Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
De la afirmación al gesto: La figura del autor en los ensayos de Juan José Saer
Introducción
Para leer los ensayos de Saer, nos centramos en dos dimensiones que
operativamente distinguimos en los ensayos de escritores. En primer lugar, aquella que
condensamos en el interrogante “¿cómo lee un escritor?” y, en segundo lugar, la que se
expresa en una pregunta casi complementaria: “¿cómo es leído –y cómo quiere serlo–?”
La pregunta por cómo lee un escritor supone no solo una indagación por su
biblioteca personal, o por la invención de una tradición o de una filiación (que podemos
adivinar en ciertas preferencias o fijaciones), sino también por cómo el escritor se
interpela a sí mismo en la tarea de escribir una lectura –sin olvidar cuán engañosa puede
resultar esta fórmula si se desatienden los desplazamientos que supone el juego de ida y
vuelta entre la lectura y la escritura–.
Por otra parte, la segunda pregunta está íntimamente relacionada con la primera;
cómo quiere ser leído un escritor y cómo es leído son, en parte, efectos de los modos en
los que su lectura proyecta, desde los valores que se desprenden de ella, una imagen de
quien lee. Nuestra intención, en este sentido, es problematizar la figura de Saer
ensayista a partir de los dispositivos y estrategias en el marco del movimiento teórico
que supone un retorno del autor.
I. La incomodidad crítica
1
Esta incomodidad es experimentada o advertida por María Teresa Gramuglio en “Una mirada
obstinada del mundo” (2010), Nora Catelli en “Desplazamientos necesarios: El concepto de ficción”
(2011) y Alberto Giordano en “ Saer como problema: La narración objeto y trabajos”(2011)
palabra “incomodidad” funciona, de hecho, entre la crítica que se ha ocupado de los
ensayos de Saer como una especie de contraseña para entrar en diálogo acerca de su
anomalía. Manifestar incomodidad implica, en cualquier caso, explicitar la dificultad
por definir una posición: se comienza a hablar de los ensayos de Saer expresando una
decepción que es quizá el síntoma de un desajuste entre estos textos y la obra, y, ante
esta impresión, se acomete la tarea, a su vez ensayística, de interrogarla.
De todas formas, es posible, ante esta incomodidad, identificar dos posturas que,
a primera vista, parecen contrapuestas. Por un lado, la que sostiene radicalmente que no
pueden leerse los ensayos de Saer en relación a su obra, por otro, la que los comprende
como aquellos textos previos a la escritura (aun si han sido publicados en un momento
muy maduro de la obra de Saer) en el sentido en el que contienen -como una especie de
borrador o como una suerte de reverso de la obra- el germen de su poética.
Por una parte, está, entonces, la postura de Sarlo que afirma “la obra de Saer no
puede leerse desde sus ensayos” (2000: 2). En el marco del debate sobre literatura y
mercado que se publicó en la revista Punto de Vista en el año 2000, Sarlo está pensando
en los ensayos y entrevistas de los escritores como modos de enmarcar sus obras y de
situarlas en el campo cultural (y en el mundo editorial), y concluye que, mientras que
otros escritores como Piglia arman con sus intervenciones críticas una maquinaria de
lectura para abordar su escritura literaria, los ensayos de Saer constituyen un marco
endeble que no logra introducir al lector en su obra. Sin embargo, ante esta idea es
posible objetar que la crítica ha leído una y otra vez a la obra de Saer desde sus propios
ensayos, el carácter certero y autoevidente con el que se enuncian ciertos juicios y
valores sobre la escritura y sobre la literatura tientan a comprender estos textos como la
proyección y explicitación del programa estético de su obra.
Los ensayos de Saer también importan a Catelli por lo que pueden señalar de la
obra. Desde una perspectiva que le agrega espesor temporal a la lectura de Gramuglio,
Catelli atiende a la cronología y a la biografía intelectual de Saer, y recuerda la brecha
temporal que hay entre la escritura de estos textos y su publicación: mientras que han
sido escritos (y en gran parte publicados como artículos) desde 1965 a lo largo de casi
treinta años, recién se los reúne por primera vez en El concepto de ficción hacia 1997.
Este dato es, para su análisis, fundamental. La publicación de los ensayos puede
situarse, de acuerdo con Catelli, en un momento específico de la escritura de Saer,
aquel en el que comienza a emerger la idea de la obra como un conjunto, y aparecen
textos que a la luz de una poética definida podríamos considerar como “legibles” –La
ocasión (1988), La pesquisa (1994) y Las nubes (1997) –. Con su edición, El concepto
de ficción recogería, entonces, las cristalizaciones de una poética que finalmente la obra,
a su pesar, ha dejado caer por el propio peso de su desarrollo. Sin embargo, al mismo
tiempo, estos textos parecieran preexistir a la escritura de la obra como aquellas notas
que toma el escritor para “aclararse las ideas”: en ellas, aún no ha operado la
metamorfosis que ocurre en su escritura ficcional y “no preexisten más que como
material serio y bibliográfico a la plasmación de la obra” (228).
De esta manera, Catelli sostiene que entre obra y ensayo hay un desplazamiento
necesario: el que ocurre entre la explicitación de una premisa y su puesta en acto. El
desplazamiento es también un efecto de la propia lectura de Catelli, se trata de un
movimiento por el que, ante el desajuste de los ensayos, se les define una posición: más
acá de la escritura literaria de Saer, como aquellas notas previas en las que aún no ha
operado la metamorfosis a la obra artística, y más allá de ella, como un intento por
“hacer más evidentes las intenciones del conjunto y consolidar la coherencia” (228).
Es posible comprender, entonces, como antes insinuábamos, por qué ambas
lecturas son contradictorias solo en apariencia. La condición para que Catelli y
Gramuglio puedan leer la obra de Saer a partir sus ensayos es evitar su engañoso
estatuto metadiscursivo (lo que implica realizar el movimiento contrario: son los
ensayos los que terminan siendo leídos desde la obra). La crítica no ha dejado de
advertir que para Saer narrar supone necesariamente el desprendimiento de cualquier
cristalización de sentido incluso de aquel que se decanta del mismo acto de narrar. La
idea la narración como una búsqueda errante de Giordano (2013), de una poética de la
incertidumbre de Sarlo (2007) y la imagen de cadencia a partir de la que Premat piensa
su escritura (2009) remiten a al movimiento incesante de una obra cuya unidad –dada
por la persistencia estética y temática– termina por consolidarse paradójicamente a
partir del rigor con el que se asume la ausencia de a prioris narrativos. Quizá sea,
entonces, por un exceso de legibilidad que los ensayos se vuelven ilegibles dentro de la
obra. Intentaremos, en este sentido, indagar la divergencia entre los modos en los que
Saer se posiciona en sus ensayos y en su narrativa respecto a la literatura, como escritor,
desde luego, pero también –recordemos que Saer en el prólogo de La narración objeto
define la crítica como una forma superior de lectura (2012: 13) – como lector.
En este ensayo, Borges baraja varias posibilidades ante el efecto estético que le
provoca haber leído que el mismo emperador chino que construyó la muralla, mandó a
quemar todos los libros del imperio. Una interferencia, sin embargo, desvía la búsqueda:
en lugar de pensar las causas de esta insólita emoción, Borges imagina las posibles
relaciones entre ambas acciones monumentales: las sopesa, las mide y las indaga, pero
no se decide por ninguna. Sobre los ensayos de Borges, Giordano comenta “se escriben
desde y hacia la proximidad de lo inexplicable. La invención de las razones que
amplifican la inquietud y el encanto del misterio sustituye en ellos la referencia a algún
código preestablecido” (2005: 16). Más que explicaciones producto de un análisis
minucioso, estas conjeturas son ecos de la potencia del hecho estético que ha
experimentado; que Borges desista de su búsqueda modesta –toda indagación por la
experiencia personal es insustancial para las lógicas generalizantes de los discursos– y
la deje abierta (“esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el
hecho estético” (12)), puede leerse como un acto de fidelidad de la forma de su ensayo
a la tesis que sostiene.
2
Esta profunda disposición (la de la escucha) -dispuesta, en efecto, según la profundidad de una caja de
resonancia que no es otra que el cuerpo de lado a lado- es una relación con el sentido y una tensión
hacia él: pero hacia él totalmente antes de la significación, sentido en estado naciente, en un estado de
remisión para el cual no está dado el fin de dicha remisión (el concepto, la idea, la información) y, así
pues, en un estado de reenvío sin fin(…)
en él resuena –gracias al vacío que ha dejado su conclusión ambigua– la suspensión de
una revelación.
Sin embargo, aquí se hace necesario enunciar una advertencia sobre la que más
tarde volveremos: escribir la lectura es una utopía del ensayo, las lógicas de la escritura
traicionan, desplazan, tergiversan una lectura que nunca llegará a ser texto. El lector que
escribe –el lector que se escribe– es también una escenificación en la escritura: “el
discurso del ensayo muestra, como espectáculo y como objeto de conocimiento, la
subjetividad que lo enuncia”. El ensayista nos propone entonces un problema: es al
mismo tiempo aquella presencia afectada y conmovida por la lectura, y una
construcción o, mejor, una reconstrucción.
Para Catelli Saer es “un lector esforzado,que no busca el fulgor sino la opacidad,
(…) blinda esta opacidad y deja que los ensayos operen como un muro de contención
frente al asedio de sus propias exigenicias”(258), pero a la labor personal de aclarar “las
premisas de su arte” (228), se le superpone un esfuerzo aún más heroico. De acuerdo
con el prólogo de La narración objeto, la publicación de estos ensayos obedece a un
propósito que adquiere dimensiones casi épicas:
Tal como lo advierte Gramuglio (2010: 732), Saer en sus ensayos asume una
posición que puede ser leída a partir del imaginario del escritor altomodernista: este se
define por oposición a un otro que, de acuerdo con Huyssen (2002), es indistintamente
3
Giordano advierte, sin embargo, que la figura del autodidacta podría pulsar otros aspectos más
luminosos en el ensayista: “Cuando escribe para hacer memoria y comunicar recuerdos de las lecturas
que lo emocionaron, sin que el valor de ese efecto quede al servicio de la discusión, el autodidacta
muestra los costados más activos e interesantes de su temperamento, los que tienen que ver con la
curiosidad y la atención al despuntar de lo ambiguo.”(2011:250)
la industria cultural y la cultura de masas. En el fragmento que antes citamos, Saer
apresura a confesar –como poniendo en evidencia una condición vergozosa– que
muchos de los textos que ahora publica han sido escritos por encargo. Esto, sin
embargo, se justifica en virtud de una necesidad: la contradicción que le supone la
publicación del libro es un mal menor. Saer da batalla en una guerra que ya se sabe
perdida; su lectura es una labor heroica e incluso, podríamos aventurar, viril. De hecho,
en el imaginario modernista, esta distinción entre alta cultura y cultura baja se refuerza,
a la vez, en una metáfora de género. Lo femenino condensa una serie de significados –
que se relacionan con las figuraciones occidentales de la mujer– frente a los que aquel
se define; “la mujer aparece (…) como lectora de una lectura inferior –subjetiva,
emocional y pasiva– en tanto el hombre emerge como escritor de una literatura genuina
y auténtica, objetiva, irónica y con pleno control de sus medios estéticos” (98).4
4
A lo largo de la narrativa de Saer, la mujer aparece como consumidora de los productos de la cultura de
masas. Esto es posible advertirlo desde los cuentos de En la zona: las prostitutas, personajes recurrentes
en estas historias, son voraces lectoras de historietas.
En Cicatrices esta representación aparece particularmente visible: los personajes masculinos pueden
acceder a la alta cultura con una lectura atenta y especializada, en cambio, la madre de Ángel y,
nuevamente, las prostitutas se muestran siempre leyendo historietas, y aunque Sergio Escalante también
las lee, no lo hace de manera inocente: estas constituyen el objeto de análisis en sus delirantes ensayos.
La oposición se extiende hasta los textos más maduros, en Lo Imborrable, esta constituye un motivo
constante. Mientras que Tomatis ve televisión desde su inercia melancólica, y lo poco que llega a percibir
de ella es analizado con distancia y cinismo, los programas de televisión son parte de la vida cotidiana de
su hermana que los consume con ávida despreocupación. Lo mismo sucede con los vecinos de Tomatis:
Berta mira series norteamericanas inocentemente, y cuando su marido psicótico se une a ella, su mujer
piensa que este es un indicio de su cura. Sin embargo, Mauricio hace una lectura paranoica de estos
programas, y encuentra en sus sketchs y frases hechas, mensajes cifrados de conspiraciones secretas que
le están dirigidos. Aunque su lectura es delirante no deja de obedecer, como los ensayos de Sergio en
Cicatrices, a una lógica coherente y razonada.
El público de la radionovela –esa novela que no se lee sino que se oye– son las
mujeres que en las tardes de invierno se apiñan alrededor de la radio, como buscando el
abrigo de algún sentido. Aunque en la escena que él mismo describe se la sugiere con
precisión, Saer parece ignorar esta brecha incierta y azarosa que se abre en el espacio de
la escucha, que aquí también podría entenderse como un repliegue íntimo, en el que se
aguarda con atención a la espera de la aparición de un sentido que, como una confesión,
conmueva. Si en La narración objeto se afirma que la lectura de la crítica debe estar
atenta; se trata de otro tipo de atención diferente a la de las oyentes del radioteatro –y a
la que sugieren, podríamos arriesgarnos, los ensayos de Borges-: menos a lo que pudiera
afectarlo íntimamente, la lectura de Saer atiende, como decíamos más arriba, a lo que se
le presentan como evidencias. El crítico es un visionario, aunque en su caso se trate de
un visionario de la ceguera (“hablar en tanto ciego, a los demás, para que vean no la
realidad sino la ceguera que sufren” (Saer 2012: 146)).
“Narrathon”, que es uno de los ensayos de Saer que podríamos considerar de
carácter programático, replica la oposición que realizaran los escritores modernistas:
frente a la estética fetichizada y sometida a las leyes de oferta y demanda del mercado,
la verdadera novela se define como una entidad autónoma que, desvinculada de las
normas y formatos exteriores, solo obedece a las leyes que en su propio desarrollo
destila, y cuya “naturaleza experimental (…) la hace análoga a la ciencia ya que como
ésta produce y porta saberes” (Huyssen 2002: 98). Si, de acuerdo a esta idea central en
los ensayos de Saer, una estética se define a partir de los modos de aparición del
sentido en la escritura, cabría preguntarse, entonces, qué pasa con ellos mismos, cuando
exponen una lectura o manifiestan una idea.
De acuerdo con la tradición adorniana, no hay nada más extraño a la forma del
ensayo que el mandato de una necesidad que la dirija:
5
Por creencias comprendemos aquí, de acuerdo a la lectura que hace Deleuze de Spinoza, al “conjunto
de acciones que están permitidas en nombre de la esencia” (2003:35)
cosa es en realidad la pregunta por cómo el ensayista se compone con ella, qué le puede.
El ensayo entonces, decribiría el azar de un encuentro:
Nos interesa, en este punto, recordar el análisis de los ensayos de Saer que
realiza Gramuglio en “Una imagen obstinada del mundo”. Al comienzo de nuestro
trabajo, comentamos que ante la incomodidad crítica que producen los ensayos de Saer,
se ha intentado despegarlos de obra y duplicar, de esta manera, su figura en el crítico y
en el escritor de ficciones. Sin embargo, en la lectura de Gramuglio es posible advertir
una búsqueda por la puesta en continuidad de los ensayos con la obra ficcional. Para
Gramuglio, los ensayos obedecen a la composición de una imagen de escritor y a la
revelación de un proyecto de escritura: al escribir sobre otros escritores, Saer estaría
oblicuamente, por espejo, dando cuenta del lugar estético y ético desde el que quiere
ser leído. No obstante, nos interesa volver a señalar que Gramuglio comprende que esto
6
De acuerdo con Pardo, comprendemos la intimidad como un efecto del lenguaje pera a la vez una
falta dentro de él; aquello que se comunica sin expresarse en todo acto lingüístico, es decir, lo que
resulta indecible pero es al mismo tiempo la causa de lo que se dice (1996)
se produce muchas veces a partir de la desaparición del ensayista como voluntad crítica:
en las imprecisiones conceptuales y en las lecturas erróneas lee señales que dan cuenta
de cómo se construye su obra.
En esta misma dirección, pensamos que la metáfora del autor como gesto de
Agamben (2005) abre una perspectiva para visibilizar la figura de Saer ensayista más
allá de aquella que se propone tras del tono asertivo y casi propedéutico de sus ensayos.
Si el autor vuelve, lo hace, lo advierte Premat (2009), no como la afirmación de una
identidad sino como la pérdida de ella, es decir, bajo una forma paradójica: o bien como
un origen que es, en realidad, una proyección del texto o bien como la como la aparición
de una desaparición: la figura del gesto condensa ambas ideas. En “El autor como
gesto”, Agamben revisa “¿Qué es un autor?” a partir de la famosa cita de Beckett “qué
importa quién habla ha dicho alguien, qué importa quién habla” con la que comienza
Foucault su exposición, con el objetivo de advertir que por el mero hecho de su
enunciación esta frase está poniendo en evidencia la existencia de alguien que –aun
“anónimo y sin rostro” (2005: 82) – ha proferido el enunciado. A partir del juego de
presencia-ausencia que abre su comentario, Agamben realiza una relectura de la tesis de
la conferencia. Para su análisis, Foucault separa al sujeto de la función autor para
ocuparse de esta última como un producto de los dispositivos de regulación de los
discursos. Sin embargo, advierte Agamben, esta distinción es problemática, ya que el
sujeto tal como es pensado en la obra de Foucault también es un efecto de “los procesos
subjetivos de objetivación que lo constituyen y los dispositivos que lo inscriben y lo
capturan en los mecanismos de poder” (83). En este sentido, Agamben intenta ubicar al
autor como aquel resto de vida que se sustrae de los dispositivos –y del dispositivo por
excelencia: el lenguaje–, a partir de la resignificación de la idea foucaultiana de que el
autor se afirma solo a partir de su ausencia. El gesto sería aquí la aparición de la
desaparición del autor, una intermitencia en el sentido que nos permitiría adivinar el
destello de una vida que no ha sido completamente reducida a lenguaje.
El lugar en el que se piensa Saer como autor se nos vuelve tan ambiguo y
equívoco como el de la zona; esta es al mismo tiempo un espacio imaginario de pérdida
y de apropiación. Si hay algo anterior y exterior a la narración, la única forma en la que
puede presentificarse es como una pérdida que la escritura acusa con la asiduidad con la
que regresa a sí misma para mostrarse diferente cada vez.
Bibliografía
--(2016) “La supersticiosa ética del lector”. Discusión. Buenos Aires: Sudamericana
Contreras, S. (2008). "Viaje, exotismo y genealogía del relato". En Las vueltas de Aira.
Rosario: Beatriz Vitervo Editora.
Deleuze, G. (2008). En medio de Spinoza. Buenos Aires: Cactus.
--. (2005). Modos del ensayo: de Piglia a Borges. Rosario: Beatriz Viterbo.
--. (2013). El absoluto literario: la narración.
Gramuglio, M. T. (2010). Una imagen obstinada del mundo. El Entenado. Glosa,
Edición crítica: Alción Editora
Gramuglio, M. T., Prieto, M., Sánchez, M., & Sarlo, B. (2000). Literatura, mercado y
crítica. Un debate. Punto de vista, 66, 1-9.