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Marco general de la
intervención social
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Fernández, García, Tomás, and de León Romero, Laura Ponce. Elaboración, gestión y evaluación de proyectos sociales: intervención social y programación, Difusora Larousse -
Ediciones Pirámide, 2016. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/bibliopoligransp/detail.action?docID=5046008.
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1. CONCEPTOS BÁSICOS EN PROYECTOS
SOCIALES
SERGIO ANDRÉS CABELLO
OBJETIVOS
El capítulo tiene como principal finalidad explicar los conceptos y términos básicos que se
deben tener en cuenta en la elaboración de proyectos sociales. Con esta idea general se
pretende cumplir con los siguientes objetivos específicos:
1.1. INTRODUCCIÓN
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este tipo de proyectos «pueden parecerse más a un lento goteo que a una catarata de cambios
esperados y necesarios para poner fin a desigualdades en términos de necesidades básicas»
(Malgesini, 2010: 62); de lo que no cabe duda es de que éstos se constituyen en los pasos
decisivos y necesarios para que se pueda cumplir el objetivo final para el cual fueron
planificados.
En las siguientes páginas se estudiarán los conceptos básicos a través de los cuales se
articula un proyecto social, las fases y contenidos que lo conforman, su evaluación, los tipos e
indicadores que se emplean en ellos y, finalmente, cómo proceder a la difusión de sus
resultados.
una planificación temporal, y se deberían detallar las tareas a realizar para la consecución de
unos objetivos.
Uno de los puntos fundamentales de los proyectos sociales es la participación activa de los
colectivos y las personas implicados. Dentro de un proceso más general, los usuarios no son
sujetos pasivos de las intervenciones, sino que deben formar parte del proyecto, pues su
implicación está vinculada a la facilitación de su inclusión social. Esta participación se
debería producir en todos los casos, como por ejemplo en la intervención comunitaria, en la
que suelen implicarse redes familiares y comunitarias que sirven de soporte a las personas y
colectivos objeto de la intervención.
Todas las actividades que forman parte de un proyecto social cuentan con un orden lógico y
secuencial, es decir, están planificadas temporalmente, orientadas al fin delimitado con
anterioridad. Pero, además del propio proceso en sí, el proyecto social supone un aprendizaje
a través de la experiencia que revierte tanto en su propio desarrollo como en otros futuros.
La planificación, elemento central del proceso, es una forma de anticiparse al futuro, un
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medio para reducir la incertidumbre y orientar la toma de decisiones. Ésta adquiere también
un valor central en la elaboración de los objetivos, ya que en su definición deben tenerse en
cuenta su viabilidad, operatividad y medición. Sin planificación no habría proyecto, ya que a
través de ella se concretan y ordenan las acciones, sirve de guía para evaluar los resultados y
permite la participación de los diferentes agentes, y ser muy cercana a la parte humana y social
para la que fue diseñada (Pérez Serrano, 1993). En caso contrario, sus efectos serían
contraproducentes y no se alcanzarían los fines deseados, ya que la falta de planificación
«puede hacer inútiles los esfuerzos realizados, que se solapen o dupliquen los presupuestos
destinados a un mismo problema, que se desaprovechen o despilfarren recursos humanos y
materiales y en definitiva obtener buenos propósitos sin resultados prácticos» (Fernández,
2002: 9).
Al actuar en entornos cambiantes, en continuo movimiento, existirán siempre componentes
de riesgo e incertidumbres, dificultades que determinarán la consecución o no de los
objetivos. Éstos vienen derivados tanto desde el ámbito de la propia realidad sobre la que se
actúa como desde el desarrollo del proyecto, y su gestión.
Realizar un proyecto social debe implicar también un método de trabajo basado en el rigor
científico. La sistematización, la coherencia y la flexibilidad tendrían que guiar su diseño,
planificación, ejecución y evaluación. Contar con ese rigor científico es un elemento central en
la consecución del éxito, que estará marcado tanto por la eficacia, en el sentido de lograr sus
objetivos, como por la eficiencia, consiguiendo esos objetivos a través de los recursos
disponibles, sin sobrepasarlos. En este sentido se debe tener en cuenta que se puede ser eficaz
y conseguir los fines, pero ineficiente si se han superado los recursos disponibles; en este caso
la planificación no habría sido adecuada o los objetivos no habrían sido del todo operativos.
Por ejemplo, si se ha realizado un taller de búsqueda de empleo en un proyecto de inclusión
sociolaboral de personas inmigrantes y se han podido alcanzar los objetivos propuestos
porque parte de los participantes han encontrado trabajo, se podría decir que el proyecto ha
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sido efectivo; pero si hubo que emplear más personal y recursos, ampliando incluso el número
de horas de la jornada laboral porque no se tuvieron en cuenta algunos factores como el
idioma o el impacto de las tecnologías de la información y el conocimiento (TIC) durante la
planificación, se podría decir que dicho proyecto no ha sido eficiente, pues las tareas
desempeñadas no se ajustaron a los recursos previstos para llevar a cabo esa actividad.
Hay que tener en consideración que todo proyecto social también debe ser flexible, pues la
planificación es un elemento dinámico y vivo, que interactúa con la propia realidad para la
que está dirigida y con sus participantes. De esta forma, las situaciones imprevistas y los
cambios forman parte de su desarrollo, por lo que se debe disponer de alternativas y
mecanismos para poder afrontarlos.
Los proyectos deben ser realistas, es decir, tienen que acercarse hasta el máximo posible a
la satisfacción de las necesidades, intereses o motivaciones de los colectivos afectados. En
este sentido la realización de un diagnóstico acertado evita la posible disociación entre el
planteamiento profesional y las necesidades, intereses y motivaciones de los destinatarios.
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Deben estar consensuados y ser realizables, pues con estos dos requisitos se conseguirá
aumentar la implicación y la motivación de los usuarios.
La bibliografía sobre planificación suele distinguir varios niveles, todos ellos
interrelacionados y articulados entre sí. El plan, el programa y el proyecto son los tres niveles
más frecuentes (Fernández y Ponce de León, 2012: 174 y 175):
etc. El PNSD cuenta con proyectos, como por ejemplo: Proyecto Coordinado de
Prevención Familiar Universal, Proyecto Coordinado de Prevención para Menores en
Situación de Vulnerabilidad, Proyecto de Análisis y Mejora de la Normativa sobre
Alcohol y Menores y su Implementación en el Territorio Nacional... (MSSSI, 2013).
Barbosa y Moura (2013: 28) los clasifican en función de su complejidad, vinculada a los
factores que se encuentran inmersos en ellos y su organización, las interrelaciones entre ellos y
la gestión del proyecto; su incertidumbre, que hace referencia a los objetivos y resultados y
que incluye los fallos y deficiencias en la planificación, y el tamaño, que alude a los recursos
de todo tipo implicados, además de al volumen del público al que van destinatarios o el
ámbito geográfico que abarcan. Se produce una combinación de estas tres variables para
determinar el tipo de proyectos resultantes, ya que un proyecto puede ser complejo, pero con
bajo nivel de incertidumbre y un tamaño reducido, por ejemplo.
Un proyecto social tiene que ir encaminado a su ejecución e incidencia social, y para ello
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hay que tener en cuenta cuatro aspectos que serán básicos para lograr los objetivos (Gavilán et
al., 2010):
• Las acciones que se lleven a cabo deben orientarse a actuar sobre los factores que
pueden posibilitar la cobertura de la necesidad que ha dado lugar al proyecto o a la
resolución del problema al que se trata de dar respuesta.
• Estas necesidades y problemas no van a depender de un único factor, sino de varios
que se encuentran interrelacionados, por lo que es fundamental hacer especial
hincapié tanto en estos aspectos como en la relación entre ellos.
• No sólo deben contemplar acciones que estén destinadas a mejorar una situación de
partida o dar respuesta a una necesidad, sino también aquellas orientadas a la
prevención y a empoderar a sus destinatarios.
El trabajo en red:
La sostenibilidad:
Y el carácter participativo:
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serie de preguntas básicas (qué, para qué, por qué, a quién, cómo, con quién, con qué, cuándo
y dónde), que, a través de sus respuestas, los convierten en operativos. Generalmente, se suele
estructurar en torno a una serie de preguntas vinculadas a los objetivos, al ámbito de
actuación, a la metodología, etc. (Ponce de León y Fernández, 2009; Fernández, 2002).
Todo proyecto social comienza por definir su naturaleza, es decir, qué se va a llevar a
cabo, concretando la necesidad que lo causa, y es una fase fundamental, ya que «la claridad y
la precisión en la definición del problema determinan la manera de sistematizarlo para
resolverlo, siendo un factor decisivo en las etapas posteriores de desarrollo del proyecto»
(Barbosa y Moura, 2013: 57). En segundo lugar, se especifican los motivos que llevan a
realizarlo, su justificación, que determinará a su vez los objetivos. El diagnóstico en esta parte
puede ayudar si se tienen en cuenta los antecedentes de la situación sobre la que se actúa y se
identifican los problemas a solucionar.
Una de las claves del diseño son sus objetivos, es decir, especificar para qué se va a llevar
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a cabo el proyecto. Su formulación debe ser clara, y no hay que confundir los objetivos con
los medios disponibles. Los objetivos pueden ser generales y específicos, y claramente
medibles e identificables. Los primeros son centrales en el proyecto —en ocasiones es uno
solo— e implican su fin último. Los específicos son los pasos que tienen que darse para
conseguir los objetivos generales, y son más operativos y definidos. Los objetivos deben ser
realistas, factibles y pertinentes, y en su formulación se utilizan verbos en infinitivo; deben
quedar claros, manejar un lenguaje comprensible y preciso y centrarse en los destinatarios de
la acción. Algunos ejemplos de verbos que pueden emplearse en la definición de los objetivos
son adoptar, adquirir, aprender, captar, comprender, considerar, disfrutar, estimar,
profundizar... (Pérez de San Román y Fernández, 2007). Barbosa y Moura (2013: 68-70)
recomiendan el empleo de verbos «fuertes», como por ejemplo desarrollar, verificar,
analizar, aplicar, describir, medir, ejecutar, etc., frente a otros de carácter más «débil», como
promover, que son más imprecisos y pueden estar sujetos a interpretaciones. Diversos autores
emplean el término «árbol de objetivos», en el que suelen aparecer reflejados tanto la
finalidad del proyecto (que no es otro que el objetivo general) como los objetivos específicos,
las metas y las actividades o tareas principales (Ulla y Giomi, 2006: 48).
En la delimitación del proyecto es necesario también definir claramente a quién va
dirigido, por lo que se debe especificar los receptores, finales e indirectos, de la acción y sus
características. Hay que estimar además las metas del proyecto, cuantificar y «cualificar» sus
fines, de forma operativa y no abstracta, y en este sentido se tiene en cuenta qué se quiere
lograr, tanto en el plazo y ámbito, así como cuánto, cuándo y dónde se realizarán los objetivos.
La metodología o las técnicas que se van a utilizar deben quedar claramente estipuladas,
para lo cual se deberían favorecer la coordinación entre las partes implicadas y su
participación.
Para la consecución de los objetivos se cuenta con una serie de recursos, que también
estarán incorporados en la planificación. Engloba los recursos humanos (las personas
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necesarias para llevarlos a cabo, con sus funciones, sus responsabilidades y la distribución
del trabajo) y los recursos materiales y económicos, con las instalaciones, equipo,
presupuesto, financiación, costes, etc.
Las acciones se reparten a lo largo de un calendario o cronograma en el que deben figurar
todos los tiempos y las frecuencias de las fases y actividades del proyecto, junto con la
distribución de los recursos. Los plazos tienen que ser realistas, y algunas actividades pueden
desarrollarse de forma simultánea. Finalmente, el ámbito o la ubicación del proyecto, que es
el espacio en el que se va a llevar a cabo el mismo, implica localizar geográficamente cada
una de las partes.
La mayoría de la bibliografía existente sobre proyectos sociales hace referencia al ciclo
del proyecto, en el que los diferentes autores formulan una serie de fases con las que se debe
contar. Existe consenso en determinar cuatro grandes fases, que serían: la identificación del
problema o la necesidad, la formulación de los objetivos, la ejecución de lo diseñado y la
evaluación (Aguado et al., 2005: 47), aunque suelen ampliarse o desagregarse para hacerlas
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más operativas e incorporar otras, como la programación o el seguimiento, vinculadas a la
planificación o la evaluación.
Por su parte, Malgesini (2010: 72) indica que la intervención social es un conjunto de
acciones sistemáticas dirigidas a transformar positivamente una realidad social, y para ello
señala hasta siete pasos:
Igualmente, Gavilán et al. (2010) hacen referencia a cinco fases más generales que
agruparían los puntos vistos en las páginas anteriores:
Dentro de la intervención social, y del diseño del proyecto y su desarrollo, hay que tener en
consideración qué consecuencias se prevé que tenga, consecuencias que marcarán las
estrategias a seguir y que se solapan en todo el proceso (Malgesini, 2010: 61):
Paliativas: supone resolver a corto plazo una situación o problema, es decir, solucionar
una necesidad concreta que es considerada urgente.
Reformistas: implica cambiar algunas de las condiciones que han dado lugar a la
necesidad, lo que no significa transformar la situación.
Empoderamiento: cambio determinante en las condiciones que han provocado la
necesidad o el problema; son transformaciones ya de carácter estructural.
Diseñar un proyecto es un proceso creativo, innovador y flexible, ya que implica tener que
afrontar retos e inconvenientes que puedan ir surgiendo mientras se está llevando a cabo y
adaptarse a una realidad que se está transformando constantemente (Fernández y Ponce de
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León, 2012).
Finalmente, debe tenerse en cuenta la diferencia que se establece entre la viabilidad y la
sostenibilidad del proyecto. Se entiende por viabilidad el hecho de que el proyecto se pueda
ejecutar, pero la sostenibilidad hace referencia a que los resultados positivos se mantengan
una vez que haya finalizado. Es decir, que sus consecuencias perduren cuando no exista la
ayuda exterior que ha posibilitado su éxito (Aguado et al., 2005: 50). Un ejemplo de esta
situación podría darse en una intervención dirigida a facilitar la inserción sociolaboral de los
jóvenes. El proyecto es viable porque, a través de actuaciones como la realización de cursos
de formación con prácticas remuneradas en empresas, se consigue este objetivo. Sin embargo,
si las prácticas finalizan y no se logra un contrato laboral con la empresa, se podría decir que
el proyecto no ha sido sostenible, y ha estado marcado por acciones puntuales viables a corto
plazo pero sin permanencia en el tiempo.
En resumen, independientemente del número de fases o etapas que diferentes autores
consideran sobre la realización de un proyecto social, no hay que perder de vista su
globalidad y el marco general de trabajo. La interrelación entre sus diferentes partes es uno de
los aspectos clave en el diseño y planificación de un proyecto social, así como en todo el
conjunto de su ciclo de vida. Para acometer cualquier proyecto es necesario comenzar dando
respuesta a los interrogantes básicos que se apuntaban al inicio del capítulo.
La evaluación es uno de los momentos más decisivos, ya que va a permitir comprobar con
objetividad si se han cumplido las metas y objetivos propuestos. Está vinculada con otra serie
de cuestiones interesantes, como las relacionadas con el aprendizaje, pues puede posibilitar la
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En definitiva, «diseñar el componente de seguimiento y evaluación significa ser consciente
de que la planificación de las actividades no garantiza la eficacia. El proyecto tiene que ser
acompañado de cerca por la evaluación, que desde diversos ángulos mejorará su ejecución»
(Ulla y Giomi, 2006: 75). Por todo ello, es necesario incorporar mecanismos de control que
permitan incluir medidas correctoras durante todas las fases del proceso. Su significado
cambia en función de la etapa del ciclo de vida del proyecto en que se lleva a cabo. La
evaluación, por tanto, se puede definir «como una herramienta sistemática que, con base en
unos criterios y a través de unas técnicas, mide, analiza y valora unos diseños, procesos y
resultados, con el fin de generar conocimiento, útil para la toma de decisiones, la
retroalimentación, la mejora de la gestión y el cumplimiento de unos objetivos» (Perea,
2010a: 11). Pero no hay definiciones puras de evaluación, ya que todos los procesos y formas
de realizarla suelen mezclarse con elevada frecuencia. Además, hay que partir de la dimensión
global de un proyecto, de manera que su evaluación debe contemplar no sólo los resultados y
los objetivos, sino también el contexto en el que se enmarca y sus consecuencias en él, además
de la lógica interna de la intervención y su planificación. Añadir además que tiene que estar
guiada por una ética y un código deontológico.
La evaluación debe contar con una programación y su diseño, es decir, establecer sus
contenidos preliminares, que respondan a qué se va a evaluar, por qué, quién lo va a hacer,
cómo, cuándo y dónde. En no pocas ocasiones vendría marcada por la exigencia del
organismo financiador, aunque la rendición de cuentas no se hace sólo ante éste, sino que tiene
que responder a todos los implicados en el proceso de la intervención, incluso al conjunto de
la opinión pública. Sin embargo, independientemente de este hecho, desde un punto de vista
técnico debe considerarse la evaluación para detectar insuficiencias, obstáculos y barreras
durante de la ejecución del proyecto, y por la necesidad de incrementar el conocimiento sobre
los efectos de la intervención.
La evaluación tiene que contar con una serie de características que permitan que sea
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operativa y eficaz (Perea, 2010a: 11 y 12). Entre sus principales requisitos destacan que:
Sea útil y práctica, ya que debe posibilitar la mejora de la intervención y estar dirigida
hacia la acción.
Implique una recogida sistemática de información.
Sea flexible, que esté abierta a los cambios y transformaciones que se dan durante el
proyecto.
Se ajuste a los plazos temporales previstos en su diseño.
Sea un análisis de políticas, planes, programas y proyectos, pero nunca de personas.
Sea un análisis valorativo de los componentes estudiados.
El objeto de evaluación sea variable, pudiendo estar referido al diseño de una actividad,
a los procesos de ejecución y a sus resultados o efectos, previstos o no.
Tenga en consideración los criterios de evaluación, siendo necesario revisar la eficacia,
la eficiencia, la pertinencia, el impacto o la viabilidad.
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Hay que destacar el concepto términos de referencia (TdR) de la evaluación, que son las
preguntas a las que se deberá dar una respuesta. A la hora de llevarla a cabo, los TdR deben
ser correctos y específicos para que la evaluación tenga éxito. En caso contrario, no serán
operativos. A continuación se muestran algunos de los puntos más importantes que tienen que
estar incluidos en los TdR (Perea, 2010a: 34):
Trufo (2006: 27 y 28) profundiza en las características que deben poseer los indicadores
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para que respondan a los objetivos que se persiguen con la evaluación, además de que éstos
puedan obtenerse con facilidad, puedan registrar las transformaciones que se produzcan a lo
largo del proceso y puedan ser cuantificables y precisos, evitando la ambigüedad. Los
indicadores deberían ser:
Objetivos, que no se basen sólo en el punto de vista de los profesionales que realizan la
medición sino que se tomen en cuenta otras perspectivas.
Pertinentes, que midan lo que se trata de conseguir con la intervención.
Suficientes, es decir, determinar si con un indicador se cubre la evaluación de ese
aspecto o si son necesarios más.
Específicos, que se expresen en cantidad, calidad y tiempo.
Mensurables o que se puedan medir de forma realista.
Sensibles a los cambios, de modo que se pueda determinar si han ocurrido cambios con
respecto a lo planificado o considerar si el indicador sigue siendo válido o no.
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Razonables en términos de costes.
Disponibles, que se midan en el tiempo planificado para ello.
En resumen, todo plan de evaluación debe contar como mínimo con los aspectos e
indicadores de evaluación, los momentos y espacios para llevarlo a cabo, el equipo
evaluador, las fuentes de información que permitirán medir los indicadores que han sido
definidos, y la estimación, siempre en la medida de lo posible, de su coste (Gavilán et al.,
2010).
Se pueden definir dos grandes grupos de aspectos a evaluar en un proyecto social. Por una
parte, los resultados, que deberían reflejar: el grado en que se han conseguido los objetivos y
si se han logrado o no los cambios esperados, superando incluso el horizonte temporal de su
finalización; las actividades llevadas a cabo, si se han podido desarrollar, número de
asistentes, etc.; el impacto del propio proyecto, analizando los cambios esperados, o que sean
su consecuencia, incluso aunque no tengan una relación con los objetivos, y la satisfacción de
los destinatarios del proyecto. Por otra parte, el seguimiento de la actividad, lo que permite
al profesional ir implementando y guiando las tareas a realizar. Permite estudiar cómo ha sido
la gestión del proyecto, que aborda la eficiencia del uso de recursos, es decir, si los logros se
han conseguido gracias a los recursos empleados, tal como estaban planificados, y en este
sentido también se pueden analizar indicadores de procesos, que hacen referencia a los plazos,
tareas desarrolladas..., o indicadores de recursos, que valoren si éstos han sido usados
adecuadamente.
Por su parte, Pérez de San Román y Fernández (2007) presentan tres grandes conceptos
básicos que se evalúan en un proyecto social y que también están interrelacionados tanto con
los indicadores a utilizar como con las diferentes tipologías de evaluación:
Adecuación: hace referencia al grado de idoneidad del propio proyecto con relación a
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a) Evaluación ex ante
Es una evaluación de la propia idea del proyecto, una fase previa durante la cual se
observa si es adecuado y si merece la pena seguir después del mismo. Gavilán et al. (2010)
señalan los elementos que deben tenerse en consideración en este momento:
La propia pertinencia de la idea: si las soluciones que se proponen para la realidad que
se quiere modificar son adecuadas.
Su viabilidad: si existen las condiciones adecuadas, desde el punto de vista tanto
político como técnico, social, económico, etc., para llevarlo a cabo.
La coherencia con la identidad de la entidad o institución que lo va a desarrollar.
Y la factibilidad, que hace referencia a la capacidad técnica y económica de dicha
institución para realizarlo, teniendo en cuenta la cantidad y calidad de los recursos
disponibles o los que se pudieran conseguir.
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Esta evaluación permite introducir cambios antes del diseño e implica también un
importante trabajo de análisis de fuentes secundarias, incluidos otros proyectos anteriores.
d) Evaluación ex post
Es una de las más importantes, y tendría lugar tras la ejecución y la realización del informe
final. Es la evaluación que permite estudiar en profundidad las consecuencias en el propio
ámbito de actuación. Hay que tener en consideración que algunos de los resultados no se
pueden valorar en el mismo momento de la finalización del proyecto, sino que necesitan
tiempo para implementarse y producir resultados a medio y largo plazo.
A través de la evaluación ex post se trataría de obtener aprendizajes de la experiencia y
orientar las acciones futuras, aplicables además a otros proyectos. Dentro de este tipo de
evaluación el foco estaría centrado en los propios resultados de la intervención con el fin de
constatar si se han alcanzado los objetivos o no. Pero es un proceso que va más allá de la
simple respuesta a esa pregunta, pues implica analizar por qué se han conseguido o no unos
resultados y qué factores los han posibilitado. Según Gavilán et al. (2010), a través de esta
evaluación se analizarían:
Perea (2010b) introduce una evaluación final, previa a la evaluación ex post, pero señala
que está vinculada a la anterior, tanto por su propia naturaleza como por los procedimientos
llevados a cabo. Sería una evaluación que tiene lugar tras la ejecución del proyecto, en la que
se valoran los resultados de forma global y que incluiría los aspectos más tradicionales de una
evaluación como son: la eficacia, la eficiencia, la pertinencia, el impacto, la visibilidad, etc.
También se deberían recoger los efectos no previstos de la intervención. Valoraría su calidad
y permitiría sacar conclusiones para mejorar futuros proyectos. Se incluiría en el propio
informe final.
Otra tipología de evaluación se puede establecer si se atiende a quién la realiza. En este
sentido, puede ser llevada a cabo por personal externo, y su presencia en el proceso se ubica
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en las evaluaciones finales. Cuentan con una mayor objetividad y capacidad técnica, ya que
atesoran experiencias de otras circunstancias similares, pero suelen carecer de conocimientos
internos, por lo que sus propuestas pueden estar alejadas de la gestión de la intervención, y su
coste además suele ser elevado. La evaluación también puede ser interna, realizada por
profesionales que forman parte del proyecto y que, por tanto, lo conocen bien, aunque corren
el riesgo de caer en la autocomplacencia y de que, al situarse en otras partes del proceso, su
capacidad técnica y el tiempo de que dispongan sean menores. También puede emplearse una
combinación de los dos tipos de personal. Y, finalmente, es importante la evaluación
participativa, que es de carácter interno pero que la llevan a cabo los destinatarios de la
actuación, siendo esa implicación también uno de sus principales objetivos (Perea, 2010c).
Las técnicas de medición para realizar la evaluación pueden ser de tipo cuantitativo o
cualitativo. Las primeras se basan en datos y cifras, obtienen información a través de
parámetros fijados de antemano y se las considera más objetivas y fiables, aunque menos
flexibles; las segundas abarcan aspectos de carácter más subjetivo, se centran en
percepciones, discursos, creencias y opiniones y permiten una revisión continua de la
intervención (Barbosa y Moura, 2013; Perea, 2010c; Ulla y Giomi, 2006).
La evaluación es uno de los elementos centrales en la actuación profesional, ya que permite
implementar la práctica, determinar si se han conseguido los objetivos o no y juzgar si el
proyecto ha sido eficaz y, especialmente, eficiente. La evaluación precisa un diseño propio y
también implica tomar decisiones acerca de los aspectos que se desea evaluar y los
indicadores que se van a utilizar.
Hay que tener en consideración qué se entiende por un indicador a la hora de evaluar un
proyecto. Un indicador consiste en dar respuesta a una pregunta que hace referencia a los
aspectos implicados en un proyecto, vinculados a la pertinencia, eficacia y eficiencia de sus
propios objetivos, entre otras cuestiones. Es decir, es valorar si el proyecto es pertinente, si
responde a las necesidades planteadas; si es eficaz, si gracias a él se han conseguido sus fines,
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y si es eficiente, si se han logrado los fines utilizando los medios disponibles. Un indicador
representa una medición de un aspecto del proyecto, y puede ser de carácter cuantitativo o
cualitativo. Los más habituales son los siguientes:
Acerca de los resultados del proyecto, se trata de analizar si se han conseguido sus
objetivos y se han logrado los cambios que se esperaban en relación con el punto de
partida. Por ejemplo, si el proyecto hace referencia a la inserción laboral de jóvenes sin
cualificación, habrá que constatar el número de participantes que han logrado un empleo
tras su ejecución.
También son habituales los indicadores de carácter cuantitativo, que hacen referencia a
la ejecución de las actividades. Es decir, las personas que han participado en ellas,
cuántos se han llevado a cabo, etc. Son indicadores más sencillos de extraer y muestran,
en parte, su pertinencia. Tanto en los resultados como en la ejecución de las actividades
debe prestarse atención a los aspectos cualitativos desde la perspectiva de los
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participantes en el proyecto, como por ejemplo el nivel de satisfacción, sus
expectativas, etc.
Muy importantes, también de cara a futuros proyectos, son los indicadores de gestión,
que hacen referencia a los recursos y los procesos del propio proyecto. Dado que una
intervención supone una planificación de medios disponibles, es de vital importancia
comprobar si se ha sido eficiente en su uso. La medición de los recursos y los procesos
hace referencia a las horas empleadas por los integrantes del equipo, a los medios
económicos del proyecto, a la realización de las actividades en los plazos previstos, al
uso de las instalaciones, etc.
La difusión de los resultados ha ido ganando importancia en los últimos años debido a la
necesidad de alcanzar una mayor visibilidad de las actuaciones realizadas y sus
consecuencias, especialmente en un mundo globalizado donde Internet es una herramienta
potente para intercambiar información y experiencias. En cualquier caso, se trata igualmente
de un proceso de retroalimentación, ya que la transferencia del conocimiento va a permitir no
sólo devolver a la sociedad esa intervención sino mostrar cómo se ha desarrollado, qué
metodologías se han empleado, cuáles han sido sus resultados, etc., lo que la convertirá en una
herramienta de aprendizaje para otros profesionales e instituciones.
Se pueden señalar dos tipos de difusión. En la que abarca al conjunto de la sociedad cabría
indicar la necesidad de realizar un plan de comunicación que pueda integrarse en la propia
planificación del proyecto. En este sentido, el papel de las tecnologías de la información y el
conocimiento es decisivo, concretamente con el uso de las redes sociales como Facebook,
Twitter, etc.
En todo caso, a la hora de definir las estrategias de comunicación siempre hay que tener en
cuenta las audiencias a las que van dirigidas. En un primer nivel hay que considerar a los
propios destinatarios del proyecto, y al resto de agentes y profesionales implicados,
generándose una comunidad de sentido (Trufo, 2006). Como su participación es esencial en el
desarrollo de la intervención, las estrategias de comunicación son básicas, ya que también va
a suponer una retroalimentación entre el proyecto y los colectivos y personas afectadas.
La difusión debe formar parte de la planificación, entendida como una fase de ésta. El
equipo técnico deberá prever los canales y medios de difusión del proyecto, así como los
aspectos a comunicar y los recursos empleados. También deberá integrarse en el cronograma.
Hay que tener en cuenta que la difusión no sólo consiste en transmitir los resultados más
destacados de una intervención, sino que tiene una función de sensibilización y concienciación
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Martínez, 2014: 78).
A través de los artículos científicos se logra el objetivo de difundir la realización de
buenas prácticas profesionales. Es necesario tener en cuenta que suponen una gran oportunidad
para dar a conocer las intervenciones sociales, así como el trabajo social en su conjunto, y
permiten poner en contacto distintas realidades, experiencias, metodologías, etc., por lo que
implican una posibilidad tanto de visibilidad como de aprendizaje a través de la experiencia
de otros profesionales y equipos.
Existen numerosas revistas científicas de trabajo social y del conjunto de las ciencias
sociales donde estas experiencias pueden ser recogidas. Todas ellas cuentan con sus normas
de publicación, las cuales deben seguirse en todo momento. Hay que tener en cuenta que estos
artículos reflejarán intervenciones sociales que hayan sido evaluadas, aunque también pueden
referirse a proyectos que estén en curso y que sean inéditos. Generalmente, un artículo
científico consta de entre 4.000 y 6.000 palabras, en función de la normativa de cada revista.
Botija y Martínez (2014) recogen en su artículo «¿Cómo escribir un artículo científico
desde la intervención social?» la estructura con que debe contar un trabajo de estas
características, sistematizando los puntos más generales:
Elementos previos: un título claro y corto, que suele presentarse en inglés. El nombre de
los autores/as, y sus centros de trabajo. Un resumen, cuya extensión variará en función
de cada revista, con el objetivo, la metodología, los resultados más importantes y las
conclusiones del proyecto. Junto al resumen aparecerán unas palabras clave,
identificativas del trabajo presentado. Generalmente, el resumen y las palabras clave se
traducen también al inglés.
Introducción: es una justificación del proyecto, indicando la necesidad o problema que
lo motivó, los destinatarios, etc., además de contar con un breve marco teórico sobre la
cuestión tratada.
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• Director o directora del proyecto: trabajador social procedente de la ONG que lleva
a cabo el proyecto.
• Equipo de evaluación y de fomento de la participación de la familia en la escuela:
formado por tres profesionales (del trabajo social, la psicología y la sociología) que
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recogerán las necesidades en los colegios de la zona y evaluarán las peticiones. Este
equipo también se encargará del proceso de participación de estas familias en la
escuela, apoyados por docentes de los centros implicados y por representantes de las
AMPA.
• Personal de la ONG: encargados de la labor de seguimiento y de distribución de las
necesidades de libros de texto y de material escolar a las familias participantes.
• Docentes voluntarios: encargados de las clases de apoyo, podrán ser profesores de
los centros implicados, docentes jubilados, profesores recién graduados y
estudiantes de Educación Primaria y de otros grados que puedan ofrecer su
colaboración en las materias pertinentes.
Con qué (recursos materiales y económicos): los recursos materiales y económicos del
proyecto serán los siguientes:
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• Recursos económicos: provenientes de los propios de la entidad responsable del
proyecto y de programas de subvenciones del ayuntamiento, comunidad autónoma,
entidades privadas, etc.
• Recursos materiales: instalaciones y recursos de la entidad promotora, donde
también se instalarán los bancos de libros de texto y de material escolar;
provenientes de donaciones de entidades, de particulares, etc., y, en los casos en que
sea estrictamente necesario, se adquirirán.
Cuándo (cronograma, véase tabla 1.1): el proyecto abarca un curso escolar, aunque su
inicio y su final se amplían para la realización de la fase de detección de necesidades y
de su evaluación:
TABLA 1.1
Cronograma Proyecto social 1
colegios participantes dentro del barrio señalado como destinatario de la acción, donde
se impartirán las clases de apoyo, se repartirá el material escolar y los libros de texto y
se desarrollarán las actuaciones de participación de las familias en la escuela. En el
local de la ONG promotora del proyecto se efectuarán las labores administrativas y será
el espacio de almacenamiento de los libros de texto y el material escolar.
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Por qué se va a llevar a cabo (justificación): las zonas rurales, en su conjunto, llevan
décadas sumidas en un proceso de pérdida de población derivado, en parte, de la falta
de oportunidades laborales para sus habitantes. Este hecho se agrava en los espacios de
montaña, cuya crisis ha sido todavía mayor. La situación es más compleja en el caso de
las mujeres, especialmente en un medio donde han predominado fundamentalmente
actividades con mano de obra masculina, como por ejemplo la ganadería o el
aprovechamiento del monte. Sin embargo, para estabilizar la población en las zonas de
montaña y en el conjunto del medio rural el papel de la mujer es fundamental, pues
emigran más mujeres de estos territorios en busca de oportunidades laborales y vitales
que no pueden encontrar en sus zonas. Además, nuevos nichos de empleo están
surgiendo en dichas áreas como resultado de necesidades sociales emergentes: el
envejecimiento de la población, el aumento del turismo rural y de montaña y la
sostenibilidad medioambiental, entre otras. Para ello es preciso mejorar la formación de
las mujeres de estas zonas para contribuir a su inserción laboral.
Para qué se va a actuar (objetivos): el objetivo general del proyecto es mejorar la
formación de las mujeres de una zona de montaña para incrementar su inserción laboral.
Como objetivos específicos se plantean los siguientes:
• Facilitar el acceso al mercado laboral de las mujeres de la zona objeto del proyecto.
• Mejorar la posición de la mujer de la zona objeto de la intervención en el mercado
laboral.
• Posibilitar que las participantes accedan a un empleo.
• Mejorar la formación de las destinatarias de la acción para afrontar la búsqueda de
empleo y posibilitar procesos de autoempleo.
Con quién (recursos humanos): el equipo estará formado por un coordinador del
proyecto, a cargo de la mancomunidad de municipios que lo promueve, prioritariamente
un técnico de búsqueda de empleo o un agente de desarrollo local, que también tendrá
entre sus responsabilidades la coordinación del Taller de búsqueda de empleo. Los
profesionales responsables de cada uno de los cursos serán externalizados mediante
concurso público, ya que se precisan diferentes docentes en campos muy diversos.
También se contará con empresas y entidades de la zona, ya que el principal objetivo
del proyecto es la formación de las participantes para que obtengan empleo en su zona
de residencia.
Con qué (recursos materiales y económicos): los recursos económicos procederán de
subvenciones y ayudas de la Unión Europea a través del programa LEADER, que
financia actuaciones sobre el desarrollo rural y el mantenimiento de la población en
estas zonas. También se contará con fondos de la propia mancomunidad. En cuanto a los
recursos materiales, los cursos se celebrarán en las instalaciones que el ayuntamiento de
la cabecera de la mancomunidad tiene habilitadas para estas actividades.
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TABLA 1.2
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FUENTE: Elaboración propia.
Resumen
3. Los objetivos específicos son los que enmarcan las directrices generales del proyecto. V F
5. Los equipos multiprofesionales no se tienen en cuenta en la planificación, siendo mejor articular acciones V F
individuales.
9. Uno de los requisitos decisivos a la hora de seleccionar una revista científica en la que publicar los resultados de V F
un proyecto social es su portada.
1 F, 2 F, 3 F, 4 V, 5 F, 6 V, 7 F, 8 V, 9 F, 10 F.
LECTURAS RECOMENDADAS
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2. LOS PROYECTOS DE INTERVENCIÓN
INDIVIDUAL Y FAMILIAR
LAURA PONCE DE LEÓN ROMERO
TOMÁS FERNÁNDEZ GARCÍA
RAFAEL DE LORENZO GARCÍA
OBJETIVOS
Analizar los valores, principios y las habilidades que un profesional debe considerar
durante la intervención social de un caso.
Delimitar cuáles deben ser las fases a seguir para cumplir con los objetivos
profesionales.
Reconocer el valor que tienen los aportes teóricos para la configuración de los modelos
de intervención social.
Explicar los modelos teóricos que con mayor frecuencia están siendo utilizados.
Conocer las principales técnicas empleadas durante la aplicación del diseño de
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intervención.
2.1. INTRODUCCIÓN
Todas las personas tienen la necesidad de vivir en un mundo coherente que les facilite la
posibilidad de desarrollar su proyecto existencial, teniendo en cuenta las múltiples
capacidades y habilidades que adquieren para encarar su futuro, así como las distintas
situaciones a las que deberán enfrentarse a lo largo del ciclo vital, durante el cual se
encontrarán gratificaciones y eventos positivos que contribuirán a elevar su estado de ánimo y
autoestima, pero también diferentes obstáculos, como la muerte de los seres queridos,
separaciones conyugales, problemas económicos, pérdida de empleo, fracasos de proyectos,
accidentes, enfermedades... Las consecuencias de estas dificultades, tanto positivas como
negativas, se hacen también visibles en el contexto relacional. Pero son, quizá, las situaciones
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negativas las que pueden agravar los conflictos dentro del núcleo familiar, debido
principalmente a la dificultad que tienen sus miembros para regular las emociones, lo que a su
vez deriva en procesos de aislamiento y exclusión social.
La intervención social tendrá como principal objetivo la mejora de la calidad de vida de
las personas que afrontan alguna situación complicada en sus vidas con la finalidad de
incrementar su bienestar biopsicosocial, facilitar su inclusión social y favorecer el desarrollo
de sus capacidades (empoderamiento). El trabajador o la trabajadora social acompaña a la
persona en la superación de sus adversidades, mediante un proceso de apoyo y asesoramiento
especializado, así como en su crecimiento personal, para que pueda aprender nuevas
habilidades con las que afrontar sus necesidades y problemas.
Mejorar la calidad de vida de la persona se traduce sencillamente en apoyarla en la
consecución de sus necesidades, que pueden ser múltiples: «fisiológicas, de seguridad y
protección, sociales, de autorrealización, afectivas o de pertenencia» (Maslow, 1970), ante las
cuales se deberán movilizar recursos que pueden ser externos o internos.
Durante la intervención social el principal recurso con el que se cuenta es la propia
persona, quien será capaz de construir, junto con el profesional, la solución a sus necesidades.
Ambos cuentan además con una serie de recursos sociales que se podrán gestionar y que
reforzarán la intervención, sin desatender el contexto familiar más cercano del usuario o la
usuaria, pues también suele sufrir los efectos colaterales de los problemas.
Ante las dificultades, las personas pueden reaccionar de manera distinta: unas lo harán
superándose a sí mismas para lograr un cambio y otras pueden decidir rendirse ante las
«injusticias del mundo». En cualquier adversidad siempre se puede actuar, reflexionar,
compartir y cambiar, siempre se puede elegir un nuevo camino para rehacerse o para convertir
las crisis en oportunidades, con o sin apoyo profesional.
La intervención social estará dirigida a convertir los proyectos sociales negativos en
positivos mediante un proceso educativo y social dirigido que permita incrementar
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Valor: libertad. Todas las personas deben nacer libres y disponer de capacidad para
tomar sus propias decisiones sin verse sometidos a coacciones ni sometimientos.
Valor: justicia social. La actuación del profesional debe basarse en el derecho que
todos los ciudadanos tienen al uso y disfrute de los servicios sociales públicos, y no
simplemente en razones benéficas o caritativas.
Valor: dignidad. Se respetará la autonomía de las personas fundamentándose en su
dignidad, en sus ideas y valores. Cada profesional deberá intervenir en todas aquellas
circunstancias negativas que afecten a las personas y a los grupos, o cuando se les
restrinjan sus oportunidades de vida y convivencia social.
Valor: vida. Los profesionales deberán enfrentarse a violaciones de derechos humanos
que amenazan o disminuyen la calidad de vida y trabajar en la puesta en marcha de
actividades que promuevan una mejora de ésta a través del enriquecimiento físico,
intelectual, político, económico y social de las personas. Los trabajadores sociales
apoyarán el derecho de las personas a obtener programas de prevención de
enfermedades y discapacidades.
Valor: servicio. Los profesionales deben ofrecer servicios de alta calidad a las personas
que sean objeto de su intervención. Sus acciones deben favorecer los procesos que
incrementen su crecimiento personal, como su inclusión crítica en la comunidad a la que
pertenezcan, donde las políticas sociales siempre deben constituirse como una acción
deliberada hacia la satisfacción de las necesidades y la resolución de los problemas
sociales a través de la distribución equitativa de los recursos materiales existentes en el
ámbito social.
Valor: integridad. Fundamentarán su intervención profesional en la ética, los valores y
principios, desempeñando su trabajo de manera honesta y responsable, además de
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promover oportunidades para conseguir una vida más satisfactoria de las personas,
grupos o comunidades con los que interviene mediante la aplicación de medidas
sociales compatibles con los anhelos y deseos de los usuarios, con el objeto de ofrecer
a todas las personas la posibilidad de hacer el mejor uso posible de sus medios y de sus
propias aptitudes.
Valor: formación. Los profesionales tienen el deber y el derecho de formarse de manera
permanente y continua e ir avanzando en conocimientos y en la calidad de la acción
social que desarrollan, a través del análisis crítico de su experiencia, reconociendo el
imperativo de ser competentes en la práctica y en la ejecución de sus labores
profesionales y de actualizarse en el conocimiento emergente, en las nuevas teorías y en
las prácticas de la profesión.
Valor: respeto institucional. Se deberá conocer y respetar la institución para la que se
trabaja y su reglamento de régimen interno. El profesional debe coordinarse en equipos
y redes para enriquecer su trabajo. Ha de ser consciente de su función dentro del
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equipo, así como de la posición que ocupa, conocer en qué medida su actuación puede
influir en el trabajo del resto de los miembros, del suyo propio y de la institución para
la que presta sus servicios. Siempre que pueda, debe plantearse una actuación
interdisciplinar teniendo en cuenta los criterios, conocimientos y competencias del resto
de los compañeros y que está presidida por una actitud constante y sistemática de
coordinación con el fin de que el resultado de las diferentes acciones sociales sea
coherente y constructiva.
Valor: acción. El profesional tiene como función básica el establecimiento de una
relación interpersonal que facilite al destinatario ser objeto de intervención y
protagonista de su propia vida. En todas sus acciones debe partir del convencimiento y
responsabilidad de que su tarea profesional es la de acompañar a la persona y a la
familia para que puedan resolver sus necesidades o problemas.
Entre los principios fundamentales que se deberán tener en cuenta durante la intervención
se podrían destacar los siguientes (Fernández y Ponce de León, 2012: 101-110):
Interiorizando los valores y cumpliendo con los principios éticos anteriormente descritos,
se podrá asegurar el desempeño de una tarea profesional exitosa.
Para conseguir los objetivos profesionales y las adaptaciones concretas ante cualquier
situación, se necesita una metodología de trabajo que disponga de las siguientes
características: flexible y adaptable a cualquier situación, fundamentada en la capacidad
reflexiva del profesional, racional, meditada, ordenada, capacitada para orientar y
pronosticar, dinámica, recursiva, estratégica, participativa, susceptible de evaluación,
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FUENTE: Basado en Fernández, T. y Ponce de León, L. (2011). Trabajo social con familias. Madrid: Ediciones académicas;
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y Fernández, T. y Ponce de León, L. (2012). Trabajo social individualizado: Metodología de intervención. Madrid:
Ediciones académicas.
Figura 2.1. El método en intervención social con casos (individual/familiar).
2. Recogida de información
Se hará siguiendo los protocolos de actuación pertinentes y una exhaustiva selección de los
contenidos que van a ser tratados. La información de la que puede disponer un trabajador o
una trabajadora social es amplia, pero enlazada principalmente con cinco bloques temáticos
fundamentales: la autopercepción profesional (conocerse a sí mismo), las personas y la
institución u organización donde se trabaja, los recursos sociales disponibles, las decisiones y
los movimientos económicos, políticos y sociales que repercuten directamente sobre la acción
social. Todo ello requiere una actualización constante, dedicación y constancia.
4. Diseño de la intervención
Después del diagnóstico, continúa la actividad reflexiva del trabajador social, pero esta
vez para delimitar y traducir operativamente el diagnóstico previo, es decir, elaborar el
proyecto de intervención o planificación. Ambos, el diagnóstico y el diseño de intervención,
proporcionan el pronóstico de la situación. La planificación sirve para anticipar el futuro,
reducir la incertidumbre y orientar la toma de decisiones para mejorar las condiciones
actuales. El contenido del diseño de intervención se corresponde con el modelo de las nueve
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cuestiones básicas (Espinoza, 1983). Para planificar la intervención se tendrá que atender a
los siguientes interrogantes:
Todo este material elaborado debería conducir hacia un cambio que posibilite la mejora de
la situación personal o social y la viabilidad metodológica para llevarlo a cabo. Su contenido
estará ajustado al rigor metodológico y a su respectivo cumplimiento. La planificación debería
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La elaboración de un diseño se lleva a cabo para poder aplicarlo, es decir, para poner en
práctica una serie de acciones que persiguen una finalidad. La fase de aplicación del diseño es
activa y muy operativa, y en ella tendrán lugar todas las acciones que han sido consensuadas
anteriormente por la trabajadora social y aparecerán las dificultades, trabas y los avatares
cotidianos. La capacidad de improvisación, la creatividad y la paciencia resultan buenos
antídotos ante los escollos que pudieran surgir.
6. Evaluación
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La última fase del proceso metodológico es la evaluación, cuya característica más
relevante es su recursividad. Gracias a la evaluación se pueden conocer los resultados,
baremarlos, establecer su efectividad y su eficacia y convertir la experiencia en aprendizaje.
Permite aprender de lo aprendido y de lo ejercitado. El carácter recursivo es la capacidad de
aprendizaje interactivo y participativo con la realidad, que posibilita mejorar y revisar
constantemente la labor profesional.
Cuando se aplica la evaluación, pueden ocurrir dos cosas: que se cierre el proceso
metodológico, finalizando la labor y aprendiendo de la experiencia profesional (cierre ciclo
temporal 1 en la figura 2.1), o que se decida aplicar otra vez el proceso metodológico,
comenzando de nuevo por la fase primera (inicio criterio temporal 2 en la figura 2.1). Se
aplicará este método tantas veces como sea necesario cuando la situación social cambie o
requiera un nuevo planteamiento. Este carácter dinámico y recursivo, derivado de la
evaluación, se explica en el gráfico anterior mediante las flechas discontinuas.
En este capítulo la intervención con casos lleva implícito un sesgo individual y familiar.
Por este motivo se han seleccionado los modelos de intervención que son frecuentemente
utilizados en la resolución de una problemática. La trabajadora social debe valorar si se
interviene con una sola persona, si trabajar individualmente repercutirá en el bienestar de la
familia o si, por el contrario, lo adecuado es trabajar con los miembros de una familia
concreta. La elección de una de estas tres opciones depende de los medios y recursos con los
que se cuente y de la decisión de aplicar uno u otro modelo, que a continuación serán
explicados.
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Teniendo en cuenta los elementos anteriores, la intervención según este modelo tendría
cuatro objetivos básicos:
Algunas de las críticas recibidas al modelo hacen hincapié en su excesiva vinculación con
las tareas burocráticas y de gestión, de manera que en algunas ocasiones puede dar la
sensación de que el modelo está más preocupado por cumplir con los criterios de calidad que
por involucrar al usuario en su cambio personal. Otras críticas tienen que ver con la
implicación del usuario en el proceso, ya que algunas veces la aplicación de este modelo
puede dar lugar a cierta pasividad en el usuario, que deja la responsabilidad del caso en
manos del profesional, que es el que asume una función activa y decisiva con la gestión de los
recursos. En este modelo el profesional no es un mero «gestor de recursos», ni el usuario un
consumidor de éstos: ambos pueden ser los creadores de una nueva realidad.
Fase de entrada y solución de las controversias iniciales que pudieran derivarse del
primer encuentro, durante el cual se debe generar un buen clima de colaboración para
construir la planificación de las actividades.
Fase de exploración de los problemas. Está compuesta a su vez de una serie de etapas:
El modelo está directamente conectado con la creencia de que los usuarios por sí mismos
pueden afrontar sus dificultades utilizando sus fortalezas y habilidades y aprendiendo nuevas
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formas de superar las adversidades. El modelo se distancia de los clínicos, que tienden a
considerar a la persona un paciente y no la solución misma del problema. Suele estar formado
por cinco elementos básicos, que según Du Ranquet (1996: 213) serían los siguientes: el
problema diana que se desea solucionar, las metas que se han de conseguir, la limitación
temporal, las tareas que se van a realizar y el contrato que recoge los compromisos
adquiridos.
La aplicación de este modelo permite al profesional analizar los casos de una manera
globalizada, desarrollando una visión integral capaz de detectar dónde está el foco del
desequilibrio sistémico, corregirlo e introducir un cambio para instaurar de nuevo la
funcionalidad en la familia. Está basado en el concepto de sistema, entendiéndolo como el
conjunto de elementos que conforman una estructura en la que cada miembro tiene asignada
una función para satisfacer las necesidades (Fernández y Ponce de León, 2014: 195). Cuando
esto ocurre, se puede decir que el sistema es funcional. Sus raíces hay que buscarlas en las
teorías biológicas que analizaban a los seres vivos como un todo formado por distintas partes,
cada una con una función determinada. Este esquema de conocimiento también se aplicó para
estudiar los sistemas sociales.
Una de las preocupaciones durante la intervención será el estudio de las interacciones del
usuario para establecer un posible mapa de apoyos sociales. En los grupos interdisciplinares
de trabajo se intenta facilitar la mejora del funcionamiento de las familias y comunidades
como un todo integrado (Payne, 2005: 142) que permite prevenir situaciones de vulnerabilidad
y exclusión social, que sobrevienen precisamente cuando los sistemas son disfuncionales o
presentan carencias para la consecución de sus necesidades. Los puntos centrales del modelo
aparecen recogidos en la tabla 2.1.
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TABLA 2.1
Puntos centrales de la concepción sistémica
La teoría sistémica focaliza su atención en la persona como parte de un sistema, integrando elementos sociales y
psicológicos a la práctica.
La interacción entre los sistemas es compleja. Explorando cómo se produce, se puede entender cómo las personas
interaccionan unas con otras, en la familia, la comunidad o en otros entornos más amplios.
La visión sistémica ha sido muy utilizada en el trabajo social con familias.
La teoría sistémica tuvo un fuerte impacto social en la década de los setenta del siglo pasado como respuesta a un
movimiento integrador de la práctica profesional y a la aparición de las agencias sociales.
Incorporar elementos sociales y el concepto de adaptación sistémica a la práctica profesional.
Está caracterizado por el principio de totalidad: las partes afectan al todo.
Un factor decisivo en la práctica profesional es el estudio de la comunicación entre los integrantes de los sistemas.
La búsqueda de equilibrio y homeostasis en el sistema para garantizar su supervivencia.
FUENTE: Payne, M. (2005). Modern Social work theory (p. 142). Nueva York: Palgrave Macmillan.
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Algunos teóricos han dividido esta concepción sistémica en dos partes, una que está
fundamentada en la teoría general de sistema (modelo sistémico) y otra que complementa a la
anterior pero que está basada en la teoría ecológica (modelo ecológico):
En los contenidos de las teorías anteriores se describen los sistemas como un conjunto de
elementos en constante interacción, de modo que el estado de uno influye en el de los otros.
Desde el modelo sistémico la persona está inserta en un sistema interdependiente en el que
todas las partes dependen unas de otras y los cambios experimentados en una parte repercuten
en el conjunto, y viceversa. Por este motivo es interesante analizar la estructura del sistema,
que en la familia suele presentar los siguientes subsistemas a considerar en la práctica:
Esta estructura organiza las funciones de sus integrantes con respecto a una jerarquía y unos
roles asignados, lo que permite que la familia pueda cumplir con las necesidades de su ciclo
vital, adaptándose a los cambios evolutivos (Minuchin y Fishman, 1984).
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generación de nuevos aprendizajes provocados por una estimulación en los sistemas de apoyo
del usuario.
El modelo sistémico-ecológico ha sido criticado por la complejidad de su terminología y
por ser excesivamente descriptivo (Payne, 2005: 194). Entre sus principales ventajas se
encuentra la visión holística e integral del conjunto de interacciones sociales, ya que en sus
contenidos se tienen en cuenta aspectos tanto internos como externos de la persona.
Los estudios de autores psicoanalistas como Sigmund Freud, Otto Rank, Alfred Adler y
Carl G. Jung permitieron entender que detrás de muchos problemas sociales existían también
carencias psicológicas (Howe, 2009: 29). El modelo psicodinámico ayudó a entender cómo
los incidentes emocionales vividos a lo largo de la vida afectaban al desenvolvimiento
cotidiano de las personas, desde la elección de una pareja hasta el trabajo. Para la teoría
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psicoanalista la influencia del inconsciente en el comportamiento humano es relevante, pues en
ella se asume que los comportamientos están motivados por procesos mentales de los cuales
muchas veces la persona no es ni consciente. Freud además fue uno de los primeros en
explorar cómo las experiencias de la infancia pueden guiar los comportamientos, afectando al
estado mental adulto. Uno de los elementos en los que hace hincapié este modelo es el
entendimiento de los traumas y cómo estos pueden dificultar el desarrollo durante la vida
adulta, analizando los procesos de ansiedad, miedo y resistencia, los mecanismos de defensa y
la transferencia. El modelo ofrece al usuario la oportunidad de pensar y conectar con sus
preocupaciones emocionales del pasado en un contexto profesional seguro. Es lo que se
denomina insight, o situación en que la persona revive una experiencia del pasado en el
presente para tratar de superarla, entenderla y hacerla consciente.
La finalidad de la intervención será facilitar el desarrollo de la personalidad del usuario,
favoreciendo el autoconocimiento de sus experiencias traumáticas del pasado. Se pretende
hacer consciente el material reprimido doloroso para generar alternativas más funcionales de
superación. A través de la relación establecida entre el usuario o la usuaria y el o la
profesional, la persona toma conciencia de su pasado y de las repercusiones de éste en el
presente. Esta relación tendrá sus bases en la comprensión y discusión de la situación que
interfiere en la vida de la persona. Se desea que ésta reflexione sobre lo vivido, comprenda y
asimile su situación. La tarea principal será analizar la historia psicogénica, principalmente
traumas, vivencias dolorosas, defensas y tendencias, y propiciar su ajuste social (Fernández y
Ponce de León, 2012: 264). Los tres pasos principales suelen ser para Hamilton (1984: 218-
244): 1) recuperar súbitamente el hecho sepultado en el olvido (transferencia); 2) entender y
superar el dolor que le haya podido causar al usuario (insight), y 3) fortalecer el yo,
aprendiendo a regular y controlar las emociones (empoderamiento).
Esta línea teórica ha recibido críticas porque no puede ser fácilmente probada por
procedimientos científicos convencionales, por la carencia de autodeterminación en sus
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La idea base de este modelo es que las conductas se aprenden, pero también pueden
desaprenderse, y además las personas disponen de habilidad para incorporar otras nuevas.
Los usuarios y las usuarias pueden aprender a lo largo de toda la vida. Basándose en esta
premisa se desarrollaron las teorías del aprendizaje, pero no fue hasta mediados del siglo
pasado cuando los profesionales comenzaron a considerar los factores cognitivo-conductuales
en su intervención (Howe, 2009: 49). Si el trabajo social apoya a las personas para
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enfrentarse a un cambio en sus comportamientos, parece lógico que en esos momentos se
tuvieran en consideración las aportaciones de la modificación de conducta procedentes de la
psicología. El enfoque conductual básicamente trata de estudiar cómo se aprende una
conducta, cómo se mantiene y cómo podría eliminarse. Dentro de este modelo el profesional
debe familiarizarse con las tres formas básicas de aprendizaje:
• Cuando las consecuencias que siguen a una conducta son agradables, las personas
tienden a repetirla (premio).
• Cuando son desagradables, tienden a no realizar esa conducta (castigo).
• En ocasiones una conducta puede dar lugar a la retirada de algo que nos gusta, por lo
que se tenderá a no repetirla (coste de respuesta).
• En otras ocasiones realizar una conducta puede suponer evitar algo desagradable, por
lo que se tenderá a repetirla (evitación).
Uno de los modelos de intervención que siempre van a acompañar al trabajador social es el
modelo humanista, porque los valores y principios de la intervención se pueden considerar
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cercanos. Los principios de valoración de la persona y el respeto a la autodeterminación son
algunos de estos ejemplos.
Carl Rogers (1972) planteó un enfoque terapéutico diferente basado en que «la persona
tiene capacidad suficiente como para manejar de forma constructiva todos los aspectos de su
vida». La hipótesis central del enfoque de intervención es el respeto a la capacidad de
desarrollo y actualización del ser humano siempre que disponga de las condiciones adecuadas
para conseguirlo.
El principal aporte de este modelo es el concepto de empatía, un elemento decisivo durante
las entrevistas. Consiste en saber escuchar y ponerse en el lugar del otro para poder entender
la problemática social del usuario, eludiendo los juicios de valor o la búsqueda de culpables.
Las corrientes humanistas tienen como objetivo que la persona se haga responsable de su
destino eligiendo las opciones que crea más convenientes para mejorar su situación. Para
conseguirlo, Rogers, en su terapia centrada en la persona, propone que el profesional motive
la formación de una relación terapéutica basada en la horizontalidad, es decir, que se plantee
la intervención desde la igualdad y cooperación por el cambio, que tiene como finalidad
apoyar a la persona en su crecimiento personal.
El existencialismo se centra en indagar el sentido de la vida de los usuarios y las usuarias,
en cómo tienen enfocada su existencia, qué esperan de ella y cuáles son los motivos por los
cuales afrontan el día a día. Cuando una persona atraviesa por un momento delicado, un
conflicto o una crisis, su sentido existencial puede ser negativo. La desesperanza, la
frustración, el desánimo o la impotencia van minando el sentido positivo de la existencia, que
se torna oscura y triste. En estas ocasiones el apoyo profesional que ofrecen los trabajadores y
las trabajadores sociales para resolver la crisis ofrece una posibilidad de cambiar su
situación y el sentido de su existencia. Cuando la persona se siente apoyada, escuchada y
acompañada puede comenzar a redirigir su vida hacia aquello con lo que poder ser un poco
más feliz.
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A lo largo de la vida todas las personas seguramente atravesarán por alguna crisis. El
término proviene del vocablo griego krinein, que significa «escindir», «separar», y se podría
definir como un conjunto de cambios que sobrevienen de manera inesperada, fortuita,
causando una situación de inestabilidad en la persona que los padece, por ejemplo un
accidente, la muerte de un familiar, el diagnóstico de una enfermedad, etc.
Du Ranquet (1996: 179) la define como el estado de conmoción de una persona que sufre
o ha sufrido un shock. Sobreviene cuando el estrés actúa sobre un sistema y requiere un
cambio que se sitúa fuera del repertorio habitual de respuestas. Son puntos en la vida de las
personas que se precipitan azarosamente y que causan cierta conmoción y desequilibrio, lo
que puede provocar una reacción emocional fuerte que deriva en serias repercusiones en la
salud.
El modelo de crisis incorpora elementos de otros modelos, como el centrado en la tarea o
el cognitivo-conductual, e incluso de la perspectiva psicodinámica, pero éstos tienen unas
connotaciones metodológicas distintas cuando se emplean para solucionar una crisis, ya que el
profesional deberá responder con inmediatez, efectividad y eficacia, lo que permitirá acotar
rápidamente las consecuencias adversas de la crisis pero restará rigor al diagnóstico.
La aplicación del modelo exige al trabajador social ciertas habilidades, entre ellas la
capacidad de respuesta inmediata o la rapidez para tomar decisiones, debido a que en
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Son situaciones límite en el tiempo y exigen una respuesta urgente que conlleva gestionar
con rapidez las variables y recursos asociados a la crisis.
El período estimado de superación de la crisis es más o menos de seis semanas, a partir
de las cuales, si no se ha producido una mejoría, la persona puede tener graves
problemas.
La percepción de la crisis influye en su evolución. Se debe prestar atención al suceso
que ha provocado la crisis y la interpretación que ha realizado el afectado, que en
algunos casos puede agravar las consecuencias. También es necesario analizar si este
tipo de crisis se ha vivido anteriormente y qué tipo de respuesta se dio en el pasado.
La situación de crisis también lleva implícito el potencial de recuperación.
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Según James y Gilliland (2001), existen dos tipos de crisis: las de maduración asociada a
la propia evolución del ciclo vital y las accidentales u ocasionales, que son acontecimientos
trágicos e inesperados. Para su intervención Caplan (1965) estableció cuatro fases: la de
impacto, que comienza cuando un suceso desencadena la crisis, es decir, la aparición de
ansiedad, tensión y confusión; la de tensión y la puesta en marcha de competencias de
emergencia para solucionarla; la de desesperación, cuando los mecanismos utilizados no
ofrecen resultados, y la de desenlace, cuando aparece el estado de homeostasis inicial. La
intervención en crisis puede presentar, además, las siguientes características según Rapoport
(1970):
El enfoque del profesional es más directo, más concreto y está orientado hacia unos
objetivos predefinidos.
Toma especial relevancia el carácter subjetivo de los acontecimientos: cogniciones y
apreciaciones personales.
Se debe llegar a un dominio rápido y eficaz de la situación («aquí y ahora»).
Enfatiza el carácter positivo de superación de las personas y la capacidad para
desarrollar nuevas actitudes y competencias.
No se pueden aplicar las fases del método tradicional, ya que la intervención está
dirigida por la premura, la urgencia y su correspondiente limitación en el tiempo.
2.7.1. La entrevista
de la entrevista.
Existen diferentes tipos de entrevistas, y su adecuación dependerá de los objetivos y de los
modelos teóricos utilizados durante el caso (Ariño, 2008: 26-28):
2.7.2. La observación
desea observar.
Precisión. La observación implica dirigirse al hecho significativo frente a la conducta
que se desea evaluar.
Objetividad. Requiere el registro de la conducta observada de la manera más fidedigna
posible, ya sea describiéndola o anotando las conductas pertinentes.
Las unidades de medida que se pueden utilizar para observar los elementos anteriores
pueden ser (Fernández-Ballesteros, 2011: 199):
2.7.3. El contrato
En la mayor parte de los casos en los que interviene el trabajador social, los acuerdos con
el usuario suelen realizarse verbalmente y anotar en la historia social los compromisos
acordados a modo de recordatorio. Pero en otras ocasiones, el profesional suele utilizar
contratos por escrito para registrar los compromisos consensuados por ambas partes. Por lo
general, se suelen usar cuando se tramitan servicios o recursos específicos que así lo
requieran (por ejemplo, una prestación económica o el servicio de ayuda a domicilio) o
cuando la propia institución utilice documentos estándar para establecer los acuerdos (por
ejemplo, un contrato para regular los compromisos de los cónyuges durante una intervención
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familiar en la que se establece el reparto de las tareas del hogar).
Es recomendable utilizar los modelos prefijados por la institución y respetar sus
condiciones. El contrato debería contener una serie de elementos imprescindibles, como son
las partes implicadas, los compromisos adquiridos y las consecuencias positivas o negativas
del cumplimiento.
El contrato es un elemento imprescindible para facilitar la adherencia del usuario al
cumplimiento de los objetivos de la intervención y mejorar su motivación y compromiso para
el cambio. Permite a los participantes ser más sistemáticos, rigurosos, responsables y
ordenados en su intervención, pero también puede restar flexibilidad a las acciones
profesionales, porque estarán limitadas por los puntos fijados en el contrato.
2.7.4. La mediación
Resulta muy complicado conocer los innumerables campos donde se puede aplicar la
mediación como forma de resolver los conflictos que se originan en la vida cotidiana. El
conflicto ha acompañado a las relaciones humanas desde que éstas existen, ya que en todas las
relaciones se producen tensiones y en cualquier momento los intereses pueden confrontarse.
Esta técnica se suele utilizar cuando las partes implicadas no se ven capacitadas por sí
mismas para superar un conflicto. La mediación se sustenta en supuestos que la dotan de
especificidad dentro del marco general de la resolución de conflictos: confidencialidad,
neutralidad, colaboración, voluntariedad y visión de futuro (De Diego y Guillén, 2009).
Según otras definiciones el concepto de la mediación tiene un valor terapéutico, al
entenderla como una herramienta o «técnica cuya aplicación permite la resolución de
conflictos de una manera pacífica y consensuada, mediante la colaboración neutral e imparcial
del profesional que contribuye a la creación de un espacio de diálogo y comunicación
adecuada capaz de facilitar la consecución de acuerdos».
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Intervención social
La trabajadora social recibe a Azucena. Realiza el diagnóstico con dos entrevistas y una
visita a domicilio y recopila todos los documentos para realizar un informe social con el fin
de derivar el caso al comedor solidario de San Juan de Dios de la zona, tras comunicarle a
Azucena el programa de reinserción laboral que la parroquia está llevando a cabo. Azucena
acepta participar en él y se inscribe en la bolsa de trabajo y en un curso de cocina. Los
profesionales se dan cuenta de la baja autoestima que tiene y deciden también derivarla al
Servicio de Psicología Aplicada de la parroquia, donde comienza a trabajar con el psicólogo
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en una sesión semanal. Transcurridos tres meses, se incorpora a un grupo de autoayuda con
más mujeres que comparten la misma problemática que ella. Seis meses después se encuentra
mejor de ánimo, con fuerzas para seguir buscando trabajo y con más confianza para lograrlo.
Al final logra encontrar trabajo en un colegio de la zona como cocinera, se interrumpe la RMI
y se tramita la baja en el comedor social.
Resumen
2. Cuando un profesional comenta con otro colega un caso social en la cafetería del centro donde trabajan, no se V F
está respetando el principio de consideración individualizada.
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5. Uno de los elementos principales del modelo centrado en la tarea es que se produzca un acontecimiento V F
estresante inesperado.
6. El modelo psicodinámico estudia los traumas del pasado y cómo éstos interfieren en la vida de los usuarios en el V F
presente.
7. Cuando un profesional sabe ponerse en el lugar del cliente, es que dispone de capacidad empática. V F
8. En cuanto a la aplicación de los modelos de intervención en trabajo social, no se pueden utilizar más de dos V F
simultáneamente.
9. Uno de los elementos del modelo de gestión de casos es la limitación temporal del «aquí y ahora». V F
10. La observación participante se produce cuando uno de los profesionales durante la entrevista se dedica V F
solamente a registrar datos concretos de un área específica.
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SOLUCIONES A LAS PREGUNTAS DE REVISIÓN
1 F, 2 F, 3 F, 4 V, 5 F, 6 V, 7 V, 8 F, 9 F, 10 F.
LECTURAS RECOMENDADAS
Du Ranquet, M. (1996). Los modelos del Trabajo Social. Madrid: Siglo XXI.
Fernández, T. y Ponce de León, L. (2011). Trabajo Social con familias. Madrid: Ediciones
Académicas.
Fernández, T. y Ponce de León, L. (2012). Trabajo Social individualizado: metodología de
intervención. Madrid: Ediciones Académicas.
Fernández, T. y Ponce de León, L. (2014). Nociones básicas de Trabajo Social. Madrid:
Ediciones Académicas.
Payne, M. (2005). Modern Social work theory. Nueva York: Palgrave Macmillan.
Wilson, K., Ruch, G., Lymbery, M. y Cooper, A. (2008). Social Work: An introduction to
contemporary practice. Nueva York: Pearson Longman.
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3. PROYECTOS DE INTERVENCIÓN GRUPAL Y
COMUNITARIA
LAURA PONCE DE LEÓN ROMERO
RUBÉN DARÍO TORRES KUMBRIÁN
OBJETIVOS
Este capítulo tiene como principal finalidad explicar cómo diseñar proyectos de
intervención grupal y comunitaria, describiendo los conceptos básicos y las herramientas
profesionales necesarias para poder desarrollarlos. Con esta finalidad se pretende cumplir los
siguientes objetivos específicos:
3.1. INTRODUCCIÓN
Una problemática social puede ser abordada desde diferentes perspectivas: individual,
familiar, grupal o comunitaria. En el capítulo anterior se analizaron las dos primeras,
contemplando la posibilidad de trabajar a través de una relación de apoyo profesional
interpersonal, de por sí terapéutica, e incluso poder extenderla a varios miembros de la
familia. Ahora seguramente el lector se puede estar planteando que si se trabaja con varios
miembros de una familia, entonces se está trabajando con un grupo. La respuesta es no, pues la
familia dispone de unos vínculos emocionales que la diferencian de un grupo. Seguidamente
podría suscitarse la siguiente pregunta: ¿acaso una comunidad no es un grupo numeroso de
personas y por tanto la índole de la intervención es igual para grupos y comunidades? La
respuesta sigue siendo no; metodológicamente la intervención dispone de contenidos
diferentes en cuanto a fases, modelos y técnicas empleados, entre otros muchos aspectos. Estas
y otras cuestiones tratarán de ser esclarecidas con mayor detenimiento en los epígrafes
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siguientes. La primera premisa para conseguirlo será adentrarse en el conocimiento y uso de
una terminología específica.
como un conjunto de personas que tienen en común una solidaridad implícita, que son
diferentes entre sí pero que se reúnen para hacer algo productivo con relación a problemas y
necesidades similares (Zavala y Gutiérrez, 2014: 138). El Diccionario de Trabajo Social
(Fernández, De Lorenzo y Vázquez, 2012: 253) lo define como «un conjunto formado por dos
o más personas que mantienen entre sí relaciones de interacción e interdependencia y que
desarrollan una identidad social compartida o conciencia de pertenencia al grupo. Sus
miembros interaccionan entre sí, se relacionan y se influyen mutuamente, lo que
progresivamente va dando lugar a una estructura u organización relativamente estable».
En trabajo social la intervención grupal se originó con los Settlement House, o
«movimiento de los establecimientos», que se fundaron a finales del siglo XIX. Estas
organizaciones se dedicaban a ofrecer programas grupales para las personas jóvenes que
buscaban ocio, amistad o acción social, con el objetivo de llevarse bien socialmente
adquiriendo nuevos conocimientos, habilidades e intereses. También con ellos se crearon
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puntos de encuentro entre universitarios y personas necesitadas que interactuaban
beneficiándose mutuamente de esta relación. Los primeros tenían un conocimiento directo de
la realidad social, y los segundos se enriquecían del contacto con personas universitarias que
les transmitían conocimientos e información e intentaban enseñar a los residentes a llevar una
vida más saludable, mejorando su situación con respecto a la vivienda, higiene y destrezas
ocupacionales. Los voluntarios se esforzaban en enseñar a las personas necesitadas los
valores de la clase media: trabajo y ahorro como habilidades para conseguir mejorar su
bienestar (Zastrow, 2008: 2).
Hoy en día estos objetivos se han adaptado a los nuevos requerimientos de la sociedad, y
la intervención grupal es cada vez más frecuente entre los profesionales que se dedican a la
acción social. El trabajo social con grupos consiste en reunir a una serie de personas (no se
recomienda más de veinte) que comparten una necesidad para tratar de resolverla utilizando
por un lado la destreza y los conocimientos del profesional y por otro la capacidad individual
de cada integrante y las sinergias derivadas de la interacción de unos con otros. Los objetivos
del grupo son múltiples: socializarse, intercambiar información, trabajar conjuntamente por
conseguir unos objetivos, divertirse, modificar valores, comunicarse, apoyarse y fomentar
mejores relaciones personales.
Respecto al concepto de comunidad, el Diccionario de Trabajo Social (Fernández, De
Lorenzo y Vázquez, 2012: 101) la define como «un conjunto de personas que comparten un
rasgo común y además participan en un esfuerzo colectivo dirigido a lograr la supervivencia y
el progreso social». También puede entenderse como un conjunto de personas que viven juntas
bajo ciertas reglas o que tienen los mismos intereses: idioma, costumbres, valores, tareas,
visión del mundo, edad, ubicación geográfica (un barrio, por ejemplo), estatus social o roles
(Fernández y Ponce de León, 2014: 176). Con estas dos definiciones todavía no se pueden
establecer diferencias claras entre comunidad y grupo..., pero entonces ¿qué elementos definen
estos dos conceptos? El principal es el número de integrantes: en una comunidad generalmente
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supera las veinte personas; pero también es el tipo de relación que se establece entre sus
miembros: mientras que en un grupo se llegan a conocer todos los integrantes, en una
comunidad esto no necesariamente tiene que suceder, pues por lo general son los líderes los
que se encargan de representarla.
En trabajo social la intervención comunitaria se suele utilizar cuando se detecta un
problema social que afecta a un gran número de personas, que comparten las mismas
preocupaciones en una localidad y momento histórico concretos. Los contenidos que se tienen
en cuenta estarán relacionados con los derechos individuales y colectivos para la consecución
de un mayor bienestar con proyectos de promoción comunitaria, campañas de mentalización y
la creación de comunidades capaces de fortalecer sus capacidades, confianza, autonomía y
protagonismo para impulsar cambios positivos en las situaciones en las que viven para lograr
sus metas (Torres, 2013a: 25).
Algunos autores, como Popple (2002), proponen dos clases de alternativas en el trabajo
social comunitario: el enfoque liberal, basado en la promoción de servicios dentro de la
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estructura existente, y el radical, fundamentado en el empoderamiento (capacidad de la
persona de tomar decisiones y ejercer control sobre su vida) de las comunidades para facilitar
un cambio estructural que permita evolucionar en el curso de la vida.
La propia estructura de la vida social, la participación de los actores sociales y la
identidad de los ciudadanos como seres relacionales delimitan los objetivos del trabajo social
comunitario, entre los que se podrían destacar dos: por un lado capacitar a las personas para
la cooperación y la interacción en una comunidad de intereses vinculados al propio concepto
de ciudadanía y desarrollar el empoderamiento personal (delegar responsabilidad y autoridad
en una persona y conferirle el sentimiento de que es dueño de sus propias decisiones), y por el
otro organizar comunidades específicas para abordar intereses colectivos que permitan el
empoderamiento comunitario. El objeto de estudio de esta disciplina se enfoca hacia tres
dimensiones: la interacción social comunitaria, las características de los integrantes y la
acción comunitaria.
El objetivo central del trabajo social comunitario es empoderar a las personas con su
participación y solucionar los problemas sociales que les afectan mediante el empleo de
técnicas comunitarias que fomenten la reflexión y la participación ciudadana, la activación de
la vida social, el fortalecimiento político, la movilización, la dinamización, la representación
democrática de la sociedad y en definitiva la mejora de la calidad de vida de todos los
ciudadanos.
Por lo general, y obviando objetivos de una programación específica (por ejemplo,
cooperación al desarrollo o atención a mujeres maltratadas), entre los profesionales
dedicados a la acción social (entendiendo por ésta la ayuda y apoyo a la persona necesitada)
la intervención grupal y comunitaria no suele ser la más habitual, por lo que su potencial en
algunos campos está todavía por explotar.
En trabajo social, teniendo en cuenta la atención social llevada a cabo por los centros de
servicios sociales, la gestión de casos individuales y familiares suele ser el elemento estrella,
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El profesional debería desde un principio seleccionar el tipo de grupo con el que quiere
trabajar, crear un clima de confianza y cordialidad para que sus miembros se sientan lo más
cómodos posible y motivarles explicándoles las ventajas de las acciones conjuntas, entre ellas
el aprovechamiento del tiempo, la posibilidad de conseguir apoyo mutuo y la importancia de
los procesos de socialización.
El procedimiento basado en la dinámica grupal está compuesto por cinco fases (Fernández
y López, 2006). La primera es la fase de diseño, que exige la elaboración de un cuidado
diagnóstico y un exigente pronóstico; en ambos se vincula estrechamente el análisis de las
carencias y dificultades del grupo, las características de éste y las metas a abordar. La segunda
se corresponde con la fase inicial del grupo, en la que se produce la inclusión de sus
integrantes y la orientación oportuna sobre el objetivo concreto de la actividad diseñada. La
tercera fase, de transición, estará marcada por la interacción y la búsqueda del equilibrio
entre los miembros. Se presta especial énfasis a los factores de incertidumbre, negociación de
poder y gestión de conflictos, que tendrán entre otros fines afianzar la cohesión y la confianza,
establecer las normas y afrontar las resistencias. La siguiente fase es la de trabajo y
correspondencia. Se caracteriza por la consecución de las metas establecidas, el apoyo
mutuo, la progresividad, la gradualidad y la reversibilidad. En esta etapa se refleja la
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idiosincrasia del trabajo social con grupos, es decir, capacitar a las personas para el
desarrollo de habilidades que les permitan enfrentarse de manera satisfactoria a sus propios
retos, elevando su competencia social y el reconocimiento personal. La última fase es la de la
separación de los participantes, y en ella resulta imprescindible la elección del momento
adecuado para la ruptura y el control de las reacciones suscitadas ante la desaparición del
grupo. También se debe dedicar un apartado a la evaluación de la actividad mediante un grupo
de discusión o la elaboración de un cuestionario, desarrollado previamente con los
indicadores adecuados. Normalmente la evaluación se realiza al final de la actividad, pero
también se puede llevar a cabo durante las sesiones de trabajo, con la posibilidad de utilizar
su resultado para garantizar la consecución de los objetivos. «Este carácter circular y
recursivo permite flexibilizar el método de grupo y aplicarlo tantas veces como se produzcan
cambios importantes que puedan alterar la evolución del grupo e incluso la modificación de
los objetivos de trabajo» (Fernández, 2009: 272-273).
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FUENTE: Basado en T. Fernández (2009). Fundamentos del trabajo social (p. 273). Madrid: Alianza Editorial.
Figura 3.1. Método trabajo social con grupos.
Por otro lado, Patricia Tschorne (2005: 21-24) las desglosa en seis, que serían las
siguientes:
Los roles que desempeñan los profesionales en este tipo de intervención podrían ser los
siguientes: experto técnico (desarrollando tecnología psicosocial adecuada para la resolución
de problemas), impulsor (convirtiéndose en motor de un cambio dirigido), mediador
(trabajando con las partes implicadas), investigador (analizando las posible soluciones y
repercusiones del cambio), planificador (organizando las tareas), evaluador (analizando los
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resultados), organizador (distribuyendo los equipos de trabajo), líder (dirigiendo y asumiendo
las responsabilidades con implicación), negociador y animador. Para poder desempeñar estos
roles el profesional debería disponer de las siguientes habilidades: poder realizar análisis
científicos de cada situación para justificar la acción, ser flexible ante las adversidades,
manejar correctamente las dinámicas de poder y facilitar la comunicación.
Entre las múltiples funciones que se desempeñan se podrían destacar las siguientes
(Barriga y Martínez, 1987): resaltar los valores de la solidaridad democrática, conseguir una
mejor calidad de vida de los ciudadanos, facilitar la inclusión social, evitar los desequilibrios
estructurales, prevenir problemáticas, concienciar a la población de sus problemas, impulsar
el desarrollo y el cambio social, buscar soluciones coherentes, aumentar el grado de bienestar
social y empoderar a los ciudadanos.
Los distintos ámbitos en los que se puede llevar a cabo la intervención comunitaria podrían
ser los siguientes: igualdad de género, participación social, voluntariado, cooperación al
desarrollo, inmigración, protección de las familias, violencia de género, senectud, abuso de
drogas, entornos penitenciarios..., entre otros muchos.
La dimensión metodológica de la intervención con comunidades se podría desglosar en
cinco fases cronológicas y dialécticamente relacionadas, ya que cada una de ellas tiene
repercusiones en la siguiente y redefine la dinámica de la comunidad y la oportunidad de
afrontar el problema. Según Fernández (2009), las fases del trabajo social comunitario
podrían ser varias: la primera consiste en el análisis de la situación y la delimitación del
problema con repercusiones colectivas. Recopilada toda la información, la segunda analiza y
elabora el autodiagnóstico de la comunidad. Seguidamente, y conociendo el problema y las
características de la población, se elabora un proyecto racional de cambio con propuestas y
alternativas. Posteriormente se pondrá este programa en marcha y por último se llevarán a
cabo sus respectivas evaluaciones, tanto la de seguimiento como la final. En la siguiente figura
aparecen representadas las fases del método comunitario.
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Fernández, García, Tomás, and de León Romero, Laura Ponce. Elaboración, gestión y evaluación de proyectos sociales: intervención social y programación, Difusora Larousse -
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FUENTE: Fernández, T. y López, A. (2008). Trabajo Social comunitario: afrontando juntos los retos del siglo XXI (p.
141). Madrid: Alianza Editorial.
Figura 3.2. Fases de la dinámica del trabajo social comunitario.
El trabajo social con comunidades exige una reflexión constante y profunda sobre los
nuevos desafíos estructurales que condicionan la sociedad. En este sentido, el profesional
debería estar en continuo reciclaje teórico y práctico para adaptarse a los fenómenos y
transformaciones de una sociedad cambiante, compleja y cada vez más exigente.
Por otro lado, la herramienta Getting to Outcomes ha sido elaborada para ayudar a diseñar,
implementar y evaluar las iniciativas comunitarias basándose en cuatro fases (Wandersman,
Imm, Chinman y Kaftarian, 2000): 1) definición del problema de acción (necesidades, metas y
objetivos); 2) elegir un programa o buena práctica (programas y ajustes); 3) asegurar el plan
de acción (capacidades, proceso de implementación), y 4) evaluar resultados (analizar cómo
funciona el programa y cómo se podría mejorar y permitir su continuidad). Esta herramienta
puede ser útil para estructurar el trabajo comunitario.
Los modelos son utilizados frecuentemente por los profesionales para guiar e implementar
su labor. Son la guía teórica de las acciones, y ofrecen un modelo de repetición que se puede
utilizar adaptándose a las exigencias de cada caso. Un modelo representa la guía o la
estructura que se debe seguir cuando se quiere imitar algo. Su función principal sería recopilar
una información base y disponer de ella para poder reproducir un contenido específico. Los
modelos describen qué ocurre con la práctica de una manera general y estructurada, teniendo
en cuenta las diferencias existentes entre cada caso, y ayudan a organizar el abordaje práctico
de una problemática social compleja, pues cada uno de ellos tiene finalidades y elementos
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Para algunos autores los modelos teóricos empleados en la intervención grupal serían
principalmente cuatro (Fernández y López, 2006: 207-225; Tschorne, 2005: 54-58): el
sistémico, el psicodinámico, el cognitivo-conductual y el de apoyo mutuo; aunque debería
añadirse el modelo centrado en la tarea, pues al fin y al cabo un grupo es creado con una
finalidad concreta. A continuación se explicarán estos cinco aportes teóricos.
El modelo sistémico permite comparar al grupo con un sistema, conformado con una
estructura en la que cada parte desempeña una función y un rol, por lo que el todo depende de
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cómo se organicen las partes para lograr solventar las necesidades. Parte de la relación
circular de un todo con las distintas partes que lo conforman, de modo que cada una de ellas
influye en las demás. El grupo o sistema será funcional si dentro de su estructura todas las
partes que lo integran cumplen una función, respetando unos roles y unas normas. El grupo
estará en equilibrio mientras todas las necesidades estén cubiertas; por eso la comunicación
será el elemento clave para conseguirlo. La intervención del trabajador social con el grupo
consistirá en buscar alternativas capaces de motivar un cambio que suponga la superación de
una problemática que afecta a un grupo de personas en constante interacción. Detectar dónde
está el problema y cómo afecta a los integrantes del sistema, mejorar la comunicación y
fomentar alternativas de cambio para instaurar de nuevo el equilibrio en el grupo son los
principales objetivos si adopta este modelo.
El modelo psicodinámico. Tiene como finalidad la creación de un ambiente grupal en el
que cada miembro pueda superar los conflictos que arrastra del pasado y que están
interfiriendo en su vida cotidiana. Mientras que otros modelos están orientados hacia la
generación de nuevas habilidades, el psicodinámico se centra en la superación de traumas. Su
objetivo será el tratamiento de los conflictos inconscientes, y no de sus síntomas. Durante la
intervención grupal, el profesional necesita conocer algunos de los elementos psicodinámicos
que pueden aparecer durante las sesiones grupales. Algunas personas pueden aprovechar las
relaciones interpersonales generadas en el grupo para exteriorizar traumas o episodios que
antes no habían comentado; por eso se deberá estar preparado para reorientar y canalizar los
sentimientos que puedan aflorar entre sus integrantes. En algunas ocasiones, y aunque la
finalidad del grupo sea otra, si el clima de trabajo es cordial y cálido pueden aparecer
temáticas personales que brinden la ocasión perfecta para tratarlas. El profesional deberá
estar atento a las variables psicodinámicas, como la resistencia, los mecanismos de defensa,
etc., y analizar si la ocasión y el momento son apropiados para superar algún trauma o
problemática inconsciente o exponer el problema dentro del grupo. A veces es conveniente
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esperar y recabar más información. El trabajador o la trabajadora social debe ser consciente
de que estas cuestiones son muy personales y requieren ser tratadas en el momento adecuado;
precipitarse podría no sólo agravar el malestar de la persona, sino también afectar al grupo.
Resulta imposible eludir en la intervención grupal el modelo cognitivo-conductual, pues el
propio contexto estará repleto de conductas y pensamientos que hay que saber reorientar y
gestionar. La finalidad de este modelo es la de cambiar, modificar y evitar las conductas
inadecuadas, así como las distorsiones cognitivas que puedan interferir en la vida de los
integrantes de un grupo o en el desarrollo de la propia intervención grupal. Las conductas,
pensamientos y emociones son aprendidos, por lo que se podrán modificar aquellos que sean
disfuncionales, y el grupo a veces se se configura como el contexto idóneo para lograrlo. Una
vez detectados los elementos conductuales y cognitivos sobre los que se quiere trabajar, se
entrenará a los participantes en cuatro aspectos concretos: reforzar el autoconcepto personal,
generar habilidades de afrontamiento, emplear autoinstrucciones y fomentar la toma de
decisiones encaminada a la solución de los problemas.
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Otro de los modelos que representan la esencia de la intervención grupal es el de apoyo
mutuo. Está basado en la capacidad de los miembros de un grupo para ayudarse mutuamente.
Sus integrantes comparten un mismo problema y se apoyan los unos a los otros para poder
solucionarlo. Se ha denominado también «modelo recíproco» o «modelo interactivo». Está
basado en el valor de la reciprocidad: «sus integrantes reciben apoyo, pero a su vez también
aportan y contribuyen al grupo». Su finalidad es crear una acción organizada para afrontar
problemas comunes basada en el apoyo y en la generación de nuevas habilidades. La fuerza de
pertenecer a un grupo supone un añadido de motivación para cambiar y superar los problemas
planteados. Cada integrante se siente apoyado, escuchado y comprendido, y el grupo es el
entorno ideal que ofrece la fortaleza y el ánimo suficiente para entender la realidad gracias a
la experiencia y el apoyo del otro. El grupo ayuda a entender y analizar la realidad mediante la
puesta en común de diferentes argumentos, desarrolla el concepto de pertenencia, evita que la
persona se sienta sola ante un problema, ofrece fortaleza y motivación de cambio y enseña a
las personas nuevas alternativas utilizando las vivencias de otros compañeros. En este
modelo, al igual que en el sistémico, la comunicación es un elemento clave. La creación de un
ambiente grupal cordial libre de enjuiciamientos puede facilitar la participación, siendo el
profesional el que estructure, oriente y equilibre las intervenciones.
Por otro lado, si se tiene en cuenta que un grupo se constituye con una finalidad, la
intervención grupal está ligada ineludiblemente al modelo centrado en la tarea. La naturaleza
de este modelo está directamente relacionada con la ejecución de tareas concretas para
ofrecer una solución grupal a una problemática. El modelo anima al grupo a consensuar
objetivos usando cuidadosamente la negociación de las tareas y la comunicación para poder
lograrlo (Doel, 2009: 169). A su vez, está vinculado con el cognitivo-conductual,
especialmente en lo referente a la adquisición de nuevos aprendizajes para la ejecución de una
actividad. Este modelo es muy específico y se aplica cuando el profesional elige, junto con el
grupo, una tarea para llevarla a cabo. Esta premisa es importante, ya que el grupo debe
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adquirir desde el primer momento una función activa y dinámica, caracterizada por una
corresponsabilidad mutua en la tarea escogida, unos compromisos para asumirla y la
necesidad de evaluación de los logros conseguidos después de la finalización del calendario
de actividades. Está directamente vinculado con la búsqueda del empoderamiento del grupo,
en la creencia de que en él se pueden afrontar las adversidades, utilizando sus fortalezas y
habilidades y aprendiendo nuevas formas de superarlas.
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Otros autores, como Marisol Lila (2006: 46-52), establecen que son tres los imprescindibles:
el de competencia, el de bienestar y el ecológico.
El modelo de competencia tiene como objetivo el desarrollo de comunidades competentes
capaces de gestionar su propio cambio, incrementando los sentimientos de poder, eficacia,
empoderamiento y autoestima. Sus principales elementos serían: la búsqueda de información,
la constitución de una estructura interna potente y la autonomía de las acciones.
El modelo de bienestar tiene en cuenta los factores estresantes que pueden repercutir en la
calida de vida del ciudadano y está principalmente relacionado con los aspectos sanitarios.
Tiene como principal postulado que el estrés es descrito en tres contextos (psicológico, social
y fisiológico), influidos por dos tipos de fuerzas: las amenazas o estresores y los
potenciadores o recursos. Buscar el equilibro entre estas dos fuerzas supone mejorar el
bienestar de las personas.
El modelo ecológico permite estudiar cuatro niveles de sistemas contextuales,
diferenciados por la cercanía de la persona. Está basado en la teoría de Bronfenbrenner
(1987), quien estructuró el contexto de la persona en: microsistema (familia, amigos),
mesosistema (grupos de relaciones: escuela, trabajo), exosistema (vecindario, bienes y
servicios) y macrosistema (valores, ideologías, costumbres). Desde la intervención
comunitaria se pretende reforzar especialmente el exosistema y el macrosistema para que las
personas dispongan de mayores recursos sociales en sus respectivos contextos. Este modelo se
centra en comprender las relaciones de las personas con su entorno y en mejorar sus redes
sociales de apoyo.
Zastrow (2010: 89-91) alude a tres modelos básicos en la intervención comunitaria. El
primero es denominado modelo de desarrollo de la comunidad (community development
model) e incide en los procedimientos democráticos, en el consenso, en la cooperación
voluntaria, en la detección de líderes y en los procesos de autoayuda. En este modelo el
profesional actúa como catalizador, facilitador, coordinador y orientador. El segundo modelo
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Para poder escoger las técnicas, el profesional previamente debería tener claros varios
elementos, entre ellos los objetivos, el tamaño del grupo, la madurez del mismo, las
actividades que se van a llevar a cabo, los recursos disponibles y la capacitación profesional
requerida para poder aplicarlas. A continuación se podrán utilizar las siguientes técnicas
(Tschorne, 2005: 67-120; Fernández y López, 2006: 261-268).
1. Técnicas de presentación
Como su nombre indica, sirven para que los integrantes del grupo se presenten;
normalmente se suelen emplear durante las primeras sesiones grupales, en las que el
desconocimiento de los miembros puede causar ansiedad. Realizadas las presentaciones, la
tensión inicial suele disminuir. Los objetivos de las técnicas de presentación grupales podrían
ser: configurar el grupo, ofrecer confianza, romper la timidez, disminuir la ansiedad y la
tensión, generar un clima de trabajo agradable y cálido, facilitar el conocimiento de los
integrantes del grupo y compartir la información básica del grupo. Entre ellas se destacan las
siguientes:
cuestiones básicas y generales que deberá decir en alto a modo de presentación cada
integrante del grupo. La disposición del grupo deberá ser circular para facilitar la
asociación del nombre con la persona. Se recomienda al profesional que vaya
apuntando en un folio los nombres y la ubicación de cada participante para dirigirse a
ellos por su nombre. Otra opción es entregar un papel para que la persona lo apunte y
luego con un imperdible se lo ponga en la solapa para ser identificado con facilidad.
Escucha mutua. El profesional propondrá a cada miembro que explique algo interesante
o anecdótico que haya ocurrido la semana pasada. El resto de los miembros lo
escuchará atentamente.
¿Qué es lo que me gusta de mí?, ¿qué es los que me gusta de ti? En grupo cada
miembro expondrá sus gustos y preferencias. Las intervenciones deben ser breves y
concisas, especialmente si el grupo es grande.
Presentación por parejas. Se divide el grupo en parejas. Los integrantes de cada una
deberán hablar entre sí durante diez minutos, facilitando información para
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posteriormente realizar su presentación mutuamente en público.
Cadenas de nombre. Permite memorizar los nombres de los integrantes diciendo el
propio y repitiendo el de la persona que lo ha precedido. También se pueden repetir los
nombres a izquierda o derecha, todos los anteriores, etc.
Análisis de expectativas. Es recomendable que el profesional explique los objetivos por
los cuales se ha creado el grupo y pregunte a cada integrante qué espera conseguir y
cuáles son sus expectativas. Esta técnica permite consensuar metas y analizar la
motivación inicial.
Permiten mejorar la confianza entre los miembros del grupo, facilitando información más
precisa de cada uno de ellos.
Busco a alguien que... Cada persona deberá escribir en una papeleta sus preferencias,
gustos, trabajos, aficiones, etc. Posteriormente cada papeleta se introduce en una caja.
Cada miembro del grupo deberá seleccionar una papeleta y encontrar a su dueño.
Dramatización. Se representa una escena concreta que posteriormente será comentada
por el grupo.
Náufrago. Cuando todos los miembros se conozcan, se pide a cada uno de ellos que
escriba en un papel las cinco cosas que se llevaría a una isla desierta, que seleccione a
una persona del grupo para compartir la isla y que justifique su elección.
Me veo, me ven. Cada miembro deberá describirse a sí mismo. Posteriormente se debate
en grupo si todos opinan igual que la persona que se ha descrito a sí misma.
Cuchicheo. Se selecciona un tema que deberá ser debatido por parejas en voz baja.
Posteriormente cada pareja expondrá sus conclusiones en común.
El visitante. Cada miembro selecciona a un personaje público con el que se identifique.
Los demás deberán preguntar cuestiones de sí o no para intentar saber de quién se trata.
Te regalo una alegría. Cada persona apunta en un papel un mensaje positivo que deberá
enviar a alguien del grupo. Se meten todos en una caja y el profesional los irá leyendo
uno a uno.
Cuando el grupo va madurando y se tiene que afrontar algún objetivo concreto que requiere
originalidad y creatividad, es recomendable usar algunas de estas técnicas para fomentarlas:
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Érase una vez... El profesional inicia una historia y posteriormente cada miembro la irá
completando consecutivamente.
Sociograma. Cada integrante hará un dibujo de sí mismo y escribirá su nombre en él.
Luego en grupo se distribuyen en un mural, teniendo en cuenta afinidades, relaciones,
acuerdos... Se discute la imagen final resultante entre todos.
Análisis de un caso. Se propone una práctica que tendrán que analizar entre todos.
Tormenta de ideas (brainstorming). Se propone un tema y cada persona lanza libremente
ideas, que se van registrando para analizarlas al final y llegar a una conclusión. Es ideal
para definir conceptos o ponerle nombre a algo.
Estudio de un documento. Se discute en grupo una noticia, un párrafo de libro, etc.
Representación de roles (role playing o desempeño de papeles). Los miembros
seleccionados interpretan unos roles en una escena y luego intercambian los papeles.
Ayuda a comprender cómo se podrán sentir en diferentes situaciones o cómo pueden
llegar a sentirse los demás.
Cuando es necesario confrontar varios puntos de vista, se pueden utilizar charlas,
coloquios, mesas redondas, simposios, paneles, debates públicos o asambleas.
5. Técnicas de planificación
Se suelen emplear cuando el grupo tiene que organizar una cuestión y planificar
actividades.
Grupo nominal. En él se discuten propuestas para llegar a una conclusión que permita
realizar una actividad concreta.
Qué mundo me gustaría tener. El profesional ofrece un problema colectivo imaginario y
los miembros del grupo deberán encontrar alguna alternativa o analizar las distintas
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posibilidades existentes.
6. Técnicas de evaluación
Se suelen emplear en las últimas sesiones y permiten analizar de una manera fluida los
resultados conseguidos. Con esta finalidad se podrá preguntar al grupo: ¿qué le gustaría
borrar?, ¿cómo se consiguieron los resultados?, ¿cómo se sintieron en el grupo?, ¿qué
añadirían?, etc. También se pueden utilizar cuestionarios previamente diseñados o escalas
concretas para analizar los resultados sobre variables específicas.
En este apartado se recogen algunas de las técnicas que son empleadas por los
profesionales para poder ejercer sus funciones dentro de la intervención comunitaria (Barbero
y Cortés, 2010: 191- 2017):
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El organigrama. Es una técnica gráfica que sirve para organizar los elementos o
personas que participan durante la intervención, estableciendo su jerarquía y roles.
Las encuestas participativas. Son una herramienta para obtener información en una
comunidad y para poder desarrollar un mapa de necesidades y potencialidades dentro
de ella. Lo más difícil es seleccionar la muestra de trabajo para que ésta pueda ser
representativa de una población.
Diagrama Ishikawa. Se trata de un gráfico con forma de «raspa de pescado» en el que
se van poniendo en cada espina las causas y subcausas del problema analizado. Permite
visualizar y estructurar gráficamente las causas de una problemática.
Grupo nominal. Se crea un grupo de personas para tomar decisiones, formular objetivos
y generar alternativas que poner en práctica posteriormente en la comunidad. Se puede
usar en él la lluvia de ideas.
Philips 66. Se consigue que todos los miembros de un grupo numeroso participen en una
propuesta. Se enumera a los participantes del 1 al 6 y posteriormente se hacen seis
grupos con cada número. Es una manera de garantizar grupos heterogéneos de trabajo,
evitando afinidades y haciendo que todo el mundo participe en la propuesta y que se
conozcan entre sí.
Trabajos en comisión. Consiste en reunir a un grupo de personas, algunas de ellas
expertas, para tratar una materia concreta.
Comunicación en sesión plenaria. Se organiza para informar a un colectivo de personas
de los acuerdos adoptados o de los resultados del trabajo realizado. Se incentiva la
participación de los asistentes para ofrecer nuevas alternativas.
El método DAFO. Es una herramienta gráfica que ordena la información extraída de la
comunidad en un cuadro dividido en cuatro partes en donde quedan registradas las:
debilidades (circunstancias internas negativas), las fortalezas (circunstancias internas
positivas), las amenazas (circunstancias externas negativas) y las oportunidades
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En este apartado se analiza una de las problemáticas que actualmente está afectando a la
sociedad; se trata de la implantación de la igualdad de género, que está siendo abordada desde
diferentes enfoques, uno de ellos el comunitario. En este caso el tema se centra
específicamente en las mujeres musulmanas, por lo que previamente se explicarán las claves
feministas islámicas para poder entender la intervención social comunitaria que se ha venido
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llevando a cabo hasta ahora. El tema que se expone enlaza con algunos de los modelos
imperantes en el trabajo social, como son las perspectivas críticas y radicales, las
perspectivas feministas y las teorías antidiscriminatorias.
En sus diferentes etapas, el trabajo social comunitario ha estado fundamentado en las
concepciones asistenciales, tecnócratas y desarrollistas, todas ellas dotadas de un corpus de
conocimiento que en el mejor de los supuestos fue socialmente paliativo o levemente
reformador (Fernández y López, 2006). Esos caudales de conocimiento han estado
desprovistos del ineludible cuestionamiento analítico de las brechas estructurales causantes
del riesgo de exclusión, la marginalidad y la invisibilidad social de las mujeres musulmanas
en los sistemas sociales europeos. A continuación se comenta un ejemplo de intervención
comunitaria en redes de las feministas musulmanas europeas.
Las intervenciones comunitarias más evaluadas en Europa confirman las aseveraciones
anteriores. El informe del Alto Consejo para la Integración de Francia revela el fracaso de la
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política de integración de los musulmanes (Agencia France Presse y The Guardian). En el
Reino Unido, las segundas generaciones denuncian con insistencia la fractura social múltiple,
a pesar de su condición de ciudadanos y de las políticas antidiscriminatorias implantadas
durante décadas (Sen, 2007). Desde la reunificación, Alemania ha sido escenario de conflictos
violentos que, sumados a las actuales movilizaciones de Dresde, confirman la existencia de
una tendencia colectiva de islamofobia.
El movimiento emergente de las mujeres musulmanas europeas por la igualdad de género se
opone a la aplicación de leyes discriminatorias o a normativas restrictivas, así como también
a las tradiciones nocivas amparadas en interpretaciones misóginas del islam. Reivindican una
hermenéutica coránica en clave feminista y aspiran a que esa perspectiva sea aceptada por el
movimiento feminista internacional y europeo del cual forman parte.
Las formulaciones del pensamiento feminista islámico no tienen rasgos de una doctrina
monolítica, y por esta característica comparten con las corrientes del feminismo internacional
la convicción de que el feminismo no puede ser el mismo en todas las culturas, ni sostener el
mismo discurso, ni basarse en una perspectiva cognitiva estandarizada. Ahora bien, todas las
reivindicaciones tienen un factor común, y es que el feminismo es a la cultura patriarcal y a la
misoginia lo que la democracia y el ejercicio efectivo de los derechos humanos es a los
regímenes autocráticos, sean éstos teocráticos, laicos o ateos.
Las redes de mujeres europeas musulmanas diseñan y aplican intervenciones sociales
comunitarias desde una perspectiva reformista islámica. La aspiración es forjar cambios
legislativos e institucionales, vertebrados desde iniciativas transversales y verticales, todas
ellas imbricadas en un enfoque de igualdad de género.
El metaobjetivo de las intervenciones comunitarias en red es construir una cultura de plena
pertenencia y visibilidad social en sus respectivos ámbitos vitales. El proceso implica la
deconstrucción de la vigencia de los hábitos culturales discriminatorios o restrictivos. Un
aspecto singular de estas comunidades son las acciones dirigidas a un desmantelamiento de la
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CEDAR (Connecting European Dynamic Achievers & Role Models) es una red paneuropea
de profesionales musulmanes que intenta generar una cultura de éxito y liderazgo entre las
diferentes comunidades islámicas de Europa. Una de sus principales prioridades es fomentar
la aspiración y el logro profesional entre las comunidades menos privilegiadas y marginadas y
crear una imagen más diversificada de los musulmanes europeos. Una meta clave de la red es
empoderar a la mujer europea musulmana, proporcionándole la participación en iniciativas de
trabajo en red y oportunidades para compartir sus experiencias, para desarrollar sus
habilidades y capacidades e iniciar proyectos concretos.
La red CEDAR va en aumento y actualmente se está extendiendo en diez países de Europa
Occidental. La entidad está conformada por profesionales de diversos campos y, por tanto, es
un instrumento ideal para reconocer y aumentar la visibilidad de los esfuerzos y logros
positivos de la mujer musulmana europea. La organización sostiene que el conocimiento y el
debate tienen como superobjetivo lograr un sistema político y social igualitario que requiere
la concreción de metas previas, como diversificar la representación de la mujer musulmana en
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Europa y aumentar su visibilidad e influencia social, profesional y económica.
Cada año alrededor de 180.000 mujeres emigradas a Europa son sometidas o corren el
riesgo de ser sometidas a mutilación genital femenina (MGF). En Europa hay unas 500.000
mujeres afectadas por la MGF, ablación que es particularmente habitual entre las familias de
inmigrantes y refugiados, que para practicarla incluso envían a las niñas a su país de origen.
En abril del año 2000 hubo un foro político en el parlamento danés cuyo conferenciante
principal fue un imán conocido y respetado que habló contra la práctica de la MGF y de los
derechos de las mujeres bajo el islam.
La creación de grupos locales en áreas y ciudades donde viven muchos somalíes propició
un espacio para la interacción entre los daneses y los somalíes que desembocó en una
discusión de muchas otras cuestiones de interés mutuo, además de la MFG. Las reuniones
conjuntas de los diversos grupos se celebraron dos veces al año para facilitar la coordinación
y la acción de seguimiento de los temas relacionados con la MGF.
Las consecuencias prácticas que se extrajeron fueron un mayor conocimiento del tema en la
comunidad receptora a través de la difusión televisiva y una mejor preparación de los
profesionales de la intervención, sobre todo del personal sanitario, que utiliza un manual
específico como parte de su práctica diaria con las usuarias.
La difusión, la información y el debate generaron una mayor concienciación sobre las
diversas formas de MGF y ha incitado a algunos miembros de la comunidad a reconocer que
algunas son menos peligrosas que otras. La colaboración del centro de recursos somalí con el
Consejo Nacional de Salud generó una cognición social que visualiza todas las formas de
MGF como una violación de los derechos humanos.
La intervención comunitaria en las diferentes escalas descritas, a cargo de líderes
religiosos y comunitarios somalíes, avaló la práctica efectiva de una legislación que prohíbe
todas las formas de MGF. A la norma legislativa se añade un control social erradicador de un
rito cultural mutilador de la integridad física, psíquica y social de las danesas-europeas de
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origen somalí.
Resumen
El grupo podría definirse como un conjunto de personas que comparten una proximidad
física y/o virtual, que además interactúan y comparten objetivos comunes. Una comunidad
es un conjunto de personas que comparten un rasgo común y además participan en un
esfuerzo colectivo dirigido a lograr la supervivencia y el progreso social, pero que no
necesariamente tienen que interactuar o conocerse unos a otros. Las fases de la intervención
sociocomunitaria difieren de la individual, y sus procesos son más complicados porque
aglutinan mayor cantidad de información y de usuarios por sesión. Las técnicas también son
distintas, pues no es lo mismo trabajar con un grupo de veinte personas que con una
comunidad. Por otro lado los modelos teóricos también varían: en la intervención grupal
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destacan el modelo centrado en la tarea y el sistémico, mientras que en la intervención
comunitaria lo hacen el ecológico y el crítico-radical. Si bien los modelos teóricos
analizados ofrecen diferentes perspectivas del desarrollo comunitario, tanto en la esfera de
la compresión del objeto de estudio como en la ejecución y evaluación de la intervención,
las tendencias sociales comunitarias confirman evoluciones singulares que abren un
horizonte de nuevas formulaciones de doctrinas para la intervención comunitaria, como
sugiere el ejemplo de las redes de las feministas musulmanas europeas.
3. El único requisito para constituir un grupo es que sus integrantes compartan un mismo espacio-tiempo. V F
5. La técnica «te regalo una alegría» se utiliza en la intervención comunitaria para facilitar la comunicación con los V F
líderes políticos de una localidad.
7. La técnica DAFO sirve para identificar debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades en una comunidad. V F
8. El diagrama Ishikawa permite visualizar y estructurar gráficamente las causas de una problemática. V F
9. La fase de diseño es la primera etapa del método en intervención social con grupos. V F
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LECTURAS RECOMENDADAS
Fernández, T. y López, A. (2006). Trabajo Social con grupos. Madrid: Alianza Editorial.
Fernández, T. y López, A. (2011). Trabajo Social con comunidades: afrontando juntos los
desafíos del siglo XXI. Madrid: Alianza Editorial.
Hombrados, M. I., García, M. A. y López, T. (2006). Intervención social y comunitaria.
Fernández, García, Tomás, and de León Romero, Laura Ponce. Elaboración, gestión y evaluación de proyectos sociales: intervención social y programación, Difusora Larousse -
Ediciones Pirámide, 2016. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/bibliopoligransp/detail.action?docID=5046008.
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Madrid: Ediciones Aljibe.
Torres, R. D. y Fernández, T. (2013). Perspectivas hermenéutica y epistemológica para el
trabajo social con comunidades y mujeres musulmanas. Sistema: Revista de Ciencias
Sociales, 229, 57-72.
Zastrow, C. (2010). Introduction to Social Work and Social Welfare: Empowering people.
Belmont: Brooks/Cole. Cengage Learning.
Zastrow, C. (2008). Trabajo Social con grupos. Madrid: Paraninfo.
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