Vous êtes sur la page 1sur 6

1 de abril de 2019

Carta abierta a las feministas de Cali

Escribo esta carta como mujer feminista caleña desde la profunda raíz que me vincula al movimiento y desde el
derecho ético que me da el haber caminado y aportado por, aproximadamente, catorce años al feminismo. Escribo
esto con la firme convicción de que lo personal es político y de sentirme cercana a todas las mujeres, a “aquellas que
han hecho de la vida este rincón sensible, luchador, de piel suave y tierno corazón guerrero", como dijo hace tiempo
Alejandra Pizarnik. Quiero contarles que las feministas radicales recibimos con tristeza el que continuamente se
refieran a nosotras con violencia y calificativos despectivos, porque somos críticas a las ideas liberales y más
extendidas en el feminismo sobre el género, la prostitución y la pornografía. Nos acusan de cosas que no somos,
cambian el sentido de nuestras palabras y desconocen la importancia del diálogo franco y abierto, del debate entre
pares, desconociendo la legitimidad del disenso y la crítica dentro de nuestro movimiento. De todas maneras, nosotras
nos negamos y resistimos, con apasionamiento, a estas formas de violencia.

Nosotras, como todas las feministas en principio, luchamos contra el patriarcado y todas las formas de violencia por
las que expresa, contra las mujeres, su poderío. Nosotras hacemos lecturas interseccionales y contextuales, con una
mirada que quiere ir siempre a la raíz de la opresión y no únicamente a sus contornos. Esto, por supuesto, nos lleva a
detenernos en cuestiones que para la inmensa mayoría (incluyéndonos a nosotras mismas en un en principio) parecen
dadas y discutidas por completo, por ejemplo: el lenguaje incluyente, las políticas regulacionistas, el mercado del sexo,
la mirada queer sobre el sexo y el género, el rol de los hombres en nuestros espacios, y el papel del cuerpo en la
opresión y en la lucha.

Muchas reacciones frente a las críticas hechas por el Feminismo Radical a ciertas posturas del Feminismo Liberal y de
los Transactivismos no bajan de confrontaciones violentas y muy sospechosas. Cuando son las mismas feministas
quienes atacan frontalmente a mujeres feministas por disentir, poniendo en cuestión la legitimidad de sus inquietudes
y de sus alternativas de interpretación, vale la pena preguntarse qué es lo que hay detrás y qué es lo que hay delante
de ello. Es decir: qué intereses estratégicos -y de quiénes- están soportando estos programas feministas liberales y
hacia qué consecuencias políticas, prácticas y cotidianas están conduciendo la lucha de las mujeres. Hay costos como
en todo y no podemos hacerlos a un lado. Si es en nombre del feminismo y si es entre feministas que se dan estas
confrontaciones, me parece oportuno y urgente impensárnoslo y repensárlosno.

Después de todo lo acontecido en Facebook, a raíz de una publicación que realicé en mi muro en tono sarcástico
(formato meme) sobre la circularidad de UN argumento que interpreta contradictoriamente la relación sexo-género,
he recibido una serie de ataques tanto políticos como personales que me acusan de transfóbica, apelando en más de
una oportunidad a calumnias y señalamientos que no corresponden a la realidad ni de mi vida, ni de mi activismo, ni
de mi conciencia de clase (sexual). Entre ellos, incluso, hay unos cuantos que amenazan mi derecho a habitar los
espacios feministas que he habitado por aproximadamente 14 años. La inmensa mayoría de los comentarios,
suscitados tanto en mi muro como en otros muros, han sido publicados por personas y, entiendo yo, feministas que
no me conocen en lo personal y que, más allá de verme en manifestaciones feministas de ciudad, no pueden dar
cuenta de mis cualidades humanas, de mi trayectoria académica, de mi trayectoria feminista o de mis apuestas
políticas. Por eso, y después de leerles con calma, hoy quiero explicarles cuál es mi postura con respecto a la situación
a la que aludo y que nos concierne como movimiento feminista caleño.

En primer lugar, ofrezco excusas si la publicación, en cuestión, pudo resultar ofensiva y excluyente para las personas
trans, no era mi intención. En ningún momento, antes o después del post, he negado el derecho de las personas trans
a transitar desde o entre lo masculino y/o femenino, o a tener las expresiones estéticas y culturales que mejor se
acerquen a sus sentires vitales y políticos. Luego sí he querido poner de manifiesto una contradicción argumentativa
que hunde sus raíces en una interpretación muy ligera sobre el género y sobre cierta forma de comprender, por lo
menos, el sexo, lo femenino y lo masculino.

En segundo lugar, creo, con convicción plena, que la mayoría de personas que expusieron sus sentires e ideas al
respecto lo hicieron desde un intenso sentido personal de justicia, aun cuando algunas fueran hirientes o mal
informadas. Tercero, deseo manifestar mi absoluto rechazo ante la manera en la que fueron manipuladas las
intenciones de la publicación, favoreciendo que se me interpretara como transfóbica o como si el post fuera un ataque
personalizado contra alguien particular. Nada más alejado de la realidad y para esto invito a las personas interesadas
a que se acerquen a la publicación original, que hoy pondré de acceso libre en mi muro, pues hasta la fecha ha sido
privada. Finalmente, también me opongo al oportunismo malintencionado de cierta persona con la que he tenido
serias diferencias personales e ideológicas en el camino largo del feminismo y de la vida, que -en un acto de increíble
maniobra- ha descontextualizado, no solo, información personal de mi vida, sino también, decisiones feministas
colectivas de profundo significado político-afectivo.

Quiero expresar en este punto que, tal como entiendo la lucha feminista (y nos concederemos que es una entre
muchas formas de entenderla) su propósito radica en poner de relieve, hacer visibles y combatir las formas en que se
sustenta socialmente la jerarquía sexual, basada en una valoración desigual de las diferencias sexuales de la especie
humana. Valoración que implica (para los sexos) la imposición de imaginarios, roles, disposiciones, esquemas de
pensamiento, formas de obrar y maneras de sentir diferenciales, constreñidoras, limitantes y, por supuesto, muy
violentas; que se condensan en la masculinidad y la feminidad, como tipos ideales.

Dicha valoración también implica el despliegue de programas de socialización que inician en la más tierna infancia y
que son unos u otros, según el sexo del infante y según, vale decirlo, otros contextos de opresión como, por ejemplo,
el racismo y el origen socioeconómico de clase. Esa valoración también hace uso de dispositivos de control,
disciplinamiento y reproducción; esa valoración, que produce y es producida por el patriarcado, elabora prototipos
simbólicos, discursivos y legales que tienen como propósito mantener en firme la norma binaria de género.

La norma binaria de género -concepto tan popular en los mundos feminista, queer y transactivista- se ha ido tomando
a la ligera por cuenta de la urgente necesidad que tenemos de cuestionarle, en todos los ámbitos posibles, tras un
intento global (de los nuevos movimientos sociales, específicamente el feminista, el LGBT y el transactivista) por
desmontar un sistema opresor que basa su lógica en los supuestos normativos del binarismo de género. Querámoslo
o no, la norma binaria implica que la sociedad revista unos moldes culturales sobre los cuerpos sexuados. Al nacer,
cada individuo es inscrito en una categoría sexual y, con base en ello, se le socializa en la masculinidad o en la
feminidad; creándose eternos femeninos y masculinos difíciles de poner en cuestión, pero que, de todas maneras, son
puestos en cuestión a cada paso por mujeres y hombres en cada rincón del planeta. Nosotras que somos feministas
bien lo vivimos y lo sabemos.

El programa central del patriarcado tiene como objetivos, entre otros, por un lado, conservar el predominio del varón
sobre la mujer para que éste pueda apropiarse de la sexualidad y la capacidad productiva y reproductiva de la segunda;
de otro lado, mantener cuerpos dóciles y funcionales a la reproducción en masa de la fuerza de trabajo, y, por otro,
mantener unas instituciones que se lucran de la guerra, la explotación en masa y el binarismo simbólico: bueno / malo,
negro / blanco, guerra / paz, alto / bajo, éxito / fracaso, riqueza / pobreza, normal / anormal, femenino / masculino.
Esa es la razón por la cual a las mujeres se les ha impuesto la feminidad y a los hombres la masculinidad.

Ahora bien, teniendo esto como punto de partida, no podemos perder de vista que el patriarcado, con ayuda de la
norma binaria de género, se apropia de la condición biológica de las nacidas hembras de la especie humana, es decir
las mujeres, produciendo sobre ellas demandas, desigualdades y violencias específicas. Y creo no equivocarme al decir
que esta es la razón por la que nuestras ancestras y antecesoras se sublevaron dando a luz al feminismo, un
movimiento que ha crecido, increíblemente, gracias a que se ha atrevido a mirar hacia dentro de sus mismos supuesto
y hacia afuera en diálogo con los supuestos de otras luchas. Claro está no ha sido fácil, porque, nos guste o no, el
feminismo también es un campo de disputa. Todas estas mirada críticas y constructivas se las debemos -en gran parte-
a las feministas negras y decoloniales, a las feministas lesbianas y a las feministas de latitudes no occidentales. Es
importante en este punto recordar que hay varias corrientes del feminismo y con ello posturas y formas de vivirlo. No
hablamos de un movimiento homogéneo y no podemos pretenderle homogeneizador, pero, en todo caso, debe haber
algunas ideas articuladoras, ¿no? Y en esas ideas articuladoras debemos concentrarnos para dar la lucha, respetando,
en todo caso, las márgenes. Habría que construir una cultura de la ética de mínimos dentro del feminismo caleño y,
también, por qué no, dentro del movimiento social en Cali sin caer en homogenizaciones.

Volviendo a la discusión sobre cómo el patriarcado se apropia de la condición biológica de las nacidas hembras de la
especie humana (las mujeres), me parece que no es un error aceptar que esas violencias específicas, asociadas a la
biología de las mujeres, son realidades y no deben exponerse al silencio, la invisibilización o la censura. Esas violencias
específicas se ejemplifican muy bien, por ejemplo, en la feminización de la pobreza (las mujeres poseen en promedio
el 10% de la tierra cultivable en el mundo), la prostitución tremendamente misógina (que se aprovecha de las mujeres
más violentadas como las migrantes, las desplazadas, las niñas y jóvenes y las mujeres racializadas); la criminalización
del aborto; los rituales de desfloramiento y los matrimonios infantiles (donde la cuota infantil la ponen las “esposas-
niñas”); la inanición por haber nacido niñas y el aborto selectivo de fetos con vulva; los vientres de alquiler o
maternidad subrogada; las ablaciones de clítoris; la persecución del ciclo menstrual; la ridiculización de la vulva y la
vagina, la violencia obstétrica y la violencia sexual dirigida, en un inmenso y mayor porcentaje, contra las mujeres
desde el momento de nacer.

Considero que hablar de esto en los espacios feministas, en las colectividades de las que hacemos parte, en los foros,
en las universidades, con las amigas o en las redes sociales no es transfobia ni tampoco supone caer en un supuesto
binarismo (palabra también muy popular y usada en muchas oportunidades sin rigurosidad y sin ley). Dejar de hablar
de esto, por otro lado, no hará que las mujeres y las niñas dejen de ser violentadas y asesinadas, no hará que
desaparezca la norma binaria de género y no nos conducirá por camino seguro a tumbar el patriarcado. Tampoco es
transfóbico diferenciar las opresiones contra las mujeres, de la exclusión y las violencias que sufren las personas trans
y, específicamente, las personas transfemeninas. Esto es, por el contrario, hacer la lucha desde lugares situados y
profundamente conscientes de la forma en la que nos atraviesan, diferencialmente, las lógicas de opresión y las
distintas luchas. Es también arropar la memoria de nuestro linaje y de nuestras ancestras; en realidad, es guardar y
honrar la memoria de cada lucha.

Aquí quisiera expresar que siempre he respetado los tránsitos de las personas trans e, incluso, los he apoyado. He
salido a la calle también por ellas y he condenado las violencias que han debido soportar por haber puesto en cuestión
el binarismo de género. Es importante recordar que esas luchas las han dado, no solo, las personas transfemeninas,
sino, también, las transmasculinas; es decir, aquellas mujeres que han transitado, contra tremendos obstáculos y
después de sufrir por años las violencias impuestas a su sexo, hacia lo masculino (realidad que en el feminismo a ratos
se nos olvida). Sin embargo, no quiere decir que haya dejado de ser reflexiva y crítica respecto a ciertas ideas y
postulados transactivistas que toman como base la teoría queer. Y en este punto afirmo mi derecho a disentir, a
cuestionar e incomodar (si es que eso sucede), pues se trata de una lucha que también es mía, de unos derechos que
también son míos, de un pasado y una memoria colectiva a las que me siento vinculada y de un futuro que también
me pertenece. El feminismo incomoda y no sólo para afuera, también para dentro. No podemos dejar de recordar
que se trata de un sistema de opresión histórico el que combatimos: sus estrategias para mantener el orden que le
conviene van adecuándose a los contextos que van llegando, no importa si éstos son revolucionarios o no.

Volviendo entonces al post que da pie a las inconformidades de todos los lados (y que puede ser tomado, bien, como
oportunidad para el encuentro feminista de los disensos o, bien, como caballo de batalla para construir enemigos
absolutos y aniquilables), quiero explicar su contenido (por qué le llamo “definiciones circulares”), por qué considero
vital reflexionar sobre los supuestos que pone en evidencia, y por qué para mí es importante abrirle espacio al
encuentro de la palabra. En la publicación se lee: “los genitales no definen el género” y “necesito cirugía porque mis
genitales no corresponden con mi género”.

En principio, es importante que notemos que es fácil perder de vista que el género es la forma de opresión por la cual
nos imponen la subordinación a las mujeres. El género nos dice cómo sentir, gustar, vestir, hablar, actuar (ya lo dije
más arriba). El género es la imposición sobre el cuerpo sexuado (con el propósito de mantener unas jerarquías). En
ese caso, si es una imposición, entonces no es natural; si no es natural entonces es modificable. Como el género es
una imposición, las feministas deseamos modificar ese orden basado en la norma binaria de género; como el género
es una imposición, entonces, las feministas radicales deseamos abolirle. Abolir es dejarle sin piso, sin brazos y sin nada,
nada, sin absolutamente nada, al género. Esto implica defender la idea de que las personas pueden y deben ser libres
de toda imposición, imposición que busca mantener unos lugares de poder que solo sirven a quienes ostentan los
privilegios a costa de otras personas. Pero esto hay que avanzarlo paso a paso y sin desconocer los lugares situados
de cada quien.

En ese sentido y para el feminismo, lo masculino y lo femenino son productos ideológicos y culturales del patriarcado
que deben ser desestructurados (me parece que este es un punto articulador, tanto, dentro del feminismo, como,
entre feminismo y otras luchas). Es decir, deben dejar de ser considerados naturales y pertenecientes a uno u otro
cuerpo, a uno u otro sexo. Y cuando digo que no se consideren pertenecientes a uno u otro sexo me refiero a que,
entre otras cosas, deje de pensarse que, para asumir o vivir dimensiones, hasta ahora, típicas de la masculinidad o de
la feminidad, es necesario situarse en la existencia de uno u otro sexo, lo que en cualquier caso es imposible. Asumir
que es obligada la intervención sobre el cuerpo para vivir opcionalmente desde la feminidad o la masculinidad, daría
pie a una definición circular del género si se parte, en principio, de una idea constructivista (es decir des-esencializante)
para quitarle poder a la norma binaria de género (argumento 1: “los genitales no definen el género”); pero, en el
camino, se vuelve a esencializarle por cuenta de la aparente necesidad de correspondencia sexo-género, cuerpo-
género, genitales-género, sin la cual no sería, aparentemente, posible el tránsito (argumento 2: “necesito cirugía
porque mis genitales no corresponden con mi género”). En este punto recuerdo que mi publicación criticó la
circularidad de UN argumento que interpreta contradictoriamente la relación sexo-género (específicamente, cuando
se conecta argumento 1 con argumento 2), no de todos y mucho menos de todas las experiencias trans o todos los
tránsitos.

Por otra parte, vale decir que el género es la construcción cultural de la diferencia sexual, pero la diferencia sexual,
aunque interpretada, está ahí como un hecho biológico. Los cuerpos se alteran, los genitales se alteran, las hormonas
se alteran, pero no se altera estructuralmente el sexo ni se borran, de tajo ni en una vida, todos los procesos y
resultados de las socializaciones pasadas: la fabricación social de los individuos es un hecho probado, en la trayectoria
vamos creando otros habitus y otras maneras de existir, es cierto, pero no lo hacemos desde cero ni completamente.
Y tanto feministas como personas trans debemos ser conscientes de ello.

Todo esto no nos sirve para hablar de quién es suficientemente mujer y quien no (porque no se trata de ser
suficientemente una cosa o la otra, ya que en ese sentido tendríamos que aceptar referentes de suficiencia basados
en una especie de escala del ser mujer), no se trata de egos o de negación de identidades, y lo digo con el más sentido
respeto pues comprendo las luchas internas y sociales que las personas trans dan cada día de la vida. Esto nos sirve
para analizar las consecuencias prácticas que viven los cuerpos sexuados en la sociedad y el orden patriarcales. La
forma en que se vive la experiencia varía de acuerdo al lugar situado y ese lugar situado está dado, en primera medida,
por el cuerpo; creo que esto lo sabemos todas, pero lo hemos estado perdiendo de vista. La niña que es abusada,
embarazada y luego revictimizada al negarle el aborto no sabe ni se cuestiona si es suficientemente mujer, pues la
opresión que sufre, por pertenecer a la clase sexual de las mujeres, actúa por fuera de su voluntad de niña e individua.
La opresión que sufre no le pregunta si es suficiente o insuficientemente mujer, la opresión se expresa sobre ella
porque el sexo es una estructura objetiva dentro del patriarcado: la violan y la embarazan porque tiene vulva, vagina
y útero, es decir, por ser mujer.

Ningún genital, ningún cuerpo, ningún sexo corresponde esencialmente a ningún género (y viceversa); pero los
genitales, los cuerpos y los sexos sí han sido socializados en uno u otro género de acuerdo a referentes culturales
patriarcales, lo dije justo arriba. Así se establece que la mujer es femenina y que el hombre es masculino y, con ello,
un sinfín de situaciones prácticas que discurren entre el vestuario, la performatividad, el ejercicio del poder, la palabra,
el liderazgo y también respecto a las violencias que se ejercen y las que se viven. El propósito del feminismo radical
es, primordialmente, liberar a la clase sexual oprimida (las mujeres) de la opresión de la clase sexual opresora (los
hombres) y, secundariamente, lograr, de forma paulatina, que tanto mujeres como hombres sean libres de construir
sus identidades y performatividades sin caer en reafirmaciones de género. Que los cuerpos sean libres de vivir y
expresarse estética, emocional, epistemológica y políticamente sin creer que para ello deben asumir, de una u otra
forma, la idea principal de la norma binaria de género, según la cual el género es innato al cuerpo y está inscrito de
nacimiento en la psique de las personas. Y en esto tenemos que ser firmes puesto que, como dice Celia Amorós, "en
el feminismo conceptualizar siempre es politizar" y politizar es llevar a la acción y a la transformación.

Con afecto y convicción, Fulgencia Libertaria.

Pd1. Una carta abierta o un comunicado jamás podrá dar cuenta de todo cuanto se piensa y se siente, no logrará
desenredar nudos, no permitirá la profundidad que ciertas cosas ameritan, no dará lugar a muchos matices y
discusiones puntuales. Mi invitación y disposición siguen abiertas para construir y cuidar el camino, así como siempre
nos han enseñado las mujeres con su firme resistencia y con su inquebrantable ética del cuidado, para organizar la
rabia como nos exhortó la increíble Audre Lorde. Por mi parte reafirmo que estoy aquí para la palabra colectiva, desde
mi individualidad y para la lucha, en la completa creencia de que “el feminismo es una forma de vivir individualmente
y de luchar colectivamente (Simone de Beauvoir).
Pd2. A todas las amigas, amigos y personas desconocidas que me han escrito, me han hablado y me han llamado en
privado, para rodearme con su afecto y solidaridad, mi profundo agradecimiento.
Pd3. A las mujeres y feministas que sienten el llamado del feminismo radical, así como a las que tienen inquietudes o
deseos de conversar estos temas, les ofrezco desde el conocimiento que tengo -que no es total ni perfecto- mi
atención y compañía, y les invito a dejarme un mensaje por interno en Facebook.
Pd4. Solicito a las personas que están compartiendo mi foto en sus muros, en un ejercicio que yo y otras personas
interpretamos de naturaleza amenazante, la bajen inmediatamente. Consideramos que mi bienestar y el de mi hija
están en riesgo, entre otras cosas porque estoy en los espacios feministas y en la calle con ella frecuentemente, como
muchas feministas saben, y les responsabilizo si algo me o nos sucede relacionado con esta discusión. Creo que
podemos desactivar las rencillas y abordar las diferencias sin recurrir a la intimidación.
Pd5. Esta carta es publicada en mi muro personal de Facebook de forma abierta, para la lectura directa de quien lo
desee.

Vous aimerez peut-être aussi