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Jean Bottéro
En: Bottéro, Jean, et Al., Introducción al antiguo Oriente; de Sumer a la Biblia, Barcelona, Grijalbo-Mondadori,
1996, págs. 209-221
Desde hace ciento cincuenta años, en los países que formaban el marco geográfico, político y cultural de los
antiguos israelitas, autores de la Biblia, se han sacado a la luz no sólo ciudades, palacios y templos, sino
también las reliquias de grandes civilizaciones y una enorme cantidad de documentos escritos y descifrables.
La parte del león corresponde a los habitantes del actual Irak: sumerios, babilonios y asirios, que en torno al
3000 antes de nuestra era -17 siglos antes de Moisés- inventaron la escritura más antigua que se conoce:
medio millón de esas tablillas de arcilla sobre las que grababan con un cálamo sus pesados e insólitos
cuneiformes. En estos gigantescos archivos hay cientos de obras históricas, literarias, «científicas», religiosas,
descifradas y estudiadas por el reducido y casi secreto gremio de los asiriólogos.
Para quienes gustan de hacerse preguntas, la cuestión es saber si, ante una documentación nueva tan
prodigiosa, que estos historiadores extraen sin cesar de estos galimatías, se puede leer la Biblia «como
antes», cuando se consideraba el libro más antiguo del mundo, el único que arrojaba luz sobre las primeras
edades del hombre.
Para «demostrar el movimiento andando» y contestar a esta pregunta, no con un aforismo sino con una
demostración y como un ejercicio de método, he elegido el conocido tema, tan discutido y quizá tan
enigmático todavía, del diluvio.
ASSURBANIPAL
Aislado, inesperado, lleno de detalles precisos y vivos, incluido en un libro en el que se creía que estaban los
archivos históricos más viejos del mundo, el relato bíblico del diluvio (Génesis VI-VIII), como muchos otros del
mismo fondo, se ha visto durante mucho tiempo como la narración de una aventura completamente histórica.
Todavía hoy más de uno la ve así, a juzgar por el revuelo que se organizó hace algunos años en torno a una
expedición «científica» que fue a buscar en la cima de una montaña armenia los supuestos restos de la
famosa arca en la que se habían refugiado Noé y su zoológico.
Sin embargo, este relato ni es de primera mano, ni se puede atribuir a ningún «testigo ocular». Era de
suponer, y hoy lo sabemos. Hace más de un siglo que los asiriólogos empezaron a proporcionarnos la prueba
de ello. En efecto, el 2 de diciembre de 1872 G. Smith, uno de los primeros que se dedicaron a descifrar y
hacer el inventario de los miles de tablillas cuneiformes de la biblioteca de Assurbanipal encontradas en Nínive
[El rey asirio Assurbanipal (668-627) había reunido en su palacio de Nínive, cuidadosamente copiada en unas 5.000
«tablillas» (hoy diríamos «volúmenes»), la mayor parte de la extensa producción literaria del país, todo lo que entonces
se consideraba digno de ser conservado y releído. Es la biblioteca que descubrieron A. H. Layard y H. Rassam en 1852,
y luego en 1872, fragmentada en unos 25.000 pedazos. Transportada al Museo Británico de Londres, todavía es objeto
de fructíferos desciframientos. Para los asiriólogos es una de nuestras fuentes más ricas y fundamentales de nuestros
conocimientos sobre el pensamiento en este antiguo país], anunció que había descubierto una narración
demasiado parecida a la de la Biblia para que las coincidencias entre ambas se pudieran atribuir al azar. Este
relato, en unos 200 versos, el más completo que nos ha llegado de Mesopotamia hasta el momento, formaba
el «Canto XI» de la famosa Epopeya de Gilgamesh, el cual, en su búsqueda de la inmortalidad, llegó hasta el
fin del mundo para preguntar al héroe del diluvio, quien le contó cómo se había producido este cataclismo.
Desde luego, la edición de la Epopeya de Gilgamesh encontrada en la biblioteca de Assurbanipal y fechada,
como este rey, en torno al 650 antes de nuestra era, no podía, en sí misma, ser anterior a lo que según los
historiadores sería el estrato narrativo más antiguo de la Biblia, llamado «el documento yahvista» (siglo VIII),
aunque no Podemos imaginamos a los escritores y pensadores de la altanera, brillante y formidable Babilonia
mendigando sus temas a los israelitas...
Un siglo de descubrimientos en los inagotables tesoros de las tablillas cuneiformes nos ha permitido ver las
cosas con más claridad. Ahora sabemos que si bien la Epopeya de Gilgamesh tiene tras de sí una historia
literaria muy larga, que se remonta hasta mucho antes de los tiempos bíblicos, por lo menos hasta el año
2000, al principio el relato del diluvio no formaba parte de ella, pues se incluyó más tarde, tomándolo de otra
obra literaria en la que ocupaba su lugar orgánico: el Poema del Muy Sabio (Atrahasis).
Durante mucho tiempo sólo se habían conocido unos fragmentos sueltos del Poema del Muy Sabio, pero
desde hace varios años, gracias a una serie de hallazgos afortunados, disponemos de las dos terceras partes,
unos 800 versos, más de lo que hace falta para entender su sentido y su alcance. Nuestros manuscritos más
antiguos datan aproximadamente de 1700 antes de nuestra era, y el poema se debió de componer poco
antes, en Babilonia. No sólo contiene «el relato más antiguo del diluvio», que nos permite hacernos una idea
mejor de este fenómeno tal como lo «vieron» y pensaron los que lo incluyeron en sus escritos, sino que es una
composición admirable, tanto por su estilo como por su pensamiento, una de esas obras literarias arcaicas
que, por su tenor, su amplitud de miras y su inspiración, merecen ser conocidas.
Empieza en la época en que el hombre aún no existía. Sólo los dioses ocupaban el universo, repartidos,
según la división fundamental de la economía de la época y el lugar, entre productores y consumidores: para
mantener a la «aristocracia» de los anunnaki, una «clase» inferior, los igigi, trabajaba la tierra: «¡Su tarea era
considerable, / pesada su pena y sin fin su tormento!», ya que además, según parece, no eran lo bastante
numerosos. Agotados, acaban iniciando lo que hoy llamaríamos el primer movimiento de huelga, «Arrojando al
fuego sus aperos, / quemando sus azadas, / incendiando sus cuévanos» e incluso poniéndose en camino, en
plena noche, para « cercar el palacio» de su empleador y soberano, Enlil, con la intención de destronarle.
Entre los anunnaki cunde la preocupación: ¿cómo van a subsistir si ya nadie quiere producir los alimentos? Se
reúne una asamblea plenaria y Enlil trata de reducir a los rebeldes. Pero éstos declaran que están decididos a
resistir hasta el final. Su trabajo es demasiado duro, y están dispuestos a todo con tal de no reanudarlo.
Derrotado, Enlil piensa en abdicar, un desorden aún más temible, que podría sumir en la anarquía y la
descomposición a la sociedad divina.
Entonces interviene Ea, uno de los dioses principales, que no representa, como Enlil, la autoridad y la fuerza,
sino, en calidad de consejero y «visir» de Enlil, la lucidez, la inteligencia, la astucia, la capacidad de
adaptación e invención y el dominio de las técnicas. Para sustituir a los recalcitrantes igigi, Ea propone crear
un sucedáneo, calculado «para soportar el trabajo impuesto por Enlil / y asumir la carga de los dioses»: será el
hombre.
No es una idea improvisada. Ea tiene un plan ingenioso y detallado, y lo expone. El hombre se hará de barro
-material que se encuentra en todo el país-, de esa tierra a la que tendrá que volver cuando muera. Pero para
conservar algo de aquellos a quienes tendrá que sustituir y servir, su arcilla se humedecerá con sangre de un
dios de rango inferior, inmolado para la ocasión. La asamblea aprueba un proyecto tan ventajoso y sabio, y
confía su ejecución, bajo la dirección de Ea, a «la comadrona de los dioses: Mamnni-La Experta». Ésta
confecciona el prototipo, y luego, con la ayuda de catorce diosas-madres, prepara otros tantos ejemplares,
siete machos y siete hembras, los primeros «padres» de la humanidad.
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Podemos encontrar una discusión detallada y comparativa sobre la cuestión del diluvio en Mesopotamia y en
la Biblia en las páginas 224-269 de la obra de A. Heidel, The Gilgamesh Epic and Old Testament Parallels,
The University of Chicago Press, 2ª ed., 1949; reimpr. en 1963.
También se puede consultar el artículo de J. Bottéro «Le Déluge», en On a marché sur la terre, Museum
national d'histoire naturelle, Éd. IOS, 1991, págs. 61-68.
El texto de los cuatro relatos mesopotámicos del diluvio está traducido y comentado en Lorsque les dieux...,
págs . 526-601, «La grande Genèse babylonienne: la création de l'Homme au Déluge».
Otro asunto que se presenta de un modo parecido al del diluvio -con intervenciones de la mitología
mesopotámica en el pensamiento bíblico-, el de los mitos de la creación del mundo, se comenta con cierto
detalle en «Les origines de l'univers selon la Bible, en Naissance de Dieu, la Bible et l’historien, Gallimard,
París, 1986, págs. 155-201.