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La intención de este trabajo es muy modesta. Sólo trata de ver si con los elementos
conceptuales que se encuentran ya en la teología escolástica es posible determinar más
exactamente de lo que se ha hecho hasta ahora la esencia de la gracia increada. En este
trabajo no investigamos si, con ayuda de una terminología no perteneciente tan
expresamente al haber de la teología escolástica —la de una teología más personalista,
por ejemplo—, podría conseguirse mejor una comprensión adecuada de la participación
de la gracia y de la inhabitación de Dios en el hombre justificado, atestiguadas por la
revelación . Tampoco queremos fundamentar detenidamente ni justificar en sí mismos,
independientemente del uso que aquí les asignamos, los elementos conceptuales que
utilizamos.
1. El problema.
1
K. RAHNER, Escritos de Teología I, Taurus, Madrid, 1961, 351-380
entidad unitaria, cuyo elemento central es el Espíritu trinitario personal de Dios, y que de
este elemento
fundamental han de derivarse todos los otros matices de este concepto. Pero de aquí se
deduce que, para San Pablo, la santificación interior del hombre es, ante todo y en primer
lugar, una comunicación del Espíritu personal de Dios; por tanto, escolásticamente, un
donum increatum. Mientras que toda gracia creada, todo ser-xvcü|iaxtxóc aparece en él
como consecuencia y resultado de la posesión de esta gracia increada. Por lo menos, a
partir de la estructura de su concepto de pneuma, hay que decir, según San Pablo, que
nuestro «ser-pneumático» —nuestra «gracia santificante creada»— lo poseemos por que
tenemos el pneuma personal de Dios. La afirmación contraria, que responde a la
perspectiva al uso de la doctrina escolástica sobre la gracia —que el pneuma de Dios está
presente en nosotros de una manera especial porque tenemos la gracia creada—, no tiene
un punto de apoyo en San Pablo tan inmediato y explícito. Con esto no afirmamos que
estas dos formulaciones sean absolutamente inconciliables. Únicamente surge la pregunta
de si en la doctrina escolástica sobre la relación entre la gracia creada y la increada se
hace justicia de modo suficiente también a la primera formulación. En la teología de la
gracia de San Juan, la idea de la santificación interior no se basa tan expresa y
exclusivamente en el pensamiento sobre la comunicación del pneuma personal divino. Al
concebirla como posesión de la vida, como generación —ser— de Dios, como ser en Dios
—Cristo, verdad, amor, luz—, como posesión de la semilla de Dios, de la unción, del
amor, del testimonio de Dios, se subraya más expresamente la cualidad creada que
adhiere al hombre. De todos modos, tampoco se olvida aquí la inhabitación de Dios
mismo: Cristo está —permanece—en nosotros (Jn 6,56; 14,20; 15,5; 17,26; 1 Jn 3,24),
Padre e Hijo vienen a habitar en nosotros (Jn 14,23), Dios está en nosotros (1 Jn 4,4; 4,12
s., 15), el Espíritu se nos da y está en nosotros (Jn 14,16 s.; 1 Jn 4,13). En los dos últimos
textos no está claro, sin embargo, que se trate de un don interior de la gracia y del Espíritu
personal de Dios —¡expresión partitiva!—. Con todo, puede decirse que, en San Juan,
nada se opone a la visión paulina de la santificación del hombre por la gracia.
Por lo que toca a la doctrina de los Padres, tampoco podemos ofrecer en estas
consideraciones meramente preparatorias del tema en sí —menos aún que respecto a la
Escritura— una exposición detenida. Pero esperamos no encontrar contradicción entre
los historiadores del dogma si resumimos la doctrina de los Padres —sobre todo de los
griegos—, por lo que se refiere a nuestra cuestión, diciendo que, en ellos, los dones
creados de la gracia aparecen como consecuencia de la comunicación sustancial de Dios
al hombre justificado. De San Ireneo, afirma P. Gaechter que el Espíritu personal divino
y sus dones aparecen ciertamente en él como principio interno, totalmente necesario para
la santificación del hombre; pero que esta afirmación —la línea media de A.. d'Alés, entre
las dos interpretaciones extremas sobre la teología de la gracia de San Ireneo, dadas por
R. Massuet y J. Kórber— no refleja todavía de manera total el pensamiento del obispo de
Lyon, pues «el que examine con atención los textos que hablan del Espíritu descubrirá a
menudo que los dones del Espíritu son consecuencia de su unión con el hombre». Para
convencerse de que tal concepción sigue manteniéndose en la tradición griega posterior,
basta con citar, todavía hoy, los nombres de Petavius y De Régnon. Pues sea cual fuere
la exactitud y consistencia teológica de la doctrina sobre la unión auténtica, y no
meramente apropiada, del Espíritu Santo con el hombre, que ellos elaboraron a propósito
de su indagación histórica, lo único que aquí nos interesa es la exactitud de tal indagación,
y ahí no creemos que quepan discusiones. Un historiador del dogma, del que no puede
sospecharse que sea partidario de la tesis de Petavio, la confirma. P. Galtier escribe: Ex
his amnibus —los textos de los Padres que ha citado— apparet gratiam creatam seu
imaginem divinae subsíaníiae in nobis efformatam melius iuxta Paires dici logice
consequi quam antecederé ad praeseníiam personarum in nobis . Y propone como tesis
propia, basándose en los Padres: praesentia divina non est mera consequentia seu merus
effectus iustificationis, quae sit per solam gratiam. b) La gracia en la especulación
escolástica.—No es éste el lugar de exponer con detalle cada una de las teorías
escolásticas sobre la relación entre la gracia creada y la increada. Solamente vamos a
poner de relieve el rasgo, común a todas ellas, que nos interesa para nuestra cuestión.
Somos conscientes de que al hacer esto simplificamos un poco y aun dejamos de lado
teorías que apuntan a otras perspectivas. Más tarde aludiremos a ellas. Las teorías
escolásticas, a pesar de sus diferencias, ven generalmente en la gracia creada el
fundamento exclusivo de la inhabitación y unión de Dios con el hombre justificado. Dios
se comunica al alma y habita en ella al serle comunicada a ésta la gracia creada. En
consecuencia, lo que llamamos gracia increada —Dios, en cuanto se da al hombre— es
una función dependiente de la gracia creada. El fundamento de esta opinión es fácil de
ver: la «gracia increada» —comunicación personal de Dios al hombre, inhabitación del
Espíritu— significa una relación nueva de Dios con el hombre. Esta relación nueva puede
concebirse solamente como fundada en una transformación absoluta y óntica del hombre
que sea el fundamento real de la nueva relación real del hombre. Esta transformación
absoluta y óntica, esta determinación del hombre, es gracia creada. Tiene, pues, un doble
aspecto: es el fundamento ontológico formal de la participación analógica y sobrenatural
en la naturaleza divina mediante una asimilación óntica del hombre con el ser espiritual
y con la santidad de Dios (consortium fórmale), y es la razón de una relación especial —
de la unión, inhabitación— entre el hombre y Dios mismo (consortium terminativum).
Para nuestro objeto es indiferente cómo las diversas teorías explican después de qué modo
la gracia creada fundamenta una nueva relación entre el hombre y Dios. Según unos, la
nueva causalidad eficiente de Dios respecto de la gracia fundamenta —por razón de la
identidad de ser y obrar en la inmensidad divina— una nueva presencia en el objeto de
su actividad. Hay quien piensa que la elevación óntica del hombre en su capacidad
espiritual, orientada así hacia la visio beatifica como a su último fin, le proporciona una
nueva posibilidad —actual o potencial— de tomar posesión consciente y amorosa de
Dios, presente en el hombre por su inmensidad. Otros, en fin, ven en la gracia el
fundamento de una amistad perfecta con Dios —de hecho ya presente— en el hombre.
En cualquier caso, la inhabitación, por la gracia, del Espíritu en el hombre justificado
aparece siempre como mera consecuencia de la comunicación de la gracia creada, como
término de relación de una posibilidad —categorial— que el hombre tiene de relacionarse
con Dios, dada con la gracia creada.
b) Ecos de esta idea entre los teólogos.—Al hacer referencia en este contexto a algunos
textos de grandes teólogos escolásticos para reforzar nuestra concepción —sin que
pretendamos en absoluto ser completos—, no queremos con ello afirmar que estos
teólogos la defendiesen, sino sólo mostrar a posteriori que en la teología escolástica se
encuentran numerosos gérmenes de ella. Ya en Alejandro de Hales la gratia increata no
es simplemente causa eficiente de la gracia creada, sino también perfectio complens del
estado de gracia. Respecto a esta perfectio, la gratia créada es sólo una perfectio
disponens, un médium, una dispositio in anima ad susceplionem gratiae increadae. Más
aún: el mismo Alejandro de Hales enseña, en un determinado aspecto, una prioridad de
la gracia increada. De San Buenaventura digamos, cuando menos, que considera la
existencia de la gracia increada como más cierta y que ésta es, por tanto, objetivamente
también más fundamental que la existencia de la gracia creada. En esta tesis no sólo se
refleja la situación surgida en la doctrina de la primitiva escolástica, a causa de la
conocida sentencia del Lombardo. Aquí repercute también la teología bíblica y patrística
de que el Espíritu Santo mismo es el don propio —et hoc a fide et Scriptura delerminatur,
como dice San Buenaventura— y de que la gracia creada —si bien ahora ya no podemos
decir de ella: investigalur a doctoribus rationum probabilitaie— debe ser concebida desde
la increada. ¿No debía corresponder a este orden lógico un orden ontológico, al menos en
cierto aspecto? En todo caso, la forma casi unánime de considerar la gracia increada en
el tratado sobre la gracia, concediéndole tan sólo un puestecito muy modesto, está hoy
muy lejos de San Buenaventura. También en Santo Tomás hallamos la idea de que la
gracia creada se relaciona con la increada ex parle recipientis vel materiae, como
dispositio. También Santo Tomás llama una vez al Espíritu Santo causa formalis
inhaerens de nuestra filiación divina. De la lectura de la III q. 7 a. 13 corp. podría
deducirse también que para Santo Tomás la gracia creada no es simplemente causa
materialis de la increada, sino también, bajo otro aspecto, su consecuencia: gratia enim
causatur in homine ex praesentia divinitatis, sicut lumen in aere ex praesentia solis, ya
que en el texto no existe razón alguna para rebajar la praesentia divinitatis a una mera
omnipresencia natural de Dios, pues esta presencia aparece como caso análogo y paralelo
a la unión hipostática. Además, Santo Tomás dice en otra ocasión: Personae divinae sui
sigillatione in animabus nostris relinquunt quaedam dona quibus formaliter fruimur
(Deo), scilicet amore et sapientia . La sigillatio precede, pues, también lógicamente a los
medios por los que el hombre alcanza el goce de la divinidad. Finalmente, Santo Tomás
concibe siempre la gracia, por una parte, como inchoatio gloriae , y, por otra, como ya se
ha mostrado, considera, en la ontología de la gloria, que ésta no se funda simplemente en
una cualidad creada y en la relación con Dios producida por ella. Toda la teoría de Lessius
y Scheeben acerca de la esencia de la gracia y de la filiación se halla trenzada casi
indisolublemente con su teoría —que aquí no vamos a discutir— sobre la unión del
Espíritu Santo con el hombre, concebida como una peculiaridad de la tercera persona
trinitaria. Sin embargo, podemos traer aquí su autoridad, por hacer referencia ambos al
paralelismo ontológico existente entre la unión hipostática y la gracia increada en el
estado de peregrinación de esta vida.
El concepto de causa formalis, muy usado ciertamente por Scheeben, aparece en él casi
exclusivamente al tratar el problema de si, y en qué sentido, la inhabitación del Espíritu
es causa formal precisamente de la filiación divina del justificado, pero no, o apenas, en
el problema que aquí nos ocupa de cómo hay que concebir la inhabitación misma en
cuanto tal. Franzelin considera la communicatio Dei ipsius per modum causae formalis
como la característica del don sobrenatural, y la encuentra en la unión hipostática, en la
visión beatífica y en la gracia de la justificación. Creemos también que nuestra opinión
tiene puntos de contacto con la de Galtier. Como ya dijimos antes, Galtier reconoce no
sólo como históricamente exacto, sino también como válido teóricamente, aún hoy, el
principio: Praesentia divina non est mera consequentia seu merus effectus iustificationis
quae sit per solam gratiam. En la explicación ulterior de cómo puede mantenerse este
principio fundamental acude Galtier al concepto de la actio proprie assimilativa... (quae)
presentiam substantialem implicat ratione sui. Este concepto se inspira claramente y
reproduce la imagen bíblica y patrística de la sigilación con que el hombre es sellado38
por el Espíritu de Dios. Pero, de todas maneras, todavía puede preguntarse cómo haya
que entender más exactamente esta sigilación. Con otras palabras: cuando Galtier escribe:
(Personae divinae...) animae ila se communicaní et coniungunt, ut in eius essentia simul
et potentiis imprimant suam ipsarum imaginem39 , ¿cómo hay que entender esto? ¿Es el
se communicare una simple consecuencia —effectus formalis secundarius— de la
producción de la imagen divina creada? En este caso no se supera decisivamente la
opinión de Vázquez40 o hay que acudir de nuevo, abandonando el punto de partida arriba
indicado, a la teoría suareciana de la inhabilitación. Pero si, al menos en un sentido, el se
communicare precede a la creación de la gracia creada, o al menos no es simple
consecuencia de ella, queda todavía el problema de cómo haya que concebir más
exactamente en sí misma la comunicación de Dios a la criatura. Hagamos mención,
finalmente, de los artículos de P. Dumont y de J. C. Martínez-Gómez , que se pronuncian
por una prioridad de la gracia increada respecto de la creada, pero sin entrar más
detalladamente en la cuestión de cómo haya que entender exactamente el donum
increatum. Ya indicamos que la encíclica de Pío XII Mystici corporis, es favorable a la
teoría propuesta aquí —antes de la aparición de la encíclica— al llamar la atención sobre
dos puntos de arranque, de los que hemos partido nosotros: el conocimiento claro de que
en la relación entre Dios y el hombre se da una categorialidad que no es la de la causalidad
eficiente, y el conocimiento de que para la determinación de la esencia de la gracia hay
que acudir a la doctrina de la visión beatífica. Ya dijimos que Trütsch «da la palma a la
solución de La Taille y Rahner» 42 . Entrar en la bibliografía más reciente nos llevaría
demasiado lejos. Además tampoco es necesario, ya que se orienta más al problema de las
relaciones apropiadas o no-apropiadas de las personas divinas con el hombre, en la gracia,
que al problema que aquí nos ocupa.
Aquí no vamos a entrar en las razones por las que esta objeción a priori, por exacta que
pueda parecer, no debe ser considerada, por muchos motivos, como contundentes. De ello
ha tratado largamente H. Schaufe , entre otros. Tampoco cae dentro del marco de estas
consideraciones hacer valer las razones de la teología bíblica y de la patrística, que
defienden la tesis de las relaciones no apropiadas entre las divinas personas y el hombre
justificado. Ni es de este lugar mostrar, con ayuda de las investigaciones más recientes,
que la teología medieval, a pesar de su oposición justificada contra el Lombardo, en este
asunto pensaba de manera mucho más matizada y que intentaba hacer más justicia a los
datos de la Escritura y la tradición que lo que hace sospechar la doctrina escolar simplista
de los últimos siglos". Vamos a poner de relieve tan sólo un punto de vista del problema
total, por derivarse de las consideraciones que hemos venido haciendo hasta aquí. Si es
cierto que en la visión beatífica sólo puede ser realmente aprehendido de manera
inmediata, en su mismidad propia —sin que medie otro objeto conocido—, aquello que
se comunica al espíritu cognoscente en causalidad cuasi-formal, a la manera de una
species impressa, anterior ontológicamente al conocimiento en cuanto tal, esto vale
también tratándose de cada una de las tres divinas personas en su peculiaridad personal
para cada caso. Con otras palabras: o las personas divinas no son contempladas de manera
inmediata, en cuanto tales, en la visión beatífica, o como personas divinas, distinta una
de las otras, ejerce cada una, en prioridad lógica a la visio como conciencia, la peculiar
causalidad cuasi-formal sobre el espíritu creado que le es propia. Esta causalidad es la
que hace posible el tener «conciencia» inmediata de las divinas personas. De aquí se
deriva también un punto de vista, desde el que se puede responder a la objeción clásica,
antes citada, contra la doctrina de la inhabitación y comunicación no apropiada, peculiar
a cada una de las tres divinas personas. Y es que «comunicación —respecto a— de la
hipóstasis peculiar» puede significar dos cosas: «comunicación de —según— la propia
hipóstasis», de tal manera que la hipóstasis ejerza su función hipostática en vistas al
término en que se da la comunicación, o «comunicación de —según— la hipóstasis», de
tal manera que se realice una comunicación ontológica-real de la hipóstasis en cuanto tal,
pero sólo para poder convertirse, mediante esta causalidad cuasi-formal, en objeto de
conocimiento y amor inmediatos. El primer caso de esta comunicación se da sólo en
Cristo, por la relación del Verbo divino con la naturaleza humana asumida por él. El
segundo caso se daría en la «gracia increada» del hombre justificado. Debería probarse
con el máximo rigor que es imposible este tipo de comunicación de las divinas personas
en la peculiaridad personal de cada una, y con ello una relación no apropiada con las
divinas personas. Pero, sin duda, tal prueba no puede aportarse. Por ello, a partir de las
fuentes positivas de la fe, podemos aceptar en absoluto que la imputación de determinadas
relaciones del hombre en gracia con las tres divinas personas no es simple apropiación,
sino que expresa una relación peculiar con cada una. En la Escritura, el Padre en la
Trinidad es nuestro Padre, y no el Dios trinitario. El Espíritu Santo inhabita en nosotros
de manera peculiar. Estas y otras expresiones semejantes de la Escritura y de la tradición
están in possessione. Habría, pues, que probar, y no suponer, que sólo pueden ser
apropiadas, porque sólo así pueden ser entendidas, y que lo contrario es imposible.
Mientras esto no se haya conseguido, hay que interpretar las afirmaciones de la Escritura
con la máxima exactitud. No debe olvidarse, además, que el haber disminuido la
importancia de la Trinidad dentro de la economía de la salvación, convirtiéndola en un
monoteísmo, en cierta medida pre-cristiano —y a esto viene a parar la doctrina de las
meras apropiaciones al hablar de la gracia—, ha disminuido, en la historia de la piedad
occidental, la importancia de la Trinidad santísima en la vida religiosa concreta, a pesar
de todos los esfuerzos en contra. Pero, además, este hecho de por sí —es decir,
lógicamente, y si no estuviese ya definido lo contrario—, podría hacer peligrar también
la «Trinidad inmanente» en Dios a favor de un monoteísmo racionalista, para el que los
tres nombres divinos serían tres puntos de vista en nuestra consideración de la esencia
divina. La Escritura ve y expresa la Trinidad inmanente y la Trinidad de la economía
salvífica de manera demasiado unitaria, como para tener en sí —lógicamente— derecho
a considerar las afirmaciones, en el primer caso, como textuales y reales, y en el segundo,
sólo como «apropiadas». Nos atrevemos a creer que la teoría expuesta sobre la gracia
increada a partir del sistema de concepto escolástico ofrece la posibilidad de determinar
la relación con las tres divinas personas del hombre en gracia como relación no apropiada,
sin infringir el principio de unidad de la causalidad eficiente en la creación ad extra del
Dios trinitario y sin que la unión inhabitante de las tres divinas personas se convierta en
unión hipostática.