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Universidad Sergio Arboleda

Escuela de Filosofía y Humanidades


Preparatorio en Literatura
Diego Fernando Penagos Rodríguez

Budismo y taoísmo en El hombre en el castillo

El viento sopla sobre el lago y ondea su superficie.


Los efectos visibles de lo invisible se manifiestan por sí mismos.
Hexagrama 61: Chung Fu: La verdad interior
I Ching

Las lecturas que pueden hacerse de El hombre en el castillo son tan diversas como

las respuestas que el I Ching puede arrojarnos frente a una pregunta concreta. Así,

esta obra de Dick cuenta con tantos matices, como con hexagramas el texto

oracular chino. De igual manera, los aspectos que pueden percibirse en las distintas

lecturas de esta novela son imposibles de diferenciarse absolutamente, y se

relacionan entre sí, como lo hacen los hexagramas dentro del milenario libro de las

mutaciones. En este pequeño ensayo nos centrarnos en el aspecto que

consideramos más importante de esta novela de Philip K. Dick, y que por lo mismo

se relaciona con todos los demás de manera más manifiesta: La influencia de las

filosofías orientales (taoísmo y budismo) en El hombre en el castillo.

Aunque antes de pasar a analizar el contenido del libro, vale la pena hacer una

pequeña sinopsis de la trama y algunas acotaciones frente de los elementos

formales de los que se valió Dick para escribirlo. Lo primero que debe mencionarse

a este respecto de la novela es el género al que pertenece: La ucronía. Este género,

que puede enmarcarse dentro del género más grande de la ciencia ficción, consiste
en imaginar cómo transcurriría la historia del mundo si algún suceso importante de

esta hubiese sucedido de manera diferente. Así, Philip K. Dick plasma en su novela

un resultado diferente de la segunda guerra mundial, en el que los Aliados (liderados

por Inglaterra y Estados Unidos de América) fueron vencidos por las fuerzas del eje

(Alemania, Japón e Italia). Se relata, entonces, una realidad en la que la Alemania

Nazi ha conquistado el planeta casi por entero, pues ha dejado parte de territorio a

la conquista japonesa; aunque entre estas dos “naciones” se alcanzan a percibir

hostilidades políticas. La novela transcurre en la década de los 60; en el territorio

que, se supone, fue antes Estados Unidos, y que ahora está divido en tres partes:

Una bajo el dominio alemán, otra bajo el japonés, y la última que es independiente.

Hay que mencionar que las características que exige este género, es decir, la forma

en la que está escrita la novela, basada en parte en sucesos que ocurrieron y en

parte en sucesos que no, complica bastante su lectura. Por un lado, el lector tiene

que estar bien documentado sobre los hechos históricos para saber a qué se está

refriendo el autor cuando nombra tantos personajes, lugares, situaciones, eventos,

instituciones, etc. Que no siempre se sabe si son parte de la historiografía de la

humanidad o entes que ha creado el autor dentro de la nueva realidad que imagina.

Resulta tedioso tener que parar tantas veces la lectura para averiguar si el ente al

que se está refiriendo en ese momento el texto existió o si es una invención del

autor. Por otro lado, retener los nombres de estos entes de tan diversas culturas (la

japonesa, la china, la alemana, la estadounidense, la italiana, la judía, las que el

autor crea en su nuevo mundo, etc.) resulta un trabajo a veces innecesario, en

cuanto parece que se mencionaran gratuitamente, pues muchas veces no llevan a


ningún sitio. Esto impide una lectura fluida, y más cuando tales nombres vienen de

idiomas tan distintos al español, que tan solo pronunciarlos resulta un reto.

En cuanto a la estructura de la novela, el autor nos presenta cinco historias

centradas en cinco personajes diferentes, que se relacionan sutilmente entre sí,

pero se desarrollan cada cual aparte. Encontramos la historia de Robert Childan, un

estadounidense dueño de una tienda de arte de la preguerra; la del señor Tagomi,

un oficial jerárquico a cargo de la Misión Comercial en el territorio estadounidense

ocupado por Japón; la de Frank Frink, un judío soldador en busca de establecerse

como joyero independiente; la de Juliana, exesposa de Frink, que se enreda

románticamente con un supuesto italiano; y la de Baynes, un espía que trabaja

contra el totalitarismo nazi y que se presenta como hombre de negocios. Así, cada

uno de los quince capítulos está subdividido en apartados que se centran en la

historia de cada personaje, y aunque entre estas exista una relación que las conecta

a todas, cada cual parece desarrollarse a su propio ritmo y, podría decirse, desde

su realidad singular. De esta manera, desde el aspecto estructural puede verse ya

la influencia taoísta en la novela, en cuanto todas estas historias, que aparentan no

relacionarse, terminan fundiéndose en una sola, y siguiendo un mismo camino,

recalcando la realidad unitaria del Tao.

Ya comentada la cuestión formal, pasamos ahora al análisis del contenido de la

obra y a argumentar por qué consideramos que el taoísmo es un tema fundamental

dentro de ella. En primer lugar, una de las razones por la que consideramos que las

filosofías orientales son el tema de fondo de la obra es que, dentro de la misma, la

mayor parte de personajes, gracias a la colonización japonesa, han asumido el I


Ching, libro fundamental de las filosofías orientales, como su libro religioso por

antonomasia. No solamente los japoneses, sino que judíos, americanos y hasta

alemanes se han dado cuenta del valor de esta obra filosófica, religiosa y moral y la

han adoptado como una forma de tomar decisiones y de vivir la vida.

En segundo lugar, se sabe que Philip K. Dick se valió del I Ching para determinar

qué curso debía seguir la historia que estaba escribiendo (tal como se narra que lo

hizo el personaje Abendsen con su novela La langosta se ha posado). Por lo que

podría pensarse que no fue directamente Dick el autor del libro, sino que más bien

sirvió como el medio que permitió a la sabiduría china milenaria manifestarse. El

camino (una posible traducción del Tao), entonces, que sigue la historia de El

hombre en el castillo, puede ser mejor atribuida a los autores del I Ching que al

mismo Dick, quien admitió no estar de acuerdo en más de una ocasión con la

solución que le presentaba el libro de las mutaciones, pero que al igual siguió. El

crédito que se lleva el autor en este punto, a nuestra consideración, es haber tenido

la genial y original idea de permitir que un oráculo decidiese por dónde habría de

avanzar su obra, y de haber interpretado los hexagramas del I Ching para construir

una obra tan redonda, en la que todos sus elementos terminan conectándose en un

solo sentido, en el del fluir natural de las cosas.

Esto nos lleva a otro principio fundamental de la filosofía taoísta: El wu wei, cuya

traducción puede ser la “No acción” o el arte del “dejando ser”. Esta creencia formula

que el mejor modo de enfrentarse a las situaciones, en especial si son conflictivas,

es no actuando, en el sentido de dejar que las circunstancias fluyan de manera

natural y no forzándolas a comportarse de una manera artificial. Al tener


consciencia, como creemos que la tenía Dick, de que el orden natural del mundo es

armónico y lo mejor es dejarlo funcionar bajo sus propios principios, el autor permitió

que su obra se desarrollara según las sugerencias del libro de las mutaciones. Y del

mismo modo este dejar fluir terminó por plasmarse también en el personaje que le

da el título a la obra.

De esta manera llegamos a uno de los puntos que más aportan para entender la

dimensión taoísta de esta novela: La metaficción y la auto-referencialidad que se

perciben en el personaje de Hawthorne Abendsen con su libro La langosta se ha

posado. Abendsen es el hombre en el castillo al que se refiere el título de la obra;

un escritor ermitaño que escribió una novela ucrónica, La langosta se ha posado,

en la que los Aliados ganan la guerra contra las fuerzas del Eje, tal como en nuestra

realidad, pero que muestra un desarrollo de la historia de la humanidad alternativo

a partir de este suceso. Este metalerato, La langosta se ha posado, ha sido leído

por la mayoría de los personajes de El hombre en el castillo, y causa gran revuelo

dentro de su realidad al mostrar un posible desarrollo distinto de la historia humana

en el que el mundo no se ve dominado por los nazis. Además, se revela que el

desarrollo del argumento de La langosta se ha posado fue también guiado por las

predicciones del I Ching.

Así las cosas, podemos percibir en la lectura del libro tres posibles realidades. La

primera es la nuestra, en la que los aliados ganan la guerra y no buscan colonizar

más territorios; la segunda es la de El hombre en el castillo, en la que el mundo se

ve dominado por los nazis; y la tercera es la de La langosta se ha posado, en la que


Inglaterra aprovecha su victoria en la guerra para colonizar diferentes territorios a

nivel mundial.

La propuesta de la existencia de esas realidades alternativas puede interpretarse

desde las filosofías orientales por lo menos de dos maneras. Una primera recae en

el budismo, con su creencia de que la realidad y el yo son una ilusión. Para varias

escuelas budistas el plano fenoménico que experimentamos no nos refiere a la

auténtica existencia, pues afirman que nuestros sentidos nos engañan y que el

mundo físico que percibimos gracias a ellos es irreal. De igual manera sucede con

el yo, también es una ilusión en tanto percepción propia impermanente. Por estas

razones el objetivo de los budistas es alcanzar el estado del Nirvana, momento en

el que el ciclo de reencarnaciones se rompe y se llega a la iluminación, el plano de

existencia verdadera.

Tal cuestionamiento sobre la existencia propia y la del mundo es uno de los

objetivos principales de Dick al escribir su obra. El planteamiento de una existencia

dentro de otra, la metaficción, y el que estas compartan diferentes características,

hace reflexionar al lector sobre la posibilidad de que nuestra propia existencia sea

también uno de los posibles desarrollos de la historia que algún autor (¿dios?) ha

narrado valiéndose del I Ching. Esto es lo que sugiere el confuso final abierto del

libro, en el que Abendsen termina por confesar a Juliana que la verdadera realidad

es la que ha escrito él en su libro con ayuda del I Ching. Además, este punto es

apoyado en el apartado en que el señor Tagomi, devoto seguidor de la religión

budista, experimenta por un momento, y a causa de una crisis espiritual por haber
matado dos hombres, la realidad alternativa narrada por Abendsen en su novela,

sin entender qué es lo que está sucediendo.

La segunda interpretación de este asunto tiene su fuente en el taoísmo, y más

específicamente en sus conceptos fundamentales del Yin y el Yang. Conceptos con

los que esta filosofía representa la dualidad del universo y todo lo que hay en él. Por

un lado, el Yin en el principio pasivo, oscuro; y por el otro el Yang es el activo, claro.

Tales principios, aunque parezcan opuestos, son en realidad complementarios, y

una muestra de cada uno se encuentra en el otro. De hecho, el uno no puede vivir

sin el otro; son interdependientes y su naturaleza es transformarse en su opuesto

relativo constantemente. Ellos simbolizan el contante y natural fluir del universo al

que llaman Tao.

En nuestra interpretación de la novela, el yin y el yang son principios constantes

dentro del desarrollo de la misma. Y no solo porque en algunos diálogos tales

conceptos sean mencionados; sino porque pareciese que los elementos de los que

se compone la obra estuviesen diseñados con las características propias de estos

dos principios. Como ejemplo pueden nombrarse, a nivel estructural, las diferentes

historias que se cruza entre sí; las diferencias y complementariedades entre los

continentes y las culturas oriental y occidental; las joyas mismas que fabricaba

Frank Frick; los distintos pero complementarios personajes; y más que nada las

realidades propuestas por el autor. Al igual que el yin y el yang, la realidad de El

hombre en el castillo y la de La langosta se ha posado son relativas la una a la otra.

Interactúan sutilmente y coexisten en el devenir del Tao.


Estas son apenas algunas de las razones por las que se constata la relación de la

novela con algunas ideas filosóficas orientales. Estamos seguros de que dejamos

de lado muchos otros aspectos que podrían contribuir en este mismo sentido, pero

lastimosamente no hay espacio para desarrollarlos todos. Tampoco dudados de que

la novela pueda ser estudiada desde muchas otras perspectivas, pero creemos que

sean cuales sean, inevitablemente tendrán que relacionarse de alguna manera con

nuestra lectura.

Para culminar queremos resaltar los alcances que el género de la ciencia ficción

tiene, tanto el plano literario y artístico, como en el filosófico. Pues es común que

este género sea menospreciado por gran parte del público por no considerarlo

riguroso. Muy por otra parte, aquí lo consideramos como uno de los géneros más

serios, que ofrece la oportunidad de desarrollar los aspectos más significativos de

la existencia. Al ser tan amplio, ofrece horizontes que muchos otros géneros no

alcanzan a vislumbrar siquiera. Además, la versatilidad y el ingenio que exige este

género no son pocos, mientras que sí lo son quienes son capaces, como Dick, de

desenvolverse con tanta tranquilidad en él, y ser capaces de utilizarlo para estudiar

los matices más complejos de la condición humana.

Referencias
Kindred Dick, P. (1976). El hombre en el castillo. Buenos Aires: Ediciones Minotauro.

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