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Hace 20 años que soy docente, específicamente “maestra”, así es como se nos
conoce a quienes trabajamos en el nivel primario. Depende del espacio y el tiempo
en que se movilice ese significante identitario, adquiere diferentes sentidos,
incluso antagónicos: reproductoras del sistema, empleadas técnicas del saber
socialmente significativo, trabajadoras precarizadas, piqueteras y luchadoras,
putas que osan ocupar el espacio público para la protesta gremial, criaturas de
vagancia exasperante que se dedican a tomar mate, y un etc. importante que da
cuenta de cómo operan las categorías identitarias según los contextos y coyunturas
históricas.
Hace un poco más de 20 años que me enamoré por primera vez de una chica, y fue
justamente en el instituto de formación docente en el que estudiaba en Plottier,
una ciudad a 18 km de Neuquén. Una atracción apasionada y recíproca que
provocaba que ir al instituto tuviera un plus de magia que matizaba la abulia de las
clases. Y que posibilitó en mucho la finalización de mis estudios después de 1
1
Médico, psiquiatra, criminólogo y docente (1877-1925)
2
“La simulación en la lucha por la vida”, pág. 249, en Obras completas, Ediciones Rosso, 1933
3
Médico, abogado, empresario (1846-1907)
4
1870-1934
5
“Fetiquismo y uranismo femenino en los internados educativos” de 1905. Citado en Jorge Salessi,
Médicos maleantes y maricas. Higiene, criminología y homosexualidad en la construcción de la nación
argentina (Buenos Aires: 1871-1914). Beatriz Viterbo Editora, Rosario, 1995.
podríamos interrogarnos qué hubiera sucedido si Paulo Freire habría sido marica,
qué sería de su pedagogía del oprimido.
En el año 2008, junto a una profesora lesbiana y activista, montamos una pequeña
y fugaz iniciativa virtual: un grupo electrónico que se llamó Educadorxs lgtttbi,
para trabajadorxs de la educación, de cualquier nivel, que fueran lesbianas, gays,
travestis, trans, intersex, con el fin de estimular las narrativas en primera persona
como modo de articular una pedagogía “encarnada”, de vincular los estudios queer,
feministas con el campo educativo, compartir tanto las experiencias de visibilidad
como de discriminación, estimular prácticas anti-autoritarias, anti-represivas y
anti-normativas en educación, pensar en condiciones de trabajo menos hostiles
para quienes nos identificamos con una identidad sexual o de género no
hegemónica, y reflexionar sobre la práctica como modo de autoformación. Una
iniciativa que convocó debates que apenas iban tomando forma en ese momento
histórico y que se disipó un año después.
Al tiempo que mi expresión de género masculina se iba radicalizando, sumada a mi
visibilidad lésbica, aumentaron los episodios de violencia en la escuela. Una marca
indeleble que se vincula a los modos de aparición de los cuerpos, a esa agitación 5
embelesada que nos produce la presencia de un cuerpo que nos seduce porque
enriquece nuestros dominios imaginarios, fue conocer a Heather Sykes, una
profesora proveniente de Canadá que dictaba un curso sobre teoría queer y
educación en la Universidad del Comahue. Con su pelo corto y rapado y una
campera negra de cuero, se presentó como una lesbiana butch (una lesbiana
masculina), como jugadora de rugby y como profesora universitaria, una
combinación que amplió los horizontes de mi práctica educativa y operó en mí
como una suerte de acto de desvergüenza y reparación frente al hostil y
sistemático silenciamiento en la academia. Al día de hoy, casi no registro otras
intervenciones similares.
Después vendría mi mudanza a buenos aires y la experimentación con otros
formatos educativos, centrados más en la implicación de lxs participantes del
proceso educativo, que en la explicación. No obstante, un dato singular:
actualmente vivo en un departamento pegado a una escuela primaria, por lo que
siguen resonando las voces de niños, niñas, de las maestras y, principalmente, los
gritos del profesor de educación física. Cuando salgo al balcón, las niñas y niños me
interrogan si soy un varón o una mujer, una interpelación que recibo a diario en el
espacio público y que recorre variadas asignaciones de género: capo, macho, jefe,
señora, señorita, chico, chica, joven, que acontecen en el lapso de un pestañeo, de un
minuto a otro, de un local a otro, o de una vereda a otra.
Este es un relato apretado y no inocente que da cuenta de experiencias de la
herida, porque somos heridas por un saber, un lenguaje, un modo de conocer, una
manera de organizar los cuerpos y deseos que suprime y privatiza las expresiones
no heteronormativas. La heteronormatividad es una forma de conocimiento y
también un modo de organizar la ignorancia. Desconocer las vidas lgtttbi no es
falta de información, es un modo normativo aprendido de interpretar los cuerpos y
establecer la distinción entre aquellos que son legítimos y vivibles, y los que son
destinados al oprobio, lo reprensible y lo invivible. Todo conocimiento y toda
ignorancia suponen una forma de violencia, una de las más difíciles de reconocer,
la que hace del otro una vida despreciable o inexistente. La heteronormatividad es
una política del saber que provoca y administra heridas, gestiona los modos de
decir y la visibilidad pública de los cuerpos. Pero desde una reapropiación
subversiva de ciertas operaciones y términos políticos, tenemos la capacidad de 6
herir el lenguaje, de producir otras narrativas, otras ficciones, de dañar la
maquinaria del odio y el aniquilamiento y su economía escrituraria. Un poco mi
trabajo y mi pasión como maestra visiblemente lesbiana que busca articular una
reflexión teórico-política sobre las pedagogías antinormativas, sin asumir el lugar
testimoniante y victimizador adjudicado a la otredad sexual o a la diversidad
sexual, tiene que ver con interferir y desarmar esas políticas del saber que nos
hieren, y visibilizar a la vez que propiciar poéticas del cuerpo menos sujetas a las
ficciones naturalizadas de la matriz colonial del género y la sexualidad,
abriéndonos a la singularidad de los cuerpos travestis, trans, lesbianas chongas,
mujeres heterosexuales penetradoras de varones, drag, tortilleras que no son
mujeres, bisexuales que rechazan ser madres, varones que abortan, cuerpos
intersex, genderqueer, y una multiplicidad de formas de vivir el cuerpo que
desbordan las categorías de varón y mujer, y que habitan las masculinidades y
feminidades sin atarse a la genitalidad, a la conyugalidad ni a la monogamia.
La diversidad sexual como paradigma epistemológico colonial y como retórica
neoliberal borra las huellas de los conflictos políticos, establece los léxicos con los
que pensamos la vida, el cuerpo y la sexualidad, haciendo una codificación
domesticadora de la potencia de la herida, a la vez que vuelve impensables otras
corporalidades, formas sexuales y afectividades.
Lesbiana entonces es para mí, más que una identidad sexual que formatea un
deseo, un modo de construcción de conocimiento y de lectura del mundo, aun
cuando sea un término permeado por cierta condición inapropiada o impropia
para la docencia, en especial si se trabaja con la infancia, tropo heteronormativo
por excelencia, rehén de la prerrogativa de la inocencia, y pensada como la “dulce
espera de la heterosexualidad”. Recuerdo el comentario de una estudiante que tuve
en 7° grado, cuando en su primer año de la secundaria mencionó a sus compañerxs
que había tenido una maestra lesbiana y una chica la inquirió: “¿y la dejaban
trabajar? ¿no la echaron?”, actualizando una ansiedad social y un temor cultural
que aun recorre las aulas. Y pienso en Claudina Marek 6, amazona del Paraná,
fallecida en enero de este año. Una activista lesbiana, que en 1992 comenzó su
relación con Ilse Fuskova con quien compartió activismo y vida durante 20 años.
Claudina era maestra normal nacional, trabajó durante 24 años en jardines de
infantes y escuelas primarias, y fue expulsada de las aulas al visibilizarse como 7
lesbiana, un dato casi inexplorado en su biografía política y en las memorias
activistas.
Este texto habla un poco de mí, de la peculiaridad de una experiencia, apostando
por una escritura que reponga la densidad emocional, el tono vibrante de la
injustica, las texturas del erotismo, las figuraciones del pensamiento, las imágenes
imposibles de nosotrxs mismxs que nos atraviesan, la domesticidad y capilaridad
de la herida; una escritura con la complejidad ficcional de la vida como una forma
de educación sexual integral que se interroga por los cuerpos y deseos que hace
posibles y vivibles, sin buscar amansarla despojándola de la conflictividad, las
contradicciones y las dudas. Una escritura que restituya la autonomía intelectual
de las maestras, interfiera el dispositivo de feminización de la docencia, y quiebre
las matrices de obediencia.
Este texto habla de esas políticas del saber que exterminan o empoderan, de esas
poéticas del cuerpo que son archivos del daño y también memorias de la
insurrección y la desobediencia. Pero fundamentalmente, este texto como una
6
http://potenciatortillera.blogspot.com.ar/2016/01/claudina-marek_30.html
cámara de ecos, habla de muchas otras vidas, cuerpos e identidades, que hacen de
la herida la pulsión deseante de la emancipación.
val flores
Junio 2016