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El misterio del latín

“… la belleza salvará al mundo”.


“El Idiota”, F. Dostoievski

Ayer me despertaron las campanas de la iglesia de ‘San Sebastián en Salzburgo’.


Tanto tiempo sonaron y lo hicieron con tanta intensidad que atribuí al fenómeno el valor de una
convocatoria. Me citaban las campanas. Me emplazaban a las misa de 9,30.

Conozco bien el templo de la ‘Linzergasse’ (principal vía medieval de la ciudad) porque su claustro
aloja un cementerio de personajes ilustres. Ninguno tan enigmático como ‘Paracelso’ (médico y
científico del medioevo que vivio temporariamente sobre esa calle). Ninguno tan sepultado de
flores como ‘Leopold Mozart’, el padre del mesías. O como su otra hija, ‘Nannerl’.

Y no me gustan los cementerios. Ni me inspiran confianza las personas que encuentran en ellos
sosiego y paz espiritual. “La pace dei sepolcri”, objeta ‘Posa’ a ‘Felipe II’ cuando trata de
recriminarle al rey las campañas militares contra los flamencos.

No me gustan los cementerios, pero tengo cariño al de ‘San Sebastián’. Una rosa siempre fresca,
siempre viva, custodia la lápida de ‘Paracelso’. Como si el propio sabio suizo se las hubiera
arreglado para recrear su leyenda de taumaturgo. Fue proscrito como un brujo y un curandero. Lo
fue hasta que la propia Iglesia rectificó su diagnóstico. Igual que hizo la ciencia.

La ‘Universidad de Salzburgo’ lo canonizó como a un clarividente y un pionero, aunque los honores


no han alcanzado a atribuirle la transmutación del plomo en oro. Más difícil es convertir las cenizas
en una rosa. Y la rosa de ‘Paracelso’ -de la que hizo un cuento Borges- custodia su tumba como si la
reanimara desde el más allá con el rocío.

Repicando y en misa estaba un servidor ayer. Porque acudí a la liturgia de las 9,30, no por razones
de fe ni de costumbre, ni siquiera para implorar la curación de unos males en la garganta, sino
porque el rito prometía un acontecimiento cultural.
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Y lo fue. No ya por la instrucción musical de los ‘salzburgueses’. Por la cualificación del organista.
Por la sensibilidad del coro aficionado. O por la voz de heldentenor que trasladaba el pater en el
mascarón de proa del púlpito, sino por tratarse de un rito en latín, oficiado de espaldas
a los feligreses, concebido según los criterios preconciliares.

La liturgia sugestiona el orden espiritual. La lengua muerta adquiere el impulso de


la resurrección. Y deja en ridículo las razones prácticas que se han valorado en ‘España’ para
suprimir el latín y el griego de los planes educativos. No discuto la utilidad del chino. Lamento
sólo que se pervierta el patrimonio cultural.

Y es una lástima que se haya degradado la resonancia metafísica del latín y que se
haya profanado la liturgia con las contingencias parroquianas o parroquiales.

Tanto se ha “acercado” la celebración, tanto se ha alejado el misterio. Se ha despojado


a la misa de su proyección trascendental, de su esencia mistérica, no digamos ya cuando el
patrimonio musical eclesiástico degenera en el estribillo del Señor, la barca, la orilla, Tú nombre y
la búsqueda de otro mar, corrompiendo hasta la fe de los corazones más dispuestos.

Habla uno desde la perspectiva del agnóstico. Y de quien, no creyendo por hondas convicciones,
acepta el placebo de la fe por el camino de la estética. Lo tiene escrito ‘Thomas Mann’ en “La
muerte en Venecia”. La Belleza -en mayúsculas lo escribe ‘Mann’, en sentido aspiracional- es el
camino del hombre sensible hacia el espíritu.

No se trata de entender la misa, sino de vivir el misterio. Y de aprovechar el oleaje de las


lenguas antiguas para llegar a la tierra prometida. El Papa ‘Ratzinger’ quiso demostrarlo cuando
restauró la misa tridentina. Y lo malentendieron sus detractores. Pensaron que pretendía
‘Benedicto XVI’ restaurar el ‘Antiguo Régimen’. Y nunca supieron que la ópera favorita del
papa alemán era el “Don Giovanni” de Mozart.

Cementerio adjunto la Iglesia de ‘San Sebastián en Salzburgo’, construída entre 1505


a 1512, de estilo gótico, posteriormente se le añadieron diferentes elementos barrocos
y renacentistas hasta 1752.

Rubén Amón

R. Amón (Madrid, 1969) es periodista y escritor. Trabaja en el diario El País. También participa en
diferentes medios radiofónicos y audiovisuales, entre ellos, Onda Cero, Antena3 y La Sexta. Fue
corresponsal del diario El Mundo tanto en Roma como en París y ha publicado varios libros de
diferentes temáticas.

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