127 144 115
Pueblos 17 54 73 77 596 630 453 445

Alajuela, Prorincia, 1846 15 44 65 65 596 544 436 505

Escazú 18442 40 65-67 70-74 64-75 201 158 179 104


3
Cartago, Provincia, 1844 12-13 36-37 54-56 5 7 6 1 963 1,017 896 837
Ciudad centra] 8 18-19 27-28 32-37 142 159 148 142
Suburbios artesanales 8 29 44-45 48-52 244 242 177 187
La Puebla 8 25 40 48 89 75 63 66
Pueblos mestizos 13 41 61 61 449 507 466 401
Pueblos in d ia n a s 20 53 75 81 93 68 77 74
Turrialba 40 71 93 91 35 41 28 33

1. Matrimonio o Casada aquí' significa Ja co-residencia ccn un varón cabeza de


familia, o la viudez declarada. A si, se incluirían aquí a las uniones libres
también.
2. La cifra menor supcne que todas las mujeres cabeza de familia de estado
civil no-declarado hayan sido madres solteras (nunca casadas), mientras que
la cifra superior supone que dos tercios hayan sido viudas y un tercio ma­
dres solteras. Esta última cifra parecería más uei'bie, pero en todo caso no
se reportarían grandes diferencias per cualquiera de los dos métodos.
3. Véase la notó 2.

FUENTES: flNCR, Gobernación, Nos. 24905 (1846), 24906 (1844), Congreso,


N o. 5431 (1844), Municipal Heredia, No. 481 (1846).

144
En el Cuadro 22 presentamos el número de niños por
1.000 mujeres en las provincias, ciudades y aldeas, dentro de
cada grupo de la población. Una mortalidad infantil algo más
elevada, o bien una mayor edad promedio al casarse, podrían
explicar cualquier diferencia leve en las proporciones de niños
de mujeres casadas pertenecientes a grupos de edad específi­
ca; pero la mayar diferencia en la fertilidad general y la capa­
cidad de reemplazo se debió claramente a la distinta estructura
de edades y de sexo de la población urbana y a su más restrin­
gido acceso y maye»1edad promedio al matrimonio.

Cuadro 22
PROPORCIONES DE NIÑOS POR MUJERES POR
PROVINCIA, CIUDADES Y PUEBLOS, 1843-1846

Nifi o* menores de cinco «fio« da edad por :

Región y fecha 1,000 habitantes 1,000 mu jares 1,000 mujeres 15-44

San José, Prwincia, 1843 1611 3202


Alajuela, Prcvinda, 1846 164 310 654
Cartago, Provincia, 1844 136 254 522

Niflot menores de diez años de edad por:

Región y fecha 1,000 habitantes 1,000 mujeres 1,000 mujeres 15-44

Tres ciudades centrales3 260 464 1,079


Pueblos circunvecinos 307 592 1,498

1. Empleando una hipotética distribución de edades de los sirvientes, idéntica


a aquella en Heredia en 1844.
2. Véase la nota 1.
3. Incluyendo a los tres suburbios artesanales de Cartaga también.

FUENTES: ANCR, Congreso, No. 6 5 6 4 (1843), Gobernación, Nos. 24905 (1846),


24906 (1844).

Entre ciudad y aldea parece haberse dado poca diferen­


cia en cuanto a las proporciones reproductivas entre las pare­
jas casadas (número de niños por mujeres casadas de yupee
de edad específica), como indicador de posibles diferencias
en la fertilidad, o bien en la mortalidad infantil. Cuando se
comparan el número de niños por esposas (de edad específi­

145
ca) de jornaleros, artesanos y labradores-agricultores, no hay
una clara o marcada diferencia en la provincia de Caratago
desde un nivel de ciudad o de aldea (Cuadro 23). En la pro­
vincia de San José, sin embargo, se repetían diferencias
significativas entre jornaleros y Labraderes^agr ¡cultores, y
entre aquellos con y sin capital, especialmente en la ciudad
central.32 Aquí, un proceso más sustancial de diferenciacdón
y aún una limitada proletarizadón bien pudo haber comen­
zado. No obstante, la imperfección de los datos empleados y
las limitadas diferencias halladas, advierten contra cualquier
planteamiento extremo de una manifestación demográfica
de la desigualdad socioeconómica tanto en San José como en
Cartago en esta fecha temprana. Tanto la distribución ocupa-
cional como el comportamiento reproductivo, dependían del
tipo de poUamiento (ciudad central o aldea). Sólo en San
José pareciera que el comportamiento reproductivo había
comenzado a diferenciarse internamente también por lineas
socioeconómicas. Por otro lado, en vista de los datos muy
imperfectos sobre las provincias de Cartago y Heredia en
cuanto a los oficios, podría también argumentarse que sólo
en San José fue suficientemente discriminante el registro,
como para captar esta diferenciación demográfica entre la-
brador-agricultor y jornalero, rico y pobre, algo en realidad
también común a otras regiones.
Existieron diferencias sociales, económicas y demoyáfí-
cas muy reales tanto antes como después del café en Costa
Rica, algunas con profundas consecuencias de largo plazo
para la sociedad local. No obstante, éstas no fueron generadas
por una urbanización única a la caficultura, ni por su rápida
proletarizadón dentro de la apicultura. Más bien, la dicoto­
mía precafetalera de ciudad versus aldea, y la estructura so­
cial colonial, inicialmente prepararon la infraestructura y
establecieron el marco general que el café distorsionaría de­
mográficamente hacia las aldeas. Así, cualquier aumento na­
cional en la tasa de crecimiento de la población, probablemen­
te se debió a la ruralización generada por el café, o al movi­
miento hacia las aldeas con su edad promedio algo menor para
el matrimonio, una proporción sexual más equilibrada y, por
lo tanto, más fácil acceso al matrimonio para las mujeres jóve­
146
nes. Sin embargo, las tasas globales de niñcfi per mujer no
sugieren ningún aumento muy rápido en el nivel nacional.
Cuadro 23
PROPORCIONES DE NIÑOS POR ESPOSAS
POR OFICIOS Y REGION, 1843-1844

Niflo» tnanorM da cinco


por 1 ,0 0 0 «apon« ds «dad 1 D if*
Región y focha Oficio 20-24 25 29 30-34 prom.

San José, Ciudad Lab-Ag3 906 1040 1000 _


centra] 1843 Jornala o 838 718 867 -11.9%

Con capital 1048 1111 1032 __


Sin capital 827 738 939 -21.5%

San José, Lab-Ag U 68 1394 1185


Pueblos, 1843 Jornalero 1071 Í070 1147 -12.2%

Con capital 1098 1303 1061 __


Sin capital 1140 1173 1268 + 3.4«i

Cartago, Lab-Ag 1152 1207 1055 __


Proifinda 1644 Artesano 1318 1154 1075 + 3 .9 *
Jcrnalero 1090 1221 1243 + 4 .1 *

Promedio
provincial 1149 1210 1078 -
Ciudad central 1207 1027 946 - 7 .5 *
Suburbios
artesanales 123S 1372 1410 + 1 6 .9 *
Pueblas mestizos 1154 1185 1020 - 2 .3 *
Pueblos indígenas 966 1279 1475 + 8 .2 *

1. La edad de las esposas en San José ftie estimada restando cinco años a la
edad declarada del cónyuge. Los datos de Cartago se basan en la declara­
ción de cada mujer.
2. La diferencia promedio medida a partir del primer grupo en todos tos casos
(los jornálelos de los agricultores-labradores; aquellos sin capital de los que
lo tuviéron los barrios del promedio prewincial, etc.).
3. Incluye tanto a labradores com o agricultores, en todos los tres casos.

FUENTES: ANCR, Congreso, No. 6564 (1843), Gobernación, No. 24906 (1844).

A diferencia de otras sociedades latinoamericanas que se


e^jecializaron en la agro-exportación durante el siglo dieci­
nueve, en Costa Rica el hogar rural promedio no aumentó

147
dramáticamente ni en tamaño ni en complejidad.33 Ai no
confrontarse con una base territorial limitada o con políticas
oligárquicas restrictivas en cuanto a las tierras baldías y la
emigración, el campesinado costarricense, demográfica y geo­
gráficamente expansivo, recibió el estímulo activo para em­
prender el parcelamiento periférico y la producción mercan­
til. Así, la redistribución de la población hacia la periferia,
con el acceso relativamente fácil a la propiedad de la tierra
por parte de los descendientes del campesinado acomodado
o medio, llevó a la continuación de edades jóvenes de separa­
ción/formación del hogar, a la vez que contrarrestó cualquier
tendencia hacia hogares más grandes o complejos en las re­
giones más antiguas y monocultivas alrededor de San José y
Heredia.

LA SERVIDUMBRE: CARACTERISTICA Y DISTRI­


BUCION EN LA SOCIEDAD. Los sirvientes de mediados del
siglo diecinueve en Costa Rica fueron de tres tipos básicos.
Primero y más numeroso fue el de las mujeres que laboraban
como domésticas en los hogares de todos aquellos suficiente­
mente pudientes como para sufragar este requisito de posi­
ción social, tanto en la ciudad como en las aldeas mayores.
La línea diviscria entre las clases sociales estaba trazada, en
yan parte, con base en la distinción entre los que mantenían
sirvientes y los potencialmente de esta categoría, especial­
mente en las aldeas. Los pobres, en realidad las hijas de éstos,
podrían definirse como sirvientes potenciales, a diferencia
de aquellos que aspiraban al estatus superior, bien como
terratenientes o como campesinos acomodados, empleando
domésticas.34 Estas domésticas eran muy a menudo miem­
bros permanentes del hogar, cuyos hijos crecían dentro del
mismo. En segundo lugar, se dieron los casos frecuentes de
individuos que, siendo parientes sanguíneos o no, fueron
aceptados como miembros familiares periféricos, a cambio de
la ayuda que podían prestar al hogar. Ejemplos de esta rela­
ción pueden verse en la frecuente mención de sirvientes con
el mismo apellido (vis a vis los cabeza de familia) y en los tér­

148
minos tan usados tales como entenado, criado, ahijado, etc.
Finalmente, existían hogares más pudientes encabezados por
los principales comerciantes, terratenientes y presbíteros, que
empleaban la mano de obra dependiente directamente en sus
empresas productivas.
La servidumbre era más frecuente en las ciudades centra­
les, así como en la provincia de Cartago en general (Cuadro
24). Su carácter paternalista puede verse mejor en la curiosa
distribución de sirvientes por pupos de edad, entre los muy
jóvenes de ambos sexos y las mujeres mayores de edad (figura
1). Aún más directamente, el comentario contemporáneo en­
fatiza la relación paternalista considerada normal entre patrón
y sirviente. En 1814 la municipalidad de San José dictó una
ordenanza para que todos los cabeza de familia de la dudad
enviaran sus propios hijos y sus sirvientes, entre seis y quince
años de edad, a la escuela pública. Aunque no existe eviden­
cia clara de que se cumpliera este edicto, o de la cobranza de
la multa de cinco pesos a los infractores, sus términos son
bastante sugestivos de un patemalismo subyacente conside­
rado normal en las reladones patrón-sirviente.35 El goberna­
dor de la tardía colonia, don Tomás de Acosta, tras haber
visitado a las sodedades esclavistas del Caribe, expresa su
sorpresa al:

...encontrar en esta provincia el extraño uso de poner


los jueces en servidumbre a las personas libres, ya gran­
des ya pequeños; unas veces porque son pobres y (para
que) no se extravíen, otras por quedar huérfanas y otras,
en fín, con el expresivo pretexto de doctrinarlas. Este
inaudito derecho de esclavizar al que nace libre tiene en
este vecindario tanta extensión que no contentos con
exigir de estas infelices víctimas todo el servicio a que
está sujeto el más costoso esclavo, no les dejan como a
éstos el triste consuelo de mudar de dominio sino que
cuando después de bien castigados y mal asistidos de
alimento y vestuario salen de su poder, entonces los re­
claman los jueces, ...36

149
Bien como descendientes de los ex-esclavos, reclutas de
los pueblos indígenas o mestizos, o simplemente domésticas
permanentes de las secciones más pobres de la ciudad, estas
mujeres no podían esperar poco más allá del anhelado pater-
nalismo del cabeza de familia. La pobreza sembraba la depen­
dencia y desigualdad en este nivel de la sociedad, no importa
cuál fuese el impacto general de esta misma pobreza hacia el
igualitarismo a través del período colonial.

Cuadro 24
FRECUENCIA DE SERVIDUMBRE POR REGION,
1843-1844

Rapón Porcentaje da Número da nrv.


y facha hoffwes con por bog»i

varones sirv. domésticas varones domésticas total

San Jasé, 1843


(Sudad 19,1 20,0 0,36 0,36 0,72
Pueblos 9,9 9,8 0,19 0,20 0,39

Heredia, 1844
Ciudad 9,9 ) 3,0 0,17 0,28 0,45
Pueblos 6,3 8,5 0,09 0,15 0,24

Alagúela, 1S43
Ciudad 19,2 1 — - 0,46
Pueblos 11,9 — — 0,25-0,28

Caitago, 1844
Ciudad central 35,2 51,6 0,51 0,96 1,47
Suburbios art. 17,3 24,7
Pueblos 13,9 20,1 0,25 0,34 0,59
Tunialba 25,0 42,6

1. No se distinguen sexo o edad de los sirvientes en este Censo.

FUENTES: ANCR, C cnyeso, Nos. 6 5 6 4 (1843), 6547 (1843), 5425 (.1844), Go­
bernación, No. 24906 (1844).

150
\
V
FIGURA 1: DISTRIBUCION PORCENTUAL POR GRUPOS DE EDAD DE LOS SIRVIENTES.
PROVINCIA DE CARTAGO POR SEXO Y RESIDENCIA

43 ? PO*C£NTAi£ VARONCS CAJtTAGO. PUWlOS 1844 PORCENTAJE «UJEftES *4.7


)643) [UOói
sZf91 ► r9i V I3N IA O W i s t r. ►
SO la in J S O I N3 S 3 N O ÍV A % O O V 18V 3 ■ryííiNJ^ ovano ssnouva^
09 9S t% ** 0 » 'JE fr *L * 1 0 1 91 B Ci ’ l OC » t U Ct H 15» ’ f «► ^ ^ ®9
itor ) ersi VQNiAom isie>
5018304 S O I N3 S 3N O ÍIV A % 9S O f NVS *tV¥lN3D QVOHID S3NOÍIVA %
l>4 9 *7 l \ tt l)F 9F' ¿i’ u t f i Oil 9 Ci 91 oc re «C ¿C 9 t o r rr 8* CÍ 9^
vDNaafcaa a wjmAOhé
« O d $31NJ1A«IS S3NOHVA
60 +
<5^9
30-i
42 15 2 9 37
014 49
60 56 52 48 44 40 36 32 20 24 20 16 13 4 0 0 4 8 12 16 20 24 28 32 36 40 44 4B 52 56 60
% VARONES. C IU D A D CENTRAL HEREDIA % VARONES EN LOS PUEBLOS
( 97 ) PROVINCIA. 1843 ( 183 )
Fuentes: ANCR, Congreso, Nos. 6564 (1843), 5425 (1844), Gobernación, 24906 (1844).
Aquellos hogares que reportaron varios sirvientes adul­
tos, especialmente varones adultos, claramente se limitaron a
los niveles elitistas de la sociedad (véase el Cuadro 25). Mien­
tras un hogar que reportaba varias mujeres adultas como sir­
vientas, sin aparee» cualquier familia residente, bien pudo
haber sido un prostíbulo. Aquellos que declaraban varones
sirvientes claramente eran empresas agrícolas-comerciales
dirigidas par los principales propietarios.37 Más prominentes
entre estas figuras patriarcales fueron los principales comer­
ciantes y presbíteros (Cuadro 26). El mantenimiento de nu­
merosos sirvientes fue, en general, correlacionado con las
declaraciones ocupacionales de comerciante, agricultor o
presbítero y con la de un capital considerable. Unos cuantos
de estos individuos dirigían hogares de masiva extensión,
hasta can veinte y más miembros. El hogar encabezado por
don Nicolás Ulloa en Heredia, por ejemplo, enumera ocho
sirvientes y veintitrés miembros en total. Los principales pres­
bíteros, comerciantes y terratenientes de San José ocasional­
mente albergaban entre diez y veinte sirvientes, con hogares
de hasta veinticinco personas.
Como propietarios de varias propiedades distintas y a
veces lejanas, no era sorprendente el que estos patriarcas ha­
yan requerido una mano de obra permanente y confiable, que
era lo que mejor podían ofrecer los dependientes directos.
Las principales familias cartaginesas con intereses en los po­
blados orientales periféricos de Paraíso y Turrialba, fueron
particularmente propensas a esta relación. Sin embargo, tanto
la élite Josefina como la herediana tuvo también el recurso de
los sirvientes o administradores en sus propiedades en el Valle
Central y en Guanacaste. Esta solución fue, posiblemente,
sólo parcial. La élite insistentemente lamentaba la traición
doméstica, casi tan frecuentemente como el fraude comercial
y la escasez de mano de obra, como los principales obstáculos
para la agricultura y el manejo de las haciendas a mediados del
siglo. Como lo expresa un destacado eclesiástico y ganadero:

Los criados hurtan por lo general, y muchos amos se


verifican Jo mismo. Roba el mandador de la hacienda,
y roban los mozos en su compañía; y muchos que andan

154
libremente en la calle, muy bien puestos debían estar en
un presidio, y en Inglaterra hubieran sido sofocados por
un cordel38

Cuadro 25
PORCENTAJE DE HOGARES POR REGIONES.
NUMERO DE SIRVIENTES, 1843-1844

Varona« sirvientes Domésticas


Región 0 1 2 3 + 0 1 2 3+ No. de hogar«*

San José 1843


Ciudad central 81 10 5 4 80 11 5 4 1,072
Pueblos 90 6 2 2 90 5 2 3 2,276
Provincia 87 7 3 3 87 7 3 3 3,348

Cartago 1844
Ciudad central 66 22 9 3 48 25 14 13 446
Suburbios art 83 13 3 1 75 15 5 4 898
Pueblos 82 12 4 2 81 13 4 2 2,344
Tutríatba 75 16 5 4 57 22 12 9 136
Provincia SO 13 4 2 75 15 6 4 3,824

Heredia 1844
Ciudad central 90 6 3 1 87 7 2 3 553
Pueblos 94 5 1 - 92 5 2 1 2,200
Provincia 93 5 2 _ 91 ó 2 2 2,753

Alajuela 1 8 4 3 1
Ciudad central 81 12 4 3 395
Pueblos 88 7 3 2 1,718
Provincia 87 8 3 2 2,113

Ciudades centrales2 81 12 5 2 75 14 6 5 2,969

Pueblos y suburbios 88 8 2 2 87 8 3 2 6,956

L Los sirvientes n o se distinguieron por sexo en Alajuela. Habían treinta y


seis casos desconocidos en la Ciudad central.
2. San José, Heredia y Cartago, incluyendo a los tres suburbios artesanales del
Carmen, Guadalupe y La Puebla.
3. Incluye sólo aquéllos circunvecinos a las tres ciudades mencicnadas en la
nota 2.

FUENTES: véase el cuadro 1.

155
Cuadro 26
S IR V IE N T E S POR EL O FIC IO DEL CABEZA DE F A M IL IA Y
REG IO N. 1843-1844

Var ones sirv é ntes Domesticas

I: ti i
I ? « ■ A t ■ e “ ¿ J ¿ ? 9

1 i í ! i 11 ! I E 2 1 1 s■S
■-te
SanJosé2
C iudad *4 04 95 *9 94 405 50 49 66 37 40 143 335
Pueblos 6 4 206 71 30 35 402 b - 167 30 25 141 439
Provincia 60 63 301 90 69 179 807 56 49 253 117 65 264 624

He radia
Ciudad 12 5 32 17 5 26 97 22 10 21 33 15 55 156
P uebles5 7 1 34 96 11 51 2006 9 2 44 159 14 100 326
P r w n c ia 19 b 66 113 16 77 297 31 12 65 192 29 155 484

I q u tl a ’’
Ciudad 23 36 57 3 17 64 ZOO
Pueblos 9 15 276 13 1? 101 431
Provincia 32 51 333 16 34 165 631

Cartaço*
D udad 31 19 57 14 20 34 225 53 43 103 24 42 176 441
Sub. Aj L 32 3 55 29 5 32 206 66 2 76 47 22 152 £65
PueU os 36 ? 348 56 3 214 676 50 12 402 56 4 254 778
Pr orincia 99 29 460 IDI 26 330 1,107 169 57 531 127 66 562 1.5*4

1. Tanto lacadores como agricultores.


2 VAm« la n o ti 1.
3. La maye* i a de los arpíenles en San José fue reportada en Zapote-Mojón-CedrC^San Ramón, asi c o
mo en Desamparado», áreas de importancia para el cultivo tabacalero y tam tíén tempranas centro*
cafetal eres.
4. Las diferencias entre urnas totales en la Fipira 1 y es le cuadro se deben a la n»declaracicn de la edad
p er parle de algunos ¿¡vientes,
5. Las cifras son subestimadas, ya que Santo Domingo, el p u etio más grande, no d is tin s e a los áiviente&
6. Vtfa» la Dota 4.
7. No se distingue el sexo de los ¿n/tentasen Alajú ai«*
& Véase la nota 4.

FU EN TES: Cuadro. 24.

La confianza, tan necesaria en las relaciones patrón-


sirviente, podía escapar y de hecho escapaba ocasionalmente
al control. Quizás la mejor descripción existente de la servi­
dumbre en la Costa Rica decimonónica, del punto de vista
patronal, y basada sin lugar a dudas en una bien preservada
tradición, se resume en la expresión popular: juntos, pero no
revu el tos.
La estructura del hogar en la Costa Rica precafetalera se
basaba en las familias nucleares, en los hogares encabezados

156
por mujeres y en la servidumbre doméstica. Las familias mul-
tigeneracionales eran poco frecuentes como unidades residen-
ciles. Hubo sin embargo, diferencias significativas en cuanto
al tamaño, la estructura y la complejidad del hogar entre los
cuarteles céntricos de las ciudades y las aldeas, especialmente
en lo que se refiere a los hogares encabezados por mujeres.
Las experiencias típicas de las mujeres en esta sociedad eran
heterogéneas, debido a la diferenciación tanto socioeconómi­
ca como geográfica. El temprano impacto del café sobre esta
sociedad fue complejo, pero no llevó rápidamente a cambios
radicales, ni en la formación ni en la estructura del hogar.
Quizás su impacto más evidente fue el de la ruralización de la
distribución de la población y del trabajo productivo, lo que
redefínió el trabajo femenino y el valor del trabajo en general.
Todos estos cambios, por más postergados, actuaron sobre un
patrón preexistente de diferenciación socioeconómica hereda­
do de la sociedad colonial, que divergía muy sustancialmente
del modelo rural democrático, de un patriarcalismo en medio
del predominio campesino, cuando no la homogeneidad.

157
NOTAS DEL
CAPITULO III

1. Un ejemplo clásico juede hallarse en Angela Acuña Chacón, l a mujer cos-


tarricense a través d e cuatro siglos (San José: Imprenta Nacional), 1969.
2. Meiéndez, Costa Rica: Tierra y p o b la m ie n to ..P g . 92.
3. Los dos intentos más serios de tratar este problema son los de Héctor Pérez
Brignoli, i-as variables dem ográficas... ; El c id o en las econom ías agríco­
la s...; y Política económ ica del c a fé ..,; y de Róger Chumside, Organiza­
ción de la p ro d u c c ió n ... Ambos autores plantean la hipótesis de un descen­
so en la edad promedio de primeras nupcias y una creciente fertilidad
matrimonial com o respuesta a la cultura cafetalera, lo que generaba un
aumento en la tasa de crecimiento de la población.
4. Esta patriarcal y extendida estructura del hogar en la sociedad colonial o
pre-moderna es la afirmación, bien intencionada pero enteramente especu­
lativa, de una obra reciente sobre la familia en Costa Rica pee Carlos L.
Dentón y Olga María Acuña B., La familia en Costa Rica (San José: Minis­
terio de Cultura, Juventud y Deportes e Instituto de Estudios Sociales en
Población), 1979, Pgs. 16-21, 26, 33 -3 4
5. Id obra clásica de Ladett se tituló, The World We Ha ve Lost (New York;
Scribner), 1965; seguido más tarde por su editada colección sobre el tama­
ñ o y composición comparativos del hogar'. Household and Family in Past
Tíme: Comparalive S tu di es in Lhe Size and Struc ture o í the Domes tic
Group over Lhe Last Three Cen tunes in Eng¡and, France, Serbia, Japan,
and CoJoniaJ Ñor di America, with Further Materials from Western Europe
(London: Cambridge Universjty Press), 1972. Para otro caso latinoameri­
cano que tiende a respaldar la posición de Laslett, sobre los poco frecuen­
tes hogares compuestos, muí ti generacionales en los pueblos agríe alas, a
comparar con aquellos o nucleares o encabezados por mujeres solas, véase
Donald Ramos, Marríage and che Family in CoJoniaJ Vila Rica, HÍSPAN1C
A M E R IC A N H IST 0R 1C A L R EV IEW , L V (1975), Pgs. 200-225; y C ity and
C ountry: The Fam ily in Minas G enis, 1804-1838, JO U R N A L OF FAM IL Y
H IS T O fíY , III (1978), Pgs. 361-375.
6. Más específicamente, en la ciudad central de Cartago (lado occidental)
sedo 5 de los 72 varones cabeza de familia mayores de 40 años de edad
mantuvieron en el hogar a un hijo (o hija) casado junto con su cónyuge.
Sólo una de 63 mujere* cabeza de familia de dicha edad lo hacia, mientras
4 viudas vivían en hogares encabezados por sus hijos casados. En £1 Carmen
apenas 4 de 123 varanes cabeza de familia mayores de 40 años de edad
mantuvieron a hijos casados con sus cónyuges en el hogar. De 67 mujeres
cabeza de familia mayores de 40 años, apenas 2 reportaron hijos casados
dentro del hogar, mientras que una viuda vivía dentro del hogar encabeza­
do por su hijo.
7. Las críticas más fecundas de la postura más rígida de Laslett en su segunda
obra pueden hallarse en trabajos de Lutz K. Berkner, The Use and Misu *

158
o f Census Data for the Histórica/ A nalysis o f F am ily Structure, JO U R N A L
OF IN T E R D ISC IP L IN A R Y H IST O R Y , V / 4 (primavera 1975), Pgs. 721-
739; Hans Medick, 77ie Proto-Industrisl Family E co n o m y : The Structural
Function o f Household and Fam ily During the Transition from Peasant
S o c ie ty to Industrial Capitalism, SOCIAL HISTORY I, 3, (1976), Pgs. 291
315; Michael Anderson, Family Structure in Nineteenth Century Lan­
cashire (London: Cambridge University Press), l9 7 1 ; y Maris A. Vine*/skis,
From H ousehold Size to Life Course, A M E R IC A N BEHAVIORAL SCIEN­
TIST, 21, 2 (Noviembre 1977), Pgs. 263-287
8. Pérez, Las variables demográficas__ cuadro No. 3, Pgs. 31-32.
9. Claude Meillasscux, Mujeres, graneros y capitales (México.' Siglo XXt),
tercera edición 1979, Pgs. 111-112.
10. Silvia Arrom, Women and the Family in M exico C ity, 1800-1857, (Tesis
doctoral inédita, Stanford University, 1978), Pg. 92.
11. El análisis del papel de la mujer dentro de ta sociedad agrícola premoder-
na de Inglaterra de E.P. Thompson, ofrece una comparación relevante, al
igual que el de Halperín Donghí en cuanto a la tenencia femenina de la
tierra en la Argentina de principios del siglo diecinueve. Thompson, (The
Grid o f Inheritance: A C om m ent, en E. P. Thompson, Jack Goody y Joan
Thirska, F am ily a n d Inheritance (London: Cambridge University Press),
1976, Pgs. 328-360; Hal perm DonghL, R evolución y guerra: Formación
d e una élite dirigente en la A rgentina criolla (México: Siglo XXI), segun­
da edición 1972. Pgs. 68-70.
12. Un viajero del siglo diecinueve, Anthony Trollope, fue informado que la
mayoría de la gente se casaba joven, especialmente si el padre de la mucha­
cha tenía algunas onzas con las cuales atraer aún más el interés de algún
pretendiente. Citado en Fernández Guardia, Costa Rica en el siglo X I X . . .,
Pg. 477.
13. Para un bre/e análisis de la ilegitimidad en Costa Rica véase, Héctor Pérez
Brignoli, Oeux siécles d'illégitim ité au Costa Rica, 1 770-1974, en J. Dupa-
quier, et. al., editores, Marriage a n d Remarriage in Populations o f the Past
(London: Academic Press), 1981, Pgs. 481-483. Las siguientes cifras censa­
les para el c o i tro de Cartago en 1844 sen verdaderamente intrigantes:

M ijares cabeza de tam il«

Area Viudas Solteras Sin declarar

Cartago Centro (este) 15 64


Cartago Centro (oeste) 45 45 1
El Carmen 48 -------- 40
Guadalupe 48 15 —

La Puebla 89 56 —

Total Provincial 430 207 SOI

Similares cifras para la ilegitimidad entre la población blanca de la Ciudad


de Panamá en el siglo dieciocho fueren reportados por Ornar Jaén Suárez,
La población de Panamá del siglo X V I al siglo X X (Panamá: Impresora de
la Nación), 1978, Pgs. 404-409.
14. y diferenciados por la cla9e social se podría agregar. El comentario de
Goldkind retiene gran parte de su relevancia para periodos anteriores tam­
bién: £1 bien conocido dom inio de ¡os maridos sobre sus esposas en la cui-

159
tura latina es infrecuente entre estas pobres familias rurales (aquellas sin
tierras). Esto también se expUca en térm inos de una respuesta a condicio­
nes eco n ó m ica s... Hay poca compulsión para que ¡a esposa sea sumisa en
estas familias, y /as relaciones marido-m ujer son m ucho m ás igualitarias que
entre ¡as familias más pudientes ¡'dentro de ia sociedad rural). Goldkind,
Sociocultural C ontrasts.. Pgs. 373-376.
Viajeros decimonónicos solían mencionar a las mujeres com o propietarias
y admini Dadoras de pequeñas tiendas y tiamos en el mercado, tanto de la
clase alta com o baja John Lloyd Stephens mencionó, en 1840, que las
mujeres respetables de San José fueren "buenos hombres de negocios”, y
que dominaban el comercio detallista, mientras se invducraban en todos
los aspectos de la caficultura. También citado en Fernández Guardia, Costa
Rica en el siglo X I X . .., Pg. 82.
Un ejemplo particularmente gráfico de esto se refleja en el caso de la viuda
del expresidente Juan Rafael Mora, deña Inés Aguüar {apéndice 2). Ella
administró las diversas propiedades de la familia per casi m edio siglo, luego
de su temprana viudez, a veces com o la principal suplidora de caña a la
Fábrica Nacional de Licores (fundada por su marido), además de sus gran­
des cutivos de café e intereses comerciales.
Churnside, Organización..., sostiene que los oficios y participación laboral
femeninos se redujeron en la mitad entre 1864 y 1927, basado im plem en­
to en el cambio repertado en los censos de 1892 y 1927. Aún cuando admi­
tiríamos con gusto un inicial impacto negativo, debido a las importaciones
de bienes de consumo a mediados de siglo, las mismas cifras varían sólo
entre 1892 y 1927. Este cambio revela tanto sobre los criterios cambiantes,
de la modernización y de la ideología social com o sobre el trabajo produc­
tivo femenino. Los encargados del censo reconocieron abiertamente, per
primera vez en 1927, que su interés primordial en la declaración ocupacio-
nal radicaba en el análisis del mercado laboral especialmente en cuanto a la
caficultura y su oferta de trabajo. Así, cualquier comparación simple de las
cifras de 1927 con las de los censos decimonónicos es engañosa, aún cuan­
do en correcta dirección general.
Pérez y Churnside superen lo mismo en sus obras, mientras que Sandner
alude a esto com o una explicación parcial para las migraciones y su paso
acelerado a finales del siglo diecinueve y principios del veinte.
Seligson sostiene que la tasa de mortalidad declinó raídam ente con la in­
troducción del café (Peasants o f Costa R ita ..., Pgs. 27-31). Sin embargo,
1a obra de Pérez demuestra de manera convincente que esto n o fue el caso
sino hasta el período 1930-1950. Suponemos también que no se dieren
maycves cambios en el celibato permanente o en anteriores prácticas
anticonceptivas, a ser suspendidas después del desarrollo cafetalero. Fi­
nalmente, superem os que n o hubo cambio radical en la ilegitimidad
prematrimonial a través del período, aún cuando resulta evidente que estos
nacimientos fueran y son una proporción permanentemente elevada de
todos Ios-nacimientos y un rasgo característico de la sociedad.
Seligson nunca hace la conexión causal (entre la proíetarización y el des­
censo en la edad del matrimonio), explícitamente, pero calzaría con la
lógica subyacente a su tesis de la proletarizacién y las migraciones basadas
en 1a expulsión.
Al calcular la edad promedio de formación del hogar a partir de los datos
censales empleamos el estatus ccxno cabeza de un hogar independiente
en lugar de las nupcias. Al suponer que todos los dependientes y sirvientes
no registrados específicamente com o encabezando otras familias hayan
sido solteros, estamos introduciendo un prejuicio ascendente al cálculo,
cuando se compara con las cifras para la edad promedio de primeras nup­
cias en los registros parroquiales. Estos pueden tener su propio prejuicio
interno ascendente también, en vista de ta difundida práctica de casarse
tan sólo después del nacimiento de sus primeros hijos. Véase «1 siguiente
comentario contemporáneo sobre este tema: <?an parte de ia población
fem enina de Costa Rica inicia su actividad sexual a temprana edad y se
casa (o entra en unión libre) sólo después de tener un hijo o quedar emba­
razada. Además, la proporción global de Jas embarazadas prematrimoniales
es m ás del 2 6 % ,... un importante número de mujeres que se casan tempra­
no tuvieron su primer hijo antes de casarse, un porcentaje que alcanzó el
2 0 °b entre aquellas que se casaban entre los 18 y 19 años de edad LA
N A C IO N (15 de marzo de 1981), Pg. 4c.
22. De los estudios parroquiales analizados en los cuadros 19 y 20, sólo los de
San Ramón y Santo Domingo ofrecían datos a través del tiempo. Véase,
también, José Antonio Salas V iquez, Santa Bárbara de Heredia, 1852-
1927: una contribución a la historia de ios pueblos, (Tesis de Licenciatura,
Universidad Nacional, 1979).
23. Para San Pedro véase Héctor Pérez Brignoli, Fecundidad y familia en San
Pedro del Mojón (1860-i 939): N otas preliminares, O C TAV O SE M IN A R IO
NACIONAL, DE D E M O G RA FIA (Asociación Demográfica Costarricense,
setiembre de 1982), mimeografiado. Para Cartago la información fUe sumi­
nistrada per el Lic. José Antonio Fernández Molina de su propia investiga­
ción inédita.
24. Meléndez, Costa Rica. Tierra y poblam iento..., no plantea ninguna tesis
explícita en cuanto al impacto del café, dado el énfasis colonial de su pro­
pio trabajo.
25. Stone, La dinastía..., Pgs. 263, 271-280.
26. Stone, Pg. 271, citando a ANCR, Sucesiones, No. 8195 (1887). Lo dudoso
de la tipología política de Stone se relaciona con tres interrogantes sin
respuesta. Primero, cóm o el autor determinó el radicalismo del Partido
Liberación Nacional no se clarifica y esta d esviación determina casi la to­
talidad de la corre!aciói ofrecida. Muy pocas de los no-liberacionistas
aceptarían esta caracterización para el periodo posterior a 1948. Segundo,
en el caso de los Monte alegre, Stone n o clarifica cóm o la propiedad fue en
verdad dividida entre los herederos, ni tampoco nos ofrece más que el sin­
gular ejemplo citado. Tercero, resulta imposible inferir la falta de intereses
cafetaleros entre destacadas figuras políticas dentro del clan a partir del
simple h e d ió de un título o estatus profesionales.
27. Los siguientes ejemplos de familias cafetaleras demuestran claramente una
herencia partible meticulosamente arreglada.Véase, ANCR,ProtocolosLara
y Chamorro, No. 119 (1866), Is. 78-80; Mortuales Independientes de Car­
tago, No. 510 (1977); No. 1154 (1866) para la familia Espinach. ANCR,
Protocolos Lara y Chamorro, No. 113 (1855), fs. 120-138 para la familia
Giralt. ídem, ¡hidem, No. 6 (1877), fs. 7 9v-90 para la familia Bonilla Mon-
ge. ANCR, Mortuales Independientes de Heredia, N o. 2101 (1865) parala
familia Ulloa. Idem , ibidem , No. 3273 (1864) para los Moya. Idem , i ¿ídem,
No. 2087 (1863) para ta familia Murillo Gutiérrez de Barva.
28. Buenaventura Espinach indicó en su testamenta que su hijo mayor estaba:
haciendo un cafetal en el Pedregal de Ujarrás (1as haciendas de ¡a familia
estaban en Heredia y en Cartago central) y que es m i voluntad que nadie

161
lo inquiete tanto en ia posesión de la tierra com o en el cafetal, cargándole
en parte de su legítim a sólo el capital que se em plee según los libros que se
llevan, y la tierra a 10 pesos la manzana. (ANCR, Protocolos Lara y Cha­
morro, No. 119 (1866), fs. 78-80). Francisco Giralt mencionó en su testa­
mento que ya había entregado la herencia correspondiente al hijo mayor,
de unos 8,1 3 4 pesos, para que éste desarrollase sus propios intereses cafe­
taleros y ganaderos (Idem , ¿fcadern, No. 113, 1855, f. 137f). En este caso
particular, Giralt claramente prevenía problemas en la partición de sus
bienes, debido a sus segundas nupcias ya de avanzada edad, pero intentó
evitar lo peor al independizar al hijo mayor, insistir en la división per partes
igu^ps de toda la propiedad restante y nombrar a todos los hijos como
albaceas.
29. El estudio de Gertrud Peters sobre la compañi'a cafetalera Tournon ofrece
informad6n particularmente rica sobre los paredaños circunvecinos, algu­
nos de los cuales poseían propiedades caá microscópicas. Trabajos en
preparación con base en los registros mcxtuales, por parte de Samper, Pérez
y nosotros, revelan un mosaico de parcelas y derechos, todos en camino al
excesivo fraccionamiento,
30. Véase, Thompson, The Grid o f Inh erí tan c e ..., para mayor discusión de este
punto critico.
31. La homogenización de una población crecientemente mestiza estaba ligada
a esta diferenciada capacidad de reem plazo entre ciudades y aldeas. La po­
blación afroc os tam cense, en rápido descenso y concentrada en La Puebla
de Cartago, debía su suerte tanto a este retraso típicamente urbano en la
capacidad de reemplazo, como a tos procesos más obvios de la emigración y
el mestizaje. Para mayores detalles véase, Gudmundson, Black into Wbite irt
Nineteenth-Century Spanisfi America.' Afro-Amanean Assimilatíon in A r­
gentina and Costa Rica, S L A V E R Y A N D A B O U T IO N , Vol. 5, N o. 1 (ma­
yo de 1984), Pgs. 35-49.
32. Ya para principios del siglo veinte, la tasa de mortalidad infantil era 50%
más alta en los cuarteles artesanales del Sur que en aquellos más pudientes
del Norte. Véase, Cleto González V íqu e 2 , Apuntes estadísticos sobre la
ciudad de San José (San José: Imprenta de Avelino Alsina), 1905, Pgs.
19-20.
33. Estudios de Elizabeth Arme K uznesof y , en particular, Ann Hagerman
Johnson sugieren un mayor tamaño y mayor complejidad del hogar, como
consecuencia de la producción mercantil en medio de la creciente escasez
de tierras, real o causada por los terratenientes acaparadores. Véase, Kuz-
v nesof, A n A nalysis o f H ousehold C om position a n d Headship as Ralated to
Changes in M ode o f P roduction: SSo Paulo, )7 6 5 to 1836, Comparath/e
Studies in S o c ie ty and History, Vol. 2 2 , N o. 1 (1980), Pgs. 78-108; John­
son, The Im pact o f Markat Agricutture o n Fam ily and H ousehold Structure
in N ineteenth-C entury, Chile, H ISP A N IC A M E R IC A N H IST O R IC A L RE-
VIEW, Vol. 58, No. 4 (1978), Pgs. 6 2 5-648. Para fascinantes estudios de­
mográficos de una sociedad parcelaria, e n algunos aspectos similar a la cos­
tarricense, entre los productores de y anos y luego del algodón en el
noroeste argentino véase, Eduardo A rchetti, Rural Famifies and Demo
graphic Behaviour: S o m e Latín A m erica n Analogies, C O M P A R A TIV A
STU D IE S IN SO C IE TY A N D H IS T O R Y , Vol. 26, No. 2 (1984), Pgs.
251-279; y Eduardo Archetti y Kristi Arme Stolen, E conom ía dom éstica,
estrategias de herencia y acum ulación d e capital: La situación de la mujer

162
en el norte dp. Santa Fé, Argén tina, AMERICA INDIGENA, Vol. 38, No.
2 (atril-junio de 1978), Pgs. 383-403.
34. Para una discuacn de la frecuencia y de los patrones de la servidumbre en
la temprana sociedad hispanoamericana véase, James Lockhart, Spanish
Perú, 1532-1560: A Colonial Society (Madison, Wisconsin: University of
Wisconán Press), 1968, Pgs. 32, 164-170, 180-182, 216-217.
35. ANCR, Complementario Cotcnial, No, 6320, 29 de agosto de 1814, f. 55.
36. ANCR, Cartago, No. 1105, 13 de noviembre de 1797, {. 54. Ei uso de la
forma femenina varias veces en el texto parecería indicar alas mujeres do­
mésticas com o el objeto de preocupación. No obstante, la fcrma masculina
se emplea en la introducción y sumario generales, refiriéndose indiscrimi­
nadamente a ambos sexos.
37. El comentario periodístico contemporáneo (escrito por un destacado ecle­
siástico} menciona a sólo la prostitución débilmente organizada, más bien
al recomendar su crganización y limitación a prostíbulos (La Tertulia, No.
30, 26 de septiembre de 1834, Pg. 142; No. 35, 21 de noviembre de 1834,
Pgs. 177-178). N o obstante, estos hogares de mujeres adultas solían encon­
trarse en las secciones más pobres de San José, precisamente donde se p o ­
día esperar formas más organizadas de la fw aM tuáón y donde permanece
concentrada aún h o y .
38. La Tertulia, N o. 30 , 26 de septiembre de 1834, P y, 140-142.

163

Vous aimerez peut-être aussi