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Historias de la

Patagonia

En el imaginario social de los albores del siglo XVI, el extremo meridional de América era parte del
gran continente que llegaba hasta el polo sur; Terra Incognita Australis. El gran navegante
portugués Hernando de Magallanes meditaba el gran viaje pero sabía que no podía llevarlo a cabo
sin la cooperación de un gobierno ya que había que dar con un supuesto paso que permitiera
atravesar el nuevo continente logrando así dar la primera vuelta al mundo.
El rey don Manuel de Portugal no acepó sus propuestas a pesar de los servicios recibidos del
experimentado navegante por tierras de Africa y Oriente.
Es entonces cuando Magallanes y su gente deciden abandonar Portugal y pasar a España para
manifestar sus proyectos allí. Llega a Sevilla en 1517 dispuesto a presentarse al rey Carlos I de
España y hacerles sus propuestas para emprender el viaje.
En España iba a revelar los planes que había meditado largos años, y que habrían de consumar la
obra de Cristóbal Colón y producir una revolución en los conocimientos geográficos de su siglo.
Magallanes ofrecía llegar a las islas de la especería de los archipiélagos orientales de la India por
un camino distinto al tradicional. Recordemos que Colón murió en la convicción de que las tierras
que había descubierto formaban parte del Japón o de la China.
Esta misma creencia fue general por mucho tiempo entre los geógrafos y navegantes de la época.
El rey Carlos I y sus ministros, desconfiados al principio, finalmente aceptaron sus propuestas y
ordenan armar cinco navíos abastecidos de 234 marinos y soldados, víveres para dos años y de
una competente artillería, concediendo el mando de la expedición a Hernando de Magallanes y
nombrándolo gobernador de todas las tierras e islas que encontrara en el viaje. El 20 de
septiembre de 1519 en Sanlúcar de Barrameda, habiéndose levantado un favorable viento
Magallanes manda a levar velas para llevar a cabo el viaje más portentoso que hasta entonces se
hubiera hecho.
La escuadrilla estaba compuesta por cinco naves, La Trinidad, la San Antonio, la Concepción, la
Victoria y la Santiago. Durante las noches del largo viaje, las naves debían precederse fijando en la
popa una antorcha encendida. El 19 de enero de 1520 la escuadrilla se encontraba en la
desembocadura del caudaloso Río de la Plata. El comandante adelantó reconocimientos
geográficos explorando sus márgenes.
Magallanes observó un cerrito situado en la orilla norte dándole el nombre de Monte Vidi. (actual
Montevideo) Magallanes, como primer explorador de aquellos lugares estaba deseoso de encontrar
el tan deseado estrecho, objetivo principal de aquella expedición. Todos sus afanes, sin embargo,
parecían inútiles, la estación lluviosa y el invierno parecía llegar más rápido de lo esperado.
El 31 de Marzo entra la escuadrilla a Puerto San Julián, en la Patagonia, donde Magallanes
pretendía invernar.
El mismo día que arribaron, al ordenar acortar las raciones de víveres, Magallanes tuvo que
sofocar un severo motín originado por algunos capitanes y marinos.
En efecto las inmediaciones del lugar eran despobladas, desprovistas de víveres y sumamente
frías.
Magallanes creía necesario mantener la moralidad de la escuadrilla argumentando que en pocos
meses volvería el verano y tendrían días más largos mientras más se acercaran al polo sur.
Restablecida la obediencia, Magallanes ordenó hacer reconocimiento en las costas continuas para
buscar el deseado estrecho.
Envió a la nave Santiago que comandaba Juan Serrano para que navegara a lo largo de la costa
hacia el sur y buscase el estrecho, sin embargo tenía orden de no alejarse a cierto numero de
leguas sin encontrarlo.
Felices fueron los primeros días de navegación costeando cerca de veinte leguas, hasta que el 3
de Mayo hallan la boca de un río al que Serrano, en conmemoración que la iglesia celebra ese día
llamó Santa Cruz, nombre que hasta hoy ha conservado ese río.
La anchura del río de más de una legua le hizo creer tal vez que era la entrada del estrecho
buscado. Allí estuvo seis días reconociendo la costa, pescando y cazando lobos marinos que se
encontraban en gran abundancia y de un tamaño desconocido hasta entonces por los navegantes
castellanos.
Convencido de que allí no estaba el estrecho siguió su viaje al sur sin separarse mucho de la
costa.
El 22 de mayo cargó el viento con gran furor, el timón fue arrancado por las olas y la nave misma,
arrastrada por el viento, fue a vararse a la costa. La nave, destrozada por las olas, se fue a pique
en pocos momentos, sin que hubieran podido salvar cosa alguna de su carga.
Ocho días pasaron los náufragos en aquel lugar desprovistos de otro alimento que yerbas
silvestres, hasta que acordaron regresar por tierra cargando las tablas de la nave que el mar había
arrojado a la playa a fin de construir una balsa que les sirviera para pasar el ancho río Santa Cruz.
Los náufragos tardaron cuatro días en llegar al río y se vieron obligados a abandonar gran parte de
la madera que conducían. Las orillas de aquel río les ofrecía abundantes recursos de pesca; allí
construyeron una pequeña balsa en que pudieron cruzar dos hombres a la rivera opuesta para
seguir su marcha hasta el puerto de San Julián y pedir ayuda. Todavía tardaron once días en ese
viaje alimentándose de yerbas silvestres y algunos mariscos crudos recogidos en la playa. Al llegar
éstos con la noticia, tempestades fuertes y prolongadas no permitían a los marinos prestar pronto
auxilio al resto de sus compañeros.
Pero Magallanes dispuso inmediatamente que salieran por tierra veinte hombres cargados con
pan, vino y otros alimentos, y que fueran a buscar a Serrano y los náufragos a las orillas del río
Santa Cruz. Llegaron al fin al río donde los esperaban los marinos extenuados de fatiga.
Las penalidades de la vuelta a San Julián se repitieron entonces, pero los exploradores finalmente
se reunieron al jefe sin perder un solo hombre. Magallanes resolvió no salir de la bahía mientras los
riesgos de la estación ofrecían algún peligro.Se ocupó así de refaccionar las naves y de explorar la
zona.
Es curioso cuando el cronista del viaje, describe por primera vez la fauna de la Patagonia,
careciendo de palabras en su léxico llamando a los pingüinos gansos y a los guanacos, "un animal
que abunda en el país, tiene cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, piernas de ciervo y cola
de caballo".
El jefe expedicionario trató de hacer un reconocimiento en el interior del país.
Cuatro hombres bien armados fueron enviados treinta leguas tierra adentro, para plantar una cruz y
entablar relaciones con los habitantes de aquellos lugares si los hallaban y si la tierra ofrecía
socorros de víveres, que no hallaron en su marcha, volviendo a San Julián y avisando que el país
parecía enteramente despoblado. Mucho tiempo pasaron los castellanos en ese puerto sin ver un
solo habitante de aquellas regiones.
Creían que la tierra era despoblada, cuando divisaron en la playa "un hombre casi desnudo, de
figura gigantesca, que cantaba y bailaba echándose arena en la cabeza". Magallanes mandó a
tierra a un marino, con orden de hacer los mismos movimientos, como una muestra de amistad. Su
sorpresa a la vista de los españoles no se podía ocultar, levantaba el dedo como si quisiera decir
que los extranjeros venían del cielo.
No era menor la sorpresa de los españoles. "Este hombre era tan grande que nuestra cabeza
alcanzaba apenas a su cintura. Era de una hermosa estatura: su rostro era ancho y teñido de rojo,
los ojos estaban rodeados de amarillo, y sus cabellos reducidos parecían emblanquecidos con
algún polvo". Los españoles creyeron que aquel hombre era un gigante, y los viajeros que
posteriormente visitaron esas zonas repitieron las mismas noticias acerca de la estatura de
aquellos salvajes. Magallanes recibió afablemente al nativo, mandó darle de comer, y que le
pusieran delante un espejo grande de acero que le causó gran sorpresa y admiración.
El comandante mandó dejarlo en tierra después de hacerle algunos obsequios, pero no tardaron en
presentarse otros salvajes manifestando sus deseos de visitar las naves. Los españoles los
recogieron en los botes y los transportaron a la Trinidad para que los conociera el capitán de la
expedición.
Magallanes les hizo servir una comida ordinaria pero abundante que los salvajes devoraron en un
momento.
Después de comer y de visitar las naves, hicieron señas de que querían volver a tierra; el capitán
los mandó a dejar en un bote hasta la costa. Los españoles, maravillados de la aparente
disformidad de aquellos naturales, y sobre todo del gran tamaño de sus pies, les dieron el nombre
de "Patagones".
La escuadrilla salió al fin del Puerto de San Julián el 24 de Agosto, todo hacía creer que los
temporales del invierno habían pasado.
Los navegantes siguieron su viaje sin separarse de la costa, y con el mismo rumbo Sur que en
meses atrás había llevado Serrano en su desgraciada exploración. Llegaron después de dos días
al río Santa Cruz donde permanecieron dos meses para hacer una buena provisión de agua, leña y
pescado que ahí se encuentra en abundancia. El 18 de Octubre, Magallanes manda levar anclas y
da a su escuadra el rumbo Sudoeste. Los marinos avanzaban con pavor por aquellos mares
desconocidos donde jamás había llegado navegante alguno.
Días más tarde a los 50° de latitud se avistó una larga punta de tierra baja y arenosa. Magallanes
creyó que aquella era la entrada del estrecho que buscaba e inmediatamente dio orden a las naves
San Antonio y Concepción a hacer un reconocimiento internándose en el estrecho. Los marinos, a
su regreso, decían que aquel era un estrecho, porque habían navegado tres días sin divisar salida.
Habían notado además grandes corrientes, y muy pequeñas menguantes, lo que les hacía creer
que aquel canal iba a vaciar sus aguas hacia un mar desconocido.
Al internarse en el canal despachó a tierra a diez hombres para que reconociesen el lugar, hallando
éstos mas de doscientas sepulturas de indios.
No les era fácil a los españoles conciliar el sueño por la noche, las supersticiones y creencias
fantasiosas sumado a los ásperos cantos de aves nocturnas como la Garza Bruja amedrentaban a
veces hasta al más valiente de los marinos.
Al principio el paisaje que se presentó era triste y pobre, pero luego cambió; "las alturas inmediatas
a las costas estaban cubiertas por arboles de agradable vista, el suelo se veía tapizado de verde
yerba y el cielo despejado que realzaba las bellezas del paisaje nos hacían parecer las tierras más
hermosas jamás vistas" Magallanes se había fijado particularmente en las tierras de la parte norte
del estrecho, que suponía que sería el término del nuevo continente.
En las tierras del sur había divisado en las noches fogatas esparcidas en diversas partes de la
costa, llamándolas por éste motivo "Tierra del Fuego", nombre que ha conservado hasta hoy dicha
isla. Las naves siguieron navegando el estrecho con rumbo noroeste y observaron diversos
canales formando numerosas islas.
Al llegar a la última de éstas, detrás de una punta cubierta de arrecifes, descubrieron un mar
inmenso que se extendía sin límites hacia el oeste. "Todos lloramos de alegría" El mismo
Magallanes le dio al estrecho el nombre de "Todos los Santos", pero la posteridad, con justicia le
dio el nombre que hoy conserva "Estrecho de Magallanes" Las naves habían entrado por fin al gran
océano y no tuvieron que padecer mas tempestades ni contratiempos.
En su regocijo, los españoles bautizaron el océano con el nombre de "Pacífico", que hasta hoy
conserva.
Magallanes no pudo completar la hazaña de dar la primera vuelta al mundo, el 27 de abril de 1521 muere durante un
combate con indígenas filipinos. La expedición se dirigió a las Molucas y tras quedarse con una sola nave, La Victoria,
al mando de Elcano llega a España el 6 de septiembre, con 18 sobrevivientes.

Durante tres siglos los europeos consideraron a la Patagonia una Terra nullius, tierra de nadie, un
territorio poblado sólo por algunos miles de nómades, envuelto en leyendas macabras y mitos
delirantes. Conquistadores, exploradores, aventureros y estudiosos: nombres como Drake,
Cavendish, Schouten, Cook, Fizt Roy, Musters, Darwin, d'Orbigny contribuyeron a forjar la leyenda.
Esta cadena de mitos empieza con la aparición del primer "Gigante Patagón", seguirá así hasta el
siglo XVIII, con la leyenda de La Cuidad de los Césares, que sitúa en las profundidades
patagónicas una ciudad llena de oro, poblada por conquistadores hartos que gozan de la más
completa felicidad. Los viajeros siguieron llegando y dejaron manifiesta su cuota de asombro. No
obstante, algunos aventureros prefirieron ignorar la realidad, y en vías de hacedores magníficos,
quisieron hasta establecer un imperio indígena, como el francés Orllie-Antoine de Tounens.
Pero en los tiempos de la historia posthispánica, el imperio ya existía, y el indígena a quien toda la
Patagonia respondía, era el Cacique Sayhueque (1830 -1903) señor de la Patagonia, último gran
cacique independiente de América Meridional, cuyo nombre deriva de la lengua mapuche "dueño
de los lanares".
Eran tiempos de guerra y conquista, y Sayhueque, hombre inteligente y sagaz, intentaba por todos
los medios a su alcance evitar la penetración de los invasores a sus tierras. Para ello se esforzaba
por mediar entre los diferentes grupos indígenas y por aunar sus criterios; al mismo tiempo
buscaba la paz con el gobierno de Buenos Aires, y trataba de que prevaleciera el respeto mutuo.
La situación, sin embargo fue haciéndose insostenible, en 1879, las tropas del ejército que
realizaban la campaña de los Andes irrumpieron en su territorio y diezmaron o dispersaron a los
grupos aborígenes. "Por su espíritu templado y generoso, centrado, firme y justiciero, fue un
paradigma de su gente. Un modo concluido de ser, para orgullo de las tribus y del hombre." C.
Curruhuinca - L.Roux.
El desfile de mitos no se agota aquí, citemos, por ejemplo, al rumano Jules Popper, rey de los
buscadores de oro y de los rufianes de Tierra del Fuego; o a Butch Cassidy y su compañera.
La Patagonia posee una notable aptitud para excitar la curiosidad y la imaginación; lo demuestran
todos los escritores y viajeros famosos, desde Neruda hasta García Márquez, pasando por Blaise
Cendrars y Saint-Exupéry, cuyas obras atraviesan, rodean o sobrevuelan éste enigmático
fragmento del continente.
Sir Thomas Browne hacia el 1640 se pregunta cómo América no contenía "esa necesaria criatura;
el caballo", y cómo es posible sostener entonces que todos los animales se originen en un mismo
punto: el monte Ararat.
Hay historias que exceden a las fábulas de los poetas, como la del español Juan de Torquemada
que se preguntaba si estos animales habían sido traídos por ángeles.
Gregorio García, en cambio, no ve dificultades en considerarlos monstruos, meras degeneraciones
de animales ya conocidos.
Un tema de controversia es el origen del nombre "Patagonia".
Según una tesis sólidamente enraizada, viene del español "pata", es decir pie.
Al ver a los primeros especímenes de indios, según Pigafetta, Magallanes habría exclamado: ¡Ah!
¡Qué patagones!
Para el escritor Bruce Chatwin el nombre no nace de las grandes huellas impresas en la arena por
los nativos, sino en las páginas de un libro de caballería, "Primaleón", páginas que aterroriza "la
extraña bestia llamada Patagón", éste tipo de obras era muy apreciada por los conquistadores...
cuando sabían leer.
"Este libro fue escrito por un autor anónimo y publicado en España, en 1512, siete años antes del
viaje de Magallanes. Fue traducido al inglés por Anthony Mundy, amigo de Shakespeare, en 1596,
quince años antes de "La tempestad".
Según ésta genealogía Magallanes ve en los indígenas al monstruo "Patagón" y Shakespeare
encuentra en él un modelo para "Calibán".
Los extremos de soledad en mares y llanuras inacabables que padecieron europeos como
Sarmiento de Gamboa. "...a morir o hacer a lo que vino, o no volver a España ni a donde lo viesen
gentes jamás."
El mismo patrón se repite - ha escrito el historiador J.H.Elliott - "Parecería que llegado cierto punto,
la mente de los europeos se bloqueara; como si, con tanto para ver, asimilar y entender, el
esfuerzo los superara, haciéndolos retroceder a la media luz de su visión tradicional del mundo".
"Allí podría haberme muerto y mi cuerpo hubiera sido devorado por las aves y mis huesos
blanqueados por el sol y el viento, y ninguna persona los hubiera hallado, y nadie hubiera
recordado al jinete que salió una mañana y no regresó" decía el aventurero Guillermo Hudson.
La Patagonia es un adjetivo de lo extraño, lo monstruoso, lo fatalmente atractivo. Bruce Chatwin.
"Allí afuera, en el corazón de la tierra, uno está solo, con nada más cercano o más palpable que el
viento.
Espejismos feroces y distancias sin límite" H Hesketh Prichard

En la Patagonia, lo fantástico es tan verdadero que cualquier realidad que no sea imaginaria
parece no corresponderle:
En la isla grande de "Tierra del Fuego", desde hacía diez mil años, habitaba un grupo étnico
llamado Yámana.
Formaban grupos de familia de hasta cuarenta personas, se alimentaban de guanacos, lobos
marinos, algas, ballenas, mariscos, hongo y frutos silvestres recolectados en los fríos bosques. Su
piel gruesa era protegida del frío con aceites y grasas animales.
Las mujeres lucían un cubre sexo de suave piel de ave. Cuando arreciaba el frío solo se colocaban
una pequeña capa de piel de foca. Todos llevaban el arte puesto; el cuerpo pintado con líneas y
puntos en negro, blanco y rojo. Construían su vivienda mediante ramas dispuestas en forma de
cúpula que recubrían con pastos, barro o cueros.A partir del siglo XVI por su territorio marino
comenzaron a transitar barcos del un gran imperio lejano.
En una expedición de la nave británica "Beagle" en 1829, su capitán Fitz Roy secuestró a cuatro
indígenas acusándolos y pretextando que uno de sus botes balleneros había desaparecido. Al más
anciano la marinería lo llamó Boat Memory (en memoria del bote desaparecido), a un joven de 20
años le pusieron York Minster (por el monasterio Inglés) a una niña de 10 años; Fuegia Basquet
(canastita fueguina) y a un muchacho de 14: Jemmy Button (Jaimito Botón), pues según decían,
al padre le habían dado un botón al llevarse a su hijo. A poco de llegar a Inglaterra, el mayor de los
Yámana murió por contagio de viruelas. Los tres jóvenes fueron alojados en un clérigo. Se les
enseñó inglés, religión cristiana y horticultura.
En la corte de Saint James fueron mostrados y presentados al Rey Guillermo IV y a la Reina
Adelaida. Esta le obsequió su cofia a la niña y el rey le dio su anillo entre otros regalos. Después
de dos años los tres aborígenes volvían a sus tierras en un nuevo viaje de la nave en la que
viajaban, además del naturalista Charles Darwin, un misionero anglicano llamado Mattheus
destinado a instalarse con los aborígenes para continuar su "civilización".
Luego de regresar y reinstalarse en la gran isla, la madre de Jemmy casi no lo reconoce.
Los viajantes Yámana vestían a la inglesa, usaban guantes, cabellos cortos y zapatos lustrados.
Más tarde, el misionero Mattheus casó a Fuegia con York, pero poco tiempo después debido a una
desinteligencia cultural, Fitz Roy debe retirar a Mattheus del lugar. Luego de quince meses, al
volver la nave "Beagle" a la zona, sus tripulantes divisan una canoa aborigen, y cuenta Darwin al
respecto: "era un joven delgado de cabellos largos y semidesnudo...¡era Jemmy!
El Capitán lo persuade a acercarse a la nave y lo invita a comer, Jemmy demostró que no había
perdido ninguno de sus adquiridos "modales de mesa"...declarando, sin embargo, que no pasaba
hambre ni frío y que no tenía el menor deseo de volver a esas tierras lejanas.
Era evidente que a medida que aumentaba la presencia europea en la región los cambios
introducidos en su cultura y costumbres fueron afectando las defensas biológicas de los lugareños
diezmándolos en poco tiempo. Años más tarde, el 6 de noviembre de 1859, un grupo de marinos y
misioneros ingleses oía misa dominical en la primera iglesia a medio construir levantada en el
territorio de los Yámana.
Un grupo de nativos los cercó, atacó y los ejecutó.
El único que salvó su vida fue un joven cocinero.
Mas tarde los marinos ingleses enviaron otro barco para ver que había sucedido con el anterior,
encontrando al único sobreviviente.
Este relató lo ocurrido y mencionó quien dirigía a los indios: ¡nada menos que Jemmy Button!
Sin embargo, al poco tiempo, los ingleses continuaron; enviaron a un reverendo; Thomas Bridges,
quien se instaló con su familia y un grupo de ayudantes en una nueva zona de la isla Grande de
Tierra del Fuego aprendiendo la lengua de los indígenas y escribiendo además un nutrido
diccionario.
Luego de algunos años el mismo Bridges encontró viuda y enferma a Fuegia Basquet, que por
entonces tenía más de 50 años, para consolarla el reverendo le recordó su formación occidental y
cristiana.
Fuegia se apartó de él, al apartarse en el frío paisaje, tristemente sonreía...

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