José Efrén Zavala Rivera fue un artista espiritualizado por la creación,
que meditó la belleza a través de la microescultura, para entregarnos una colección que satisface la necesidad de una poética, de una historia y de una mitología. Buscar a Dios por la vía de la creación es encontrarse con lo inefable, coincidir con todas las místicas, con todas las religiones y adquirir la obligación de materializar lo sublime. La nada, que hace ilusión con la forma, nos permite ver su grandeza. Y esto lo resuelve el cosmos, como lo advertía Carlos Mongar: “Las microesculturas de José Efrén Zavala Rivera, son como los mundos nuevos, tienen que ser vividos, antes que explicados”. Sabe el creador, el artista, que lo inesperado siempre sucede. José Efrén se volvió pequeño por si la grandeza lo soñaba. Sabía que en el sueño no existe la ley de la gravitación, como tampoco existe la muerte. El poeta sueco Artur Lundkvist le da la razón: “Igual que en un sueño, en lo poético una tonelada no puede esclavizar a un gramo, ni tampoco un gramo esclavizar a una tonelada”. Sí, el poema es el último ángel esculpido que nos queda. Lo sé de memoria, que hasta en sueños puedo repetirlo: la belleza abre los ojos al niño que hay en todo adulto. Y cuando la ingravidez sutil de su obra nos eleva, las alas se nos hacen visibles. ¡Un breve destello transformado en una gran alegría! ¿Qué es el tiempo? ¿Qué es la muerte? ¿Qué es el tamaño? Hacerlo y que no esté ahí, representar sin presentar. La materia no es necesariamente física, pero todo lo físico es materia (quizá perceptible, como la imaginación materializada). El ojo recrea el Universum en el cosmos de su pupila… Y la única sabiduría digna de aprenderse es esta humildad. Ya lo decía: se necesita grandeza para admirar la pequeñez de estos portentos esculpidos en una noble y sencilla tiza. La eternidad no existe. Existe la memoria. “Haber levantado toda la noche Himalayas –Y llamar a eso sueños”, sentenciaba en su oración Cioran. El escultor se convirtió en su obra, esplendor en las formas musicales del aire y la materia, y el escritor, el amigo, cuando escribe para él, trata por todos los medios de parecerse a lo que escribe. Alivio en la contemplación de la belleza.