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EN DEFENSA
de la
ESCUELA LAICA
MONTEVIDEO
1946
UNAS PALABRAS...
Más que un prólogo, en el cual, como es de rigor, se descu-
bren cualidades o excelencias o se sale de fiador de una obra; en
el que se exalta la hondura de pensamiento, la galanura del estilo
o la rigurosidad de un método, yo voy sólo a expresar unas pala-
bras solidarias con el combatiente de la verdad y de la libertad,
que encarna el autor ele este folleto.
Habitualmente los prologuistas son hombres de consagra-
ción indiscutida, maestros de la pluma y de la idea, que dan un
autorizado espaldarazo a un neófito, que ensaya su lanza o su
péñola.
No sucede aquí eso.
Ni méritos ni edad —no significa tal aseveración que la mía
sea escasa— ni títulos, me dan preeminencia, para agregar lus-
tre o prestigio a la labor —seria, brillante y tesonera— de Anto-
nio Giambonini, que encontraréis aquí reunida y que confío lee-
réis con gusto y provecho, y más que nada con lo último, que es
en este género de actividad lo más importante.
Finca en ese provecho, en la utilidad esclarecedora, en la
exacta valoración de los problemas, en la probidad y la lógica de
los temas —que con dominio indiscutible maneja el autor— su
esencial característica y su acentuada categoría.
Ello da a su lidia un tono jerárquico, que eleva del plano
vulgar de la escaramuza cotidiana a su prédica, lo que provoca
necesariamente una reacción enconada por parte de quienes se
ven frente a un enemigo de quilates, capaz de acompañar a sus
adversarios a cualquier terreno.
Es notoria la posición de Giambonini, de franca guerra a la
iglesia y a las formas y estructuras que la mantienen en pie y le
prestan aparente prestigio y potencia.
Nótese que no hemos dicho religión, pues esta, ingénita y
vaga ansia del espíritu, anhelante de un supremo bien y una pura
justicia, es, en general, solamente traída a la discusión, en cuanto
sirve de andamiaje y respaldo a una organización positiva y dog-
mática.
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La polémica, propensa al apasionamiento y hasta a la es-
tratagema, desvirtúa en oportunidades el móvil profundo y tras-
cendente, hacia lo exterior y contingente, contundiendo a me-
nudo un ansia superior con una controversia de apariencia vul-
gar y pequeña.
Cúlpese de eso a las circunstancias y a que la enana esta-
tura del común de nuestros adversarios, nos conduce a su risa
estrecha y limitada.
Por tal razón la lucha del librepensamiento no cobra a ve-
ces vuelo y no se coloca en ese clima sereno, donde valen y lucen
los atributos de la razón, intrínsecamente adversos y antagóni-
cos del dogma y la verdad revelada.
Giambonini consigue felizmente esa categoría ciñéndose al
asunto, reforzando sus conceptos con el aporte de la cita erudita,
que le permite su sólida cultura, y con esa luz espectral de su ló-
gica racional, que desnuda crudamente la impostura y el sofisma.
Pero como éste no es exclusivamente problema de gabinete,
y su amplitud y ecumenidad lo desbordan de la especulación filo-
sófico-espiritual y lo vuelcan en el sentimiento y en el alma del
pueblo, es en esta donde lo debemos seguir, en razón de la salud
mental del mismo.
Porque —y esto es muy importante— lo que en el investi-
gador puede ser interrogante, en la mentalidad popular es res-
puesta, y burda y elemental respuesta.
La ignorancia, unida a la vivacidad de la fantasía compli-
can más esas soluciones, que derivan hacia la superstición y la
leyenda.
De eso nos debemos defender en una especie de acción hi-
giénica, de esclarecimiento de las inteligencias y los espíritus, que
no podrán rendirnos un mejor futuro sino consiguen ser despre-
juiciados y libres.
Por eso es que no sólo combatimos —y Giambonini es un
mílite y un abanderado de esta cruzada— contra las formas ex-
teriores de esa religión, concretada en el clericalismo,
—sectario, oscurantista, antihumano y totalitario,— sino contra
sus hábiles maniobras, una de las cuales consiste en el acapara-
miento de la enseñanza.
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La resistencia a esa táctica se define en la defensa del lai-
cismo, que significa la defensa de la libertad.
A eso obedece que Antonio Giambonini polarice su acento
en la laicidad de la enseñanza, principio filosófico respetuoso y
equitativo por excelencia, que nuestra insegura capacidad para
la comprensión profunda del problema democrático, dificulta
apreciar y adoptar en toda su amplitud.
No faltan quienes pretenden restar trascendencia a estos
postulados, y, con candorosa o fingida suficiencia, descalifican
por superadas las prédicas y las actividades anticlericales y anti
dogmáticas.
Es un error y una maniobra falaz, lo que en jerga militar se
llama una diversión. El asunto es actual y vivo y latente, tanto
como ingente e importante.
De ello deriva el mañana de la sociedad y en ello está el por-
venir de la República.
Hay que tomarlo en serio, como lo toma nuestro autor, que,
por haber sido creyente, adopta esa profunda gravedad de quien
se defiende a conciencia de un terrible morbo, que ha padecido y
no quiere contagie a sus semejantes.
Digna actitud, envidiable y ejemplar, que nosotros muchas
veces no adoptamos, más por temperamento que por convicción,
pues, observando a los mercaderes en el templo o sabiendo lo que
hay tras los sepulcros blanqueados, muchas veces, más que al lá-
tigo de Cristo, nos inclinamos a la fina sonrisa de Voltaire.
MONTIEL BALLESTEROS.
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PREFACIO
Cada vez que sucede un cataclismo universal, una guerra
como las dos últimas, con sus espantosas consecuencias de
muertes, miseria y hambre, interviene el Papa para predicar a
la Humanidad, desde Roma, Capital espiritual del mundo cató-
lico, que esos desastres sólo podrían evitarse en lo sucesivo,
haciendo que la FE ocupe el lugar de la RAZON, en la organiza-
ción de la Familia, de la Escuela y de la Sociedad.
Hace ya muchos siglos que esa lección se repite desde la
misma cátedra, que se dice infalible e inconmovible, como las
rocas que resisten los embravecidos embates del océano.
Océano embravecido es, para la Iglesia, el Racionalismo
que analiza y critica sus dogmas. El Papa, sucesor de Pedro es-
taría simbolizado en la aludida roca inconmovible.
La verdad es, sin embargo, que la PAZ se ha hecho sin la
intervención del Papa, y que, especialmente en los países que
más han sufrido las consecuencias de la guerra, el Catolicismo
pierde posiciones, por la creciente aparición de Partidos Polí-
ticos Cristianos de Izquierda.
Nos atreveríamos a decir que las religiones se encuentran
en el punto muerto, en que las dejara Juan Bautista cuando vox
clamantis in deserto, preludiaba el advenimiento del Mesías.
Cabe, en consecuencia, preguntar: en la lucha entre el
Bien y el Mal, ¿cómo podrá llegarse al equilibrio definitivo de
las costumbres? ¿Dónde está la Luz? ¿En la Fe o en la Razón?
¿De qué fuente podrá provenir la eficacia vigorizante de las hu-
manas voluntades? ¿De los mandamientos de dios y de su igle-
sia o del concepto del deber, de la conciencia de la ley moral, y
del principio de moralidad, que, pese al dogma del pecado ori-
ginal, sigue siendo “el imperativo categórico” en la naturaleza
del hombre?
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Comenzaremos por distinguir entre Fe divina y Fe hu-
mana.
Entendemos por Fe humana, la aceptación de postulados
morales inmanentes en la propia personalidad como parte in-
tegrante de la Humanidad.
En cambio, Fe divina es la aceptación de mandatos dicta-
dos por una presunta personalidad que llaman dios.
La Fe humana es categórica, porque es natural. La Fe en
dios, es hipotética, precisamente porque es sobrenatural.
De lo natural tenemos visión intuitiva. En cambio, lo so-
brenatural hay que demostrarlo con razones fundadas en he-
chos.
¿Alguien ha visto a dios? ¿Alguien ha oído sus palabras y
mandamientos?
Dicen que dios habló claro al hombre cuando dictó el De-
cálogo a Moisés, “entre rayos y truenos”.
A nuestro juicio, ese es el, lenguaje más “oscuro”; porque
es el que da origen a la superstición. Lo demuestra la historia
de los tiempos primitivos, y de las tribus salvajes de todos los
tiempos.
No hay, no puede haber lenguaje claro, que no sea el au-
téntico lenguaje de la razón. ¿Puede, al menos, admitirse que la
razón nos guía hacia dios?
En este caso, dios podría dejar de ser una hipótesis para
convertirse gradualmente en postulado, como cualquiera de
los problemas científicos que plantea la mente del sabio.
Surge entonces la analogía de la luz, que ilumina un ca-
mino por el que transitamos en busca de un objeto que “sabe-
mos que está allí”.
Pero, ¿cómo sabemos que dios está allí, detrás de las es-
trellas, como dicen sin recurrir a los entretelones del misterio?
Por otra parte, ¿cómo conectamos la razón con el miste-
rio?
¿Quién está primero, el misterio o la razón?
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LA EXISTENCIA DE DIOS:
¿ES POSIBLE SU DEMOSTRACION?
A fuer de imparciales, echemos una ojeada al catecismo
católico ese que estudiamos de memoria cuando niños, y que
todavía, pese a encontrarnos en la época de la desintegración
del átomo, se “impone” en las escuelas de carácter religioso,
como indiscutible basamento de moral ciudadana, tal como lo
afirma Pio XI en su Encíclica sobre la Educación, donde expresa
que la Iglesia “ella sola posee originaria e inamisiblemente la
verdad moral toda entera”.
Dice el Catecismo:
—¿Por qué creemos que hay dios?
—Creemos que hay dios, porque él mismo ha revelado su
existencia.
— ¿Por qué creemos todo lo que dios ha revelado?
— Porque él no puede equivocarse ni engañarnos.
En otros términos:
Según el texto católico, creemos que hay dios, porque él
mismo ha revelado su existencia. Y creemos que sus revelacio-
nes contienen la verdad, porque, siendo dios, no puede equivo-
carse ni engañarnos.
El burdo paralogismo que antecede, tuvo el valor de reco-
nocerlo el propio san Pablo, cuando, en un momento de lucidez
racionalista, expresó que nuestro sometimiento a la autoridad
debe ser razonable.
De aquí, que también la Iglesia pretenda que sus dogmas
obtienen el apoyo de la razón. Sin embargo, en los hechos, el
equívoco y el sofisma son, habitualmente, el instrumento de
sus demostraciones.
¡Como quien huye de la luz para refugiarse en la som-
bra! …
Léase, sino, lo siguiente, que pregunta y contesta el cate-
cismo:
—¿Por la sola razón, creemos que hay dios?
—Sí. Porque si dios no existiera, tampoco existirían el
cielo, la tierra, ni ningún otro Ser.
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Lo que sólo sirve para engañar a los simples agregamos
nosotros, desde que no contiene más fundamento filosófico
que el siguiente:
La existencia de un banco, denuncia la existencia previa
del carpintero que lo construyó.
Ahora bien: a ningún ateo se le ocurriría afirmar que algo
pudiera suceder por “casualidad”.
El ateo es el menos predispuesto a creer agüeros y super-
cherías.
El ateo sabe, que todo lo que sucede tiene una causa. Por
lo por lo mismo, sabe también que, si el carpintero es el autor
de un banco o mesa, “no” lo es de la materia prima (madera,
etc.), con que se elaboran dichos objetos.
El ateo sabe que el Universo se integra con una indefinida
sucesión de causas y efectos “enlazados” entre sí.
Fue en este sentido que, con gran profundidad, escribió H.
Spencer: Pensamos en relaciones; la relación es verdadera-
mente la forma de todo pensamiento. Prim. Princ. Cap. III.
Contestando, pues, a la pregunta formulada en el epígrafe,
afirmamos categóricamente que no es posible la demostra-
ción de la existencia de dios.
Vamos a desarrollar el enfoque señalado.
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Y, a partir de ese estado de Intuición, ¿qué encuentro en
mi pensamiento?
La idea de infinito: “dios”, afirma san Anselmo, filósofo
medioeval.
La idea de “indefinido”, previa a toda definición, afirma-
mos nosotros.
En efecto: por poco que reflexionemos, nos percataremos
de que la actividad intelectual del hombre es esencialmente
“inductiva”.
El análisis precede a la síntesis, desde los propios funda-
mentos del conocimiento.
En este sentido, la falacia de san Anselmo es evidente. La
idea no justifica a la realidad, sino ésta a aquella. De lo contrario
también habría que justificar el constructivismo “idealista” de
Hegel.
Por algo, este filósofo vio en la Trinidad Cristiana un mé-
todo adaptado para considerar al mundo, como un producto de
su YO.
Y, con el mundo, la historia, el arte y la moral.
Ahora bien: ¿cómo corregir aquella falacia?
Pues, volviendo a su curso natural el movimiento de la in-
teligencia. En este caso, la “idea” dios, no puede eludir el mé-
todo general “inductivo”, con que se regulan todos nuestros co-
nocimientos.
Y, en consecuencia, la “expresión verbal”, dios, que teoló-
gicamente se utiliza para dar nombre a un anciano de luenga
barba y demás atributos personalistas, traducida al lenguaje fi-
losófico, sólo podría emplearse para significar al “ser en sí”, o
lo absoluto, del que cada cosa no es más que una realización
infinitesimal.
Según Baruc Spinosa, dios es el TODO.
LA BIBLIA Y LA TRADICION
¿Puede considerarse concretada en sucesos Bíblicos
la existencia de dios? ¿Qué valor alcanza la Tradición refe-
rente a esos sucesos?
El Cristianismo entronca su origen en el episodio Bíblico
rotulado “Vocación de Abrahán”.
Perdida la memoria del castigo del Diluvio, expresa el
Texto de historia sagrada, los hombres volvieron a olvidarse de
dios.
Dios, entonces, “llamó” a Abrahán, (que se considera el
más remoto antepasado de la estirpe Judía), y lo envió a una
comarca denominada de Canaan, la que posteriormente fue La
Palestina, escenario de la vida y milagros de Cristo.
Abrahán tuvo de su esposa Sara un solo hijo: ISAAC.
Aquí aparece una lección Bíblica, saturada del más ab-
surdo totalitarismo místico.
Abrahán, por temor a la majestad divina, se dispone cu-
chillo en mano, a inmolar a su propio hijo.
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Esta lección de moral religiosa, con sus correspondientes
láminas ilustrativas, se encuentra profusamente reproducida
en textos escolares.
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La moral católica interpreta: sobra, lo que no necesita el
rico para sí y para sus descendientes...
De acuerdo con el “decoro” que impone la clase social de
cada uno enseña León XIII.
Este mismo Pontífice, además en la Rerum Novarum,
sienta la siguiente doctrina que puede dar origen a la explota-
ción del hombre por el hombre:
“No hay duda (dice), que está en libertad el obrero de pac-
tar “por su trabajo un salario más corto, porque, como de su
voluntad “pone el trabajo, de su voluntad puede contentarse
con un salario “más corto, y aún con ninguno”.
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Moisés exige a Faraón que deje emigrar a los Israelitas. El
rey se niega a ello, y Moisés castiga a Egipto con las conocidas
siete plagas, la última de las cuales se relata a los escolares, en
CIEN LECCIONES, en los términos siguientes:
“Moisés convocó a los ancianos de Israel y les dijo que to-
maran el cordero para celebrar la Pascua, y de la sangre de
aquel cordero tiñeran los dinteles de las puertas de sus casas, a
fin de que, pasando el Angel del Señor, viéndolas teñidas de
sangre, no entrase a exterminarlos. Y he aquí que a media no-
che el Señor mandó a un angel exterminador, que mató a todos
los primogénitos de los Egipcios, desde el de Faraón hasta el
del esclavo, como también a todos los primogénitos de los ani-
males”.
DON JOSE BATLLE Y ORDOÑEZ, el 9 de Mayo de 1919,
bajo el rótulo “Leyendo la Biblia”, comentó esa matanza, di-
ciendo en EL DIA:
“Pascua significa paso o salto y la Pascua del Señor, o de
Jehová, es el paso o salto de este dios, de una a otra casa de las
que no estaban señaladas con sangre de cordero, para extermi-
nar el hijo mayor de cada familia, hombre o niño, a quien sólo
una justicia feroz y absurda podía hacer responsable, —y en
esta forma—, de la intolerancia que el dios católico mismo se
había complacido en inspirar al faraón!!
(BATLLE se refiere al Éxodo, Cap. 10, Vers. 1º,
donde dios dice que él mismo endureció el corazón del
Faraón, para poder realizar aquellos milagros (las pla-
gas), a fin de que "sepaís que yo soy el Señor").
“Se rememora —sigue diciendo Batlle— en Pascua, tam-
bién, "y, ahora, principalmente, la crucifixión de Jesús. Ha-
biendo llegado éste a Jerusalem, el día diez del mes en que los
Judíos celebraban la Pascua, fue crucificado el día catorce,
aniversario de la matanza de los egipcios, lo que hizo decir que
su sangre había sido derramada por loa salvación de los hom-
bres, como la de los corderos sacrificados en la noche del éxodo
lo fue por la salvación de los israelitas que iban a ponerse en
marcha”.
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“Y, así, la Pascua es, al mismo tiempo la celebración de la
última plaga de Egipto, y del sacrificio de Jesús, cordero pas-
cual”.
“Hemos dicho y repetido que la Biblia es un libro alta-
mente inmoral; hallamos aquí u na demostración más de ese
aserto. Habituados a contemplar en ella el ensalzamiento y glo-
rificación de una matanza como la de los primogénitos, debían
los cristianos intentar la ejecución de algo parecido para la ma-
yor gloria de dios”.
“Durante años fue idea fija en Francia, de los católicos al-
tamente situados, la del exterminio de los protestantes”.
“Y llegó, al fin, la Saint Barthélémy…”
“Las casas de las víctimas fueron señaladas, y, a media no-
che, como en Egipto, con el acuerdo del Papa, a la lúgubre señal
dada; por las campanas de una iglesia en París, penetró en ellas
el espíritu del Señor en forma de asesinos, y fue muerto en toda
Francia un número de protestantes que se hace llegar a cien
mil!!”.
Hasta aquí, BATLLE.
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Y llegamos al momento crucial de la época precristiana.
Cuando a los tres meses de haber los Israelitas salido de Egipto,
dios les dicta su ley: el DECALOGO.
Situada la muchedumbre frente al monte Sinaí, Jehová
desciende sobre la cumbre del mismo.
Moisés, llamado por Jehová “subió solo a dicha cumbre”.
Luego, entre rayos y truenos, dios habló a Moisés dictando
los diez mandamientos.
La lección Bíblica que antecede, ha sido muy bien aprove-
chada por los adivinos de todos los tiempos, que interrogan a
la “divinidad”, sin testigos...
El charlatán trabaja SOLO, o, a lo sumo, asesorado por un
secretario (a secretis), especializado en el arte del “ocultismo”
que practica el maestro.
En este sentido, aunque en Cien Lecciones se enseña a los
escolares, que Moisés subió SOLO al monte, no falta algún pa-
saje de la Biblia en que se afirma que a Moisés lo acompañó su
hermano Aarón.
No está muy claro si también Aarón vio a dios, y escuchó
el dictado del decálogo. Lo que sabemos, eso sí, es que Aarón
fue el antepasado de los levitas hebreos, y de los actuales clé-
rigos.
Tampoco puede dudarse de que, en Aarón tienen origen
los “ungidos” de dios, los cuales configuran distintos grados en
el escalafón de la Iglesia; unos más, cerca, y otros más lejos de
la divinidad.
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Dijimos que hasta san Pablo, en un instante de lucidez ra-
cionalista, admitió la necesidad de dar fundamentos de razón
al reconocimiento de cualquiera autoridad.
“Rationabile , obsequium vestrum”.
Por lo mismo, en otro de esos momentos, en que, más que
cristiano se sentía ciudadano Romano, dictó el siguiente crite-
rio histórico crítico, que contiene una gran sinceridad:
SI CRISTO NO RESUCITO, ES VANA NUESTRA FE.
¡Todo un proceso racional inductivo!... Análisis de los he-
chos, y afirmación de principios éticos.
Como si expresara: si no es sobre la base de la autentici-
dad de aquel suceso, no puede estimarse aceptable nuestro so-
metimiento a la autoridad de la Iglesia, que se dice fundada por
Cristo.
Ahora bien: como veremos en el curso de este libro la re-
surrección de Cristo no pasa de ser una invención de san Mateo.
¿Cómo ha logrado, sin embargo, imponerse a la Humani-
dad la creencia en dicha resurrección?
¡La TRADICION!... He aquí el contenido mágico de muchas
leyendas que se ocultan tras el “sentimiento”, precisamente
para no tener que desnudarse ante la Razón.
En este sentido, la iglesia católica no admite el senti-
miento como “fundamento” de religión, pero sabe utilizar a las
mil maravillas, el “sentimentalismo”, como instrumento de
propaganda y de proselitismo en favor de sus dogmas.
Por esto, a pesar del cúmulo de contradicciones que he-
mos señalado en nuestros artículos, con motivo de la supuesta
resurrección física de Cristo, la Iglesia consiguió elaborar el
“milagro”.
¿Cómo?
Con una especie de clarinada sentimental.
Una Tradición de veinte siglos, con el repiqueteo de las
campanas de todos los Templos, vino comunicando “urbi et
orbi” a la ciudad de Roma y al Orbe entero, en cada domingo
de Pascua el célebre:
RESURREXIT, NON EST HIC.
Cristo resucitó, ¿no ves que no está aquí?
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Y así, como todo apólogo o fábula, tuvo ésta su aplicación
moral, diríamos, su lado humano accesible a las muchedum-
bres.
Es que, disminuida la religión en el sentido “dogmático”
puede agrandarse saludablemente en el sentido “humanístico”
hasta concretarse en el célebre postulado de ROOSEVELT, tam-
bién él pronunciado urbi et orbi, desde la gran metrópoli ame-
ricana irradiando hacia todos los horizontes de la actual civili-
zación:
QUE CADA UNO ADORE A DIOS COMO MEJOR LO EN-
TIENDA!!!
Montevideo, Setiembre de 1946.
CONCEPTO DE LA EDUCACION
(Agosto 30 de 1943)1
LA LIBERTAD DE ENSEÑANZA
(Enero 9 de 1944)
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Queda planteado —en términos inequívocos— el con-
flicto milenario entre las Iglesias y el Estado.
Para la correcta interpretación de estas notas —y para ob-
viar confusionismos— cabe advertir previamente que, el
“cuco” de la palabra “gobierno” que los confesionalistas esgri-
men contra los laicistas, es una “pompa de jabón”, que se di-
suelve con dar a la palabra “gobierno” el único sentido que —
en materia de educación— le corresponde: Soberanía de Es-
tado, por el "solo" fundamento de la ley.
Es decir, cuando los Laicistas sostienen el control Estatal
en la educación del Pueblo, en realidad, lo que está en la base
de dicho control es la “Ley”, expresión de la “voluntad del
mismo Pueblo”. Al Gobierno o Poder Civil o Ejecutivo, sólo com-
pete la “supervigilancia” en el cumplimiento de la Constitución
y las Leyes —en este caso de Educación Común—En conse-
cuencia, tampoco puede hablarse de “escuelas públicas y priva-
das”, con prescindencia de una “Ley” que a todas obligue por
igual.
Con este punto de partida abordamos el “fenómeno social
Suizo” dentro de un posible paralelismo de pasado —con pro-
yecciones al porvenir— en el proceso histórico de la Educación
Común del Uruguay.
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la base de la clásica fórmula que al presente se exhibe desde la
reforma de 1934, cuyo Art. 59 expresa: “al solo objeto de man-
tener la higiene la moralidad, la seguridad y el orden públicos”.
En este sentido la reglamentación de la “libertad de enseñanza”
allí prometida nunca podría significar un retroceso con res-
pecto a nuestro pasado histórico.
El Reglamento de marzo 13 de 1848 establece:
Art. 6° —(Sobre condiciones para derecho de enseñanza
privada)... 3ª garantías de capacidad para la docencia 4ª: debía
someterse al juicio del Inst. de Instr. Pública, “el reglamento in-
terno del colegio”.
Art. 9º: “La Enseñanza privada es libre. Los establec. Pri-
vados quedan, sin embargo, sujetos a la Insp. del Inst. de Instr.
Pública, CON EL FIN UNICO (al solo objeto, dice ahora la Const,
de que no se enseñe en ellos nada de contrario a la moral o a
los principios de la Constitución de la República; y CON EL
MISMO FIN, (“fin único” o “al soló objeto”) debe serle sometido
el programa de toda escuela que se intente establecer; no pu-
diendo abrirse ninguna hasta después de obtenida su aproba-
ción”.
Art. 11. — Prevé la “habilitación e incorporación” de las
escuelas privadas.
Art. 22. — Condiciona tales habilitaciones diciendo: “El
Inst. de lnstr. Púb. prescribirá los métodos y determinará pe-
riódicamente los textos que hayan de emplearse para la ense-
ñanza de las escuelas públicas, y de las privadas que fueren ha-
bilitadas con arreglo al Art. 11”...
En 1865, el gobierno de Flores “permite” la entrada al país
de “todas” las congregaciones religiosas destinadas a la pública
enseñanza, pero, “con sujeción a las disposiciones de la mate-
ria”.
Por último, reformada la Const. de 1830, y constituido el
Estado “laico” desde 1918 ,con la separación de la Iglesia del
Estado, es evidente que, si cabían o caben modificaciones regla-
mentarias, sólo pueden ser en el sentido de un mayor rigor en
el “control” mencionado. La reforma no pudo dividir al Estado
en dos Soberanías: Laica y Religiosa. El Estado depuró la suya
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despojándose de un “control espiritual”, sólo admisible en His-
pano-América, con carácter precario, mientras no se disiparan
las ultimas “sombras” de Felipe II.
Sin embargo, Tribuna Cat. Mont. En Feb. 43 pág. 13 trata
de dar otra explicación al naciente “laicismo” contenido en la
fundación de nuestro primer Inst. de Instr. Pública. Dice lo si-
guiente: “Si no conociéramos las firmas y la fecha de ese docu-
mento temeríamos, al leer lo, perteneciera a algunos de los paí-
ses totalitarios que hoy avergüenzan a la humanidad”.
“Nosotros seguiremos sosteniendo que SUAREZ “leyó” lo
que “suscribió”. Por lo demás, en la pendiente de ese razona-
miento “desrazonado”, la lógica nos llevaría a calificar también
como “totalitarismo que avergüenza a la humanidad”, a ese
otro laborioso colmenar de leyes sociales —las más avanza-
das— que constituyen el patrimonio de la patria de Guillermo
Tell.
Joaquín Suárez en 1847, y los Constituyentes Suizos en
1871: sostuvieron esa “democracia” que define al Pueblo como
“Soberano”, y a los gobiernos, como sus “Mandatarios”.
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Si analizamos a fondo, veremos que la verdad —en la base
de teda ley— se define por “unidad”; no, por “totalidad”. Ya ex-
presamos que el peligroso “totalitarismo” consiste, precisa-
mente, en adjudicar a una sola persona la totalidad de la ver-
dad, y con ella, una “autoridad” sin control. Vayamos al caso de
la Educación.
Todos los niños uruguayos son hijos de una patria común,
y la ley de educación debe también serlo en común; ley que gra-
dual y progresivamente se vaya estructurando a través de la
vida de la Nación, y sobre la base de los principios de la razón.
Esta es “una sola”, y da también origen a una sola verdad moral;
aunque —por unitaria— no deje la razón de matizarse en una
variadísima gama de “autonomías”, que sostienen los pueblos
en la realización de ideales “sólo” totalizables en la Humanidad,
considerada “fin en sí” de todas las aspiraciones ciudadanas.
En esta plataforma moral descansa la declaración de los
derechos del hombre; y sólo por estériles abstracciones dialéc-
ticas medioevales —tal como sucede en el documento pontifi-
cio, y en Tribuna Católica— el criterio de verdad y correlativa
moral, podría "esquematizarse" en dogmas totalitariamente
subyugantes de las conciencias.
Es sobre la base de estos principios, que seguiremos pre-
guntando: ¿cómo considerar verdad moral “sola y ENTERA”, a
muchas afirmaciones que estudian los escolares a que se re-
fiere el proyecto Genovese?
Sintetizaremos algunas, advirtiendo de paso que: quizás
algo tenga que ver aquí la doctrina de Compte, acerca de “tres
estados” en el desarrollo de la educación de los pueblos; siendo
el primero, de “superstición” en la explicación de los fenóme-
nos de la naturaleza. Leemos en la Historia Sagrada:
Que: a 1600 años de la creación de la primera pareja hu-
mana, dios exterminó a los “hombres y a los animales”, por los
pecados de aquéllos, con un diluvio cuyas precipitaciones cu-
brieron hasta 15 codos sobre los montes más elevados, salván-
dose en el Arca —especie de nave—, tan solo Noé, su familia, y
una pareja de “todas las especies de animales”. Cabe advertir:
o no cupieron todas las especies, o se produjo posteriormente
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la “evolución biogenética”. No parece lógico estimar la realiza-
ción de nuevas “creaciones”, desde que la misma Biblia in-
forma: “finalmente reposó en el día séptimo”.
Ahora bien: un Inspector de la Nación, que llegara a la
clase en el momento en que el maestro de “moral RELIGIOSA”,
se empeña en hacer comprender a los niños “eso”, no podría
menos que “observar” la lección. Como no podría menos que
observar —casi— las 100 lecciones, con que se ha venido ama-
mantando en moral, a toda una generación de ciudadanos con-
currentes a dichas escuelas, y a quienes se enseñó PONIENDO
EN LA BASE doctrinas como las siguientes:
Que Sansón —por milagro— mató a mil enemigos, con
una quijada de asno que encontró en el suelo.
Que los hombres fueron castigados por dios con la endia-
blada “confusión de las lenguas”, porque se les ocurrió levantar
una torre quizás similar a cualquiera de nuestros obeliscos re-
cordatorios.
Que el diablo obtuvo de dios el placer de poder herir al
“justo Job”, quitándole los ganados y los hijos; y cubriéndolo
con una asquerosa lepra.
Que —porque Faraón no quería dejar partir de Egipto a
los hebreos— las aguas del Nilo se convirtieron en sangre, y un
angel “mató” a todos los primogénitos de los egipcios y de sus
animales.
Que Josué —también por milagro— mandó al sol que se
parara, y se paró; y que las torres y muros de la ciudad de Jericó
se desplomaron con sólo tocar los sacerdotes sus trompetas,
llevando un “arca” siete días y “siete veces el último día”.
Que, por haber querido David “censar” a su pueblo, éste
fue asolado por una peste, etc.
Repetimos que: el sentido común, y esa lógica que tienen
que contener —de existir— aún los milagros, no podrían me-
nos que obligar a cualquier Inspector a observar todas las lec-
ciones que anteceden.
Pío XI cita la resolución de una Corte de Justicia., de E.E.
U.U., en la que se establece: “no compete al Estado obligar a re-
cibir instrucción de las escuelas públicas solamente”.
30
Pero esta resolución nada contiene que se oponga al con-
tralor estatal. Más, Implícitamente lo reclama, cuando, después
de sostener que la “lectura de la Biblia puede ser instructiva”,
agrega que: si la misma se efectúa en la “escuela”, debe ser dada
“sin comentarios”; porque —expresa— en las páginas de, la Bi-
blia se fundan los confesionalismos de las distintas SECTAS.
Y así la Corte llega a la conclusión de que: cuando dicha
lectura quiera ofrecerse “con comentarios”, es decir, bajo
forma dogmática sólo debe realizarse en la iglesia, en escuelas
parroquiales, en sesiones de sociedades religiosas, y, sobre
todo, en el recinto del hogar. Por esto, agregó el Juez Orton:
“Mientras nuestra Constitución siga como es, no puede ense-
ñarse en nuestras escuelas comunes la religión de nadie”.
Preguntamos: ¿cómo pudo el papa citar esta resolución a
favor de su tesis?
NATURALISMO Y SOBRENATURALISMO
EN LA EDUCACION
(Mayo 22 d e 1944)
31
Que, posteriormente, para cada hombre que nace crea
—sacándola de la nada—, una alma “espiritual”, y la une a ma-
nera de “forma”, a la “materia” o cuerpo, en un momento dado
de la evolución de este en el seno materno. Con el teólogo To-
más de Aquino se enseña a los alumnos de filosofía, que el plazo
para aquella creación y unión se calcula más o menos a los 40
días de la fecundación.
Que la “sociedad conyugal” también se totaliza con los dos
consabidos elementos: “materia y forma”. Expresa, en efecto, el
catecismo refiriéndose al matrimonio: “La unión de la materia
y de la forma constituye el sacramento, como la unión del
cuerpo y del alma constituye al hombre”. Y en este sentido, a
los escolares se les enseña, “dogmáticamente” que: por materia
debe entenderse el “contrato” de las dos voluntades, y por
forma, aquello que hace que el matrimonio sea “sacramento”:
es decir, las “palabras” del ministro de la iglesia, sin las cuales
dicho contrato no sería sacramento, y por consiguiente tam-
poco sería verdadero matrimonio sino un simple “concubi-
nato”.
Dice al respecto, el catecismo: “La forma de un sacra-
mento consiste en las palabras que el ministro aplica a la mate-
ria sacramental”.
Ahora bien: como no puede creerse que esas palabras de
“tercero” tengan por sí mismas tanto valor como para dar ori-
gen a la sociedad conyugal, lo que en realidad según la iglesia
debe admitirse, es la intervención directa del “creador divino”
que, —como en el caso de Adán y Eva—, crea el principio de
autoridad entre varón y mujer, desde luego, con espíritu de
“clase”, en virtud del conocido precepto: “estarás sujeta a la po-
testad de tu marino”.
También por esto la iglesia condena la ley de divorcio;
porque considera que la autoridad que sujeta la mujer al hom-
bre es de origen divino, es decir, completamente ajena al prin-
cipio de la evolución natural de los seres.
Que, por último, “todo poder viene de dios”, dice la Iglesia.
El gobernante no es un mandatario del pueblo sino un lugarte-
niente de dios. De aquí que siempre ella haya condenado en
32
principio a la democracia. León XIII y Pío X la calificaban de
“perversidad”, o como algo que pervierte a la sociedad. Según
la misma Iglesia la aspiración genuina de la humanidad es la
“reyecía”, lógica derivación de la “teocracia” o gobierno de dios.
De la humanidad en sí misma considerada se enseña en el
Texto de Lahr-Sallaberry, que: “no ha pensado en nosotros y
que no ha querido trabajar por nosotros; nada le debemos, por
lo tanto, y a nada estamos obligados para con ella”.
Examinadas las proposiciones de moral “sobrenaturalis-
ta” que anteceden, preguntamos: ¿trátase de axiomas que se
imponen por su evidencia a la Razón? Evidentemente, no. ¿Po-
dría al menos admitirse la posibilidad de una demostración
apodíctica de la existencia de una divinidad creadora del uni-
verso, del alma, de la autoridad. Veamos como ensaya una “de-
mostración” para sus alumnos de filosofía, el Texto “Iniciación
Filosófica” de J. D. Ortega pág. 154, bajo el pomposo rótulo de:
“El verdadero método científico”. Dice que: muchos hechos
examinados por A. Volta condujeron al descubrimiento de la
causa única de estos hechos que es la energía eléctrica; pero,
conocida la electricidad, se pudieron deducir muchos efectos
de la misma, como el conocimiento de la pila del pararrayos,
del telégrafo, del teléfono, de la luz eléctrica, etc. ASI la existen-
cia de los seres contingentes nos lleva a la existencia de dios,
PERO estudiando mejor la naturaleza del SER DIVINO, pasamos
luego a un conocimiento más perfecto de la misma CREA-
CION…”.
En la próxima, analizaremos la argumentación que ante-
cede en coordinación con argumentos similares del Texto de
Lahr-Salaberry.
Sólo queremos anticipar que la conjunción copulativa ASI,
y la adversativa PERO, —que nosotros hemos subrayado a fin
de rubricar la apariencia de lógica—, contienen un sofisma más
grande que el Himalaya. Medite el lector.
(Junio 18 de 1944)
33
Citamos en nuestra anterior una demostración de la exis-
tencia de dios y de su actividad “creadora”, que enseña a los
alumnos de filosofía el Prof. J. D. Ortega. Dijimos que la conjun-
ción copulativa ASI, empleada en dicho razonamiento, contiene
el más grande de los sofismas. Vamos a demostrarlo.
El autor cita el descubrimiento de la Pila de A. Volta como
un caso del método científico o razonamiento por inducción
bolilla VII del programa. Expresa que el célebre físico descubre
por ese método la existencia de la causa de ciertos fenómenos
observados; causa que los sabios, denominan “energía” eléc-
trica, la que, a su vez, analizada paulatinamente en su natura-
leza, explica el origen de innumerables “aplicaciones” electro-
magnéticas, tales como el telégrafo, el teléfono, etc.
Y, —como si se tratara de idéntico procedimiento induc-
tivo—, agrega: “Así la existencia de los seres “contingentes” nos
lleva a la existencia de Dios, pero estudiando mejor la natura-
leza del “ser divino”, pasamos luego a un conocimiento más
perfecto de la misma “creación”.
Como si dijera: así, examinadas las distintas series de fe-
nómenos naturales, el entendimiento debe aceptar como pos-
tulado indiscutible, no ya tan sólo la existencia de “leyes” emer-
gentes “de” e inmanentes “en” la naturaleza misma, sino tam-
bién la existencia de una divinidad personal distinta del uni-
verso, creadora del mismo y causa absoluta de todos los fenó-
menos actuales o potenciales que lo integran. Vayamos por
partes.
La primera etapa del razonamiento citado responde a ri-
gurosa lógica. La inducción es el método básico de toda inves-
tigación científica. La ciencia se amasa universalmente con in-
ducciones.
Pero el autor de “Iniciación”, en la segunda etapa de dicho
razonamiento, no quiere o no puede ver que: toda inducción,
—para que pueda considerarse verdadero método científico—
debe iniciarse, desarrollarse y terminarse dentro del círculo de
hierro de la “naturaleza universal”; desde que, efecto y causa
en la explicación de cada fenómeno, totalizan una unidad par-
cial en la comunidad dinámica universal.
34
Tampoco quiere o puede reconocer como firme, el princi-
pio de que el universo debe ser considerado una “totalidad”, no
ya de materia y forma, —como diría él siguiendo a Aristóte-
les—, sino de materia y “movimiento”; donde la materia se de-
fine por cantidad y el movimiento por cualidad.
Es que, además, ni los autores Ortega y Lahr-Sallaberry en
sus respectivos textos, ni el Prof. Horacio Terra Arocena en sus
numerosas lucubraciones contra la filosofía que califica de “na-
turalista”, recuerdan a Kant, como no sea para atacarlo siste-
máticamente; y menos aún se refieren a él cuando este filósofo,
coincidiendo con Descartes, sostiene que la cantidad de movi-
miento existente en el Universo es siempre la misma, pudién-
dose por esta vía llegar a considerar a la totalidad de la materia
y del movimiento, tan “increable” como “indestructible”.
Y si en algunos puntos de su texto el Prof. Ortega alude a
la tesis que acabamos de mencionar, es sólo para calificarla
despectivamente de “materialista”, y para oponer le tenaz-
mente la valla del conocido “dogma” teológico, base de todo el
conglomerado de otros dogmas, .y que consiste en afirmar que:
“la existencia de los seres (contingentes) nos lleva a la existen-
cia de Dios”.
“¡Contingente!”… del latín contingere significa algo “que
sucede”.
Pero, nada más. De donde el siguiente principio de meta-
física “naturalista”: todo lo que sucede tiene causa. Así, sucede
la existencia de un huevo y éste postula la existencia de la ga-
llina, lo mismo que la existencia de ésta reclama la existencia
del gérmen vital.
Es decir, pues, que toda contingencia postula una correla-
tiva “necesidad” de un enlace causal. Tan sólo eso; pero no, que
la causa deba considerarse existente “fuera” del circuito total
de causas y efectos.
En resumen: contingente es lo que sucede, postulando
una, razón de “cambio” en la existencia de todo “ser”. Contin-
gente, no es, —como lo enseña el Prof. Ortega con Tomas de
Aquino, pág. 374 del texto—, ser “indiferente a la existencia y a
la no existencia”; sino, ser indiferente a existir bajo “una u otra
35
forma” de las infinitas actualizaciones potenciales del “ser”,
respondiendo a principios inmanentes en la “totalidad univer-
sal”.
Para terminar: donde Lahr-Sallaberry, pág. 131 de su
texto, dice que fuera del cristianismo muchos sostienen “la
eternidad de la materia, como medio expeditivo para librarse
de la existencia de dios personal, distinto del mundo y ante-
rior a él”, podríasele replicar que: dentro del cristianismo mu-
chos sostienen la existencia de un dios personal, distinto del
mundo y anterior a él, como medio expeditivo para librarse
de la eternidad de la materia.
LIBREPENSAMIENTO O CLERICALISMO
(Julio 30 de 1944)
37
Aclarado todo equívoco, cabe preguntar ahora: ¿qué
puesto se reclama para el Papa en el Comité Internacional de la
Paz?
Comprobada su democracia, —-lo que sólo podría ser con
la rectificación de la doctrina de la Iglesia acerca del origen del
poder—, Pío XII sólo podría llegar a aquel convenio de igual a
igual con Churchill, Roosevelt y demás “mandatarios” de los
pueblos. Pero es el caso que éstos no se proclaman “infalibles”,
ni cree ninguno de ellos poseer la “verdad toda entera”, como
el clericalismo acredita a favor del Papa.
Creemos, en consecuencia que: concurra o no concurra el
Papa con personalidad “visible”, el planteamiento a fondo, pero
entre bastidores, va a ser un duelo a muerte entre lo que llá-
mase el 2º de los cuatro puntos de Roosevelt, o sea, la libertad
de todo hombre de adorar a dios a su manera, y el Estatismo
absolutista del Vaticano... no importa el territorio, grande o pe-
queño.
Sabe el Dr. Regules, que la materialidad de un poder no se
cotiza tanto por la extensión de un territorio, como por el “ca-
pital” que le está sujeto... en el caso, fabulosas fortunas “federa-
das” bajo la égida de ese. “fin Propio” con que se definió el plan
internacional de la Política Vaticana.
La personalidad internacional del Papa es eso: un poder
político asentado en una doctrina que intenta —desde hace si-
glos— invadir todos los Estados, con fines a la realización del
más totalitario de los imperialismos. En este sentido, la post-
guerra se va a operar bajo el signo: Librepensamiento versus
Clericalismo.
38
“El permitir que a nuestros niños se les enseñe lo que se
les antoje, es pervertir sus espíritus… Esta actitud del Estado,
no puede ser tolerada por los gobernantes sin faltar grave-
mente a sus deberes”.
¡Cuántos dislates en tan pocas líneas! Son los siguientes:
Que el laicismo de Estado en la escuela es una corriente
nacionalista, en el sentido de antidemocrática.
Que lo que dicho laicismo entiende, por “autodetermina-
ción” en la educación del niño, es equivalente a permitir que
los niños aprendan lo que a ellos se les antoje.
Que el gobernante está en el deber de imponerse al Es-
tado, cuando éste quiere pervertir con su “laicismo” al niño.
¡Cómo si el gobernante no fuera un mandatario del Es-
tado!... ¿Qué se proponen esos señores que publican sus confe-
rencias radiales en “El Bien Público”? Acaso, ¿incitar a dictadu-
ras? ¿No han aprendido todavía que toda dictadura se conjuga
por “totalitarismo”? Y, ¿que entienden por democracia, cuando
ellos pretenden ser demócratas?
Decenas de notas hemos publicado en EL DIA, rebatiendo
aquella posición clerical, sobre el ejemplo de Suiza, que es la
negación de todo nacionalismo totalitario, al par que la más en-
cumbrada afirmación del principio de autodeterminación de
los pueblos.
Hasta parecerían ignorar, desde el diario católico, que es
nada menos que san Pablo quien les enseña: sea fundado en
“razón” vuestro sometimiento a la autoridad. Y si este precepto
Paulino forma parte de su código doctrinario, ¿por qué no dis-
cuten sus creencias, sin pretender imponerlas al pueblo por fa
autoridad del Estado y de sus gobernantes?
Demuestren la existencia de dios, con conceptos que no
sean “negativos”, como los que emplea el Prof. Sallaberry en su
Texto para Secundaria.
Demuestren que el pecado original es un hecho histórico.
Interesa la crítica de aquel principio doctrinario y de este
suceso, porque son considerados por la iglesia como los funda-
mentos de toda la ética social.
39
En cambio, ni a los creyentes ilustrados seguramente les
interesa ya el indagar, si es cierto que dios hizo a la primera
mujer con una costilla de Adán; ni si Sansón mató a mil enemi-
gos con una quijada de asno: o si Josué —con otro “milagro”—
detuvo el curso del Sol para poder poner término a una batalla.
Como la lógica, en su base, debe definirse por “sentido común”,
no hay Papa ni Obispo que pueda sinceramente creer esas co-
sas, aunque se intente hacerlas creer al pueblo para tenerlo su-
miso.
Por lo mismo, revela también un absoluto desconoci-
miento del valor de la razón y de la dignidad humanas, la si-
guiente proposición estampada en “El Bien Público”, fecha 15
de junio:
“Creo es tan terminante como afirmo, tan categórico
como sí”. Subrayamos para ahorrar papel en la refutación.
En nuestra anterior, llamamos la atención, del Consejo de
Secundaria sobre los dos conocidos Textos de Filosofía que ve-
nimos comentando. Son la antítesis de la autodeterminación
del estudiante. Están concebidos como para aspirantes a la ca-
rrera eclesiástica, destacándose por un cerrado dogmatismo
religioso, sectariamente hostil al “autonomismo” de la moral
del deber; razón por la cual se ataca en ellos, sistemáticamente
y a cada paso, a Kant, creador de la autonomía moral de la ra-
zón.
Y, con respecto al Consejo de Enseñanza Primaria. ¿no re-
clama el estado actual de la Humanidad, que se intervenga de-
cididamente en la orientación “moral” de las escuelas privadas,
a fin de que no se siga conturbando el carácter de los niños, con
doctrinas y métodos basados en la presunta autenticidad de
una degradación original de la especie? ¿Podría sostenerse
ante la Constitución y las leyes de educación común, el su-
puesto de que: el nacer moralmente “tarado” el ser humano, no
es la “excepción”, sino la “regla”?
40
Refutando a los profesores jesuitas: Lahr - Sallaberry
(Setiembre 28 de 1944)
41
—Para conocer a dios nuestro señor y pensar en él.
—¿Y la voluntad?
—Para que lo amemos, y al prójimo por él.
Pasemos a examinar, en segundo término, lo que el Prof.
Salaberry califica, —por contraposición a bondad “absoluta”—
como simple bondad moral" de los actos humanos.
Los lectores avezados a nuestra expresión filosófica fácil-
mente comprenderán que a lo que allí se califica de “bondad
moral” simple, es a lo que el “laicismo” llama relatividad mo-
ral, fundada —desde luego— sobre la base del principio natu-
ral de la moralidad.
En este sentido, sostenemos que el totalitarismo que
emerge de la máxima el fin justifica los medios, y que prácti-
camente nos llevaría a admitir la supremacía de la fuerza sobre
el derecho, no es harina del costal del laicismo sino del “cleri-
calismo”.
En efecto: ¿en qué consiste, según el Prof. Jesuita, el carác-
ter esencial de eso que él llama “bondad moral” de los actos hu-
manos? Consiste, dice (l. cit) en:
“La intención —subrayamos para explicar— de confor-
marlos al bien absoluto.”
Y agrega que el valor moral de una acción:
“Depende esencialmente del principio, es decir, de la, in-
tención —esta vez subraya el autor— que la inspira.”
Y por si no bastara lo que antecede, haciendo suyas las pa-
labras de Aristóteles, agrega lo siguiente:
“En moral la intención es decisiva..., el acto vale exacta-
mente lo que vale la intención.”
Ahora bien: enseñemos al niño y al adolescente que “in-
tención” —del latín moverse hacia— es equivalente a “fin”. Dí-
gasele luego, con Astete y con Salaberry, qué el objeto “indiscu-
tible” para la inteligencia y la memoria del hombre, es dios; y
que la voluntad debe amar al prójimo, “no” por solidaridad con
la Humanidad, dentro de la que todos los hombres somos “igua-
les”, sino por subordinación a un imperativo personal y abso-
luto de dios, que establece “categorías” entre los hombres; de
42
acuerdo con las enseñanzas “infalibles” de León XIII y Pío X,
quienes condenaron la “nivelación” de las clases sociales.
Ante el cuadro de doctrinas, morales que antecede, sólo
resta preguntar: ¿a quién pertenecen las máximas, el fin justi-
fica los medios y la fuerza prima sobre el derecho?
Una vez más se infiltra, el sofisma clerical, consistente en
no descubrir al pueblo el desdoblamiento del concepto de de-
recho en “divino” y “humano”.
Cuando se masacraba a los republicanos españoles, con-
siderándolos malditos destinados al infierno, la fuerza se con-
sideraba “subordinada” al derecho, sólo si este derecho se de-
fine como “divino”.
Cabe una observación final ante la que veremos desmoro-
narse todo ese andamiaje de doctrinas escurridizas y oportu-
nistas.
Dice Sallaberry, pág. 218: “La moral no puede racional-
mente establecerse independientemente de la idea de dios, a la
vez Sabiduría, Autoridad y Justicia absolutas”.
Pero, es el caso que ya había estampado en la pág. 197: “La
existencia de dios se prueba por el hecho de la ley moral”.
¿En qué quedamos? ¿Es la moral lo que no puede estable-
cerse sin la idea de dios, o es la existencia de dios lo que se de-
muestra por el hecho de la ley moral?
45
Y, ¿de dónde ha tomado el Prof. del Seminario de Monte-
video, que Kant exagera la doctrina del desinterés moral, hasta
el punto —se entiende— de convertirla en amoral?
Escribe el filósofo:
“Así, todo aquí permanece desinteresado o se funda úni-
camente sobre el: deber; no se toma por móviles el miedo o la
esperanza —entiéndase cielo o infierno—, los cuales, erigidos
en principios, aniquilan todo el valor moral de las acciones.”
Es claro, que el concepto kantiano de justicia social y mo-
ral difiere como el día de la noche, de la siguiente doctrina con
que se pretende educar al niño en las escuelas de “carácter re-
ligioso”.
Escribe el jesuita P. Soler en su Catecismo, pág. 63:
“Entre la culpa y la pena debe haber proporción justa. La
gravedad de la culpa se deduce de la dignidad de la persona
ofendida. Siendo dios infinito el ofendido y el hombre finito el
ofensor, y no pudiendo éste recibir una pena infinita, en inten-
sidad, debe ser castigado con una pena infinita en duración.
¿Podría negarse que esto es “deformar” el carácter del
adolescente haciéndolo “cobarde” frente a los problemas de fu-
turo, implicados en la evolución universal?
46
Esos mismos conceptos sostuvo, Pío XI en la Encíclica que
vamos a comentar.
Este Pontífice comienza por condenar la “educación natu-
ralista”, reconociendo como válida tan solo la “sobrenatura-
lista", que responde a una necesidad derivada del pecado origi-
nal.
Con ese motivo establece como criterio rector de toda la
educación; el de su “intabilidad” personal, la que —agrega—
contiene en sí misma “la verdad moral toda entera”.
¿Cuáles son los puntos básicos que configuran esa verdad
“totalitaria”, con la que los Papas definen a la democracia, y que
ningún educador puede rechazar, so pena de hacerse pasible
de los anatemas de la Iglesia?
Pueden resumirse en los siguientes capítulos:
a) que dios existe como persona infinita, distinta del mundo
y anterior a él;
b) que creó —sacándola de la nada— una primera pareja hu-
mana y ahora sigue creando cada alma para cada hombre al na-
cer;
c) que también es creador de toda “autoridad”, cuyo man-
dato pasa “directamente” al pontífice, al rey, al padre de familia.
Los papas siempre condenaron la democracia, Pio XII
ahora la admite, pero, borrando con el codo lo que escribe con
la mano.
Ahora bien: si la doctrina que antecede fuera cierta, no ca-
bría discusión entre “laicistas” y “clericales”. Tendrían razón
éstos, al pretender que el problema de la educación, debe ser
resuelto por el supremo control del Papa y sus lugartenientes.
En este caso, el pueblo se convertiría en una especie de
masa amorfa, solo comparable a un manso rebaño, por su pasi-
vidad frente a la libertad y al derecho.
Por otra parte, eso es lo que se propone la Iglesia bajo el
lema: hasta que no haya más que un solo rebaño y un solo pas-
tor.
Pero, es el caso que aquellos puntos de doctrina jamás han
podido ser objeto de verdaderas demostraciones.
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El oscurantismo medioeval dicto, es cierto, con el su-
premo esfuerzo del poderoso cerebro de Tomas de Aquino, las
conocidas cinco vías, o cinco argumentos, con que se intentó
demostrar la, existencia de dios y su acto creador.
El análisis de tales pruebas, nos colocaría en un plano
mental “silogístico”... y sofístico, cuya exposición consideramos
inoportuna para los lectores.
Baste recordar, sin embargo, que ante el fracaso del dog-
matismo Tomasino, Descartes, a la entrada de la Filosofía mo-
derna, ensayó un nuevo método.
Dijo el filósofo francés: tengo la idea de dios, luego dios
existe para poderse justificar aquella idea.
Bien pronto se cayó en la cuenta, de que no basta pensar
una cosa ara que ella sea así como nosotros la pensamos.
En consecuencia —y con motivo, del nuevo resonante fra-
caso—, la filosofía moderna renuncia definitivamente al propó-
sito de dar de dios una demostración que pueda considerarse
apodíctica.
Interviene el “sentimiento” como sustituto de la razón:
Rousseau en primer término y Kant más tarde, destacan lo que
se ha dado en llamar “argumento moral” se reduce a expresar,
que existe en nosotros el sentido íntimo de un infinito, inacce-
sible en su objetividad total.
José P. Varela sostuvo este concepto, cuando puso en la
base de la educación los que llamara “principios generales de
moral y religión natural”.
Y como en tiempos de Varela el catolicismo era religión
oficial del Estado, nuestro máximo pedagogo, no queriendo for-
zar la máquina, propendió a que toda escuela paulatinamente
fuera “laica”, dando tiempo para que la población dejara de ser
católica e ignorante. Son calificativos textuales del gran edu-
cador.
Llegó el día en que la mayoría de la República dejó de ser
“católica e ignorante”. Fue cuando en magnífica justa electoral
se implanto la separación de la Iglesia del Estado.
48
Desde entonces la escuela pública se hizo laica por dere-
cho de hombres, quedando por realizar la definitiva “fiscaliza-
ción laica” de la escuela privada.
Se trata de un paso adelante que impone el progreso y, en
este sentido, estamos todavía en deuda con Varela.
(Abril 27 de 1945)
49
Que el Estado moderno “democrático” quiera absorber a
la familia, es un invento de la Iglesia. La que pretende absorber
no sólo a la Familia, en esa misma actitud, sino también al Es-
tado, es la Iglesia.
Y cuando algunos Estados se hacen absorbentes de la Fa-
milia, es porque adoptan la táctica, los métodos y los principios
de la Iglesia. Son los Estados que sostienen como principio: que
la autoridad no tiene un origen natural en el pueblo, sino “so-
brenatural” en dios; y que, con el postulado: el fin justifica los
medios, todo lo justifican, siempre que los actos humanos se
realicen para mayor gloria de dios.
En ese sentido, el conservadorismo religioso de todos los
tiempos, ha sabido aprovechar las más oscuras fuerzas de la re-
gresión, con tal de realizar aquel fin...
Por esa misma táctica el Papa transigió con Mussolini,
contra entrega del "mendrugo' que se llama hoy el Estado Vati-
cano.
Es que el Papa soñó con la conquista “dogmática” del
mundo, al lado de Mussolini... y de Hitler, con quien también
pactó el Pontífice.
Todos saben quiénes fueron las primeras víctimas de esos
sueños de conquista. Lo que no todos saben, es que, hace unos
20 años, en cada barco que arribaba a nuestras hospitalarias
playas, desembarcaban, en ambas orillas del Plata, numerosos
“fascios” de emisarios de Mussolini, y que también determina-
das Comunidades docentes “de carácter religioso”, cooperaban
con el fascismo italiano.
¿En qué forma?
Se imponía un tributo en metálico, que los dirigentes de
tales Institutos debían enviar mensualmente a Italia; y la con-
versación en idioma italiano, era impuesta a los alumnos, con
el fin de difundir el “espíritu” de aquella nacionalidad... la del
Papa, rey de Roma.
Y no necesitamos recorrer largas distancias para que
nuestro pensamiento se pose sobre alguna prominente perso-
50
nalidad eclesiástica, impuesta por el predominio fascista, y des-
tinada... por, dios, a reforzar dicha ideología aun con perjuicio
personal de algún otro dignatario también eclesiástico.
Ahora, son fascistas “tapados” los clérigo-conservadores
que, aparentando alianza con las democracias, se aprestan a
disfrutar de los despojos del vencido, mientras preparan la de-
rrota del vencedor. Las redes permanecen tendidas. ¿Dónde es-
tará la definitiva salvación del Mundo?
Cavour, destacado estadista anticlerical Italiano, pro-
clamó como “transición” entre la barbarie Medioeval y el pro-
greso moderno: IgIesia libre y Estado libre.
Pero, la iglesia no puede considerarse un Estado junto a
otro Estado. Para que la Iglesia pueda atribuirse un mandato
universal otorgado por dios, junto a todos los Estados, y aun
por encima de todos ellos, como lo pretende la Encíclica Papal,
tiene que probar antes, que no es un cuento o un conglomerado
de piadosas leyendas la Historia Bíblica; con sus milagros,
desde el “soplo” sobre un muñeco de barro, hasta el milagro de
San José.
¿Conseguirán, pues, las democracias reducir a la Iglesia, al
justo límite de influencia que puede corresponderle, dentro del
concepto moderno de Estado, que es el de “solidaridad humana
universal”, libre de absolutismos de toda índole, sea de un
Fuehrer, de un Duce, o de un Pontífice?
La consigna debe ser: los clérigos a las sacristías. En ma-
teria de educación, no puede ser Juez o Pastor de la Familia,
quien no constituye familia, como tampoco puede ser mejor
castidad la del “célibe” que la del “casado”.
¿Qué pueden saber la Iglesia y sus comunidades de lo que
es familia, o sentimiento y vida de familia, cuando por el voto
de castidad renuncian a lo que es la esencia misma de la familia:
el amor?
Resumiendo: la Educación pertenece: A) a la Sociedad Ci-
vil o Estado; B) a la familia, que —en su esencia— es la célula,
cuyo desarrollo da origen a aquel. La Sociedad Civil, es la misma
familia llevada a la plenitud de la vida.
51
En cuanto a la Iglesia: reforme su actual legislación canó-
nica, previa depuración de incontables leyendas, que se quie-
ren “pasar” como de inspiración “divina”, pero con las que ya
hoy sólo se embauca a los ignorantes.
(Mayo 7 de 1945)
(Mayo 12 de 1945)
54
niños del seno de la familia para “deformarlos o depravarlos”,
y para hacerlos “esclavos de su ciego orgullo y de sus desorde-
nadas pasiones”.
Ahora bien: ¿en qué se funda Fío XI, para atribuir a la Es-
cuela Laica tanta peligrosidad en materia de moral y de orden
público? ¿Por qué sostiene que ella deforma, degenera y per-
vierte al niño?
Simplemente porque —sigue diciendo el Papa—, de los
Programas de dicha Escuela está excluida toda religión”.
Nosotros vamos a demostrar que todos esos denuestos
que se emplean contra la escuela pública y laica, son afirmacio-
nes carentes de sentido común.
Comenzaremos por refrescarles la memoria a cuantos cle-
ricales despotrican contra la Escuela Laica, para que recuerden
que existe un concepto de religión, que no falta en la Escuela
Pública, y que también ellos admiten... pero, sólo cuando les
conviene.
Así, por ejemplo, ahora que murió Roosevelt, se les llena
la boca con la religiosidad del gran demócrata. Y la señalan al
pueblo. Pero, para ello, tienen que aceptar un criterio liberal de
religión y de moral, que Pío XI anatematiza y maldice en las
Prop. 14 sigts. del Syllabus.
Al pueblo no le dicen que el de Roosevelt fue un criterio y
un concepto amplio de religión, que admitieron todos los de-
mócratas liberales del mundo, con Rousseau y los grandes -li-
brepensadores de Francia; con Artigas, José P. Varela, Sar-
miento, Batlle y Ordoñez, etc.
En cambio cuando se refieren a la Escuela Laica, utilizan
el criterio estrecho y reaccionario; miden con la vara con que
se midió en la Edad Media: con la que midieron los Inquisidores
Españoles.
Platón en su libro “La República o El Estado”, señala cua-
tro virtudes de la vida ciudadana; virtudes que varios siglos
más tarde copió el Catecismo católico. Son ellas: Justicia, Forta-
leza, Prudencia y Templanza.
¿Quién podría negar, que tales virtudes bastan como pila-
res de religión cívica? ¿Cuáles son, en efecto, los elementos
55
esenciales de ésta, sino los conceptos de obligación y deber? Y,
¿cuál es la verdadera y legítima base de toda obligación y deber,
sino la propia naturaleza del hombre? ¿Dónde toma origen el
derecho “positivo” de las leyes, sino en el derecho “natural”?
El Papa no ignora, que los nombrados prmcipios configu-
ran el contenido del Tratado de Religión Natural, con que se
inicia la Teología Dogmática. Sabe que ellos —salvo la existen-
cia de un dios personal y creador, que nadie ha podido demos-
trar todavía—, constituyen la esencia de la moral que se en-
sena en la Escuela Pública y Laica.
Pero, también sabe que dichos principios —que Varela
llamara “principios generales de moral y religión natural”—
no bastan para avasallar conciencias y para dominar totalita-
riamente a la humanidad.
Y, como este predominio absolutista y totalitario es lo que
en realidad pretende el Pontífice, de ahí que, en todo el desa-
rrollo de su Encíclica, sostenga hasta la saciedad, que el orden
natural debe sujetarse a un presunto orden sobrenatural; que
las libertades cívicas deben centralizarse en dios y para dios;
que toda autoridad civil debe someterse al supremo control del
Estado Vaticano… esa especie de Super-Estado títere que in-
ventó Mussolini, cuando creyó que, pactando con el Pontificado
Romano, podía lanzarse a la conquista del mundo.
Por esto, al pueblo —que siempre tiene algo de niño— el
Papa le dice simplemente que la Escuela del Estado es mala, en
vez de decirle que en ella se enseñan nociones de moral y reli-
gión natural; las que todo el mundo entiende y en que todos
están de acuerdo. Prefiere sembrar el confusionismo, afir-
mando que de la escuela “llamada neutra o laica” está excluida
toda religión. Adviértase que no dice: todas las religiones, sino
toda religión, que es cosa muy distinta.
Ahora bien: admitamos provisionalmente que los princi-
pios de moral y religión natural, que se enseñan en la escuela
pública, fueran malos. Preguntamos: ¿qué es lo bueno que
quiere enseñar al pueblo la escuela dogmático-religiosa?
He aquí un ejemplo —entre cientos— tomado del Cap. X
del Evangelio católico de San Mateo. Y conste que los Textos
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de Catecismo e Historia Sagrada, no son más que resúmenes de
la doctrina que enseña dios —en la Biblia y en los Evangelios—
para la socialización del mundo.
Cristo, después de incitar a sus Apóstoles a que sean au-
daces en la propaganda de la Buena Nueva, resume los efectos
a que se habrá de llegar con sus proyectadas reformas sociales,
en el siguiente cuadro siniestro, que coindice con la agonía que
está terminando de soportar la Humanidad:
"No penséis que yo haya venido a traer la paz sobre la Tie-
rra. Yo no he venido a traer la paz, sino la ESPADA. Porque yo
he venido a poner en discordia al hijo contra su padre, y a la
hija contra su madre... Porque quien amare a su padre o a su
madre más que a mí, no es digno de mí; y el que amare a su hijo
o a su hija más que a mí, tampoco es digno de mí.
57
triunfo que es el propio. Renán, el impío Renán, quien exalta las
cualidades extraordinarias de Cristo.
En la pág. 55/56 Mons. Barbieri plantea ciertas “cuestio-
nes preliminares”. Dice que tal planteamiento no es necesario
para los que tienen Fe. Pero agrega que, para los que no tienen
Fe, “sin esas cuestiones preliminares, todo lo que se diga de
Cristo carece, lógicamente, de fundamento”.
Dichas cuestiones son tres: autenticidad, integridad y ve-
racidad del Evangelio. Con respecto a las dos primeras, soste-
nemos que poco interesa establecer si los Evangelios fueron
realmente escritos por los autores a quienes se atribuyen, y si
los mismos llegaron hasta nosotros sin mutilaciones.
Esos temas referentes a la autenticidad e integridad de los
Evangelios, se reservan para que los sigan discutiendo por los
siglos de los siglos, católicos y reformadores o protestantes.
El Evangelio es sustancialmente un libro que narra la vida
y milagros de Cristo. Lo fundamental es certificar su veracidad.
Demostrar que el evangelista dice la verdad. Que los hechos por
él narrados son verdaderos.
Antes de entrar de lleno -en el examen del libro de Mons.
Barbieri, señalamos algunos fundamentos de duda que, sin
quererlo, su propio autor ofrece a un atento observador crítico.
Dice Barbieri, pág. 59, que Marcos, uno de los cuatro evan-
gelistas era un joven ardiente que disgustaba al apóstol Pablo.
En cambio, Bernabé —otro apóstol— opinaba a favor de Mar-
cos.
Como consecuencia de esta “discordia” apostólica, al em-
prender un segundo viaje de propaganda, Pablo y Bernabé se
separaron. Cada uno se marchó con su favorito. Bernabé con
Marcos. Pablo con un tal Sila.
No cabe duda. Los evangelistas de Cristo estuvieron a
merced de las mismas pasiones que ·cualquiera de los actuales
políticos. La Iglesia fue y sigue siendo una Institución política.
El actual Estado Vaticano confirma esta afirmación. Entonces
como ahora, la religión era cuestión de ideologías y de hom-
bres. Aquéllas, a merced de las disputas de éstos.
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También en la pág. 68, después de afirmar que el Evange-
lio de San Mateo persigue primordialmente una finalidad polé-
mica, cual es la de “demostrar” el valor de la doctrina de Cristo,
y convencer de ella a los lectores, agrega que, como a los judíos
disgustaba el anonadamiento de su “héroe”, el historiador tiene
especial cuidado en describir “junto con las humillaciones, la
glorificación del enviado de dios”.
Es por esta razón, dice Barbieri, que Mateo cuando narra
el nacimiento de Cristo en medio de tanta: pobreza, “señala la
aparición de la estrella milagrosa y la adoración de los “Reyes
Magos”.
Preguntamos: ¿sucedieron o no sucedieron esos hechos
con que se quiere glorificar a Cristo? Si sucedieron, no pudo ig-
norarlos ninguno de los cuatro historiadores evangélicos, tra-
tándose de acontecimientos “milagrosos”, tales como aparecer
cuadrillas de seres alados y cantores en el aire, o cambiarse la
ruta de las estrellas.
¡Cosa por demás sugestiva!... San Mateo habla de los Reyes
Magos, pero no del coro de ángeles. San Lucas refiere la sinfo-
nía angélica, pero no alude al viaje de los Reyes. Marcos y Juan
no nombran ni lo uno ni lo otro.
Platón, varios siglos antes de la Era Cristiana, recomienda
a las madres que no hagan creer falsamente a sus hijos, “que los
dioses van a todas partes, durante la noche, disfrazados de
viandantes y pasajeros”.
¿Fué vidente Platón o plagiaria la Iglesia?...
(Diciembre 24 de 1945)
59
El Evangelio —dijimos— es el libro que narra la vida y mi-
lagros de Cristo. Ahora bien: ¿Qué garantías de veracidad
ofrece, en ese sentido, el Evangelio? ¿Es posible el milagro?
Para los que tienen Fe —dice Barbieri en la pág. 92 de su
libro—, el Evangelio es un libro divinamente inspirado. Los he-
chos que narra hay que admitirlos, porque dios impulsó al his-
toriador a que escribiera “todo y sólo lo que él mandara”.
Según el Sr. Arzobispo de Montevideo, dios es el verda-
dero autor del libro sagrado. El historiador es un instrumento.
Algo así como la lapicera.
Este razonamiento implica un evidente "círculo vicioso",
que consiste en demostrar dos proposiciones alternativamente
la una por la otra. En el caso, hélas aquí:
1ª Prop. La divinidad de Cristo se apoya en la veracidad
del Evangelio.
2ª Prop. La veracidad del Evangelio se apoya en la infali-
bilidad de dios.
No olvidemos que en Cristo, según la doctrina católica,
hay una sola persona, que es la de dios.
Barbieri, sin embargo, forcejea por no quedar atrapado en
la acerada trampa del sofisma que le impone su Teología.
Por esto, si en la pag. 55 previno acerca de unas “cuestio-
nes preliminares”, sin cuya solución todo lo que se diga, de
Cristo “carece, lógicamente, de fundamento”, también en la pag.
93 reconoce que el criterio de la inspiración “divina de un li-
bro”, no puede tener valor para un Voltaire, o para un Diderot.
Podía haber dicho, que tampoco para ninguno de tantos
que se llaman católicos por costumbre, o por conveniencia,
pero que en realidad no lo son.
En resumen: a quienes Barbieri deja sin fundamento, es
decir, a merced de su sola Fe, es a las “beatas”. Advertido el
círculo vicioso que le impone su doctrina, intenta eludirlo co-
queteando con Voltaire y con Diderot.
Quiere dar a su razonamiento esa base de intuición o evi-
dencia natural que reclama la inteligencia humana, en el pro-
ceso de todas sus afirmaciones.
¿Con qué resultado? Es lo que vamos a ver.
60
El Evangelio narra que Lázaro, después de cuatro días de
muerto, cuando ya su cuerpo había entrado en descompo-si-
ción, a un conjuro de Cristo resucitó.
También refiere que Cristo, con cinco panes dio de comer
a cinco mil personas, sin contar a mujeres y niños, y sobraron
doce canastos.
Preguntamos: ¿qué razones pretende hacer valer Bar-
bieri. Para que Voltaire y demás librepensadores admitan la re-
surrección de Lázaro y la multiplicación de los panes, como na-
rraciones verídicas?
Dice Barbieri, pág. 94, que para ver la resurrección de un
muerto y afirmar ese suceso, hasta “tener ojos y mirar”.
Es evidente. Sólo que hasta ahora, que se sepa a partir de
las narraciones Bíblicas y salvo el caso de alguna muerte “apa-
rente”, está por suceder que un muerto camine.
Después de aquella afirmación un tanto infantil, ensaya el
Sr. Arzobispo una demostración “filosófica” o metafísica del mi-
lagro, abordando su “posibilidad”.
(Enero 7 de 1946)
61
Sólo cabe afirmar que ese vuelo es “imposible” y que la
narración del mismo sería, evidentemente, una mentira. Mejor
dicho, una tontería.
Tan tontería, como afirmar desde el Texto de Moral que
usan en las escuelas católicas, que un día un tal Josué detuvo
“por milagro” al sol en su carrera.
O como enseñar, desde el mismo texto, que las aguas del
Mar Rojo se dividieron en dos partes, como contenidas por dos
murallas laterales, a fin de que pudiera transitar por el fondo
de ese mar el pueblo de dios.
Si Barbieri dice, fs. 94 que para ver la resurrección de un
muerto, basta tener ojos y mirar, con mayor razón debe reco-
nocer que existe un sentido de la proporción y congruencia ló-
gica en la apreciación de los fenómenos, que nos impide admi-
tir aquellas cosas absurdas que se narran en la Biblia.
Barbieri, sin embargo, no ceja en su empeño. Quiere con
vencer a los lectores de que el milagro es algo muy conforme
con la ciencia y las leyes naturales.
Hasta llega a simular un método de comprobación del
mismo. En la pág. 104/105, sienta como principio que los agen-
tes naturales tienen una eficiencia limitada.
Dice que “la caída de los cuerpos no puede en ninguna
forma resucitar un muerto”. Concluye que, “si el fenómeno tras-
ciende los límites del agente, ese fenómeno es verdaderamente
un milagro”.
A este razonamiento de Barbieri no se sabe por dónde sa-
carle punta. Lo creímos un poco más filósofo.
No se justifica la edición del libro, como destinada a servir
de regalo de bodas para los que se casan. Salvó que la presente
fuera una generación de tontos. O que estuviera todavía en su
apogeo el valor de la frase de J. P. Varela: “Hasta que la mayoría
de la población deje de ser católica e ignorante”.
Si un fenómeno trasciende los límites de un agente, inves-
tigamos otro agente que lo explique.
No tiene sentido, Sr. Barbieri, decir que la ley de gravedad
es inadecuada para explicar la resurrección de un muerto.
62
En cambio, tendría sentido decir, que dicha ley no explica
la integración de la molécula de agua.
La caída de los cuerpos es un fenómeno. La integración de
la molécula de agua es otro fenómeno.
Ambos responden a sendas leyes naturales. Y en su con-
junto, todos los fenómenos responden a la naturaleza, que es
donde radican las leyes que los explican.
Barbieri “sofistica” y mistifica. Simula —como si fuera de
carácter científico— la existencia de una “ley divina”, que no
demuestra.
Es claro. Para explicar la resurrección de Lázaro, o la del
mismo Cristo, no bastan las leyes naturales.
Sin embargo, nada más pueril e insustancial que afirmar,
como lo hace Barbieri, pág. 102: “Admitido” que dios existe y
que es todopoderoso, “se desvanece toda duda en cuanto a la
posibilidad del milagro”.
El Sr. Arzobispo, pág. 110, acusa a Diderot, a Voltaire y de-
más liberales, de procedimiento “a priori”, porque rechazan el
milagro, en razón de que no admiten la existencia de un dios
personal omnipotente.
Pero, el más novicio en filosofía sabría replicar diciéndole
que es, precisamente: él, quien razona “a priori”, es decir, sin
base, pues afirma la posibilidad del milagro, sin “demostrar”
previamente la existencia y omnipotencia de dios.
63
Si es hombre no es dios. Si es dios no es hombre. Decir que
es, a la vez, dios y hombre, es atribuir a un sujeto atributos an-
tinómicos, contradictorios.
Lo humano es “relativo”. Lo divino es “absoluto”. ¿Quién
ata... esos dos extremos? De todos modos, vamos a la fuente que
nos indica la Iglesia, para comprobar aquel nacimiento. Y desde
luego, es oportuno que sea Mons. Barbieri quien nos secunde
en la investigación.
Cierto día una mujer, María, quedó embarazada. Era ca-
sada con José. Pero, afirma Barbieri, quedó en aquel estado “sin
que hubiera habido entre ellos comercio conyugal”.
Preguntamos: ¿Obra de la naturaleza? Imposible. Si en un
vientre femenino, sin “comercio conyugal”, germina un em-
brión humano, ese fenómeno sólo podría suceder por la inter-
vención de un dictador del Universo. De quien crea y aniquila.
Pero cuya existencia Mons. Barbieri no demuestra en ningún
capítulo de sus libros.
El Sr. Arzobispo pretende, además, que el nacimiento del
dios-hombre es un suceso histórico. Como el nacimiento de
cualquier hombre.
¿Testimonios? Los historiadores evangélicos.
¿Fundamentos de credibilidad? La inspiración “divina” de
los mismos, dice Barbieri. Círculo vicioso, o suponer demos-
trado lo que hay que demostrar, decimos nosotros.
Nadie, ni dios, puede ser testigo de sí mismo. Por otra
parte, si es dios, no necesita de testigos.
Sin embargo, Barbieri los invoca. Y —es evidente— tra-
tándose de un embarazo, nadie más auténtico testigo que cada
uno de los esposos.
María, la esposa de José, sabía que estaba embarazada.
Barbieri cita el Evangelio, donde tercia un ángel que ex-
plica lo sucedido: el milagro.
El ángel tranquiliza a María. No te asustes le dice. Es el es-
píritu santo quien operó en ti.
Si el Sr. Arzobispo, entre las “cuestiones preliminares” a
que se refirió, nos hubiera demostrado qué es “ser dios” o ser
64
“espíritu santo”, o qué clase de personalidad es un “ángel”,
pase. Pero, de todo eso, ni una sola palabra.
Lo peor del caso es que Barbieri deforma el texto del
Evangelio. Afirma que el referido ángel se le apareció a José,
para revelarle el secreto de su esposa. “estando él (José) en al-
tísima oración”.
El evangelista dice textualmente: “Un ángel del señor se le
apareció (a José) durante su sueño”.
Está claro, José dormía.
Y pocos renglones más adelante expresa el narrador bí-
blico: “José, habiendo despertado…”.
Hay una explicación, sin embargo, para la deformación
que intenta Barbieri.
Como en el capítulo siguiente, el mismo evangelista –
siempre aludiendo a los protagonistas citados-, hace mención
de un tercer sueño de José, pudo pensar el Sr. Arzobispo que
sus lectores, con tantos “sueños” ya no le creerían.
Es lógico que los alumnos de las escuelas católicas comen-
zaran a pensar, que eso del “ángel” José se lo había soñado.
Por esto Barbieri creyó necesario cambiar el texto y decir
“altísima oración”, donde el Evangelio dice “sueño”.
Sí tan pocos años que lleva al frente de la Comunidad ca-
tólica uruguaya, le bastaron al Sr. Arzobispo para deformar uno
de los pasajes más vitales del Evangelio, ¿qué pensar de las
disputas e interpretaciones bíblicas ocurridas durante veinte
siglos?...
DERECHO DE AUTODETERMINACION
EN EL NIÑO
(Marzo 1º de 1946)
65
Hay niños precoces en moral, que hasta se sienten incli-
nados al cumplimiento del deber por el deber. Son lo que vul-
garmente llamamos: un hombrecito.
Para secundar al niño en la empresa de su autodetermi-
nación y educación, intervienen: 'la familia; la escuela, el Es-
tado.
Según Pío XI, sin embargo, la única que debe intervenir
fundamentalmente en dicha empresa, es la iglesia católica. Esta
educa, no en el deber por el deber sino en el deber exclusiva e
invariablemente basado en el “amor a dios”, y en el temor al
“infierno”. Pío XI sostiene tal doctrina en una, extensa encíclica,
en la que repite docenas de veces una media docena de concep-
tos, a los que viste de intransigente dogmatismo.
Y, prácticamente, no obstante la indiscutible supremacía
de la filosofía y de la ciencia sobre la teología, encontramos a la
iglesia infiltrada por todos los poros de ese gran cuerpo social
que es el Estado.
Independizar a éste de la potencialidad económica del Va-
ticano, y de su influencia política totalitaria, tal es la finalidad
primaria del “laicismo escolar”.
¿Cuándo es laica la escuela? Contestamos: Cuando en ella
no prima la fe sobre la razón, sino ésta sobre aquélla. Cuando
al niño se le enseña a dar una base de razón a todas sus convic-
ciones morales.
Día llegará en que la fuerza cese de primar sobre el dere-
cho.
Pero esto sólo podrá conseguirse, cuando la familia deje
de ser un feudo del papa y de sus mandatarios.
Pío IX, en el Syllabus, prop. 24, enseña que la iglesia tiene
derecho a imponer su doctrina por la “fuerza”.
Dice así: “La iglesia tiene la potestad de emplear la
fuerza... directa o indirectamente”.
Deducimos: tanto da que las hogueras para quemar here-
jes las enciendan los clérigos o los dictadores a su servicio.
66
Por otra parte, nada de extraño tiene que Pío IX sostenga
el predominio de la fuerza sobre el derecho, cuando es el pro-
pio Cristo quien, desde el evangelio de San Lucas, cap. XIX, dicta
el siguiente luminoso (?) mandato pacifista (?):
“A los que no quieran que yo sea el rey de ellos (se refiere
a los librepensadores), traédmelos aquí y hacedlos morir en mi
presencia.”
Preguntamos: ¿Es o no es un poder despótico sobre la
educación del pueblo, el que detenta la iglesia? ¿Pueden negar
sus primados, que las afirmaciones que anteceden son auténti-
cas y que la doctrina que contienen es esencia de totalitarismo?
Cuando triunfe en la República el laicismo de Varela y de
Batlle, no será el papa quien mande en las familias, sino el
“papá”. Este será el verdadero sacerdote en cada hogar.
¿Quién más adaptado que él para la formación espiritual
y moral de los hijos? ¿Quién mejor colaborador para la esposa?
Decirles a los niños, como se les dice en la historia sa-
grada, que María es verdadera “mamá”, pero que José no es ver-
dadero “papá”, pues el Espíritu Santo lo sustituye en el amor es
llevar a los hogares un misticismo tan estéril como abstracto,
que —además— destila ponzoña, señalando el “desnudo”… en
el sentido grotesco que lo hiciera la serpiente bíblica.
(Marzo 8 de 1946)
67
que sólo responde a mistificaciones ideológicas, vulgarmente
rotuladas bajo la denominación genérica de “misterios”.
Agréguese las absurdas fábulas Bíblicas, que integran la
casi totalidad del Texto de moral, que se usa en las escuelas de
carácter religioso, y que se quisieran hacer pasar por milagros.
En resumen: con el proselitismo que antecede, la Iglesia
sabotea al Estado, en el control que sólo corresponde a éste, en
materia de educación común.
Lo primero que se exige al niño, en las referidas escuelas,
es creer en el pecado original y en la eficacia: del bautismo, des-
tinado, este último, a anular las consecuencias universales de
aquél.
No hay quien no conozca la leyenda del pecado de Adán y
Eva.
Por una bagatela, un castigo de proyecciones infinitas.
¿Con qué procedimiento litúrgico se remedia tamaño desastre?
Un poco de sal en la boca del que se bautiza. Otro poco de
saliva en sus oídos. Para terminar, un chorro de agua sobre su
cabeza.
Según el maestro católico, se ha operado el milagro. Los
mudos hablan. Los sordos oyen. Y los que habían quedado idio-
tizados en la fuente natural de la inteligencia, quedan habilita-
dos para pensar.
¿Acaso, también para "razonar? Es necesario que se sepa.
Porque la razón es condición para una conciencia libre.
Preguntamos: ¿Puede admitirse, prácticamente, uso libre
de la propia razón, o autodeterminación, en el niño que se
educa, cuando el enfoque moral a que se somete su inteligencia
es —entre otros misterios— la unidad y trinidad dios, o la du-
plicidad de naturalezas en Cristo, o la infalibilidad del papa, o
la virginidad de María?
En otros términos: ¿Pueden coexistir con el incipiente ra-
ciocinio del niño (uso de la razón, que dice la Iglesia), tales pos-
tulados doctrinarios carentes, en absoluto, de fundamento
científico y filosófico?
68
Si la circuncisión marcaba a los niños judíos, afiliándolos
a la Sinagoga, con el bautismo se pretende incorporar a nues-
tros niños a la escuela católica, inhabilitándolos, en forma ab-
soluta, para asistir a las escuelas del Estado.
Según Pío XI, la escuela pública, del Estado, “Neutra o
Laica”, es una institución pestífera.
Dice el papa, en la citada Encíclica sobre la Educación, que
el niño bautizado o afiliado a su iglesia, no puede decorosa-
mente instruirse ni aun en gramática o en matemáticas, ni en
historia o en geografía, si cursa tales estudios mezclado con
alumnos “no católicos” o aprendiendo de maestros “no católi-
cos” tales disciplinas.
Maestros, programas y libros, en cada disciplina… en
todos los grados, no sólo en el elemental, sino también en
el medio y superior...
Todo debe ser católico, sostiene el Pontífice. Y si no lo es,
no puede existir verdad, ni moral, ni educación.
69
Lo segundo —que todavía enseñan como auténtico “suce-
dido” en las escuelas católicas—, no puede ya seguir formando
parte de la Historia de la Humanidad. Es, evidentemente, un
mito. En cuanto a la resurrección “física” de Cristo, ¿existen ra-
zones para sustentarla como un hecho histórico, auténtico ver-
dadero?
Dejemos de lado la “posibilidad” de un milagro, cual-
quiera que sea. Analicemos sólo las circunstancias que acom-
pañan al suceso en cuestión, tal como lo refieren los evangelios.
Muerto Jesús, un hombre “rico” de Arimatea, llamado José
y “discípulo de Cristo”, según Mateo; hombre de “consideración
y senador”, según Marcos; senador que esperaba el reino de
dios según Lucas; discípulo “secreto” del Maestro, según Juan,
se presenta (dicho José de Arimatea) al gobernador romano
Poncio Pilatos y pide el cadáver del judío crucificado para darle
sepultura.
A tal fin, dispone de un sepulcro de su propiedad. Depo-
sita el cuerpo y ajusta la correspondiente lápida.
Aquí empieza la divergencia fundamental entre la Iglesia
y la tesis racionalista. Barbieri, en su libro, califica a esta última
de “trasnochada”. Veremos de qué parte se justifica más el ca-
lificativo.
Dijimos en nuestro artículo, Dic. 15/945, que, como a los
judíos disgustaba el anonadamiento de “su” héroe, San Mateo
(el principal historiador Bíblico), tiene especial cuidado de des-
cribir, junto con las humillaciones, la glorificación del enviado
de dios.
La afirmación que antecede, y el criterio hermenéutico
que contiene, pertenecen a Mons. Barbieri, en uno de sus libros.
Está claro. En el nacimiento de Jesús, ángeles que vuelan
y cantan. Y una estrella que aparece "justito" a tiempo para ilu-
minar el “pesebre”, y señalarlo a la adoración de los poderosos
de la tierra.
En este mismo sentido, tras la muerte del “héroe crucifi-
cado” Mateo anota su “resurrección”. Un ángel fulgura como re-
lámpago.
Derriba la losa del sepulcro, y... “se sienta sobre ella”.
70
Es importante dejar establecido que, ni Marcos, ni Lucas,
ni Juan hacen esa ostentación. de poder. Se limitan a afirmar
que Cristo, al tercer día, resucito como lo había anunciado.
En cambio, Mateo, junto con los pormenores dramáticos
antedichos, describe la “huida” de unos guardianes apostados
junto al sepulcro, y el "soborno" de los mismos por parte de los
enemigos de Jesús.
Admitido que hubo, guardia, ¿quién sobornó a quién? La
respuesta surgirá en el próximo artículo.
En el conocido texto escolar "Cien Lecciones de Historia
Sagrada, que usan los niños de las escuelas religiosas los mis-
mos son “forzados” a aprender de memoria y “sin discusión”;
los capítulos 90, 91, 92 y 93 de dicho texto, que son los que con-
tienen todos los pormenores del suceso que analizamos.
Ahora bien: en materia de educación común, para que se
pueda “construir” sobre base firme de razón, es necesario, a la
vez, ir removiendo los escombros de una “costumbre de
creer”, que se ha querido, sistemáticamente, convertir en tra-
dición.
(Mayo 25 de 1946)
71
Pero, según Mons. Barbieri, el evangelio de San Mateo po-
see un carácter “polémico y apologético”.
Y, a falta de razones, hay que disponer la mise en scene.
Con este motivo, las mujeres llegan al sitio, a tiempo para pre-
senciarla.
Y si a Mateo le convino decir que dichas mujeres perma-
necieron muy tranquilas... no obstante el terremoto, las mismas
—que según Marcos y Lucas no presenciaron la escena— con
sólo ver el sepulcro vacío, “quedaron temblorosas y llenas de
espanto”.
Juan, a su vez, se concreta a describir las andanzas de Ma-
ría Magdalena, la predilecta de Jesús.
Según ese apóstol, la Magdalena llega hasta el sepulcro, y
comprobando que la losa “había sido removida”, corre a co-
municar el hecho a los apóstoles, que permanecían escondidos.
¿Quién podría justificar la cobardía de tales discípulos?
Si tenían fe, y si los milagros de Cristo habían sido verda-
deros, sólo correspondía que al tercer día de su muerte se apre-
suraran a salir del escondite, para comprobar la resurrección
prometida.
Sucedió todo lo contrario.
Marcos refiere que las mujeres, pasado el susto, corrieron
a anunciar el hecho a los apóstoles. Pero éstos “no creyeron
nada de lo que se les anunciaba”.
Lucas subraya que ese anuncio “les pareció cosa de sue-
ños”, y “no les creyeron en absoluto”.
Y donde Marcos dice que, quien anunció a las mujeres la
resurrección fue “un angel”, Lucas expresa que los anunciado-
res fueron “dos hombres”.
Según Juan, la Magdalena “vio allí dos ángeles vestidos de
blanco”.
Pero, poco caso hizo a los “ángeles”. Mira en derredor
—dice Juan—, y los ojos de ella se posan sobre la persona de
un hortelano, a quien interpela diciendo: “si vos lo habeis lle-
vado, decidme donde lo habéis puesto”.
San Mateo refiere que, después que José de Arimatea pi-
dió a Pilatos el cuerpo para sepultarlo, también se presentaron
72
al Gobernador Romano los adversarios políticos del que se ha-
bía titulado “rey de los judíos”; estos últimos solicitando custo-
dia a la entrada del sepulcro a fin de evitar un rapto.
Ninguno de los otros “tres” evangelistas denuncia tal pe-
dido de guardia.
En cambio —dijimos en la anterior, abril 17/46— los
“cuatro” coinciden en afirmar que José, dueño del sepulcro, ca-
vado en la piedra de un “jardín de su propiedad” (Cien Leccio-
nes), era hombre rico, poderoso, discípulo “secreto” de Jesús, y
que patrocinaba el advenimiento del “reino” de dios.
Aquí tenemos la pauta para descubrir el fraude histórico
jurídico de más extraordinarias proporciones, que se haya
planteado a través de dos mil años de cristianismo. En la pró-
xima daremos razón.
(Junio 26 de 1946)
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además que éstos les entregaron una gruesa suma de dinero
para que dijeran que, mientras ellos (los soldados) dormían, los
discípulos de Jesús se llevaron el cuerpo.
Por último, expresa el historiador Bíblico que dichos sa-
cerdotes dijeron a los soldados: “Si el gobernador llegara a en-
terarse del soborno, no temáis. Nosotros os sacaremos de apu-
ros”.
Desde luego, surge espontánea la pregunta: ¿es admisible
una estampa de gobernador Romano tan torpe, a quien pudiera
ocultársele tan fácil e impunemente el cohecho de todo un pi-
quete de sus propios soldados?
Mons. Barbieri reconoce el absurdo, y pretende disimu-
larlo con una deformación del texto Bíblico. Sostiene que Pila-
tos había puesto a sus soldados bajo la exclusiva orden de los
sacerdotes Judíos.
Afirma que “era a ellos a quienes debían (dichos soldados)
dar toda clase de explicaciones”.
Dijimos: deformación, pues el evangelio no expresa eso.
Según Mateo, el Gobernador se limitó a decir a quienes so-
licitaban guardia: “Haced custodiar el sepulcro en la forma que
creáis más conveniente”.
Entre eso, y afirmar que sólo a los sacerdotes debían dar
los soldados explicación de cuanto sucediera, corre un abismo.
No debemos pasar por alto otra contradicción entre Bar-
bieri y San Mateo.
Dice el primero: “Aun cuando los apóstoles hubieran que-
rido robarle (al cuerpo de Cristo) no hubieran podido, pues ahí
estaban los guardias que no lo hubieran permitido”.
¿En qué quedamos? ¿Eran venales o pundonorosos los
guardias Romanos?
La táctica de la Iglesia fue, es y seguirá (por su cerrado
dogmatismo) encuadrada en la máxima: el fin justifica los me-
dios.
Cuando el fin es sostener el milagro de la resurrección
¿cómo suponer que el rico y poderoso José de Arimatea o sus
adherentes políticos, pudieran raptar el cuerpo de Cristo, para
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hacerlo aparecer como resucitado? ¿No estaba allí la guardia
Romana custodiando el sepulcro?
Pero, desde que San Mateo tiene interés en atribuir a los
enemigos políticos de Jesús, una fábula que los hiciera quedar
mal ante la posteridad, en este caso, los mismos soldados que
Barbieri supuso valientes y pundonorosos, ya no son tales, sino
venales y corrompidos.
En consecuencia: a la pregunta ¿quién sobornó a quién?
Preferimos contestar que nadie sobornó a nadie.
Lo de la guardia, del terremoto y del soborno, es simple-
mente una invención de San Mateo, para sus fines “polémicos y
apologéticos”.
Y para terminar: ¿cabe entre los principios de derecho pú-
blico, el de enseñar esas cosas en las escuelas, como base indis-
cutible de moral?
Conste que no habría inconveniente en destacar con con-
tornos de “leyenda”, al hombre de colosales proporciones, que
dijera Renán; cumbre de bondad; ideal de humanismo.
Creemos en un Jesús apolítico, autentico amigo de los po-
bres. Pero el Jesús de Nazaret seria como el día a la noche en
relación al “ministro de dios”, que adula al poderoso, y… a la
Justicia de tanto hacerla servir a sus intereses, la crucifica...
como a otro Cristo.
FIN
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INDICE
UNAS PALABRAS ........................................................................................................... 2
PREFACIO ....................................................................................................................... 5
CONCEPTO DE LA EDUCACION ................................................................................. 19
LA LIBERTAD DE ENSEÑANZA .................................................................................. 20
EL FENOMENO SOCIAL SUIZO ................................................................................... 21
NUESTRO PRIMER INSTITUTO DE ........................................................................... 23
INSTRUCCION PUBLICA ............................................................................................. 23
¿A QUIEN PERTENECE: EL “CONTRALOR” EN MATRIA DE EDUCACION? .......... 25
CONTRA EL SECTARISMO EN LA DOCENCIA .......................................................... 28
FALLO DE UNA S. CORTE DE E.E. U.U. ...................................................................... 28
NATURALISMO Y SOBRENATURALISMO ................................................................ 31
EN LA EDUCACION ...................................................................................................... 31
LIBREPENSAMIENTO O CLERICALISMO.................................................................. 36
Refutando a "El Bien Público" .................................................................................. 38
Refutando a los profesores jesuitas: Lahr - Sallaberry ....................................... 41
DEFENDIENDO A KANT DE LOS ATAQUES SECTARIOS ........................................ 43
APOSTILLAS A LA ENCICLICA DE PIO XI, ................................................................ 46
SOBRE LA EDUCACION ............................................................................................... 46
Mons. BARBIERI Y SU LIBRO..................................................................................... 57
PARA SOSTENER EL MILAGRO,................................................................................. 63
Mons. BARBIERI DEFORMA EL EVANGELIO ........................................................... 63
DERECHO DE AUTODETERMINACION EN EL NIÑO ............................................... 65
Mons. BARBIERI Y LA BIBLIA, EN EL “MILAGRO” DE; LA RESURRECCION ....... 69
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