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LA DANZA FOLKLÓRICA, MÁS ALLÁ DE UNA PASIÓN ENTRE LOS JÓVENES, ES UNA

RESPONSABILIDAD

María Belén Pérez - 20 de febrero de 2016 - 00:00 El grupo Wayrapamushkas es considerado uno
de los principales elencos de la provincia del Azuay. Foto: Gabriel Art/ para el Telégrafo

El grupo Wayrapamushkas nació en la Universidad de Cuenca, sus integrantes han recorrido varios
escenarios latinoamericanos mostrando la tradición ecuatoriana. La danza folklórica se ha
constituido, en los últimos tiempos, en la embajadora de nuestras tradiciones. Uno de los grupos
que más se destaca es Wayrapamushkas, cuyo nombre significa “hijos del viento”. Sus miembros
han viajado por varios países del continente. Paola Guzmán, directora de la agrupación, comenta
que el grupo se formó hace 10 años en la Universidad de Cuenca, “cuando un conjunto de jóvenes
estudiantes decidió encaminarse y empezar lo que sería una de las mejores experiencias de su
vida”. Bajo la dirección del Departamento de Cultura de dicha institución, el grupo de danza ha ido
creciendo, tanto en conocimientos como en repertorio coreográfico, dentro del cual se incluyen
cuadros de la Costa, la Sierra y la Amazonía ecuatoriana. Coreografías de Saraguro, Cayambe, la
Chola Cuencana, Otavalo, Cañar, e incluso cuadros internacionales se presentan en cada evento.
“Nos encontramos en constante cambio, por lo que la cultura también se ve obligada a la
evolución, caso contrario desaparecería. Por tal motivo al adaptarse a las exigencias de la
actualidad el grupo de danza de la Universidad de Cuenca propone una mejora en cuanto al
repertorio”, dice Camila Valarezo, bailarina desde hace 7 años de la agrupación.
“Wayrapamushkas tiene esa iniciativa de innovar, es por ello que hemos abarcado no solo el
folklore ecuatoriano sino también el Latinoamericano, gestionando talleres que de una u otra
forma también desarrollan en el bailarín un conocimiento con bases sólidas, incluso con noción de
ballet, que por lo general dicen que los bailarines de folklore no tienen, pero no es así”, insistió.
Animando con frases en kichwa como “Churay carajo”, “Cunansi”, “Yupaychani comadre” o
“Tushuy tushuy, compadrito”, entre otras, los bailarines se contagian de alegría y fuerza en cada
coreografía que presentan, ya que mediante estas frases, según ellos, demuestran la unión y la
dualidad existente en las comunidades indígenas. Con coreografías como la chacarera argentina o
el caporal boliviano, este grupo de jóvenes amantes del folklore demuestra que el arte no posee
fronteras, “todo este umbral de la danza folklórica en general hace que apreciemos lo nuestro no
solo como Ecuador sino como hermanos de diferentes culturas”, indicó Valarezo. Ecuador tiene su
representación Con presentaciones en Colombia, Perú, Venezuela, Chile, Argentina y Panamá, este
grupo de la Universidad de casi 40 jóvenes, ha representado al Ecuador mostrando su riqueza
cultural. Pablo Ramos, bailarín del elenco de planta, asegura que es una oportunidad para dar a
conocer a quienes ignoran algunas de las costumbres, tradiciones y fiestas del país. “Es un reto ya
que las miradas se ponen sobre nosotros por lo que es necesario un arduo trabajo de complicidad
entre bailarines de organización, de pulir y de mostrarnos como un país cargado de cosas
positivas, dentro y fuera del escenario”, dijo. “Cuando vamos a otros lados la gente se enamora de
nuestros vestuarios tradicionales, especialmente el de la chola cuencana, además de los collares
de Saraguro, o de las polleras de Cayambe. Se asombran por la dedicación de sus tejidos y la
variedad de sus diseños, en realidad somos muy envidiados”, agrega Pablo Ramos. Pero no solo la
vestimenta llama la atención al público, sino además su manera de bailar, su forma de zapatear y
saltar en el escenario. “Es una preparación desde que nos vestimos hasta que nos vamos a
nuestras casas a descansar, ya que regresamos con la satisfacción de haberlo dado todo en el
escenario”, afirma Ramos. Tras el escenario dejan sus profesiones y sus compromisos particulares
Sobre las tablas del escenario son bailarines, todos sincronizados, de manera que es difícil
diferenciarlos, pero cuando no están sobre él, se convierten en personas completamente distintas
que van desde los 18 hasta los 30 años con profesiones, estilos y vidas totalmente ajenas a las de
sus demás compañeros. Doctores, ingenieros, contadores, comerciantes, estudiantes de artes,
filosofía, derecho, diseño conforman esta familia de bailarines, quienes al momento de zapatear o
animar en una coreografía olvidan todo lo que son para convertirse en un solo equipo. Los
aspirantes tienen una preparación de 3 meses antes de ingresar al elenco principal, ellos muestran
su voluntad y las ganas de “dar todo por la agrupación”, son quienes pasan en los ensayos,
preparándose para alcanzar el nivel que el resto de sus compañeros ha logrado. Según el elenco
de planta, ellos se involucran en el mundo del folklore, no precisamente porque a primera vista se
sintieron identificados con tal ritmo, sino en algunos casos por influencia de sus padres y tíos,
otros por pasatiempo. “El simple sonido de una quena o de una zampoña hace que el corazón de
un bailarín vibre. Hace que las tablas del escenario en las que pisan se conviertan en la viva
Pachamama, las luces artificiales en rayos del Inti Raymi, el teatro en un templo de adoración, y el
público en las comunidades indígenas”, añadió Camila Valarezo. Los integrantes aseguran que el
usar un poncho, un anaco, una reata, una pollera, conllevaba una gran responsabilidad. (F)

Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección:
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