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FICCIONES VERDADERAS
Toda escritura establece un pacto con el lector; entre la verdad del
periodismo y la verosimilitud de la ficción, existe una franja intermedia: las
ficciones verdaderas. El autor de Santa Evita estudia estas formas
narrativas que tienen de precursor remoto a Stendhal y reciente a Borges, y
que atañe a obras tan distintas como las de Barnes, Sebald o Pynchon.
F
ue Platón, creo, el primero en distinguir el simulacro de
su modelo, como una forma de separar también la esencia de sus
apariencias. Ante una imagen que parecía proyectarse en otra, y en
otra más, a Platón le interesaba discriminar cuál era la imagen original,
la Idea, y en qué podrían diferenciarse las copias y los simulacros de esa idea.
Es entonces cuando establece una línea divisoria que ilumina sólo aquello que se parece, difiere; es decir, la imagen que se
todo el conjunto: las copias se acercan a la Idea original por todo parece a otra imagen no es idéntica y, por lo tanto, lo que se debe
lo que unas y otra tienen de semejanza, en tanto que el simula- investigar es ese intersticio de desigualdad, el punto donde lo
cro se construye sobre la disimilitud, implica una perversión, un que es deja de ser. La otra reflexión es más misteriosa: sólo las
desvío que lo modifica todo. diferencias se parecen. Lo que tal vez quiere decir que las cosas
Detrás de esa distinción estética había para Platón un se unen o se hermanan por ese punto de excentricidad que las
problema de ética: en el Sofista, que es su diálogo sobre el ser, aparta del centro, porque empiezan a ser allí donde podría supo-
Platón define el simulacro como una pretensión de copia, una nerse que están dejando de ser. Esta segunda reflexión define,
copia de la copia, y sugiere que los simulacros deben mante- me parece, el mundo de los simulacros. No importa demasiado
nerse encadenados en lo profundo, donde no puedan alcanzar- que la desemejanza del original, que es la base de todo simula-
los los significados, porque es preciso impedir que asciendan a cro, sea pequeña o sea grande. Lo que importa es que esa disi-
la superficie y se irradien por todas partes, como una enferme- militud, esa desemejanza, sea juzgada por sí misma, sin tomar
dad. Esa primera expulsión o prohibición platónica del simula- en cuenta ninguna identidad que la preceda. Que esa deseme-
cro se ahonda en La República, el diálogo sobre la justicia, en el janza sea la unidad de medida a través de la cual entendemos el
que Platón condena todo lo que en la poesía hay de imitativo, mundo, que sea nuestra manera de ver el mundo.
todo lo que ya entonces se llamaba representación, con tanta Al revés de lo que suponía Platón, entonces, el simulacro es
energía que instruye a los hombres de poder para que sitúen a una manera de subvertir el mundo de la representación, porque
los poetas en los márgenes de la comunidad, para que los desa- en vez de ser una copia degradada, perversa, es una fuerza posi-
lojen del centro. Hay que evitar las confusiones, dividir las cosas tiva que niega tanto el original como la copia, tanto el modelo
por sus géneros, separar sus especificidades, dice Teetetes en el como la reproducción, para fundar una especie de vértigo, un
Sofista: esa ciencia de los límites es para Platón la más grande de algo que no es uno ni lo mismo. Quien mejor explica esa mudan-
todas las ciencias. za es Blanchot en “Le rire de dieux”, un ensayo que publicó en
A partir de Leibniz y de Hegel, pero sobre todo de Leibniz, la Nouvelle Revue Française en julio de 1965: “Estamos ante un
el problema de lo Mismo y de lo Semejante o, yendo más lejos, universo donde la imagen deja de ser secundaria en relación a
de la Cosa en Sí y de su Representación, los postulados plató- su modelo”, dice Blanchot, “donde la impostura se pretende
nicos empiezan a pensarse de otra manera. Dos de las reflexio- como verdad, o donde, en fin, ya no hay más original sino un
nes que salen de ahí son las que más interesan: una supone que centelleo perpetuo donde se desparrama, en el estallido de las
sobre ella, el periodismo convierte en drama (o en comedia) las acabó convirtiendo algunos de esos temas en artículos perio-
notas al pie de página de la historia. En los textos del perio- dísticos y guiones de cine, antes de que asumieran su forma defi-
dismo narrativo la realidad se estira, se retuerce, pero jamás se nitiva de relatos. Los artículos a que alude, publicados en varios
convierte en ficción. diarios de lengua castellana a partir de 1980, fueron luego incor-
Por comprensiva y vasta que sea, por más avidez de cono- porados a su libro Notas de prensa. Uno de ellos, “Me alquilo para
cimiento que haya en su búsqueda, la historia no puede per- soñar”, tiene el mismo título en los dos libros, aunque el cuen-
mitirse las dudas y las ambigüedades que se permite la ficción. to parece la secuela de la nota periodística: en el cuento, la mujer
Tampoco, ciertamente, se las puede permitir el periodismo, se llama, cacofónicamente, Frau Frida, y aparece muerta dentro
porque la esencia del periodismo es la afirmación: esto ha ocu- de un automóvil en el malecón de La Habana, después de un
rrido, así fueron las cosas. No bien la historia tropieza con hechos golpe de mar. En la crónica, García Márquez la ve por última
que no son de una sola manera, debe abstenerse de contarlos o vez en Viena, y la mujer le advierte que ha tenido un mal sueño
dejaría de ser historia. Carmen Iglesias ha postulado hace poco sobre él: no debe regresar a esa ciudad en cinco años.
que la historia también está fundada sobre la duda, porque no Otro de los artículos, “La larga vida feliz de Margarito
hay verdades absolutas y porque también los documentos pue- Duarte”, refiere la historia de un hombre que peregrina con la
den ser manipulados. Quizá no haya certezas, entonces, pero momia de su hija, intacta después de muchos años en un estu-
en la historia hay un orden, una lógica, que crea siempre la che de violoncello, con la esperanza de que en Roma verifiquen
ilusión de verdad. el milagro y santifiquen a la niña. La primera frase del artículo
La ficción se mueve, en cambio, dentro de un territorio donde es casi idéntica a la del cuento: “He vuelto a ver a Margarito
la realidad nunca es previsible: la realidad no está obligada a ser Duarte” y “Veintidós años después volví a ver a Margarito
como hace un instante fue. Todo lo que ahora es así podría ser Duarte”. Al final de la crónica hay, sin embargo, una coda en la
distinto al volver la página, y sin duda será distinto cuando que se dice que el cabello de la santa sigue creciendo y ya le llega
se lo lea en otro tiempo. Cada novela crea, como se sabe, su hasta los pies, lo que servirá como acorde inicial para la novela
universo propio de relaciones, sus crepúsculos, sus lluvias, sus Del amor y otros demonios. Es imposible en estos casos establecer
primaveras, su propia red de amores y de traiciones. Ese con- dónde está la fuente, el origen, y dónde el simulacro, porque
junto de leyes no tiene por qué ser igual a las leyes de la reali- uno y otro se muerden la cola, dibujan imágenes que se repiten
dad. Su única obligación es engendrar una verdad que tenga hasta el infinito o que se abren en afluentes, como un rizoma.
valor por sí misma, que sea sentida como verdadera por el En las ficciones verdaderas, como dije, el gesto de apropia-
lector. No es el mundo de la historia ni el de los periódicos, pero ción de la realidad se hace evidente desde el comienzo mismo
es un mundo necesario. Sin él, la vida y, en consecuencia, del texto. El simulacro, en cambio, finge ignorar la fuente, exis-
también la historia, serían incompletas. ta esa fuente o no: finge que subvierte el mundo de las repre-
Toda escritura es un pacto con el lector. En la escritura pe- sentaciones o que hay una suerte de contenido latente que está
riodística, el pacto está determinado por el lugar que ocupa esa oponiéndose incesantemente al contenido manifiesto. Uno de
escritura: es el lugar de la verdad. Quien toma un diario o los ejemplos más inquietantes de ficción verdadera que se des-
una revista se dispone a leer la verdad. Lo sorprendería que la liza hacia el simulacro es El reino de este mundo, de Alejo Carpentier.
información fuera otra cosa. En el caso del periodismo y de la En el prólogo de la novela, Carpentier declara su voluntad
historia, entonces, es el medio, el género, lo que decide que de apropiación de una cierta realidad histórica. La construcción
allí está la verdad. Para un escritor de ficciones, el lugar de la del simulacro, la negación de la fuente que ya ha sido declara-
verdad está en el lugar de la imaginación. da como tal, se va insinuando sin embargo en el texto desde la
El impostor de Borges ilustra ejemplarmente, como se ha visto, primera línea, a través del tono que el autor va confiriendo al
la idea de simulacro. Algunos textos breves de García Márquez relato. Es ese tono, esa cadencia del lenguaje, esa red de signi-
doblan la apuesta al situar el simulacro en el territorio del perio- ficados creada por una repetición que sólo mimetiza el modelo
dismo y, a la vez, en el de la ficción, en un juego de espejos donde en lo superficial, en las referencias, pero que lo modifica sus-
el referente se borra porque la misma historia se cuenta dos veces, tancialmente al contarlo de otro modo: ese tono es, entonces, lo
en un caso como verdad y en el otro como imaginación, sin que que acentúa el efecto de simulacro al insistir ante el lector que
lo verosímil incline la balanza hacia un lado u otro. Hay pocos la ilusión que se abre ante él es fiel a su origen.
ejemplos mejores que ésos de lo que he dado en llamar ficcio- Trataré de explicar un poco más ese juego. En 1797, el abo-
nes verdaderas, porque la ficción impregna tanto la fuente como gado martiniqués Médéric-Louis-Elie Moreau de Saint-Méry
el relato que se deriva de ella. publicó en Filadelfia, Pensilvania, los tres volúmenes de su
En el prólogo de Doce cuentos peregrinos, su libro de 1992, García Descripción topográfica, física, civil, política e histórica de la parte
Márquez refiere que, durante el par de años que sucedió a la francesa de la isla de Santo Domingo. El propio Carpentier admitiría
publicación de El otoño del patriarca, tomó notas de temas que se después que aquel tratado fue la principal fuente documental
le iban ocurriendo –escribe “temas que se le ocurrían”, no “his- de la que se sirvió para escribir, en 1947-48, El reino de este mundo.
torias que sucedían”–, hasta que diez o quince años más tarde El prólogo de ese libro es ya clásico, aunque por otras razo-
destinados al consumo popular en las páginas de Crítica y eran el norte y el sur de los Estados Unidos a mediados del siglo XVIII.
deliberadamente pintorescos.” Pero quizá la culminación de esa búsqueda está en Danubio,
En el periodismo, todo texto está al servicio del público. En la novela o libro de viajes que el triestino Claudio Magris dio a
las ficciones verdaderas, hay una mutua complicidad entre autor conocer en 1986, y en las cuatro obras maestras que el alemán G.
y lector, un diálogo de iguales, en el que aquél expone todos los W. Sebald logró completar antes de matarse en un accidente de
sentimientos, modos de ser, rumores y culturas que ha recogi- auto a comienzos de 2002, en el sudeste de Inglaterra. Danubio
condensa la civilización creada por el
gran río y, de hecho, toda la compleji-
dad de la Europa central. Magris recrea
la vida cotidiana de toda esa vasta cuen-
ca desde las imprecisas fuentes del río,
al sur de Alemania, hasta su desembo-
cadura en el Mar Negro, a través de un
mosaico por el que desfilan la tragedia
de Mayerling, Mengele en una abadía
de Günzburg, Kafka en el sanatorio
del doctor Hoffman, donde murió,
Einstein en Ulm, Kepler en el museo de
Ratisbona.
El tiempo y la construcción o des-
trucción de la identidad son los temas
centrales de Magris. También lo son de
Sebald, en cuyas cuatro novelas hay una
sistemática destrucción del tiempo. “El
tiempo no tiene existencia real”, dice
Jacques Austerlitz, un profesor de arte y
arquitectura europeas que es el protago-
do de su comunidad como un espejo con el cual el lector aca- nista de su último libro, Austerlitz, publicado meses antes de morir.
bará identificándose porque las experiencias a las que alude el Ya la primera de esas novelas, Vértigo, de 1990, contenía los
texto literario son reconocidas por el lector como propias o como elementos que caracterizan a las tres restantes, Los emigrados,
el eco de algo propio. Arthur Miller escribió The Crucible en 1953 de 1993, Los anillos de Saturno, de 1995, y Austerlitz: ficción me-
con la certeza de que la superchería de las brujas de Salem –cuyos lancólica y sombría sobre el pasado, relato de viajes, biografías
procesos tuvieron efecto en 1692– sería percibida por el públi- ficticias, ensayos de anticuario, meditaciones filosóficas e ilus-
co norteamericano como una parábola sobre el macartismo. La traciones fotográficas, fotos de calidad dudosa.
flecha, disparada con toda premeditación, apunta hacia un blan- Este último recurso, que tanto llamó la atención de la crítica
co que está en el imaginario común. Dentro de ese imaginario, norteamericana, ya estaba en tres obras de Julio Cortázar: La
la ficción rescata un pasado que ilumina y enriquece el presen- vuelta al día en ochenta mundos, Ultimo round y Los autonautas de la
te. Cuando una ficción verdadera es eficaz, se parece al laúd cosmopista, aunque con una diferencia sustancial: los textos
suspendido de Béranger. Apenas alguien lo toca, resuena. de Cortázar aluden a hechos reales, verificables; las novelas de
Creo que las ficciones verdaderas, es decir, la exploración Sebald incluyen fotografías –fragmentos de realidad, por lo
de la casi imperceptible franja que separa ficción de realidad, o tanto– para ilustrar ficciones.
imaginación de certidumbre –cuyo precursor remoto es Stendhal La borgeana idea del tiempo sin existencia real es de clara
y el precursor cercano Borges–, impregnan la gran novela filiación neoplatónica. También lo es, de algún modo, la idea
contemporánea de los últimos veinte años, a través de la nove- de que el artista debe recoger las briznas de pasado que se van
la inglesa, con ejemplos como El hotel blanco (1981) de D.M. perdiendo, reelaborándolas y transfigurándolas para preservar
Thomas y El loro de Flaubert (1984) de Julian Barnes, que in- la memoria cultural. En ese proyecto hay ecos de Rilke, y tam-
corporan epistolarios falsos aunque eruditos, poemas y largos bién de Kafka. Pero Sebald trata de rescatar todo lo que se fuga:
fragmentos ensayísticos. Se ha infiltrado también en la mejor el paisaje, por ejemplo, los puentes, las ruinas.
novela norteamericana, de la que sólo voy a citar dos ejemplos Si las ficciones verdaderas reflejan una conciencia plena de
últimos: Underworld (1997) , de Don De Lillo, que se tradujo la época de producción es porque su origen deriva de hechos
al castellano como Submundo, y Mason y Dixon, de Thomas que definen a esa época. Magris y Sebald, por ejemplo, aluden
Pynchon, que reescribe en clave cómica y anacrónica la histo- al pasado, pero no podrían haber escrito Danubio o Austerlitz sino
ria de los topógrafos ingleses que trazaron la línea divisoria entre a finales del siglo XX. Un determinado episodio de la realidad