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1º. Jesús es llamado rabbí. Dos pasos entre otros, como ejemplo: Mc
9,5 y 10,51. Es un rabbí que habla en público, como hacían los
maestros de Israel: en las sinagogas, en las plazas, en el templo.
Jesús es un maestro rodeado de mazetái (discípulos), tiene su
escuela.
Son ejemplares sus parábolas. ¿Cómo enseñar el amor mejor que con
la parábola del buen samaritano? Jesús saca brillo al relato
cambiando la acentuación desde la objetividad del prójimo: «¿Quién
es mi prójimo?», a la subjetividad: «¿Quién se hizo prójimo?»,
marcando así una radical diferencia en la visión moral cristiana.
Igualmente la parábola de las diez vírgenes, sobre el tema de la
tensión escatológica. Las parábolas de Jesús parten siempre de la
historia concreta, de la existencia: hijos en crisis, porteros nocturnos,
relaciones sindicales (parábola de los trabajadores de la viña), jueces
corrompidos, previsiones meteorológicas, el ama de casa, los
pescadores, los campesinos, la polilla, los pájaros, los lirios, etc. Este
modo de hablar introduce la Palabra de Dios en lo cotidiano,
fecundándolo.
Un refrán rabínico dice: «Es mucho mejor una pizca de guindilla que
un cesto de melones». La enseñanza prolija como el cesto de
melones, el hablar en tono gris, incoloro, insípido no aguanta el cotejo
con la pizca de guindilla, que logra dar sabor a un montón de comida.
Jesús usó también la imagen de la levadura y de la sal, enseñándonos
así una comunicación sabrosa, vivaz, incisiva y "narrativa". Hemos de
recuperar, siguiendo a Jesús y a la Biblia, nuestra capacidad de
comunicación, las grandes dotes de la tradición cristiana para anunciar
la fe mediante el relato, la imagen, la belleza, la estética. Aprendamos
la lección de von Balthasar y de los grandes autores cristianos del
pasado, por ejemplo san Agustín, que poseía todo el rigor incluso del
lenguaje formal, cuando era necesario, pero que acostumbraba hacer
"teología del tú", del diálogo: una teología-oración, con toda la riqueza
de la comunicación humana, que constituye una aventura
extraordinaria del espíritu. El mundo es rico, la historia es siempre
creativa, nuestro lenguaje va continuamente detrás de la realidad.
Borges, el célebre escritor argentino, tiene este verso: «el universo es
fluido y cambiante — el lenguaje rígido». Es siempre necesario un
esfuerzo para hacer el lenguaje —sobre todo el religioso— cada vez
más cálido, más dúctil. Jesús es un gran maestro también en esto.
3º. Jesús es un maestro paciente, que se adapta a nuestro lento
caminar, a nuestro gradual aprendizaje. En el evangelio de Marcos
encontramos un Jesús maestro "progresivo", que paulatinamente lleva
la luz al discípulo, pasando a través de la oscuridad de las resistencias
humanas. Primero lo conduce al reconocimiento de la mesianidad
(«Tú eres el Cristo»: Mc 8,27-29) y luego le desvela la plenitud, al final
del evangelio, cuando el pagano, centurión romano, llega a la fe y
dice: «Verdaderamente este hombre era hijo de Dios» (15,39). ¡Pero
qué camino más largo hay que hacer! El camino de la cruz. Jesús, que
es un maestro "progresivo", nos hace pasar de la oscuridad a la luz no
de una manera desconcertante, sino de modo paciente y lento. El
capítulo 9 de Juan (el ciego de nacimiento) ilustra este camino con los
títulos cristológicos usados en progresión. Se parte de «ese que se
llama Jesús » y se llega a la última frase: «Creo, kyrie, te doy mi
adhesión, Señor»: es ya el descubrimiento de Jesús como
el kyrios por excelencia, o sea como Dios.
La relación maestro-discípulo en Israel era muy distinta de lo que hoy día nosotros
estamos acostumbrados con los profesores de nuestras escuelas. Para comprenderlo es
necesario despojarnos de nuestros conceptos catedráticos y meternos en el túnel del
tiempo, que nos transporte al Oriente y a la mentalidad de hace dos mil años.
Jesús aparece en el escenario religioso de su tiempo como uno más de estos maestros de
Israel. Por lo tanto, viene a enseñar a vivir. Por eso acepta ser llamado "Rabbí” -
Maestro- y se rodea de unos seguidores para enseñarles a vivir de la misma manera que
él lo hace.
En los Evangelios aparece cuarenta y ocho veces el término maestro (didáscalos), aparte
de las quince veces "Rabbí" y las dos ocasiones en que se presenta "Rabbuní". En todas
estas ocasiones se nos ofrecen distintos valores para delinear el perfil de Jesús como
Maestro.
Maestro, es uno de los pocos títulos que Jesús se atribuye a sí mismo (Jn 13,13). Sin
embargo, Jesús se distingue de todos los otros maestros por algunas características que
lo hacen único:
-En aquel tiempo los discípulos tenían el derecho de seleccionar al maestro que más les
convenciera y conviniera. En el caso de Jesús, no es así. El mismo escoge
personalmente a cada uno de sus seguidores(Jn 15,16).
-El discipulado era tomado como una etapa temporal. Los discípulos de Jesús lo siguen
por toda la vida y no les está permitido volver atrás (Lc 9,62).
-Los discípulos entraban al servicio del maestro casi de la misma forma que un esclavo
servía a su amo. Jesús, por su parte, no los llama siervos, sino amigos (Jn 15,15).
-Los niños y las mujeres no eran considerados aptos para el discipulado. Sin embargo,
Jesús pide que los niños se acerquen a él (Mc 10,14) y un grupo de mujeres lo siguen
para aprender a vivir su vida (Lc 8,3).
C.- El Discípulo
Así como no cualquiera era considerado maestro, tampoco todos podían ser discípulos.
El sistema del discipulado exigía ciertas características y renuncias que no todo mundo
podía satisfacer. Hasta que un joven judío celebraba su Bar Mizbá (hijo del precepto) a
los trece años, se hacía apto para comenzar el itinerario del discipulado. El discipulado
era un privilegio y una responsabilidad que abarcaba todos los aspectos de la vida, y que
por tanto exigía disponibilidad plena para dejarse moldear por el maestro.
El discipulado era un sistema que buscaba trasmitir sabiduría para saber vivir bien.
Gracias a él se mantenía viva la fuente de vivencias de Israel. Como el maestro
comunicaba ante todo experiencias, y éstas de por sí son intransferibles, entonces se
buscaba llevar a los discípulos a que ellos tuvieran sus propias experiencias.
Instituyó doce:
Por aquellos días Jesús fue al monte a orar y se pasó la noche en la oración de Dios.
Cuando se hizo de día, "llamó a sus discípulos" y eligió "de entre ellos" a doce, a los
que llamó también apóstoles (Lc 6,12-13).
La única condición indispensable para llegar a ser apóstol, es antes ser discípulo. Jesús
no pidió títulos académicos ni certificado de buena conducta; ni siquiera que fueran
célibes o tuvieran ciertos estudios. La única prueba que había que pasar para llegar a ser
apóstol, era ser antes uno de sus discípulos.
En el plan pastoral de Jesús, para ser apóstol (enviado), antes se necesita haber sido
discípulo (llamado). Pero muchos han suplido el discipulado por el trabajo apostólico, la
imitación del fundador de una congregación, el celibato o un cargo en la Iglesia. Se ha
devaluado lo esencial y se da más importancia a lo secundario. Se ha perdido el sentido
de la vida y se han invertido los valores evangélicos.
Este tema ha sido sintetizado de: José H. Prado Flores; “Formación de Discípulos”:2 El Maestro y el discípulo; pag. 13-
ss; Publicaciones Kerigma; Mexico.