Vous êtes sur la page 1sur 69

Página |0

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


Página |1

No puedes nadar por nuevos horizontes


hasta que tengas el coraje de perder de vista la orilla.

William Faulkner

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


Página |2

Capítulo 1

Espíritu luchador

En una región en donde se hallaban miles de edificaciones


antiguas cercanas a la decadencia, estaban dos contrincantes
luchando con toda gallardía adentro de una casa abandonada
y cubierta de mucha maleza, el primer peleador traía puesto
un pañuelo sobre la boca, vestía túnica blanca además una
especie de pantalón hecho de piel de animal y un turbante
blanco sobre la cabeza, éste luchaba con intensidad contra un
misterioso hombre de labios cortados, quien portaba túnica
color escarlata y capa negra, al parecer ambos llevaban largo
rato peleando, pues lucían muy sudados, de manera aguerrida
los dos espadachines blandían sus espadas, después las
chocaron entre sí con tanta fuerza que los metales despidieron
enormes chispas, cabe destacar que ellos no se habían herido
en ninguna manera hasta que… el tipo del turbante arrojó un
dardo que se incrustó en el pecho del otro combatiente y,
sorpresivamente no daba señales de dolor alguno.
Después de arrancarse el proyectil que le lanzaron dijo unas
extrañas palabras en lengua desconocida y, ante la cara
atónita de su enemigo guerrero ¡empezó de modo
sobrenatural a levitar alto sobre el suelo! Desde la altura
lanzó la espada contra la cara de aquel; pero su contrincante
logró esquivarla agachándose, entonces bajándose lentamente
hasta el piso expresó:
-Ríndete o pelea contra mí mano a mano, eres un grandísimo
idiota como los demás habitantes de esta maldecida ciudad.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


Página |3

El otro bajando el pañuelo de su boca mostrando gran


espíritu luchador respondió lo siguiente:
-Entendido Shinek, si quieres más batalla ¡que así sea!
Volvieron de forma rápida a combatir y esta vez comenzaron a
repartirse varios: puñetazos, codazos, patadas, mordidas, sin
embargo el guerrero del pantalón de pieles tuvo más coraje
para imponerse en esa pelea y, acertó en la quijada de su rival
un potente gancho con mano izquierda, seguidamente tomó
una silla y la quebró en la espalda del raro individuo, él cayó
inconsciente sobre el terreno pedregoso echando abundante
sangre por la nariz, luego el vencedor habló con determinación
estas palabras:
-Podría estar todo este día luchando contra ti y sin rendirme,
no obstante ha llegado la feliz hora de mi triunfo, te diré que
tengo la vigorosa idea de cortar tu cabeza.
Fue a recoger su espada de dos filos y cuando la usó para
pinchar el cuerpo inerte, el varón místico sopló un polvo
blanco contra su rostro dejándolo casi ciego por algunos
segundos, después de poder recobrar la vista miró con mucho
asombro que Shinek inexplicablemente desapareció sin dejar
rastro.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


Página |4

Capítulo 2
En el desierto

En esa misma mañana el jinete se hallaba montado en un


negro corcel, cabalgaba sin cesar sobre las dunas calientes de
un inhóspito desierto blanco, dicho lugar parecía no tener fin
extensional, extrañamente enormes rocas blancas con formas
humanas yacían por casi todo el sitio, el tipo todavía llevaba el
pañuelo alrededor de su boca y un turbante blanco sobre la
cabeza, el sol mañanero hizo que la temperatura subiese al
extremo, tanto así que el guerrero vio en reiteradas ocasiones
cosas bastantes maravillosas para encontrarlas ahí, por eso
maldijo los árboles frutales y caminos adoquinados
inexistentes, fueron raros engaños a los que la gente suele
llamar “espejismos”.
De repente se escuchó un fuerte silbido que estremecía todo
aquel sitio, era el aire que con violencia levantaba una enorme
cortina arenosa, el hombre y la brava bestia se movieron a
toda prisa para ocultarse atrás de una de la rocas grandes, la
tormenta de arena azotó con demasiada furia sin dejar
visibilidad alguna, durante varios minutos angustiantes los
dos viajeros quedaron parcialmente sepultados. A pesar de
que ambos se abrazaron y agacharon las cabezas tenían
granos de arena hasta en los oídos; pero sin mucha demora se
levantaron y limpiaron para seguir adelante.
Siguieron atravesando ese laberinto calcinante por muchas
horas viendo como la tormenta había sacado a la superficie
muchísimos esqueletos viejos, las osamentas tenían semejanza

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


Página |5

a camellos y buitres, avanzaron más y aquel caballo detuvo la


marcha porque al frente muchas cobras venenosas
atravesaban sin problema el ardiente suelo, incluso encima de
las arenas movedizas se arrastraban tranquilamente dichas
serpientes. Tanto el équido como su dueño viajaron por toda
la desolada y extensa localidad soportando con buena
destreza: el calor, el cansancio y la mucha sed, hasta que en la
noche notaron en el horizonte señas de civilización.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


Página |6

Capítulo 3
Una ciudad desmoronada

Los viajeros llegaron a las viejas ruinas de lo que fue una


importante ciudad, los restos daban muestras irrefutables de
lo desmesurada que era tal civilización, los dos aventureros
arribaron ahí cuando la noche lucía avanzada, había un
silencio incesable y espantoso, ambos por fin se detuvieron a
reposar al pie de una altísima columna hecha con piedra
caliza, la cual estaba inclinada y alrededor de ella se notaban
varios símbolos desconocidos, también poseía dibujos
gigantescos de animales carnívoros, allí el hombre sacó de la
alforja que llevaba el semental una especie de cantimplora,
además en esa bolsa guardaba sus muchas armas, dos
mapas, comida y un bello medallón azul; inmediatamente el
audaz jinete se quitó el pañuelo de la boca para beber la
refrescante agua y después dio este vital líquido a su fiel
compañero.
El aspecto del cabalgador era de un joven no mayor de treinta
años, cabe destacar que tenía: ojos café claro, pelo muy
oscuro, nariz respingona, labios delgados y finos, sin dejar de
mencionar que la piel de su fornido cuerpo poseía un tono
semimoreno.
El cielo despejado poseía como potentes luces que iluminaban
aquel lugar a: una enorme luna menguante y cientos de
estrellas, en el solitario paraje se miraban varias cabezas
humanas aparte de las columnas, cada cabeza mostraba tener
el tamaño como de elefante, ellas fueron hace bastante tiempo

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


Página |7

estatuas tipo megalíticas; no obstante quedaron por algún


desconocido motivo semienterradas en la dura tierra, además
se hallaban muchas paredes grandísimas esparcidas por el
suelo y, todas estaban deterioradas por los efectos del pasar
de los años y las diferentes condiciones del clima.
El bizarro animal luego de relinchar un poco se acostó en el
árido terreno, mientras tanto su amo estaba en cuclillas, así
acurrucado comenzó a respirar de manera profunda y
acelerada, mantuvo por extenso rato una cara demasiada
triste, dicha depresión no parecía producto del viaje, al
parecer alguna pena dentro de sí lo estaba destrozando.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


Página |8

Capítulo 4
La cueva y su inquietante misterio

Descansaron largos minutos, más tarde recorrieron no mucho


trayecto para llegar a un cañón formado por montañas, allí
hallaron una oscura cueva, cuando iba a entrar en la caverna
el sujeto acarició los crines de su amada bestia, a ella le dio
palmadas en el cuello para que se fuera trotando, antes de
despedir a su amigo había sacado de la alforja una lámpara
que arde e ilumina con aceite, y con su mano derecha tomaba
la recia espada.
Adentro del húmedo sitio se percibía un horrible olor como a
estiércol, el joven caminaba con sumo cuidado y veía con
especial atención a decenas de ideogramas en las paredes, los
más interesantes fueron las figuras de ciertos hombres que
portaban vestidos resplandecientes, grandes luces los
rodeaban y parecían estar volando, de pronto unos ruidos
chillantes aparecieron y se observaba que algo en el suelo de la
cueva se movía hacia la posición del viajero, aprovechando la
iluminación vio que eran cientos de negros escorpiones,
acechaban para atacar a su presa en el momento preciso,
intimidando además con sus duras tenazas y aguijones
mortíferos, usando sus ocho patas peludas se acercaban
rápidamente por lo que el guerrero usó la espada para
despedazarlos a toda prisa; sin embargo eran tan ligeros que
hubo algunos que se le subieron a los tobillos, entonces sacó
una daga escondida en su cinturón y empezó a quitárselos del
cuerpo para luego matarlos a todos en el piso, después de

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


Página |9

mucho tiempo de ardua pelea pudo exterminar a cada uno de


los temibles invertebrados.
Cansado mas no rendido prosiguió su camino y fue cuando
miró una plataforma redonda que parecía un altar, se paró
sobre ella, ahí observó un agujero rectangular, él sacó una
gema verde y la puso en el orificio de la plataforma,
instantáneamente el lugar comenzó a temblar y alrededor del
aventurero apareció una luz potente que lo dejó cegado.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 10

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 11

Capítulo 5
Ayuda ideal

Después de estar inconsciente el joven despertó, se frotaba


bastante los ojos y cuando volvió a la normalidad logró ver que
era de día y que estaba sobre hierba verde, se levantó para dar
algunos pasos, seguidamente guardó la espada en la vaina
además dejó la lámpara en el suelo pues ya estaba apagada,
¡increíblemente estaba en la cima de una montaña! comenzó
a observar a lo lejos una pequeña y vieja casa de madera, bajó
la montaña para tocar la puerta de la casita, entonces un
anciano con larga cabellera blanca y alborotada salió, dicho
personaje exhalaba un hedor fuerte como de macho cabrío,
con entusiasmo le habló a su visitante así:
-¡Hola mucho gusto! ¿quién eres tú?
-Soy Agnok, príncipe del pueblo adonita.
-¿Qué?
El viejo con cara de asombro miraba una y otra vez de pies a
cabeza a su visita, y después de muchos segundos le dijo:
-Dime la verdad, ¿por qué has venido a buscarme? no creo que
seas el príncipe del lejano reino de Adón, mucho menos te
creeré con esa ropa que llevas puesta.
En eso el viajero levantó su túnica blanca y en el pecho se
podía ver claramente como un tatuaje rojo en forma de
espiral, el veterano demasiado asustado comentó:

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 12

-¡Es el sello de la familia real! No puedo creer que alguien


como usted este acá en mi humilde morada, siento no haberle
creído, por favor entre y siéntese en esta silla su majestad.
Luego de sentarse en la silla mecedora hecha de caoba, relató
lo siguiente:
-No tengo suficiente tiempo, así que seré breve, mi alma está
muy turbada, y no solo yo, también los miles de adonitas
sufren.
-¿Qué tipo de problemas tienen?
-Hace poco la paz del reino fue quitada por culpa de una
terrible maldición, un sortílego llamado Shinek líder de la
peor secta ocultista hizo crecer de manera misteriosa una
feroz planta destructora, tan exorbitante ha crecido que
arrasó con casi la mitad del territorio de mi pueblo en
cuestión de horas, ha devorado muchas personas y casas, los
soldados del rey quien es mi padre la han combatido
muchísimo; pero desgraciadamente todo resultó en vano, pues
ella sigue creciendo sin parar.
-¡Cuánto lo lamento! Es increíble y terrorífico ese maleficio,
tampoco puedo entender como ese hombre odie a los de su
nación.
-Más tarde te explicaré lo demás, por ahora mis compatriotas
y yo necesitamos tu rápida e ideal ayuda.
-Señor, de verdad también quiero que ese tormento termine
ya, ¿pero cómo un andrajoso anciano como yo podría ayudar
en semejante asunto?

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 13

-Después de que mi ejército hizo fuertes batallas sin poder


destruir a la gigantesca planta carnívora, los cinco sabios más
famosos de mi país investigaron que para acabar con la
maldición es necesario obtener una parte de la gran centella
luminosa, la misma que está guardada en esta monarquía de
Tovac.
-Entonces… ¿cómo le ayudo?
-Me enteré de buena fuente que tú te llamas Hemán y
estuviste a cargo del famoso templo milenario en donde
guardan la valiosa centella; sin embargo veo que en este
momento estás en condición de retiro a causa de tu edad.
En ese preciso instante el anciano bajó la cabeza, guardó
silencio varios segundos y luego respondió con voz tenue esto:
-No todo es cierto su alteza, en una ocasión hace décadas atrás
los abominables hombres del reino de Temos quisieron robar
la centella, felizmente no pudieron; aunque lo peor es que el
templo quedó destruido por el devastador terremoto del cual
cientos no sobrevivieron, por lo que ahorita la centella está
bien escondida en las feas y escalofriantes catacumbas
cercanas al sepulcro real.
El otro hombre rápidamente se puso de pie y con voz fuerte
habló:
-Por favor llévame, no tengo otra opción.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 14

Capítulo 6
El gobernante explica los impresionantes sitios

Los dos hombres partieron de la casita en esa fresca y


tranquila tarde, ambos caminaron mucho atravesando un
bosque de frondosos abetos, ahí vieron a varias mujeres hacer
incisiones en las cortezas de los árboles para colocar
recipientes y obtener toda la resina posible. El anciano se
detuvo y agachándose habló esto:
-Por favor discúlpeme príncipe, pero este envejecido cuerpo
rápido se agota, me imagino que usted también está muy
cansado después de su larga travesía.
-La verdad no me siento exhausto, mi itinerario es difícil de
entender, solamente presta atención a lo que te diré, yo sin
conocer a donde iba me guié sólo con algunos viejos mapas
para atravesar junto a Salif el peligroso Desierto de los
Caídos, luego llegamos bajo la oscuridad típica de la
medianoche a la ciudad perdida de Calam, buscamos el cañón
Peñascoso en el cual hallamos la cueva Luminosa y allí pude
usar el portal de mis ancestros.
-He quedado muy confundido señor Agnok, dígame
primeramente, ¿quién es Salif?
-Es mi caballo de guerra, un amigo valeroso e inteligente que
lo crié desde potrillo, con él he combatido y ganado muchas
batallas, fue herido una vez con dos flechas en la pata derecha
trasera y aun así siguió peleando a mi lado, antes de entrar a la

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 15

cueva lo envié de regreso al palacio, reconoce bien el camino y


no se deja montar de nadie más, sé que estará bien.
-Así como es de intrépido no le pasará nada malo, ¿por qué
ese desierto tiene tal nombre?
-Te lo contaré, aunque hay que llegar de prisa a las
catacumbas.
El veterano se puso de pie y cuando caminaba junto al joven
oyó lo siguiente:
-Ese infernal lugar se llama así por una antigua leyenda la cual
cuenta que un grupo de soldados traidores fueron capturados
y arrojados a dicho desierto, además fueron maldecidos con
toda clase de conjuros, dicen que cuando murieron de hambre
y sed sus almas se convirtieron en las rocas con apariencia de
cuerpos humanos, las cuales ahora se ven sobre la blanca
arena.
-Debieron ser culpables entonces, no se enoje de mis muchas
preguntas, pero esa ciudad perdida que relató ¿está
totalmente en ruinas?
-Está completamente destruida, hace muchísimo sirvió de
hogar a los hombres gigantes que medían tres veces la
estatura de un varón normal, el gran diluvio de la antigüedad
arrasó a dicha ciudad junto con sus malos habitantes.
-¿Malos?
-Fueron sujetos bastante sanguinarios, alcanzaron fama más
por sus matanzas que por ser altísimos, esos perversos
humanos eran como plaga de langostas, tú sabes que dichos
insectos a donde llegan arrasan con todo, de esa misma
César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok
P á g i n a | 16

manera se comportaban los habitantes de Calam, ellos


destruyeron miles de tribus inocentes, primero incendiaban
los humildes campamentos para después matar a los adultos,
por último se llevaban cautivos a los niños para comérselos.
-¡Qué horror! demasiado malévolos eran, me alegro de que ya
no existan.
En eso el decrépito señor se volvió a detener, quitó su viejo
zapato izquierdo de cuero y lo empezó a sacudir para sacar el
montón de piedritas que por la suela rota se habían metido.
Cuando reanudaron la marcha Hemán preguntó:
-Su majestad, ¿por qué la caverna que mencionó se llama
Luminosa? ¡Todas las cavernas son sombrías!
-Tiene ese nombre porque adentro de ella los fundadores de
mi pueblo usaron sus conocimientos secretos incluyendo la
alquimia para construir un portal poderoso, lo construyeron
con el fin de poder trasladarse a cualquier hora desde esa
caverna hasta este reino y de forma instantánea, dicha puerta
sobrenatural funciona con piedras esmeraldas, de esa forma
pude llegar acá directamente, aunque ese extraordinario
transporte me puso a dormir o mejor dicho me dejó
desmayado, quedé ciego por un buen tiempo debido a las
fuertes luces que despide.
-¡Vaya cosa imposible! Le suplico para que no se moleste
conmigo, eso de los portales me resulta difícil de entender y
creer, es algo que no le encuentro ninguna explicación lógica.
-Créeme, no te he mentido en nada de lo que te he contado,
ese medio luminoso fue lo que me trajo velozmente a esta
tierra.
César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok
P á g i n a | 17

Capítulo 7
Visitando a los olvidados

Prosiguieron platicando durante pocos minutos cuando por


fin salieron del vasto bosque, ante sus ojos estaba el campo
sepulcral en donde había sepulcros y sobre todo muchas
lápidas hechas de argamasa, la mayoría de ellas lucían negras
y cubiertas de hierba, el viejo señalando con su índice derecho
dijo:
-Ante su vista están las tumbas de los antepasados reyes de
mi pueblo.
-¡Parece un lugar no visitado desde hace muchísimo!
-Este campo es uno de los varios en donde sepultamos a
nuestros muertos; sin embargo éste en particular únicamente
tiene a los que no fueron buenos gobernantes, por ejemplo: a
su derecha están los restos del monarca Zabes, su reinado fue
de veinte años, él perdió todas las guerras contra los otros
pueblos, aparte de eso cobraba demasiados tributos, llegó a
cobrar tres monedas de plata a todos aquellos que pretendían
entrar al templo, por todo eso acá en Tovac no es bien
recordado.
Atrás de la tumba de quien acabo de mencionar está el rey
Azmael, él reinó cuando yo era un adolescente y su reinado fue
muy despótico, mandaba a matar a todo aquel que estuviera
en desacuerdo con sus ideales, la mayoría eran pésimas ideas,
por no apoyar sus malas decisiones murieron cientos de
personas incluyendo sus propios primos, hubo muchas

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 18

hambrunas y pestes durante estuvo en el trono real, gobernó


muy poco, tan solo cinco años duró su dominio… pues murió
de manera repentina, en cierta noche unas fuertes fiebres lo
mataron afortunadamente.
Con tono enojado Agnok respondió:
-La verdad es que con justas razones los han olvidado por
completo. Créeme que el día en que yo gobierne a mi nación
seré como mi padre, un buen líder que se preocupa por todas
las necesidades de las personas.
-Así será.
El joven mirando las abundantes tumbas añadió:
-Han tenido enorme mala suerte de tener muchos malos
líderes.
-Hemos llorado demasiado, nos han sucedido una prolongada
lista de cosas feas y de todo tipo por culpa de estos tiranos, le
puedo afirmar que el actual rey está siguiendo la misma senda
maligna.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 19

Capítulo 8
La disputa por la centella

Los hombres se aproximaron a la mitad del campo sepulcral,


del suelo levantaron una oxidada cadena la cual estaba
enganchada a una tapa metálica redonda, los dos usaron la
escalera que hallaron debajo de la tapa para bajar hasta el
fondo de la profundidad, algunos instantes más tarde del
descenso llegaron a un ancho y largo pasillo subterráneo, el
mismo estaba iluminado por una gran bola amarilla
ubicada al final del trayecto, a medida que caminaban vieron
que a la derecha e izquierda en las paredes había depósitos
hechos de piedra en donde mantenían más cuerpos
sepultados, entonces el joven preguntó:
-¿Otros malos gobernantes?
-No, sólo son los parientes de los reyes.
-¿Por qué en este lugar decidieron guardar la legendaria
centella?
-Le explicaré, los soldados del batallón de Temos planearon
una invasión para robársela; sin embargo en esa ocasión yo
era uno de los guardias del templo milenario, nadie supo cómo
se enteraron de que allí la teníamos oculta, lo bueno es que
ellos no pudieron vencer nuestra torva defensa, yo juntamente
con mis compañeros peleamos hasta destruir al último e
infame intruso, le diré que con esos desgraciados guerreros
hemos tenido fuertes peleas durante más de ciento veinte
años. Luego vino el devastador terremoto que destruyó todo

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 20

el edificio el cual tenía mil años de existencia, fui de los pocos


afortunados en escapar, antes de que el techo se viniera abajo
tomé rápidamente el pedestal con la centella y la oculté acá,
estas catacumbas son un perfecto escondite.
-Hiciste bien en ocultarla, ella nunca se apagará y tiene el
poder para alumbrar sitios tan oscuros como éste, no debe ser
usada por el mal.
Cuando por fin llegaron al final del pasillo vieron la esfera
grande y amarillenta, la misma brillaba intensamente sin
cesar sobre un pedestal de mármol, el príncipe sacó de su
bolsillo un cilindro de madera del que quitó la tapa para
introducir una parte del radiante objeto, en ese preciso
momento se escucharon unos extraños sonidos, Agnok
desenvainó inmediatamente la espada y dijo:
-¿Qué fueron esos ruidos?
-Deben ser las ratas, pues aquí no hay nadie más que nosotros.
Entonces se escuchó un fuerte estruendo similar a un sismo
debajo de los pies de ambos viajeros, sorpresivamente en la
tierra se abrió un hueco, ¡del agujero salió una descomunal
bestia negra parecida a un perro! la horrible criatura
despedía sangre de sus voluminosos labios, los ojos eran
totalmente blancos, las garras lucían tan largas y filosas como
cuchillos de cacería, rugía parecido a un hambriento león,
cada pelo de su lomo parecía espina erecta, los dientes
larguísimos se salían del hocico. El valeroso guerrero puso
atrás de su espalda al asustado anciano y, sin tantos rodeos
lanzó muchos golpes con su espada; pero ninguno de ellos
pudo tocar al monstruo que se movía muy veloz, él queriendo

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 21

tomar aire bajó por tres segundos su arma, suficiente tiempo


que aprovechó la bestia para lanzar un duro golpe con la pata
sobre el hombro del joven, de manera inmediata una terrible
herida le apareció que no dejaba de sangrar, Hemán arrojó
piedras como del tamaño de una manzana, ninguna de ellas
pudo alcanzar al rápido ser, en un intento apresurado el
gobernante sacó su daga e intentando clavarla en el corazón
del perro fue golpeado fuertemente con la cola de aquel, por
lo que cayó casi inconsciente al piso, la criatura lanzaba
ensordecedores aullidos y miraba fijamente al tembloroso
Hemán, cuando el espantoso depredador saltó en dirección
del viejo éste logró agacharse cayendo inmediatamente la fiera
sobre la gran centella luminosa, por lo cual dio numerosos
gritos de dolor y desesperación pues se empezó a derretir
hasta quedar solamente las cenizas.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 22

Capítulo 9
El guerrero afligido

La noche ya se aproximaba y los hombres corrían tratando de


salir del holgado bosque de abetos, sobre las ramas varios
búhos retorcían la cabeza hacia atrás y veían como los
viajeros (sobre todo Hemán) se quejaban fuertemente del
cansancio y dolor, cuando una copiosa lluvia comenzó a caer
los dos ya se encontraban en la casa de madera, una vez
adentro lo primero que hizo el anciano fue curar el muy herido
hombro izquierdo de Agnok, limpió la mucha sangre con agua,
luego puso hierbas sobre la herida para calmar la hemorragia
y por último hizo una fuerte venda con una tela especial.
En el suelo se hallaban sentados porque comían lentejas y
frutas a la par de unas raquíticas velas, con recelo miraban
como la casita se estremecía de un lado a otro, pues afuera el
viento no paraba de correr, el aguacero seguía inundando
aquella región y poderosos rayos retumbaban en el cielo. De
pronto el príncipe estornudó de manera potente tres veces
consecutivas, limpió su nariz, dejó de comer para hablar esto:
-Ahora comprendo el poder de la gran centella luminosa, su
fin es vencer a la maldad.
-Es verdad, lo que me mantiene pasmado es ese monstruo que
vimos, todavía tiemblo cuando lo recuerdo.
-Fue un demonio que salió del mismísimo infierno, no me
cabe ninguna duda de eso, por cierto te digo que con armas
hechas por los humanos jamás lo hubiera vencido, aunque

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 23

eso ya no me importa, pues te confieso que estoy muy


preocupado por mi familia y los demás habitantes de mi
pueblo, es mejor que me vaya ahora mismo.
-¡Claro que no señor! sólo escuche esa tremenda tempestad,
además debe descansar después de aquella pelea, termine de
comer y beber, su hombro amanecerá mejor, en la mañana yo
lo llevaré al rio Misba en donde hallará un navío que lo llevará
cerca de Adón.
-Créeme que perdí el hambre, tampoco tengo sueño, ya que
esta angustia me atormenta desde que Salí de mi reino.
En ese justo momento el guerrero se llevó las manos a la cara
para disimular sus lágrimas, dolorosas gotas que fluían no tan
mesuradamente.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 24

Capítulo 10
Una grandiosa amistad

Diversas aves realizaron su bello canto muy temprano en la


mañana, en dicho instante los aventureros abandonaron la
miserable choza, cuando ya había transcurrido largo rato de
camino el joven príncipe junto al decrépito guía caminaban
sobre un lindo campo, ahí descubrieron a una pareja de
jóvenes bastante enamorados que se besaban con poderoso
fervor, en el lugar se contemplaban hermosas plantas de
varias clases, tales como: dientes de león, tréboles, amapolas,
botones de oro, claveles, tulipanes, entre otras. Agnok
buscaba en sus bolsillos algo que nunca halló, entonces dijo
muy apesarado lo siguiente:
-¡Es una verdadera pena!
-¿Qué pasa señor?
-Estuve tan preocupado y apurado que dejé olvidado mi
medallón de zafiro en la bolsa que cargaba Salif.
-¿Es algo especial?
-Sí, mi hermana menor me lo obsequió después de la muerte
de mi madre.
-¡Lo siento mucho!
- Está bien, te lo agradezco.
-Claro, Dígame algo, ¿por qué usted no quiso venir
acompañado con su gente?

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 25

-En estos momentos se necesita todo el ejército en mi nación


para combatir a esa maldecida planta, la muy desgraciada
comenzó a crecer de manera colosal desde el mismo momento
en que el hechicero lanzó el conjuro, en poco tiempo ya había
arrasado a varias casas y personas, por mucho que corten sus
gruesos tallos siempre vuelven a crecer rápido, siguió
creciendo tanto que la mayoría de pobladores huyeron de sus
hogares para refugiarse en las montañas cercanas.
-¡Lamentable! a propósito, ¿por qué dijo que ese odioso brujo
lanzó esa terrible maldición?
-Fue la forma de vengarse, gracias a uno de mis sirvientes
más leales que tengo, mi padre descubrió que Shinek no era
un humilde herrero sino un malvado tipo, este patán lideraba
a varios ministros demoníacos que eran como sus esclavos,
todos ellos fueron los responsables del desaparecimiento de
docenas de niños e incluso bebés.
-¿Y por qué se robaban a los infantes?
-Los robaban para usarlos como ofrendas votivas, es decir que
los sacrificaban vivos para cumplir sus promesas a los ídolos
abominables que adoran.
-Es demasiado horrible lo que hicieron esos brujos
inescrupulosos, carecen de buen corazón, ¡malnacidos!
-Correcto, mi padre exterminó ese culto depravado y acabó
con los hechiceros excepto a Shinek, el cual es bastante
resistente, yo lo encontré en el interior de una casa destruida,
estaba a punto de lanzar otro hechizo, lo detuve a tiempo y
combatimos salvajemente durante largo rato, le clavé un
dardo lleno con potente veneno de tarántulas y no sufrió
César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok
P á g i n a | 26

ningún daño, por desgracia cuando iba a vencerlo logró


escapar, lo hizo lanzándome un polvo blanco a mis ojos, de esa
manera huyó a una zona incierta.
-No se aflija más su alteza, usted logrará llegar justo a
tiempo para destruir la maldecida planta junto al despiadado
mago.
-Eso espero.
-Por favor permítame darle un consejo.
-Dímelo Hemán.
-De ahora en adelante no le diga a nadie de su problema, ni
tampoco cuente que es el heredero del país de Adón, pues
todo eso le puede traer problemas.
-Te lo agradezco, pero no te preocupes, a mis veinticinco años
he combatido en muchas batallas junto con la armada de la
realeza, al principio muchos se opusieron a que yo fuera a las
guerras, me miraban como si fuese niño mimado, cosa que
cambió en la ocasión en que logré junto a mis guerreros
penetrar los muros de la ciudad peligrosa de Ginob, entramos
para liberar a unos inocentes rehenes, rescatamos a mujeres,
ancianos y niños, mi padre rey quedó complacido, sobre todo
conmigo, desde entonces me respetan.
-Formidable hazaña la que hizo.
-Descuida, pues hay buen número de héroes adonitas
demasiado impresionantes, entre ellos figura principalmente
mi querido Jonán, él sin la ayuda de nadie logró con una
espada rota acabar a cien soldados enemigos.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 27

-¿Él solo?
-Así como te lo acabo de contar.
-¡Asombroso!
Después de rascar su blanca cabeza el veterano siguió
diciendo:
-Es una verdadera lástima que no pudimos hallar un dócil
caballo para evitar andar a pie.
-Me hubiese gustado que estuvieras cabalgando, en lo
personal estoy bien, además le guardo lealtad a Salif, yo no
cabalgo en otros caballos.
-Por supuesto, ahora cuénteme, ¿por qué no anda escudo?
-Podría ser una larga explicación, evitaré distraerte, mejor
sigamos concentrados en nuestro camino.
En los siguientes instantes el futuro monarca espantó la nube
de zancudos que succionaban sangre de su nuca, mientras el
anciano quitaba las mijeras pegadas a su ropa. Atravesando
altas malezas marcharon hasta llegar al serpenteante rio, en él
muchas mujeres lavaban sus ropas, los niños jugaban en las
orillas con pelotas hechas de trapo y numerosos hombres
pescaban con enormes redes. Entonces el viejo casi sin aire y
bastante sudado comentó:
-He aquí su majestad el ancho rio Misba, sus aguas se miran
algo turbulentas por la mucha lluvia que cayó, los moradores
de Tovac nos sentimos orgullosos de poseer esta riqueza
natural, ya que acá viven los peces comestibles más grandes de
todos los reinos del planeta, buena parte del dinero que se

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 28

produce en este reino se debe mucho a la venta de esos


animales, sólo mire a ese bagre que aquellos muchachos
acaban de sacar.
-Ese pez es más alto que yo, y eso que no soy pequeño.
-¡Ja, ja, ja! muy cierto, ese barco donde están cargando los
toneles está a punto de zarpar, suba pronto, no le cobrarán
tan caro.
El guerrero sin importarle el terrible olor que soportó del
anciano durante toda su estadia en esa monarquía lo abrazó
tiernamente, y sonriendo le habló:
-Muchísimas gracias por tu estupenda ayuda, lamento mucho
haberte metido en diversas dificultades, el rey, mi pueblo y
sobre todo yo estaremos eternamente agradecidos por lo que
hiciste, te has ganado mi favor para siempre, como premio te
entrego esta bolsa que contiene valiosas monedas de plata y
oro.
-Mi señor ha sido un bello honor ayudarlo, estas monedas no
son necesarias.
-Por favor consérvalas amigo mío, prometo que pronto
regresaré a visitarte.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 29

Capítulo 11
Batalla sorpresa

Adentro de la embarcación el monarca miraba con desagrado


a dos pasajeros que se caían y levantaban una y otra vez, ellos
gritaban cosas sin sentido, se reían con grandes carcajadas y
cada uno portaba un barrilito lleno de sidra, por cada trago
que hacían salpicaban mucho sus ropas e incluso la cubierta
del barco, aunque todas esas tonterías les causaba excesiva
gracia.
Debajo de un cielo rojizo muy típico de los atardeceres la nave
velozmente navegaba en el mar, el guerrero observaba desde
la orilla de la proa a un conjunto de grises delfines que
nadaban a la par del navío, minutos más tarde fue a estimular
su triste alma, ya que veía a una dama que tocaba unas bellas
melodías con gran pericia en su arpa dorada, al escuchar la
música cambió su angustiosa cara por una llena de alegría,
también un amplio número de personas presenciaban el
entretenido musical, antes de que acabara el concierto un
enjuto marinero que barría de forma afanosa se le acercó a
Agnok y le preguntó:
-¿Linda mujer verdad?
-sí, y sus canciones también me agradan.
-Por supuesto, veo que eres un soldado de algún ejército, lo
digo por tu espada, eres corpulento, además veo que te
hirieron el hombro, tal vez fue en una poderosa batalla,
¿tengo razón en todo esto?

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 30

-Ya estoy mejor del hombro, esta herida me la hice en un


campo de entrenamiento, solamente soy un simple vasallo del
soberano rey de Adón.
-Está bien, ¿tienes sed? Te veo algo sudado, con mucho gusto
te invito limonada que yo mismo preparé.
-Claro, muchas gracias.
Bebieron y conversaron con bastante felicidad por largo rato
cerca del castillo de proa, después ambos se fueron a
descansar, cuando la noche era avanzada el gobernante
dormía sobre una desteñida y sucia hamaca, se retorcía con
fuerza tanto a la derecha como a la izquierda, de repente dio
un inmenso brinco para levantarse de la hamaca, sudaba
mucho y respiraba muy aceleradamente, se tomaba la cabeza
con sus manos y empezó a decir:
-¡Odiosa pesadilla! todo lo que vi, tanto las centenares de
casas en ruinas, las miles de personas muertas sobre las calles,
el esplendoroso palacio ardiendo en llamas, mi padre Turdok
herido y devorado por la gigantesca planta, no dejaré que se
haga realidad, deseo pronto llegar a mi hogar.
Le tomó como una hora para más o menos calmarse, trató de
volver a dormir en aquella pacífica madrugada, la paz duró
hasta que … un fuerte estruendo apareció, se abrió la puerta
del dormitorio, entró un marinero gritando porque tenía un
cuchillo clavado en el pecho, él cayó muerto de manera rápida
al suelo, en ese momento se escucharon unos terribles ruidos,
Agnok salió de la habitación con espada en mano para ver qué
pasaba, vio increíblemente a varios hombres peleando con
sables, se mataban dándose estocadas en el estómago, nubes

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 31

de humo aparecieron mientras la gente corría por doquier


gritando con miedo y desesperación, largas flechas silbaban
por el aire incrustándose en la humanidad de muchos
pasajeros, las flamas seguían expandiéndose más, el líder
intrépido de Adón seguía sin comprender aquel ambiente
devastador, un grupo de atacantes lo rodearon exigiéndole que
se rindiese, sin dejarse amedrentar se rehusó a bajar su arma,
ellos comenzaron a insultarlo con el fin de asustarlo, pero…
uno, dos, tres, cuatro, cinco de los atacantes rápidamente
fueron atravesados por la espada del futuro rey, los cinco
murieron al instante, entre los numerosos cuerpos tendidos
sobre la cubierta del navío estaba un adolescente degollado
casi flotando en una corriente de sangre, el príncipe se
entristeció mucho pues era el cuerpo del marino con quien
bebió limonada, el incendio devoraba todo a su paso, el viejo
capitán de la nave estaba siendo estrangulado por un hombre
que le decía con atroz enojo:
-Debió darnos más plata de la que ganábamos señor, ahora
pagará caro por haberla escondido, muera bastardo maldi…
En eso Agnok le metió dos potentes puñetazos al
estrangulador, el cual cayó inconsciente, en lugar de matar al
desmayado él recogió al capitán quien se mostró muy
agradecido, seguidamente se escucharon los siguientes gritos:
-¡Auxilio! ¡Ayúdenme por favor!
Era una mujer que había quedado abajo de unos barriles cerca
del fuego, el joven héroe la sacó y ambos se lanzaron al agua y
nadaron junto a los otros sobrevivientes, la embarcación se
hundió sin remedio; no obstante el amanecer estaba presente
y vieron por suerte una isla cerca del hundimiento.
César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok
P á g i n a | 32

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 33

Capítulo 12

De príncipe a náufrago

En la playa los pocos sobrevivientes se arrastraban muy


desconcertados, entre ellos había dos mujeres, un niño, seis
hombres adultos los cuales eran: el capitán, tres marineros,
Agnok y un padre de familia, este joven padre abrazaba y
besaba tiernamente a su cónyuge e hijo, el pequeño como de
seis años lloraba sin parar, además temblaba de frio en los
brazos de su madre, para no ahogarse el niño nadó asido de su
papá, luego el monarca tocaba cada uno de sus bolsillos como
nunca antes, los revisó y vio que le faltaba el cilindro que
contenía parte de la legendaria centella, por primera vez se le
miró bastante asustado, por eso inmediatamente volvió al
mar, buscó de manera minuciosa entre las tablas de madera
que flotaban y para tranquilidad halló su amada adquisición.
Algunos supervivientes poseían cara de alivio por estar vivos;
mas otros lloraban desconsoladamente porque perdieron
amigos y familiares, entre los apesarados sobresalía el
capitán, éste gritó con descomedida furia lo siguiente:
-¡Es una total catástrofe! esos perros malnacidos destruyeron
mi fabulosa embarcación, espero que sus cuerpos sean comida
de tiburones y que sus almas ya estén en el miserable infierno.
El príncipe ya había regresado y oyó lo anterior, entonces
inquirió:
-Señor, ¿quiénes eran esos perversos sujetos? Y lo más
importante, ¿Por qué nos atacaron?

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 34

-Bueno te diré primero muchas gracias por salvar mi vida, y


con respecto a esos estúpidos que mencionas sólo eran
algunos de mis ayudantes, fueron marinos que quisieron
robarse mi nave, y todo porque no estaban contentos con la
cantidad que les pagaba; tú sabes mi querido salvador que en
estos tiempos la plata es escasa, por eso no podía pagarles
más, juro por mi hombría que digo toda la verdad, los
marineros que están acá te lo pueden afirmar, estos
trabajadores leales y los que fallecieron al ver la semejante
rebelión de los ladrones trataron con sus vidas de defender
el barco, y así comenzó la batalla.
-Es una horrible desgracia.
-Lamentablemente sí, la tripulación que llevaba a bordo era de
cincuenta y siete personas, lamento con mucha tristeza que
esos malos tipos hayan hecho todo este terrible daño, a
propósito, ¿cómo te llamas? y ¿de dónde eres?
-Solamente soy un fiel sirviente del rey de los adonitas.
De repente se observó un cuerpo sin vida de un anciano que
por el efecto del oleaje fue expulsado hasta la orilla de la playa,
todos al verlo se llevaron las manos al rostro y enmudecieron
por largos minutos.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 35

Capítulo 13

De paseo con la nueva guía

Ante el alboroto muchísimos habitantes de la bella y pequeña


isla habían salido de sus casas para llegar a la playa, ahí
auxiliaron a los aturdidos náufragos, en primer lugar a un
marino herido que no podía caminar bien, Agnok desesperado
preguntaba a los lugareños la forma de tomar una diferente
embarcación para llegar a su tierra de origen, una mujer
vestida con largas y espléndidas ropas hechas de lino fino se
ofreció para ayudarlo, cabe destacar que su aspecto físico era
así: alta, delgada, piel blanca, ojos azules, labios carmesí,
cabello muy sedoso y de color castaño, tenía como cincuenta
años pero poseía un ánimo bastante enérgico, dicha dama
afirmó que conduciría al buen monarca hasta el otro lado de la
isla donde hallaría un nuevo barco, luego cuando el príncipe
ya había caminado buen trayecto junto a su nueva compañía
ésta le comentó:
-Veo que tienes mucha prisa Agnok, ya que no quisiste esperar
a los otros sobrevivientes.
-Me urge mucho llegar a mi ciudad, lo que pasa es que tengo
varias deudas que saldar.
-Te comprendo, he quedado demasiado impactada con los
hechos espantosos que me contaste del barco en el que
viajabas, tienes suerte de estar con vida.
-Fue un ataque inesperado en el que todos lo sufrimos de
manera agónica.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 36

Entraron en el corazón de la ínsula, allí encontraron muchas


casas hechas de ladrillos, calles construidas con adoquín,
varias fuentes con agua en donde nadaban tortugas y peces. La
minúscula ciudad tenía diversos negocios tales como:
carnicerías, vinerías, sastrerías, incluso una armería en donde
se exhibían: arcos, flechas, ballestas, lanzas, espadas, escudos,
dagas de muchos tamaños, a la par de la tienda de armas
cierta anciana trabajaba sobre la rueca con esfuerzo y rapidez,
ella vendía túnicas de lana fina, el guerrero adonita compró
una túnica de color púrpura para él, también varias telas de
seda como obsequio a su compañera, el comercio también se
basaba en las ventas que hacían varios vendedores
ambulantes, ellos ofrecían sus mercancías tales como flores o
talismanes supersticiosos, adentro de un peculiar templo
yacía una buena cantidad de personas, dicho edificio no lucía
tan alto pero si bastante ancho, estaba rodeado por una serie
de columnas retorcidas e idénticas, arriba del frontón se podía
ver un busto de un hombre hecho de bronce, encima de su
puerta principal resaltaba un arco grande en forma de
herradura decorado con varias piedras preciosas. Además una
gran cantidad de pobladores decoraban con coloridas
guirnaldas las puertas de sus hogares, al ver esto la
acompañante del príncipe habló así:
-Me hubiera encantado que te quedaras por algunos días, la
hubiéramos pasado lindo, sobre todo esta noche, pues en el
anochecer empezará la fabulosa fiesta aniversario de la
fundación de Zilha, habrá para cada uno: regalos, música,
baile, bebida y comida.
-Por supuesto que me hubiese gustado quedarme en Zilha
para conocer más de sus costumbres y celebrar hoy con la
César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok
P á g i n a | 37

muchedumbre, sin embargo como te dije, tengo que irme


urgentemente.
-Claro, ¿tienes esposa que te espera ansiosamente?
-Aún no estoy comprometido con alguien, amiga Bilza.
-¡Qué interesante! Sin embargo un joven de tan hermoso
parecer como tú merece tener mujer.
-Créeme lo que te diré, en estos años he tenido otras
responsabilidades que atender primero, ellas me han
impedido realizar un sinfín de cosas, terminaré con todo eso
para luego casarme con una buena mujer.
-Te entiendo muchacho, yo hace quince años estoy viuda, mi
amado marido murió a causa de unos raros y fuertes dolores
en sus huesos, probamos todo tipo de curaciones, incluso
caras pociones hechas por famosos magos, pero para
desgracia mía y de mis hijas todo fue en vano, él estuvo
sufriendo por más de ocho años esa enfermedad, pena que
terminó en una fría tarde de invierno, lo recuerdo muy bien,
me pidió que le preparara su sopa favorita de calabazas, se
miraba con cierta mejoría, decía que pronto se levantaría de la
cama, cuando regresé de prisa con el almuerzo miré que sus
ojos estaban cerrados, pensé que dormía…¡ojalá! hubiese sido
así.
La señora detuvo la caminata por un amplio rato, pasó un
pañuelo sobre sus lagrimosos ojos y agregó:
-Lamento haberte contado tan infeliz suceso de mi pasado.
-Descuida, de verdad siento mucho la muerte de tu esposo,
fue muy valiente por luchar todos esos largos años.
César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok
P á g i n a | 38

Siguieron caminando y llegaron al otro lado de la isla en


donde hallaron un muelle, allí había naves de carga, guerra y
transporte, el que estaba a punto de partir era un magno barco
de velas, el joven príncipe se deshizo del turbante mojado que
llevaba en la cabeza, seguidamente muy agradecido se
despidió de Bilza dándole la mano, pero ésta respondió con un
tierno abrazo que duró un extenso lapso de tiempo.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 39

Capítulo 14
Tentaciones

El audaz guerrero abordó la oblonga embarcación, lo que hizo


en los siguientes instantes fue cambiar su ropa mojada por la
túnica púrpura, posteriormente dio un vistazo con
desconfianza a los marinos y demás tripulantes allí presentes,
quitó la venda de su hombro izquierdo y vio que se sanó a la
perfección, la tarde era calurosa y los pobres céfiros movían
lentamente las enormes velas del barco, por eso el viaje
tardaría muchísimo más, Agnok murmuró con cólera de su
tan mala suerte, luego escuchó el escándalo de unos raros
gritos provenientes de la popa, por ende se dirigió a toda prisa
hacia ese sitio, ya presente en el lugar miró a cuatro hombres
sentados a la mesa, reían sin parar y jugaban a los dados, dos
de ellos así conversaron:
-Hoy es mi día de suerte, subamos el doble nuestra apuesta.
-¡Excelente querido Joran! que sean entonces veinte monedas,
aunque después no tendrás para tu pan y leche.
-Solamente tira los estúpidos dados.
El hombre obedeció inmediatamente y tiró los macizos dados
sobre la mesa redonda, Joran enmudeció y su rostro se puso
pálido, el otro tipo cogió todas las monedas dando una
risotada al ver el resultado de los dados, los otros dos
aplaudían con poderoso júbilo, mientras tanto el príncipe se
miraba atraído por tales juegos de azar, los mismos que
destruyen a cualquiera como la carcoma a la madera, el

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 40

perdedor quitó de su oreja derecha un zarcillo de oro y lo


ofreció como una nueva apuesta, abajo de la mesa estaban
dieciséis barrilitos con poco vino, uno de los jugadores el cual
era calvo y de piel amarillenta, al ver la presencia del monarca
le dijo:
–Amigo ven a jugar con nosotros, aquí la estamos pasando de
maravilla.
Se le veía enorme curiosidad en jugar y después de algunos
segundos respondió el futuro monarca así:
-Gracias… pero mejor no.
Joran le insistió:
-Ven acá muchacho, pues no te arrepentirás, por favor
anímate, yo sé que te gustará mucho, serás mi invitado de lujo
y comenzarás con apuestas pequeñas.
-Caballeros lamento no poder participar, la verdad tuve un
día demasiado agitado.
El tercer apostador habló lo siguiente:
-Claro que estás agitado, tu frente no deja de sudar, por lo
tanto siéntate y bebe mucho, relájate como todos los de acá.
-Es que no puedo porque…
-A propósito tu rostro me parece familiar, ¿de dónde eres?
-Sólo soy un comerciante que le gusta viajar en estas
temporadas, ya tengo irme, adiós.
El último de los apostadores quien estaba muy ebrio le replicó
de esta manera:
César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok
P á g i n a | 41

-Eres un pobre tonto que huye como un cobarde, pareces un


niño llorón que no sabe nada de verdaderos placeres, que
jamás te vuelva a ver, porque si te miro de nuevo destruiré
con puñetazos tu ridícula boca.
Al aguerrido príncipe se le observaba una cara poseída por
una colosal furia, tan fuerte fue la tentación que quiso
desenvainar su espada, se dio la vuelta para marcharse y
articulando en voz baja dijo:
-¡Ojalá! pudiera decapitar a esos cuatro individuos ahora
mismo; sin embargo sé que la verdadera guerra me espera en
otra parte, y no quiero ser expulsado de la nave, mucho
menos por manchar mis manos con la sangre de estos
imbéciles.
Por eso apresurado se alejó de ahí, caminó mascullando todo
tipo de maldiciones contra aquellos viciosos hombres,
quienes se burlaron gritándole a grandes voces toda clase de
feos sobrenombres.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 42

Capítulo 15
Bonanza

El celeste cielo lucía despejado sin la más mínima nube, el


enorme barco se movía parsimoniosamente y las diminutas
olas daban con flacidez contra su casco, estaba mucha gente
sobre la cubierta de la nave, algunos de ellos bromeaban, otros
desenrollaban manuscritos para leerlos, incluso había quienes
intentaban pescar con anzuelos improvisados, cierto marinero
espantaba con gran enojo a varios pelicanos que intentaban
romper las velas con sus picos.
En el inicio de la noche el príncipe se metió en su dormitorio
que era iluminado por pequeñas candelas, ahí aprovechó para
quitarse los zapatos, comió carne con vegetales y bebió
bastante agua, se recostó un rato para desinflamar sus
cansados pies, los cuales tenían llagas y ampollas, dijo para sí
tener una inmensa paz tan grande que no la había sentido en
toda la travesía, durmió como por media hora, después
despertó bostezando también estirando su cuerpo, con
significativa mejoría se le miraba, entonces salió por un
momento a tomar aire fresco en aquella noche bastante
serena; muy calmado contempló la luna, las estrellas y los
luceros. De pronto escuchó unos pasos y voces detrás de él,
rápidamente se dio la vuelta y vio que se trataba de una pareja
que aconsejaba a su hija para que no tirara más basura al
océano.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 43

Capítulo 16
El encuentro con el monstruo volador

En la mañana el barco por fin llegó a su destino, los marinos


arrojaron la pesada ancla al agua, el primero en bajarse fue
Agnok quien caminaba veloz sobre la playa espantando a las
gaviotas ahí presentes, luego entró en la profundidad de una
selva llena de árboles grandes y retorcidos, algunos de ellos
tenían misteriosamente forma como de caras humanas, una
corpulenta pitón descansaba encima de una gruesa raíz que se
salió de la tierra, la culebra vomitó lo que parecía ser un
pichón blanco en el pequeño rio que por allí pasaba.
Momentos después se escuchó un fuerte rugido que retumbó
todo el alrededor, el aire tenía un olor feo similar al Azufre,
parecía que se trataba de una fiera salvaje y por ende Agnok
desenvainó la espada, al salir de la selva se quedó pasmado
por lo que veía, no podía creer lo que sus ojos contemplaban,
por eso seguía parado como estatua sin moverse en ninguna
dirección, pues al frente veía un gigantesco reptil de color café
claro, el cual se hallaba sobre una peña en la montaña a la par
de la cascada, ese monstruo abrió sus largas alas y con su boca
comenzó a lanzar imponentes llamas de fuego, la nariz
exhalaba humo negro parecido al de un horno ardiente, cada
garra era más grande que cualquier sable, su cabeza poseía
unos cuernos filosos que apuntaban hacia atrás, cuando la
horrorosa criatura vio al joven ésta comenzó a volar, la fuerza
del aire que generó el movimiento de sus alas fue suficiente
para tirar al monarca al suelo y arrancar varios árboles, el
heredero de Adón tenía un rostro sorpresivo pero no de
César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok
P á g i n a | 44

miedo, aquel dragón se acercaba volando cada vez más,


entonces para defenderse el guerrero tiró su daga, sin embargo
fácilmente fue esquivada por aquel ser que seguía arrojando
anchas flamas de fuego, el príncipe corría por todos lados y
saltaba arbustos para no morir quemado, de pronto todo
volvió a la calma, miraba por todas partes y no encontró a su
hambriento perseguidor, en los siguientes minutos siguió
caminando ya tranquilo y de repente… una gigante sombra
miró en el suelo, en ese instante el furioso animal se lanzó en
picada sobre el osado viajero, éste arrojó la espada que se
incrustó en el pecho de la bestia, ella huyó dando horribles
gritos de dolor, de manera inmediata el príncipe siguió un
rastro de sangre que del cielo cayó, eso lo condujo al pie de un
alto volcán, al interior del mismo el dragón se introdujo para
no volver a salir.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 45

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 46

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 47

Capítulo 17

La increíble historia del ermitaño Polifemo

El joven recorrió más trayecto hasta que se internó en un


oscuro bosque, pues aunque era de día el interior del sitio
lucía tenebroso, todo eso debido al excesivo ramaje de los
altos árboles, cuyas ramas se veían raquíticas y siniestras, en
el lugar una parvada de negros cuervos de ojos rojos
graznaban sin cesar, unos arbustos fosforescentes se hallaban
adornando el alrededor, misteriosamente solo una casa estaba
en toda esa extraña localidad.
De la casa salió un señor altísimo en estatura, su contextura
física lucía fornida, tenía el pelo oscuro y rizado, sus labios
eran bastante gruesos, el mismo sujeto vestía toda la ropa de
color negro; pero lo que más llamaba la atención fue que el
hombre no tenía su ojo izquierdo, él miraba atento la mano
del príncipe que la cerró como para atacar, entonces el tuerto
habló así:
-Hola, no quise asustarte, no temas ya que soy inofensivo.
-Está bien, es que me gusta estar siempre alerta, pues en estas
épocas uno encuentra a todo tipo de gente.
-Muy cierto ¿a dónde vas?
Agnok contó solamente que es un viajero rumbo a la tierra de
Adón y, que se encontró con el dragón espantoso al que
muchos daban por un simple mito, el otro varón relató que ese
monstruo llevaba cien años asustando a todos los viajeros y,
varias veces lo habían herido terriblemente y siempre se
César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok
P á g i n a | 48

terminaba sanando, aquel polifemo lo invitó adentro de su


hogar; mas el guerrero le contestó que tenía prisa en irse y
necesitaba una nueva espada, entonces el otro hombre confesó
que guardaba una espectacular en su habitación, cuando
entraron a la vivienda Agnok miraba atento la colección de
relojes de arena que había sobre un colosal estante, cada uno
era diferente en cuanto a grosor y altura, por lo tanto todos
medían distintos tiempos, el visitante preguntó:
-Disculpa, ¿por qué estás obsesionado tanto por el tiempo?
-Todos ellos me recuerdan siempre que muchas cosas que se
quieren hacer y tener en la vida tienen su momento exacto y
oportuno de que sucedan.
-Comprendo, lo que no entiendo es como tú puedes vivir sin
compañía en este triste y sombrío bosque.
-Bueno, acá ha sido un sitio ideal para que mi mente supere
cosas perturbadoras.
Después se fue a la habitación, cuando regresó puso en las
manos del futuro monarca una espada brillante, ancha y con
empuñadura plateada. El joven adonita compró a buen precio
el arma, luego hubo silencio durante varios segundos, ya que
ambos se miraban fijamente, luego el ermitaño siguió
diciendo:
-Imagino que te estás preguntando la razón por la cual mi ojo
izquierdo está quemado y cerrado.
-Es que yo pensaba en…
-En años atrás fui un fiel y joven consejero del rey Cuz en el
lejano y destruido reino de Jurzán.
César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok
P á g i n a | 49

-¿Dijiste destruido?- Preguntó el príncipe con cara patidifusa-


yo había escuchado de Jurzán y su fabuloso esplendor, pero
desconocía que haya sido dañado.
-Te digo la verdad, los habitantes de dicho país fuimos la
envidia de muchos otros pueblos, éramos como un glorioso
imperio de los más antiguos de todos, nuestra excelsa ciudad
estaba ubicada sobre la fértil montaña de Helt, ahí nacieron
unos bellos y frondosos bosques tropicales, tuvimos guerras
contra algunos paises y las ganamos sin tanta complicación,
el oro y la plata que teníamos fue tan abundante como las
hojas de nuestros bosques, construimos esa suntuosa ciudad
en poco tiempo y la llenamos con: acueductos, estatuas,
obeliscos, mercados, templos.
El palacio real semejante a un castillo tenía un fascinante lujo
sin comparación, los visitantes de varios territorios quedaban
boquiabiertos al verlo, su altitud llegaba a las nubes, sus
paredes por dentro y por fuera estaban decoradas con
diamantes, las imponentes columnas del edificio tenían
escritos hechos con oro azul, los cuales contaban las grandes
hazañas del formidable rey, el piso se construyó con mosaicos
de formas geométricas complejas, el trono del rey se hizo de
marfil puro, mi majestuoso rey Cuz tuvo una vajilla compuesta
de: tazones, cucharas, platos, cuchillos, copas, tales
utensilios fueron labrados en bronce fino, un montón de
viajeros procedentes de lejanas regiones llegaron a nuestros
mercados a comprarnos: telas, caros perfumes, maderas
fuertes y especias aromáticas; también teníamos a grandes
artistas los cuales hacían vasijas de barro recubiertas con
preciosos dibujos, usaban para eso la alfarería y pintura, por
otra parte poseíamos una biblioteca llena con miles de
César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok
P á g i n a | 50

tabletas barrosas con escritos cuneiformes que contenían:


epopeyas, diccionarios, listas de todas las guerras y
documentos legales del imperio.
-Impresionante, se parece en muchas cosas a mi rei… quiero
decir a bastantes reinos que he visitado.
-Dudo demasiado tal cosa, ¡cómo mi nación no habrá otra!
dentro del cúmulo de súbditos cercanos que poseía el rey te
puedo mencionar a los: coperos, consejeros, músicos,
porteros, sacerdotes, guardias, eunucos, entre otros. El
ejército compuesto por miles de soldados se dividía en varias
legiones comandadas por feroces capitanes, ellos nunca
habían perdido una batalla, de esta manera la paz, la alegría y
prosperidad inundaban a la plenitud de habitantes de mi
nación; sin embargo ninguno de los adivinos y astrólogos
miembros de la corte de mi gobernante pudo predecir la
desgracia inesperada que nos destrozó.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 51

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 52

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 53

Capítulo 18

La caída del imperio de Jurzán

El valiente guerrero por la ventana veía el bosque como con


ganas de irse, sin embargo el ermitaño muy cabizbajo no
paraba de hablar:
-Cierto día un rey ex amigo de mi país entró en conflicto con
mi alteza, o sea el rey Cuz; aunque no lo creas el problema se
originó por una causa sumamente ridícula, mi gobernante
discutió contra Homfet por largas horas, se amenazaron e
insultaron, y si no hubiese sido por los sirvientes ahí
presentes hasta se hubieran ido a los golpes, ambos se querían
matar solamente por disputarse un estúpido camello, ¿puedes
creerlo?
Desde ese entonces los dos se juraron destruirse, yo como
consejero le advertí a Cuz que no entrase en guerra, y le pedí
que se reconciliara lo antes posible con aquel monarca, pues
teníamos malas noticias que nos contaron varias mujeres
espías que enviamos al pueblo gobernado por Homfet, ellas
nos dijeron que aquel ejército rival se había hecho demasiado
imponente, pero mi majestad nunca nos escuchó ya que es un
hombre orgulloso, terco y se deja llevar fácilmente por los
impulsos de cólera, pero a él, mis padres y yo le juramos
lealtad por siempre, en una de las noches siguientes del pleito
que tuvieron los reyes, uno de nuestros centinelas estaba en la
atalaya más alta vigilando todo el territorio, de pronto dio un
grito advirtiendo de que el enorme ejército enemigo estaba

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 54

sitiándonos en nuestras propias narices, cada espacio de la


ancha montaña fue invadida por los soldados rivales.
-¿Tantos eran?
-Ese despiadado grupo de soldados estaba compuesto por
miles de tropas, además tenían catapultas, carros tirados por
caballos, te diré que el aspecto de esos caballos era semejante
a tigres hambrientos. Las armaduras, espadas y también los
escudos de los enemigos eran de metal durísimo, dicho
material nunca lo habíamos visto ni sabemos cómo se llama,
tuvieron esa amplia ventaja durante todo el combate que fue
clave para derrotarnos, empezaron el ataque exactamente
cuando salió el sol, la primera maniobra de la escalofriante
cacería consistió en lanzarnos flechas con fuego a las casas,
nuestros guerreros salieron a defendernos y por desgracia
todos ellos murieron en poco tiempo, el enemigo tan
numeroso se veía como hormigas rodeando a su presa, las
altas y fuertes puertas de la ciudad estuvieron cerradas; pero
ellos venían preparados con arietes que usaron para
derribarlas, gruesas rocas lanzaron las catapultas que
destrozaron los muros que protegían el contorno de la ciudad,
de la misma forma destruyeron los obeliscos, las bellas
estatuas hechas de mármol y también las terracotas.
El joven interrumpió la plática para averiguar:
-¿Qué son las terracotas?
-Son esculturas de barro cocido.
-¡Comprendo!

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 55

-Cuando vimos que nuestros hombres y muros fallaron, los


nobles del reino, es decir, el rey, la reina, los príncipes y yo
tratamos de escapar por un pasadizo subterráneo,
desgraciadamente fuimos alcanzados por los torvos guerreros
quienes nos capturaron, y ante nuestros ojos seguimos viendo
cosas demasiado crueles que espero poder sacar de mi mente.
En ese justo instante el polifemo cerró su boca, seguía con la
cabeza agachada y se llevó la mano al corazón, Agnok no
hablaba nada, minutos después de silencio el señor tuerto
siguió diciendo:
-Es difícil lo que presencié, en ese entonces todavía tenía mis
dos ojos, esos perversos demonios quemaron todos los
bosques, se metieron a los templos y mercados para saquear el
oro, la plata y demás valiosas mercancías, cada soldado
escogió su parte valiosa del botín, “recompensa” que les
otorgó su cruel monarca, incluso varios soldados tomaron por
la fuerza a las mujeres para convertirlas en sus esclavas y
esposas, las tabletas de la biblioteca fueron todas quebradas
sin el menor remordimiento, no obstante el peor horror fue
cuando observé el espantoso mar de sangre debajo de los
miles de cuerpos muertos, ahí yacían: adultos, jóvenes,
ancianos, por desgracia entre ellos estaban mis amigos y
familiares, es muy cierto que una parte de la población
sobrevivió, pero eso nunca me quitó el enorme dolor de ver a
mi hermano menor muerto, murió al ser atravesado por una
jabalina.
Fue ahí cuando el príncipe de Adón lo abrazó y lo consoló
dándole muchas palabras de aliento.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 56

Capítulo 19

Los últimos sucesos en casa del consejero

Agnok le dijo al melancólico señor:


-Esas tonterías que hizo tu rey trajó la peor de las desgracias
que yo haya escuchado sobre un pueblo, de las buenas
relaciones con los otros países una determinada nación puede
difundir la paz.
-De acuerdo con lo que dices, lo último que te contaré mi buen
amigo es que fuimos llevados presos con grilletes hasta el
lejano reino liderado por Homfet, allí nos convirtieron en sus
esclavos, capturaron además de la nobleza a otras personas
importantes, tales fueron: tejedores, perfumistas, curtidores,
carpinteros, médicos y varios más. Las personas de bajo perfil
como los campesinos fueron desgraciadamente sacrificados,
mi ojo izquierdo lo entregué como precio de mi liberación, me
lo quemaron con un carbón encendido por orden de Homfet,
pues únicamente así me dejaron en libertad, y no me mires
con esa cara joven viajero, no fue ninguna locura lo que hice,
ese doloroso precio que pagué fue en verdad muy necesario,
me la pase ocho años preso sirviendo a gente desconocida,
sufrí sus odiosas y absurdas costumbres, en Jurzán fui
consejero en el gran palacio durante muchos años, ahí cada
día comía de los banquetes reales llenos de todo tipo de
jugosas carnes y delicadas legumbres, nada parecido en el
exilio donde fui un cautivo que limpiaba los excrementos del
ganado y mi comida era… panes durísimos como la madera y
bebía sucia agua de un viejo pozo, casi nunca tuvo reposo mi

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 57

piel, pues se ennegreció a causa del trabajo bajo sol. En la


cautividad tuvimos que someternos a sus odiosas leyes,
incluida la de arrodillarse ante el rey y ofrecerle incienso como
si fuera un dios, todo aquel que desobedeciera ese mandato
sería linchado, Cuz y su familia trabajaron como siervos
cargando enormes sacos llenos de trigo, ellos se caían una y
otra vez caminando con tales cargas pesadas, soporté esos
duros años hasta que pagué mi salida, lo primero que hice ya
en libertad fue pasar de nuevo por Jurzán, vi con dolor que el
sensacional pueblo quedó reducido a un montón de piedras
derribadas, el suelo del bosque quedó duro similar al ladrillo,
se convirtió en un desierto árido y estéril.
El futuro monarca no respondía ninguna palabra, estaba
perplejo hasta que el polifemo añadió esto:
-Ahora ya sabes mi historia.
-Todas esas cosas que padeciste son extremadamente caóticas
y tristes; pero créeme que en este momento en el que
hablamos millones de personas tienen grandes dificultades
que parecen no tener solución, inclusive hay otros reinos cerca
de colapsar, recuerda siempre que la vida se trata de superar
problemas, no es cuan fuerte te golpean las adversidades sino
cuantas veces te levantas con más fuerza para seguir luchando,
deberías abandonar la soledad de este oscuro bosque.
-¡Es verdad! lo haré y gracias por escucharme, el hecho de
sacar de mi interior todas esas feas vivencias me ha ayudado,
hace mucho no hablaba con alguien, siento un mejor alivio, a
propósito me llamo Iznet, perdón por no decírtelo antes.
-Descuida, no te preocupes por eso.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 58

-¿Tienes hambre?
-Sí tengo, sin embargo comeré en otra ocasión, es que tengo
que irme de prisa.
-Está bien, antes de tu partida te daré esto de obsequio.
-¿Un escudo plateado?
-Es hermoso y útil.
-Lo que pasa es que soy un guerrero bastante distinto a los
demás, pues no uso escudo ni armadura, yo sólo me concentro
en atacar, el enemigo es quien se debe defender de mí, gané
experiencia en muchas batallas y domino un potente
entrenamiento para nunca dejarme intimidar de nadie.
-Bueno, pero de todas maneras consérvalo, me sentiré
excelente.
-Gracias y así lo realizaré.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 59

Capítulo 20

Por fin en Adón

Era mediodía cuando el viajero pasó por una edificación


destruida por culpa de las enredaderas y malezas
pertenecientes a la planta gigantesca, más adelante miró a
Salif a la par de un hombre caído, el príncipe acarició a su fiel
corcel, luego vio al varón en el suelo que tenía dos flechas
metidas en la espalda, de manera veloz abrazó al muerto, y
llorando dijo:
-Que terrible desgracia verte así amigo Jonán, cuanto deseo
que te levantes de aquí, sé que vengaré tu muerte, ¡lo juro por
nuestra inolvidable amistad!
En eso se oyó un tremendo fragor, sobre su caballo Agnok
siguió el recorrido hasta llegar en donde se apreciaban
centenares de casas destruidas, estaban miles de personas
muertas sobre las calles y un magnífico palacio ardía en
llamas, los ojos del monarca mostraban preocupación y habló
con enojo lo siguiente:
-No puede ser realidad todo esto, ¡maldición! No debe ser
cierto lo que veo.
Después observó afuera del palacio al ejército (los pocos
soldados que quedaban con vida) luchando contra la enorme
boca de la planta siniestra, usaban ballestas para arrojarle
miles de flechas y ningún daño le hicieron, otros con espadas
partían los gruesos tallos que al instante volvían a crecer, un
viejo de baja estatura con una dorada diadema en la cabeza

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 60

estaba desmayado y ensangrentado en el piso, cuando el


príncipe lo vio se bajó de la bestia gritando:
-¡Padre! ¡Padre!
El anciano en los brazos de su hijo despertó, y respondió con
voz endeble lo siguiente:
-Eres tú mi amado primogénito, lamento no haber
contrarrestado este mal que nos consume, pero sabía que
volvería a verte antes de morir…
-No digas eso, te salvaré a ti y a los demás, ya estoy aquí para
luchar.
Fue en ese momento en el que llegó un soldado diciendo:
-Señor váyase, huya junto al rey a las montañas, ahí está su
familia y los últimos sobrevivientes.
El heredero se levantó y ordenó a los combatientes a que
distrajeran a la colosal planta carnívora, ella parecía una
enredadera monstruosa, tenía incalculables espinas filosas y
gruesas en lo que parecía ser su boca, la cual comía todo lo
que encontraba a su paso, esa malformación vegetal seguía
creciendo muchísimo más, obteniendo de esta forma raíces en
abundancia, el príncipe sacó el recipiente de madera, se subió
en uno de los tallos más dilatado que lucía como una
habitación de ancho, allí el joven clavó la espada y la fea
trepadora se retorcía del dolor fuertemente, por lo que el
lugar comenzó a temblar, Agnok cayó estrepitosamente; sin
embargo de inmediato se puso de pie, la boca de la feroz
enredadera empezó a succionar el aire del ambiente,
aspirando así lo que había alrededor incluyendo a los

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 61

guerreros y gobernantes, los cuales enterraron sus dedos en la


tierra para no ser tragados, entonces el príncipe gritó con
briosa determinación:
-Trágate esto.
Él arrojó la centella con su recipiente que fue comido por la
terrible monstruosidad, inmediatamente al haber tragado
aquello se movía muchísimo de un lado a otro dando al
parecer unos escandalosos gruñidos, en cuestión de segundos
se consumió en su totalidad, se calcinaba por dentro y por
fuera como si tuviera un incendio, así fue derretida hasta
quedar sólo sus muchas cenizas.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 62

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 63

Capítulo 21
El espectro amarillo

Agnok y los otros allí presentes respiraban con mucho alivio,


el heredero abrazó al rey en el suelo y le dijo:
-Padre ya se terminó nuestra agonía, la maldición de la planta
se acabó por completo, la centella que traje la fulminó de
manera poderosa.
-Hijo, ¿cómo podré pagártelo? ¡Eres un héroe! salvaste al
reino de Adón.
-Descansa.
Se levantó el enérgico príncipe para subirse a su caballo, y
habló a los pocos soldados sobrevivientes esto:
-Cuiden a mi padre.
Uno de los guerreros le respondió:
-¿Señor a dónde va?
-Todavía me falta castigar con dureza al responsable de esto,
voy tras el brujo Shinek, a ese malnacido le haré pagar caro
cuando lo encuentre, vengaré la muerte de los miles de
inocentes, incluyendo la de mi querido amigo Jonán.
-Iremos con usted.
-No, esto ya es personal, protejan a los demás supervivientes.
-Pero señor…

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 64

-¡Es una orden!


-Sí su alteza, solamente tenga cuidado, no quiero que le pase
algo malo.
-Gracias, pero si debo morir…será de pie y luchando, ahora
entrégame tu espada.
-Aquí está, también le doy mi estilete.
Así el joven tomó las armas y fue en busca del despreciable
hechicero.
El príncipe cabalgó sobre Salif hasta llegar a una vetusta
cabaña, dejó el negro corcel para entrar en la choza, adentro
había escaza luz, un extenso rastro de sangre yacía en el piso,
en las polvosas paredes se miraban muchas cucarachas y otras
alimañas, siguió caminando hasta toparse con un espejo en
forma de rombo, dicho objeto mágicamente comenzó a
cambiar de color hasta ponerse amarillo, por lo cual la cara del
monarca se puso pálida de asombro, ¡de pronto del espejo
salió un espectro amarillento! tal ser poseía ojos rojos, flotaba
sobre el suelo, era alto y grueso, sus brazos eran más largos
que las piernas y eran como de humano; su cara parecía de
lobo, lanzaba fuertes aullidos que resonaban el lugar, el
guerrero estaba atónito ante semejante avistamiento y tapó
sus oídos para no oír los gritos, luego reaccionó dando
espadazos al mal espíritu, esfuerzo que de nada sirvió, la
espada parecía golpear aire, aquel fantasma se acercaba
mucho, Agnok para impedírselo abrió la puerta y así entró la
intensa claridad del día, al instante ese espectro se esfumó;
pero antes increíblemente habló con voz humana, maldijo al
monarca y juró que regresaría con mucha fuerza.

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 65

Capítulo 22

Con más ganas de seguir peleando

Abandonó la fea vivienda y vio que afuera lo esperaba el


hechicero de los labios partidos, éste lanzó una risa macabra y
empezó de manera incomprensible a levitar sobre el suelo,
entonces dijo a gran voz:
-Querido amigo otra vez llegas en el momento preciso, eres
todo un ridículo héroe, veo que derrotaste a mi planta y
espectro, ¡ahora veamos si puedes conmigo!
-He ansiado mucho esta ocasión, te haré pagar cada maldad
que has hecho.
-ven acá y demuéstralo necio jovenzuelo.
Empezaron un enérgico duelo, Shinek bajó al piso y ¡pum!
¡pum! lanzó de sus manos como bolas de energía que
explotaron, pero Agnok las eludió por completo, seguidamente
ambos pelearon a espada, los metales de las armas sonaban
estrepitosamente, era una pelea muy pareja, aunque un
instante de distracción le sirvió al brujo para dar un fuerte
cabezazo al príncipe, al recibir ese impacto él retrocedió, cosa
que aprovechó aquel mago para agarrar el brazo derecho del
joven, Agnok gritó efusivamente al ver el humo que salía de su
brazo, al parecer estaba hirviendo, fue en ese momento en que
Salif saltó sobre los contrincantes, los cuales cayeron de
espaldas y perdieron sus espadas, el noble monarca se puso de
pie primero para recoger su arma y, dio un poderoso espadazo
que cortó tres dedos de la mano del otro hombre, Shinek

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 66

sangraba y no parecía tener dolor, ni mucho menos daba


señales de querer rendirse, así que volvió a tirar un polvo que
se convirtió en humo blanco, por varios segundos el buen
guerrero no miraba nada hasta que… el hechicero le salió por
detrás y golpeó de forma brutal su cabeza, entonces cayó casi
desmayado, luego el mago miró alrededor y no halló al corcel,
sin perder tiempo comenzó a estrangular al monarca, el cual
respiraba poco y se movía acostado en toda dirección
tratando de librarse, de repente… el misterioso sujeto dio
tremendos alaridos porque Agnok le enterró el estilete en el
hombro traspasando a la espalda, el príncipe lo venció
dándole seis recios puñetazos en la frente, por eso quedó el
brujo inconsciente, después de recoger la espada la usó para
pinchar la garganta de Shinek, aparentemente iba a degollarlo,
sin embargo en vez de matarlo le habló de esta manera:
-Quedas condenado a permanecer por toda tu vida en la cueva
abrasadora, ella será tu fatigosa prisión para siempre.
En ese momento exacto varios soldados llegaron, oyeron las
anteriores palabras, se llevaron al brujo para encerrarlo y éste
con el estile enterrado se vaciaba de sangre.
Agnok daba muestras evidentes de cansancio, respiraba
hondo, arrodillado se apoyaba en la espada, aun así un
soldado se acercó para preguntarle:
-Su majestad, ¿por qué no mató a ese desalmado individuo
que tanto daño nos causó?
-Porque lo conocí cuando era alguien bueno y honorable, fue
durante mucho tiempo un fiel servidor y amigo de mi padre, y
del reino también, pero su curiosidad por la magia lo

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok


P á g i n a | 67

corrompió, su deseo de tener poderes sobrenaturales lo apartó


del bien, mas en la diminuta cueva sin salida sufrirá
demasiado, pagará con creces el mal que llevó a cabo, te juro
que siempre vivirá bajo ese insoportable tormento.
-Entiendo, solamente espero que no lo lamentemos después.
-No temas, él nunca volverá.
-Justo a esta hora el remanente del pueblo que sobrevivió baja
de las montañas, le debemos mucho a usted.
-Muchos fueron los que me ayudaron, en primer lugar a Dios
sea el agradecimiento, nuestro Todopoderoso me brindó
fortaleza en toda mi odisea.
-Claro, también hay que recordar que debemos reconstruir
todo el reino.
-Sí, a partir de hoy empezaremos.
-No se moleste su alteza por lo que le diré, pero se tardó
bastante en regresar.
-Tuve varios contratiempos.
-A propósito señor, en estos cinco días de su ausencia surgió
un nuevo problema.
-¡Uf! por favor dímelo mañana.

FIN
César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok
P á g i n a | 68

César Henrríquez Juárez La gran odisea de Agnok

Vous aimerez peut-être aussi