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DESENCANTAMIENTO INTELECTUAL

Jorge Juanes: “Historia errática y hundimiento del mundo”

Por Rael Salvador

“Todos los hombres son intelectuales,


aunque no a todos los hombres les corresponda
desempeñar en la sociedad dicha función”.
Antonio Gramsci.

Heredero de una anarquía informal, tiempo donde los bajos fondos son
divisa de cambio, el intelectual se ha quedado sin definición… En el menos peor
de los casos, utilizando el recurso facilón de la historicidad, con un membrete
que no le concierne: la “responsabilidad”, entendida ésta como compromiso
orgánico (¿bioético?, nada que ver), respuesta express y respetabilidad
burguesa.
Con un extensivo criterio que busca lo trascendente, el figurín del
intelectual posmoderno, después de Nizan, Camus, Sartre, Foucault, Deleuze,
Henry Levy, Ricoeur y Onfray, ahora sólo encuentra entre los suyos el
constreñido imaginario del desprestigio: la platinada bruma dialéctica y el pardo
humo conceptual que, por igual y en similar degradación, se disipan ante un
viejo viento de hierro colegiado.
Siglo de siglas, de una justicia sin reciprocidad, donde las equivalencias
entre pobreza y descaro, riqueza y benevolencia, genitalidad y economía,
neurosis y seducción, imbecilidad y fuerza, sin ser sorpresa para nadie, generan
la comprensión de un cáncer capital devorándose a sí mismo: el cálculo
interesado mediando juicios emocionales.
En palabras del pensador y crítico de arte Jorge Juanes, podría agregar:
“Tenemos así que la mano temblorosa que de noche sostiene el vaso de whisky,
a la hora de la jornada laboral se convierte en mano diestra condenada a
someterse a la máquina productiva que sigue los ritmos impuestos por la
necesidad imperante de producir plusvalía”.
Jorge Juanes, recordado adalid en el binomio del filósofo Adolfo Sánchez
Vázquez (el otro es Roger Bartra), presentó en XXXIII Feria Internacional del
Libro Politécnico 2014, Historia errática y hundimiento del mundo. Con
Heidegger. Contra Heidegger (Libros magenta / Conaculta, 2013), una
biografía intelectual que repasa el imaginario duro del ser en su tiempo.
El sinsentido y la vacuidad enmascaradas por un activismo presupuestado
por las instituciones, más efímero que los gestos y muecas de la historia errática
y el hundimiento de un cinético mundo cambiante.
La escritura como adorno retorico en el intelectual, podría sentenciarse.
Pero esto sería más una mentira que una agresión, pues el intelectual en turno
no sabe escribir.
“Así se escribe por estas tierras”, refiere al repasar las planas del cuaderno
de visitas en el Centro Estatal de las Artes de Ensenada (Cearte). A lo que, dado
el caos, agregaría una de sus fulgurantes sentencias: “Y es que alentar el gusto
homogéneo y uniformizador, a través de un arte que aletarga y adormece,
contribuye a impedir la constitución de individuos singulares, imaginativos y
críticos, dispuestos a comprometerse en procesos de emancipación”.
¿La responsabilidad entre la promoción de la paz en al vida de los
hombre?
Más acertado sería reconocer que, vana individualidad de los contrarios,
hemos arribado a la exaltación o a la banalidad, “al sentimentalismos que no
sabe pensar”, como solía enunciar el cómodo doble filo de Paul Ricoeur.
Demasiadas cosas se han visto en Ensenada, muchas de ellas empotradas
en el caudillismo presupuestal o censadas por el boletaje mediocre de los
parques temáticos del arte y la literatura, a lo que sella el afamado autor de Marx
o la crítica de la economía como fundamento: “Por doquier zonas rojas, zonas
blancas, zonas negras; bares, parques de recreo”.
Hueso sin carne: “El arte se convierte, en pocas palabras, en una
mercancía forjada por expertos en diseñar una cultura estándar, capaz de
representar los estereotipos que pueden ser fácilmente asimilados y
consumidos. Arte de entretenimiento, previsible y distractivo, formalmente
simplificado y para cuya comprensión no se requiere de una educación
especializada”.
Jorge Juanes, es un librepensador cabal, elocuente como una medusa que
deja escurrir sus fuegos líquidos ante una masa petrificada: “Lo prohibido
retorna con fuerza en los años sesenta. En el marco de un mundo infectado por
nubes que escupen fango, el arte pierde su aura y rinde culto, paradójicamente,
a mitos prosaicos plantados al ras de la calle y que pueden ser manoseados y
consumidos por el «uno de tantos»”.

raelart@hotmail.com

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